La última leyenda del Che Guevara

7 oct. 2007 - Bajo una inscripción en la que se lee. “nadie muere mientras se ... Sidney, un homicida tatuado que espera
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Buenos Aires, Domingo 7 de octubre de 2007

SECCION

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Enfoques DEL PAÍS

Los intelectuales y el inconformismo Anticipo de Pasiones argentinas, compilación de artículos sobre política y cultura en Brasil y la Argentina Página 5

&

DEL MUNDO

Mohsen Namjoo, la voz del desencanto

rge Rivas: “Este gobierno lsea con la derecha” El vicejefe de Gabinete explica por qué cree que el progresismo debe apoyar a Kirchner y no a su propio partido, el Socialista, o a Elisa Carrió

Figura controvertida en el Irán de los ayatollahs, en sus canciones expresa las frustraciones de toda una generación

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[ A 40 AÑOS DE SU MUERTE ]

FOTO: ANDRES SCHIPANI / FOTOILUSTRACION

SAN ERNESTO

La última leyenda del Che Guevara

H

abiertos y la barba tupida en la lavandería del Hospital Nuestro Señor de Malta, ella cuenta con emoción que desde aquel día se ha vuelto devota de “San Ernesto” y le reza en un pequeño altar, entre una imagen de Jesús y otra de la Virgen María, en su humilde casa-quiosco en Vallegrande, la ciudad en la que, desde 1967 hasta hace 30 años, permanecieron enterrados de forma oculta en una fosa común los restos del Che Guevara. Desde aquel día, el de la muerte, muchos de los lugareños, como Osinaga, han “beatificado” sin necesidad de trámites a este personaje que aquí se ha vuelto sempiterno. Para los pobladores está siempre presente, pero presente de un modo distinto al que se observa en el resto del mundo, en donde ha permanecido o bien como inspiración

Por Pablo Mendelevich

política, o bien como ícono de consumo en la industria del entretenimiento. Aquí, como en La Higuera, la imaginación popular ha hecho de él presencia santa. Eusebio Tapia, un hombre de origen aymara que hace décadas peleó junto a Guevara en la campaña boliviana, explica: “Sí, mucha gente en Bolivia tiene al Che como inspiración, se ha convertido en un ícono, un mito”. Y agrega: “Pero existe otro mito, mucho más fuerte: el que ha construido la fe de la gente que lo tiene como si fuese un Cristo, como un santo”. Para los locales, en el camino de 60 kilómetros que une Vallegrande con La Higuera, el Che es simplemente “milagroso”. Es allí donde nació el mito de “San Ernesto”,

¿Alguien puede imaginarse al Che Guevara abuelo? Si hubiera salido ileso de su precaria incursión boliviana y en la hipótesis de que en las décadas siguientes ni otras balas ni el asma se hubieran interpuesto fatalmente en su camino, el argentino-cubano Ernesto Guevara Lynch de la Serna acaso luciría hoy, en guayabera, con tantas arrugas como Gabriel García Márquez. Aunque quién sabe con qué prestigio y con qué dosaje de marxismo en sangre. Ambos nacieron en 1928, cuando Fidel Castro ya caminaba (y había comenzado a hablar). Pero lo verdaderamente difícil es imaginar el mundo –en sentido literal: una manifestación iracunda en Trípoli, una protesta universitaria en Varsovia, el piquete de un grupo trotskista en Plaza de Mayo, las paredes del dormitorio fucsia de una modelo adolescente en Sidney, un homicida tatuado que espera en Tennessee la hora de la silla eléctrica, el comercial de un cero kilómetro en Francia, el brazo derecho de Maradona, la barriga de Myke Tyson– sin el rostro del Che. El Che multiplicado por cientos de millones según la legendaria foto tomada por Alberto Korda, dicen que la imagen más reproducida de la historia, logotipo de la rebeldía. Un legado que, urbi et orbi, los militantes revolucionarios del siglo XXI, ya fueran fotocopiadores herbívoros de un centro de estudiantes al paso o nuevos usuarios de la vieja tecnología Molotov, aceptan compartir –esto es lo más curioso–

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En el camino que une La Higuera con Vallegrande, en Bolivia, el lugar que lo vio morir, el Che Guevara se ha convertido en “San Ernesto”: le rezan en las calles y en la Iglesia, le dedican altares y hasta dicen que ha concedido milagros. Mientras parte del mundo lo venera como ícono progresista y revolucionario, otra lo define como “una máquina de matar” y su imagen se vuelve omnipresente como objeto de consumo, para los lugareños, más allá de controversias ideológicas, “San Ernesto” es la “fuerza que protege y provee” Por Andrés Schipani VALLEGRANDE/LA HIGUERA ay misas, se le reza y… nos hace milagros”, dice Susana Osinaga mientras camina por las polvorientas calles de Vallegrande, un pueblo que parece suspendido en el tiempo. Pero ella no habla de Jesús ni de algún santo, habla de Ernesto “Che” Guevara, el guerrillero argentino que hace 40 años fue ejecutado a 60 kilómetros de aquí, en La Higuera, por el Ejército de Bolivia, después de su fallida aventura revolucionaria en la selva. Bajo una inscripción en la que se lee “nadie muere mientras se lo recuerde”, Osinaga dice, conmovida: “Era como Cristo”. Exactamente cuarenta años atrás, ella fue la enfermera encargada de lavar el cuerpo de Guevara. Hoy, en el mismo lugar donde fue limpiado y expuesto, con los ojos

Del mito edulcorado a la movida anti Che