La fragua de una alternativa en un año crucial

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OPINIÓN | 21

| Martes 2 de abril de 2013

urnas a la vista. Pese a sus errores, un peronismo tradicional

realista y abierto a otras fuerzas podría enfrentar al Gobierno, aferrado a un relato que sólo profundiza la crisis

La fragua de una alternativa en un año crucial Abel Posse

L

—PARA LA NACION—

a brega electoral comenzó hace meses. En las malas democracias gobernar es más bien hacer campaña para el partido oficial y para vencer el próximo round. Es tema de cada gobierno y no de Estado y Nación. Asistimos a la agonía de un ciclo de una dirigencia, oficialista y opositora, que no acierta el camino de las alternativas. Seguimos el tragicómico duelo de una presidenta al borde del ataque de nervios y de un gobernador al límite de lo virilmente soportable. Si logra imponerse en su ingloriosa larga marcha, merecerá la admiración de Talleyrand, maestro de astucia paciente. Si el gobernador retiene más de lo debido su propuesta de “cambio”, perderá espacio ante sus seguidores. Si no prolonga su autonomía, podría desatar un desastre económico que le sería atribuido por una crisis que pagará el pueblo provincial. No es inimaginable una reacción emocional de la Presidenta, aunque arriesgue a creerse capaz de mantener ese núcleo electoral decisivo que es la provincia. Son como siameses crecidos no operados a su debido tiempo: no pueden dejar de necesitarse. No podrían no odiarse. Probablemente, esta callada discordia tendrá que definirse. En no más que un trimestre la puja quedará clausurada por la inminencia electoral. El gobernador podría llegar sin fondos, pero triunfante. El unitarismo oficialista contra la Capital Federal, la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Cruz, intendencias, etc., manifestado en aprietes, se vuelve también en contra de quienes abusan de este ejercicio perverso. Un vasto sector comprende que muchos gobernadores

luchan pese a las represalias centralistas. 2012 se cerró como el annus diaboli del autocratismo venusino. Los búmeran lanzados por el obediente politburó retornaron contra la Casa Rosada. Cumplieron la orden del “ir por todo”, pero se ve que no se les indicó bien la dirección. En la madre de todas las batallas, el 7D, el clarín no sonó a victoria oficialista. El sindicalismo, espina dorsal del peronismo, comprende que se trata de un fin de ciclo y sostiene otro peronismo. La clase media expresó, con un poder de autoconvocatoria inédito, su hartura ante el estilo de destrato, la criminalidad paralizante y la inflación no reconocida ni controlada. La corrupción encontró su expresión de muerte y repudio en la hecatombe tan anunciada de Once. El cepo paraliza el mercado inmobiliario y la construcción, gran fuente de trabajo en estrepitosa caída. El Poder Judicial fue despertado de su catalepsia por avances torpes sobre su independencia constitucionalmente imprescindible. Los nuevos anuncios de la invasión servirán para consolidar al Poder Judicial en su “lucha por el derecho”. El oficialismo se está acercando al límite de la ilegalidad. La Presidenta tiene en su entorno gente en la que el breve currículum está ya superado por el prontuario; forman el club re-reelectoral de grandes quedantistas, de previsible deslealtad. Lo cierto es que el oficialismo no prevalece en ninguno de los cinco distritos que tradicionalmente determinan el resultado electoral en nuestro país: la provincia de Buenos Aires (Scioli, Massa, De Narváez), Capital Federal (macrismo), Córdoba (De la Sota), Santa Fe (Binner, radicalismo, macrismo), Mendoza (Cobos). El kirchnerismo, con su desbordante autocratismo, despersonalizó a sus colaboradores y

eventuales sucesores, al punto de que sin la re-reelección imagina irrisorias posibilidades dinásticas familiares. Sin embargo, el haber político del oficialismo es considerable: se estima que probablemente quince millones de personas dependen económicamente del fisco, jubilados y pensionados con periódicas actualizaciones, un inédito asistencialismo de planes,

ayudas y subvenciones que aunque no se transformaron en trabajo productivo son todavía un bastión electoral presidencial pese al desgaste inflacionario. El asistencialismo perpetuado es ya una especie de renta universal populista. Debilita la productividad, el trabajo y es fuente de grave atraso social y educativo. En tiempo de incertidumbre y desocupación creciente se

