J.R.R. TOLKIEN

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DANIEL GROTTA

J.R.R. TOLKIEN

EDITORIAL ANDRÉS BELLO

Ninguna parte de esta publicación, incluido el

diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de

fotocopia, sin permiso previo del editor. Título original: The Biography of J. R. R. Tolkien Architect of Middle-Earth

© RUNNING PRESS Philadelphia, Pennsylvania U.S.A. Traducción de Osear Luis Molina © EDITORIAL ANDRÉS BELLO Avda. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile Inscripción Na82.762 Se terminó de imprimir esta primera edición de 3.000 ejemplares en el mes de julio de 1992 IMPRESORES: Salesianos IMPRESO EN CHILE / PR1NTED IN CHILE I.S.B.N. 956-13-1016-3

Agradecimientos Debo agradecer a muchas personas que me ayudaron amablemente en mi investigación y sin cuya asistencia este libro no habría sido posible. Quiero mencionar especialmente a la señora Allen Barnett, a la señora Vera Chapman, a Owen Barfield, al padre Gervase Mathew, al profesor Przemyslaw Mrorzkowski, al Dr. Clyde Kilby, a William Cater, Geoffrey Woledge, Mavis y Charles Carr, al profesor David Abercrombe, al profesor T.V. Benn, al padre Phillip Lynch, a Howard Robenblum, a Frank Beckwith, a Shireen Billimoria y al profesor William Walsh. Agradezco también, por el acceso que me dieron a la información, al personal de la sala de lectura del Museo Británico, al Sunday Times, a la biblioteca del Daily Telegraph, a la biblioteca del Times, a los archivos de la BBC y al Oxford Mail.

CONTENIDO

Agradecimientos...............................................

7

Prólogo: El Viejo Profesor............................... 11 El Joven: 1892-1911.......................................... 19 El Becario: 1911-1915....................................... 41 El Soldado: 1915-1919..................................... 61 El Académico: 1919-1925................................. 79 El Profesor: 1925-1937..................................... 95 El Hacedor de Mitos: 1937-1953.....................119 El Autor: 1953-1965.........................................151 El Recluso: 1966-1973......................................171 El Inmortal.......................................................201 Epílogo: El Silmarillion (1977)................205 Nota del autor.................................................217 Notas................................................................229 Para quienquiera seguir leyendo

241

PROLOGO

El Viejo Profesor Mientras trabajaba en su anticuada máquina de escribir, marca Hammond, en el estudio del desván, mientras registraba, con esfuerzo y detalle, la historia de la primera y de la segunda Edad de la Tierra Media, el profesor Tolkien debió parecerse al mismísimo Bilbo Bolsón de Rivendell, el acucioso cronista de las fantásticas aventuras que relata en el Libro Rojo de la Marcha hada el Oeste. La habitación era fiel reflejo de un autor a quien su amigo C. S. Lewis describió una vez con estas palabras: "un gran hombre lleno de dilaciones y exento de método". Había libros por todas partes, en pilas y en estantes. Los estantes también tenían filas y filas de latas de tabaco de cubierta oscurecida. Desparramados o bien amontonados en cajones, había papeles llenos de genealogías, historias y borradores sobre los elfos. En el escritorio, instalado de modo muy visible, descansaba un gran reloj azul, de cuerda, con alarma, para recordar a Tolkien sus citas y entrevistas. Un "polvo de lo más distinguido", como lo llamaba Tolkien, lo cubría todo. De la moldura de la ventana colgaba un mapa de la Tierra Media, en el cual se advertían, con tinta azul, los viajes de Bilbo y de Frodo. Sobre la puerta que daba al jardín había un cuerno cafre de pólvora, de Sudáfrica, y en el suelo, junto al escritorio, yacía una vieja y muy viajada valija de colores apagados que alguna vez fueron los de la piel de antílope. En cierta ocasión un visitante le preguntó qué contenía esa valija. Sonrió Tolkien. "No está allí por ninguna razón particular, excepto que allí dentro están todas las cosas que alguna vez quise responder. Pero ya he olvidado las preguntas." En medio de la confusión, fumando su pipa, se instalaba el profesor, sonriente, de cara cuadrada, de pelo plateado. Tolkien bien pudo haber servido, en sus últimos años, de perfecto modelo de caballero inglés: alto, algo caído de hombros, ligeramente regordete, cuidadoso del atuendo, con cierta propensión a usar chaleco sin mangas o bien un sweater bajo impecables trajes de tweed. Reía más de lo que suele hacer la mayoría de los hombres; se divertía constantemente haciendo bromas. Aunque era hombre retraído y a menudo pesimista, compartía su sentido del humor y del fair play con cuantos entraba en contacto. Un periodista inglés describió una vez a Tolkien como "un cruce entre Bilbo y Gandalf" y, en realidad, su aspecto y disposición se parecían mucho a los de sus amados hobbits. Y ésta es la descripción que hace Tolkien de los hobbits en El Señor de los Anillos: "(sus) caras, por regla general, manifestaban más buen talante que belleza, eran amplias, de ojos brillantes, mejillas rojas, con bocas dispuestas para la risa y para beber y comer. Y reían, en efecto, y comían y bebían, a menudo y con entusiasmo, siempre prontos para la chanza sencilla y directa, aficionados a comer seis veces al día (cuando podían conseguir tanta comida). Eran hospitalarios y gozaban con las fiestas y con los regalos, que daban con liberalidad y aceptaban ansiosamente". Los hobbits, además, "aman la paz y la tierra sosegada y boscosa: un campo ordenado y bien cultivado era su refugio favorito. No comprendían ni gozaban máquinas más complicadas que una forja... Incluso en los días de antaño se avergonzaban ante la "gente grande", como nos llaman; ahora nos evitan, cansados, y no es fácil encontrarlos. Son veloces de oído y de visión aguda, y aunque inclinados a estar gordos y a no apresurarse sin necesidad, son sin embargo de rara agilidad y astucia de movimientos". Los hobbits, por otra parte, aman apasionadamente el tabaco y las setas, los colores brillantes (especialmente el amarillo y el verde) y prefieren una vida cómoda en casa antes que el viaje o la aventura. Esa descripción se podría aplicar directamente al mismo profesor Tolkien. "De hecho, soy un hobbit en todo menos en el tamaño", le dijo una vez a alguien que lo entrevistaba y había notado la semejanza. "Me gustan los árboles, los jardines, las tierras agrícolas no mecanizadas; fumo pipa y gozo con la comida buena y sencilla -no con la refrigerada-, pero detesto la cocina francesa. Me

gustan los chalecos y hasta me atrevo a usarlos en estos tiempos aburridos. Soy muy aficionado a las setas frescas, tengo un sentido del humor muy sencillo (que incluso mis críticos más favorables encuentran agotador). Me acuesto tarde y, si es posible, también me levanto tarde." La fama y el éxito que El Señor de los Anillos trajo a Tolkien cuando ya tenía más de setenta años, lo sorprendieron, lo dejaron perplejo. Le agradaba que sus libros alcanzaran inmensa popularidad, pero se resistía a aceptar el manto de la fama que sus lectores intentaban imponerle. Aunque en ocasiones se mostraba accesible a los admiradores que solicitaban formalmente una entrevista, Tolkien solía resultar inaccesible. Se retiró progresivamente de la vida pública a medida que fue creciendo su popularidad. Como otros personajes famosos, Tolkien se veía continuamente asediado por bienintencionados admiradores: hombres de negocios que querían obtener algo de su popularidad, estudiantes universitarios que deseaban preguntarle sobre algún pasaje de sus libros, y otra clase de entrometidos. Tolkien fue en un tiempo un personaje muy conocido en el paisaje de Oxford. Se le reconocía dé inmediato mientras caminaba por Carfax o circulaba en bicicleta por Merton Lane con su larga capa negra agitada por la brisa; pero la fama lo obligó a ocultarse del mundo. Protegía con tanto celo su privacidad que resultaba más fácil que un periodista consiguiera una entrevista con el primer ministro que con el profesor Tolkien. A Tolkien no le gustaron las críticas académicas ni las periodísticas de El Señor de los Anillos. Consideraba que los críticos, que intentaron develar alegorías en su obra mayor, se equivocaban por completo. Insistía en que El Señor de los Anillos nada tenía de alegórico. Tolkien, de hecho, abominaba de la alegoría. Prefería un buen relato directo o una verdadera saga. Parecía trabajar varias horas diarias en su estudio del número 76 de Sandfield Road, en Headington, un suburbio de Oxford. Los Tolkien gozaban cuidando las rosas que allí habían plantado a poco de trasladarse a Headington, en 1954, Pero en verano y otoño el vecindario debía luchar con multitudes de deportistas que inundaban la pequeña calle camino del estadio de fútbol cercano. En los días en que había un partido importante, los fanáticos estacionaban sus coches en cualquier lugar disponible. Tolkien terminó poniendo una gran valla frente a su casa para que no se instalaran allí esos aficionados al deporte. Temía que lo interrumpieran. La menor intrusión inesperada o cualquier desviación de la pauta de trabajo que se hubiera fijado para el día le perjudicaba el flujo de la escritura. Y Tolkien era perezoso. El total de su producción literaria durante más de cinco décadas fue sorprendentemente bajo. Era un escritor desorganizado, un postergador incorregible, un trabajador de notoria lentitud, una persona que se creaba las propias distracciones. Cuando intentaba escribir, solía divagar y dibujar, o trabajar en lenguas élficas o practicar caligrafía con trazos meticulosos, negros, casi ilegibles. Confiaba, por otra parte, en que alguna visita de amigos o de parientes pudiera liberarlo y le permitiera dejar de lado el trabajo. No obstante, se lamentaba de lo difícil que le resultaba escribir. "¡Agotador!" es la palabra que utilizó para describir sus sensaciones sobre la escritura a un periodista del New York Times. "Que Dios me ayude, sí. Casi siempre estoy luchando con la inercia natural del perezoso ser humano. El mismo antiguo decano que me advirtió que no pretendiera ser útil en la vida doméstica, me dijo un día: 'no son sólo las interrupciones, muchacho; es el miedo a las interrupciones'." Después de su tremendo éxito en los Estados Unidos, el profesor Tolkien aceptó de buen grado la ayuda de una serie de secretarias de medio tiempo, hasta que George Allen & Unwin, su editor inglés, le facilitó una de sus propias secretarias, Joy Hill, que lo visitaba todas las semanas en Oxford para colaborarle con su correspondencia, ordenar sus notas, discutir de negocios e incluso ayudar en la casa cuando la señora Tolkien se encontraba mal de su artritis o con jaquecas. Joy Hill se convirtió, con el tiempo, en uno de los principales vínculos de Tolkien con el mundo exterior. Mientras más le cooperaba, más indispensable se volvía; finalmente, fue una de las pocas personas del círculo íntimo de la familia Tolkien, por sobre los deberes que la ligaban a su empleador.

Oxford había cambiado mucho desde, que Tolkien llegara en 1911, pero mantenía diversas tradiciones, edificios e instituciones centenarias. Las aldeas y campos abiertos de sus tiempos de estudiante habían dado paso a los suburbios y fábricas que hoy rodean la ciudad. El aspecto de las facultades había permanecido virtualmente intacto durante siglos, pero habían terminado los días en que los estudiantes debían usar ropas académicas en la ciudad, trepar verjas de hierro y paredes protegidas con vidrios para ingresar a sus albergues después de medianoche, o correr el riesgo de expulsión y de supresión de los registros si acompañaban, sin custodia, a algún miembro del sexo opuesto en las habitaciones del college. El Oxford de mediados de los años sesenta era más grande, más rápido, más poblado, más construido e industrializado; pero continuaba siendo único y reconocible. Tolkien permaneció en contacto, después de su retiro, con su viejo college, Merton. Le gustó que lo eligieran profesor emérito de Merton en 1963. Cenaba regularmente en High Table durante la época de clases, o charlaba y bebía cherry con sus ex colegas en la Sénior Common Room. Visitaba, entre otros, a estos amigos: el profesor Nevill Coghill, que en 1959 lo reemplazó, después de su retiro, en la cátedra de lengua y literatura; Lord Halsbury; filólogo aficionado y hábil estudioso del anglosajón; la doctora Elaine Griffiths, antigua alumna y miembro del St. Anne's College; Alistair Campbell, académico que detentaba la cátedra Bosworth y Rawlinson de lengua anglosajona desde el retiro de Charles Wrenn, amigo de Tolkien; el reverendo Gervase Mathew, uno de los supervivientes del grupo Inklings (del cual Tolkien era otro miembro) e integrante del Balliol College; el profesor Norman Davis, que sucedió a Coghill en Merton; Donald Swann, que escribió la música para las poesías de Tolkien en El Señor de los Anillos y que obtuvo un gran éxito discográfico; y su hijo Christopher, del University College de Oxford. Conversar con Tolkien era una tarea exigente: muchas veces resultaba muy difícil comprender con exactitud lo que decía. Hablaba con una voz suave, baja, rápidamente, sin molestarse en enunciar ni en articular con claridad. Murmuraba de continuo. Su discurso solía ser confuso, y hasta quienes lo escuchaban con más atención, incluidos sus amigos, se desconcertaban, pues nunca conseguían discernir si estaba bromeando o maldiciendo en voz baja. Otro problema: casi nunca se molestaba en quitarse la pipa de la boca. Agregaba entonces todo tipo de sonidos y aspiraciones a su ya enrevesada conversación. Carecía de habilidad para contar chistes y narrar anécdotas graciosas. Siempre fallaba en la frase clave (o no llegaba a ella), se tragaba palabras o bien reía cordialmente en medio del relato y antes de que nadie comprendiera nada. Según uno de sus amigos, Tolkien resultaba a veces exasperante: cambiaba de .tema sin aviso o dejaba un pensamiento a medio camino sin molestarse en redondearlo. Para colmo, una vez que proponía un nuevo tema o dejaba de lado el que exponía, no había modo de volver atrás. Pero Tolkien hablaba el lenguaje común de los académicos (aunque a veces ese lenguaje común fuera el gótico, el gales, el islandés, el anglosajón, el finés o incluso el élfico). Este modo peculiar de hablar no era tan extraño en los medios académicos de Oxford y Cambridge. Tolkien apenas sabía de lo que ocurría fuera de Oxford e Inglaterra, y nunca pasó de un conocimiento sumamente superficial de los grandes eventos y desastres que se convertían en noticias de primera página. Durante muchos años ni siquiera leyó un periódico; prefería escuchar un resumen, predigerido, en la Sénior Common Room, conversando, o en los informes que podía hallar en High Table. Recelaba de todo compromiso político, le interesaban muy poco los movimientos o los conflictos sociales y no se le podía molestar con relatos de crímenes ni con cuentos escandalosos. Y, no obstante, el cúmulo de conocimientos que poseía Tolkien, aparte de sus materias propias de filología y mitología, era enorme. Leía con una intensidad y amplitud prodigiosas (aunque con los años fue leyendo cada vez menos) y hablaba con solvencia sobre cualquier asunto, desde literatura francesa (que detestaba) hasta ciencia ficción (que lo entusiasmaba), desde alpinismo suizo hasta el problema de comunicarse con los taxistas de Turquía, desde la historia de la iglesia primitiva hasta los últimos movimientos

ecuménicos. A Tolkien le gustaba contar chistes en inglés, cantar en gótico, narrar sagas en islandés, canturrear en élfico y recitar poesías en anglosajón. Tuvo una vida larga y en general feliz. Le confió a un periodista que no tenía el menor remordimiento. La catarata de fama y fortuna que le cayó encima al final de su vida apenas si le alteró los quehaceres cotidianos. Es posible que sus primeros años de ahorros y estrecheces le dejaran hábitos permanentes de parsimonia personal; gastaba frugalmente y medía su dinero con cuidado. Era generoso sin embargo -y hasta exagerado en esto-cuando se trataba de ayudar a la familia, a los amigos o de hacer donativos anónimos. Fue finalmente un hombre rico, pero se negó a vivir ostentosamente o a gastar sin discernimiento. A excepción de su impecable guardarropa y de algunas vacaciones en el extranjero, Tolkien vivió casi como siempre lo hizo durante años, en la misma casa, comiendo la misma comida, viendo a los mismos amigos. Si alguien hubiera preguntado al profesor Tolkien qué le habría gustado más haber conseguido en la vida, quizás habría contestado que terminar su primer gran amor, El Silmarillion. Esta obra, una "precuela" de El Señor de los Anillos, que abarca la historia de la primera y de la segunda época de la Tierra Media, la había empezado en su juventud, le dio una forma primaria durante la primera guerra mundial, fue reescrita en los años treinta, guardada en armarios durante décadas, rechazada por un editor y sólo se llenó de polvo después de la fama de su autor. Tolkien intentó retomar El Silmarillion cuando ya tenía más de setenta años, pero el doble filo de la espada del éxito y de las enfermedades de la edad impidieron continuamente su progreso. Permanecía inconclusa cuando Tolkien murió en 1973.

El Joven 1892-1911 John Ronald Reuel Tolkien, primer hijo de Arthur y Mabel Tolkien, nació una cálida mañana de domingo de 1892; fue un parto difícil. El segundo nombre de Arthur era también Reuel -del antiguo hebreo, por "amigo de Dios" o "Dios es tu amigo"-. La tradición de incluir Reuel como segundo nombre de cada niño la mantuvo Tolkien con sus propios hijos y ellos también con los suyos. El nombre Tolkien deriva del alemán Tollkiehn, variación antigua del actual Tollkühn. Christopher, hijo de Tolkien, le escribió al autor y crítico William Ready que "el nombre es de origen alemán, compuesto de 'tol', que quiere decir 'loco', y 'kühn', 'valiente'; su significado global sería 'arriesgado' ". El nombre Tollkühn podría traducirse también por "atrevido" o "precipitado", y se puede referir a alguien que actúa con audacia imprudente o a alguien que demuestra coraje e iniciativa en una situación sumamente difícil. Quizás lo más equivalente en castellano sea "temerario". Los orígenes ancestrales de Tolkien se cree que están en los ducados sajones que ahora forman el estado de Baja Sajonia en la República Federal Alemana y los distritos de Karl Marx-Stadt, Erfurt, Halle y Leipzig de la ex República Democrática Alemana. Antes de la (consolidación de los estados alemanes en un solo Reich, en tiempos de Bismark, en 1871, el nombre de Sajonia se utilizaba para designar un grupo de estados soberanos gobernados por miembros de la rama ernestina de la Casa de Wettin. La Casa de Wettin, desde el siglo trece, ha gobernado tierras que conquistó mediante matrimonios, negociaciones, guerras y gracias a una concesión del emperador del Sacro Imperio Romano, Federico II. Las fronteras de Sajonia cambiaron continuamente con los matrimonios, conquistas, cesiones y consolidaciones o con territorios que se robaban unos a otros los miembros de esa familia. Uno por uno se fueron extinguiendo los grandes linajes de los Hennenberg, Albertine y Eisenbach hasta que a principios del siglo dieciocho la casa de los Ernestine controló todos los ducados. Como otros señores feudales, los Wettin guerreaban continuamente entre ellos y con sus vecinos. La Reforma dividió Sajonia en facciones hostiles de católicos y protestantes. La región se convirtió frecuentemente en campo de batalla de poderosos ejércitos europeos. La Contrarreforma y la Guerra de Treinta Años diezmaron Sajonia, la que, al final, se volvió masivamente protestante. La rama de la familia Tollkühn de la cual se sabe que provenía Tolkien estuvo un tiempo vinculada con el Elector de Sajonia, que representaba a la región en el Sacro Imperio Romano. El significado del nombre podría indicar que alguno de los antepasados de Tolkien se distinguió al servicio del Elector y que por lo tanto se le recompensó con rango, riqueza o tierras. En esa época, un hombre podía adoptar como segundo nombre algún atributo de valor o de fortaleza, una gran hazaña, una característica física o mental, un título o un sobrenombre. Ese puede ser el origen del nombre Tolkien. Uno de los antepasados de Tolkien emigró de Sajonia a Inglaterra, posiblemente en la primera mitad del siglo dieciocho. Por esos años, los Hannover, alemanes, desplazaron a los Estuardo, escoceses, del trono de Inglaterra. En 1714 se invitó a Jorge I a asumir el trono, vacante desde la muerte de la reina Ana. Esa medida fue popular en su momento, pero algunos años después el rey Jorge se vio envuelto en una serie de escándalos que hicieron sospechosa no sólo a la familia real sino también a los alemanes que habían emigrado a Inglaterra. Es posible que el antepasado de Tolkien decidiera anglicanizar su nombre para evitar el estigma del "George, el alemán". (En 1936, cuando otra vez aumentaban los sentimientos antialemanes en Inglaterra, un pariente de Tolkien, Frank Neville Tolkien, se cambió el nombre a Tolkin.) La familia Tolkien se estableció finalmente en Warwickshire, al centro de Inglaterra, el distrito que queda más lejos del mar. A fines del siglo diecisiete, Birmingham, en Warwickshire, ya se estaba transformando en foco de la Revolución Industrial. Miles de personas acudían a la ciudad en busca de trabajo, riqueza y bienestar. Esto fue convirtiendo a los campesinos analfabetos

en clase trabajadora; también creó una nueva clase media de comerciantes, empresarios y profesionales. Los Tolkien pasaron a gozar de un cómodo bienestar y de un estilo de vida sobrio, distante de la opulencia. (En un momento determinado, el padre de Frank Tolkien fue propietario de una fábrica de pianos, pero cerró el negocio a mediados del siglo diecinueve.) La ética protestante victoriana, junto con el auge tecnológico y el de la medicina, aseguraron la múltiple progenie de la familia inglesa del siglo diecinueve. Para hacerse cargo de tales familias, la mayoría de los padres sólo era parte de una familia ampliada, en la cual abuelas, abuelos, tías y tíos y otros parientes compartían el peso y las responsabilidades de aportar el dinero, cuidar de los jóvenes y mantener la casa. Arthur Tolkien fue el primogénito de una familia bastante amplia; como tal, se esperaba que ayudara en la crianza y educación de sus hermanos y hermanas menores. Dejó muy pronto el colegio, marchó a trabajar, siguió viviendo en la casa y postergó su matrimonio hasta que el último de los hermanos hubiera crecido lo suficiente. Arthur Tolkien trabajaba en una sucursal del Lloyds Bank de Birmingham. Notaba que disponía de pocas oportunidades para progresar. Por esos años, Sudáfrica experimentaba uno de sus booms de oro y diamantes. El Banco de África necesitaba de personal experimentado y calificado para ocupar cargos en el interior. Frank Tolkien se presentó, fue aceptado, y se embarcó, parece que en 1890, a hacerse cargo de sus nuevas funciones. Arthur Tolkien ya no era tan joven cuando llegó por primera vez a Bloemfontein, la bulliciosa y dinámica capital del Estado Libre de Orange. Sudáfrica era entonces una amalgama de países soberanos, colonias de la corona y tierras de nativos independientes. Las regiones más desarrolladas -las que contaban con más blancos establecidos-quedaban al sur del desierto de Kalahari y al este de Ciudad del Cabo. El Estado Libre de Orange estaba situado en medio de estas regiones y Bloemfontein en medio del Estado Libre. En los años setenta y a mediados de los ochenta hubo importantes descubrimientos de oro y diamantes en el Transvaal, en Natal y en la colonia del Cabo; infinidad de aventureros llegaron al África. Muy pocos hallaron las riquezas que buscaban, pero la mayoría se quedó: fueron granjeros, rancheros, mineros o comerciantes. Debido a su situación estratégica, Bloemfontein pasó de importante centro comercial a pueblo y de pueblo a ciudad. Bloemfontein se fundó en 1846. Era un verdadero oasis rodeado por kilómetros y kilómetros de desiertos semiáridos. Un granjero llamado Jan Bloem había descubierto la fuente de la cual fluye el Bloemspruit, la única provisión de agua en la región por muchos años, hasta que se construyó una tubería que lleva el agua desde el río Modder, a más de treinta y cinco kilómetros de distancia. La ciudad está a unos mil doscientos kilómetros al noreste de Ciudad del Cabo, a unos cuatrocientos kilómetros al suroeste de Johannesburgo y a unos quinientos kilómetros al oeste de Durban. Las comunicaciones entre estas capitales fueron arduas y complicadas hasta que se construyó el ferrocarril que las une; eso fue el mismo año que nació J. R. R. Tolkien. Bloemfontein era la capital de una nación soberana y la sede de la volksraad, la asamblea nacional; pero en 1890 todavía era zona de frontera. Había pasado casi medio siglo desde el Gran Trek y más de veinte años desde el fin de las guerras con los bantúes y una década desde la guerra Zulú; pero la tensión crecía entre los boers, de estirpe holandesa, y los colonos ingleses. En 1890, la población de Bloemfontein llegaba aproximadamente a las veinticinco mil personas, casi todas bechuana o basuto. Entonces sólo había allí 2.077 europeos, y aunque la lengua oficial era el africaan, predominaba el inglés, la palabra apartheid aún no ingresaba en el lenguaje, pero sí existía una política de discriminación social y la justicia exhibía un doble estándar evidente. La vida en el Estado Libre de Orange era completamente distinta a la vida en la Inglaterra rural. Las estaciones se sucedían, por supuesto, a la inversa. Los días de invierno podían resultar intensamente calurosos. Llovía muy poco en invierno -menos todavía en el verano-y vientos secos y cálidos solían atravesar el desierto y las calles del pueblo. La vista desde la capital era la de un interminable desierto sin árboles puntuado de granjas apenas menos áridas,

rodeado de cerros distantes. El pueblo, que antaño pareciera uno del Oeste norteamericano, empezaba a semejarse a una ciudad pequeña cuando allí se estableció Arthur Tolkien en una amplia casa de dos pisos, blanca, con dos balcones y una galería. El edificio más notorio de Bloemfontein era el nuevo Raadzaal, donde se reunía la volksraad, de estilo renacentista y que dominaba la plaza del mercado. Las calles de la ciudad eran rectas, con esquinas en ángulo recto; la plaza del mercado quedaba al centro de la cuadrícula. La mayoría de las casas poseía amplios jardines con numerosos árboles, bien mantenidos por servidores negros. La ciudad terminaba en poblaciones miserables que limitaban con campamentos de recién llegados; más allá, el desierto. Arthur Tolkien se casó relativamente tarde, a los treinta y cuatro años. Supo escoger, parece. Su mujer, Mabel Suffield, pertenecía a una familia religiosa, del pueblo de Evesham, Warwickshire, a unos treinta kilómetros al sur de Birmingham. Era una mujer educada, culta, devota, miembro de la iglesia unitaria. Ella y sus dos hermanas habían sido misioneras en África antes de regresar a Inglaterra. Mabel Suffield había intentado, durante un tiempo, catequizar el harén del sultán de Zanzíbar. Mabel y Arthur se habían conocido en Inglaterra cuando él trabajaba en el Lloyds Bank. Se enamoraron, pero las circunstancias les hicieron esperar muchos meses antes de poder casarse. Sin embargo, Arthur Tolkien tuvo éxito muy pronto en Sudáfrica y pudo llamar a su prometida. Se casaron en la catedral de Ciudad del Cabo el 16 de abril de 1891. Mabel tenía entonces veintiún años. J. R. R. Tolkien nació el 3 de enero de 1892. Era pequeño y enfermizo. Su salud fue motivo de suma preocupación. De niño, reaccionaba mal al calor y a la falta de humedad, aunque el clima de Bloemfontein se consideraba saludable para quienes tuvieran problemas respiratorios; todavía es lugar de descanso para inválidos y convalecientes. Poco después del nacimiento de Tolkien, el Bloemspruit superó su magro caudal debido a una inesperada e intensa lluvia e inundó algunas de las mejores casas que se habían construido cerca de la corriente. Pero el mayor acontecimiento del año fue la inauguración del "ferrocarril entre Ciudad del Cabo y Johannesburgo, que efectuó el presidente del Estado Libre de Orange, F. W. Reitz. Se lo celebró como la medida que definitivamente traería seguridad y prosperidad a la zona; pero muy pronto se transformó en motivo de disputas por el poder entre británicos y boers. Bloemfontein, al parecer, produjo una honda impresión en el joven Tolkien. Durante toda la vida recordó con suma precisión muchos fragmentos de esos primeros años. Tolkien creía que el hecho de haber nacido en Sudáfrica y ser desarraigado muy joven con el traslado a Inglaterra ayudó a estimularle la imaginación y la memoria. El contraste entre la desierta llanura africana y las amables y verdes colinas de Inglaterra parece haber disparado creatividad y precocidad. "Un mero accidente", dijo en cierta ocasión, "me entregó una visión infantil muy viva, resultado de habérseme separado de un país y dejado en otro hemisferio, en el lugar a que pertenecía, pero que ignoraba por completo y me era absolutamente extraño y novedoso". Podía recordar, por ejemplo, que su primer árbol de Navidad fue una rama de eucalipto, que a los dos años se había bañado en el océano Indico y cuánto lo había horrorizado ver que un archidiácono comía las mazorcas de maíz hindú al modo de los nativos. Tolkien también recordaba un incidente algo traumático, que más tarde iba a incorporar en El Hobbit y en El Señor de los Anillos: "casi me mordieron unas serpientes y me picó una tarántula, me parece", recordaba años después. "En mi jardín. Todo lo que recuerdo es un día sumamente cálido, césped largo y muerto; yo, corría. No recuerdo que gritara." Después de eso temió siempre a las arañas, temor que traspasó a su hijo Michael mediante dramáticas lecturas del encuentro de Bilbo con las arañas de Mirkwood en El Hobbit. Lo cual fue reforzado después por el casi fatal combate de Frodo y Sam con Shelob en Cirith Ungol, en El Señor de los Anillos. Había otro incidente que Tolkien gozaba recordando, aunque debió haber causado un verdadero pandemónium cuando aconteció. Los Tolkien tenían servidores nativos, como muchas otras familias blancas. Uno de ellos, llamado Isaac, aparentemente estaba muy orgulloso tanto de su posición como de sus empleadores.

