Las voces del silencio

21 oct. 2013 - dos, Brasil, Japón, Francia, Italia, Portugal o Reino ... así el himno nacional argentino en un ... cemos
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OPINIÓN | 17

| Lunes 21 de octubre de 2013

lÍderes de la web. En China, Rusia y Cuba, el trabajo oculto y muchas veces

arriesgado de los blogueros ha llevado un soplo de libertad que movilizó a sectores sociales sumidos en la apatía y el conformismo

Las voces del silencio Mario Vargas Llosa —PARA LA NACION—

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nUEVA YORK

unque no soy un usuario entusiasta de Internet, reconozco que su aparición ha hecho crecer de una manera notable la libertad de expresión en el mundo y ha infligido un golpe casi mortal a los sistemas de censura que los gobiernos autoritarios establecen para controlar la información e impedir las críticas. Me ha convencido de eso Emily Parker, antigua periodista de The Wall Street Journal y de The New York Times, que en un libro de próxima publicación en los Estados Unidos pasa revista a la revolución que han significado la Web y las redes sociales en China, Cuba y Rusia en el campo de la información. Su libro se titula Now I Know Who My Comrades Are (Ahora sé quiénes son mis camaradas), se subtitula Voices from the Internet Underground (Voces de Internet clandestino) y, aunque es un reportaje documentado y riguroso, se lee con la excitación de una novela de aventuras. Emily Parker habla mandarín y español, ha conocido y entrevistado a la mayor parte de los blogueros más influyentes y populares en aquellos tres países, y se mueve con total desenvoltura en el mundo de catacumbas en el que suelen operar, desde el cual han establecido las relaciones digitales que los conectan con el mundo y desde el que han devuelto la esperanza de progreso y de cambio democrático a decenas de miles de sus compatriotas que, antaño, vivían paralizados por la apatía, el miedo y el pesimismo. Hace tiempo que no leía un libro tan entretenido y a la vez tan estimulante para la cultura de la libertad. No se crea que Emily Parker idealiza excesivamente a los personajes que pueblan su libro, presentándolos a todos como esforzados paladines del progreso y desinteresados idealistas, dispuestos a ir a la cárcel y hasta perder la vida en su lucha contra la opresión. Nada de eso. Junto a admirables luchadores guiados por convicciones y valores principistas, hay también oportunistas y casquivanos, así como aventureros y escurridizos de inapresable filiación y, acaso, hasta infiltrados y espías del gobierno. Pero todos ellos, queriéndolo o no, haciendo lo que hacen, han logrado que retrocedan y a veces se volatilicen los frenos y controles que permitían a las dictaduras manipular la información y han conseguido que en la gris monotonía de esas sociedades embridadas de pronto las verdades oficiales pudieran ser cuestionadas, desmentidas, reemplazadas por

verdades genuinas, y que el silencio se llenara de voces disidentes y un aire renovador, juvenil, esperanzado, y empezara a movilizar a sectores sociales que hasta entonces parecían petrificados por el conformismo. Si el testimonio de Emily Parker es exacto, y yo creo que lo es, de los tres países sobre los que escribe, donde la revolución digital ha producido mayores cambios y donde éstos parecen haber alcanzado una dinámica difícil de atajar es en China, en tanto que en Cuba los cambios son menores y más susceptibles de ser víctimas de una regresión. Rusia parece dar manotazos en un mar de incertidumbre en el que cualquier cosa puede ocurrir: un discurrir violento hacia más libertad o un retroceso no menos traumático y veloz hacia el autoritarismo tradicional. Una de las conclusiones más alentadoras de este ensayo es que la revolución tecnológica que hizo posible Internet no sólo es un arma poderosa para combatir a las dictaduras; también, para dar un derecho a la palabra a los ciudadanos comunes y corrientes en las sociedades abiertas de modo que el derecho de crítica deje de ser una prerrogativa de ciertas instituciones y órganos de expresión, y pueda extenderse y subdividirse sin límites, exponiendo a la vigilancia y la crítica del conjunto de la sociedad a los propios medios de comunicación. De esto puede resultar, desde luego, una cierta anarquía informativa, pero, asimismo, un sistema en el que la libertad de expresión esté permanentemente sometida a prueba y a perfeccionamiento y discusión. Los blogueros, talentos y genios de las redes sociales suelen ser tan extravagantes y pintorescos como los artistas –con sus manías, estilos y ambiciones– y uno de los grandes méritos de Emily Parker es retratarlos en su libro no sólo prendidos a sus ordenadores y enviando sus mensajes a través del éter a la miríada de invisibles seguidores y amigos con que mantienen contactos digitales, sino en la intimidad familiar, en los cafés o antros donde se refugian, en el seno de sus familias, en los mítines políticos que promueven o en los escondites donde suelen desaparecer cuando son perseguidos. Eso hace que este libro esté lleno de color y de vida plural, donde la política, la cultura, los problemas sociales y econó-

