Los equíbocos de Blas Bielsa

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Los equíbocos de Blas Bielsa V Francisco Pérez de Antón V

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equívoco. Que puede entenderse o interpretarse en varios sentidos o dar ocasión a juicios diversos. Diccionario de la Real Academia equíboco. Ortografía correcta de esta voz vaga y evasiva. El que tiene boca se equiboca, así que lo natural es que equívoco se escriba con b. De las notas de Blas Bielsa

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El extraño legado de un viejo amigo V

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Fui amigo y confidente de Blas cuando ambos éramos colegiales en el instituto de la ciudad provinciana donde transcurrió mi adolescencia. Lo recuerdo como un muchacho extravertido, vivaracho y feliz que sorprendía a los profesores con palabras inusitadas o al menos desconocidas por la mayoría de nosotros. Siempre estuvo sobrado de ellas. Tenía buena memoria y se le quedaban con facilidad. Con apenas trece años componía romances en octava rima, escribía cuentos de costumbres y armaba crucigramas crípticos que vendía luego al periódico local. Su pasión era la ambigüedad del lenguaje, sus juegos, sus matices y la perplejidad a que nos someten sus significados ocultos. Las palabras y los camaleones, decía, tienen atributos en común. Solo se necesita observarlos con atención. Su otra pasión era el fútbol. Jugaba de defensa izquierdo, pero como deportista no era más que un rompebotas. Lo suyo eran las letras. Se sabía de memoria larguísimos poemas que recitaba con pasión y hondura y siempre que le visitaba en su casa lo encontraba leyendo alguna novela de Verne o de Salgari. 15

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Era también socarrón, rebelde y un tanto ácrata. Detestaba la autoridad y solía canturrear sotto voce irreverencias contra el poder eclesiástico tanto o más que contra el poder político. A lo largo de aquellos años, compartí con él una amistad apretada y fraterna. Era su mayor virtud. Más de una vez me salvó la vida, pasándome las respuestas de un examen de literatura. A mí y a otros compañeros, me apresuro a decir. Incluso llegó a encabezar una protesta por un castigo injusto a uno de ellos que estuvo a punto de costarle la expulsión del instituto. Su padre era oculista y su madre, abogada, aunque no ejercía. Llevada por «el afán de servir», tópico que le encantaba repetir en público, había alcanzado la posición de concejal en el Ayuntamiento y aspiraba a ser alcaldesa. Cuando Blas terminó el bachillerato, les dijo a ambos que quería estudiar Filología, pero la buena señora se había empeñado en que su hijo fuese doctor y no paró hasta conseguirlo. Le arguyó al bueno de Blas que aquellos no eran tiempos para la literatura, sino para ganarse la vida como Dios manda. Así que Blas estudió medicina y, al concluir la carrera, su madre (que para entonces ya empuñaba la vara del Ayuntamiento) logró conseguir una beca oficial para que su hijo estudiara un posgrado en el Baylor College of Medicine, en Houston, Texas. Fue entonces que nuestros caminos se separaron. Y en las cinco décadas que siguieron no supe de él mayor cosa, salvo que había seguido la oscura carrera de 16

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investigador en unos importantes laboratorios de Austin y contraído matrimonio con una joven californiana de quien había tenido dos hijas. Hace cosa de un año, empero, recibí un abultado paquete con papeles y carpetas en desorden en el que se apilaban recibos de supermercados, servilletas de un bar de Dallas, hojas de papel rayado arrancadas de un cuaderno de espiral, varios tapetes de papel de algún McDonald’s, un boarding pass de American Airlines, dos tickets de un partido de béisbol entre los Dodgers y los Red Socks y otros extraños papeles, todos ellos escritos por el envés, junto con dos dietarios repletos de notas en letra pequeña. También venían dos fotos. Una era de los días del instituto en la que estábamos ambos tomados de los hombros. La otra, muy sonriente, era del día en que un grupo de amigos nos reunimos con él para despedirle.