De hecho, para mostrar su admiración, había bautizado a su hijo Isaac (por él mismo), Tolkien (por el padre de Tolkien) y Víctor (por la reina Victoria). Una vez se llevó "prestado" por varios días a Tolkien, para mostrarlo en su kraal (aldea). Los Tolkien fueron presa del pánico cuando descubrieron la ausencia de Isaac y de su propio hijo. Isaac, por cierto, no se había molestado en pedir permiso ni había informado a nadie de sus proyectos. El niño, por supuesto, nunca estuvo en peligro, pero sus padres no sabían entonces qué sucedía. El único hermano de Tolkien, Hilary, nació en febrero de 1894; también resultó un niño enfermizo. A los tres años de edad, Tolkien aún no superaba su delicado estado de salud; tampoco mostraba señales de que fuera a mejorar. Entonces, después de mucho pensarlo, se decidió que Mabel Tolkien volvería a Inglaterra con sus hijos. Regresaría con ellos si consideraba que ya estaban lo bastante fuertes para soportar ese clima cálido y seco, o bien se quedaría en Inglaterra a la espera de que Arthur Tolkien renunciara a su cargo en el banco de Bloemfontein y encontrara un trabajo semejante en Birmingham. En abril de 1895, con suma reticencia, la familia Tolkien se separó. El separarse de su padre a tan tierna edad y en circunstancias tan tensas fue una experiencia dolorosa para Tolkien. Un recuerdo especialmente penoso: el que pintaran, cuidadosamente, el nombre A. R. Tolkien en el gran baúl de viaje. Con asombrosa intuición y no menor madurez para sus años, el joven Tolkien advirtió entonces que jamás volvería a ver a su padre. Mabel Tolkien y sus dos hijos se embarcaron en el S. S. Guelph, que viajaba a Inglaterra vía Canal de Suez y el Mediterráneo. Poco después de llegar se establecieron en Sarehole, un pueblo rural en las afueras de Birmingham. Varios meses más tarde, les comunicaron desde el Estado Libre de Orange que Arthur Tolkien había muerto de peritonitis aguda en febrero de 1896. Al parecer había enfermado de gripe, no se cuidó lo suficiente, hubo complicaciones serias. William Cater, que después sería columnista del Sunday Times de Londres, fue quizás el único periodista a quien confió Tolkien asuntos familiares. Según la impresión que tuvo Cater en el curso de su larga amistad de muchos años, "es probable que Tolkien se culpara a sí mismo de la muerte de su padre por haberlo separado de su madre debido a su mala salud. Parecía creer que su padre habría vivido si se hubieran quedado con él". La pérdida del padre fue la primera de varias tragedias de la vida del joven Tolkien. Sarehole, en la última década del siglo diecinueve, era como una isla de tradición a punto de quedar sumergida en un vasto mar de cambios. Un observador contemporáneo, que describe la Inglaterra de la época, anota: "la vieja sobriedad mental ha abandonado nuestras costas; estamos pasando de una nación imperturbable a una volátil". Los vientos del cambio dieron paso a leyes de reforma, nuevos impuestos, sindicatos, feministas y finalmente guerra. Inglaterra se iba a incorporar al siglo veinte como un país muy distinto del que fuera apenas una década antes. Unos pocos bolsones de la vieja Inglaterra rural del siglo diecinueve se resistían tenazmente y se aferraban a las viejas costumbres; pero la primera guerra mundial terminaría completamente con ese mundo idílico. Sarehole fue la visión de Tolkien del "paraíso perdido". En cierta ocasión relató que tuvo "una extraña sensación de volver a casa" cuando, a los tres años, llegó por primera vez a ese pueblo de Warwickshire. Sarehole tenía "buenos arroyuelos, olmos y piedrecillas". La rodeaban campos abiertos y granjas, aunque en la distancia se alcanzaban a ver los humos de Birmingham. Se cree que Shakespeare visitó Sarehole en su juventud y que no había cambiado mucho desde entonces. "Podría dibujarte un mapa detallado" decía Tolkien a los setenta y cuatro años. "La amé con una intensidad amorosa semejante a la nostalgia a la inversa. Había un molino viejo que efectivamente molía trigo, con dos molineros que pasaron directamente al Farmer Giles of Ham, un gran estanque con cisnes, un pozo de arena, una maravillosa hondonada llena de flores, unas cuantas casas viejas de aldea y, un poco más allá, otro molino en otro arroyo". La familia vivía en una "amable pobreza", como la describe el mismo Tolkien, aunque su opinión puede estar influida por la relativa riqueza de la familia en África. Era, por cierto, una situación de decadencia en relación a una gran casa con servidores. La situación empeoró sin duda después de la súbita muerte de Arthur Tolkien. Pero parece que vivían bastante mejor que la mayoría de los

habitantes de Sarehole. En cualquier caso, el grado de pobreza que recuerda Tolkien no parece haberlo afectado negativamente, aunque la falta de dinero suficiente fuera uno de sus problemas crónicos hasta mucho después de su jubilación. Había una notoria diferencia entre los rústicos habitantes de la aldea y la familia de clase media de Tolkien; los distanciaba el vestido, el modo de hablar y las costumbres. Mabel Tolkien, al parecer se enorgullecía de vestir a sus hijos conforme a la última moda: abrigos cortos de terciopelo negro, pantalones hasta la rodilla, amplios sombreros redondos con cintas para sujetarlos, camisas blancas de satén y enormes pañuelos rojos no muy apretados al cuello. También los hizo usar el pelo largo y rizado. Según Tolkien, los niños de la aldea, que sólo disponían de ropa sencilla, "casi me despreciaban, porque a mi madre le gustaba que me viera bonito". El cambio de clima, aparentemente, ayudó a Tolkien y a su hermano Hilary a mejorar de salud. A los siete años, Tolkien era robusto y alto para su edad. Le gustaba jugar en la calle y dar largas caminatas por el campo. Era un niño tímido, algo desgarbado. Nunca consiguió amigos íntimos; llegó casi a envidiar a los demás niños del pueblo. Solía contemplarlos con admiración mientras jugaban en la calle, pero por más que aparentemente quería ser como ellos siempre se mantuvo al margen. Todo lo de Sarehole fascinaba a Tolkien. Compraba caramelos a una mujer desdentada que atendía el kiosco de la aldea y le gustaba contemplar al viejo molinero mientras convertía trigo en harina y a los campesinos mientras trabajaban en los campos. Sus frecuentes caminatas por la campiña -costumbre estableada y estimulada por su madre-le inculcaron un amor profundo, reverente, por la naturaleza. A Sarehole no la perturbaban ni fábricas ni motores ni subdivisiones de suburbio ni trastornos sociales; era un escenario idílico para crecer. Muchos años más tarde, Sarehole se transformaría en la amada Shire de Tolkien y sus habitantes en los hobbits. "Tomé la idea de los hobbits de la gente y de los niños de la aldea", le dijo una vez a un entrevistador, y agregó que "los hobbits son lo que a mí me habría gustado ser, pero nunca fui". Bag End pasó a la Comarca directamente de la granja de manzanas de su tía Jane; lo mismo ocurrió con las fiestas de la cosecha, los granjeros y con otros lugares. "La Comarca", confesó Tolkien, "se parece mucho a la clase de mundo en el cual por primera vez fui consciente de las cosas". Tolkien manifestó gran capacidad desde edad muy temprana, condición precoz que más tarde interpretó como proveniente del lado de la familia de su padre. (Pero globalmente, escribió, "aunque de nombre Tolkien, soy un Suffield por gustos, talentos y educación".) Afortunadamente, Mabel Tolkien también era talentosa y pudo hacerse cargo de la educación de su hijo. Antes de ser misionera había cuidado niños y aunque carecía de mayor educación formal (las mujeres no iban a la universidad en la Inglaterra victoriana), estaba perfectamente calificada para instruir a su hijo. Le enseñó muy pronto a leer y a escribir y luego pasó al latín, al griego, a las matemáticas y a la literatura romántica. Un régimen de esa naturaleza podría haber abrumado a alguien menos dotado, pero Tolkien lo asimiló muy bien. Cosa curiosa, era un estudiante bastante perezoso, pero aprendía con rapidez y con tanta facilidad que empezó a leer y a estudiar por su cuenta. El objetivo de Mabel Tolkien era prepararlo para una beca en el King Edward VI School de Birmingham, el mejor colegio de la zona. Esperaba que esto le permitiría conseguir, más adelante, un sitio en la universidad. A Tolkien le interesaron por primera vez los idiomas cuando tenía siete años, mientras aprendía latín y griego básicos. Es probable que, a medida que aumentaban su habilidad y amor por esas lenguas, ya empezara a hacer experimentos lingüísticos. A los nueve años dominaba maravillosamente esas lenguas y pasaba buena parte de su tiempo libre ocupado en crear una propia. Esto desconcertaba a su madre, a pesar de la inteligencia e imaginación que manifestaba su hijo. Su única preocupación era que consiguiera una beca. No había esperanzas de que pudiera proseguir su educación si no la obtenía; no tenía dinero para pagarla.

"Inventé varias lenguas cuando sólo tenía ocho o nueve años", recordaba Tolkien, orgullosamente. "Pero las destruí. Mi madre no estaba de acuerdo. Creía que mis lenguas eran una frivolidad inútil, que me quitaban tiempo que podía dedicar con más fruto a mis estudios. Una verdadera lástima. Esas lenguas estaban bastante en bruto, pero habría sido interesante poder verlas ahora." Después de recibir reiteradas reprimendas, Tolkien abandonó sus pasatiempos intelectuales y se aplicó al estudio del latín y del griego. Varios años después, sin embargo, retomó la costumbre de inventar lenguajes, una práctica que no dejaría nunca más. Mabel Tolkien también estimuló en su hijo el amor a la imaginación, la fantasía y a los cuentos de hadas. La lectura de cuentos de hadas era una diversión victoriana habitual; y no sólo para los niños. El siglo diecinueve resultó riquísimo en la generación de escritores fantásticos. No cabe duda de que Tolkien se familiarizó con varios. De niño le habían leído cuentos de hadas de George MacDonald, William Morris y Andrew Land -que le gustaban mucho-y también cuentos de Hans Christian Andersen, Lewis Carrol y de los hermanos Grimm -que no le gustaban-. Por su parte, y poco después, Tolkien descubrió a G.K. Chesterton, Hilaire Belloc, H.G. Wells y otros escritores de relatos fantásticos de la época; también conoció las obras de Malory y de Spenser. De hecho, la leyenda de Arturo, de Malory, lo fascinó y tanto le estimuló la imaginación que años más tarde empezaría -si bien nunca terminaría-un poema épico sobre el rey Arturo. Pero de todas las historias, cuentos y cuentos de hadas que escuchó o leyó de niño las que más le gustaron fueron las de George MacDonald.(1) Mabel Tolkien se las arregló para inculcar también en su hijo un amor "casi idólatra" a los árboles, las flores, la naturaleza, la mitología clásica y la música de bandas militares. Tolkien compartía con su madre su entusiasmo por los festivales, celebraciones, desfiles militares y fuegos de artificio; también su amor por la reina y el país, las casas campesinas, las setas frescas y, finalmente, la religión. En los últimos meses del siglo diecinueve Mabel Tolkien se convirtió al catolicismo. Abrazó su nueva religión con el mismo celo que la anterior y pasó este mismo entusiasmo a sus hijos. Por esos días, la vecina Birmingham era escenario de un resurgimiento del catolicismo, estimulado y dirigido por la congregación que fundara el cardenal Newman. Birmingham había sido un foco del protestantismo puritano desde los días de la guerra civil inglesa, y aunque con posterioridad prosperaron allí varias sectas y denominaciones inconformistas (especialmente los unitarios), la ciudad era tradicionalmente anticatólica. En el curso de los siglos hubo en Birmingham violentos tumultos contra los "papistas", el último de los cuales ocurrió en 1867. Pero la ciudad se iba transformando en un importante centro industrial y muchos católicos irlandeses y alemanes llegaban en busca de trabajo. John Henry Newman, que en 1879 llegó a cardenal de Inglaterra, fue uno de los teólogos más importantes e influyentes del siglo diecinueve. En una época había sido sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, pero el movimiento anglicano se tornaba más y más liberal y él evolucionaba a conservador. Finalmente dejó la Iglesia de Inglaterra y se ordenó sacerdote católico en la congregación de San Felipe Neri. Estuvo dos años en Roma, se doctoró y el Papa Pío IX lo envió a Inglaterra a establecer nuevas casas de la orden. En 1847, Newman organizó una en Londres, y en 1851 se trasladó a Birmingham a hacer lo propio. Su propósito era "enseñar catolicismo a los conversos, a los inmigrantes y a los apóstatas". La congregación fue todo un éxito, porque Newman concilio bastante el catolicismo romano con el anglicanismo. Estableció entonces una escuela de la congregación en Birmingham. St. Phillip School se atenía a las normas generales de las escuelas públicas de Inglaterra. Tolkien y su hermano Hilary asistían allí a clases. Con el paso de los años, Mabel Tolkien había pasado del unitarismo al anglicanismo. Pero al fin empezó a asistir a la iglesia de Santa Ana de Birmingham y terminaron por aceptarla en la fe católica en junio de 1900. Su hermana May se convirtió junto con ella. Esa declaración de fe era asunto que implicaba mucho coraje: Mabel Tolkien y sus hijos dependían en gran medida de sus parientes, tanto por amistad como por sustento económico y moral. Supuso,

correctamente, que al hacerse católica ofendería y molestaría a su familia y, de hecho, varios parientes -tanto Tolkien como Suffield-le retiraron el apoyo financiero. Afortunadamente, un tío pagó los gastos del ingreso de Tolkien en 1900 al King Edward VI School. La madre de Tolkien, sin embargo, se vio obligada a retirar a su hijo de la prestigiosa escuela en 1902; faltaba dinero. Lo enviaron entonces a St. Phillip. Pero el estándar académico no era particularmente alto. Ese mismo año retiró a Tolkien de la escuela y empezó a enseñarle directamente en la casa. Aunque su conversión al catolicismo tensó un tanto las relaciones familiares, Tolkien gozaba visitando a su abuela en Birmingham. En cierta ocasión, su siempre activa imaginación y sus recuerdos se le confundieron. "Tuve un cuadro vivido, claro, de una casa, pero ahora me doy cuenta de que fue un hermoso pastiche de mi propia casa de Bloemfontein y de la casa de mi abuela en Birmingham, porque todavía puedo recordar (Tolkien tenía más de setenta años cuando dijo esto) que iba por la calle en Birmingham preguntándome qué había sucedido con la galería y los balcones." Tolkien obtuvo finalmente una beca, en 1903, para el King Edward VI School. Se había examinado para obtener la beca en 1899 y 1900 y aunque había fallado esas dos veces, aprobó el examen para ser alumno pagado. Su éxito en la tercera oportunidad menguó la ansiedad económica de Mabel Tolkien. El King Edward VI School era la institución educacional más antigua de Birmingham. Se había establecido en 1552, con dinero que se recibió después de que Enrique VIII vendió las tierras recientemente confiscadas que habían pertenecido a la hermandad de la Santa Cruz. Le dio el nombre de su hijo, Eduardo VI. En el siglo diecinueve la escuela había conseguido una gran reputación académica. No tenía el prestigio de Eton, Harrow o Rugby, pero poseía muy buen estándar académico y un porcentaje importante de sus alumnos conseguía ingresar en Oxford y Cambridge. El King Edward VI School quedaba en tiempos de Tolkien en New Street y consistía en dos divisiones de enseñanza media, clásica una y moderna la otra, las dos con un total de aproximadamente quinientos alumnos. En 1896 se había agregado una división para niñas, con trescientas alumnas; pero no existía el sistema de educación mixta. El King Edward VI School, a través de una fundación del mismo nombre, operaba en la ciudad siete escuelas básicas para niños menores. Estas contaban con un mil novecientos alumnos. Sólo los mejores estudiantes de estas escuelas podían continuar su educación en la institución de New Street. La escuela en Birmingham significó el fin de la vida idílica en Sarehole. Entre 1900 y 1904 los Tolkien vivieron en diversas casas alquiladas en la ciudad o en sus alrededores. Después de la guerra de los boers y con las difíciles condiciones económicas posteriores, Birmingham ingresó al siglo veinte con cierta beligerancia. La población continuaba aumentando y las aldeas de las afueras se convirtieron en los suburbios de la ciudad y finalmente quedaron completamente integradas a la ciudad misma. Ese fue el destino de Sarehole. A Tolkien lo entristecía ver los amontonamientos ciudadanos en marcha sobre el campo bajo la forma de nuevas casas, fábricas y ferrocarriles suburbanos. Años más tarde, en el primer libro de La Hermandad del Anillo, Tolkien hizo el perfecto retrato de la Comarca como había sido desde tiempos inmemoriales, y aunque los hobbits deseaban que siguiera igual para siempre, había acontecimientos cósmicos que conspiraban para cambiar irrevocablemente su estilo de vida. "Ojalá no sea necesario que ocurra durante mi vida", le dice, tristemente, Frodo a Gandalf. "Lo mismo deseo yo", dice Gandalf, "y lo mismo desean todos cuantos viven para ver estos tiempos. Pero no está en nuestro poder decidir esto. Todo cuanto podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha concedido". Para Tolkien, tanto Sarehole como la Comarca habían sido "separados de todos los centros de perturbación" y llegado a ser "considerados bajo protección divina, aunque la gente no lo advirtiera entonces. Así suele ser Inglaterra, ¿verdad?" Pero, según Tolkien, "bajo toda esa charla hobbit hay bastante inseguridad. Siempre supe que todo eso acabaría, y así fue". La segunda tragedia de la vida del niño Tolkien fue la muerte de su madre, en 1904, cuando apenas tenía doce años. Mabel Tolkien no había estado bien durante

un tiempo. Cuando se vio obligada a hospitalizarse, le diagnosticaron diabetes. En esos días, antes de que se conociera la insulina, la diabetes era una enfermedad irremediablemente mortal. Mabel Tolkien empezó de inmediato a hacer los arreglos legales para la educación e instrucción de sus hijos. Su mayor preocupación era que Tolkien e Hilary continuaran en la fe católica. Temía que si sus hijos quedaban en manos de sus abuelos protestantes se los presionaría para que cambiaran de religión. Este deseo implicaba, sin embargo, un dilema: no tenía dinero ni medios para asegurar la vida de sus hijos. Decidió consultar esto con el padre Francisco Javier Morgan, sacerdote amigo de la familia. El padre Morgan había estudiado en la escuela de la congregación de San Felipe Neri, en 1875, e ingresó a la congregación después de graduarse en 1877. Era medio español; esa parte de su familia estaba formada por acaudalados comerciantes de licores de Andalucía. Se quedó a vivir en Inglaterra pero su hermano eligió hacerlo en Puerto de Santa María, al sur de España y encargarse del negocio familiar. El padre Morgan visitó España año por medio hasta su muerte en 1935. Los amigos y colegas lo llamaban padre Francis y Tolkien debió llamarlo así. Era un hombre alto, de pelo plateado, más distinguido que imponente. Sus modales eran firmes pero amables, poseía una aguda inteligencia y una sensibilidad poco usual para tratar a los niños. Estableció gran amistad con los Tolkien y tuvo poderosa influencia en su educación. En cierto sentido, actuó como padre sustituto desde un principio. El padre Morgan se ofreció para ser el tutor legal y asumir por tanto la responsabilidad de la educación de los dos niños. Mabel Tolkien estuvo de acuerdo, porque eso aseguraría que siguieran católicos y que recibirían una educación excelente. Según Phillip Lynch, un sacerdote mayor de la congregación de Birmingham que conoció al padre Francis y a los niños Tolkien, la tarea del padre Francis "fue cumplida muy adecuadamente". Después del fallecimiento, en noviembre, de Mabel Tolkien, el padre Morgan se hizo cargo de los niños y convenció a una de sus tías, Beatrice Suffield, que se los llevara a casa. La tía Beatrice, al revés de los demás parientes, no se oponía a la religión de los niños y prometió no obligarlos a convertirse al protestantismo. Aunque Tolkien no se sentía feliz viviendo con su tía, su casa quedaba cerca de la sede de la congregación, y tanto él como Hilary pasaban horas conversando con el padre Morgan. Otro consuelo fue conocer a otro niño del King Edward, a Christopher Wiseman, que se convertiría en el mejor amigo de Tolkien. Cuatro años más tarde, cuando fue claro que la tía Beatrice no podría seguir teniendo a los niños -que ya eran adolescentes-, el padre Francis consiguió alojarlos en una pensión dirigida por cierta señora Faulkner, que solía encargarse de los huérfanos que atendía la congregación. La pensión era una construcción extremadamente modesta en el sector de Eddystone, en Birmingham, que alojaba cierta cantidad de huérfanos tanto católicos como protestantes. Había relativamente poco Dinero para la comida y las atenciones mínimas; Tolkien recuerda haber vivido continuamente al borde del hambre. Sin embargo, él y su hermano contaban con una habitación para ellos solos en el segundo piso. La vida en Birmingham resultó, por cierto, muy diferente a la de Sarehole. En lugar de la quietud sosegada y los amplios espacios abiertos, Birmingham era ruidosa, multitudinaria y sucia. En 1900 su población había superado el medio millón de personas, en parte porque atraía a los trabajadores de los distritos cercanos y en parte porque estaba absorbiendo los suburbios y las aldeas adyacentes. A Birmingham se la conocía como "una comunidad de incansable actividad industrial", fama que se verificaba en los cientos de chimeneas que esparcían polución en el cielo gris día y noche. Muchos distritos próximos -Dudley, Wolverhampton, Walsall, Wednesbury y South Staffordshire-también se habían convertido en pujantes centros industriales; la región en torno a Birmingham empezó a conocerse como "el país negro". Como la Silesia superior y el Ruhr de hoy, todo el valle que rodea a Birmingham se estaba convirtiendo velozmente en un sistema interconectado de ciudades manufactureras que eventualmente se fusionarían en un solo vasto distrito industrial, tragándose, de paso, todo terreno disponible en su insaciable afán de tierra.

Birmingham estimulaba y deprimía a un tiempo a Tolkien. Aborrecía su suciedad, pero disfrutaba con sus colegios, bibliotecas, parques y museos. Lo que más gozaba eran las ocasionales caminatas por los campos cercanos acompañado del padre Morgan. Poco después de la muerte de Mabel Tolkien, el padre Morgan, Tolkien e Hilary partieron en tren, por unos días de vacaciones, a Gales. Era la primera vez que Tolkien iba al oeste de Inglaterra. Desde entonces amó a Gales y cuanto fuera gales. A medida que se internaban en los campos de Gales, los fragmentos de conversación y los carteles públicos con nombres de Gales eran más y más frecuentes. "Lo escuché venir desde el oeste. Me golpeó con los nombres de los camiones de carbón. Ya más cerca, me parpadeaba desde los carteles de la estaciones. Eran relámpagos de un extraño silabeo, trazos de un viejo lenguaje aún vivo. Me hirió el corazón de lingüista incluso un adeiladwyd 1887 mal grabado en una roca... Es ese lenguaje nativo en el cual, de modo inexplicable, todavía nos sentimos como en casa". Años más tarde, esa primera impresión era aún tan fuerte, que llegó a decir: "el gales siempre me atrajo más que ninguna otra lengua". Tolkien incorporó muchos elementos lingüísticos del gales en sus propios lenguajes élficos, especialmente ese sonido suave, lingual de la ls. Y en El Señor de los Anillos "se manifiesta la música del gales en los nombres de montañas y de otros sitios". El progreso de Tolkien en los estudios clásicos, durante la enseñanza media, fue excelente para los estándares del colegio, pero sólo pasable en relación a sus capacidades. Fue, según cree él mismo, "uno de los alumnos más ociosos que jamás tuvo Gilson (el profesor jefe)". Después de la visita a Gales, Tolkien volvió a concentrarse en los idiomas y empezó, además, a estudiar anglosajón, gales e incluso gales medieval. Estudiaba solo, al margen de los cursos del colegio. Su talento pudo haber pasado inadvertido y carecido entonces de dirección, pero George Brewton, su anterior maestro, intervino positivamente. "Era un gran maestro", según Tolkien, y casi un verdadero medievalista. Cuando descubrió que Tolkien luchaba por su cuenta con el anglosajón y que para ello utilizaba sólo los libros disponibles en la biblioteca, se hizo cargo del muchacho y compartió con él su entusiasmo por los asuntos medievales. Lo primero que hizo fue probar a Tolkien, para averiguar hasta qué punto había avanzado en sus estudios particulares. Los conocimientos del joven eran, al parecer, considerables, aunque incompletos. Había aprendido de los libros, pero no tenía idea de la correcta pronunciación. Tampoco do, minaba la complicada gramática. Brewton estableció unas sesiones regulares de trabajo para ayudar a Tolkien con el anglosajón. Era un profesor exigente, tanto como Tolkien era perezoso. Pero por más trabajo que le impusiera Brewton o por más velocidad que imprimiera a su enseñanza, Tolkien siempre se las arregló para mantenerse un paso más adelante que su maestro y aún así tuvo tiempo para estudiar gales, e incluso gótico, por su cuenta. Apenas pudo verificar que Tolkien conocía de modo suficiente la lengua, Brewton lo acercó a la literatura anglosajona. Y fue a través de Brewton como se enteró Tolkien de la inmensa riqueza de la literatura medieval aún sin traducir. Otro profesor que tuvo una influencia positiva en Tolkien en los años del King Edward VI School fue R.W. ("Dickie") Reynolds. Enseñaba inglés en los cursos superiores. Introdujo a Tolkien en la literatura y, más importante, en la crítica literaria. Tolkien quedó capacitado entonces para hacer la síntesis del amor a las lenguas con la metodología para discernir significados en el lenguaje. Tolkien no descuidó sus otros estudios, pero tampoco los realizó con mucho entusiasmo. Dejó un poco de lado los clásicos en beneficio de la literatura anglosajona, y aunque su latín y griego eran excelentes, sus conocimientos de las obras griegas y romanas, indispensables para ingresar a Oxford o Cambridge, eran solamente discretos. Pero sus deficiencias en los clásicos no lo molestaban por esos días, y continuó trabajando privadamente en temas más bien oscuros, en lugar de concentrarse en las obras estándar. Esta deficiencia le penaría durante sus dos primeros años en Oxford. A los dieciséis años, Tolkien era un joven alto, bien parecido, muy admirado por las jóvenes. Había superado su primitiva debilidad física, practicaba

activamente el atletismo y varios deportes. Probó jugar rugby -el deporte más popular en el colegio por esa época-y participó en varios encuentros del primer equipo. Excelente estudiante, seguía siendo tímido, pero gozaba de la simpatía de sus compañeros y disfrutaba de la vida social que podía ejercer viviendo como vivía en un asilo de huérfanos. Tenía varios amigos íntimos. Uno era Wiseman, por supuesto, y otro Robert Quilter ("R.Q.") Gilson, hijo del profesor jefe. Junto con tres o cuatro más del mismo curso, Tolkien, Wiseman y Gilson formaban un pequeño grupo que brillaba en los deportes y en los estudios. Y, tal como era la costumbre de esos días, los estudiantes formaban sus propios clubes privados. Al principio se llamaron el Club del Té, pero más adelante cambiaron el nombre a Barriovan Society (por el nombre de una tienda de té, que se llamaba Barrow). Poco después volvieron a cambiar el nombre, ahora a T.C.B.S. Esas iniciales sonaban misteriosamente e impresionaban a los demás compañeros. El T.C.B.S. tuvo prolongada influencia en Tolkien. Lo dotó de una muy bien dispuesta audiencia para exponer sus estudios filológicos y sus tempranos intentos de escritor. Tolkien probablemente no había cumplido los dieciséis años cuando se enamoró por primera, y única, vez en su vida. En la misma casa de Eddystone vivía una huérfana, Edith Mary Bratt. Su historia familiar era semejante a la de Tolkien. Edith Mary era unos tres años mayor, pero esa diferencia no tuvo efecto apreciable en la floreciente amistad. Tampoco les parecía importante la diferencia de religión, que se transformaría en una verdadera barrera entre su familia y Tolkien hasta que ella, sin mucho entusiasmo, se convirtió al catolicismo. Con el tiempo, la amistad se convirtió en un "combate amoroso", como lo llamaba la familia de Tolkien. Esa relación estaba destinada a ser desalentada. Por eso, necesariamente, se desarrolló en secreto. Uno de sus cómplices fue el ama de llaves, Anie Gollins, contratada por la pareja para llevar mensajes y arreglar encuentros. Los ayudó también con algunos favores no tan pequeños. Ni Tolkien ni Hilary obtenían nunca en la mesa lo suficiente para saciar su voraz apetito. Edith Mary conseguía que Annie Gollins la ayudara a robar comida de la despensa y restos de la cocina para alimentar mejor a los hermanos. Annie Gollins aceptaba de buen grado participar en esas conspiraciones, y durante meses les funcionó un sistema que les permitía subir comida de contrabando en el montacargas. Annie cargaba restos de comida en el montacargas cuando nadie miraba y lo hacía subir rápidamente a la habitación del primer piso, donde esperaba Edith Mary. La habitación de Edith Mary quedaba directamente abajo de la ventana de Tolkien. Ella sacaba la comida del montacargas, la llevaba a la ventana, la ataba a una cuerda que Tolkien tenía dispuesta y los dos hermanos subían de inmediato las provisiones. El sistema funcionó bien varios meses. Pero finalmente la cocinera empezó a sospechar y a indagar qué sucedía con los restos de comida y con lo que le faltaba en la despensa. Los sorprendieron y se conoció todo el problema y la historia de su amistad. Los respectivos inspectores y apoderados fueron informados de la situación. Expulsaron a Edith Mary; la llevaron a la casa de unos tíos y allí vivió varios años. No sólo los separaron; se les prohibió verse, visitarse, escribirse o comunicarse. La orden no se modificó hasta que Tolkien estuvo en Oxford y llegó a la mayoría de edad. Esta separación forzada alteró las relaciones de Tolkien con su apoderado el padre Morgan, especialmente después que descubrieron que Tolkien y Edith Mary se seguían viendo a pesar de la prohibición. Pero Tolkien aceptó la prohibición finalmente: el apoyo financiero del padre Morgan era vital si Tolkien quería ingresar a la universidad. Quizás esos años de separación, de espera y de expectativa consolidaron el amor de Tolkien. En cualquier caso, lo decidieron a casarse con Edith Mary a pesar de las dificultades. El padre Morgan trataba de pasar el mayor tiempo posible con sus protegidos y se hizo cargo de su instrucción religiosa como si fuera su exclusiva responsabilidad personal. Como gesto de respeto y admiración, Tolkien se obligó a leer y escribir en español (de modo imperfecto, sin embargo: nunca consiguió dominar esa lengua), y le encantaba que el padre Morgan les contara historias de España. Sentía verdadera estimación por el padre Morgan, a pesar de su dureza y

falta de flexibilidad en el asunto de Edith Mary. Los dos apreciaban el apoyo de la congregación y agradecían la ayuda material que recibieron para educarse. Pero Tolkien, sobre todo, gozaba con las largas caminatas y paseos por el campo que hacían juntos. En uno de esos paseos, el padre Morgan llevó a los hermanos Tolkien a la costa de Devon; a Tolkien le encantó de inmediato y para siempre. (Cincuenta años más tarde, mucho después de que el profesor Tolkien se retirara y fuera famoso, él y su mujer compraron una modesta casa en Bournemouth, en la costa de Devon, para escapar de los admiradores.) Los tres se alojaron en casa de uno de los amigos del padre Morgan, los Mathew. Tolkien conoció entonces al hijo del señor Mathew, pero el niño era varios años menor que Tolkien. Más tarde, en Oxford, la amistad entre Gervase Mathew y Tolkien se convertiría en activa camaradería. A principios de 1909, cuando Tolkien aún estaba afectado por su frustrada relación amorosa, se presentó al examen para una beca en Oxford. La competencia era tremenda y ese año no consiguió un lugar. El año siguiente volvió a dar el examen. No consiguió una beca completa, pero se le concedió una media beca -condición ligeramente inferior-en el Exeter College de la Universidad de Oxford. Uno de los college con los cuales el King Edward VI School tenía un acuerdo al efecto.(2) El examen era muy exigente: los mejores estudiantes del colegio competían por la única plaza disponible en Exeter. Tolkien los superó a todos -apenas-y aunque eso se consideraba un logro extraordinario, ni el colegio ni la congregación del padre Morgan lo felicitaron demasiado: sabían que podía haber obtenido mejor puntuación aún y conseguido entonces una beca completa. Tolkien terminó los últimos trámites, sin embargo, con mucho brillo. Como recompensa, el padre Morgan organizó unas vacaciones en Suiza, con escalamiento de montañas, para el estudiante de diecinueve años y su hermano Hilary. Serían en el verano anterior al ingreso de Tolkien a Oxford. Fue el primer viaje de Tolkien al continente y también su primer intento de escalar montañas. Quedó asombrado con la majestad de los Alpes y más de una vez manifestó deseos de volver (pero nunca lo hizo). Escaló buena parte de un monte, pero la falta de experiencia y el mal tiempo lo forzaron a regresar y no alcanzó la cima. Este incidente se transformaría más tarde en el infructuoso intento de la Fraternidad para entrar a Mordor atravesando el tormentoso Barazinbar en El Señor de los Anillos. La temprana vida de Tolkien fue afectada por dos tragedias, la pérdida cada uno de sus padres. Pero quedó marcada, también, por los pacíficos años Sarehole, la amistad del padre Morgan y por su firme fe religiosa. A pesar de muerte de sus padres, a pesar de la pobreza y de la separación forzada de enamorada, Tolkien pensaba que "no fue una infancia triste. Estuvo llena tragedias. Pero todo ello no totalizó una infancia exenta de felicidad".