opta casi biológicamente por el statu quo, cuando no hay alternativas claras. Se teme a las ortodoxias y razones economicistas expresadas en ajustes y “sacrificios”. Estos medios están en el sustrato sociológico de las multitudes de todos los tiempos. La pulsión sobrevivencial prevalece. Y no se puede olvidar en el haber kirchnerista el factor resentimiento que encarna contra “el sistema”, nacional e internacional. No obstante, ya muchos allegados al oficialismo presienten estar más cerca de 2009 que del fácil triunfo de 2011. Son las palabras que la Presidenta no incluye en su optimismo sobre el estado de la Nación –inflación, narcotráfico, indefensión militar, criminalidad, catástrofe de la escuela pública, corrupción– las que señalan claramente la incapacidad de responder a la realidad. Lo cierto es que hemos alcanzado el punto nodal: o la Presidenta vira hacia el sentido común y el diálogo, apartándose del relato rosa, o vamos hacia la anunciable catástrofe económica, social, internacional. La pregunta “nacional” es: ¿se puede seguir así tres años más? ¿Podrá la Presidenta librarse de su resentimiento u obstinación y virar hacia el reconocimiento de la realidad? ¿Podrá aceptar el éxito que podría conducir en estos tres años de poder legítimo con una amplia convergencia nacional, republicana? La posibilidad. “Allí donde crece el peligro surge lo que salva”, escribió Hölderlin. 2012 deja logros importantes: la unidad sindical peronista, el restablecimiento del poder judicial desde la Corte Suprema, la epifanía masiva y nacional de la protesta del sector más activo, la clase media, y sobre todo, la consolidación de un núcleo unitivo que la oposición no supo alcanzar en 2011. Una fuerza política con poder sindical, con reivindicaciones y respeto por la realidad productiva argentina y con aperturas al radicalismo y otros sectores políticos. El peronismo peronista–sindical, económicamente realista, cuenta con el señalado grupo de dirigentes de mayor peso en los cinco distritos decisivos: Scioli, De la Sota, De Narváez (vencedor de 2009 con el sostén del peronismo provincial), Lavagna, Massa, Macri y los mejores legisladores en estos tiempos de obediencia son un bastión de esperanza. Como en 1989 y 2001, pese a sus propios errores, el peronismo tradicional se presenta como un buen cuarteador de crisis. La Presidenta tiene la gran oportunidad para aprovechar desde ahora estos tres años decisivos para nuestro renacimiento nacional, y para llegar con legalidad y legitimidad a 2015 con sus candidatos kirchneristas para la gran interna que se debe el justicialismo. © LA NACION El autor es diplomático y escritor

Un buen momento para la causa Malvinas Jorge Castro —PARA LA NACION—

A

hora que la Argentina tiene frente a sí el mejor contexto histórico de los últimos 20 años para avanzar en la cuestión Malvinas –y cuando ha aparecido en el conflicto un tercer protagonista ineludible, que es la población de las islas a través de su autoridad política–, el análisis de la guerra de 1982 dejó de ser una tarea histórica de un acontecimiento del pasado. Sería un ejercicio inútil de crítica retrospectiva, con la lucidez confortable que otorga realizarla 30 años después. Lo que importa ahora es considerar lo que de esa empresa histórica vive en el presente. Así, la crítica de lo que entonces se hizo se convierte en una forma de asumir un acontecimiento vivo, de importancia crucial, referido al mayor conflicto externo de la Argentina en toda su historia. En él, los argentinos actuaron, con todas las contradicciones y conflictos propios de una nación fragmentada y sumergida en una crisis crónica de legitimidad, como una unidad, incluso en términos operativopolíticos, frente a una potencia militar que integraba la reserva estratégica de la OTAN y que figuraba entre los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial. La derrota argentina no le otorga a ese resultado un carácter históricamente inevitable. Estimar perdida de antemano una campaña militar como resultado de

