La música de la tristeza

15 dic. 2007 - en un ojo dorado (1941) un breve thriller ambientado en una base militar, de una perfección escalofriante
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EL ALIENTO DEL CIELO POR CARSON MCCULLERS SEIX BARRAL TRAD.: JOSÉ LUIS LÓPEZ MUÑOZ Y MARÍA CAMPUZANO 576 PÁGINAS $ 54

NARRATIVA EXTRANJERA

La música de la tristeza Con varios textos inéditos hasta ahora en español, un volumen preparado por Rodrigo Fresán reúne todos los cuentos y las tres novelas breves de la torturada y deslumbrante narradora Carson McCullers POR LEOPOLDO BRIZUELA Para La Nacion

A

menudo, las obras maestras indiscutidas de la literatura no son aquellas que más amamos. Para probarlo, pocos casos tan adecuados como el de la narradora Carson McCullers (1917-1967), nunca incluida en el “canon” de los maestros norteamericanos del siglo XX, pero venerada, desde la temprana aparición de sus libros, por una legión de lectores. Nacida en Columbus, Georgia, en el “sur profundo”, exuberante y decadente, humillado y racista, que sirvió de sustancia a toda la obra de William Faulkner, McCullers se trasladó a Nueva York siendo adolescente para completar sus estudios de piano en la Julliard School of Music. Un temprano ataque de fiebre reumática, y acaso la recuperación, en el taller literario de Sylvia Bates, de un goce que el conservatorio le había hecho perder para la música, la impulsaron a concebir el proyecto literario que llevaría a cabo en menos de una década, antes de que la recaída de la enfermedad, una tormentosa vida sentimental y

McCullers BETTMANN/CORBIS

una feroz tendencia a la autodestrucción la dejaran inválida y varada en un bloqueo casi definitivo. Después de una primera novela extensa, El corazón es un cazador solitario (1940), McCullers publicó tres obras que constituyen el núcleo de esta recopilación de Rodrigo Fresán: Reflejos en un ojo dorado (1941) un breve thriller

ambientado en una base militar, de una perfección escalofriante; La balada del café triste (1943), una fábula sobre la naturaleza del amor que acaso sea su obra cumbre, y, finalmente, Frankie y la boda (1946), un relato sobre el paso de la niñez a la adolescencia. La insólita variedad de escenarios y de géneros adoptados por McCullers –que dejan entrever influencias de los maestros rusos del siglo XIX, la novela negra y los Siete cuentos góticos de su adorada Isak Dinesen– resulta un elemento secundario si consideramos sus elementos comunes. En primer lugar, una voz absolutamente personal; la de alguien que ha seguido siendo música, virtuosa en el manejo de la masa sonora de la frase y de la estructura del relato (al que concibe al modo ya de la sonata, como en los cuatro movimientos de Reflejos..., ya de la balada folclórica). Y una voz, sobre todo, deslumbrante en el manejo de los silencios, quizá el mayor atractivo de su escritura. El deseo homosexual es el motor de casi todos los personajes, la base de un mundo secreto donde cada quien encuentra refugio pa-

ra lo mejor sí mismo pero también una cárcel cada vez más insoportable. Este deseo, con todo, es apenas el “campo de trabajo” para un análisis mucho más profundo: el de la “geometría del amor”, el modo en que el amante “crea” al amado de acuerdo con su propia necesidad de escapar de la cárcel social. McCullers nunca fue una escritora “injustamente olvidada”: sus libros se han reeditado módica pero regularmente en todas las lenguas. La injusticia de un destino truncado por la enfermedad ha dado pie, eso sí, a exhumar cada tanto “papeles secundarios”. De este tipo son los cuentos que por primera vez presenta en castellano El aliento del cielo. Esta inclusión no es objetable; tampoco, claro, el fervoroso y exhaustivo trabajo de Fresán; sí, en cambio, su exasperante verborrea que depara un prólogo a cada uno de los relatos, interrumpiendo la lectura de una prosa tan delicada y medida con estentóreas interpretaciones, valoraciones y datos que, en el mejor de los casos, sólo merecerían figurar en una nota al pie. © LA NACION

Sábado 15 de diciembre de 2007 I adn I 19