de en la su de

El Becario 1911-1915 El joven Tolkien "subió" a Oxford al principio de la etapa Michaelmas(1) de 1911, como becario de estudios clásicos residente en Exeter. Antes de la primera guerra mundial, a los estudiantes de Oxford y Cambridge se los clasificaba en becarios, becarios completos y comunes (exhibitioners, scholars y commoners). Los dos primeros casos eran estudiantes a quienes sólo se había aceptado sobre la base del mérito demostrado -después de rendir, habitualmente, un examen de admisión y cuyos gastos en el college los cancelaba un colegio, un college o la universidad. La diferencia, sutil, consistía en que una exhibition se consideraba por lo general inferior a una beca propiamente tal "por mérito acreditado, por dignidad o, incluso, por la cantidad que se cancelaba". Esto era así porque las exhibitions se concedían habitualmente a estudiantes de colegios de clase media; las becas completas las concedían, en cambio, los colegios públicos de clase alta. Por otra parte, los comunes no eran en absoluto lo que podría indicar el uso habitual de la expresión:(2) eran estudiantes que se pagaban; de su propio peculio, sus estudios. Los scholars y exhibitioners solían ser muy inteligentes y capaces; los commoners solían ser muy ricos, bien relacionados y perezosos. En la época de Tolkien, la única diferencia física entre los tres eran las insignificantes variaciones en las capas negras que los miembros más jóvenes de la universidad debían usar la mayor parte del tiempo cuando estaban fuera de sus habitaciones. En la práctica no había, sin embargo, diferencias académicas entre los tres: compartían las mismas "escaleras" (conjunto de habitaciones del college), tenían los mismos tutores, asistían a las mismas conferencias y clases y obtenían los mismos grados. Tolkien, que había estudiado a los clásicos en el King Edward VI, eligió "leer",(3) estudiar, a los clásicos de Oxford, una opción casi inevitable para alguien de sus antecedentes académicos. En Inglaterra, los clásicos siempre significaban lengua y literatura griega y latina,(4) arte, historia y filosofía -y éstos seguían siendo el rey de los currículos en la Inglaterra de antes de la guerra-con cursos optativos en lenguas modernas, literatura y filosofía. Tolkien no seleccionó el Exeter College por ningún mérito, atractivo o vinculación especial. Era, solamente, el college de Oxford al cual había sido presentada su solicitud de beca. En los Estados Unidos, los estudiantes suelen escoger una universidad determinada por su prestigio, cursos de postgrado, programas científicos, situación geográfica, sistema de tutoría o reputación académica. En Oxford y Cambridge, sin embargo, es mucho más probable que un estudiante escoja el college según el tamaño de sus habitaciones, la amplitud de sus bodegas de vinos, la calidad de la comida y la proporción de compañeros que pertenezca a la propia clase social. Esas razones arbitrarias y aparentemente triviales sirven para destacar las enormes diferencias que hay entre los colleges norteamericanos y el sistema "Oxbridge"(5) de educación. Para comprender el bastante complicado y confuso sistema de relaciones entre los colleges de Oxford y la Universidad de Oxford hace falta conocer, por lo menos de manera sumaria, la historia de Oxford y la de las grandes universidades europeas. Algún tiempo después del reino de Carlomagno, los viajes y el comercio entre las tierras europeas se facilitaron bastante, resultaron más seguros y más habituales; la llamada edad oscura daba paso a la Edad Media. La Iglesia era universal y la lengua común de la gente culta era el latín. Hasta ese entonces la educación había sido asunto exclusivo de los monasterios locales, pero esto perdió importancia a medida que estudiantes y profesores empezaron a buscar oportunidades en cualquier sitio. Estas personas, en busca de empleo, gravitaban, naturalmente, hacia las ciudades. A muchos se los aceptaba en hogares ricos o en monasterios, pero otros continuaban "libres", buscando discípulos e instruyéndolos a cambio de un pago. Como la mayor parte de esos

estudiantes itinerantes eran extranjeros, y por lo tanto motivo de recelo y sospecha para la gente de las ciudades, empezaron, inevitablemente, a reunirse en bandas en casas (fortificadas) para vivir juntos y protegerse. Esto provocó la aparición de barrios de estudiantes en las ciudades. En esos barrios, cualquier muchacho que deseara instruirse podía hallar un tutor. Las casas de alojamiento donde vivían los estudiantes empezaron a ser conocidas por collegium. Con el tiempo, cuando muchos estudiosos repletaban un collegium, agregaban un ala nueva o algunos se marchaban a organizar un nuevo collegium, por ahí cerca. También, y a medida que los estudiantes crecían en número y porque la mayor parte de los estudiosos medievales pertenecía a órdenes religiosas, cada orden -digamos que los dominicos o los franciscanos-deseaba su propio collegium. Hacia el siglo doce una buena cantidad de ciudades medievales tenía barrios relativamente grandes con numerosos collegia, o colegios, cada uno con su propio maestro, rector, supervisor, decano (o padre superior) y cada uno se encontraba en plena competencia con los otros por estudiantes, preferencias del noble local o dinero. Fue inevitable que reconocieran los intereses comunes que tenían y que crearan un cuerpo administrativo central para supervisar el colegio. Ese cuerpo administrativo central se llamó universitas, o universidad. Es importante advertir, sin embargo, que en muchas, si no en la mayoría de las materias, el colegio mantenía su independencia respecto de la universidad. En el siglo doce, las universidades más famosas de Europa estaban en París y Bolonia, y los estudiosos acudían en masa a esas ciudades a enseñar, estudiar o convertirse en discípulos de otros estudiosos. Había cientos de estudiantes ingleses, la mayoría de los cuales asistía a la universidad de París. Pero en "1 año 1167, durante una de las periódicas disputas entre Enrique II de Inglaterra y Luis VII de Francia, Enrique ordenó que todos los estudiantes ingleses que residían en Europa regresaran a casa. En represalia, Luis ordenó la expulsión de todos los estudiantes ingleses que se quedaron en París desafiando el edicto de Enrique. La previsible consecuencia de la disputa real: Inglaterra, de súbito, se encontró con una verdadera plaga de más de dos mil estudiantes hambrientos y sin techo. El rey Enrique decretó de inmediato que se los debía trasladar en masse a un pequeño pueblo del valle del Támesis llamado Oxnaford(6) u Oxford. Y así descendió sobre el pueblo un tumulto desorganizado como plaga de langostas, que llevó consigo pobreza, inflación y, literalmente, plagas. Esta confrontación inicial del siglo doce instituyó la secular animosidad que ha existido entre la ciudad y la universidad, animosidad que periódicamente ha estallado en verdaderas batallas y masacres. La pobreza y las plagas retrasaron la organización de los colegios de estudiantes por muchos años. Muchos prefirieron asociarse con los numerosos establecimientos y órdenes religiosas que prosperaron a comienzos del siglo trece. Sólo en 1248, cuando Enrique III concedió atractivos privilegios a los profesores y estudiantes, se consolidaron los primeros colegios. Todavía se discute bastante sobre cuál es el primer college, el más antiguo, de Oxford. El University College reclama esa distinción, pues se fundó en 1249, pero como no tuvo edificio propio hasta cuarenta años después, el Balliol College, creado en 1263, se considera a sí mismo el más antiguo. Balliol, sin embargo, no se transformó en un college propiamente tal hasta 1282, cuando se redactaron por escrito sus estatutos. Esto permite que el Merton College reclame para sí ese mérito (se creó en 1264). En realidad funcionó como college desde su fundación misma y todos los colleges posteriores de Oxford y de Cambridge se modelaron conforme a sus estatutos y organización. El verdadero origen de la universidad es bastante vago, aunque parece situarse en fecha tan temprana como 1133, cuando se daban conferencias de teología. Las efectuaba un clérigo llamado Robert Pullen. No tuvo importancia, sin embargo, hasta después del establecimiento de los primeros colleges, cuando se utilizó la universidad para representar los intereses de los colleges ante la ciudad y el rey. La Universidad de Oxford, como tal, ni siquiera fue reconocida hasta 1571, cuando Isabel I decretó la reorganización de Oxford y Cambridge. En el curso de siete siglos, una buena cantidad de colleges se había establecido y

asociado oficialmente con la universidad; a medida que aumentaba el número de colleges, el poder y el prestigio de la universidad también crecían. En la actualidad, como en tiempos de Tolkien, los colleges son básicamente residencias de estudiantes. Conceden grados, por cierto, pero sus currículos, clases y exámenes dependen de la universidad. Técnicamente, nadie asiste a la Universidad de Oxford, pues no existe esa entidad. La Universidad de Oxford no es una estructura física. Los edificios que la mayoría de la gente cree que son la universidad, o bien pertenecen a los colleges o bien a las escuelas de Oxford (colleges que no se han asociado formalmente con la universidad).(7) En el sistema Oxbridge, cada estudiante solicita su admisión a un college determinado (cuyos estándares de admisión se establecen en la universidad), paga la colegiatura al college (una parte del dinero sirve para financiar la universidad y todo lo demás sirve para la habitación y otros gastos del college), vive en él y recibe un grado que le concede el college. Pero también, automáticamente, es miembro de la universidad y está sometido a los estándares, curricula y disciplina de ella. La distinción entre un college y otro es realmente tenue; académicamente, equivalen unos con otros. Hay estudiantes de distintos colleges que asisten a las mismas clases y tienen los mismos tutores. Por eso, la razón por la cual un estudiante escoge un college en lugar de Otro es por lo general arbitraria y se funda muy probablemente en preferencias de tipo sentimental. Tolkien fue afortunado por haber ingresado a Exeter: ese college se preocupaba mucho menos de la clase social de sus estudiantes. Si hubiera ingresado a Balliol, por ejemplo, es muy posible que lo hubieran ridiculizado y sometido a ostracismo por ser un pobre huérfano becado. Cuando Tolkien llegó a Oxford se encontró en una ciudad arraigada en la historia, la mitología y la leyenda. En tiempos de la invasión normanda de 1066, el pueblo apenas pasaba de Aldea, pero en el siglo catorce los entusiastas estudiantes y profesores de Oxford parece que fabricaron una historia más antigua y más noble para el pueblo y su universidad. Una leyenda, tan romántica como falsa, es que la universidad se había relacionado, en el año 1000 antes de nuestra era, con "Brut, el Troyano" (el rey Mempeic) y los druidas. Otra leyenda dice que Oxford fue la localidad donde hubo una guarnición romana en el siglo primero; esto parecía creíble, porque el pueblo está situado en una península de importancia estratégica por donde se puede cruzar el río y no hay otro lugar para hacerlo en varios kilómetros. Pero sucedió que los romanos cruzaron la pantanosa península y se instalaron en Dorchesteron-Thame, a más de diez kilómetros de Oxford. Hay incluso una leyenda que afirma que Alfredo el Grande fundó Oxford, y aunque esto parece muy poco probable, los arqueólogos han descubierto monedas de lo que fue el reino de Wessex, de Alfredo, en otras partes y esas monedas llevan el nombre Osknaforda u Orsnaforda, lo que indica que quizás hubo en el pueblo un sitio para acuñar monedas. La última leyenda romántica sobre el origen de Oxford se refiere a una monja apócrifa, llamada Santa Frideswide, que habría fundado allí un convento. En Oxford hubo más de una batalla entre daneses invasores e ingleses y otras más con la llegada de los normandos. El pueblo empezó a crecer de tamaño y en importancia comercial. No dejó de prosperar hasta que llegaron los estudiantes y lo invadieron provocando una decadencia que duró cien años. A partir del siglo trece una serie de decretos reales erosionó los derechos ciudadanos en beneficio de la universidad. Esto provocó un aumento de la hostilidad entre el pueblo y la universidad, que estalló varias veces en asesinatos, tumultos, verdaderos combates e incluso masacres. La peor masacre ocurrió el día de Santa Escolástica, el 10 de febrero de 1533: la gente del pueblo, provocada por un incidente sin importancia, asesinó a más de cien estudiantes y profesores. Se los castigó de modo humillante, muy duro; se emitió otra real cédula que aumentó los derechos de la universidad en desmedro de la ciudad. (Hasta 1825 hubo un rito anual que obligaba al alcalde del pueblo a pagar un penique de plata como símbolo de sumisión, a jurar sostener todos los derechos de la universidad y a celebrar una misa solemne en honor y memoria de los ,estudiantes asesinados.) No hubo ya grandes masacres, pero los últimos tumultos callejeros ocurrieron en 1857; el grito de batalla Town! Town! Gown! Gown! agitó por siglos a ambos bandos.

Oxford fue en la Edad Media una ciudad fortificada con grandes murallas. Muy poco de ese Oxford sobrevive hoy día, con la excepción, quizás, de viejos nombres de calles como Magpie Lane, Pennyfarthing Street, Slaying Lane, The Turl, Little Jewry, Seven Deadly Sins Lane, Cattle Street, Kybold Street, Logic Lane e, irónicamente, Paradise Street (donde estuvo una vez el castillo Oxford y después la prisión y el lugar de las ejecuciones públicas).(8) Otro recuerdo de los tiempos antiguos es la cruz de hierro de Broad Street, que señala el sitio donde Thomas Cranmer y otros dos obispos fueron quemados en la hoguera. La gran campana "Tom", en el Christ Church College's Tom Quadrangle, el viejo college de Cranmer, aún toca 101 veces en memoria de los 101 miembros originales del college, exactamente a las 09.05 de la noche. El sonido de varias trompetas todavía llama a los estudiantes al Hall del Queen's College y el día de Navidad se celebra con la llegada al Hall de una fuente de plata con la cabeza de un jabalí, momento en el cual todos entonan el himno medieval a la cabeza del jabalí. Otra vieja tradición que todavía perdura en Oxford es el "progging", cuando los nombres de los estudiantes de mala conducta son enumerados por un supervisor vestido de negro (un miembro antiguo de la universidad) a quien asisten dos barbudos "bulldogs" tocados con muy formales sombreros.(9) Muchas viejas tradiciones y mitos abundaban todavía en Oxford en los días del Tolkien estudiante. A los estudiantes de primeros cursos, por ejemplo, se los obligaba a usar las vestiduras académicas en clase, en las reuniones con los tutores, en el Hall y cada vez que iban del college a la ciudad. (Más adelante la exigencia de que realmente usaran esa ropa en la ciudad se suavizó un poco: se les permitía llevarla al brazo; en cualquier caso, a los supervisores y a los bulldogs les resultaba muy fácil identificar y separar a "gownies", universitarios, de "townies", civiles sobre los cuales carecía de autoridad.) La asistencia a la capilla era obligatoria en la práctica, aunque no en teoría, menos para los católicos, judíos e inconformistas, a los cuales se permitía asistir a sus propios servicios.(10) De hecho, hasta principios del siglo diecinueve, se obligaba a los miembros mayores del college a ingresar a alguna orden sagrada de la iglesia anglicana; sólo después de 1877 se autorizó que se pudieran casar. Los colleges competían entre sí tratando de ofrecer la mejor comida y bebida, pero tanto los estudiantes como los "dons", miembros mayores o superiores del college,(11) padecían una falta sorprendente de comodidades básicas; Tolkien tuvo que usar el mismo tipo de "bañera estrecha de latón llena de agua tibia" del cual se quejaba Lewis Carroll cincuenta años antes. Las bromas de los mayores con los nuevos estudiantes, si bien se desalentaban oficialmente, aún era una verdadera epidemia en tiempos de Tolkien. Otra noble tradición de Oxford, vigente en plenitud mientras Tolkien fue estudiante, era la proliferación de clubes y sociedades de universitarios. Había clubes snob, sociedades literarias, grupos dedicados a la vida social, clubes deportivos, sociedades hípicas e incluso clubes de comedores. Quizás la sociedad más famosa (o infame) de Oxford fue el Club-Fuego-del-Infierno, fundado por estudiantes ricos y disipados en el Brasenose College, en 1768, que aterrorizó los alrededores durante más de medio siglo hasta que su último presidente murió de delírium trémens en una borrachera en 1834. Otro club famoso era el Martlets, una sociedad literaria que se estableció en el siglo diecisiete en el University College y cuyos miembros nunca podían ser más de doce. (C. S. Lewis fue presidente del Martlets, pero renunció cuando los demás miembros se negaron a aceptar que el cupo se aumentara.) Otros clubes de la época de Tolkien era el Old Etonians, el Myrmidons y el Bullingdon. Posteriormente fueron muy conocidos la Wodehouse Society, el Charon Club, la Uffizi Society y el Merton Essay Club (de corta vida, y en el cual es posible que Tolkien haya leído algún escrito). La mayoría de los estudiantes de Oxford ingresaba a uno o más clubes o sociedades, y Tolkien participó en la vida social universitaria uniéndose al Essay Club, a la Dialectical Society y a la Stapeldon (una sociedad de discusión); hasta inició sus propios clubes, el Apolausticks y el Chequers. El Oxford que halló Tolkien en 1911 parecía no haber cambiado en siglos. Unos pocos colleges nuevos se habían agregado a la universidad en el siglo diecinueve, pero las cosas seguían casi iguales en todo lo demás. La ciudad misma seguía rodeada de amplios campos abiertos y de aldeas muy agradables. Esto

encantaba a Tolkien, pues contrastaba con las grandes fábricas industriales y sucias poblaciones típicas de Birmingham. En Oxford prácticamente no había industria. El mayor empleador (después de la universidad) era la imprenta y la editorial de Oxford, que sólo contaba con trescientos empleados. Los tranvías de la ciudad aún eran arrastrados por caballos, pero el principal medio de locomoción de los miembros de la universidad era la ubicua bicicleta (Tolkien también tenía una). En esos días los automóviles no eran muy habituales y entonces (tal como ahora) los miembros más jóvenes de la universidad que deseaban poseer uno debían conseguir un permiso escrito del supervisor del caso. Todo esto empezaría a alterarse antes de que Tolkien dejara de ser estudiante. Un ex mecánico de bicicletas, que tuvo un pequeño taller de reparaciones en High Street, no muy lejos del Exeter College, empezaba ya a fabricar automóviles. Se llamaba William Morris(12) y faltaba poco tiempo para que fuera responsable de alterar irremediablemente el paisaje de Oxford que tanto amaba Tolkien. En la época de Tolkien, de un total cercano a los cincuenta mil habitantes, había en Oxford tres mil universitarios entre alumnos y profesores. Estos oxonianos(13) vivían, casi todos, una vida completamente aparte del resto de la gente de la ciudad. Esta distancia se extendía, en los siglos anteriores, hasta los tribunales de justicia: la ciudad no tenía jurisdicción alguna sobre malhechores que estuvieran vinculados a la universidad (y entre ellos estaban incluidos los cocineros y las mucamas), aunque hubieran cometido asesinatos o violaciones.(14) Esta prerrogativa de la universidad se había suprimido, por supuesto, en tiempos de Tolkien, pero la existencia de dos Oxford continuaba siendo evidente de muchas maneras. Tanto la ciudad como la universidad, por ejemplo, patrocinaban sus propios pubs y hoteles. Los estudiantes iban a beber a sitios como el Turf, el Turl, el White Horse, el Bear, el Royal Oak y el King's Arms; comían en el Hotel Randolph o en el Eastgate; compraban pipas y tabaco en Cooke's y en Colin Lunn. A nivel oficial, se desalentaba cualquier romance del tipo town-gown -ambos sectores los prohibían-, un exceso de confraternización era muy mal considerado y a los estudiantes se les advertía que no se pasearan por ciertos barrios de la ciudad después del atardecer. Las golpizas y las peleas no eran muy raras en 1911, aunque el último desorden generalizado había ocurrido medio siglo antes. En realidad, los problemas de la universidad Con la ciudad apenas afectaban a los estudiantes de Oxford: muy pocos tenían alguna vez la ocasión de franquear las vallas invisibles o de violar las leyes no escritas que apartaban a las dos. El año del ingreso de Tolkien se desarrollaban en Oxford y en Inglaterra en general dos pugnas no completamente desvinculadas. La batalla parlamentaria por la supremacía de los Comunes sobre la Cámara de los Lores había desatado la mayor controversia política desde las leyes de reforma del siglo diecinueve. Es muy probable que el mismo Tolkien fuera nostálgicamente leal a la hereditaria Cámara de los Lores y que lamentara que se la estuviera reduciendo a la impotencia. Años después expresaría su afecto por la realeza y la nobleza: "Me siento bastante obligado a esas lealtades, porque creo, al revés de la mayoría de la gente, que hacer una reverencia a un caballero puede ser muy malo para el caballero, pero condenadamente bueno para uno mismo". El Señor de los Anillos, por cierto, describe un mundo gobernado jerárquicamente por reyes y señores de poder hereditario. ("Este sistema nunca ha sido peor que otros en las luchas por el poder".) La otra batalla de 1911 fue el comienzo del choque final entre colleges y universidad por la supremacía. Poco antes, la universidad había presionado con fuerza para que los profesores de las facultades de Oxford fueran, también, miembros de los colleges (y de este modo se redujeran el prestigio y la influencia de los tutores, que habían sido la viga maestra del sistema Oxbridge por tantos siglos). Un director de un college, ante la amenaza, había amenazado, a su vez, con retirar el college de la universidad. Esta controversia iba a continuar hasta 1926, cuando se suprimió el poder de los "master of arts"(15) para influir directamente en las labores universitarias. Tolkien se adaptó aparentemente muy bien a Oxford y a la vida académica. Esto contrasta con las atemorizadoras e intimidantes experiencias que la mayor parte de los ochocientos cincuenta nuevos estudiantes encontraba al ingresar a ese

medio nuevo. Para muchos, Oxford significaba el primer regusto de independencia después de la estricta disciplina de la familia eduardiana y de las escuelas públicas o privadas. El sistema Oxbridge funcionaba según el principio in loco parentis, actuar en lugar de los padres. En teoría, esto significaba que el college (y la universidad, fuera del college) monitoreaba cuidadosamente la conducta de cada estudiante. De hecho, muchos de los requisitos obligatorios, como la asistencia a la capilla, horas de salida y baños fríos supervisado,(16) se habían establecido sobre esa base. En 1913, por ejemplo, "los miembros jóvenes de la universidad deben abstenerse de frecuentar hoteles o tabernas, excepto por razones previamente aprobadas por el vicecanciller o los inspectores". Por otra parte, a ningún estudiante se le permitía jugar al billar en un sitio público antes de las trece horas, ni tampoco, después de las diez de la noche, asistir a carreras de caballos,(17) tener un perro en el college,(18) asistir a un baile durante el curso ni, incluso, poseer licencia de aviador. Pero estas normas no complicaban excesivamente la vida, y la mayoría de los estudiantes hallaban que de súbito disponía de infinita libertad personal; también, por cierto, que aumentaba su responsabilidad. La vida social de Oxford en esa década dependía, primariamente, de la clase, el temperamento o de la capacidad atlética. La universidad sólo reconocía oficialmente a exhibitioners, scholars y commoners. Pero casi todos los estudiantes estaban sujetos a tres clasificaciones no oficiales: scholars, commoners o toshers; fops o swots, hearties o aesthetes. Los scholars eran los estudiosos, los commoners los de clase media o clase alta; toshers era el término, algo descalificador, que se utilizaba para estudiantes de origen en la clase trabajadora.(19) Fops eran los tontos que se daban aires intelectuales y swots los que al parecer no tenían otro interés que los estudios. Hearties eran los amistosos, vigorosos y de inclinaciones atléticas; los aesthetes eran los de temperamento artístico y discretamente afeminado. A Tolkien se lo tenía por scholar, swot y heartie. En esos tiempos a Oxford aún se lo consideraba territorio de los ricos, los famosos y los bien relacionados. La hípica, la caza de zorros, las carreras de automóviles y las fiestas de fin de semana en París eran actividades de este grupo selecto. Era habitual que los hijos de los ricos y famosos(20) asistieran tres años a Oxford para obtener un grado en alguno de los colleges más caros y acomodaticios. En la práctica, casi todo el que poseía suficiente dinero podía obtener un grado en Oxford, sin que importara su inteligencia, capacidad académica o el trabajo que efectivamente realizara. Hasta la segunda guerra mundial, un estudiante de Oxford podía obtener un grado de cuarta categoría.(21) Cosa curiosa, más que ser un estigma, ese grado participaba del aura de Oxford y en la práctica resultaba una señal meritoria que indicaba no haber trabajado mientras se estudió, no haber sido un swot. Aquellos estudiantes ricos y demasiado perezosos incluso para poder obtener un grado de cuarta categoría, contaban en ciertos colleges con el grado "grand compounder": este se otorgaba contra el pago de una gran suma y no requería que el estudiante asistiera al college y menos, por supuesto, que tomara cursos o diera exámenes. Exeter College no era el más antiguo ni el más rico ni el más prestigioso ni el mayor de los colleges de Oxford, pero tenía fama de muy buen nivel académico, buenos compañeros y correcta tradición. Exeter ya era antiguo antes de que Colón viajara a América. Lo había fundado Walter Stapeldon, el obispo de Exeter, en 1314, y se le conoció inicialmente como Stapeldon Hall. En el siglo quince se le cambió el nombre a Exeter College. Hasta 1565, cuando lo amplió Sir William Petre, Exeter no era más que doce estudiantes y un rector. Esto fue aumentando con los años y en la época de Tolkien el número de miembros y estudiantes había llegado casi a sesenta. El edificio del college está incrustado en el sector más antiguo de Oxford y limita con Balliol, Brasenose, All Souls, Jesús y Hartford. Muy cerca de Exeter quedan el teatro Sir Christopher Wren's Sheldonian, la antigua y la nueva biblioteca Bodleian, la hermosa Radcliffe Camera, el Museo de Historia de la Ciencia y el Instituto de la India, y buen número de otros colleges. Exeter queda sobre las calles Turl, Catte y Broad, lo cual lo sitúa cerca del centro geográfico de la ciudad vieja. Todavía queda en pie parte del

college primitivo, pero la torre, la biblioteca y la capilla, por ejemplo, son agregados de siglos posteriores. Tanto la capilla como el pequeño jardín que queda entre el college y la Divinity School son muy hermosos. Tolkien vivió en el college(22) durante sus cuatro años en Oxford. Su modesta beca apenas alcanzaba para pagar habitaciones, gastos y tuición. En esa época, algunos de los gastos de Exeter eran éstos: Matrícula £ 5 Garantía (que se devolvía al terminar el college, si no había deudas) £ 25 Tuición (por año de estudios) 77s Alquiler de la habitación (anual) 99s Servicios (carbón, correo, limpieza de chimenea, calefacción e iluminación de la capilla, fondo para el coro, limpieza de zapatos, etcétera -anual-) £ 13 l0s Mucamas (por año de estudios) £ 1 Costo del título £ 4 12/6 Estos pueden parecer costos muy bajos en relación con los actuales de la educación, pero se debe recordar que entonces constituían una suma considerable, tanto como la remuneración anual de un trabajador. Resultado: Tolkien andaba siempre falto de dinero. Había otros estudiantes en Exeter que compartían la pobreza de Tolkien; el college tenía, por tradición, una alta proporción de becados. En sus años de estudiante, algunos de los compañeros becarios de Tolkien fueron: Michael Windle (se hicieron muy amigos), John Cardross, Orsmond Payne, Arthur Willis, George Elliot, Francis Roberts y Louis Thompson. Aunque algo tímido y reservado, Tolkien era popular entre sus contemporáneos y muy pronto se hizo de varios amigos en Exeter. Estaba muy cerca de un grupo variable de compañeros: Brown, Field, Shakespeare, Cartright, Windle, Norton, Carters, Trimmingham, Cullis. Y, por supuesto, de sus viejos amigos de los días de King Edward, Smith y Gilson. Había también un joven becario norteamericano, de Rhodes, Allen Barnett. Barnett, estudiante de historia, del sur de EE. UU., inició probablemente a Tolkien en los placeres del tabaco, pues durante toda la vida fue sumamente aficionado al de Kentucky. (El padre Morgan fumaba pipa de vez en cuando y es posible que Tolkien se aficionara al tabaco mucho antes de conocer a Barnett.) Este grupo de amigos no tenía ningún nombre en particular, pero su gran interés era un entusiasmo por la vida y el amor a Oxford. Tolkien y sus amigos pasaron la mayor parte de sus años de estudiantes frecuentando pubs como el George y el Swains, Comiendo en el Eastgate o en el Randolph, bebiendo café por la mañana en el Bols o té por la noche en el Old Oaks. Jugaban baseball norteamericano en la Christ Church Meadow, cricket en el Cricket Ground detrás del Ruskin College, navegaban en el Cherwell, viajaban en bicicleta a iglesias distantes y a sitios históricos y daban largas caminatas los fines de semana por los campos de Oxfordshire (una tradición que Tolkien mantendría hasta los años treinta). Contemplaban juntos las regatas de verano en el Thames, iban al cine, asistían a las operetas de Gilbert y Sullivan y a distintos eventos deportivos y, finalmente, intentaban seducir jóvenes de la ciudad o de los colleges de mujeres. Otros pasatiempos favoritos eran contar cuentos y hacerse bromas. Allen Barnett describe así una típica mañana de 1913, cuando nadie tenía ninguna obligación académica pendiente: "Volvimos a la posada esa mañana con Tolkien y bebimos bastante y nos alegramos más de la cuenta e hicimos el loco al regreso al college. Me llenó de pasta blanca para zapatos la bolsa de golf, Pero también alguno de sus... Fuimos al río más tarde y pasamos haciendo visitas casi todo el día. Salí a caminar con Field y Windle y después con Carters a comer algo con Barnes. Resultó muy agradable y divertido, un buen recordatorio de la vida gustosa que llevamos". Con lo de gustosa se está refiriendo también a su predilección por el alcohol, especialmente por la cerveza tibia y los tragos fuertes. Oxford fue siempre una ciudad de bebedores y en el pasado los estudiantes, fuera de los colleges, sólo podían reunirse en pubs y posadas. En

cierto momento hubo más de 370 cervecerías que ofrecían, además, gin y brandy; la ebriedad era endémica en town y gown. Tolkien solía divertirse, y divertir a sus amigos, inventando complicadas bromas y no menos complicados cuentos. Uno de esos ejemplos de su ingenio escolar sobrevive en una carta mecanografiada que envió a su amigo Allen Barnett: "Un hombre quería comprar un regalo de cumpleaños para su amiga. Después de mucho meditar y pensar el punto, decidió que un par de guantes serían adecuados. Su hermana tenía que hacer compras, así que decidió acompañarla a una tienda de mujeres. Mientras elegía los guantes, su hermana se compró un par de calzones. Esa tarde fue a dejar su regalo y llevó por equivocación, los calzones de su hermana; los dejó en la puerta de su amada con esta nota: Querida Velma: este pequeño obsequio es para que recuerdes que no olvido tu cumpleaños. No los escogí porque crea que debas usarlos ni porque crea que tienes la costumbre de no usarlos ni porque nos guste salir por la tarde. Si no hubiera sido por mi hermana, te habría regalado de los largos, pero me dijo que ahora se usan los más cortos, ésos que llevan un botón. Son de un color muy delicado, lo admito, pero la vendedora me mostró los que ha estado usando por tres semanas y apenas si se habían ensuciado un poco. ¡Cómo me gustaría ponértelos la primera vez! No me cabe duda de que muchas otras manos viriles los habrán tocado antes de que te vuelva a ver, pero espero que me recuerdes cada vez que te los pongas. Le pedí a la vendedora que se los probara y le quedaban realmente muy bien. No sabía la talla exacta, pero creo que, en realidad, estoy capacitado mejor que nadie para saberla. Cuando te los pongas por primera vez, conviene que les agregues un poco de polvo y así se deslizarán mejor. Cuando te los quites, sóplalos por dentro antes de dejarlos por ahí, porque naturalmente estarán un tanto húmedos por el uso. En la esperanza de que los aceptarás con la misma actitud con que te los regalo y de que te los pondrás para el baile del viernes por la noche, me despido con un beso. Juan P.S. ¡Piensa en cuántas veces te los voy a besar por atrás el año próximo!