Blas Bielsa a la edad en que armaba crucigramas abstrusos y componía romances en octava rima

Ver a Blas otra vez cuando estaba —estábamos— en la flor de la edad fue un shock que me duró varios días. De repente me sentí empapado de una 17

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húmeda nostalgia y conmovido por el recuerdo de una amistad genuina que no me había abandonado ni, por lo visto, a Blas tampoco. Con las fotografías y los papeles venía también una emotiva carta de Helen Bielsa, su hija mayor, donde esta me contaba que su padre había fallecido en fecha reciente, víctima de una enfermedad mental irreversible, y que, poco antes de que su cerebro cayera en el total marasmo, le había pedido que me localizara y me enviase el cartapacio con los papeles. La tarea había sido difícil, después de tantos años sin comunicarnos ni vernos, pero Helen había conseguido trazar con paciencia el sendero de mi vida hasta encontrarme. Y encantada de saber que yo había sido un tiempo editor, me rogaba que cumpliera la última voluntad de Blas, la cual consistía en publicar aquel revoltijo de textos que venía en el paquete. Helen me contó también, entre otras cosas, que su padre había quedado viudo un año antes y que eso le había sumido en un profundo abatimiento. Decidió entonces anticipar su jubilación y recluirse en una pequeña casa que tenía en Galveston a poca distancia de la playa. Su mente, sin embargo, comenzó a deteriorarse pocos meses después y las hijas dispusieron internarlo en un hospital para enfermos mentales. En las últimas cuatro semanas de su vida, me contaba Helen, Blas llegó a confundir las dos lenguas que hablaba, el español y el inglés. Dormía poco, se pasaba el día enfundado en un albornoz amarillo con pajaritos de color verde botella y, ya en el ocaso de su natural 18

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lucidez, sufrió una rara metamorfosis. A semejanza de Gregor Samsa, el célebre personaje de Kafka que amaneció un día transformado en insecto, Blas Bielsa lo haría durante casi un mes solo que creyéndose un día la j, otro la z, al siguiente la f, y así hasta agotar el alfabeto. Si es verdad que lo primero que aprendemos es lo último que olvidamos, el caso de Blas Bielsa es sin duda un paradigma de este aserto. Blas amaba las palabras, sus sonidos y su encanto. Y es probable que al final de su vida se encontrara sin haber satisfecho los sueños de su adolescencia. Conque, obedeciendo el mandato olvidado de los que acaso fueron los mejores años de su vida, lo retomó al enviudar y volvió a la que un día había sido su vocación primera. Mas para entonces ya era tarde. Lo digo por el contenido del paquete que recibí de él; unos textos de los cuales, después de trabajarlos y editarlos, no podría decir si los escribió en serio o en broma, si de golpe había descubierto el lenguaje reversible o si, en fin, la enfermedad había afectado ya severamente su cerebro, que es la hipótesis por la que más me inclino. De otro modo no se explica la sarta de extravagancias, tergiversaciones y desvaríos que escribió seguramente en aviones, juegos de béisbol, salas de espera o cualesquiera otros lugares donde se le pasaba por las mientes algún disparate. Sospecho que fue el mucho leer la causa de que se le trastornara su equilibrio mental y que ya no fuera capaz de ponerlo a derechas. O que le ocurriera lo que a don Quijote y que, luego de pasar innumerables noches de claro en claro, con sus respectivos días de turbio en 19

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turbio, diera en un estado de enajenación del cual le fue imposible salir si no en su lecho de muerte. Perdida en el desorden de palabras dispersas entre servilletas con manchas de salsa de tomate y mostaza, facturas de Walgreens y el manual de un horno de microondas, hallé sin embargo una frase que quizás revele lo que Blas se había propuesto hacer el último año de su vida. Hela aquí: Las palabras no son pétreas. Tienen, como las monedas, cara y cruz; como las hojas, haz y envés; y como los gatos, uñas y dientes. Mucho cuidado con ellas. Es muy posible que fuera este rasgo del lenguaje —mostrar una cara y esconder la otra— lo que trastornó a Blas Bielsa. Convencido de que buen número de voces habían perdido su original significado, si es que no se habían vuelto mudas (signo claro de que ya no estaba bien de la cabeza), Blas dispuso, en sintonía con Derrida y Heidelberg, deconstruirlas, vale decir, desarmarlas y volverlas a armar conforme a lo que él consideraba su sentido primigenio. Me explico. Si condonar es un verbo que significa perdonar una deuda, Blas lo reduce a la «acción propia de ciertas instituciones del Estado y grupos consistente en regalar preservativos para prevenir el sida y detener la explosión demográfica». He aquí otro ejemplo. Hacer las cosas con los pies, escribió, «es expresión grosera e injuriosa para quienes se ganan el 20

