La dimensión de lo insólito Del lector al autor El verdadero yo poético

14 nov. 2009 - visita en Palma a Inés, una amiga de su excéntrica tía abuela Blanca. ... en la habitación se escapan e i
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EL MAR DE TODOS LOS MUERTOS

EL TESORO DE LA LENGUA

ESCUPIR POR HERNÁN FIRPO

POR JAVIER ARGÜELLO

POR ARIEL SCHETTINI

MONDADORI 256 PÁGINAS $ 43

LUMEN 248 PÁGINAS $ 49

ENTROPÍA 300 PÁGINAS $ 38

La dimensión de lo insólito

Del lector al autor

El verdadero yo poético

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uchos escritores recurren a un cambio de aires cuando sufren un bloqueo creativo, pero Joaquín, el narrador de El mar de todos los muertos, se traslada a Mallorca “con el firme propósito de dejar de escribir”. En la isla, se instala en una solitaria casa frente al mar, propiedad de la familia de su editor. A los pocos días éste lo llama por teléfono para preguntarle sobre sus progresos literarios. Joaquín, sin pensarlo mucho, le habla sobre un capitán y un pasajero que emprenden un viaje en barco, y como la aparición de estos dos personajes amenaza su decisión de dejar de escribir, los encierra en una habitación de la casa. El juego entre fantasía y realidad define la novela del argentino Javier Argüello, residente en Barcelona y autor de Siete cuentos imposibles (2002). El relato toma un nuevo giro hacia lo extraño cuando el protagonista visita en Palma a Inés, una amiga de su excéntrica tía abuela Blanca. Durante esa visita conoce a Ana, la hija de Inés; asiste a la misa del aniversario de la muerte de Blanca y se entera de que la casa en la cual se hospeda perteneció a un gran amigo de su tía llamado William Harvy, también fallecido. Al regresar a la casa frente al mar, se produce el pasaje final de Joaquín a la dimensión de lo insólito. Los personajes que había encerrado en la habitación se escapan e impulsan una historia paralela: la del capitán Zap y su pasajero Ernesto Aguiar, que navegan rumbo a la “isla de los negros”. Luego, la obsesión por localizar el origen del misterioso sonido de un piano lo precipita a una alocada excavación que concluye en un desmayo. Al volver en sí, se encuentra con Blanca y Harvy, y ellos lo introducen en un ambiente subterráneo de figuras espectrales. El protagonista acepta estas presencias con bastante naturalidad, y la inesperada llegada de Ana le proporciona “una especie de refugio”. El escenario de muertos vivos, de distorsiones espaciales y afloramientos del pasado no busca infundir terror. Funciona quizá como una metáfora sobre el desmoronamiento mental de Joaquín. Argüello se vale de la subjetividad de la primera persona para eludir definiciones sobre lo que puede ser mentira o verdad. Este recurso termina siendo un poco tramposo. En el epílogo, el protagonista trata de encontrar una explicación racional para lo sucedido. ¿Se ha imaginado todo? “Eso que llamamos realidad –reflexiona– no es más que la forma simbólica que otorgamos al aluvión de fenómenos que nos rodean y nos constituyen.” Es esa misma forma simbólica la que transmite el sentido último de la obra, con la fusión de Joaquín y Ernesto en una sola identidad que sugiere un renacimiento espiritual después del colapso psíquico.

