Literatura real

20 sept. 2013 - Los nueve escritos de Sergio Chejfec. (Buenos Aires, 1956) que recoge ... Botana y Silvia Molloy, entre
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Viernes 20 de septiembre de 2013 | adn cultura | 11

Lethem y la izquierda

recién publicada en Estados Unidos, la nueva novela de jonathan lethem, Dissident Gardens, recorre la historia familiar de tres generaciones de izquierdistas estadounidenses. la crítica janet Maslin, que habló favorablemente del libro aunque objetó la construcción de los personajes, empezó su crítica en the new York times con una imagen de gusto discutible aunque difícil de olvidar: “Una novela cargada con la energía humana de un vagón de subte repleto”.

El ExtranjEro

narrativa arGEntina

Literatura real Los variados relatos de Modo linterna narran el mundo con un tono perplejo que ancla en la densidad de la experiencia a través de personalidades de geografías diversas, el historiador redondea su búsqueda del intelectual hispanoamericano en el siglo xix los intereses que lo llevaron a esa temática y poniendo de relieve los diálogos y debates que mantuvo con Hilda Sabato, Juan Carlos Korol, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Ezequiel Gallo, Roberto Cortés Conde, Natalio Botana y Silvia Molloy, entre otros, varios de ellos en el marco del renaciente Instituto Di Tella. Ese prólogo es de por sí una pieza inevitable en la lectura del libro, puesto que en él Halperin Donghi descubre los diversos aspectos de su inquirir acerca del perfilamiento del intelectual hispanoamericano, desde su temprano libro sobre Esteban Echeverría hasta los multifacéticos estudios posteriores. Allí el autor reconoce el impulso que dio a su inquietud la aparición del libro La literatura autobiográfica argentina de Adolfo Prieto. En páginas posteriores, realiza una sintética aunque profunda señalización de su pensamiento en los primeros años luego de su exilio en 1966, síntesis que culmina en su decisión de enfocar la temática de la intelectualidad hispanoamericana en un libro. La figura de Fray Servando (“Precursor, mártir y triunfador glorioso”, como reza el título del primer capítulo) le sirve a Halperin Donghi para ilustrar el pasaje de lo que sería el típico letrado colonial al intelectual moderno. Fray Servando fue duramente atacado por la Inquisición después de que produjera un cataclismo entre las filas cristianas al enaltecer a la Virgen de Guadalupe con el nombre indígena de Tonantzin. Castigado con destierro y prisión, Fray Servando fue presa de una creciente furia que se transmitió en sus escritos. Finalmente, después de años de tremenda lucha, Fray Servando alcanzó su apoteosis al morir, ya que sus restos fueron acompañados por una multitud que, por esa época, raramente se veía en el acompañamiento de un sepelio. El deán Gregorio Funes es la figura central del siguiente capítulo, titulado “Letrados en revolución”, donde Halperin Donghi muestra las complejas facetas de un religioso que tan-

to en su natal Córdoba como en Buenos Aires avanzó en su comprensión de las tormentas que sacudían subterráneamente el territorio colonial. Más adelante, el autor se ocupa de otros integrantes de la familia Funes ya en épocas posteriores a la Independencia. El autor también resalta los vínculos que Funes había tenido con Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Juan José Castelli. Recuerdos de provincia y Sarmiento ocupan a continuación la atención de Halperin Donghi, que luego se concentra en Samper, Alberdi, Guillermo Prieto y Lastarria. A través de estas personalidades de geografías diversas, el consagrado historiador redondea su búsqueda de ese perfilamiento del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX. En el epílogo, Halperin Donghi encuentra un tema común en la mayoría de los autores de los cuales se ocupó: la sensación de desencanto “tras descubrir que el nuevo orden que habían contribuido a instaurar no les había reservado el lugar que se habían creído destinados ocupar en él”. El autor señala que sólo Guillermo Prieto no sufrió tal desilusión pues no había compartido las esperanzas que tuvieron los demás. Y describe cómo esa desilusión e incluso la cólera desatada en ellos no les permitió ver que la intelectualidad se había ampliado en el transcurso de sus vidas hasta integrarlos en un nuevo paisaje donde no eran los únicos protagonistas. A partir de allí destaca el papel de los poetas y los periodistas, muchas veces encarnados en la misma persona, y pone de relieve el lugar de José Martí en la configuración de una nueva propuesta intelectual en la voz de los poetas. Pero Halperin Donghi no mantiene su atención en el cubano sino que dedica el resto de las páginas del epílogo a Rubén Darío, tanto en su rol de poeta como en el de periodista: fue durante años corresponsal periodístico de La NacioN, altamente apreciado por Bartolomé Mitre. Halperin Donghi descubre en Darío la figura de un intelectual multifacético que reúne al poeta consagrado, al periodista y al diplomático. C