Todos ellos han logrado que las verdades oficiales pudieran ser cuestionadas y desmentidas micos no aparecen nunca como realidades abstractas y desencarnadas, sino humanizados en individuos de carne y hueso, con sus grandezas y miserias y en unos contextos que permiten medir mejor los logros que han obtenido, así como sus fracasos. Algunos de estos personajes se quedan en la memoria del lector con la vivacidad y el dinamismo de los protagonistas de una novela de Joseph Conrad o André Mal-

raux. Por ejemplo, los chinos Michael Anti (Zhao Jing) y He Caitou, los cubanos Laritza Diversent, Reinaldo Escobar y Yoani Sánchez, y el ruso Alexéi Navalni aparecen en estas páginas con unos perfiles tan dramáticos y notables que parecen provenir más de la ficción que de la pobre realidad. Navalni, sobre todo, cuya historia ha dado ahora la vuelta al mundo gracias a su última peripecia que lo llevó a la cárcel y lo sacó de ella para ser candidato a la alcaldía de Moscú, en unas elecciones en las que obtuvo tres veces más votos que los que predecían las encuestas (y probablemente muchos más que los que dijeron los resultados oficiales). Es un milagro que Alexéi Navalni esté todavía vivo, en un país donde los perio-

distas muy críticos del régimen que preside el nuevo zar, Vladimir Putin, suelen morir envenenados o asesinados por hampones, como la valiente Anna Politkovskaya. Sobre todo porque Navalni comenzó su carrera de bloguero denunciando con pruebas inequívocas las corruptelas y tráficos delictuosos de las grandes empresas (privadas o públicas) y exhortando a sus usuarios o accionistas a emprender acciones legales contra ellas en defensa de sus derechos. No sólo sigue vivo, después de haber calificado a Rusia Unida, el partido de gobierno, de “El Partido de los Estafadores y Ladrones”, sino que se ha convertido en una verdadera fuerza política en Rusia: ha convocado manifestaciones de oposición con asistencia de decenas de miles de personas y es una figura internacional, que habla varios idiomas, domina gran variedad de temas, e impresiona por su simpatía y su carisma. En las páginas de este libro descuella sobre los otros disidentes por su apostura, su elegancia, pero también porque es imposible precisar en su caso dónde comienzan y dónde terminan sus ambiciones, sus convicciones y sus principios. No hay duda de que es excepcionalmente inteligente y valiente. ¿Pero es también un demócrata genuinamente guiado por un afán de libertad o un populista ambicioso que detrás de todos los riesgos que corre esconde sólo un apetito de poder y de riqueza? Leyendo este libro es difícil no sentir una gran tristeza por ver los estragos que el totalitarismo ha causado en China, Cuba y Rusia. Todos los progresos sociales que el comunismo pudo haber traído a sus pueblos no compensan ni remotamente el atraso cívico, cultural y político en que los ha sumido, y los obstáculos que ha sembrado para que puedan aprovechar sus recursos y alcanzar el progreso y la modernidad en un ámbito de coexistencia democrática, legalidad y libertad. Es clarísimo que ese viejo modelo está muerto y enterrado, pero, aun así, librarse de él definitivamente les significará tiempo y sacrificios. El libro de Emily Parker muestra el invalorable servicio que ha venido a prestar en esta tarea Internet, la gran transformación de las comunicaciones de nuestro tiempo. © LA NACION