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pan de cada día utilizando dichas extremidades, como sería el caso de futbolistas, patinadores, atletas, carteros y balletistas, entre otros oficios dignos de respeto». Blas Bielsa se había propuesto renovar el contenido de cuanta voz, locución y frase ambigua encontraba. Debió de descubrir que la realidad es a menudo equívoca, que a menudo los sentidos nos engañan y que siempre hay una manera distinta de ver las cosas. Y con el noble y deseable fin de desnudarlas, se dedicó sin freno ni pausa a la tarea justo cuando su cerebro le empezaba a fallar. Si las cosas no son como creemos que son, escribió, sino como las percibimos, y las personas no son lo que parecen, ¿cómo pretender que las palabras lo sean? De ahí que Blas no se detuviera ante lo políticamente incorrecto y que muy pocos se libraran de sus censuras y críticas. El resultado fue este fárrago de locuciones y voces que he ordenado lo mejor que he podido, esta especie de glosario inconcluso que invita a pensar las palabras antes de pronunciarlas. (Blas dejó, por cierto, escrito en un kleenex que, antes de hablar, uno debería pelar en silencio una bolsa de pistachos.) Aunque tengo la impresión de que lo que en realidad pretendía era armar un crucigrama semejante a los que escribía en su adolescencia, solo que de mayores dimensiones. Para más inri, Blas no ponía los acentos en su sitio y le importaba un pito cambiar una b por una v, pues concedía menos importancia a la Gramática 21

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que a la Fonética. «El lenguaje entra por los oídos, no por los ojos», escribió en una entrada de cine. «No hablamos con puntos ni comas. Tampoco con mayúsculas ni minúsculas. Los paréntesis los hacemos con las cejas, y las comillas, con los dedos. A decir verdad, no hablamos con palabras, sino con sílabas que separamos o unimos o pronunciamos en forma indebida. Y esa es la razón de que haya en el mundo tantísimo malentendido». Por berenjenales parecidos anduvo alguna vez García Márquez, lo mismo que Juan Ramón Jiménez, dos premios Nobel de literatura. Pero Blas no era ningún Nobel y, al cabo, todo cuanto consiguió fue desbarrar y salirse de la maceta. Debo reconocer, no obstante, que a medida que avanzaba en la lectura de su ópera póstuma, cada palabra y cada frase me causaban un pequeño sobresalto, pues, esperando la definición habitual de las mismas, venía a encontrarme con otra imprevisible. Fue algo así como crear de nuevo el mundo, o redescubrirlo con nuevos significados, una experiencia cercana a perder la cordura dándose uno cuenta de ello. Tal vez Blas padecía de dislexia asociada a algún tipo de demencia que desconozco, pues Helen no la mencionaba en su carta. O quizás quiso esconder tras el sarcasmo realidades que se nos escapan, sea porque las palabras se han quedado dormidas o porque la comunicación humana ha alcanzado una penosa sordera. Quién podría asegurarlo. En todo caso, aquí están sus malentendidos y equívocos. Yo me he 22

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limitado a transcribirlos, corrigiendo algunos errores de forma y recurriendo al alfabeto a fin de ordenar el trabajo y dar alguna secuencia al texto. A todo ello he agregado unas fotos que subrayan, no solo que las palabras son ambiguas, sino también las imágenes, que lo que vemos alrededor no siempre es lo que aparenta y que lo mismo que hay ilusiones verbales también hay ilusiones ópticas. Pase página el lector, adéntrese en el libro y juzgue. Y al término de su inmersión en el barullo decida si lo que ha leído ha sido un abracadabrante texto plagado de insensateces, una invitación a pensar las palabras que decimos, un desafío a la lógica del lenguaje o una humorada de Blas Bielsa. Lo digo por esta frase suya que hallé escrita en el dorso de un estado de cuenta de su tarjeta de crédito: Todo empezó en el Paraíso, donde la palabra era el privilegio de solo cuatro seres: Dios, la serpiente, Adán y Eva. Y algún equíboco debió de haber habido entre ellos, y que el Génesis calló —aparte de otras ocultaciones y tapujos— pues desde entonces no hay modo de que los seres humanos se entiendan.

