La gran mentira de nuestro tiempo

Herbert Spencer ha escrito que debemos estar muy atentos para que mayorías en el. Parlamento no terminen por destrozar t
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OPINIÓN | 23

| Miércoles 26 de febrero de 2014

libertad amenazada. Dado que los esfuerzos por liberarse de las monarquías absolutas han sido inmensos, no deberíamos

aceptar sin más las falacias que pretenden hacer pasar por democracia lo que no es más que la tiranía de las mayorías

La gran mentira de nuestro tiempo

Alberto Benegas Lynch (h.) —PARA LA NACIoN—

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ntiendo que lo más peligroso y dañino de nuestra época consiste en las dictaduras con fachada electoral. Este desbarranque lo previeron notables personalidades como Thomas Jefferson, quien advirtió en 1782 que “un despotismo electo no es por lo que luchamos”, por ello es que, junto con los otros Padres Fundadores en los Estados Unidos, insistían en la permanente desconfianza y limitación al poder como eje central de toda la filosofía sobre la que descansaba lo que fue la experiencia más fértil en la historia de la humanidad. Toda la tradición de la democracia tuvo siempre en cuenta que su aspecto medular y su razón de ser consiste en el respeto a las minorías por parte de las mayorías. En nuestra época Giovanni Sartori, el autor más destacado en esta materia, escribe: “El argumento es que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde a todo el pueblo, es decir, a la suma total de la mayoría y la minoría”. Desde Cicerón, cuando apuntaba que “el imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo”, existe la preocupación por las mayorías ilimitadas. Sin excepción, la tradición democrática ha señalado una y otra vez las amenazas para la libertad y los derechos al guiarse sólo por los números. Como bien ha destacado el constitucionalista Juan González Calderón, los defensores de semejante sistema ni de números saben puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50% más 1%= 100% y 50% menos 1%= 0%. Esta payasada sumamente peligrosa consiste en que las mayorías enquistadas en el poder arrasan con la justicia designando supuestos jueces que son adictos al Ejecutivo y, de la misma manera, proceden con todos los organismos de control. Una vez que se alzan con la suma del poder atropellan lisa y llanamente los derechos de las personas, mientras compran votos con políticas dadivosas a costa del fruto del trabajo ajeno y deterioran así sensiblemente el andamiaje jurídico y la productividad; en consecuencia, las grietas en la economía son cada vez más anchas y profundas. Mientras los votos apoyen, los sátrapas modernos siguen su trayectoria de aniquilar el progreso y destruir a las personas que mantienen su autoestima y su sentido de dignidad. Se cumple así la profecía de Aldous Huxley en el sentido de que hay quienes piden ser esclavizados a cambio de pan y circo, aunque la calidad de lo uno y lo otro se deteriore a pasos agigantados en el contexto de un espectáculo denigrante de servilismo y mansedumbre superlativa, en el que se renuncia a la condición humana, es decir, se renuncia a la libertad.

En todo esto hay un problema de fondo que debe revisarse. Nunca se llega a una meta final, todo debe reconsiderarse puesto que el conocimiento es de carácter provisional, sujeto a refutación. Los esfuerzos por liberarse de las monarquías absolutas han sido inmensos, por lo que no resulta admisible aceptar sin más la tiranía de la mayoría. Hitler es el ejemplo más ilustrativo de procesos electorales que incluyen la posibilidad de un zarpazo final extremo, pero hoy en día se exhiben muchos más, no sólo en América latina con los seguidores autoritarios de Chávez en diversos países y de la Rusia de Putin, sino que, con menos grosería, aparece en diversas naciones europeas y nada menos que en los Estados Unidos, donde deudas y gastos públicos elefantiásicos, junto con crecientes regulaciones que asfixian la energía creadora, vienen carcomiendo las bases de la sociedad abierta, todo bajo el manto de los votos que parecerían santifican cualquier desmán. Frente a tamaña demolición hay sólo dos acciones posibles: esperar un milagro, en el sentido de que se reviertan los problemas automáticamente con el idéntico sistema que prepara incentivos perversos a través de coaliciones y alianzas, o trabajamos usamos nuestras neuronas para imaginar nuevas y más efectivas limitaciones al Leviatán tendientes a preservar los derechos de todos. En este último sentido, en lo personal, he recordado en otras oportunidades las esperanzadoras sugerencias de Bruno Leoni para el Poder Judicial, de Friedrich Hayek para el Legislativo y la propuesta de Montesquieu aplicable al Ejecutivo. Si estas medidas no se consideraran suficientemente adecuadas, es urgente pensar en otras, pero no es aceptable quedarse de brazos cruzados. Concretamente, me estoy dirigiendo al lector de estas líneas que, considero, no debe endosar un asunto de tanta relevancia sobre las espaldas de otros. Es necesario que cada uno asuma su responsabilidad ya que se trata del respeto de todos. Resulta indispen-

