La disputa de Julia Kristeva con el feminismo

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Viernes 6 de diciembre de 2013 | adn cultura | 7

La disputa de Julia Kristeva con el feminismo “Necesitamos proteger nuestra experiencia interior de la influencia de Internet” Por eso digo: atención. Necesitamos proteger nuestra experiencia interior de la influencia de Internet. Es allí donde el trabajo del psicoanálisis, de la literatura y de la filosofía en el modo en que yo las entiendo –es decir, como camino femenino– resulta indispensable. Es el único antídoto que podemos tener ante este panorama. –En este contexto que describe ¿son posibles el cosmopolitismo y el europeísmo? –Ése es un tema muy importante. Europa hoy vive un caos pero creo, a la vez, que si el mundo se desentiende de Europa, está condenado a su vez a ir al caos, porque es Europa la que ha producido la idea de cosmopolitismo: tenemos una ilusión de identidad compleja que es heredera de la idea tal como se desarrolló en el pensamiento griego, en el judío –sobre todo en el talmúdico–, la interrogación de la teología cristiana. Claro que Europa también generó el colonialismo, el Gulag, la Shoah. Pero aquel costado femenino nos ha permitido que la identidad sea pensada como un signo de interrogación. Europa ha producido una concepción de la identidad como un amor por el signo de interrogación. También hemos generado la idea de que está el otro y que podemos encontrarnos con el otro. Creo que la idea de cosmopolitismo nos da la posibilidad de pensar al otro y de llevar una esperanza de reencuentro entre civilizaciones. Sin embargo, también entiendo que en Europa hemos dejado de atender a esto y hemos subestimado el rol cultural. Nos hemos quedado con el rol político y con el económico y hemos subestimado la Europa cultural. Creo que hay que restituir, justamente, esa herencia cultural. –¿Y como evalúa el papel que en este marco tendría América Latina? ¿Aparece de nuevo aquí lo femenino? –Bueno, América Latina es una suerte de prima, una hermana de Europa. Veo en la Argentina o en Chile esta capacidad de llevar el mensaje del papel del otro: la reflexión sobre la cultura azteca, sobre la cultura amerindia en general, sobre todo lo que precedió a la llegada de los europeos. Esto indica una preocupación por la identidad entendida en esos términos: como interrogación permanente. Sé que muchas universitarias, antro-

Los volúmenes de la trilogía El genio femenino fueron publicados originalmente entre 1999 y 2002. En ellos la ensayista rescata el valor de la subjetividad en la vida pública pólogas, filósofas trabajan sobre esta raíz de la cultura latinoamericana. América Latina es también una manera de reencontrarnos con Norteamérica de otra forma, no con una sumisión al poder de la economía y la política norteamericana, sino con una capacidad de cuestionarla. El cosmopolitismo es nuestra esperanza, pero creo sustancialmente en el rol productivo de la cooperación –en particular entre las mujeres– que acerque América Latina a Europa. Esta historia de haber sobrevivido a la amenaza cultural debe formar parte de la relación entre los dos continentes. –La idea de cosmopolitismo está fuertemente asociada a la de progreso. Este año usted publicó Pulsions du temps, donde afirma que el tiempo homogéneo de la globalización se superpone a tiempos múltiples, plenos de eclosiones. En trabajos anteriores se ha referido a la necesidad de revisar la temporalidad lineal. ¿Eso implica que objeta la idea clásica de progreso? –Nunca el tiempo ha sido así de abierto. Gracias a Internet podemos tener datos que se remontan a los tiempos prehistóricos y proyectarnos a futuro hacia tiempos de las galaxias, a la vida de los humanos en el futuro lejano. Pero al mismo tiempo nunca el tiempo ha sido tan cerrado: nos enfrentamos continuamente a la amenaza de la catástrofe ecológica. Tampoco sabemos qué va a pasar con la economía. El apocalipsis nos amenaza en una angustia de tiempo cerrado en el marco de la crisis económica a la que está sucumbiendo toda la población. He escrito este libro, Pulsions du temps, para decir que soy consciente de esta situación y que el único camino es compartir, a la manera en que lo hace el genio femenino. Compartir los recursos de libertad y creatividad de cada persona. Si uno advierte que vivimos en un tiempo apocalíptico, hay que preguntarse qué se puede hacer, cómo cada uno de nosotros puede abrir el tiempo de su propia creatividad. Hay personas –Hannah Arendt, Melanie Klein, Colette– que han logrado hacerlo. Estamos en un momento difícil. Pero el camino es la apertura, la pulsión del tiempo para poder mirar el futuro de otra manera. C

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a relación de Julia Kristeva con el feminismo nunca fue pacífica. Ella misma, lejos de intentar disimularlo, ha aprovechado la disputa para ampliar sus argumentos, siempre a contrapelo. La trilogía El genio femenino –cuyos volúmenes fueron publicados originalmente entre 1999 y 2002– redobla ese desafío. Ya no se trata sólo de disentir con el feminismo más o menos estandarizado porque no atiende a la experiencia de la maternidad, sino además de pensar lo femenino al margen de cuestiones como la invisibilización o la injusticia que afectan a las mujeres como grupo. Kristeva opta por seleccionar a tres mujeres clave en la historia del pensamiento del siglo XX, como emblemas de una excepcionalidad que, argumenta, debe ser la que señale el papel central de lo individual en la vida pública. Así, la filosofía de Hannah Arendt, el psicoanálisis de Melanie Klein y las narraciones de Colette resultan metáforas del modo en que la singularidad de estas mujeres deja adivinar la certeza de que el siglo XXI está destinado a ser femenino. Los trabajos de estas tres intelectuales se ocupan, respectivamente, de la vida, de la locura y de la palabra, ejes de la inevitable superposición entre lo público y lo privado. Desmenuzar sus obras implica para Kristeva entrelazar los análisis teóricos con reconstrucciones biográficas minuciosas que reflejan los detalles cotidianos, las crisis profundas que atravesaron para sostener su autonomía y cada uno de los ataques que recibieron por haber resistido a posiciones hegemónicas. Es que, así como para Arendt vida y acción resultan casi sinónimos, para Kristeva la subjetividad es actividad, evento, continuo proceso de significación. Y esto se refrenda, no sólo a través de argumentos, sino también de la inclusión en cada uno de los volúmenes de fotografías que arman una suerte de relato paralelo: el sostén de los

brazos de Arendt, las transformaciones incesantes del cuerpo –¿los cuerpos?– de Colette, la mirada evasiva pero empática de Klein. La belleza de la narración de El genio femenino construye un relato formalmente armónico pero inquietante, sostenido en los beneficios de la ambigüedad. Así como Klein muestra el modo en que la idea de maternidad puede ser rescatada para registrar femenino sin necesidad de idealización, Colette se reconoce en el cruce de todos los sexos. No hay dicotomía. Tampoco un ideal de pureza que, tal como señala Kristeva, no ha hecho más que legitimar ideas destructivas como el nacionalismo. Hay sí una elección del trío protagónico por su capacidad

“Para Kristeva la subjetividad es actividad, evento, continuo proceso de significación” para mostrar la excepcionalidad concebida como un valor encarnado, no por heroínas elegidas por el don, sino por mujeres de carne y hueso que optaron activamente por ese camino. No se trata de recuperar la genialidad como legitimación romántica del individualismo, sino de un camino alternativo para encarar revueltas que serán inevitablemente colectivas. Resta saber aún si las consecuencias de esta mirada sobre el feminismo son de verdad revulsivas o de un conformismo solapado. C

C. M.