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Los equíbocos V

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A Ambigüedad caballar

abigarrado p Dícese del individuo que pende colgado de una viga. abraso p Tórrida sensación que experimentan los amantes al darse un apretón. abrazadera p La que tiene lugar en Nochevieja o cuando la selección nacional marca un gol. abusar p Asaltar un bus con arma blanca o de fuego. Abuya p La ruidosa capital de Nigeria. 27

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acáparar p En América del Sur, señal de tráfico que indica la obligación de detener el automóvil y que debería generalizarse a todos los países de habla hispana con el fin de erradicar el anglicismo stop. aceituna p Plato fusion de la cocina mexicana elaborado a base de frutos de nopal y aceite de oliva. actividad extractiva p Aplícase a la persona alborotada y de mal asiento que ha caído en la trampa del trajín y de la prisa. acuñación p Inevitable parentesco que acaece cuando el hermano o la hermana de uno se casa con otra persona. ademanes p Manera con que el gangoso se refiere a los nacidos en Alemania. adobar p Aderezar la carne con tochos de arcilla secados al sol. adviento p Tiempo de ventoleras y remolinos que precede a la Navidad. aeropagita p Paja ligera y menuda que sale aventada de la trilladora cuando se separa del trigo. afilador p Suboficial de las Fuerzas Armadas encargado de poner en fila a los reclutas. 28

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Agarraguirre p Apellido de un famoso usurero de origen vasco. agitprop p Estrategia de agitación y propaganda de un partido comunista. agitpulp p Nombre que los activistas de Agitprop daban a la agitación y propaganda que se hacía años atrás desde los púlpitos. aguacero p Término contradictorio que describe justo lo contrario de lo que quiere decir. ahorita p En México y Centro América, adverbio de inmediatez y apremio más urgente que lueguito, pero menos que ahoritita. ajá p Interjección que significa entiendo. ajajá p Interjección que significa ahora lo entiendo mejor. Ajax p Héroe de la Ilíada cuyo rasgo más acusado era la blancura de su ropa y el olor a limpio que despedía en las batallas. ajo p Bulbo muy utilizado en la cocina popular que, debido a su desagradable olor, se acabaría utilizando a modo de sufijo en algunas de las palabras más despreciativas del idioma, como andrajo, gargajo, esca29

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rabajo, legajo, pingajo, escupitajo y espumarajo. Tal es la razón también de que don Quijote le aconsejara a Sancho: No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. La nobleza agregaría más tarde este sufijo a la palabra trabajo, dada la aversión que dicho estamento social ha tenido desde antiguo a ganarse el pan con el sudor de su frente. ajuar p Costumbre mexicana de gritar reiteradamente ajúa cuando se está muy contento. alabanza de pagos p Loa y expresión de gratitud que se hace a las personas que pagan con puntualidad sus deudas. p 2. Forma en que el economista disléxico escribe Balanza de Pagos. alabarse p Imperativo de las madres cuando ordenan a sus hijos que se laven las manos antes de comer. alalá p Invocación al Todopoderoso de un musulmán tartamudo. ¡albino, albino! p Grito de guerra de parranderos y juerguistas. albon diga p Locución usada por la recepcionista de la firma de cosméticos Albon cuando contesta el teléfono. a la intemperie p Situación en que los habitantes de 30