Estas bromas y mal uso del tiempo no afectaron seriamente el rendimiento universitario de Tolkien. Pasaba muchas horas leyendo y solía ir a Blackwell y a Maxwell en busca de libros baratos y de antigüedades. (Acumuló una deuda considerable durante su estadía en Oxford y tuvo que pedir dinero adicional al padre Morgan para cancelarla.) Pero seguía siendo perezoso en cuanto concernía directamente a sus estudios. Afortunadamente, contaba con varios tutores influyentes y de gran categoría, que lo ayudaron a formalizar su amor por el estudio y lo dirigieron hacia el de la filología. El primer tutor de Tolkien fue un joven llamado Joseph Wrighty, que ese mismo año había ingresado a Oxford. Wrighty, autodidacta de Yorkshire, había sido originalmente un molinero analfabeto, y terminaría como profesor asistente de filosofía comparada en Oxford y como autor de cierto predicamento. Advirtió de inmediato el interés de Tolkien por los idiomas, y lo ayudó a que se formara una sólida base en los principios de la filología. Es probable que convenciera a Tolkien para que le mostrara alguno de sus tempranos experimentos en la creación de lenguajes, ya que impartió a su estudiante los métodos por los cuales se puede desarrollar una lengua dotada de radicales consistentes, normas claras y capacidad de inflexión. Gracias al estímulo de Wrighty pudo empezar a crear Tolkien lo que eventualmente se transformaría en su amado elvish (élfico). Pero el impulso mayor que llevó a Tolkien a convertir las lenguas élficas de un experimento a una empresa de toda la vida vino de su otro tutor, del de lengua inglesa, de William (W.A.) Craigie. Craigie era un filólogo de fama mundial, a quien en 1910 habían nombrado como uno de los cuatro editores responsables del Diccionario de Inglés de Oxford. Esto era un gran honor y una pesada responsabilidad. Además de filólogo y lingüista, Craigie era también una autoridad en mitología, especialmente en la de Escocia. Fue Craigie quien inició a Tolkien en la lengua y mitologías finesas y de Islandia. También le enseñó a pronunciar correctamente. El finés, junto con el gales, sería incorporado más tarde al elvish. Tolkien ya había tomado la insólita decisión de no estudiar a los "grandes", el curso principal y habitual de Oxford, que conducía, en tres años, a la obtención del grado de bachiller en estudios clásicos. Escogió estudiar inglés, lo que le permitiría, además, aprender otros idiomas. Los parientes de Tolkien,

en Birmingham, se preocuparon bastante: seguir inglés significaba un año más de estudios y su beca muy probablemente no alcanzaría para cubrir el gasto extra. Pero Tolkien mantuvo su decisión: confiaba en su capacidad y en su suerte y amaba las lenguas. Desgraciadamente, en el año de ingreso de Tolkien, y por varios semestres más, no hubo tutores disponibles para anglosajón. En Oxford son dos los exámenes para el grado de bachiller: uno para determinar cual facultad le correspondería al alumno, y otro, final, que determina qué tipo de grado le concederá el college. Esto significa que un estudiante de Oxford suele recibir dos distintas calificaciones (o más, en algunos casos). En el trimestre de Pascua de 1913, Tolkien rindió su examen de lenguas modernas (que incluía anglosajón en lugar de griego y latín). Había estudiado anglosajón por su cuenta, hasta que llegó a Oxford, E.A. Barber y fue entonces su tutor. Por desgracia, la llegada del tutor fue muy tardía y Tolkien echó a perder un examen brillante en todo lo demás; recibió calificaciones de segunda categoría en lenguas modernas. El que esto fuera un logro meritorio no importó a Tolkien; quedó muy desilusionado de su desempeño. Se le exigió, aparentemente, que asistiera a varias clases sobre los clásicos, que resultaron aburridas, repetidas e innecesarias. Años después se quejaría de que "mi amor por los clásicos tardó diez años en recuperarse de esas clases sobre Cicerón y Demóstenes". Otro tutor que influyó mucho en Tolkien fue un joven académico de Nueva Zelandia, del Merton College, llamado Kenneth Sisam. Sisam, que había sido scholar en Rhodes y sufría de muy mala salud, era especialista en literatura del siglo catorce. Interesó a Tolkien en la literatura inglesa medieval, y agregó mucho a lo que Brewton había descubierto y cultivado en el King Edward VI School. Mientras Tolkien trabajaba en la invención del élfico, descubrió algunos principios muy importantes, que más tarde lo llevarían a escribir tanto El Hobbit como El Señor de los Anillos. Mientras creaba su lenguaje, advirtió que el lenguaje presupone una mitología. Según su punto de vista, el lenguaje se desarrolla a partir de un deseo de relacionar y de relatar experiencia y no sólo para entregar información. Contar el pasado es historia; pero explicar el pasado, hacerlo significativo para el presente, es mitología. Tolkien, de súbito, advirtió que el élfico era inútil como lenguaje a menos de que también tuviera una mitología O una historia significativa que explicara su origen y justificara su existencia. Los primeros esfuerzos de Tolkien para crear una mitología, supuesto de sus lenguajes élficos, se realizaron en Oxford; "ero nunca acabó de escribirlos. El relato se centraba en las leyendas atlántidas, pero incluso eso tenía que ser parte de una mitología mayor, más completa. "El problema era captar una mitología completa, que ya había inventado, y volcarla en relatos que aún no había escrito". Tolkien escogió la Atlántida, porque "siempre me fascinaron los continentes perdidos". En su mitología, la Atlántida se transformó en un continente-isla, Númenor, en la segunda época de la Tierra Media. Como el anillo del poder en El Señor de los Anillos, el fruto prohibido que finalmente corrompe a los habitantes de Númenor es la búsqueda de la inmortalidad. (Tolkien confesó una vez que estaba fascinado por la inmortalidad y por la longevidad.) Tolkien empezó verdaderamente a trabajar, y lo hizo por bastante tiempo, en un libro que tituló Númenor. Dejó de hacerlo en 1916, porque se estaba tornando "demasiado triste", modificó el mito y empezó a escribir El Silmarillion, que se aparta de la Atlántida. Posteriormente estos dos intentos tempranos se sintetizarían en El Hobbit (originalmente un libro desvinculado de todo lo demás, pero que revisó más tarde para adecuarlo a los mitos de la Tierra Media de El Señor de los Anillos). El año 1914 resultó central en muchos sentidos. A principios de año, Tolkien todavía pudo cambiar de idea y dar examen para los clásicos, pero se mantuvo en su intención original de pasar cuatro años en Oxford. Tenía veintidós, quería casarse con su amor de juventud, Edith Mary, pero decidió esperar hasta después de obtener el título. Parece que los parientes de Edith no se entusiasmaban con

un Tolkien pobre, joven y católico, y quería impresionarlos con algo más sustancial como una cátedra o un cargo de profesor. Seguía jugando tenis, rugby y compitiendo en otros deportes, seguía bebiendo cerveza con sus amigos en los pubs, paseando por el campo con Allen Barnett y viajando de vacaciones a Cornualles, Bretaña y Francia; pero pasaba más tiempo en asuntos serios y haciendo planes para el futuro. En agosto de 1914 el mundo se estaba yendo a la guerra. Cientos y luego miles de jóvenes universitarios siguieron la bandera y aceptaron servir en el ejército. Pero el viejo ejército fue destruido en el Marne y en Mons, y el nuevo ejército se convirtió en el de Kitchener. En Oxford el humor era festivo, excitante. Casi todos los amigos de Tolkien dejaron los colleges y se alistaron, cambiando las negras togas por nuevos uniformes rojos. (Tolkien se había inscrito en un regimiento territorial de caballería en 1912; pero renunció a los pocos meses, convencido de que el ejército no era para él.) Un hombre nuevo, Lewis Farnell, reemplazó al viejo rector del Exeter, al reverendo William Jackson. Los colleges -incluyendo Exeter-se transformaron en campos de entrenamiento militar y después en cuarteles. Las compañías de soldados de uniformes nuevos ensayaban en The Parks, cargando contra maniquíes de paja, armados de rifles de madera y más tarde, cuando se les entregó el equipo, con las bayonetas de los Enfield. Tolkien participaba en estas cargas de infantería y caballería, que formaban parte de sus deberes en el cuerpo de entrenamiento de oficiales. Los espectadores gozaban con las cargas cerro arriba en Shotover Hill y Wythan Hill; gozaban casi tanto como con las bandas militare y la música marcial de los desfiles que atravesaban High Street. Pero la guerra continuaba en Francia y Bélgica, los heridos y muertos empezaron a aumentar, las casacas rojas se cambiaron a color caqui, los desfiles se tornaron ensayos generales, las cargas de caballería pasaron a prácticas de asalto de trincheras y los colleges, que ya eran cuarteles, se transformaron en hospitales. Eran grandes las presiones que debía soportar Tolkien para que dejara Exeter y aceptar un cargo militar. Era prácticamente el único universitario que quedaba en el college y uno de los pocos hombres en buenas condiciones físicas que aún paseaba por la universidad. Entre 1914 y 1915 la población universitaria descendió de tres mil a mil; la mayoría de los estudiantes y de los empleados se habían alistado. Tolkien justificaba su permanencia en Oxford por lo que podría hacer después de la guerra. Creía que no serviría de mucho si no obtenía un título y que, por cierto, no sería candidato aceptable para Edith Mary. Uno por uno, los registros del college cambiaban la indicación "A" (ausente, en el ejército) por "D" (deceased, muerto), pero Tolkien seguía quedándose. En 1915 se presentó al examen final y no le sorprendió mucho recibir la máxima calificación en lengua y literatura inglesa. La ceremonia de graduación en el Sheldonian Theatre fue pequeña y discreta; Tolkien fue uno de los dos estudiantes de toda la universidad que ese año recibieron el título en lengua y literatura inglesa. En 1915 los turcos iniciaron la masacre de armenios, los ingleses estaban cercados sin esperanza en Gallípoli, los prusianos rompieron el frente ruso, empezaron los ataques con gas en el frente occidental y los austriacos masacraron a los italianos. Finalmente, el joven Ronald Tolkien, bachiller de Exeter, decidió ir a la guerra.

El Soldado 1915-1919 El 7 de julio de 1915 nombraron a Tolkien teniente segundo en el decimotercer batallón de reserva de los fusileros de Lancashire. Aún no existía la conscripción. Inglaterra era el único gran país beligerante que dependía de voluntarios. El entusiasmo y el reclutamiento estaban menguando, sin embargo, desde la destrucción de la fuerza expedicionaria británica en 1914. La reciente ofensiva de Neuve Chapelle produjo listas de bajas tan horrendas que cayó el gobierno. La desafortunada invasión de los Dardanelos en Gallípoli, equivocada decisión de Winston Churchill, había resultado un desastre; la política alemana de guerra submarina sin restricciones ya había empezado. La mayor parte de los amigos de la infancia y del college se le habían muerto a Tolkien; al final de la guerra sólo le quedaron dos.(1) Tolkien se unió a su regimiento después de unas largas Vacaciones en Birmingham y casi de inmediato inició su entrenamiento final. Se le garantizó casi automáticamente un cargo en el ejército, porque era graduado en Oxford. Los "ejércitos de Kitchener" se formaban con tal rapidez que los rangos tradicionales y las pautas de promoción se descartaron. Por otra parte, el tradicional sistema de los regimientos británicos se estaba quebrando como resultado de las continuas bajas. Así entonces, cientos de miles de voluntarios (y después de conscriptos) se asignaban a batallones de reemplazo que en seguida se incorporaban a regimientos cuya fortaleza y potencia de fuego estaban flaqueando. Para comprender el significado de la posición de Tolkien en los fusileros de Lancashire, hace falta entender, primero, el sistema tradicional de los regimientos británicos. La palabra "regimiento" proviene del latín regimentum, norma, y pasó a significar orden única o mando único ejercido sobre otros. Los primeros regimientos militares estaban al mando de un solo jefe; más tarde, el rango de un comandante de regimiento se estableció en el de coronel. Después de las guerras napoleónicas, y antes de la primera guerra mundial, los regimientos británicos constaban de dos batallones; uno se situaba en el extranjero y el otro se quedaba en Inglaterra. Transcurrido un período (generalmente de dos años -menos si había guerra-) se rotaba a los batallones. Cada batallón disponía de diez compañías (cada una de aproximadamente 120 hombres, con cinco oficiales); más adelante se dividió a las compañías en tres grupos de igual tamaño. El rasgo más significativo de los regimientos ingleses era otro, sin embargo: muchos eran regionales. Los hombres de Escocia ingresaban a regimientos como el Argyll o el Southerland, los de Gales se unían al Royal Welsh Fusiliers, y los irlandeses formaban en los Irish Guards. El reclutamiento para los batallones era, además, local; a menudo venían de la misma aldea, pueblo o vecindario. Cuando empezó la guerra, cada vecindario se agrupó en batallones de voluntarios que muy probablemente serían comandados por sargentos y oficiales en retiro que antes habían combatido en la guerra de los boers o en el Sudán. Estos eran los "ejércitos de Kitchener", grupos de ciudadanos-soldados: los grupos, de una misma calle, las compañías, del barrio, los batallones, del pueblo, y los regimientos, de la región. Lord Kitchener no advirtió la tragedia que esto iba a producir. Se lanzaba a amigos y vecinos a batallas que invariablemente terminaban en una vasta cantidad de bajas, y así cada nueva ofensiva solía dejar barrios enteros sin hijos ni maridos. Owen Barfield, amigo de C. S. Lewis y uno de los Inklings, recuerda que comunidades completas estaban de duelo y que en cada casa del barrio había símbolos funerarios. Después de la ofensiva del Somme, en 1916, cuando este tipo de tragedia pasaba por su peor momento, los nuevos ejércitos se llenaron con conscriptos que fueron asignados a regimientos y batallones según las necesidades y no según el pueblo, ciudad o región de origen. Pero esa política de proceder conforme a las necesidades y no conforme al lugar de origen ya se estaba aplicando en forma limitada desde un año antes. Normalmente, Tolkien debió unirse a un regimiento de Oxford o de Warwickshire, pero decidió ingresar al ejército al mismo tiempo que su amigo G.

B. Smith, que se presentó a los fusileros de Lancashire. Pudo incorporarse al regimiento de Lancashire, pero no lo asignaron al mismo batallón de Smith; esto lo desilusionó. Hacia 1915, con la enorme incorporación de hombres, el típico regimiento británico había pasado de dos batallones a veinticinco en algunos casos. Y los regimientos pertenecían a brigadas, a divisiones, a cuerpos de ejército, a ejércitos; los ejércitos luchaban junto a los aliados desde el frente occidental hasta Micronesia, desde los Balcanes hasta Sudáfrica. Nunca en la historia se había combatido en esa escala ni con tan gigantesca destrucción y pérdida de vidas. Casi nadie había previsto que la aparición de las ametralladoras y de la artillería de fuego rápido convertiría los asaltos de infantería en masacres, y en suicidios las cargas de caballería; tampoco que la guerra se haría en trincheras donde millones de hombres se iban a enfrentar a través de una tierra de nadie de no más de trescientos metros de profundidad que se extendería desde el Canal de la Mancha hasta la frontera suiza. Después que el ejército alemán fracasó en su ataque a París en 1914, tanto los aliados como las potencias centrales cavaron trincheras y se prepararon para un largo sitio. Para romper este empate militar, ambos altos mandos recurrieron a una guerra de atrición -tratando de minar la resistencia del enemigo matándole más soldados que los que el enemigo podía matar-junto con tácticas ofensivas para producir alguna brecha. Esta guerra inmóvil estallaba periódicamente en grandes batallas después de las cuales las bajas solían exceder la población total de muchas ciudades. Las batallas más prolongadas provocaban más muertos y heridos que las poblaciones completas de varios países pequeños. A medida que morían los hombres, más hombres, e incluso niños, eran llamados al servicio, se los entrenaba rápidamente y se los enviaba de reemplazo. Los ejércitos contaban con millones y finalmente con decenas de millones. La guerra a esta escala era imposible, sin precedentes, inaudita. Pero sucedió. Y el mundo, después, nunca fue el mismo. Cuando Lord Grey dijo que "las lámparas se están apagando en toda Europa y no las volveremos a ver encendidas en toda nuestra vida", estaba reconociendo que el mundo no sería el mismo después de la guerra, ganara quien ganara. Tolkien lamentaba, también, la muerte del intacto campo inglés. "Siempre supe que se acabaría, por supuesto, y se fue", dijo. "Quizás por ello lo amaba tanto." Cuando Tolkien terminó el entrenamiento en el decimotercer batallón, Inglaterra ya estaba completamente en pie de guerra. Se racionaba la comida, las mujeres trabajaban en las fábricas de municiones, se oscurecía las ciudades por temor a ataques nocturnos con zeppelines o baterías navales, se hablaba por primera vez de una ley de conscripción, los periódicos salían bajo censura, las presiones sociales y económicas habían acabado con las extensas familias del pasado. Tolkien comprendía que "cada hombre debe cumplir con su deber" y asumió con toda seriedad sus responsabilidades de oficial. Pero más tarde diría de los eslóganes patrióticos y de los nobles propósitos: "Me prepararon para la guerra que 'acabaría con todas las guerras', cosa que no me creí entonces y que ahora creo todavía menos". Admiraba especialmente a los sencillos muchachos campesinos o hijos de trabajadores que se presentaron voluntariamente apenas empezó la guerra. No eran ni valientes ni heroicos ni querían morir, pero aceptaron su deber y lo cumplieron. "Siempre me ha impresionado estar aquí, haber sobrevivido gracias a ese indomable coraje contra lo imposible", diría Tolkien. Manifestó también un día que el pasaje más importante, para él, de El Señor de los Anillos era aquél que dice que la rueda del mundo gira porque la empuja la mano pequeña, pues la mano mayor está atenta a otras cosas; y esa rueda gira porque tiene que girar, porque es su diaria tarea. Esos hombres lucharon a sus órdenes en su patrulla; esos hombres fueron los modelos de los pequeños, poco imaginativos, pero valientes hobbits que cumplieron su deber en combate con todas las posibilidades en contra. El 8 de enero de 1916 transfirieron al teniente Tolkien del decimotercer batallón de reserva al decimoprimer batallón de los fusileros de Lancashire. Parte de ese regimiento había combatido en la desastrosa campaña de Gallípoli, y regresado a Inglaterra a descansar, reagruparse y prepararse para un nuevo

destino, ahora en el frente de Flandes. Tolkien decidió aprovechar sus habilidades lingüísticas y en comunicaciones y se situó como oficial de señales; aumentó el entrenamiento pues faltaba poco para partir al frente. Había rumores sobre que en algún momento, ese mismo año, se desataría el golpe final en busca de la tan esperada brecha en las líneas alemanas; y en realidad los comandantes aliados preparaban un ataque coordinado, en todos los frentes, para el verano. Sin embargo, el alto mando alemán no esperó conforme a la agenda de los aliados, y decidió iniciar su estrategia de atrición sobre la fortaleza francesa de Verdún. El 21 de febrero de 1916 los alemanes concentraron el fuego de artillería más potente que se hubiera realizado hasta entonces en toda la historia y todo contra un blanco relativamente pequeño. A ello siguieron poderosos asaltos de infantería. En palabras del alto mando alemán, Verdún se convertiría en una "máquina de moler carne" que "desangraría por completo" a Francia. Los franceses se vieron en graves dificultades para reemplazar sus pérdidas y, de hecho, estallaron motines en el ejército debido a la naturaleza suicida de la batalla. Una consecuencia fue que los jefes franceses presionaran a Haig, el mariscal británico, para que acelerara sus planes y efectuara una contraofensiva para aliviar la presión sobre Verdún y forzar a los alemanes a retirarse o suspender la batalla. Haig, reticente, no se decidió por una ofensiva en Flandes, donde tenía buenas posibilidades de éxito, sino sobre el río Somme, donde fácilmente podía fracasar. El batallón de Tolkien recibió la orden de dejar los cuarteles de Staffordshire y dirigirse al frente a fines de marzo de 1916. Le concedieron licencia poco antes de la partida y la utilizó para casarse con su amor de siempre, Edith Mary Bratt, el 22 de marzo. Poco antes de cumplir los veintiún años, había solicitado permiso -que le fue concedido sin mucho entusiasmo-a su apoderado, el padre Morgan, para empezar otra vez a escribirse con Edith Mary. Como se habían comprometido el uno al otro, supuso, automáticamente, que se casarían apenas se titulara. Pero sucedió que ella, presa de la soledad, se había comprometido entretanto con otro. Tolkien fue a visitarla a la casa de su tío Jessup en Cheltenham y la convenció de que se casara con él. Edith Mary se mantenía en plena actividad en la iglesia de Inglaterra y no sentía la menor prisa por convertirse al catolicismo, como quería Tolkien. Pero él la presionó y la hizo estudiar con un párroco de Warwick, llamado padre Murphy; la iglesia católica la recibió en su seno a principios de 1914. Esto la distanció de sus parientes, todos severos protestantes, y terminó con la vida social, exigua, que llevaba en Cheltenham. Años después, Edith Mary empezó a resentirse con su nueva religión; primero dejó de ser católica practicante y luego se convirtió en antagonista explícita de su religión. Si bien superó finalmente esa hostilidad, no volvió a asistir a misa con regularidad junto con su marido. Los parientes de Edith Mary se siguieron oponiendo al matrimonio hasta el último momento, y no tanto porque Tolkien fuera católico, sino porque era oficial de infantería a punto de marchar al frente; la guerra, hasta entonces, había provocado el mayor número de bajas entre los oficiales. Pero la joven pareja decidió seguir adelante y no esperar a después de la guerra. Los casó el padre Murphy en la iglesia católica de Warwick. Después de una muy breve luna de miel en Somerset, Tolkien se reunió con su regimiento y partió a Francia. Casi el mismo día de la llegada, su batallón fue enviado a la línea de batalla, sobre un pueblo pequeño llamado Rubempre, a unos quince kilómetros de Amiens. La guerra de trincheras de la primera guerra mundial fue una pesadilla dantesca: cadáveres que se pudrían en tierra de nadie, fuego intermitente de artillería y de francotiradores, continuas tormentas e inundación de trincheras, un océano de fango maloliente a muerte. Las incursiones nocturnas en tierra de nadie significaban listas diarias de bajas, ataques por sorpresa y camaradas muertos. El sueño era imposible, las comodidades, asunto olvidado; los soldados sufrían ataques de piojos y de ratas, la ropa se les empapaba y pudría, los pies se les hinchaban, pasaban continuamente resfriados, carecían de equipo suficiente. El campo pasaba del silencio a las más horrorosa cacofonía; las comidas calientes brillaban por su

ausencia; los hombres pasaban semanas sin lavarse. Las marchas forzadas de una posición a otra, por la noche, eran habituales, tanto como los mortíferos ataques con gas. El horror total de las trincheras quedó vividamente plasmado en un poema, Dulce et Decorum Est,(2) de Wilfred Owen, poeta que murió apenas una semana antes del armisticio: Doblados en dos, como mendigos ancianos que cargan sacos, rotas las rodillas, tosiendo como brujas, maldecíamos el cieno, hasta que dábamos la espalda a esos obsesionantes resplandores y empezábamos a arrastrarnos hacia el distante descanso. Los hombres marchaban dormidos. Muchos ya sin sus botas, cojos, empapados de sangre. Todos quedaban quietos, todos ciegos, borrachos de fatiga, sordos hasta para los gritos de los agotados, desnudos, heridos, que caían atrás. ¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! Un éxtasis de murmuraciones, y acomodarse esos extraños cascos justo a tiempo; pero alguien seguía gritando y tropezando, girando en círculos como en el fuego o en el fango... Vagamente, a través de los vidrios empañados y esa espesa luz verde, como bajo un mar verde, le contemplé mientras se ahogaba. En todos mis sueños, ante mí, incapaz, desamparado, se me precipita tosiendo, jadeando, ahogándose. Sí en algún sueño quemante también consigues caminar detrás del carro en que lo depositamos, y contemplar esos ojos blancos contraídos en su rostro, ese rostro pendiente, como enfermo pecado demoníaco; si consigues escuchar, con cada golpe, la sangre que escapa resonante de esos pulmones corrompidos por el hielo, obscenos como con cáncer, amargos como el flujo de la bilis, heridas incurables en lenguas inocentes, amigo mío, no podrás decir con mucho celo a los niños ansiosos de desesperadas glorias la vieja mentira: Dulce et decorum est pro patria mori.

No es fácil aceptar la afirmación de Tolkien de que ninguna de sus experiencias de guerra inspiró directamente alguno de los pasajes más oscuros de El Señor de los Anillos. Quizás la clave para resolver esta aparente contradicción es que Tolkien no tradujo intencionalmente sus propias experiencias en el libro; sin embargo, allí están. El viaje de Frodo a través de Moria, por ejemplo, pudo haberse extraído directamente de un relato periodístico de 1916 sobre el aspecto del frente occidental: Aterradores como eran los pantanos de la muerte y las áridas marismas de la tierra de nadie, aún más temible parecía la región que el emergente día develaba ahora lentamente ante sus hundidos ojos. Incluso ante la Madre de los Rostros Muertos vendría un día algún fantasma lamentable de verde primavera; pero aquí no volvería jamás ni verano ni primavera alguna. Aquí nada vivía, ni siquiera esos brotes leprosos que se alimentan de la podredumbre. Los charcos semovientes rebasaban de ceniza y reptante cieno, de enfermantes tonos blancos y agrisados, como si las montañas hubieran vomitado la hez de sus entrañas sobre las tierras yermas. Altas eminencias de rocas reventadas y polvorientas, grandes conos de tierra requemada por el fuego y sucia de venenos, se alzaban como obscenos cementerios en largas filas infinitas que con lentitud se iban revelando en la luz de un día reticente.

Mayo se convirtió en junio. El batallón de Tolkien fue despachado al Somme, preparado para el gran ataque que se esperaba iba a suceder en varios meses más. Ya se hacían grandes preparativos para la ofensiva, todos de noche para eludir el ojo de los aeroplanos alemanes que merodeaban. Todo tipo de artillería se trasladó, tirada por caballos, al Somme; la estaban retirando de otras divisiones situadas a todo lo largo del frente occidental. Varios miles de baterías se alinearon, una casi junto a la otra, en la mayor concentración de artillería que el mundo había conocido. Durante la noche se llevó a cientos de miles de soldados y se los dejó a cubierto durante el día. Los civiles de la zona fueron evacuados a retaguardia y sus casas y granjas utilizadas como refugios. Incontables abastecimientos se transportaron a caballo y en vehículos motorizados y se los protegió bajo redes de camuflaje; se cavaron grandes pozos para acomodar el esperable flujo de cadáveres. Se instalaron en secreto

hospitales militares y se acondicionaron cercos y cajones de madera para los posibles prisioneros. Más atrás, las divisiones de caballería ocultaban sus animales en los bosques, a la espera de que la infantería rompiera las líneas enemigas y de que la artillería destruyera sus fortificaciones. Se intensificaron las incursiones en busca de prisioneros alemanes y se abrieron las instrucciones y las órdenes que llevarían a los soldados a sus blancos. Se terminaron de tender las nuevas líneas de ferrocarril que transportarían los pesados cañones y morteros a sus puestos. Por casualidad o intencionalmente, no lo sabemos, Tolkien recoge esta vasta preparación para la guerra en El Señor de los Anillos: Pero dondequiera que mirara veía las señales de la guerra. Las Montañas Húmedas pululaban de movimiento como hormigueros: los orcos emergían de miles de agujeros. Bajo los arcos de Mirkwood se desarrollaba una lucha mortal de hombres, elfos y bestias caídas. La tierra de los Beorning estaba en llamas; había una nube sobre Moria; el humo ascendía en los límites de Lórien.

Caballeros cabalgaban en el césped de Rohan; lobos surgían de Isengard. Barcos de guerra se hacían a la mar desde los cielos de Harad; y desde oriente los hombres se empezaban a mover sin pausa: infartes con espadas y con lanzas, arqueros a caballo, carros con jefes, carretas con provisiones. Estaba en movimiento todo el poder del Señor Oscuro.

C. S. Lewis ha notado la sorprendente semejanza de este pasaje, y de otros de El Señor de los Anillos, con sus experiencias en las trincheras: "Esta guerra es del mismo tipo de la que conoció mi generación. Todo está allí: el movimiento interminable, incomprensible, la siniestra quietud y el silencio del frente cuando todo ya está a punto, los civiles que huyen, las amistades hondas, vivas, el trasfondo de algo como la desesperación y un primer plano de alegría, y esos dones caídos del cielo, esa provisión de tabaco salvada de una ruina". Resulta difícil, también, descartar la notoria semejanza de los orcos y los soldados alemanes, especialmente la élite SS de la segunda guerra mundial. La misma palabra "orc"(3) denota infierno o muerte, y el emblema de las SS era una calavera plateada. Tolkien negaba que los alemanes fueran modelo de los orcos, que hubiera el menor paralelo entre los cascos terminados en punta de los orcos y sus tendencias asesinas y traicioneras por una parte y los cascos alemanes y su fama de violencia por otra. Sin embargo, una vez concedió que se podía inferir fácilmente de su descripción en El Señor de los Anillos que los orcos eran verdaderos alemanes. "Pero como he dicho en otra parte, ni siquiera los goblin eran malignos. Eran corruptos. Nunca he sentido algo así respecto a los alemanes. Soy muy 'anti' ese tipo de cosas." Poco antes de que el ejército empezara las descargas de artillería el 1º de julio de 1916, el alto mando hizo cuanto pudo para convencer a sus hombres en el frente de que la ofensiva Sería un "paseo". Tenían plena confianza en que el intenso y Sostenido bombardeo artillero destruiría las trincheras alemanas, mataría a las tropas enemigas, destrozaría los alambrados de la tierra de nadie e impediría que el alto mando alemán pudiera traer refuerzos oportunamente. Esta vez no faltarían las municiones de artillería, como el año anterior. La ofensiva contaría con un arma nueva, que sería de enorme ayuda: los tanques. Borrarían los aviones enemigos del cielo gracias a la superioridad de la propia fuerza aérea. Cada compañía contaría con una o más de las nuevas ametralladoras portátiles; y todo soldado que pasara al ataque llevaría por lo menos quince kilos de municiones, abastecimientos, raciones, equipo para cavar trincheras, y otros materiales que harían innecesario el establecimiento inmediato de complejas líneas de abastecimiento. Una vez que se abrieran brechas en las líneas enemigas y que sobre las trincheras se tendieran puentes de madera, la caballería iba a avanzar y capturar el cuartel general del príncipe alemán, que estaba en Baupaume, a treinta kilómetros al norte del frente. Desde ese punto en adelante, nadie, en el alto mando aliado, tenía la menor idea de cómo o cuándo continuar; pero, aparentemente, no se preocupaban de esa falta de planificación en la creencia de que el éxito mismo de la operación forzaría al Kaiser a pedir la paz.