sable abrir un debate en este terreno y actuar en una dirección opuesta a lo que en gran medida viene ocurriendo, léase que se espera que con las mismas instituciones suceda algo distinto de lo que viene sucediendo de un largo tiempo a esta parte. Es una afrenta y un insulto a la inteligencia denominar “democracia” a lo descripto. Se trata claramente de cleptocracia, a saber, gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. No puede caer-

se en la trampa de mantener que estamos frente a “procesos democráticos” cuando los desquicios actuales de los aparatos estatales, teóricamente encargados de velar por los derechos de la gente, los conculcan de la manera más cruel y proceden como si fueran mandantes en lugar de simples mandatarios. Herbert Spencer ha escrito que debemos estar muy atentos para que mayorías en el Parlamento no terminen por destrozar todo lo que se ha construido trabajosamente

para proteger las autonomías individuales. Bertrand de Jouvenel nos ha enseñado que la soberanía corresponde al individuo y que la llamada “soberanía del pueblo” es una ficción por la que se oculta el avasallamiento de las libertades, y Benjamin Constant consigna que “la voluntad de todo un pueblo no puede convertir en justo aquello que es injusto”. Sin duda que esta ruleta rusa de las mayorías ilimitadas partió de ámbitos educativos que vienen machacando con que, cuando todo se somete al número, “estamos en democracia”, con lo que se le da la espalda a la esencia misma de esa noble tradición. Parecería que si la mayoría decide degollar a los pelirrojos, éstos deben ofrecer el pescuezo en nombre de “la democracia”. Como una medida precautoria y para mayor precisión, en algunas constituciones se recurrió deliberadamente a la expresión república para enfatizar en temas vitales como la igualdad ante la ley, la publicidad de los actos de gobierno, la división de poderes y la alternancia en el poder. Hoy observamos azorados las reiteradas reformas constitucionales fabricadas por megalómanos para introducir la posibilidad de reelecciones (y, a veces, reelecciones indefinidas, con descarados fraudes electorales de diversa índole). Naturalmente, la visión degradada de la democracia se debe también a que, en muchas de las casas de estudio, se propugna el engrosamiento de los aparatos estatales y la notable reducción de los territorios en los que pueden desenvolverse las personas. Entonces, en última instancia, la solución de estos problemas mayúsculos estriba en una educación compatible con los valores y principios de la sociedad abierta. Uno de los tantos ejemplos de deslizamiento hacia el estatismo estriba en el tan citado “principio de subsidiaridad”. En esta instancia del proceso de evolución cultural, las funciones del monopolio de la fuerza están principalmente referidas a la protección de derechos, pero nunca son subsidiarias puesto que, si los privados no encaran cierta actividad es porque prefieren destinar esfuerzos y recursos a otros campos y, como aquéllos son escasos, no puede hacerse todo al mismo tiempo. Es del todo impertinente e improcedente que los gobiernos irrumpan en las áreas en que las personas han decidido no participar según sus preferencias y prioridades. De cualquier manera, mientras estemos a tiempo, como queda dicho, debemos trabajar al efecto de proponer nuevos límites al poder, puesto que el tema crucial alude a las instituciones y, en este sentido, son del todo irrelevantes las personas que ocupan cargos públicos. Tal como ha dicho Karl Popper, la pregunta de Platón respecto de quién ha de gobernar está mal formulada, lo trascendente son las instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible”. © LA NACION

El último libro del autor es Vivir y dejar vivir (Rosario, Fundación Libertad y Editorial Temas, 2014).