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un país suelen quedar cuando, sistemáticamente, un gobierno gasta más de lo que ingresa. alambre espigado p El que se utiliza para cercar fincas y campos de trigo. albañil p Dícese del color índigo del firmamento poco antes del amanecer. alcista p En los países nórdicos europeos, cazador de rumiantes de gran tamaño parecidos al ciervo. alentar p Atrasar, posponer, hacer con lentitud las cosas. alivio p Título de una oda clásica de autor anónimo, escrita en homenaje al emperador Tito Livio. algunear p Acción parecida a ningunear, solo que menos excluyente. almacenada p Principio vital o potencia del ser que ha concluido la última comida del día. almeja p Alma insignificante y de poco valor. alopecia p Propensión genética a la caída del cabello entre individuos de apellido López. alquilar p Vender frutas y verduras al quilo. 31

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alta mar p Masa de agua salada situada en un lugar elevado como, por ejemplo, una montaña, motivo por el que a los pasos entre este tipo de formaciones geológicas se les da el nombre de puertos. altibajos p Voz desconcertante y peregrina, pues no indica con claridad la estatura de los individuos a los cuales se refiere. alto p Agravio comparativo en que incurre un policía cuando ordena detenerse a un señor bajito. amatista p Cuarzo de color violáceo, habitual en los anillos de los obispos. Se considera un símbolo de modestia, la virtud más distintiva y admirada de estas jerarquías. ambiguo p Voz derivada del francés ambigu, que significa bufé, a la que se recurre para describir el estado de ánimo irresoluto y pasmado que ocasiona ver tanta manduca, tanta vianda y tanto condumio juntos. ambre p Necesidad primaria del ser humano, que le lleva a comer igos, ongos, elados, ortalizas, uevos e ígado encebollado, pues, como ya advertía Gómez de la Serna, los hambrientos se comen hasta las haches. Ambrosia p Nombre de la cocinera que preparaba en 32

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el Olimpo los postres y las bebidas a los dioses. Ambrosio p Bandolero andaluz del siglo XIX, famoso por cierta carabina con la cual apuntaba, pero nunca disparaba, y cuando lo hacía era tan precisa como una escopeta de feria. anales p Preparados farmacéuticos, llamados también supositorios, creados por el historiador romano Tácito (véase su obra Annalium ab excessu), y que se introducen por el recto con propósitos medicinales. ananás p La fruta preferida de Caifás. andar de boca en boca p Morreo, besuqueo, actividad incorregible de los besucones y las besuconas. p 2. Ir de La Boca, en Buenos Aires, a la boca del Orinoco, de ahí a Boca del Río, en México, luego a Boca Ratón, en la Florida, y así sucesivamente. andante cantabile p Anotación musical que por semejanza se aplica a toda persona que canta un aria de ópera mientras da un paseo por la calle. antecedente p Individuo de carácter débil. propenso a ceder antes de que lo haga el competidor o el adversario. antenista p Persona que se dedica a jugar al tenis en tejados y azoteas. 33

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anticuario p Edificio antiguo donde se exhiben peces y otros animales acuáticos. antillas p Postre elaborado a base de leche, huevos y azúcar, propio de las islas del Caribe. antillano p Montañés, persona tozuda que se resiste a vivir en planicies o sabanas. antipasto p Suplemento dietético que se administra a las vacas lecheras para que no se excedan de peso. antipática p Defecto de la persona que nos lleva siempre la contraria, corrige todo lo que decimos y no nos da la razón en nada. (Véase razonable). antisemita p Persona que está en contra del consumo de cierto pastelillo dulce relleno de guayaba, piña u otras frutas, típico de América Central. apaga y vámonos p Indirecta o insinuación que se hace al compañero de mesa para que pague la cuenta del restaurante. a pecho descubierto p Danza ejecutada en clubs y centros nocturnos por jovencitas de buen ver. apestado p Dícese de la pasta que ha sido aderezada con demasiado pesto. 34