Tolkien era sólo uno de los miles y miles de soldados británicos agazapados en las trincheras ese 23 de junio, cuando empezaron las andanadas de artillería. En los siete días siguientes, miles y miles de granadas llovieron sin interrupción sobre las posiciones alemanas en los treinta kilómetros del frente del Somme. Aunque el ataque no resultó completamente inesperado para el enemigo, la gravedad del bombardeo obligó a los alemanes a empezar a retirar tropas de Verdún y a trasladarlas al Somme. Ese fue el único objetivo que se cumplió en toda la batalla del Somme. Todos los ministros, mariscales de campo y generales se equivocaron por completo. Para empezar, utilizaron masivamente el tipo erróneo de granada (antipersonal y no las de alta penetración) y así no pudieron destrozar los bunkers alemanes ni cortar los alambrados de púas. Las interminables andanadas sobre la tierra de nadie fueron demasiado intensas, y sólo sirvieron para crear más fango, lo cual inutilizó completamente a los tanques. Los emplazamientos artilleros alemanes, tras las líneas, quedaron virtualmente intactos; los alemanes pudieron llevar refuerzos y reservas con rapidez, por tren, a ese sector. Pero el peor cálculo fue el haber cargado a los soldados con un exceso de equipo. Segundos después de la última descarga de artillería, cientos de miles de soldados ingleses saltaron de sus trincheras y empezaron una carrera de vida o muerte por la tierra de nadie. Mientras intentaban atravesar ese campo vacío, pero inconcebiblemente destrozado y confuso, entre las trincheras, los alemanes que habían sobrevivido al bombardeo se arrastraron desesperadamente fuera de sus profundos bunkers de concreto y emplazaron sus ametralladoras Maxim. La carrera duró menos de 120 segundos. En la mayoría de los sectores de ese frente de treinta kilómetros los ingleses fueron derrotados, y derrotados de modo terrible. Debido al fango, la confusión de las órdenes, el peso del equipo y el alambre de púas intacto, los alemanes se situaron primero en sus posiciones, y barrieron el frente, metódicamente, con mortífero fuego de ametralladoras. Miles quedaron "colgados en los alambres" que los alemanes habían dispuesto de modo que los británicos quedaran aprisionados allí como corderos para ser prácticamente fusilados. En cosa de minutos virtualmente desaparecieron batallones completos. El número total de bajas inglesas superó ese primer día las cincuenta mil, más que en ningún otro día de guerra antes o después. Esa carnicería era casi incomprensible. Cuando las primeras cifras llegaron a los puestos de comando, nadie las creyó. El teniente Tolkien y su batallón no combatió en esa carnicería del primer día; se lo mantenía en reserva, en retaguardia, cerca de Bouzincourt. No entró en combate hasta una semana después, cuando la batalla se había tornado un verdadero matadero. Pero Tolkien se mantuvo en actividad en la ofensiva del Somme por varios meses, tanto en la línea de batalla como en retaguardia. Años más tarde recordaría la experiencia con cierta ligereza, cuando alababa las virtudes del techo de cañas y paja de las casas de campo: "A la gente todavía le gustan las casas con techo de paja; dicen que son cálidas en invierno y frescas en verano. Incluso están dispuestos a pagar algo más por el seguro. Nos topamos con trincheras alemanas que verdaderamente resultaban muy habitables; pero cuando nos instalábamos, nos expulsaban casi de inmediato". Esa primera noche que siguió al ataque de julio, dejó tan agotadas a las pocas compañías que capturaron la primera línea de trincheras alemanas, que fueron incapaces de explotar esa ventaja. Prácticamente no había comunicaciones. Ninguno de los generales tenía la menor idea de cuáles sectores se habían capturado. Por lo tanto, no podían ni auxiliar ni reforzar a las tropas exitosas. Y por todas partes continuaba la carnicería, a pesar de los ruegos apasionados de los comandantes para cesar el combate. Casi no se capturaba prisioneros. Los heridos que sobrevivían debían arrastrarse días y días en busca de refugio. Cada hora que pasaba daba más fuerza a los alemanes y volvía indefendibles o insostenibles las posiciones conseguidas por los británicos. Los ingleses abandonaron finalmente las trincheras que habían capturado y, con el auxilio de la oscuridad, regresaron a sus posiciones originales. Los tanques que

Inglaterra lanzó al combate, o bien fueron destruidos o bien quedaron inservibles en el fango. Los días seguían pasando, la batalla continuaba, miles morían o quedaban heridos. Los generales, sin embargo, no detenían la lucha. Seguían completamente engañados sobre un presunto éxito. No creían, sencillamente, las cifras de bajas. Los dos ejércitos atacaron y contraatacaron durante el verano y el otoño. Francia quedó tan dañada en Verdún que no pudo ayudar a los británicos de ningún modo. Por fin, el 19 de noviembre de 1916, los británicos interrumpieron la batalla y el Somme recuperó el silencio. Los políticos exaltaron la batalla del Somme como una gran victoria. Se convencieron de que Alemania estaba muy golpeada y que muy pronto solicitaría la paz. Pero para los soldados que combatieron, el Somme fue una derrota increíble y espantosa. Los británicos sufrieron más de 600.000 bajas y los alemanes una cifra parecida. Durante la batalla, "la flor de la juventud británica" fue masacrada; una generación completa de los mejores y más brillantes fue casi exterminada por unos pocos metros de fango. Inglaterra ya no lanzaría ninguna ofensiva dé importancia durante la guerra. De hecho, la ultra cautelosa estrategia del mariscal de campo Montgomery en la segunda guerra mundial se puede atribuir directamente a las tremendas pérdidas en el Somme. Aunque cientos de miles de compatriotas de Tolkien -incluyendo casi todos sus amigos del colegio y de la universidad habían muerto o sido heridos en el Somme, Tolkien mismo no recibió ni la menor herida. No ganó medallas, recomendaciones, menciones en comunicados ni promociones, pero cumplió con su deber al máximo de sus capacidades. El verano pasó a otoño y el tiempo se enfrió; hubo más frío entonces que en cualquier otra época que se recordara. Muchos murieron congelados en octubre y noviembre con el asalto inesperado de un invierno prematuro. Muchos otros, debilitados por el frío, la humedad y la fatiga, sucumbieron a serias enfermedades. Las dos más graves fueron la influenza y la fiebre de las trincheras. A fines de octubre, el teniente Tolkien contrajo esta última enfermedad mientras servía en el frente, cerca de Beauval. La fiebre de las trincheras es una forma de infección causada por un grupo de bacterias de las cuales son portadoras las pulgas, las moscas y los piojos; puede provocar serios trastornos en los seres humanos y en otros mamíferos. La forma más común es la fiebre de las Montañas Rocallosas, el tifus y la fiebre de las trincheras. Esta última no se conocía antes de la primera guerra mundial, pero muy pronto se manifestó en gran escala entre esos soldados llenos de piojos y empapados en el frente. Nadie -ni los generales-estaba libre de piojos y cada soldado que volvía a retaguardia para descansar era fumigado y despiojado inmediatamente. Algunos piojos eran portadores de esa fiebre que infectó a miles de soldados de ambos bandos. Los síntomas de la fiebre de las trincheras se parecen mucho a los de la influenza y a los del tifus: fiebre alta, erupciones cutáneas, desorientación, dolor de cabeza, pequeñas ulceraciones en torno a las picaduras de los piojos, postración. Muy pocas veces es fatal, pero sus víctimas se sienten sumamente mal, la convalecencia obliga a meses de cama, hay recaídas de varios meses y distintos períodos de debilidad. Los organismos pueden permanecer en el cuerpo y provocar, durante años, recaídas periódicas. A Tolkien lo evacuaron de Beauval en noviembre y en seguida se lo puso en un barco hospital(4) para regresar a Inglaterra. El 9 de noviembre de 1916 llegó otra vez a Birmingham, al First Southern General Hospital, destinado a los enfermos y heridos del ejército. El caso de Tolkien era particularmente grave, y debió pasar muchos meses entrando y saliendo del hospital. Lo dieron de alta, finalmente, pero nunca más le asignaron un puesto de combate. Pero Tolkien empleó ese tiempo: escribió un largo y complejo relato que le entregó la mitología necesaria para su lengua élfica. Al revés de lo que se suele creer, Tolkien no escribió El Señor de los Anillos en las trincheras; en realidad, allí no escribió prácticamente nada. Preguntado sobre sus supuestas actividades de escritos en esa época, contestó Tolkien: "Todo eso son tonterías. Quizás escribiera algo al dorso de un sobre y lo guardara en el bolsillo; pero

nada más. No se podía escribir... Pasabas agazapado entre las moscas y la mugre". El relato que Tolkien empezó a escribir en el hospital se refería a tres joyas místicas y poderosas, que llamó los Silmarilli, sacadas de la corona de hierro de Morgoth en la Primera Edad de la Tierra Media. El Silmarillion, como lo llamó Tolkien, se convirtió en la "precuela" de El Señor de los Anillos, una suerte de "Paraíso Perdido", o el fin de la edad de la inocencia. Tolkien pasó mucho tiempo, en 1916 y 1917, escribiendo El Silmarillion; parece que terminó un primer borrador en algún momento de 1918 (era mucho más breve que El Señor de los Anillos y carecía de apéndice). Cuando terminó el relato, abarcaba también la Segunda Edad de la Tierra Media y el surgimiento de Sauron. Muchos años después, cuando Tolkien empezó a revisar El Silmarillion, tuvo que introducirle modificaciones para adecuarlo a El Señor de los Anillos, pero el relato mismo estaba escrito casi veinte años antes de que Tolkien empezara su obra más famosa. Mientras se recuperaba de su enfermedad, tomó la decisión de dedicar su vida al estudio de las lenguas y de volver a la actividad académica apenas terminara la guerra. Todavía estaba en el hospital cuando en enero de 1917 lo promovieron a teniente primero. Algunos meses después fue dado de alta y destinado al tercer batallón de reserva de los fusileros de Lancashire. No lo deseaba, y no volvió al frente, en servicio activo. En noviembre de 1917 fue padre por primera vez; su mujer, Edith, tuvo un niño. Lo llamaron John Francis Reuel Tolkien -Francis en honor del padre Francis Xavier Morgan y Reuel para continuar con la tradición de la familia. En octubre de 1918 liberaron a Tolkien del servicio activo y el mes siguiente lo emplearon en el Departamento de Personal del Ministerio del Trabajo, que se ocupaba de todos los trabajos de civiles en el Reino Unido. La guerra terminó unas dos semanas después que se hiciera cargo de su nuevo puesto. Pasarían varios años antes de que Inglaterra volviera a algo parecido a su situación anterior. El primer ministro David Lloyd-George llamó inmediatamente a elecciones (después se las llamaría las elecciones caqui, por la gran cantidad de electores que aún vestía uniforme) para aprovechar la popularidad de que gozaba todavía; la influenza española empezó a arrasar el mundo y al cabo de dos años más de veinte millones de personas habrían muerto a raíz de la pestilencia; la cuestión irlandesa, que había estallado en el abortado alzamiento de Pascua en 1916, volvía a amenazar con violencia a nivel nacional, y los aliados aprovechaban su victoria en casa imponiendo el Tratado de Versalles, duramente antialemán, que tanto colaboraría a los problemas de postguerra en Alemania. Millones de soldados regresaban a casa, agotados de la guerra, idealistas pero cínicos, victoriosos pero vencidos; el mundo que conocieran antes de marchar al frente había muerto, víctima de los tiempos. La amada Sarehole de Tolkien había sido absorbida por Birmingham. William Morris y su pequeña fábrica de motores en Cowley, en las afueras de Oxford, que en 1912 empezara fabricando los famosos coches Morris de carrera (muy pronto el equivalente inglés de los Ford-T norteamericanos), se había convertido en una gran fábrica de material bélico y ya anunciaba la gran industria de automóviles que sería después de la guerra. Comenzaban a oírse nuevas voces poéticas, como las de Elliot y Pound; Joyce estaba escribiendo; el público ya no se escandalizaba con la nueva música de Satie, Berg, Stravinski y Schoenberg ni con el arte de Dalí, Klee o Picasso. Las faldas cortas y las fiestas sin límites; los sindicatos y los revolucionarios irlandeses del partido laborista; y el sufragio femenino formaban parte de la Inglaterra de postguerra. También formaban parte del paisaje la creciente industrialización, la construcción de carreteras, el fin de las grandes selvas medievales, las ciudades cada vez más grandes, el rápido cambio del sistema social de valores. Tolkien trabajó para el Ministerio del Trabajo, en Oxford, hasta el verano de 1919, siempre ansioso de liberarse tanto del gobierno como de los militares. Aparentemente no se alegró nunca de su servicio en la guerra; nunca pidió las medallas y Condecoraciones que le correspondían por haber participado en el frente occidental y en la ofensiva del Somme; tampoco reclamó nunca, en años posteriores, la recompensa por incapacidad, aunque el haber padecido la fiebre

de las trincheras lo Calificaba para hacerlo. Aparentemente, consideraba que había "cumplido con su deber", no deseaba nada a cambio ni quería recordar los horrores de la guerra de las trincheras ni la pérdida de casi todos sus mejores amigos durante esos cuatro largos años. Apenas le correspondió, Tolkien solicitó la baja del ejército y finalmente se la concedieron el 16 de julio de 1919. Pero las formalidades últimas sólo acabaron el 3 de noviembre de 1920, cuando oficialmente dejó su cargo, aunque retuvo el rango permanente de teniente primero. La primera guerra mundial fue, quizás, la experiencia, única, más importante de la vida de Tolkien. Disparó su imaginación, sin duda, en una medida que nunca antes experimentara y le entregó vivencias valiosas e intuiciones que más tarde integraría en sus obras de madurez. En su famosa conferencia Andrew Lang de 1938, "Sobre los Cuentos de Hadas", el mismo Tolkien manifiesta que "el verdadero gusto por los cuentos de hadas me lo despertó la filología en el umbral de la vida adulta, y se me aceleró hasta su plenitud durante la guerra y por obra suya". La guerra se convirtió en un punto de referencia habitual en sus conferencias y en sus clases y conversaciones con estudiantes; y esto fue así hasta los años cincuenta, cuando los horrores más recientes de la segunda eclipsaron el interés por la primera. La guerra, aparentemente, dejó en Tolkien cicatrices invisibles; no se manifestaron en esa especie de desesperación, melancolía o cínico hedonismo que marcó a tantos otros de su generación; pero lo hicieron replegarse del mundo exterior. Regresó a una enclaustrada vida académica y ya no le fue fácil establecer relaciones personales amistosas con sus vecinos y colegas. Ni tampoco buscó la fama o el reconocimiento fuera de un pequeño círculo de filólogos profesionales, ni trató de progresar académicamente en la medida de que era capaz, ni manifestó excesivo interés en mantener un ritmo suficiente en sus publicaciones, cuentos, traducciones y comunicaciones académicas. Según el profesor Roger Sale, Tolkien "parece haberse apartado de las heridas y terrores de la guerra y de todo lo que pensamos de la vida moderna". Sale percibía, también, "que la guerra lo había dañado profundamente, pero que en su caso no hubo una respuesta inmediata o directa... Tolkien siempre había dicho... que sólo los locos y los imbéciles podían contemplar sin horror el siglo veinte. Sin embargo, durante los largos años de su retiro, la imaginación lo obligó a encarar el hecho ineludible de que era un hombre moderno y no un elfo ni un ente". El profesor Sale, en su libro El Heroísmo Moderno, intenta demostrar que escritores como Tolkien superan los horrores del siglo veinte volcándose a los mitos y a los hechos heroicos del pasado. Según Sale, si "la desesperación proviene de la sensación de que la historia ha abrumado al mundo, entonces el heroísmo se crea para desafiar esa historia." Tolkien fue una persona que se las arregló para superar sus experiencias de guerra y las tristes realidades del mundo de postguerra mediante fuerza de voluntad, imaginación y escritura.

El Académico 1919-1925 El ex teniente Ronald Tolkien, con su pequeña familia, regresó a Oxford en 1918 para reanudar su interrumpida carrera académica. Tal como otros brillantes graduados, estudiantes de los colleges de Oxford antes de la guerra, Tolkien esperaba obtener alguno de los codiciados cargos de literatura inglesa o anglosajona. La competencia resultó inusualmente dura, sin embargo, y Tolkien aceptó finalmente un trabajo ocasional de tutor y profesor en la Facultad de Inglés. La universidad había sufrido enormemente durante la guerra. De los 3.000 universitarios de 1914, habían muerto 2.700.(1) En 1917 la universidad sólo contaba con 350 miembros, la cantidad más baja de su historia, menor aún que en los años de la peste negra, que diezmó Oxford a finales de la Edad Media. Al término de la guerra, el elenco académico consistía enteramente en personas mayores, inadecuadas, incapacitadas o enfermas, y la ínfima población estudiantil de los colleges era o bien de veteranos inválidos, de extranjeros neutrales o bien de gente tan incapacitada que ni siquiera podía prestar servicios en cargos civiles.(2) Se instalaron por unos días en el número 50 de Si. John Street, pero se trasladaron a un segundo piso del número uno de Alfred Street, sobre una tienda, frente al Christ Church College. Irónicamente, el lugar quedaba cerca del sitio donde William Morris tuvo una tienda de bicicletas. Mientras Tolkien trabajaba en la Facultad de Inglés, muchos de sus futuros amigos y compañeros, que también habían servido en el ejército, regresaron a Oxford como "estudiantes maduros". Entre ellos estaba C. S. Lewis, en el University College, Owen Barfield en Waldham, Hugo Dyson en Exeter, Gervase Mathew en Balliol y Nevill Coghill en el Exeter. Tolkien conoció a Coghill en el edificio de la Escuela de Inglés, cerca del Merton College, cuando este último se le acercó para preguntarle si estaría dispuesto a leer algo en un club de ensayos. Según Coghill, "era mayor que yo, ya se había graduado, yo era sólo un teniente segundo desmovilizado, y creo que él era un capitán desmovilizado...(3) no estoy seguro de su rango. Yo era secretario del club de ensayos de mi college y me comisionaron para invitarlo a leer un texto suyo; sabíamos que era un distinguido filólogo. Así que una mañana me acerqué a él -no nos habían presentado-y le dije 'capitán Tolkien, ¿sería tan amable de ir a leernos un ensayo suyo en nuestro club?' Y me dijo, con ese modo cortante y rápido de hablar que lo caracterizaba, 'sí, por cierto que sí'. Era a veces sumamente difícil escuchar lo que decía, porque hablaba muy rápido y no terminaba de articular las palabras. Así que le dije 'bien, ¿y cuál será el título de su ensayo?' Y me respondió, de prisa: 'el Foragonglin'. Le dije, '¿perdón?' Y volvió a decirme: 'el Foragonglin'. Así que dije 'el follogonglin' y me dijo, 'sí, eso es'. Lo puse por escrito; nunca había oído hablar del Gondolin, verá usted,(4) y me pasé una semana de cabeza averiguando qué podría ser ese Gondolin, pero no encontré nada por ninguna parte". Fue típico de Tolkien no haberse molestado en aclararle a Coghill que se trataba de una palabra de invención. Años después, tanto como profesor en actividad como en retiro y famoso, solía suponer, automáticamente, que su audiencia conocía todo lo que había que saber sobre el tema de que estaba hablando. Dijo una vez, por ejemplo a William Cater, del Sunday Times, como sin dar importancia a la cosa, que "por supuesto el élfico está construido deliberadamente siguiendo en alguna medida el mismo tipo de cambios que convirtieron en gales al celta primitivo". La respuesta del periodista, impresa y no ante Tolkien, fue "¡por supuesto!". W. A. Craigie, uno de sus viejos tutores de Oxford, recuerda muy bien a Tolkien. Craigie había obtenido la cátedra Bosworth y Rawlinson de Anglosajón en 1916, era uno de los cuatro coeditores del Oxford English Dictionary. Le ofreció a Tolkien un puesto como editor en el proyecto; su propósito era crear el más extenso y definitivo diccionario de la lengua inglesa. Tolkien aceptó, y ayudó en las adiciones, revisiones, precisiones y selección de más de dos millones de

acepciones de las más de cinco millones propuestas. Se trataba de una obra masiva, que se empezó en 1878 y que necesitaba de la máxima capacidad de filólogos y otros estudiosos. El que se lo designara para un cargo de esa responsabilidad -y cuando aún no cumplía treinta años-era un singular honor y testimonio suficiente de la gran reputación que había conseguido antes de graduarse. Tolkien disfrutó con su contribución al Oxford English Dictionary. Fue responsable, probablemente, de controlar muchas entradas cuyo origen es el anglosajón. En tanto filólogo, debía construir cuidadosamente las definiciones y controlar que las etimologías fueran correctas hasta donde fuera posible precisarlas. Este ejercicio académico a veces se convertía en exigente juego de ingenio y en muchos casos el saber probado debía ceder paso a la especulación. Años más tarde, Tolkien escribió un delicioso cuento titulado el Granjero Giles de Ham que tomaba el pelo, amablemente, a los filólogos en general y a todos los que trabajaban el diccionario (incluso a él mismo). Por ejemplo, si bien el Granjero Giles de Ham está situado en lugares y tiempos semejantes a los de la Inglaterra del rey Arturo, Tolkien utiliza un trabuco del siglo diecisiete (evidente anacronismo) y en seguida remite a los lectores que quieran saber qué es un trabuco a los "cuatro sabios funcionarios de Oxeníord", referencia, por supuesto, a Craigie, Murray, Bradley y Onions, los editores del diccionario. La definición que dan los "cuatro sabios funcionarios" es, por cierto, palabra por palabra, la del diccionario de Oxford. Puede que se tratara de una broma propia del grupo de Tolkien y sus amigos o que, sencillamente, fuera una de las definiciones que escribió el mismo Tolkien. Otro ejemplo de la ironización que hacía Tolkien de los que trabajaban en el diccionario -como también de alguno de los académicos más especulativos y más capaces de llegar a cualquier extremo con tal de justificar sus teorías-está en el prólogo del Granjero Giles de Ham. Allí promete aclarar "el origen de ciertos difíciles nombres de lugares que hay en el texto". Uno es el del río Támesis (Thames). Tolkien explica que uno de los títulos del granjero Giles era "Dominus de Domite Serpen**, que es lo mismo que el vulgar Señor del Gusano Doméstico (Lord of the Tame Worm) o, abreviado, del Doméstico (Tame)". También se conocía a Giles como señor de Ham. De ahí la "natural confusión" entre Ham y Tame, que dio origen a Thame, "porque Thame con una h es una tontería sin autoridad alguna". Tolkien, como autor, declina toda responsabilidad en la materia y afirma que la etimología de esas palabras le fue indicada por "los conocedores de tales materias" .(5) En 1919 nombraron a Tolkien Master of Arts. A diferencia de lo que ocurre en los colleges y universidades norteamericanas, el master del Oxbridge es honorario y se suele otorgar a los graduados de los colleges que permanecen como residentes por un lapso de cinco años. También se concede -y también de manera honoraria-a fieles funcionarios de la universidad y, en fin, a profesores y otros residentes de Oxford que se han graduado en otras universidades. El master de Oxford suele significar que la persona a la cual se concede ese grado ha sido promovida de miembro joven a miembro mayor de la universidad. Con anterioridad a 1926, el grado de master tenía considerable poder de voto y, por lo tanto, autoridad sobre las políticas universitarias. Hoy en día, la única autoridad que mantiene ese grado se relaciona con el nombramiento de un profesor para la cátedra de poesía. Como Tolkien no estaba adscrito a ningún college, la misma universidad de Oxford (llamada, en este contexto, Oxon) le otorgó el grado. Este M.A. Oxon agregaba cierta legitimidad al trabajo que Tolkien estaba efectuando como miembro joven de la universidad; esas responsabilidades sólo se solían entregar a quienes ya poseían ese grado o uno superior. Tolkien, por cierto, nunca solicitó una beca para el programa de doctorado, debido, quizás, a que lo exiguo de la misma no le iba a alcanzar para cumplir con sus responsabilidades familiares. Por lo tanto nunca recibió un doctorado y durante muchos años nadie podía dirigirse a él, con propiedad, llamándole doctor Tolkien. Sólo después de su primer doctorado honorario, en 1954, pudo utilizar ese título. Pero siempre prefirió que le llamaran profesor.

Tolkien continuó muchos meses trabajando con Craigie en el diccionario. Parecía haber abandonado la práctica de escritor; pero continuó sus estudios de la literatura de la Inglaterra mediterránea, especialmente sobre el Beowulf, que por lo general se considera la obra literaria no eclesiástica más antigua escrita en inglés. En esa época, Tolkien ya podía leer, escribir o hablar la mayoría de las lenguas románicas, anglosajón, gales, finés, islandés, alemán, alemán antiguo, gótico y varias lenguas obsoletas. Empezaba a crecer su fama de lingüista y filólogo. El segundo hijo de Tolkien nació en octubre de 1920. Lo llamaron Michael Hilary Reuel Tolkien; el segundo nombre en honor al hermano menor de Tolkien, que cultivaba una granja de manzanas desde el fin de la guerra. En 1921, con el trabajo del diccionario casi terminado, Tolkien empezó a buscar un cargo académico. Por esos días, un trágico accidente de verano en la ciudad industrial de Leeds iba a tener profundas consecuencias en su futuro. F. W. Moorman, conocido profesor de lengua inglesa de la universidad de Leeds, falleció ahogado. Esto dejó un vacío en el departamento de lenguas de la universidad, que debía ser llenado por algún filólogo que también conociera el anglosajón y su literatura. En 1921 ofrecieron a Tolkien el cargo de lector de inglés en la universidad de Leeds, y lo aceptó. Leeds, junto con Sheffield, Birmingham, Nottingham y Manchester adquirieron importancia durante la Revolución Industrial y cobraron notoriedad internacional durante el siglo diecinueve. Leeds se hizo famosa por sus manufacturas textiles -fue la primera ciudad de Inglaterra que incorporó los nuevos tornos a principios del siglo diecinueve-, pero también se la conocía por el hierro, el carbón, las fundiciones, la fabricación de herramientas y las máquinas a vapor. La ciudad queda en Yorkshire, al borde de los pantanos, a unos doscientos cincuenta kilómetros al norte de Londres. Como todo Yorkshire, queda casi en el centro de la isla, casi equidistante del Atlántico y del Canal de la Mancha. Tolkien, al principio, se alojaba en una pequeña hostería y viajaba a Oxford los fines de semana. Más adelante, con su mujer y sus dos hijos pequeños, alquiló una pequeña casa victoriana en un pasaje del número once de St. Mark's Terrace, cerca de la universidad; podía irse caminando a sus clases. La universidad era relativamente nueva, una de las "de ladrillo" que se establecieron en Inglaterra en los siglos diecinueve y veinte. Se había organizado a partir del Yorkshire College, fundado en 1875 para entregar instrucción en artes y ciencias que fueran aplicables a la industria, ingeniería y minería. En 1887, el Yorkshire College pasó a ser uno de los de la nueva Victoria University de Manchester, que poseía importante apoyo de las fábricas e industrias de Leeds y pueblos aledaños. En 1904, se constituyó la universidad de Leeds, que absorbió el Yorkshire College y creó departamentos de humanidades y de estudios clásicos. Cuando Tolkien se incorporó a la facultad, como lector en inglés, en el otoño de 1921, el departamento de inglés estaba mucho más orientado hacia la literatura que hacia el lenguaje. Tolkien decidió corregir ese desequilibrio. Durante sus cuatro años en la universidad de Leeds se ocupó de desarrollar el interés por la filología y las lenguas y de establecer un diálogo y cooperación con otros departamentos que enseñaban lenguas y literatura modernas. Fue más un innovador que un administrador, pero las ideas que puso en práctica sentaron la pauta para la enseñanza de lengua y literatura inglesas en las décadas siguientes. En esos años se creó por primera vez un programa de doctorado. Como lector, y posteriormente como profesor, fue responsable del programa de los estudios avanzados de doctorado. Esto no dejaba de ser irónico, pues él mismo carecía del título y grado de doctor. Era, por otra parte, uno de los lectores más jóvenes y, más adelante, el profesor más joven,(6) de toda la universidad. A principios de los años veinte, el departamento de inglés de Leeds era pequeño y muy unido. Los Tolkien establecieron relaciones sociales con casi todos los miembros de la facultad y unos cuantos se transformaron en amigos para toda la vida. Después de 1924 hubo dos profesores: Tolkien y G. S. Gordon. Gordón era el profesor de literatura inglesa, pero más tarde aceptó una cátedra en Oxford y llegó a ser vicecanciller de la universidad. Otro lector era Bruce Dickins, que