una mera correlación negativa de fuerzas materiales es negarse a pensar en términos estratégicos. La estrategia no es un derivado de pautas estadísticas, sino el resultado de la previsión, la decisión, la iniciativa y el coraje de los protagonistas. Malvinas no es una cuestión menor para la Argentina. En un país tan frustrado históricamente y dividido internamente, su realización como Nación depende de su inserción en el mundo, en unión con los otros países de América del Sur, ante todo Brasil, a través de un proceso de consolidación institucional y crecimiento sostenido. Un aspecto esencial de la estrategia, que sólo puede ejecutar la autoridad política, es la caracterización de la naturaleza del conflicto. Es la respuesta a la pregunta crucial: ¿cuál es el tipo de conflicto que se enfrenta en un momento histórico intransferible? Para la autoridad política de entonces, el 2 de abril fue una “invasión diplomática”, una operación destinada a abrir un espacio y una oportunidad para las negociaciones con Gran Bretaña, no el del inicio de una guerra. En cambio, para el Reino Unido, gracias a la decisión y el coraje político de Margaret Thatcher, el 2 de abril fue el comienzo de una guerra, cuyo objetivo era para Londres la recuperación de las islas por las armas. Esta contradictoria caracterización de la naturaleza del conflicto reali-

zada por ambos contendientes fue decisiva, debido a que determinó la estrategia militar utilizada por las partes. Por eso, porque para la Argentina el 2 de abril fue una “invasión diplomática”, la isla Soledad, donde está Puerto Stanley/Puerto Argentino, no fue defendida. La definición del conflicto que hizo la Junta Militar se fundó en dos premisas erradas. Por un lado, hubo una profunda subestimación de la voluntad política de Gran Bretaña de combatir en una guerra situada a 13.000 km de su territorio. Esto significa que se subestimó la capacidad de liderazgo y de decisión de Margaret Thatcher. Por otro, se produjo una sobreestimación de la capacidad militar del contingente británico, a pesar de la situación crítica que enfrentaba al intentar capturar una isla fuertemente defendida al caer el invierno en el Atlántico Sur. La Argentina no sólo sobreestimó la capacidad militar británica, sino que desconoció el valor estratégico superior de la defensa, si es ejercida activa y enérgicamente, con voluntad de triunfar. El mapa geopolítico de 1982 favorecía a la Argentina, a condición de que defendiera enérgicamente las islas tras la ocupación del 2 de abril. El rasgo central del mapa geopolítico de entonces era la retirada europea, ante todo de Francia y el Reino Unido,

de su condición de potencias en el sistema mundial, después de haber perdido sus colonias; además, la recuperación de las islas ocurría cuando las ideologías hegemónicas no eran más ni el marxismo-leninismo soviético ni el capitalismo liberal estadounidense, sino la autodeterminación y la identidad nacional. ¿Por qué fracasó la Argentina en la guerra de 1982? Fue porque falló el único medio capaz de lograr la victoria, que era la defensa de la isla Soledad. Las Malvinas no fueron defendidas, en un sentido estrictamente estratégico-militar del término. El error estratégico argentino en la guerra de 1982 no fue el 2 de abril. La Operación Rosario fue un éxito operativo y una sorpresa estratégica para Gran Bretaña, una de las escasas en la historia de la guerra. La Operación Rosario fue el único y breve plan de guerra (cinco días de duración) que tuvo la Argentina en los 74 días de combate en los que enfrentó a un integrante de la OTAN. No hubo en 1982 un plan estratégico para combatir en las islas. Treinta años después, el contexto global es el más favorable para la Argentina en la cuestión Malvinas desde 1991. El eje del proceso de acumulación global ha pasado de los países avanzados a los emergentes, en primer lugar, China, la India y Brasil, y el Grupo de los 20 (G-20) es la nueva pla-

taforma de gobernabilidad del sistema mundial. El conflicto ha dejado de ser bilateral y se ha convertido, debido al apoyo de Brasil, Uruguay y Chile al negar el acceso a sus puertos a buques con bandera de las islas, en un fenómeno de naturaleza regional. Lo fundamental que se ha modificado es el posicionamiento global de la Argentina con respecto al que tenía en 1982. Entonces, era un país aislado por la tragedia de la violación masiva de los derechos humanos, que lo había convertido en un paria internacional. Asimismo, la Argentina de 1982 carecía de forma prácticamente absoluta de inserción en la economía mundial. Por último, el Atlántico Sur ha dejado de ser un “mar vacío”, como en 1982, en que los únicos protagonistas eran la Argentina y Gran Bretaña, sin otros intereses en juego. Ahora es un “mar lleno”, trasnacionalizado, en el que los actores son múltiples. Lo decisivo de la segunda década del siglo XXI es que la Argentina se ha convertido en un país relevante, en su condición de gran productor mundial de alimentos, cuando la cuestión alimentaria se ha transformado en el punto principal de la agenda internacional, sobre todo en el G-20. © LA NACION El autor acaba de publicar Malvinas hoy. Su importancia económica y geopolítica