La Argentina, un refugio para el narcolavado Roberto Durrieu Figueroa —PARA LA NACIoN—

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asta leer los diarios de los últimos días para comprender el grado de confusión y superficialidad con el que las autoridades se refieren al flagelo del narcotráfico. El ministro de Defensa, Agustín Rossi, sorprende a todos al afirmar que la Argentina, ahora, es un país productor de drogas. Casi al instante el secretario de Seguridad, Sergio Berni, y el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, dicen exactamente lo contrario: que la Argentina seguía siendo un país de tránsito y consumo de drogas, pero no de elaboración. A su vez, legisladores de la oposición salen al cruce y sugieren la despenalización del consumo de droga en privado. Y, finalmente, el retruque máximo lo termina dando el propio Berni al mostrarse en favor de la legalización de la elaboración y venta de la marihuana; postura puesta en práctica recientemente por Uruguay. Pero lo que resulta ser una verdad evi-

dente –y que los funcionarios omiten en su debate– es que nuestro país es uno de los refugios económicos y financieros de los carteles colombianos de la droga. Para sustentar esta afirmación, me referiré a dos antecedentes judiciales que hablan por sí solos. Henry de Jesús López Londoño, alias “Mi Sangre”, fue detenido por Interpol y la Secretaría de Inteligencia el 30 de octubre de 2012, a raíz de un pedido de extradición solicitado por los Estados Unidos. El secretario de Seguridad caracterizó a “Mi Sangre” como el “narco más importante del mundo”. A mediados de 2007 se radicó en el país junto con su familia núcleo. Habitaba seis propiedades en exclusivos barrios cerrados de la zona de Pilar, Tigre y Campana. Según testigos de identidad reservada, una de las viviendas era una mansión de estilo imperial. Se movía de casa en casa por motivos de seguridad. Manejaba autos blinda-

dos de alta gama y solía trasladarse con tres o cuatro custodios. Según la investigación periodística de Mauro Federico en Mi Sangre: historia de narcos, espías y sicarios, este hombre realizó importantes inversiones agrarias en el noroeste de nuestro país, entre otras de carácter inmobiliario. El segundo ejemplo se refiere a Ignacio Meyendorff, alias “Gran Hermano”, acusado de ser uno de los mayores financistas del cartel del Norte del Valle de Colombia y jefe de una banda que traficaba cocaína en submarinos. No bien arribó al país en 2004 con su mujer, suegra y dos hijos, conformó una empresa constructora, otra inmobiliaria y otras cuatro firmas de exportación de productos de decoración interior (entre ellas Cattle de Argentina y San Judas SA). Se presume que las firmas se fondearon con dinero procedente de la droga. Compró varios campos y viviendas importantes en barrios cerrados del Gran Buenos Aires.

Sus hijos estudiaban ciencias económicas y derecho en una reconocida universidad privada ubicada en Puerto Madero. Uno de sus hijos, Mauricio Álvarez Sarria adhirió al plan fiscal de repatriación de activos de 2009, con lo que logró “blanquear” 4.453.000 pesos (US$ 1.162.000 al tipo de cambio oficial de entonces). Las discusiones zigzagueantes y vacías de contenido eficaz contra la delincuencia organizada no hacen más que revolver el río, y como dice el refrán “a río revuelto, ganancia de pescadores” (léase, ganancia de narcolavadores). A esto se refiere el académico Bruce Zagaris al sostener que “los políticos suelen encarar debates superfluos contra la difícil tarea de combatir las drogas, con miras a no expresar su incapacidad manifiesta en lo que hace a su control efectivo”. Me pregunto: ¿cómo limitar el avance económico de los grupos narco? Siguiendo