pasó a profesor de lengua inglesa después de la trágica muerte del sucesor de Tolkien, E. G. Gordón; finalmente obtendría una cátedra en Cambridge. Un amigo íntimo en el departamento era Lascelles Abercrombie, con quien Tolkien iba a colaborar hasta la muerte de éste en 1938. Otros amigos de Tolkien en la facultad eran F.P. Wilson y W.R. Childe, del departamento de inglés, y el Dr. Gunnell y el profesor Paul Barbier, del departamento de francés, y el vicecanciller, J.B. Baillie. La cátedra de Tolkien en Leeds fue notable en muchos aspectos, pero especialmente por la calidad de sus alumnos. Muchos de sus principales discípulos fueron invitados a unirse a la facultad de Leeds después de graduarse o de completar el doctorado, y la mayoría, posteriormente, continuó como profesores o tutores en Leeds o en otras universidades en todo el mundo. Esos estudiantes y posteriores colegas incluían a T.V. Benn, J.I. Stewart,(7) Ida Pickles, Geoffrey Woledge, Brian Woledge, Albery Hugh Smith, y el alumno estrella de Tolkien, su protegido y muy pronto colaborador, E.V. Gordon. Gordo, un brillante alumno investigador,(8) que recibió su doctorado mientras Tolkien aún era lector, era también un estudioso de textos medievales y filólogo. Ya de estudiante se le reconocía autoridad en gales medieval, y Tolkien formaba parte de un pequeño grupo informal que estudiaba el tema bajo la dirección de Gordo. Ingresó a la facultad como lector asistente. Una medida de su genio la da el que, cuando Tolkien dejó su cargo y se marchó a Oxford en 1925, se le promovió a la cátedra de literatura inglesa pasando por sobre varios lectores de mayor antigüedad. Gordón se casó con una de sus compañeras, Ida Pickles, poco después de recibir ambos el doctorado. Tolkien, en colaboración con Gordón, obtuvo reconocimiento internacional como filólogo por primera vez. Varios años antes de aceptar el cargo académico en Leeds, Tolkien había trabajado con uno de sus antiguos tutores de Oxford, Kenneth Sisam. Sisam estaba preparando entonces un libro titulado Verso y Prosa del Siglo Catorce. Recordaba el amplio conocimiento que poseía Tolkien del vocabulario anglosajón y también el trabajo que había realizado en el diccionario. Le pidió que le escribiera un informe que lo proveyera de un vocabulario básico de inglés medio(*) para utilizarlo en su propio libro. Tolkien accedió con entusiasmo, y publicó en 1922 A Middle English Vocabulary. (9) Tanto la obra de Sisam como la de Tolkien tuvieron éxito en la comunidad académica. Tolkien adquirió notable fama entre los académicos de inglés por su amplio y brillante saber y conocimientos. Pero la obra que afirmaría su prestigio, ahora en todo el mundo, sería la que escribió en colaboración con Gordón: Sir Gawain and the Green Knight. La leyenda de Arturo y el mito del santo Grial siempre fascinaron a Tolkien. Había devorado, de niño, la Morte d’Arthur,(10) de Sir Thomas Malory, y más tarde intentó escribir, pero no terminó, un poema épico sobre las leyendas de Arturo. El mito y la leyenda que rodean a Sir Gawain, caballero de la Mesa Redonda en Camelot, se remonta aparentemente a los tiempos célticos y varias veces reaparece en el curso de los siglos en Francia, Italia e incluso en Escandinavia. Gawain se transforma, en algunas versiones, en Galahad o Perceval (que pasó a ser el héroe de la ópera Parsifal, de R. Wagner). Chaucer se refiere a la leyenda de Gawain como si proviniera "del reino de las hadas"; y Tolkien tenía la misma opinión. La obra más famosa sobre Gawain en lengua inglesa es un romance del siglo catorce, Sir Gawain and the Green Knight. Su autor, anónimo, contemporáneo de Chaucer, es un hombre educado, evidentemente, y de amplios conocimientos literarios. El mismo manuscrito del Gawain también incluye dos poemas, Patience, Purity and Pearl,(11) escritos, al parecer, por el mismo autor. Gawain es una obra extraordinariamente rica y sofisticada, complicada por muchos dialectos extranjeros e ingleses, que utiliza un vocabulario muy extenso. En el texto hay también elementos que manifiestan la influencia de mitos de origen irlandés y gales. El manuscrito original (una copia, probablemente) que trabajaron Tolkien y Gordón era un texto difícil que requería de continuo esfuerzo para descifrar y editar. Resultado de esta fructífera colaboración fue la edición del texto definitivo de Gawain and the Green Knight, que publicó Oxford University Press en 1925. El texto en inglés medio del Gawain se convirtió en la versión estándar

y aún se la utiliza en la mayoría de las universidades británicas y norteamericanas. Tolkien y Gordón dejaron una señal indeleble en el mundo académico con la publicación del Gawain y esto quizás desempeñó un rol principal en la rápida carrera posterior de los dos. Muchos años después, el mismo Tolkien hizo la transcripción al inglés moderno de su propia edición del Sir Gawain and the Green Knight(12) El departamento de inglés de Leeds se reunía periódicamente, junto con miembros de otras facultades, para discutir de metodología, problemas administrativos, dotación de profesores, planes. Después de esas reuniones, los especialistas -y sus mejores alumnos-cenaban informalmente y aprovechaban la ocasión para recitar poesía, cantar y divertirse. El humor de Tolkien y su sabiduría dominaban esas fiestas, tanto en Leeds como después en Oxford. En cierta ocasión repartió hojas mimeografiadas con canciones que había escrito en gótico, islandés, escocés medio, anglosajón y, por supuesto, también en inglés. Una estaba escrita en el más prosaico estilo de los versos de ciego y empezaba así: "un enano solo, en su pétreo trono, regurgita un mono...". Tolkien convencía a sus colegas para que cantaran con él estas canciones y tanto le gustaba que continuó con la costumbre de escribir canciones para sus amigos durante toda su carrera académica. En otra fiesta, escribió una canción burlándose de los estudiantes y lectores del "cuadro A", el grupo que elegía dedicarse al francés antiguo y no al inglés antiguo (el "cuadro B"). Estas canciones se reunieron en una publicación de su departamento, pero desgraciadamente se han perdido.(13) Geoffrey Woledge, uno de los alumnos de Tolkien que más tarde se incorporó a la facultad de Leeds, recuerda una cena en la cual "se me ocurrió proponer un remedio para la salud de los miembros del departamento, y basé mi discurso en un manuscrito imaginario, latino, que manifesté haber hallado. Tolk (como le decíamos)(14) debió responder y empezó: 'Yo iba a hallar un manuscrito, pero el señor Wodledge encontró uno, así que me veo obligado a tener un sueño'". En otra recordada cena, Tolkien compuso y leyó un largo y variado poema que consistía en una serie de juegos de palabras sobre los nombres de sus colegas. Como docente, Tolkien era popular y eficaz, aunque a menudo desordenado e incomprensible. En Leeds, el departamento de inglés era demasiado pequeño para poder mantener tutorías individuales (el fundamento del sistema Oxbridge), pero esta deficiencia en la instrucción individual se compensaba, en parte, con clases y seminarios pequeños, íntimos y a menudo informales. Las clases de Tolkien a veces tenían dos alumnos, pero el promedio era de unos doce. Como lector y luego como profesor, Tolkien se hizo cargo del programa de anglosajón. Quizás sus seminarios más importantes y memorables fueron aquellos en que leía, traducía e interpretaba textos de inglés antiguo, especialmente del Beowulf, para estudiantes de los "cuadros" A y B, una vez por semana. Más tarde continuó con esos mismos seminarios en Oxford.(15) Según T.V. Benn, uno de los primeros alumnos de Tolkien en Leeds y después profesor, "sí, uno asistía a sus clases y las olvidaba, pero no lo olvidaba a él, después ya no se podía recordar a Tolkien separándolo del Beowulf". "Era sobre todo un comentario línea por línea, a veces apenas audible", recuerda Geoffrey Woledge, otro alumno que después fue profesor de Leeds. "Por lo general resultaban muy aburridas; solía sentarme atrás, hablaba en voz baja con mis vecinos o escribía poesías o cartas. Sin embargo, posteriormente me he convencido de que lo más valioso que debo a los profesores de mi universidad fue su enseñanza, y en realidad no la de los textos sobre los cuales daba las clases, sino la del modo con el cual se podía utilizar el viejo saber académico para iluminar la literatura". "Los estudiantes estimaban a 'Tolk'. Su actitud era informal y la de una persona de constante buen humor, no la de un académico distante. J.I.M. Stewart decía que 'podía convertir una sala de clases en una vieja posada del camino en la cual él era el bardo y nosotros los invitados que escuchaban'. Según David Abercrombie, 'su asombroso buen aspecto, su elegancia, su ingenio y su simpatía y calidez lo convertían, por cierto, en una figura influyente en los estudiantes'. Típica de Tolkien en esos días -y en realidad también en sus tiempos de Oxford-era la actitud amistosa, casi de compañero, que mantenía con

los estudiantes. "En cierta ocasión, había tardado en llegar a su clase unos cinco minutos",(16) recuerda Geoffrey Woledge, "y yo, con otros dos amigos, decidimos irnos a un pub cercano. Estábamos llegando al extremo del pasillo que nos llevaba afuera cuando Tolkien apareció de súbito. Nos detuvimos, algo confundidos, pero agitó el libro de clases amablemente y nos dijo: '¿Los debo poner ausentes?' Continuó caminando y nos dejó libres para seguir al pub". "A Tolkien lo querían sus alumnos", comenta T.V. Benn. "No era elocuente, pero tranquilo, preciso y amable. Unos diez de nosotros, de 1920 a 1923, que hacíamos los tres años de carrera en la universidad de Leeds, en inglés y francés, asistíamos con el grupo de inglés, semanalmente, para el Beowulf. Esto era, como lo advertimos en seguida, una amenaza y un desafío; ese texto sanguinario se prestaba para el comentario paciente y para más de un problema filológico. Mi reacción fue comprar una traducción literal del Beowulf y trabajar con su ayuda. Nuestro nivel era bastante bajo, pero nunca temimos que Tolkien nos reprobara". La experiencia de Benn era la habitual de los estudiantes con Tolkien. Era infinitamente paciente, compartía su saber con quienquiera que solicitaba su ayuda. Ayudó a los alumnos y a sus colegas más jóvenes a escribir tesis, comunicaciones y libros, les aconsejó y alentó, y jamás reclamó crédito alguno para sí mismo, costumbre bastante insólita en ese medio académico tan competitivo. Un alumno alaba a Tolkien porque "se tomaba los mayores trabajos con sus alumnos, los ayudaba tanto que lo que publicaban... era realmente obra de Tolkien. Pero nunca reclamó el crédito; le bastaba con la alegría de sus alumnos". Parece que Tolkien tenía plena conciencia de su notoria debilidad como docente; pero nunca se preocupó demasiado del tema. Años después de su retiro, explicó que parte de sus problemas de vocalización provenían de que se había dañado la lengua jugando rugby en el King Edward School. Pero como sus contemporáneos recuerdan que esa dificultad era la misma antes del accidente, parece que estaba buscando más una disculpa que una explicación. En cualquier caso, hizo muy poco por mejorar ese problema; pero continuamente buscaba medios para que su saber y docencia resultaran más interesantes para sus alumnos. Por ejemplo, el juego de las palabras cruzadas empezaba a ponerse de moda en Inglaterra en los años veinte, y Tolkien lo incorporó a sus clases de inmediato. Divertía a sus alumnos encargándoles que completaran puzzles en anglosajón que él mismo inventaba. (Trató también de hacer puzzles en gótico, pero abandonó el intento cuando advirtió que disponía esa lengua de muy poco vocabulario para que el juego resultara suficientemente divertido.) Llegó, incluso, a solicitar a algunos de sus estudiantes que dijeran la lección cantando. Solía, en fin, abandonar el tema de la clase si otro le parecía digno de una discusión; y el tema podía ser cualquiera que se le ocurría en el momento. En Leeds, Tolkien fue, aparentemente, más abierto e informal que más tarde en Oxford. El y su mujer disfrutaron de una activa vida social y se vincularon amistosamente con los asistentes e instructores más jóvenes de la universidad. Pero, a poco de regresar a Oxford, Edith Mary se negó a relacionarse con los colegas de su marido. Parece que era muy consciente de sus deficiencias académicas e intelectuales, y no compartía ninguno de los entusiasmos de Tolkien por la vida académica y la cultura. Pero en Leeds fue abierta y amistosa. Tolkien era un buen deportista y gozaba jugando tenis y handball con sus colegas.(17) El almuerzo era un alegre ritual con su grupo. Se instalaban en un pub y comían bocadillos y bebían cerveza. Según varios estudiantes que tuvieron el privilegio de ser invitados a almorzar con Tolkien y sus amigos, el joven lector gozaba enormemente bebiendo enormes cantidades de cerveza, contando chistes y fumando sin cesar su pipa. Solía invitar estudiantes a su casa, donde casi siempre lo encontraban trabajando, sentado en un sillón junto al fuego, con libros y papeles confundidos en una gran bandeja sobre sus rodillas. Casi siempre, mientras Tolkien trabajaba, sus dos niños jugaban en el suelo por ahí cerca. La conmoción parecía no alterarlo en lo más mínimo. En esos años, Tolkien divertía a sus hijos contándoles cuentos de hadas; ninguno que leyera de un libro, sino cuentos que inventaba él mismo. En realidad, la invención de cuentos de hadas para los hijos era un pasatiempo favorito de los hombres de la alta clase media en la época victoriana. Un

banquero llamado Kenneth Grahame contaba a su hijo cuentos de animales; uno de ellos se convirtió en The Winds in the Willows. Un dramaturgo escocés llamado James Barrie divertía a sus hijos contándoles cuentos sobre Peter Pan y una tierra de nunca jamás donde la gente podía volar. Y un tímido y soltero decano de Oxford, llamado Charles Dodgson, entretenía a los hijos de un amigo casado con cuentos que les narraba mientras remaban por el Cherwell hacia la aldea de Godstow. Uno de los niños era Alicia, que sería inmortalizada en Alicia en el País de las Maravillas.(18) Algunos de los cuentos que les contaba Tolkien a sus hijos eran, sin duda, variaciones de las sagas, poemas épicos, cuentos y relatos de hadas que sus años de lectura y sus intereses profesionales le habían aportado. Por otra parte, parece que muchos eran completamente originales, ya que Tolkien refirió años después que "los relatos me parecen germinar como copos de nieve alrededor de una mota de polvo". Un crítico ha anunciado que varios de esos cuentos de hadas fueron escritos y que aún existen. Si es así, es posible que se los publique algún día. Tolkien publicó varios poemas, relatos y artículos en un semanario universitario titulado Poetry and Audience y, más tarde, en un libro, A Northern Venture (1923). En este último contribuyó con un total de seis páginas de poesía, con títulos como "The Esdigan Saelidan", "Por qué el hombre de la luna bajó tan pronto"(19) y "Enigmata Saxonica nuper inventa duo". En 1924, a los treinta y dos años, Tolkien fue designado profesor de lengua inglesa, un cargo que se creó especialmente para él. El vicecanciller de la universidad de Leeds, Michael Chandler, prometió crear una nueva cátedra de lengua inglesa especialmente para Tolkien. Esta decisión no sólo fue para recompensar la gran contribución de Tolkien al departamento de inglés, sino, aparentemente, por darle un incentivo para que permaneciera en Leeds. (Se sabe que Tolkien se sintió profundamente decepcionado cuando designaron profesor de lengua inglesa, en 1922, a su colega Lascelles Abercrombie, para que sucediera a George Gordón; Tolkien esperaba obtener ese cargo. Chandler sabía que Tolkien había estado buscando un nuevo destino académico en Inglaterra o Sudáfrica.) Tolkien se convirtió así en el profesor más joven de toda la universidad. También fue padre, por tercera vez, cuando otro hijo, Christopher Reuel Tolkien, nació en noviembre. Era un padre muy cuidadoso y amante, y se consideraba afortunado porque podía llegar a casa todas las noches para ver a sus hijos y contarles cuentos antes de que se durmieran. Pasaba mucho tiempo en casa jugando con sus niños o mirándolos jugar mientras trabajaba. Su hijo Michael, director, actualmente, de un colegio jesuita de Lancashire, ha hecho un relato personal de la vida de Tolkien en el hogar. "Mis primeros recuerdos de él -soy su segundo hijo, nacido en Oxford en 1920son los de un adulto único, el único que parecía interesarse con toda seriedad en mis comentarios y preguntas infantiles. Bastaba que algo me interesara a mí para que a él le interesara aún más; así fue incluso con mis primeros intentos por hablar. No hace mucho tiempo me mostró una vieja libreta en la cual había anotado cuidadosamente las palabras con que yo nombraba cada objeto que veía. Como filólogo, le fascinaba que todas mis palabras terminaran en ng. A la pipa, por ejemplo, le decía 'papang' y, además, se lo decía justo en el momento en que se la quitaba de la boca para ponérmela en la mía. Sus cuentos antes de dormirnos parecían excepcionales. Al revés de otras personas, no los leía en un libro, sólo los contaba. Eran infinitamente más excitantes y mucho más entretenidos que cualquier cuento de los que entonces había en los libros infantiles. Esa cualidad real, eso de sentirse dentro del cuento y ser parte del cuento, que ha sido, creo, por lo menos un factor de importancia que ha contribuido al éxito mundial de sus obras de ficción, ya le parecía evidente a un niño pequeño, aunque bastante crítico e imaginativo. "No era un padre sobrehumano, por supuesto, y a menudo sus hijos le parecían insoportables e irritantes, porfiados, tontos, y a veces, totalmente incomprensibles. Pero nunca perdió la capacidad de hablar con sus hijos (y no a sus hijos). En mi caso, siempre me hizo sentir que lo que yo estaba haciendo y lo que yo estaba pensando era de mucho mayor importancia inmediata que cualquier cosa que él estuviera pensando o haciendo".

En 1925 ofrecieron al profesor W.A. Craigie, de Oxford, la nueva cátedra de lengua inglesa que se creó en la universidad de Chicago. La aceptó. El cargo requería, sin embargo, que Craigie empezara el semestre de otoño ese mismo año. Este cambio de universidad dejó vacante la cátedra de Craigie en Oxford; debía hallarse un sucesor de inmediato. Oxford University Press acababa de publicar Sir Gawain and the Green Knight; esto hacía de Tolkien uno de los candidatos principales (el otro era Kenneth Sisam). Sus calificaciones aumentaban porque era graduado del Exeter College, Craigie había sido uno de sus tutores, había publicado A Middle English Vocabulary junto con el libro de Kenneth Sisam y trabajado en el Oxford English Dictionary. En la primavera de 1925 se le informó a Tolkien por primera vez que se estaba considerando su candidatura para la cátedra Bosworth y Rawlinson de Anglosajón; aceptó con entusiasmo. No mucho después le informaron que el cargo era suyo y de inmediato le comunicó su decisión a J.B. Baillie, vicecanciller de la universidad de Leeds; asumiría sus funciones a principios del semestre de otoño. Baillie se ofendió; había muy poco tiempo para el cambio y, aparentemente, creyó que Tolkien era, en verdad, un oportunista. Tolkien terminó el semestre de primavera, se trasladó a Oxford durante el verano y asumió la cátedra Bosworth y Rawlinson de anglosajón el primero de octubre de 1925. Los Tolkien fueron muy felices en Leeds y dejaron muchos amigos cuando se marcharon a Oxford. Fue un período productivo para Tolkien, como profesor y como filólogo, aunque aparentemente su talento creador no tuvo muchas ocasiones de manifestarse. Se recuperó de los efectos de la guerra, aunque los años siguientes, en Oxford, estuvieron marcados por una retirada de todo lo que no fuera el mundo académico. Regresó a Leeds en 1926 para asistir a la cena oficial del 29 de junio en honor de los miembros de la facultad que se marchaban a otro destino (había renunciado demasiado tarde en 1925 y no alcanzó a asistir a la cena de ese año). Geoffrey Woledge, que recibió el grado de bachiller y se incorporó a la facultad en 1925, recuerda la ocasión: "El vicecanciller, J.B. Baillie, hizo el brindis en honor de los profesores que se retiraban, los alabó a todos, pero a Tolk sólo por su buen aspecto; dejó entrever que había desertado de su cargo sólo por seguir buscando su progreso personal. Tolk respondió, evidentemente afectado y algo molesto, diciendo que amaba la universidad más que otra institución que hubiera conocido, pero que el hombre tiene una lealtad mayor que la que debe a las instituciones: la que debe a su propia especialidad". E.V. Gordón pasó por sobre otros, desde lector asistente a profesor, ayudado por la publicación de Sir Gawain and the Green Knight y por la recomendación personal de Tolkien. (Gordón e Ida, su mujer, se fueron después a la universidad de Manchester, donde los dos fueron profesores.) Gracias a los esfuerzos de Tolkien, el departamento de inglés de Leeds se había ampliado y fortalecido. Muy pronto aplicaría esos mismos talentos para terminar con el divorcio que se estaba produciendo en Oxford entre lingüistas y literatos.

El Profesor 1925-1937 El Oxford al que regresó Tolkien en el otoño de 1925, a la cátedra Bosworth y Rawlinson de anglosajón, era muy diferente del Oxford de 1911 y 1921. El proceso de cambio, que habían estimulado las medidas postvictorianas como la ley de reforma y la de supremacía de la universidad sobre los colleges, se había acelerado con la guerra e intensificado por la rápida industrialización, el descontento social y la incertidumbre económica. El cambio era evidente mirara donde se mirara. Los bosques raleaban, campos abiertos se convertían en aldeas, los pequeños pueblos en suburbios; y los suburbios quedaban incorporados a las ciudades. Se construían colleges, fábricas, plantas industriales y poblaciones residenciales. Miles de trabajadores, técnicos y profesionales trasladaban sus familias desde áreas deprimidas para hallar trabajo en la creciente Oxford. La proporción de miembros de la universidad en relación a los residentes en la ciudad que no estaban vinculados al sistema educacional era más y más distante. La universidad, por primera vez en la historia, empezaba a ser secundaria en relación con la ciudad. Hacia 1925, los automóviles se habían instalado en Inglaterra. Y a pesar de la depresión de 1921, de la devaluación de la libra y de la abolición del estándar oro, se empezaron a vender por cientos de miles y luego por millones. Los grandes bosques de encina se habían cortado antaño para la construcción de los barcos británicos; ahora el campo abierto se llenaba de cercos, se convertía en pequeñas poblaciones, se subdividía, se veía cruzado en una y otra dirección por carreteras. Las estaciones de servicio de petróleo surgían como hongos y, junto a ellas, casas y tiendas que poco a poco iniciaban pequeños poblados. Con las nuevas carreteras y las mejores comunicaciones venían las industrias, más población y más edificaciones. Cada día el campo abierto y las granjas iban menguando de tamaño. Estos cambios en Oxford y en la campiña inglesa afectaron mucho más, aparentemente, a Tolkien, que los grandes temas políticos del momento. Su respuesta al cambio fue retirarse más y más del mundo externo, ensimismarse. En la primera gran confrontación que hubo en Oxford entre tradición y progreso, Tolkien estuvo del lado de quienes resistían el cambio y lo que proponía para Inglaterra. En esa época, 1913, el fabricante de automóviles William Morris quiso reemplazar los tranvías tirados por caballos con buses motorizados, que resultaban más eficaces y menos caros. La universidad combatió duramente los esfuerzos de Morris por llevar a Oxford el siglo veinte, tal como había resistido la construcción del canal, del ferrocarril y el advenimiento de la electricidad. Después de meses de discusiones, maniobras políticas subrepticias y tácticas draconianas, Morris consiguió que se autorizaran sus autobuses y que se prohibieran los viejos tranvías de tracción animal. En los años veinte, Morris, ya Sir William, inició el camino que lo convertiría en el equivalente británico de Henry Ford; Oxford sería el Detroit inglés. La misma universidad estaba cambiando. Desde 1877, todos los procedimientos se efectuaban en inglés y no en latín. Hacia 1925 se había terminado con el poder de los master of arts. Hacia 1926, la universidad dominaba completamente los colleges, y personas como Tolkien ayudaron a realizar la transición desde el sistema tradicional de tutores al de escuelas universitarias. Se empezaba a democratizar los colleges -contra su voluntad-mediante la adopción de una política de ingresos que permitía que más estudiantes de origen obrero o de clase media pudieran asistir a la universidad. Las mujeres podían ser miembros efectivos de la universidad. Se abolió la obligatoriedad del griego como requisito para poder matricularse. La población estudiantil aumentó mucho después de la guerra, en parte por la política gubernamental de conceder becas a los veteranos y la decisión de Oxford de ofrecer becas propias a antiguos oficiales. En esto también tenían parte los dinámicos cambios sociales que permitían, alentaban y ayudaban a muchos estudiantes de la clase trabajadora para que continuaran estudiando.

El Oxford de postguerra, durante los años veinte, formaba parte de la edad de Hemingway, T.S. Eliot y James Joyce: una época aventurera, cínica y brillante. Los estudiantes no se exigían mucho, sus fiestas eran un exceso; muy pocos se preocupaban de otra cosa que no fueran sus placeres inmediatos. Muchos intentaban olvidar la guerra y la destrucción y mutilación que había provocado. El mundo que Tolkien tanto amó de niño y de joven estaba desapareciendo rápidamente; su desaparición lo afectó mucho. Los límites entre las clases sociales se habían adelgazado hasta casi desaparecer y la lucha por los derechos de las mujeres, toda una generación de lucha, había terminado con el triunfo de las mujeres. Los trabajadores fortalecían a los sindicatos y al partido laborista; las huelgas empezaban a ser una epidemia y el capitalismo se desmoronaba en plena depresión. La tierra y la gente cambiaban, dejaban atrás a personas como Tolkien, que buscaban inspiración y luz en el pasado. Y no obstante había sectores de Oxford en calma. El Oxford de Matthew Arnold aún se podía descubrir en los años veinte: lo hacían posible las caminatas por partes intocadas del campo, las iglesias de las aldeas, las posadas del camino, las cómodas habitaciones de los colleges, algunas plazas y parques sosegados. Hacia el sur y el este de la ciudad el progreso no afectaba aún las granjas rústicas y los campos abiertos; muy rara vez un automóvil se aventuraba por los caminos de tierra del campo y menos por los senderos apartados de los granjeros. En Oxford mismo, a pesar de la presencia de automóviles y de autobuses, la bicicleta seguía siendo la reina de las antiguas y estrechas calles de la ciudad que a ciertas horas del día se inundaban, literalmente, de esos negros aparatos de dos ruedas. La tradición y el rito aún eran asuntos muy vivos en la Universidad. Los "bulldogs" y prefectos seguían recorriendo la dudad a la caza de estudiantes vagos. Se debía utilizar el atuendo académico fuera dé los colleges e incluso se multaba a estudiantes mayores si se los sorprendía fuera de sus colleges a altas horas de la noche. Se toleraba los bailes, pero sólo previa invitación formal; y sólo se podía asistir bien acompañado. Se prohibía que las mujeres visitaran a los estudiantes sin un acompañante previamente aprobado; ningún alumno podía invitar al college a una mujer o a una estudiante sin que estuvieran presente por lo menos otras dos mujeres y un acompañante previamente aprobado. El latín seguía siendo materia obligatoria, y aunque ya no se podía obtener un grado mediante acuerdos económicos, los estudiantes más perezosos aún podían conseguir uno de cuarta categoría. Tolkien regresó a Oxford en medio de toda esta confusión y cambios y esto lo afectó profundamente. Según el profesor Roger Sale, "se retiró del mundo moderno más completamente que cualquier otro creador de mitos de la unidad perdida, y en sus declaraciones más radicales siempre habló de que sólo un loco o un imbécil podía contemplar el siglo veinte sin horrorizarse". Durante la década siguiente, Tolkien se dedicó a su trabajo, a su familia y a sus amigos; sólo aceptó las responsabilidades que él mismo elegía; evitó el camino del reconocimiento internacional y se negó a seguir el habitual dictum académico "publica o muere". Era conocido e influyente en Oxford, y respetado por su Sir Gawain y el Middle English Vocabulary en la pequeña comunidad de filólogos del inglés de todo el mundo. Nunca buscó, sin embargo, la popularidad que pudo haber obtenido. No deseaba el status de personaje famoso de C. S. Lewis o de Hugo Dyson y de otros que lo obtuvieron gracias a libros masivos, radio y presentaciones por televisión y colaboraciones en periódicos y revistas de primera línea. Se pudo haber convertido fácilmente en un favorito del público: a los treinta y tres años, Ronald Tolkien se parecía más a un ídolo de programas matinales o a un joven político en plena carrera que a un profesor de Oxford. Impactaba su aspecto: alto, rubio, vigoroso y siempre vestido a la última moda. Su mujer, Edith, era muy hermosa. Nadie habría imaginado, con mirarla, que ya era madre de tres hijos. Se dice que parecía de talante aristocrático y distante. Apropiado, sería una palabra más adecuada para describir su aspecto y modales: se adaptaba exitosamente a los estándares de conducta de la esposa de un joven profesor: amable, modesta, servicial, encantadora, inteligente y culta. Se los estimaba, pero resultaban más y más inaccesibles, excepto para amigos íntimos, vecinos y alumnos preferidos. (Sin embargo, la señora Tolkien nunca se

sintió feliz en Oxford, y sufría de frecuentes dolores de cabeza que se convirtieron en conveniente excusa para eludir relaciones sociales no deseadas. En privado, los Tolkien no estaban de acuerdo en asuntos religiosos, y se dice que Edith Mary sentía celos de sus amigos y del trabajo excluyente de Tolkien. Años más tarde, tenían camas separadas, e incluso dormitorios distintos: no porque se hubieran alejado el uno del otro, sino porque Tolkien trabajaba hasta altas horas de la noche y, además, molestaba a su mujer con sus fuertes ronquidos.) Los Tolkien consiguieron muy pronto una casa cómoda y relativamente nueva en el 22 de Northmore Road, una de las numerosas casas que se construyeron en un campo al norte de Oxford, uno de los barrios más agradables de la ciudad. Es muy probable que se la alquilara uno de sus colegas.(1) En 1929 se trasladaron a la casa vecina, el número 20 de Northmore Road, casi cuando nació su única hija, Priscilla Arme Reuel Tolkien. La mayor parte de El Hobbit y El Señor de los Anillos se escribió en esta amplísima casa de piedra roja. Era tan grande que la señora Tolkien necesitaba ayuda de medio tiempo para la limpieza y otras tareas domésticas. Tolkien, aparentemente, se sentía a veces intimidado por el tamaño y los gastos de la casa. La llamaba "la mansión". No se sintió demasiado mal cuando vendieron la casa veinte años después y él y su mujer se cambiaron a una mucho más modesta, propiedad del college. Northmore Road quedaba a corta distancia, en bicicleta, del Examination Hall, donde daba clases Tolkien; cerca también estaba de la escuela de inglés, donde realizaba alguna tarea administrativa, y del Pembroke College, donde mantenía sus tutorías. Lo habían elegido para el Pembroke College en 1926, el año que la reforma universitaria había establecido definitivamente la supremacía de la universidad sobre los colleges. Esto significaba que la enseñanza de Oxford sería más uniforme, que no habría tanta diferencia de estándares académicos, que el centenario conflicto entre tutores y profesores se resolvería finalmente. Los tutores -que también formaban parte integral de los colleges-tendían a mirar despectivamente a los profesores; esto fue así hasta fines del siglo diecinueve. Los tutores y los colleges deseaban conservar el antiguo, pero más y más ineficiente, sistema de un tutor para un alumno, que había Sido la viga maestra del sistema de Oxford durante siglos. Sin embargo, el continuo crecimiento del alumnado significaba que cada tutor debía atender dos veces, tres veces y hasta cuatro Veces el número posible de alumnos por semana; de este modo la eficacia del sistema disminuía mucho. Por otra parte, los profesores de la universidad, asociados en distintas escuelas, consideraban que el único modo eficaz y moderno de dar educación a una cantidad tan grande de personas era mediante clases, seminarios y exámenes uniformes; esto dejaba de lado las tutorías en cuanto elemento fundamental de la educación de Oxford. La mayoría de los profesores no pertenecía a ningún college, así que las relaciones entre tutores y profesores eran verdaderamente muy limitadas. El plan de la universidad para cambiar el énfasis desde el sistema tutorial hacia el de profesores implicaba presionar a los colleges para que integraran profesores en su seno. Se esperaba que si profesores y tutores compartían la misma mesa, la proximidad colaboraría a vencer la empecinada resistencia al cambio y la reforma. Los tutores, apoyados por los masters of arts, otros colegas y los colleges mismos lucharon por décadas para mantener su status. El plan de la universidad eran sensato y razonable, y por eso mismo más resistido en los colleges, reticentes ante la pérdida de sus viejas prerrogativas. Costó más de cuarenta años aplicar ese plan, y así, en 1926, tanto a Tolkien como a otros profesores que no estaban integrados en ningún college, se les concedió esa posición en varios. La universidad presionó a Pembroke para que "designara" a Tolkien, lo que aceptó sin mucho entusiasmo. Durante sus veinte años en Pembroke, Tolkien nunca se sintió cómodo en el college ni con sus colegas. Así que le resultó muy agradable que el Merton College lo designara en su seno en 1945; se pudo trasladar a un medio que le resultó mucho más acogedor. Los profesores de inglés gozan en Inglaterra de mucho más prestigio y autoridad que en los Estados Unidos. Esto es así porque hay muchos menos profesores en las universidades inglesas; sólo se da ese título a una persona, al principal profesor de una determinada facultad o de un determinado tema. Por