claves americanas

Cristina y la “franciscomanía” Andrés Oppenheimer —PARA LA NACION—

V

arias semanas después de la elección del papa Francisco, no hay duda de que la euforia causada por su designación ha despertado un fervor religioso aquí en Buenos Aires. Sin embargo, hay un creciente debate sobre si este fenómeno ayudará o perjudicará al gobierno populista de Cristina Kirchner. Francisco se ha convertido en la figura más querida de la historia política reciente de la Argentina. A diferencia de Eva Perón, quien era amada por muchos, pero también despreciada por otros tantos, es difícil encontrar a un argentino que no esté feliz con la elección del papa, que goza de un porcentaje de aprobación de más del 90%. En las escalinatas de la Catedral de Buenos Aires han florecido vendedores que ofrecen camisetas, llaveros y calendarios con la imagen del papa Francisco. El padre Adolfo Granillo Ocampo, de la iglesia de Nuestra Señora

de las Nieves, me dijo que la asistencia a su iglesia ha subido un 30% desde la elección papal. “Hay una euforia generalizada en torno del Papa”, dice. Pero en lo que hace al posible impacto político de la “franciscomanía”, las opiniones están más divididas. Hay tres grandes corrientes de opinión. Un primer grupo de analistas políticos piensa que el “efecto Francisco” ayudará a la Presidenta a ganar las elecciones legislativas de octubre y a cambiar la Constitución luego para poder ser reelegida nuevamente. Según esta corriente de opinión, la elección del papa ha mejorado el humor popular, y eso ayudará a compensar el malestar social por la creciente inflación, los altos porcentajes de criminalidad y los temores de una nueva crisis económica. Cristina Kirchner, que tenía una mala relación con Jorge Mario Bergoglio cuando éste

era el arzobispo de Buenos Aires, ha dado un giro de 180 grados para sumarse públicamente a la alegría producida por la designación de un papa argentino. Las fotos sonrientes de Cristina con el Papa durante su asunción en el Vaticano beneficiarán a la Presidenta, y muy pocos recordarán los tiempos en que las relaciones entre ambos eran tensas, según este grupo de opinión. Un segundo grupo de analistas políticos cree que el “efecto Francisco” no beneficiará ni perjudicará a la Presidenta. “Este papa cambiará el mundo, pero no podrá cambiar la Argentina”, me dijo Rosendo Fraga, bromeando sólo a medias. Fraga señaló que desde la elección papal Cristina Kirchner no ha reducido para nada sus ataques contra los medios de prensa independientes ni contra sus rivales políticos, pese a los históricos llamados del nuevo papa al diálogo y a la tolerancia política.

Por el contrario, el Gobierno ha tomado medidas más duras, como prohibir a los supermercados hacer publicidad en los diarios, señaló Fraga. Esta medida estrangulará financieramente a los periódicos críticos del Gobierno, pero no afectará a los diarios oficialistas, que viven de la publicidad oficial. Un tercer grupo cree que el “efecto Francisco” perjudicará al Gobierno, porque los mensajes del Papa contra el autoritarismo, la intolerancia y la soberbia serán leídos por la mayoría de los argentinos como críticas indirectas a Cristina Kirchner. “Un choque es inevitable, y el choque perjudicará a Cristina”, me dijo el encuestador Jaime Durán Barba. Mi opinión: pese al giro de último minuto de Cristina Kirchner para sumarse a la “franciscomanía”, el hecho de que el papa se haya convertido en el principal referente moral de este país le hará más difí-

cil a la Presidenta perpetuarse en el poder. Es cierto que Francisco probablemente no hará declaraciones sobre la política argentina. Y se espera que haga su primera visita a Argentina como papa en diciembre, después de las elecciones legislativas de octubre, de manera de no interferir con la política local. Pero en las homilías que pronunciará durante su visita a Brasil, en julio, sus habituales críticas a las conductas autocráticas, la arrogancia política y la soberbia inevitablemente serán vistas por muchos aquí como alusiones indirectas a la Presidenta. Como mínimo, es probable que la “franciscomanía” actúe como un contrapeso a los aparentes intentos de Cristina Kirchner de torcer las reglas del buen comportamiento democrático –y de civilidad– para reelegirse a cualquier costo. © LA NACION Twitter: @oppenheimera