lÍNea dIreCTa

El sello del progresismo Luis Gregorich —PARA LA NACION—

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a lectura del documento N° 14 del grupo de intelectuales oficialistas conocido como Carta Abierta permite rastrear algunas novedades respecto de entregas anteriores. No debemos ilusionarnos: la línea ideológica sigue siendo la misma, ligada férreamente al neopopulismo de diversas procedencias (Laclau predomina sobre Jauretche). Por supuesto, la exaltación voluntarista de las hazañas políticas y sociales de los gobiernos kirchneristas está en el primer plano. Las ligeras autocríticas insinuadas bordean la hipocresía, porque son un argumento más para sostener que el rumbo es correcto. Empecemos con un cambio positivo. Se ha reprochado a los redactores anónimos de los documentos de Carta Abierta –estuvimos entre los primeros en hacerlo– la densidad barroca de su escritura, que parecía colisionar con la necesidad de claridad y concisión de un texto político. No es que defendiéramos una prosa anodina y simplista, sino que echábamos de menos un formato más racional. Ahora, el grupo parece haberse sensibilizado ante las críticas y ha producido una pieza más accesible, ya no tan autocomplaciente ni pródiga en acrobacias verbales. Hay otro rasgo o componente de este documento que constituye casi una revelación psicoanalítica, en la medida en que aparece y reaparece en todo el texto, como infiltrándose más allá de la voluntad de los redactores. Ya se conoce el épico combate de Carta Abierta contra la “derecha” y las malditas corporaciones, entre las que sobresalen las empresarias y las mediáticas. Lo nuevo aquí es la señalización casi obsesiva de un amigo/enemigo al que, al mismo tiempo, se denuncia y se añora: el progresismo y la centroizquierda que no están en el kirchnerismo, y que a su vez lo denuncian y rechazan.

Un atento recorrido por el documento, que se presenta como parte del arsenal ideológico oficial ante las próximas elecciones legislativas, sostiene nuestra tesis. Algunas citas, no exhaustivas, lo certifican. Desde el comienzo el documento se refiere a los “neoprogresismos reaccionarios”. Enseguida condena la “feroz campaña” de quienes “suelen identificarse con posiciones progresistas”. Esto no basta: sigue con una ironía sobre “los eternos buscadores de una república virtuosa”, también definidos como “heraldos de los valores republicanos”, que en realidad “asumen como propias… las críticas más despiadadas e injustas… construidas en el laboratorio de la derecha corporativa”. El bombardeo continúa: “Detrás… de retóricas progresistas buscan seducir a ciudadanos” que se ven atrapados por sus “estrategias reaccionarias”. Por si no era suficiente, se agrega: “…muchos de los que eran portadores de una estrategia «progresista» no hacen más que trabajar a favor de la ola liberal conservadora”. Esos “progresistas… han atacado las opciones populares sudamericanas”. Estaba todo dicho, pero persistía la voluntad de decirlo otra vez: “…la vocinglería opositora […] aunque luzca «centroizquierdista», confraterniza con el intento oligárquico”, y la “declamación de los derechos” corresponde a esos “falsos centroizquierdistas”. Lo único que hay es “la derecha opositora, en sus versiones burdas, o travestidas de «centroizquierdismo»”. También puede hablarse, si se quiere ir más lejos, de “el antiguo cuño de una extraviada progresía liberal”. ¿Por qué esta disputa tan agresiva y reiterada por esas palabras: progresismo, centroizquierda? ¿Es el reclamo de una identidad usurpada? ¿Por qué los que ejercemos la crítica al gobierno nacional desde esas posiciones (llámense centroizquierda o socialdemocracia) no somos, para los