ejemplo, sólo hay un profesor de literatura francesa medieval o de anglosajón en una universidad. Tampoco hay profesores asistentes o ayudantes o asociados; los demás instructores que "profesan" un tema se suelen llamar "lectores". Otra diferencia es que los profesorados de Oxford están generalmente "dotados": su financiamiento ha sido establecido por un benefactor (con frecuencia, un rico académico) que entrega un fondo para que se administre y con él se pague el salario del profesor. Esta "dotación" se conoce como "cátedra" y se la suele llamar con el nombre del benefactor. A Tolkien lo designaron profesor de la cátedra Bosworth y Rawlinson de anglosajón, administrada por la Escuela de Inglés de Oxford. Esa cátedra se había establecido en 1755 con una "dote" del testamento de Sir Richard Rawlinson, un anticuario y coleccionista del siglo dieciocho. La dotación aumentó en 1860 gracias al aporte de Joseph Bosworth, un estudioso del anglosajón que ocupó la cátedra Rawlinson en 1858. El nombre de Bosworth se agregó a la cátedra.(2) Aunque Tolkien era un profesor joven cuando se incorporó a la facultad en 1925, muy pronto se convirtió en uno de los más influyentes e innovadores. Era un filólogo en una facultad dominada desde hacía mucho por especialistas en literatura. Los antecesores de Tolkien no se habían distinguido, por cierto, por su sabiduría filológica. Tolkien asumió la responsabilidad de restablecer la respetabilidad y la importancia de la filología inglesa en la facultad. Lo hizo ayudando cuanto pudo a los demás miembros de la Escuela de* Inglés, preparando clases y vocabularios y manuales, ayudando en la investigación y editando artículos académicos y otras publicaciones y, en fin, utilizando cualquier ocasión para demostrar la importancia de la lengua como piedra de toque de la literatura. Otra invalorable contribución fue su fantástica capacidad para reclutar y preparar nuevos miembros de la facultad entre los mejores alumnos. Se ha dicho que, después de El Señor de los Anillos, su más importante aporte es el gran número de filólogos de primera línea que educó y formó. Nevill Coghill no fue alumno suyo, pero Tolkien lo "adoptó" cuando se graduó y se incorporó a la facultad. Tolkien advirtió las aprensiones del más joven miembro de la facultad antes del primer curso que debía dictar y se ofreció para que Coghill se "hallara a sí mismo". Lo hizo mostrándole cómo desarrollar un estilo de exposición y enseñándole a organizar sus notas y esquemas. Pero fue más allá: le escribió algunas páginas de notas para las clases, para que las utilizara como propias; eran un ejemplo y un voto de confianza en la capacidad de Coghill. Años después, Tolkien y Coghill serían competidores amistosos ante los alumnos, improvisando relatos a partir de las sagas y relatando interesantes incidentes y anécdotas de la literatura y también esbozos de poemas personales. Coghill era tan brillante como Tolkien aburrido. Pero las dificultades del discurso nunca afectaron el entusiasmo de Tolkien ni su preocupación por entregar conocimiento a los alumnos. Al revés de las casi íntimas clases de Leeds, las de Tolkien en Oxford se llevaban frecuentemente no sólo con los estudiantes propios, sino con otros y con académicos ansiosos de escucharle. El hecho de que mucho antes de ser un personaje famoso tuviera tantos seguidores, a pesar de sus dificultades para comunicarse, da fe de la formidable reputación académica de Tolkien. Según Nevill Coghill, "era un muy buen docente siempre que uno estuviera en primera fila; porque si se estaba atrás era imposible seguir la enorme velocidad de su exposición". Elaine Griffiths, uno de los muchos alumnos de Tolkien que continuó en la vida académica (ahora es profesora y tutora en el Si. Anne College, Oxford) tiene un recuerdo semejante: "Era yo una estudiante seria, trabajadora y sencilla. Iba a sus clases y, al contrario de lo que suele opinarse... creo que Tolkien era, en muchos sentidos, un docente extraordinario. Cuando llegaba al punto principal, se volvía de cara al pizarrón a precisar por escrito". Otro estudiante recuerda que "tenía sus fallos. Pasaba velozmente por sus notas, hablando de modo rápido, monótono, casi de tartamudo, hasta que algo le interesaba especialmente. Entonces se le encendían todas las luces, se expandía, exponía". Quizás la evaluación más ponderada de los recursos retóricos de Tolkien sea la que ha hecho Przemyslaw Mroczkowski, un académico polaco que se hizo amigo de Tolkien poco después de la segunda guerra mundial y que actualmente es profesor de filología inglesa en la universidad Jagiellonian de Cracovia. "El discurso de

Tolkien era sumamente difícil de seguir, casi inarticulado. Creo que la prueba suprema de un académico extranjero era tratar de entender a Tolkien. Si lo conseguía, creo que se le debía conceder otro doctorado o algo así. Tolkien no se preocupaba de articular correctamente; sencillamente daba por supuesto que quien lo estaba escuchando tenía que seguirlo sin dificultades". "Las clases de Tolkien tenían muchos alumnos, pero no eran, en mi opinión, muy populares, por lo menos no lo eran en el sentido de las de Coghill. No se especializaba en su tema, sino que solía hablar, extemporáneamente, de cualquier cosa que en ese momento le interesara. A veces pasaba toda la clase leyendo una traducción de una saga noruega o de un poema inglés antiguo, en lugar de concentrarse en la materia del caso. Tal como su conversación, sus clases a menudo eran muy difíciles de entender". Pero los que eran capaces de tolerar la difícil dicción y el desorden de sus clases, quedaban profundamente impresionados por sus conocimientos y por la devoción que manifestaba para con sus estudiantes. No se ocupaba casi de los perezosos o desinteresados (aunque nunca los castigaba con descalificaciones), pero ningún esfuerzo le parecía poco cuando se trataba de apoyar a quienes manifestaban talento o entusiasmo por el lenguaje o la mitología. Según John Layerle, ex alumno de Tolkien y ahora director del Centro de Estudios Medievales de la universidad de Toronto, Tolkien se las arreglaba para crear un vínculo especial entre él y los buenos alumnos, un lazo que iba mucho más allá de la ordinaria relación entre tutor y discípulo. Entregaba tiempo y conocimientos y luchaba por imbuir el amor por el lenguaje y el saber a quienes hasta entonces sólo manifestaban apreciarlos. Afirmar que Tolkien ayudó a formar toda una generación de filólogos ingleses no es una exageración si se considera la cantidad y calidad de sus alumnos que escogieron la filología como su profesión definitiva. En los años que siguieron al de su regreso a Oxford, Tolkien tuvo la fortuna de hacerse de muy buenos amigos que Indudablemente influyeron en él y lo alentaron en su trabajo pe escritor. Estaba allí Coghill, por supuesto, y su amigo de la Infancia, Gervase Mathew, que acababa de convertirse en tutor fin Balliol y más tarde se ordenaría de sacerdote católico con [los frailes de St. Giles, en Oxford. Varios otros miembros de la Escuela de Inglés se le acercaron amistosamente: el profesor Dawkins y Helen MacMillan Buckhurst, académicos de Islandia y amantes de las sagas nórdicas; Hugo Dyson, el brillante estudioso, herido gravemente en la guerra, que sobrevivió y adquirió sólida reputación académica, y el profesor George Gordón, que también dejó una cátedra en Leeds para aceptar otra en Oxford. Coghill, Buckhurst, Dyson, Dawkins, Gordón y Tolkien tenían muchos intereses comunes y no el menor era el antiguo islandés, la lengua de las grandes sagas nórdicas y la fuente de la mayor parte de las leyendas y mitologías noreuropeas. Sus conversaciones en la Escuela de Inglés los llevaban a seguir discutiendo en los pubs del vecindario; finalmente, y en la mejor tradición de Oxford, esos encuentros dieron origen a un ritual institucionalizado, un club. Se llamaron a sí mismos los Coalbiter (los mordedores de carbón), versión de la palabra islandesa Kolbitar, que significa gente que se apretuja cerca del hogar en invierno y muerde trozos de carbón para acercarse lo más posible al calor del fuego. Según Coghill, fue Tolkien quien propuso la idea del club y de su nombre. En invierno el grupo se reunía semanalmente para cenar en el Eastgate Hotel, en las habitaciones de John Bryson del Balliol College o en las habitaciones traseras de algún pub. "Así que nos reuníamos una vez por semana, nos sentábamos junto al fuego en invierno, cada uno con un pasaje de una saga que traducía para los demás", recuerda Coghill. "A mí me permitían traducir un párrafo. El profesor Dawkins, con más experiencia en estas cosas, hacía una página. Tolkien traducía veinte páginas. Hablaba esa lengua difícil con total fluidez y la traducía con facilidad y prontitud y estilo adecuado". Los Coalbiters sufrieron el destino de cientos de otros clubes de Oxford; murieron tan silenciosamente que nadie está seguro de la fecha en que el club cesó de funcionar. Coghill parece pensara que el posterior club literario, los Inklings, surgió del Coalbiter, ya que muchos de los Coalbiters pasaron a

Ingklings. Tolkien, sin embargo, cree que así no fue el caso. Los Inklings se crearon mucho después y en circunstancias muy distintas. El amigo más importante de Tolkien fue un tutor del Magdalen College, Clive Staples Lewis. C. S. Lewis, hijo de un abogado de Belfast, nació en Ulster en 1898, fue alumno del University College, Oxford, en 1916, por un semestre, para reunir antecedentes y poder presentarse al ejército; herido en el frente occidental regresó para completar sus estudios. Era un alumno brillante, sacó tres primeras calificaciones, pero no pudo obtener el ingreso a ninguno de los colleges de Oxford, como filósofo, después de graduarse. Decidió entonces prepararse para un cargo en la Escuela de Inglés; estudió anglosajón con su tutor, Elizabeth Wardale. En 1923 asistió a las clases del profesor Cordón sobre Spenser y esto le permitió ingresar como tutor sustituto de filología inglesa en el University College, en 1924, mientras el tutor regular, E.F. Carrit, permanecía en Norteamérica de año sabático. Lewis continuó presentándose a varios colleges, con la esperanza de que se lo aceptara en filosofía y no en filología. Pero cuando el Magdalen College le ofreció ingresar como profesor de lengua y literatura inglesas en 1925, aceptó y mantuvo el cargo hasta que le designaron en una nueva cátedra que se creó en el Magdalen College de Cambridge, en 1954. Si Tolkien halló alguna vez en Oxford un alma en muchos sentidos gemela, ésta fue Lewis. También Lewis amaba Oxford y también con una intensidad más dirigida al pasado que al presente. Esto era así hasta el punto que cuando aceptó, con cierta reticencia, la cátedra de Cambridge (después de no conseguir una equivalente en el Merton College de Oxford), sólo lo hizo bajo la condición de que se le permitiera seguir viviendo en Oxford y viajar desde allí a Cambridge para sus clases. Lewis expresa alguno de estos sentimientos en un poema de 1919: No somos brutos completos. Aún nos queda una ciudad dulce, limpia, que acarician antiguos arroyuelos, un lugar para ver y soltar las cadenas, un refugio de elegidos, una ciudad de sueños.

Para Lewis, como para Tolkien, Oxford era un refugio de elegidos después de los horrores de la guerra; también deploraba Lewis el sistemático crecimiento de la industrialización que habían traído los años veinte y treinta. Era cristiano en una época que se distinguía por su descristianización, un poeta, un escritor de relatos fantásticos, un amante de la mitología. Le gustaba "sentarse hasta la madrugada hablando tonterías, de poesía, de teología, de metafísica, acompañado de cervezas, té y pipas". Poseía una memoria asombrosa (era capaz de recitar largos poemas sin un error), amplios intereses (literatura, filología, teología) y una prolífica capacidad de producción (escribió más de cuarenta Ubres, de poesía, historia literaria, ficción y ensayos). Lewis protegía su privacidad, incluso cuando fue famoso. Aunque no perdía el tiempo, en cierta oportunidad respondió a un entrevistador que insinuó que esa vida hermética que llevaba podía ser un tanto densa: "me gusta el aburrimiento". Alan Watts observó que Lewis tenía "una propensión apenas disimulada a las posiciones anticuadas o no populares". Lo mismo se podría haber dicho de Tolkien. También se puede aplicar a ambos lo que dijo de Lewis Jocelyn Hill: que era un hombre de excelente sentido del humor, gran confianza en sí mismo y, sobre todo "un inconmovible sentido de la verdad". Lewis, como Tolkien, fue uno de los llamados "cristianos de Oxford". Era devotamente religioso -anglicano-y escribió varios libros de teología cristiana. Su fe era adquirida y cultivada más que innata; en palabras suyas, se trataba de un converso "puramente filosófico". "A los catorce años dejé el cristianismo. Regresé cerca de los treinta. No fue una conversión emocional; fue casi puramente filosófica. No deseaba convertirme. No soy, de ningún modo, del tipo religioso. Quiero que me dejen solo, sentir que soy mi propio amo; pero como los hechos parecían indicar exactamente lo opuesto, debí acatarlos". Aunque Lewis no se refirió nunca al rol de Tolkien en su conversión, Tolkien le dijo una vez a su amigo Przemyslaw Mroczkowski (devoto católico romano, como el mismo Tolkien), en los años cincuenta, que tuvo una precisa influencia en ese punto. "Le llevé lo más lejos que pude del ateísmo, hasta la iglesia de Inglaterra", se jactó

Tolkien, insinuando que le habría gustado llevarlo hasta la Iglesia católica. En cualquier caso, Lewis se calificaba de "teísta" hacia 1930, y confesaba abiertamente su cristianismo a fines de la década. En años posteriores, Lewis llegó a parecerse a los hobbits de Tolkien: calvo, rotundo, de doble papada, vestido con ropa suelta, conservadora. Tal como Tolkien, no toleraba que se lo interrumpiera o que se lo contradijera y podía ser muy agresivo si se irritaba. Era un inveterado escritor de cartas -Tolkien decididamente no-y un amigo leal. Lewis se casó muy tarde y, como Tolkien, prefería la compañía de los hombres y la amistad de escritores y académicos. Se hizo muy popular en Inglaterra con sus programas radiales semanales, con sus libros infantiles y sus colaboraciones en la prensa. Juntos, Lewis y Tolkien resultaban conservadores formidables, brillantes, que podían hablar con autoridad sobre casi cualquier tema. Hay una anécdota -apócrifa según Tolkien-conforme a la cual cierto día los dos sostenían un animado diálogo en un pub, y un transeúnte interesado se les acercó para preguntarles qué discutían con tanto entusiasmo. Se dice que Lewis Contestó 'Tolkien y yo estamos hablando de dragones"(3) y después continuó la conversación sin perder el hilo. La fuente probable de esta anécdota, según una carta que Tolkien escribió al biógrafo y albacea literario de Lewis, el reverendo Walter Hooper, de Oxford (también amigo de Tolkien) es la siguiente: "recuerdo que Jack (como lo llamaban a Lewis sus amigos) me contó una historia de Brightman, el distinguido académico eclesiástico, que solía sentarse en silencio en la sala común y sólo hablaba en raras oportunidades. Jack me dijo que una noche hubo una discusión sobre dragones y que al fin se escuchó la voz de Brightman que decía 'he visto un dragón'. Silencio. ¿Y dónde fue? le preguntaron. 'En el Monte de los Olivos', dijo. Volvió a quedarse callado y nunca explicó lo que quiso decir". Lewis, aparentemente, utilizó el incidente como inspiración para un poema. En un ensayo publicado a mediados de los años treinta en una revista de corta vida, llamada Lysistrata, escribe Lewis: Hablábamos de dragones Tolkien y yo en un bar de Berkshire. El gran trabajador sentado silencioso chupando de su pipa toda la tarde con la copa vacía y ojos brillantes nos fijó la mirada; 'los he visto yo mismo', con orgullo, dijo.

Lewis presentó a Tolkien a Owen Barfield, a quien conocía desde estudiante. Barfield era abogado, pero ya había publicado varios libros y entre ellos uno titulado Poetic Diction. Dijo una vez Lewis: "Barfield no podía hablar de ningún tema sin esclarecerlo". Un día de 1930 estaba Barfield en Oxford por el fin de semana y Lewis lo invitó a cenar al Eastgate para que conociera al profesor Tolkien. "Tolkien fue extraordinariamente agresivo esa noche", recuerda Barfield, "y contradecía todo lo que yo decía. De hecho, contradijo algunas observaciones que hice en la creencia de que estaría de acuerdo conmigo. Le dije, finalmente, 'Mire, ni siquiera hemos llegado a los temas en que creo que podríamos estar en desacuerdo'. Lewis se disculpó Por la conducta de Tolkien y salvó la velada. Barfield, después, solía invitar a Tolkien en los largos días de primavera a extensos paseos por los campos de Oxford junto con A.C. Harwood, W.E. (después Sir Eric) Beckett, Leo Baker, Walter Field y el coronel Hanbury Sparrow. Estos paseos anuales continuaron hasta comienzos de la segunda guerra mundial. Como otras personas del círculo de Tolkien, Barfield lo percibía como un típico profesor de Oxford, pero de índole algo contradictoria. Aunque era amistoso, Tolkien a menudo parecía ensimismado y distante. Podía conversar de muchos temas muy alejados de sus principales áreas de interés, pero tenía la costumbre de suponer, automáticamente que los demás conocían lo que estaba

diciendo, aunque muchas veces se trataba de un tema arcano o de un punto muy complicado. Esto podía resultar encantador, pero también enloquecedor. Rara vez se detenía a explicar un punto, suponiendo siempre que quienes escuchaban ya sabían todo lo que hacía falta y compartían su mismo entusiasmo e interés. En cierta oportunidad dio una conferencia en la universidad de Leeds sobre los celtas y los teutones en Europa durante la edad oscura. Según Geoffrey Woledge "fue muy instructiva e informal y él encantador y desordenado. Dijo que lo único seguro sobre los antiguos teutones era que en algún momento de la edad oscura se extinguieron por completo y que sólo un punto era probable: que fueran celtas. Citó cierta fuente sobre cierto individuo y dijo: 'es, de hecho, nuestro viejo amigo Vortigern, de fama hangi y horsa', un modo, por cierto, muy informal de referirse al asunto". Tolkien vivía en el mundo del intelecto, de la universidad. Su obra era el saber, sus herramientas, las palabras. Se sentía completamente cómodo en el ambiente académico, especialmente cuando lo rodeaban amigos y compañeros. Pero si se lo sacaba de ese medio parecía sentirse algo desorientado. "Nunca pude verle bien fuera de la universidad", recuerda Barfield. "Nunca fue un hombre práctico, sino un típico scholar. Creo que llamarle hombre de mundo era lo último que se habría podido decir de él". Las finanzas era casi el único elemento de la vida personal de Tolkien que alguna vez podía salir en una conversación. Siempre tuvo problemas económicos. No importaba cuanto tuviera -incluso después de que El Señor de los Anillos lo transformó en un hombre rico-, nunca le pareció bastante como para sentirse bien. Los profesores de Oxford ganaban un salario substancialmente mayor que el de la mayoría de los ingleses, pero también sustancialmente menor que el de sus equivalentes en los Estados Unidos. Tolkien no era un materialista, pero sus obligaciones financieras eran pesadas: una gran casa con servidumbre de día, cuatro niños pequeños, los gastos de enviarlos a los colegios "adecuados" y la necesidad de mantener las apariencias. Después de su primer año de regreso en Oxford, Tolkien llegó a la conclusión, correcta, de que la remuneración no le alcanzaba. Como no la complementaba, como tantos otros profesores de Oxford, con publicaciones de libros y en revistas, decidió hallar otro modo. Trabajaba para la universidad en el verano, corregía y estudiaba los certificados de ingreso (los exámenes a estudiantes de enseñanza media que querían ingresar a un college). También trabajó de examinador para otras universidades y esto lo obligaba a veces a viajar por Inglaterra. Después de la segunda guerra mundial dejó de tomar exámenes en Inglaterra, aunque continuó visitando la universidad católica de Irlanda de vez en cuando hasta su retiro en 1959. "Una de las tragedias del profesor con remuneración insuficiente es que debe hacer trabajos menores", se quejó una vez Tolkien. "Leía exámenes para ganar un poco de dinero. Esto era una verdadera agonía...". El trabajo resultaba muy aburrido, pero Tolkien continuó haciéndolo hasta mucho después de 1930. En el verano de 1928,(4) mientras revisaba un montón de exámenes especialmente aburridos, Tolkien se encontró uno con una página en blanco. "Uno de los alumnos, misericordiosamente, dejó una de las páginas exenta de escritura. Esto quizás sea lo mejor que puede ocurrirle a un examinador. Escribí en ella 'en un agujero en la tierra vivía un hobbit'. Los nombres siempre me generan un relato en la cabeza, así que decidí que debía averiguar cómo eran los hobbits. Pero eso fue sólo el comienzo; dejaba hilarse los elementos en mi cabeza; no intentaba organizarlos". Tolkien nunca tuvo certidumbre completa sobre cómo llegó a inventar la palabra "hobbit". Fue algo de generación espontánea y no de cálculo; no fue, por cierto, una combinación de "rabbit" (conejo) y (Thomas) "Hobbes" como ha sugerido el eminente crítico norteamericano Edmund Wilson.(5) "No sé de dónde me vino la palabra", admite Tolkien. "No se puede forzar tanto la mente. Puede ser una asociación con el Babbit de Sinclair Lewis.(6) Rabbit, de ningún modo, a pesar de lo que alguien cree. Babbit tiene el mismo aire burgués de los hobbits. Su mundo también es un lugar limitado". Paul Kocher propone otra teoría sobre el origen de la palabra hobbit. Según Kocher, el Oxford English Dictionary define la palabra, del inglés medio, "hob" (o "hobbe") como el nombre de un payaso o un rústico, como el equivalente inglés de la "gente pequeña" de la mitología celta. Como los hobbit parecen poseer

muchas de las características de los hob -tamaño pequeño, sencillez, amor del campo-quizá Tolkien, inconscientemente, transformó una palabra con la cual tenía sin duda cierta familiaridad en una nueva criatura. En cualquier caso, la palabra hobbit es una invención de Tolkien, como "pandemónium" lo es de Milton en el Paraíso Perdido. Para Tolkien, los cuentos nacen de las palabras, y la palabra "hobbit" estimuló el comienzo de un relato en la mejor tradición de las sagas nórdicas. En esos días Tolkien no tenía la menor idea del argumento ni de su posible final; su método se afirmaba en la improvisación y el cuento crecía mientras lo contaba. Más tarde diría que El Hobbit fue un verdadero resumen de varias ideas que le habían ocupado profesionalmente por algunos años y que sólo adoptó esas ideas para los niños. Pero siempre destacó que El Hobbit no era un simple relato para niños. Cuando un entrevistador le preguntó si lo había escrito para divertir a sus niños, Tolkien respondió: "Eso es sentimentalismo. No, por supuesto que no. Cuando eres joven y no quieres que se burlen de ti, puede que digas que has escrito para los niños. En cualquier caso, los niños son tu audiencia primaria y tú escribes o les cuentas historias que te agradecen: largos y desordenados cuentos para que se duerman". Cuando se le sugirió que El Hobbit se lee como un cuento para niños con un narrador algo paternalista que usa un lenguaje muy simple, Tolkien admitió que "El Hobbit" está escrito en lo que ahora calificaría de estilo equivocado, como si alguien le estuviera hablando a niños. "Y mis niños no soportaban eso. Me enseñaron una lección. Todo lo que hay en El Hobbit como para niños en lugar de sólo para gente, les molestó instintivamente. Y a mí también, ahora que lo pienso. Todo eso de 'no te voy a decir más, piénsalo'. Oh, no, lo detestaban; y es horrible". ¿Por qué escribió entonces El Hobbit si no lo hizo para divertir a los niños? Nevill Coghill creyó, en cierto momento, que lo había escrito por dinero. Tolkien, después de todo, solía quejarse de sus dificultades económicas y todo el mundo sabía que siempre andaba corto de dinero. Por esa razón, cuando se publicó el libro en 1938, Coghill no quiso leerlo y sólo lo leyó cuando lo encontró muchos años después en el estante de un amigo. Lo leyó entero, cambió de opinión de inmediato y afirmó que se trataba de un cuento maravilloso, con elementos -como el juego con Gollum y el diálogo con el dragón Smaug-que surgen directamente de las sagas nórdicas. Pero la verdadera razón por la cual Tolkien escribió El Hobbit se encuentra en una afirmación que hizo sobre El Señor de las Anillos, que vale también para su obra anterior: "En El Señor de los Anillos he intentado modernizar los mitos y de hacerlos creíbles". Hacedor de mitos y filólogo, Tolkien conocía la importancia de la mitología en el lenguaje y la cultura. Los mitos desarrollan un lazo con el pasado, una continuidad que ayuda a que la gente tolere el presente y se proyecte al futuro. En una época de cambios sin precedentes, los lazos con el pasado se adelgazan hasta el punto de ruptura y los pueblos sin raíces pueden convertirse, análogamente, en pueblos sin ramas y sin flores. Las raíces del pasado -mitología-ya no son aceptables en su forma tradicional(7) y deben reconfigurarse de un modo más contemporáneo y relevante. El Hobbit, El Señor de los Anillos y Silmarillion son las contribuciones de Tolkien a la mitología moderna. Tolkien comentó una vez que era una desgracia que virtualmente no existieran cuentos de hadas ingleses propiamente tales (con la excepción de Jack and the Beanstalk) y que había escrito El Hobbit para contribuir a llenar ese vacío. Como cronista de un mito moderno, Tolkien aprovechó muchos de los mitos y sagas del pasado, con las cuales tenía gran familiaridad. Nunca reclamó originalidad ni por los nombres ni por los argumentos. Sólo sus lectores más devotos han discutido o negado los intentos de establecer la fuente de la cual surgieron muchas de sus ideas. Los nombres de los enanos de El Hobbit, por ejemplo, no los inventó Tolkien, pero los tomó tal cuales de la Eider Edda, una serie de viejos poemas nórdicos conservados en un texto islandés del siglo trece.(8) En esa obra, los enanos se llaman Durin, Dwalin, Dain, Bifur, Bofur, Bombur, Nori, Thrain, Thorin, Thor, Fili, Kili, Fundin, Gloin, Dori y Ori (había, incluso, un Gandalf), que son los mismos nombres de los enanos con los cuales el hobbit Bilbo y el mago Gandalf partieron en su aventura para recuperar

el oro del dragón. "Este conjunto particular de enanos es muy enigmático", explicó Tolkien, y como en el libro del que provienen están en el extremo norte, "les di a los enanos nombres verdaderos que están en los libros nórdicos. No porque mis enanos sean verdaderamente como los de la imaginación nórdica, pero hay toda una lista de atractivos nombres de enanos en los viejos poemas épicos". El nombre de la selva de Mirkwood también aparece en una saga de Islandia, King Heidrek the Wise, que Christopher Tolkien tradujo en 1960. Gandalf se menciona en la saga de Haldan the Black, y el término Tierra Media proviene de una vieja expresión para designar nuestro mundo. Tolkien estudiaba cuidadosamente, seleccionaba y construía, cada nombre conforme al individuo que lo llevaría. Su fantástica capacidad para dar nombres atractivos, descriptivos e insólitos es uno de los aspectos más llamativos de su obra. Era filólogo, conocía la importancia de las palabras y de los títulos; esta capacidad de dar nombres era muy importante para Tolkien. Decía: "cuando estoy escribiendo, siempre empiezo con un nombre. Dadme un nombre e inventaré un relato... no al revés". Tolkien aplicó sus talentos de profesor de lenguas y de amante de la mitología cuando escribió El Hobbit y El Señor de los Anillos. "Utilicé lo que sabía. Todo ser humano posee un carácter individual, tal como todos tienen una cara. Creo que la gente tiene preferencias lingüísticas, pero, tal como las características físicas, cambian mientras crecen y mientras más experiencia tienen. En el lenguaje, he intentado adecuarme a mis verdaderas preferencias y gustos personales". Parece que Tolkien realizó un primer borrador manuscrito de El Hobbit a principios de los años treinta. Lo escribió por la noche, tarde, en el ático de su casa de Northmore Road. Trabajaba sentado al borde de una cama de campaña, escribiendo en un escritorio de encina de fines del siglo diecinueve que su mujer le regaló en 1927. Este manuscrito de El Hobbit nunca estuvo destinado para su publicación, pero circuló privadamente entre amigos y estudiantes. C. S. Lewis trató de que lo presentara a algún editor, pero Tolkien se negó. Tampoco hizo caso de otros amigos que le pedían lo mismo. No está claro por qué no quiso Tolkien someter el manuscrito al público. Hay algunas explicaciones, aunque ninguna es convincente. Una es que temía hacer el ridículo: un profesor de Oxford no escribe cuentos para niños. Otra es que temía que sus colegas desaprobaran el esfuerzo: había gastado horas en una obra frívola cuando las podría haber ocupado en serios trabajos académicos. Otra posibilidad: Tolkien era verdaderamente modesto, buscaba la privacidad y el anonimato y temía que la publicación lo hiciera conocido y lo pusiera en primer plano. Otra explicación puede ser el temor al fracaso o al rechazo: Tolkien, aparentemente, nunca se recuperó de la humillación de que Sidwick & Jackson le rechazara unos poemas en 1916. Y también le rechazaron varios de sus primeros relatos, más tarde incorporados al Silmarillion. Hay una posibilidad más, que puede explicar por qué presentó El Hobbit para que se publicara solamente en 1936. En 1934 concedieron a Tolkien la beca Leverhulme, que le permitía realizar una investigación académica que él mismo decidiera. La fundación Leverhulme concedía becas anuales a graduados, académicos y profesores que residieran en las islas británicas. La beca para profesores -que tenía una duración de hasta dos años y cuyo monto equivalía a veces a una remuneración anual-pretendía que los profesores que no gozaban de un sabático y que, por tanto, no podían solicitar una licencia sin goce de sueldo, emprendieran investigaciones originales en su tiempo libre contando para ello con dinero para contratar secretarias y asistentes, y pudieran también consultar a colegas extranjeros. Los temas se dejaban a la discreción de cada profesor, pero se suponía que debían referirse a asuntos europeos. Tolkien recibió la beca de 1934 a 1936; es casi seguro que la utilizó para continuar sus investigaciones en el Beowulf. Tolkien era una autoridad reconocida en el Beowulf. Hacía tiempo que estaba preocupado por el modo como los críticos y los académicos la estudiaban. Consideraba que los críticos estaban perdiendo de vista la obra misma y que se ocupaban más de sus supuestos significados que del relato mismo. En 1936 invitaron al profesor Tolkien a

dictar la clase magistral anual Israel Gollacz en la Academia Británica. Su conferencia se tituló Beowulf: The Monsters and the Critics. El mundo académico considera, todavía hoy, que esa es la mejor exposición que se ha hecho en este siglo sobre literatura anglosajona. Con palabras ingeniosas, brillantes y poéticas, Tolkien ridiculizó a los críticos que se enmarañan tanto en las cuestiones académicas que hacen cualquier cosa menos leer las obras sobre las cuales están escribiendo. Empezó tomando el pelo amablemente a uno de sus predecesores en la cátedra Rawlinson, nada menos que al Dr. John Bosworth. Y continuó el ataque: "Porque está en la naturaleza de los laberintos de la investigación histórica y de anticuarios el confundirse en la copiosa e intrincada selva de la conjetura y pasar casi a ciegas de un árbol a otro. Se trata de nobles animales cuyo balbuceo conviene escuchar a veces; pero aunque sus llameantes ojos resultan en ocasiones faros que iluminan, su alcance es corto". Y pasa de los críticos a los monstruos: "Pertenece a la fuerza propia de la mitología nórdica el situar monstruos en su centro, concederles la victoria pero no el honor y hallar una solución poderosa y terrible en el coraje temerario y en la pura voluntad... Y tan potente es todo esto, que mientras la vieja imaginación del sur se ha diluido para siempre en adornos literarios, la nórdica tiene la fuerza de revivir aún en nuestros días". El que Tolkien utilizara monstruos tanto en El Hobbit como en El Señor de los Anillos es coherente con la tradición del Beowulf, ya que la "impresión de profundidad es un efecto y una justificación de los usos de episodios y alusiones a viejas leyendas por lo general más oscuras, paganas y desesperadas, que las que aparecen en primer plano". La existencia de monstruos anuncia todavía más criaturas e historias malignas no evidentes. Beowulf: the Monster and the Critics fue publicada por Oxford University Press, más tarde incluida en An Anthology of Beowulf Criticism que publicó Notre Dame Press en 1963 y finalmente en un libro de Folcroft, confirmó a Tolkien como uno de los principales filólogos del siglo. El relato de los pasos hasta la publicación de El Hobbit es interesante porque muestra hasta qué punto Tolkien se fiaba del apoyo de terceros para reconocer su propio talento. Un pequeño y selecto grupo de amigos y colegas conocía el manuscrito. Una era Elaine Griffiths. Trató de convencer a Tolkien de que se lo mostrara a un editor, pero él prefirió guardarlo en un cajón de su escritorio. Poco después, Griffiths se encontró con una vieja amiga y ex compañera de estudios, Susan Dagnell, que tenía un cargo en una pequeña pero distinguida editorial de Londres, George Allen & Unwin. Le mencionó que su antiguo profesor tenía un maravilloso cuento infantil, en manuscrito, que podría ser un gran libro si sólo se lo pudiera convencer para que lo entregara. "Susan tenía una voz encantadora", recuerda Griffiths, "y si alguien lo podía convencer, sería ella". Parece que Susan Dagnell tuvo éxito, porque en el otoño de 1936 Tolkien permitió que El Hobbit fuera considerado para su publicación. Susan Dagnell entregó el manuscrito a Sir Stanley Unwin, presidente de George Allen & Unwin. Sir Stanley, que no se creía competente para evaluar libros infantiles, se lo dio a su hijo de diez años, Raynor. El joven Unwin había hecho un arreglo con su padre por el cual se le pagaba entre un chelín y media corona por leer e informar los libros infantiles que se entregaran a su consideración. El 30 de octubre de 1936, Raynor Unwin escribió a su padre lo siguiente sobre El Hobbit: Bilbo Bolsón era un hobbit que vivía en su agujero de hobbit y que nunca salía de aventuras hasta que por fin el mago Gandalf y sus enanos lo convencieron. Pasó un tiempo muy entretenido combatiendo goblins y wargs. Finalmente llegaron a la montaña solitaria. Mataron al dragón Smaug, que la protegía, y después de una terrible batalla con los goblins volvió a casa... ¡rico! Este libro, con ayuda de algunos mapas, no necesita ilustraciones. Es bueno y le gustará a todos los niños de cinco a nueve años. Raynor Unwin