a discusión acerca de si los blogs producen o no literatura a estas alturas parece irrelevante. Con Escupir, su primera novela, Hernán Firpo se suma a una lista cada vez más grande de autores que dieron el salto de la Web al papel y que reúne, entre otros, a Lola Copacabana –que ya publicó Buena leche-, Naty Menstrual (Continuadísimo) y Carolina Aguirre (Bestiaria). En el caso de Firpo –nació y vive en Buenos Aires, trabaja como periodista en el diario Clarín–, Escupir se publicó por capítulos en el blog La Lectora Provisoria, aunque a la hora de llegar al papel el autor esquivó con éxito la autoedición y el mundo de las publicaciones pagas: su debut se concretó en Mondadori, uno de los sellos más prestigiosos del grupo multinacional Random House, dejando en claro que el mundo web va en camino de convertirse en semillero de las grandes editoriales, una especie de Club Parque, pero que en vez de formar jugadores para Boca o Argentinos Juniors termina abasteciendo de autores a Sudamericana y Planeta. La novela está estructurada en dos partes muy diferenciadas. La primera cuenta la historia de Román, un hombre que acaba de separarse y que cuando se acerca a los cuarenta años emprende la reconquista de una noviecita de la adolescencia. Con un tono jocoso y una fuerte dosis de sexo –en una entrevista Firpo definió a su literatura como “costumbrismo hardcore”–, la novela cuenta la historia de un frustrado que ve cómo su vida empieza a estar signada por la impotencia. La segunda parte de Escupir es posiblemente la más interesante. Con el título de “Diario de un escritor de ficción”, Firpo narra en primera persona su devenir por las principales editoriales en busca de que alguien lea la historia de Román y, eventualmente, se decida a publicarla. En principio, este diario se podría leer como una crítica al funcionamiento de la industria editorial –con algunos momentos desopilantes–, aunque también puede ser abordado como una ficción en clave autobiográfica. En este caso, el personaje principal ya no es el Román de la primera parte sino el propio Firpo, y el primer texto termina de asumir su carácter de ficción cuando es leído por el editor Luis Chitarroni, que decide su publicación. Sin pretensiones teóricas, el “Diario” presenta la historia de un outsider del mundo literario y sus peripecias en la búsqueda de una editorial. Y a medida que avanza el relato, somos testigos de cómo el autor, antes “lector”, se convierte en escritor.

Felipe Fernández

Alfredo Sáinz

Sandro Barrella

© LA NACION

© LA NACION

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18 | adn | Sábado 14 de noviembre de 2009

n recorrido por algunos de “los poemas más escuchados de la lengua española en Latinoamérica” es lo que propone El tesoro de la lengua, de Ariel Schettini. No se trata de una mera recopilación sino de una intervención crítica sobre los textos escogidos. El prólogo oficia a su vez de programa. Al decir un “tesoro de la lengua”, se evoca tanto el célebre y primer diccionario de nuestro idioma, obra del clérigo Sebastián de Covarrubias, como ciertas antologías de carácter divulgativo que suelen emplear el término en virtud de lo que el propio compilador declara: “Una antología de los versos que se grabaron en la lengua y que fueron perdiendo su autor”. Entretanto, el subtítulo, “una historia latinoamericana del yo”, marca el punto de tensión que Schettini señala como lo propio y lo común entre el discurso poético y las palabras de la tribu, aquello que conjuga lo colectivo con su disolución en la forma particular, la instancia del ego. Con la sola excepción de la rima XXI de Bécquer, los catorce textos seleccionados comprenden más de tres siglos de escritura poética en el continente. De sor Juana Inés de la Cruz y su redondilla a los “hombres necios” al Títere de la moneda de Arturo Carrera, Schettini sigue los avatares de la subjetividad latinoamericana. A cada poema le sigue un comentario en el que se combinan el afán pedagógico con el ensayo literario, la exploración sociohistórica del momento de aparición de los poemas y el universo cultural que los rodea. Mientras que la inclusión de “La agricultura de la Zona Tórrida”, de Andrés Bello, representa el hito fundacional de las naciones del Nuevo Mundo, el poema primero de Cantos de vida y esperanza señala el punto en que la lengua americana declara su independencia, y Rubén Darío pasa a encarnar lo moderno. Los nombres de Amado Nervo, César Vallejo, Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou no presentan zonas de conflicto en el índice. El de José Lezama Lima tal vez abra una brecha. “A medida que el tiempo de creación del poema se acerca al presente, entonces, la antología se transforma de los poemas más escuchados a los poemas más escuchados por un yo”, dice Schettini en el prólogo, y agrega: “Posiblemente yo mismo haya sido el único lector del último poema”. El presente inestable crea un sujeto inseguro, balbuceante a la hora de decir “yo”. El final abierto vuelve a plantear desde la contemporaneidad la pregunta sobre el género poético, que aparece también en los cuatro versos de Bécquer, y que el antólogo parece incluir como una afirmación de principios, como aquello que señala el centro siempre móvil, vacilante, de la utopía de la lengua.