intelectuales kirchneristas, más que una recua de infelices que, conscientemente o no, transmite al pueblo las consignas y los proyectos de la nunca saciada oligarquía? ¿Acaso porque estamos en desacuerdo con el régimen de partido único en Cuba, o con la ley de prensa en Ecuador, o con el realismo mágico que gobierna Venezuela, junto con la inflación, la escasez y el delito en las calles? O tal vez por nuestro candoroso apoyo al respeto por la ley, a la calidad institucional, a la división de poderes, a la justa redistribución del ingreso, a la adecuada inserción en el mundo global, a la libertad y la igualdad realimentándose la una a la otra, todo lo cual para nuestros colegas de Carta Abierta no es otra cosa que un catálogo abstracto de forzado europeísmo y de buenas intenciones, frente a las cuales el populismo revive la concreta tradición de los viejos caudillos y las masas obedientes. ¿Pueden de verdad disputar el sello del progresismo? Desde las poltronas del poder, insertados cómodamente en la estructura del Estado, sólo les cabe ejercer el aplauso, sea éste discreto o ruidoso. Y lo único viable es la crítica de la crítica, el silencio frente al país real, conducido por millonarios rentísticos. El país de los cortos plazos, del autoritarismo, del centralismo sofocante, de las mentiras estadísticas y de la corrupción. Deberían debatir sinceramente con la centroizquierda, no demonizarla. La pelea por los rótulos y fuerzas sociales ajenos forma parte también de las mutaciones estratégicas peronistas, cuya hegemonía se construye con la derecha neoliberal en los 90 y pretende hacerlo ahora, en un escenario mundial diferente, con el progresismo y la centroizquierda. Las repeticiones exasperadas del último documento de Carta Abierta indican que algunos, unos cuantos, todavía resistimos ese intento. Nadie sabe cuál será la próxima mutación peronista. © LA NACION

En Panamá, el comienzo de otra fiesta inolvidable Graciela Melgarejo —LA NACION—

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a RAE estrenó ropaje nuevo para la gran fiesta de la lengua: con la versión beta de su sitio lista (en www.rae.es), dio comienzo ayer en Panamá al VI Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se extenderá hasta pasado mañana, miércoles 23, y cuyo lema es «El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur». Este congreso en particular se propone ambiciosamente, como corresponde, “analizar el pasado, el presente y el futuro del libro escrito y publicado en lengua española”, y, entre muchos otros temas, se discutirá sobre la industria del libro, las ediciones digitales y los libros electrónicos, los canales de distribución, la propiedad intelectual y los derechos de autor, y cómo abrir lectores al idioma. Hay 200 expertos y creadores procedentes de todo el ámbito hispanohablante –también, de Guinea Ecuatorial y Filipinas, y otros países como los Estados Unidos, Brasil, Japón, Francia, Italia, Portugal o Reino Unido–, invitados expresamente por los organizadores, que presentan distintas ponencias. Como las sesiones del CILE (http://virtual.cile.org.pa/), tanto plenarias como paneles simultáneos, son abiertas, se espera que haya mucho público interesado en presenciarlas. Los argentinos estamos representados por el presidente de la Academia Argentina de Letras (AAL), José Luis Moure –con su ponencia sobre “El libro entre el Atlántico y el Pacífico” –; la vicepresidenta de la AAL, Alicia Zorrilla, y también otros lingüistas, como la doctora Elena Rojas Mayer, de la Universidad de Tucumán. [Quizá para ir poniéndose a tono con el debate y marcar diferencias, el periodista e historiador Daniel Balmaceda

(@d_balmaceda) escribió hace unos días el siguiente tuit: “Pata coja (España), luche (Chile), trucamelo (Santo Domingo), rayuela (Argentina)”, es decir, distintos nombres que dan los hispanohablantes a uno de los juegos infantiles más populares de la historia, también inolvidable porque dio origen a la novela de Julio Cortázar.] Como uno de los temas por tratar en el CILE es “Creación, comunicación y traducción”, tal vez algún participante argentino pueda preguntar o debatir sobre el tema de la “traducción” de las películas habladas al español en otros países… en los que también se habla español. Un ejemplo muy reciente es la argentina Metegol, que se estrenó, en el recientemente realizado Festival Internacional de Cinede San Sebastián, como Futbolín, porque ésa es la palabra con que se designa al juego en España y porque los españoles se reconocen, con razón, los creadores de esta variante del fútbol de mesa. El periodista Carlos Omar Alvarado escribe a Línea directa un mail que bien podría titularse “Hombre atrapado por dos culturas” y es un buen cierre para esta columna de hoy. Cuenta Alvarado, a propósito de las lenguas en contacto: “En San Antonio, Misiones, una localidad fronteriza con Brasil, escuché cantar así el himno nacional argentino en un acto escolar: «¡Oíd, mortáis, o grito sagrado: liberdade, liberdade, liberdade!». Me quedé atónito y le pedí al camarógrafo que me acompañaba que lo grabara completo. Un verdadero documento de intercambio fronterizo”. © LA NACION [email protected] Twitter: @gramelgar