e incautando el fruto del dinero narco. Es decir, dándoles vida a los mecanismos legales contra el lavado de dinero procedente del narcotráfico. Sin embargo, el Estado parece de brazos caídos en esta materia. Y ésta es la crítica máxima que le hace la sociedad a la dirigencia política. Las instituciones parecen estar todas presentes, pero sólo en forma aparente. ¿De qué sirve la conformación de policías municipales, fiscalías especializadas o unidades antilavado, si la aplicación transparente de las leyes contra el narcolavado es insuficiente e ineficaz? Como solía repetir el cardenal Jorge Bergoglio, es hora de que las autoridades se “pongan la patria al hombro”. En definitiva, se espera que la dirigencia reaccione, urgente, con miras a detener el avance económico de los narcos. © LA NACION El autor, abogado penalista, es doctor en Filosofía del Derecho de la U. de Oxford

libros en agenda

Una revista que se vuelve libro Silvia Hopenhayn —PARA LA NACIoN—

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a invitación a la lectura suele provenir de las ganas de compartir hallazgos. ¿Qué es una revista literaria sino el capricho de un lector con ansias de convite? Pero en estos tiempos no alcanza con el capricho o las ganas. Es una verdadera hazaña atravesar el mundo virtual y lanzar un fruto tangible, de tinta, papel, textos fecundos y cuidadas ilustraciones. Más si tiene 336 páginas y consigue alivianar las ansias de lectura de ciertos autores. Y sí: es El Ansia, primer número de la revista que dirige José María Brindisi, apostando a la literatura como un intercambio deseante y prolífico. Por eso no hay reseñas ni nove-

dades; se trata de un escenario de la ficción actual en tres actos, donde se presentan tres únicos autores y sus respectivos mundos narrativos. En esta ocasión: Marcelo Cohen, Hernán Ronsino y Alberto Laiseca. Tan distintos entre sí y afines en la originalidad de sus ficciones. La revista no acude al museográfico “dossier de autor”. A través de distintos diálogos y lecturas, que dan cuenta de aspectos variados de la producción literaria de los autores, se produce un extraño efecto de proximidad. La obra parece estar siendo leída en el momento en que se entablan las distintas conversaciones.

Comienza con Marcelo Cohen, “Un misterio hecho de naufragios”, autor de referencia para lectores que entienden la ciencia ficción –o el “fantástico”– como género de la actualidad, donde la poesía se filtra para dar vida al futuro. Lara Segade, Federico Goldchluk, Matías Capelli y Ariel Dilon avizoran las islas del Delta Panorámico, el archipiélago futurista inventado por Cohen donde transcurren casi todas sus ficciones luego del libro de relatos Los acuáticos, proféticamente publicado en 2001. De este mundo hecho de esquirlas, la revista publica un relato del libro inédito, por ahora titulado La calle de los cines (en el Delta Panorámico).

En Ronsino, la ficción está hundida más que a flote. Se sitúa en los bordes de la ciudad y está hecha de historias contadas, como si el pasado fuese un para siempre. Más cerca de Saer o Di Benedetto, la obra de Ronsino (La descomposición, Glaxo, Lumbre) actualiza esos climas, a veces con una vaca pastando en la oscuridad o preguntándose “dónde empieza una sombra”. La lectura de Ronsino que hacen Edgardo Scott, Sylvia Saítta, Jorge Consiglio y Luciano Guiñazú permite juntar las partes –¡y los huecos!–. La revista termina con un escritor amado por muchos y leído por no tantos como ese amor merecería: Alberto Laiseca, un

escritor de imaginación risueña y frenética invención, referente del “realismo delirante”. La revista propone una lectura de jocosa clasificación, un abecedario Laiseca. Y emotivas intervenciones, como la de Selva Almada, que cuenta la llegada a la casa del escritor, su visión del inmaculado desorden del escritorio (que Laiseca llama “mesa vaticana”) y el afecto siempre listo a la hora del encuentro: “… me sonríe como el monstruo amable que es y me dice: «Qué alegría verla, querida». Y sí, qué alegría verlo, Lai Lai”. Como ven, una revista que habla de los que escriben, con el gusto de la lectura. © LA NACION