La vida plural de los otros

19 sept. 2009 - la elipsis, la alusión, la ironía y del ir y venir temporal, se muestra y se en- cubre lo que sucede. Se
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NARRATIVA ARGENTINA

La vida plural de los otros Con una trama centrada en cuatro mujeres, Lo que nosotras sabíamos, de María Inés Krimer, obra ganadora del Premio Emecé de Novela 2009, indaga de manera original en el problema de la responsabilidad civil durante la última dictadura militar POR LAURA CARDONA Para La Nacion

L

a última dictadura argentina ha generado, y genera todavía, relatos de registros muy diferentes, de acuerdo con el momento de su producción. Las narrativas contemporáneas a los hechos eran oblicuas, alegóricas o alusivas. A partir de 1982, se escribieron novelas apegadas al realismo, que narran torturas, secuestros, desapariciones; historias dolorosas, de fidelidades y traiciones, de campos de concentración, de militantes y ex militantes, de exilios; novelas que abonan la teoría de los dos demonios o ajustan cuentas con lucidez. Para citar sólo algunas: Recuerdo de la muerte (Miguel Bonasso, 1984), Villa (Luis Gusmán, 1995), El fin de la historia (Liliana Heker, 1996), Memorias del río inmóvil (Cristina Feijóo, 2001), Dos veces junio (Martín Kohan, 2002), A quien corresponda (Martín Caparrós, 2008), La casa de los conejos (Laura Alcoba, 2008). Esos textos intentan procesar aquella brutal experiencia y, a medida que transcurren los años, se encuentran formas de narrar o puntos de vista novedosos, hasta llegar a la desacralización de la figura del militante a través de la risa, como en La aventura de los bustos de Eva (Carlos Gamerro, 2004). A esta constelación de textos se suma Lo que nosotras sabíamos, la obra

de María Inés Krimer que ganó la 49° edición del Premio Emecé de Novela. Ambientada en aquellos años, concentra su acción en una villa construida por una poderosa empresa cementera ubicada en una ciudad del centro de la provincia de Buenos Aires. La villa es un barrio conformado por las casas de los solteros y la de las familias de los jefes y gerentes, cuya dinámica está supervisada por la omnipresente Condesa, la esposa del alemán dueño de la empresa, quien parece estar al tanto de todo lo que allí sucede, “como el Espíritu Santo”. La vida transcurre sin sobresaltos hasta que llegan “las nuevas”: Sonia, Diana, Estela y Norma. Casadas con jefes de la fábrica, una es bioquímica y va a la universidad, otra escribe, otra es docente, otra participa de la toma de una radio y toma sol desnuda. Todas exhiben un comportamiento sexual desprejuiciado y tienen conductas particulares, rebeldes a los ojos de las obsecuentes y chismosas mujeres de la villa. El primer intento de suicidio de Sonia abre el relato y dispara el recuerdo de los hechos, que parecen confundirse en el tiempo: “la memoria nos juega una mala pasada y nos terminamos preguntando si primero fue Sonia y después las otras o si todo sucedió al revés”. Quienes así hablan son las anónimas narradoras, que representan a las “buenas esposas” de los jefes, que no se metían en nada, no veían nada, e intentan en el presente ordenar y completar los acontecimientos, motivadas por las preguntas que hacen las alumnas de una facultad para escribir un informe sobre lo ocurrido en la cementera durante la dictadura. Los hechos que se irán reconstruyendo no deparan mayores sorpresas: el lector sabe que, a partir del golpe de 1976, algo ominoso se despliega en el lugar, vecino a un regimiento militar, con personajes inquietantes como el frío y rubio Alemán, con la progresiva eliminación de la representación sin-

Krimer ANDREA KNIGHT

LO QUE NOSOTRAS SABÍAMOS POR MARÍA INÉS KRIMER EMECÉ 198 PÁGINAS $ 54

dical y los despidos de la fábrica, con gente que desaparece y cuerpos que aparecen cuando se draga la cementera, tras la muerte de Sonia. Lo singular de la novela reside menos en la historia que en el hallazgo de una forma para narrarla. El relato está a cargo de una voz narrativa plural y femenina (“nosotras”), responsable narrativa pero no “moralmente”. Es una voz sólida, sin fisuras y sin cuerpos: las palabras son su único espesor. Este “nosotras” pertenece a conciencias invisibles que hablan, fisgonean, sospechan, critican, envidian, condenan. Van a la peluquería, al ginecólogo, a las reuniones convocadas en el regimiento, a la iglesia, a tés de beneficencia, a la casa de la Condesa. Aguijoneadas por la voracidad de saber todo sobre la

vida de las otras, espían sin descanso, indagan y parecen arpías que se lanzan sobre las pertenencias que quedan de las que se van. Así se apropian, entre otras cosas, del diario de Sonia, una de las fuentes más importantes del relato, donde esperan hallar la clave del suicidio. En la villa, un manto de hipocresía tiñe todas las relaciones. Las infidelidades están a la orden el día, los amantes se comparten socialmente. La voz narrativa expresa los propios deseos sexuales con el mismo tono con que declara su antisemitismo o xenofobia. A través de un notable manejo de la elipsis, la alusión, la ironía y del ir y venir temporal, se muestra y se encubre lo que sucede. Se ve y no se ve, como el paisaje que se oculta tras la permanente lluvia de cemento, como el secreto tejido entre el chisme y el prejuicio que articula la narración, deudora de La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig. Lo que nosotras sabíamos nos recuerda que el golpe de 1976 y la posterior degradación del Estado no hubieran sido posibles sin el apoyo o el silencio de muchos. Y enlazando con un sentido del presente, nos advierte que las sociedades siempre son responsables frente al autoritarismo. © LA NACION

Sábado 19 de septiembre de 2009 | adn | 13