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aplicar [y derivados] p Anglicismo que se intercambia alegremente con el verbo español solicitar en expresiones tales como: la doña le solicitó al atrevido una bofetada. O bien: el doctor me solicitó una pomada en la herida. O los empresarios aplicaron al Gobierno que bajara el IVA. O llamó Fulano y dijo que quería aplicarte un favor. O tu maestra me ha dicho que tienes que ser más solicitada. apostar p Perversión de la conducta humana que consiste en hacer daño a posta. apóstata p Individuo que ha sido operado de la póstata. arameo p Voz con la que esta lengua muerta describía cierta función fisiológica. arbitrio p Decisión del arbitro de fútbol que, en lugar de pitar faltas o sacar tarjetas a los jugadores, les castiga con tributos, contribuciones y tasas municipales. arcón p Nombre afectuoso y familiar con el que los habitantes de St. Louis Missouri designan el Gateway Arch, emblema e icono de dicha ciudad. armario p En Israel, México, Afganistán e Irak, mueble casero donde se guardan las armas. arrasar p Rito mediante el cual, durante la ceremonia de bodas, los novios se entregan y reciben mutua35

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mente trece moneditas de oro. artesonado p Expresión musical, pictórica o de otra índole artística que causa general admiración. asadura p Asidero de madera, hierro, aluminio u otro metal contundente. árbol de levas p Planta perenne de tronco leñoso que crece en el motor de un automóvil. Arjona p Ciudad de la provincia española de Jaén, al otro lado del Sol, donde hay una casa de locos y una abarrotería del amor, te enseñan a hacer a un lado el pasado, el tiempo se esconde en una botella, la gente amanece con pingüinos en la cama, hay mucho gitano cubano, nadie sabe a donde va y a las damas cuarentonas les dicen señoras de las cuatro décadas. arrobado p Individuo con una o dos arrobas de más. artificial p Dícese de todo lo que es obra de un artífice. Por ejemplo, el David, de Miguel Ángel, es una obra muy artificial. astrodromo p Lugar del espacio exterior donde se celebran emocionantes carreras de estrellas fugaces, meteoritos, asteroides y cosas así. 36

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astrónomo p Gastrónomo al que se le ha caído la g del gazpacho. atacable p Reparación chapucera y peligrosa del tendido de energía eléctrica. ateneos p Sujetaos a (cargad con) las consecuencias. atílico p Perteneciente o relativo a un famoso caudillo del siglo V que procedía de las estepas asiáticas y era muy dado a las bebidas atílicas. a tontas y a locas [hablar] p Expresión con que el machismo vulgar se suele referir a las mujeres y a los homosexuales. atorarse p Darse tal atracón de rabo de toro que resulta imposible franquear las puertas. atracón p Desvalijamiento, asalto mayúsculo. P. e.: el gran robo al tren de Glasgow. auditor p Dícese de la persona que conduce un Audi. auto de fe p Esperanza, si bien incierta, de que el vehículo usado que acabamos de comprar no tenga ningún defecto. autoestima p Estado anímico del individuo que acaba de adquirir un BMW. 37

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aunar p Entrecortado y angustioso trance del tartamudo cuando se esfuerza vanamente en pronunciar la palabra aún. avalorio p Documento adornado de perifollos, lentejuelas, colgantes y guilindujes con el que se avala el pago de una deuda. avellana p Ave sencilla y sin muchas pretensiones. avería p Daño ocasionado en un arrozal o un viñedo por una bandada de gorriones. Avicena p Filósofo persa que puso de moda comer pollo para cenar. avezado p Individuo desmañado y torpe a quien, solo a veces, le salen las cosas bien. aviso p Mensaje o anuncio publicitario de una conocida firma de alquiler de automóviles. avispado p Aspecto y condición de una persona tras ser atacada por un enjambre de estos peligrosos insectos. axioma de Carlyle p (También conocido por la paradoja inequíboca). En toda comunidad humana, la sabiduría colectiva es el resultado de sumar las respectivas ignorancias de todos sus individuos. 38

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axioma de Blas Bielsa p En toda asamblea parlamentaria, si un diputado dice algo inteligente, lo común es que sea pitado, abucheado —y posiblemente apedreado—, por la inteligencia colectiva de aquella. axioma de Russell p (Llamado también el apotegma inequíboco.) El hecho de que en una democracia millones de personas aprueben una estupidez no significa que por eso deje de ser una estupidez. ayuntamiento p Aplícase al encuentro carnal entre una mujer y una varón, autorizado por una corporación municipal. azucarero p Denuesto que el consumidor espeta al fabricante de azúcar cuando este último sube el precio.

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