Modo linterna Sergio chejfec

Entropía 222 páginas $ 85

Pedro B. Rey La nacion

L

os nueve escritos de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) que recoge Modo linterna son, según indica la portada del libro, cuentos. La designación genérica desconcierta, pero permite leer estas notables narraciones híbridas, que entrecruzan crónica, ficción y divagación ensayística, bajo una clave iluminadora. El minucioso relevo sobre la disposición urbanística de un suburbio norteamericano (“Donaldson Park”) o la meditación narrativa sobre el cuidado de los dolientes (“Los enfermos”) sugieren, al ser leídos como cuentos, una promesa de resolución que los dota de carga dramática involuntaria. Sólo “Vecino invisible”, que inaugura el volumen, participa de manera evidente de los ingredientes fabulatorios que convienen al cuento: en él, el narrador retorna a su departamento en la ciudad de Caracas tras visitar en los Andes venezolanos a la singular artista Rafaela Baroni. El mismo Chejfec, que hoy reside en Nueva York, vivió durante años en el país caribeño y escribió un libro sobre la tallista, sanadora y vidente. Podría atenerse a una memoria sobre la visita, si no fuera porque las conversaciones sobrenaturales que mantuvo con Baroni quedan titilando en el narrador como un resto diurno: la presencia fantasmal de vecinos invisibles y una bolsita de estraza, que recuerda una máscara, causan un inesperado efecto jamesiano. Los personajes o las voces de Chejfec son proclives al movimiento. Las últimas novelas del autor (Mis dos mundos, La experiencia dramática) consisten de hecho en caminatas, memorables por su falta de acontecimientos decisivos y por la trama de observaciones que

enlazan. No es ilícito vincularlas con los libros de W. G. Sebald (que también jugaba con la denominación genérica y llamaba “novela” a sus artilugios narrativos), aunque las precisiones del autor argentino tienden a enrarecer el mundo, a extranjerizarlo, y no a reafirmarlo en la melancolía de una cultura en ruinas. En Modo linterna, hay bruscas transiciones de ámbitos y paisajes entre relatos, aunque esto no implique el menor pintoresquismo. La población estadounidense que supo de días épicos y hoy está venida a menos (“Hacia la ciudad eléctrica”), la disección poética de la nieve (“El seguidor de la nieve”) no contrastan necesariamente con el montañoso entorno tropical de un encuentro de escritores (“Novelista documental”) o con los barrios de Buenos Aires en los que se busca detectar, por medio de viejas guías telefónicas, el domicilio de algunos autores argentinos en el lejano 1939 (“El testigo”). En su vano intento de sacarse una foto con unas guacamayas, uno de los narradores le explica a un interlocutor: “La novela, le digo, puede ser ficción, leyenda o realidad, pero siempre debe estar documentada. Sin documento no hay novela, y yo preciso esta foto con las guacamayas para poder escribir sobre ellas y yo; porque de lo contrario cualquier cosa que ponga carecerá de profundidad, no dejará estela”. La densidad de la experiencia, el peso de lo real, es una condición sine qua non de la escritura de Chejfec, que acopia hechos nimios, anotaciones, reflexiones y un velado coleccionismo de curiosidades (¿será cierto, como dice, que en la pequeña Islandia, a falta de un gran mercado, los libros se publican sólo antes de las Navidades?). El desinterés por el argumento en sentido clásico termina por producir narración en estado puro y, a veces, en su sobriedad, escenas perfectas. El encuentro, por ejemplo, entre el escritor catalán Enrique Vila-Matas y el árbitro argentino Horacio Elizondo (aquel que expulsó en una final de mundial a Zinedine Zidane) en el hotel donde se desarrolla el congreso literario de “Novelista documental”. O la búsqueda, en “Una visita al cementerio”, del lugar en París donde está enterrado Juan José Saer. A los amigos que emprenden la cruzada les cuesta encontrar el nicho, pero, al fin, gracias al “modo linterna” de un celular, rodeados de oscuridad, dan con él. La perplejidad de encontrarse otra vez frente a un autor clave para la propia concepción de la literatura se convierte en un homenaje sin estridencias, como debe ser. C