Muchos años después, esto dijo Raynor Unwin: "Hay algunos editores que tienen suerte muy pronto. Cuando yo tenía diez años me entregaron el manuscrito de un cuento infantil llamado El Hobbit y me prometieron pagar un chelín por su

informe. Mi padre, Sir Stanley Unwin, creía que los niños eran los mejores jueces de libros juveniles, y creo que tiene razón. Me gané ese chelín. No diría que el informe fue la mejor crítica que se ha escrito sobre El Hobbit, pero fue lo bastante buena como para que lo publicaran". A pesar del consejo de Raynor Unwin sobre que el mapa que Tolkien había dibujado en el manuscrito hacía innecesarias las ilustraciones, Tolkien quería que el libro incluyera sus propios dibujos (pasaba haciendo garabatos y gozaba pintando acuarelas). El mapa, sin embargo, era absolutamente vital para la historia. Es muy probable, tal como en el caso de El Señor de los Anillos, que Tolkien lo haya dibujado mucho antes de escribir el libro. Aconsejaba que es esencial que se dibuje primero un mapa si se va a contar un relato de aventuras; de otro modo es posible que su autor incurra en numerosas discrepancias. El Hobbit se publicó en el otoño de 1937. Recibió, en general, críticas excelentes. Esto decía el Times: Todos quienes aman los cuentos infantiles que los adultos pueden leer y releer deben tomar nota de que una nueva estrella ha aparecido en la constelación. Si le han gustado las aventuras de Ratty y Mole, gozará usted con El Hobbit, de J.R.R. Tolkien (Allen & Unwin, 7s7d). Si además, en esas aventuras valora usted lo solidario del contexto social y geográfico donde se mueven los pequeños personajes, le gustará todavía más El Hobbit... La verdad es que, en este libro, una gran cantidad de cosas buenas, nunca antes unidas, se han juntado: un trasfondo de humor, una comprensión de los niños, una feliz fusión del entendimiento académico y poético de la mitología. Al borde de un valle, uno de los personajes del profesor Tolkien puede hacer una pausa y decir: "huele a elfos". Pueden pasar años antes de que aparezca otro autor con tan buen olfato para captar elfos. Y el profesor parece no estar inventando nada. Ha estudiado de primera mano a trollas y dragones y los describe con una fidelidad que vale océanos de "originalidad". Los mapas (con runas) son excelentes y los jóvenes viajeros que pasen por esas regiones podrán confiar plenamente en ellos.

El comentario del Observer de Londres hablaba de la "elegante saga de enanos y elfos del profesor Tolkien, de temibles goblins y trolls, en un espacioso país de allá lejos y hace tiempo... un gran relato de tradicionales seres mágicos... una excitante épica de viajes y aventuras mágicas... que avanza hasta un climax devastador". Y The New Statesman & Nation concluía que "toda esa original historia de goblins, enanos y dragones... dala impresión de un vistazo muy bien informado en otro mundo, un mundo muy real que posee una historia propia naturalmente sobrenatural". W.H. Auden (que fue amigo, colega y ex alumno de Tolkien) lo califica de "el mejor cuento para niños escrito en los últimos cincuenta años". Cuando Houghton Mifflin publicó El Hobbit el año siguiente en los Estados Unidos, ganó el prestigioso premio del Herald Tríbune de Nueva York como el mejor cuento infantil de 1938. Después de la segunda guerra mundial, El Hobbit fue incluido en las listas de lectura para la educación básica y ha sido (y aún es) uno de los clásicos de la literatura para niños más recomendado y leído en Inglaterra y Estados Unidos. Cosa curiosa, a pesar de las reseñas, el libro no se vendió bien en un principio. Apenas pasó a la segunda edición, que fue destruida durante un bombardeo de Londres en 1942. Tolkien no obtuvo ningún resultado apreciable (económico) de su libro hasta mucho más tarde, pero alcanzó a vivir para ver el día en que sólo en los Estados Unidos se vendían mucho más de un millón de ejemplares de El Hobbit. Pero entonces, admitió Tolkien, "en realidad nunca creí que fuera un éxito económico". Hacia 1937 Tolkien empezaba a resurgir de un largo período de hibernación. Había buscado, obtenido y aceptado la fama y el reconocimiento como académico y escritor, algo a lo que se había negado empecinadamente en años anteriores. El profesor Roger Sale describe así la situación de Tolkien antes de 1936: "Como docente, la gran virtud de Tolkien era la de ser el enunciador del Beowulf; como tutor, su fuerza consistía en entregar a sus alumnos ideas cuya paternidad nunca reclamó; como académico, su único trabajo serio era haber sido el editor de Sir Gawain and the Green Knight. Parecía, entonces, estar diseñando modos de vivir que le permitiera cortar los lazos con el inundo exterior de un solo trazo. Lo que era, o sabía, o le importaba, no se podía discernir directamente, y nadie, a

excepción de sus mejores amigos y más cercanos admiradores necesitaba percibirlo de un modo diferente al que obviamente proponía al público: el de un sabio y algo distante profesor". Pero 1936 parece marcar un punto de inflexión en su vida, marcado por la conferencia sobre el Beowulf y por la entrega de su primer relato completo de hadas para que se lo publicaran. Quizás no sea una mera coincidencia que el hobbit, Bilbo Baggíns, tuviera aproximadamente la misma edad que su creador, el profesor Tolkien, cuando se embarca en la gran aventura con Gandalf y los enanos. Quizás se pueda decir, incluso, que empezaban a viajar en una dirección semejante.

El Hacedor de Mitos 1937-1953 C.S. Lewis escribe en Surprísed by Joy, su autobiografía: "Des• de mi primer ingreso al mundo se me había advertido (implícitamente) que nunca confiara en un papista, y apenas llegué a la Facultad de Inglés (explícitamente) que nunca confiara en un filólogo. Tolkien era ambas cosas". Felizmente, Lewis se mostró indiferente a los prejuicios religiosos y a las rivalidades de la Escuela de Inglés, y los dos se hicieron muy amigos. Su relación era simbiótica: Tolkien aportaba la crítica y Lewis el estímulo. Lewis reconoció su deuda y dedicó su obra más conocida, The Screwtape Letters, a Tolkien; Tolkien hizo lo propio cuando dedicó la edición original de El Señor de los Anillos a sus amigos los Inklings, de los cuales Lewis era el miembro principal. Los Ingklins, que existieron entre mediados de los años treinta y 1962, eran un grupo informal de escritores y poetas de Oxford que se reunía regularmente en colleges y en pubs para leerse mutuamente lo que estaban escribiendo. Según Lewis, discutían absolutamente de todo, "desde cerveza hasta el Beowulf, incluyendo la tortura, Tertuliano, el tedio, la teoría de los contratos de parentesco medieval y raros nombres de lugares". En el grupo había varios pensadores influyentes, pero al revés de, por ejemplo, el grupo de Bloomsbury de la década anterior, todos eran cristianos confesos, conservadores y románticos. Eran desvergonzadamente indulgentes entre sí, individuos nada serios, que gozaban compartiendo su amor por la literatura, robándose ideas unos a otros y leyéndose fragmentos de manuscritos que más tarde se convertirían en los libros ingleses más memorables de la época. Ni Tolkien ni Lewis fueron responsables de la creación de los Inklings, aunque es posible que Lewis le diera el nombre al grupo. Tampoco surgió de grupos anteriores como el club Icelandic, los Coalbisters o la Martles Society del University College. Según Tolkien, los Inklings fueron una proposición, en broma, de Tangye-Lean, estudiante del University College. Ese estudiante, dice Tolkien, "era, me parece, más consciente que la mayoría de la precariedad de sus clubes y de sus modas, y ambicionaba hallar un club más permanente. En cualquier caso, les pidió a algunos profesores que se hicieran miembros. C.S.L. (Lewis) era una opción obvia, y probablemente el tutor por ese entonces de TangyeLean... El club se reunía en las habitaciones de T-L en el University College. Su procedimiento habitual consistía en que uno de sus miembros leía a los demás algún manuscrito todavía inédito. Se lo sometía a discusión inmediatamente. También, si el club estaba de acuerdo, una contribución podía ser digna de incorporarse a un Libro de Registro. (Yo era el escriba y quien cuidaba ese libro.) "Tangye-Lean tuvo razón. El club falleció rápidamente: el libro de registro tenía muy pocas entradas: pero C.S.L. y yo sobrevivimos. Transferimos entonces su nombre al grupo indeterminado y voluntario de amigos que se reunía en torno a C.S.L. y nos empezamos a reunir en sus habitaciones del Magdalen College. Aunque acostumbrábamos leer en voz alta composiciones de diverso tipo (y duración), esta asociación y sus hábitos habría nacido de todos modos por esos años (entre 1933 y 1934) hubiera o no existido ese club anterior". En sentido estricto, los Inklings no constituyeron un club o sociedad tradicional de Oxford. El grupo carecía de funcionarios y normas, tampoco tenía agenda precisa ni elecciones. No se nombraba a los miembros ni se los reclutaba formalmente. Se convertían en Inklings con la tácita aprobación de los demás, que les permitían asistir a las reuniones tanto como desearan. No había inscripción, ni presupuesto ni premios; y aunque no hubo ninguna norma que impidiera la presencia de mujeres, nunca hubo una Inkling.(1) "Fieles a la tradición de un noclub de Oxford, los Inklings no tenían un horario para sus reuniones y en los primeros años se juntaron tanto los jueves como los viernes por la noche. Tampoco tenían un sitio especial para las reuniones. Los lugares favoritos eran las amplias habitaciones de Lewis en el Magdalen, el Eagle and Child (conocido afectuosamente como el Bird and Baby), el Buming Babe y el Lamb and Flag. Esos pubs poseían habitaciones privadas detrás de los salones y el

bar, y allí sus miembros podían reunirse y beber sin interrupciones. En tales ocasiones, los dueños del local preparaban especialmente las habitaciones; poco a poco empezó a ser motivo de orgullo el que los Inklings prefirieran un establecimiento. Por lo general, se reunían alrededor de las ocho de la noche y terminaban cerca de las diez y media. Esto era lo más parecido a una rutina que los caracterizara. El rito de apertura giraba en torno a Lewis, que era la fuente de los Inklings, y apenas varió en el curso de los años. Según el hermano de Lewis, W.H. (Warnie), "cuando llegaba una media docena, se servía té y entonces se encendían las pipas y Jack (C.S. Lewis) decía: 'Bueno, ¿alguien tiene algo que leernos?'". Lewis y Tolkien (y después Charles Williams) son los Inklings más conocidos, y si no fuera por su prestigio y audiencia es dudoso que el famoso no club hubiera sido tan famoso fuera de Oxford. Esto no quiere decir que los demás no fueran importantes, porque casi todos lo eran y la mayoría había sido publicado o muy pronto lo sería. Durante los años hubo miembros que se marcharon, otros que se incorporaron y algunos murieron, pero el núcleo inicial permaneció. Nevill Coghill fue uno de los miembros originales. Era un distinguido estudioso de Chaucer, que después sucedió a Tolkien en la cátedra de lengua y literatura del Merton College. Hugo (H.V.D.) Dyson era un estudioso del siglo diecisiete, que dejó Oxford poco después que llegó Tolkien y pasó a profesor de la universidad de Reading. Amaba Oxford y retuvo allí un cargo de verano en la Escuela de Inglés, lo cual le permitió mantenerse en contacto con sus colegas y amigos; más tarde regresó a Oxford y se integró a Merton. En la primera guerra mundial lo habían herido gravemente en una pierna; caminaba con bastón. Dyson, dice Lewis, "era un hombre libresco, sumamente fastidioso... pero tan lejos de un aficionado como puede serlo alguien; un hombre barbudo, peludo de cuerpo y alma, con cierto aire de guerra... Es cristiano y amante de los gatos". Dyson adquirió mucho renombre más tarde con sus charlas radiales sobre Shakespeare. Cosa curiosa, se lo recuerda especialmente como actor: desempeñó el papel del profesor universitario en la película Darling, con Julie Christie. Lewis invitó a su íntimo amigo Owen Barfield a ser miembro de los Inklings. Barfield asistía de vez en cuando, porque vivía y trabajaba en Londres. Iba a Oxford al principio de cada semestre, a cenar con Lewis en Hall, pasaba el fin de semana en la ciudad y asistía a una reunión de los Inklings los jueves por la noche. En cierta ocasión, Barfield empezó a leer una breve obra de teatro que había escrito sobre Medea, pero dejó de leer, bastante confundido, cuando Tolkien lo interrumpió para decirle que todos los presentes, incluido él mismo, habían tratado de escribir teatro sobre Medea en algún momento u otro. En otra ocasión, Barfield cometió el error de traer, sin anuncio previo, un amigo; fue un grave paso en falso, pues algunos miembros lo aceptaron y otros desaprobaron al nuevo candidato; el grupo casi se quebró. Nunca invitaron de nuevo a esa persona. Barfield aprendió la lección, y cuando después "patrocinó" a su amigo John Wain, profesor y poeta de Oxford, se ganó el interés y la aprobación del grupo leyendo antes algunos de los poemas de Wain. Otro miembro de los Inklings fue Gervase Mathew, uno de los conocidos de la infancia de Tolkien y más tarde su amigo y colega en Oxford. Mathew, que era sacerdote católico, también era funcionario del Balliol College. Tenía la tendencia a comprometerse ayudando a otras personas; esto era tan notorio que los Inklings lo apodaron la "tía de todos". Esa reputación más tarde tuvo su importancia: ayudó a convencer a Tolkien para que publicara El Señor de los Anillos, que Tolkien mismo consideraba impublicable. Otro miembro católico era el médico de Tolkien, el doctor Humphrey Havard. Los Tolkien eran muy amigos de los Havard. Tolkien aceptó, incluso, ser padrino del hijo de Havard, David. El hermano de Lewis, el comandante W.H. Lewis, fue un Inkling durante muchos años. No podía asistir a muchas de las reuniones, pero C.S. Lewis lo mantenía informado por carta. W.H. Lewis, aunque de educación militar y graduado en Sandhurst, también era especialista en el siglo dieciocho francés y, además, escritor. Otros Inklings habituales eran Charles (C.L.) Wrenn, del Pembroke College y profesor de anglosajón, y Aleister (Roy) Campbell, que sucedió a Wrenn

cuando éste se retiró. Más tarde, durante la segunda guerra mundial, se incorporó el propio hijo de Tolkien, Christopher. Y estaba Charles Williams. Al contrario de los demás Inklings, Williams provenía de un medio de baja clase media y no sólo no había asistido a un college de Oxford, sino que tampoco obtenido un grado en ninguna parte. Sus antepasados eran galeses, tenía seis años más que Tolkien y era hijo de un pobre y fracasado poeta y traductor de Londres. Nunca asistió a una escuela pública y toda su educación consistía en varios semestres en la universidad de Londres. Cuando se quedó sin dinero, se retiró y empezó a tomar cursos nocturnos en el Workingman College. A pesar de todo eso, se las arregló para conseguir un cargo en una pequeña editorial y desde allí hizo carrera hasta llegar a dirigir Oxford University Press. Williams era un hombre creativo y talentoso, escribía prodigiosamente en su tiempo libre -novelas, poesía, biografía, teología, crítica literaria y ensayos-además de hacer la edición de libros y escribir prólogos para los libros de otros escritores. Aunque devoto miembro de la Iglesia de Inglaterra, también se interesaba profundamente en el misticismo, lo oculto e incluso en la brujería. Poseía una personalidad multifacética: era un realista con el corazón de un poeta y el alma de un creyente. T.S. Eliot lo describe como "un hombre capaz de vivir habitualmente a un tiempo en el mundo material y espiritual, un hombre para quien esos mundos eran igualmente verdaderos porque son sólo un mundo. Así que sus novelas resplandecen de intuiciones religiosas y sus libros religiosos comunican la excitación de una novela sensacional". Esta opinión se parece notablemente a la de Geoffrey Parson: "Williams vivía y respiraba en un mundo en que no había ninguna división tajante entre los acontecimientos naturales y los espirituales". Williams era, según Eliot, "un hombre feo, de anteojos, de aspecto frágil, que no trataba de impresionar a nadie". Lewis es más generoso: "Es un hombre feo, con acento bastante Cockney. Pero nadie sigue pensando esto después de cinco minutos de oírlo hablar. El rostro se le torna angélico. En público y en privado es la persona, entre todas las que he conocido, cuyas palabras más amor entregan". Lewis conoció a Williams a través de Nevill Coghill, que posiblemente había conocido a Williams en la editorial. Coghill se impresionó lo bastante como para leerse por lo menos una de las novelas de Williams (que escribió más de treinta y ocho libros), The Place of the Lyon, que dio a leer a Lewis. El libro también impresionó a Lewis, que muy pronto invitó a cenar a Williams. En esa época, Oxford University Press estaba más concentrada en Londres que en Oxford, y por lo tanto Williams no residía habitualmente en la ciudad. Cuando se conocieron, la primera reacción de Lewis fue negativa -el acento cockney de Williams era muy distante del de los académicos de Oxford-, pero muy pronto el detalle quedó en el olvido y los dos hombres se hicieron muy amigos. Años más tarde, cuando Williams se trasladó a Oxford con la editorial, se dice que rivalizaba con el mismo Lewis en cuanto a elocuencia y atractivo de las clases que hacían. Lewis invitó a Williams a una reunión de los Inklings un jueves por la noche para que leyera parte de una secuencia inconclusa de poemas titulados Taliessin Through Logres, que se publicó después, en 1938.(2) Fue aclamado por unanimidad e invitado a ser miembro regular de los Inklings. Cada uno de los Inklings era un cristiano confeso, pero Tolkien, Lewis y Williams actuaban como verdaderos portaestandartes de su fe. Sin embargo, muy rara vez se discutió de religión en esas reuniones. El tratamiento e incorporación de temas religiosos que hace Tolkien en El Señor de los Anillos es, sin embargo, nada ordinario. La Tierra Media es un mundo precristiano, sin pecado original y, por lo tanto, sin necesidad de un Cristo. No hay dioses ni santos ni ritual religioso. Y sin embargo las razas "benevolentes" (hobbits, humanos, magos, entes, hadas, enanos e incluso Tom Bombadil) están motivados y guiados por un sistema de ética que es cristiano en todo menos en el nombre. Creo que Tolkien trató de recrear el mundo como Dios lo creó primero, y como la Tierra Media debía ser parte de la obra de Dios, se guiaba por la ley natural.(3) El orden natural implica el orden cristiano sin o con Cristo. En otras palabras, cualquier mundo creado por Dios reflejará naturalmente a su creador; por lo tanto, su definición de bien y mal será

absoluta, invariable e inviolada, ya que Dios nunca cambia. Tolkien percibía una cosmología teológica maniquea allí donde natural significa orden cristiano, y pobló ese mundo con razas que reconocían y respetaban un sistema ético universal. Esta silogística sustitución de la cristiandad por un orden natural se manifiesta en el extenso uso que hace Tolkien de elementos cristianos en El Señor de los Anillos, no de un modo alegórico, sino como puntos familiares de referencia que señalan la Tierra Media como el mundo de Dios a todo cristiano que la recorra. Tolkien le dijo a su amigo el profesor Mroczkowski, otro católico, que el pan del camino, o lembas, que los elfos dan a los hobbits para que coman en el viaje, era realmente la eucaristía. Mroczkowski especula entonces que si el pan del camino es la eucaristía, Lady Galadriel debe ser la Virgen María. Tolkien no confirmó ni negó la conclusión de su amigo. Ni tampoco negó la posibilidad de que algunos lectores pudieran interpretar la figura de Frodo como la de Cristo. Este curioso lenguaje indeciso nos podría llevar a la conclusión de que en Frodo hay atributos de Cristo y paralelos posibles con él. El nombre de Dios no se utiliza en El Señor de los Anillos, pero Tolkien dejó muy en claro en entrevistas posteriores que "el uno", o Eru, era realmente Dios, y que los Valar eran ángeles. En cuanto a la identidad de Gandalf el Gris, Tolkien confió al crítico Edmond Fuller, en 1962, que era la de un ángel. Hay evidentes problemas teológicos si se quiere aceptar que la Tierra Media es un mundo cristiano sin Cristo, pero Tolkien, al parecer, los advertía perfectamente. Un mundo perfecto debía ser un mundo sin mal -que, evidentemente, existe en la Tierra Media-y esto supone tanto una caída como una redención. Tolkien no da detalles específicos de una caída en su mitología, pero sí destaca que si bien las criaturas de la Tierra Media fueron creadas exentas de mal, cayeron en el mal debido a la ambición. Esto, por cierto, establece un paralelo con la defección del demonio en el cielo. La ausencia de un ser espiritual en la mitología de Tolkien que se acerque al arquetipo bíblico del demonio (Sauron es una criatura de carne y hueso), la ausencia de una criatura que engañe y pervierta a los fieles, hace innecesaria la redención en el sentido cristiano de la palabra. La Tierra Media es un mundo dinámico; por lo menos no permanece estático. La Tercera Edad pasa a la Cuarta, y Gandalf advierte que si bien el poder de Sauron ha sido roto para siempre, el mal no se ha exorcizado permanentemente en el mundo. Así, el ciclo hegeliano de la historia continuará ad infinitum. Tolkien no podía permitir que un fenómeno existencial de este tipo continuara para siempre, y por lo tanto negara la misericordia de Dios, así que introdujo en su cosmología el concepto de eucatástrofe. "Eucatástrofe" es una palabra que acuñó Tolkien (significa que el bien derribará al mal, según el uso que le da Tolkien al griego eu, bueno, y katastrofe, derribar) y significa, contextualmente, "caída con un buen final". La eucatástrofe está implícita en El Señor de los Anillos; la destrucción del único anillo del poder prefigura el fin último del mal, y la "limpieza de la Comarca" es un paralelo de la limpieza del templo que realiza Jesús y de la guerra en los cielos del Apocalipsis. Aunque Tolkien no especifica cuándo y dónde sucederá la eucatástrofe en la Tierra Media, creo que todo en la vida y creencias religiosas de Tolkien indica que eso debe ocurrir en cualquier mundo creado por Dios. Y Tolkien, como un mero "subcreador"(4) de la Tierra Media, se sentía naturalmente ligado a los parámetros teológicos establecidos del creador original. Se puede argüir que este tipo de análisis es precisamente el que Tolkien objetaba, porque pretende hallar "significados" en una obra donde, afirma Tolkien de modo tajante, no hay ninguno. Por otra parte, admitía que "un autor no puede quedar completamente al margen de sus propias experiencias"; esto también se puede, por cierto, relacionar con la experiencia religiosa. La mitología se construye sobre puntos de referencia culturales e históricos, y manifiesta tanto la ética del narrador o hacedor de mitos como los valores de la sociedad. Por lo tanto sería difícil y deshonesto que la mitología de Tolkien no reflejara su serio compromiso con el cristianismo. Un ejemplo de esta síntesis de creencia personal e imaginación se puede percibir en una de las obras menos conocidas de Tolkien, el largo poema narrativo The Lay of Aotrou, publicado por

primera vez en la Welsh Review, en diciembre de 1945. El poema es sobre un caballero que visita a una hechicera para que le entregue una poción prohibida que necesita para que su mujer, estéril, pueda quedar embarazada. La tentación resulta excesiva y el deseo del caballero, mayor que su capacidad de resistencia. El juego entre bien y mal, en el sentido cristiano de esas palabras, es central en el poema. Después que todo se ha perdido, Tolkien propone una plegaria como acto de contrición: Que Dios nos ayude y nos aparte de las redes del mal y de la desesperación, que vivamos según las aguas de la cristiandad hasta que podamos gozar en fin de la alegría del cielo donde reina la doncella María, limpia y pura.

Incluso dentro de los mismos Inklings, cristianos todos, Tolkien, Lewis y Williams tenían fama de defensores de la moral y la teología cristiana, y tanto era así que se los llegó a conocer como "los cristianos de Oxford". Los tres eran desenfadadamente románticos en una época de realismo (por usar una frase acuñada por Marjorie Wright, de la universidad de Illinois), y preocupados básicamente de metafísica, teología y de la estructura última del universo. Según el Dr. Clyde Kilby, del Wheaton College,(5) Tolkien, Lewis y Williams habían hallado un sistema de orden cósmico y "creado un mito para contenerlo". Y este sistema tenía aspecto cristiano, aunque no lo pareciera siempre a simple vista. Lewis y Williams actuaron de portavoces laicos de su fe y de la iglesia anglicana. Tolkien, en cambio, nunca defendió públicamente su catolicismo ni dio charlas de teología, como Lewis y Williams; tampoco escribió libros religiosos ni ensayos teológicos. Los Inklings duraron un cuarto de siglo; en ese tiempo, Lewis y Tolkien siempre fueron miembros eminentes; Charles Williams murió en mayo de 1945. Lewis reconocía con toda libertad la influencia positiva que tuvieron en él como escritor y como cristiano. Les dedicó El Problema del Dolor; antes, les había leído el libro. "Lo que les debo... es incalculable. ¿Hay algo, un placer mejor en la tierra, que el círculo de amigos cristianos junto a un buen fuego?". Lewis, incluso, tomó prestadas ideas de Tolkien(6) en su trilogía Silent Planet. En un capítulo escribe sobre Numinor, "una variante de Númenor, un fragmento de una vasta mitología privada que ha inventado el profesor J.R.R. Tolkien" .(7) Por otra parte, aunque siempre lo estimularon, ni Lewis ni los demás Inklings influyeron en Tolkien. No hacía caso de críticas de ningún tipo; no aceptaba con facilidad que se le señalaran errores o pasajes mal escritos. Cuando Charles Moorman le pidió a Lewis que le dieran información sobre las influencias mutuas entre los Inklings, contestó Lewis: "Nadie influyó nunca en Tolkien; intentarlo habría sido lo mismo que influir en un elefante". Por otra parte, "reaccionaba de dos modos ante la crítica: o bien empezaba todo otra vez desde el principio o bien no hacía el menor caso". Tolkien estaba de acuerdo, parcialmente, con la evaluación de su amigo. "El (Lewis) suele insistir en que le lea las cosas apenas las terminó; me pide, además, que se las lea en voz alta; después me hace sugerencias. Se enfurece cuando no las acepto. Una vez me dijo: 'no tiene objeto tratar de influir en ti. ¡Eres ininfluenciable!'. Pero eso no es completamente cierto. Cada vez que me decía 'lo puedes hacer mejor; mejor, Tolkien, por favor', de verdad trataba de hacerlo, aunque no siempre". Un ejemplo eminente de cuan impermeable podía ser Tolkien a la crítica y a la corrección lo constituye su más patente error tanto en El Hobbit como en El Señor de los Anillos: el uso de la voz "dwarves" (enanos) en lugar de "dwarfs" y de la voz "elves" en lugar de "elfs" (elfos). Los partidarios más devotos de Tolkien están convencidos de que su error es intencional y deseable, y de que el uso común, y no la variación de Tolkien, es la que debe corregirse. El mismo Tolkien adoptó esa actitud hace algunos años cuando estaba a punto de publicarse la edición popular de El Hobbit en Inglaterra. El editor advirtió el uso de "dwarves" por "dwarfs" y de "elves" por "elfs", y le indicó que le gustaría cambiar eso en la edición nueva. Para reforzar el pedido, citó la declinación de la palabra, conforme aparece en el Oxford English Dictionary. Tolkien utilizó

toda su autoridad académica para insistir en que "dwarves" es la versión correcta: "¡Después de todo, yo escribí el Oxford English Dictionary!". Años más tarde, con reticencia, aceptaría que "dwarves, por supuesto, es un error gramatical, y traté de disimularlo; pero lo que sí es cierto es que tengo la tendencia a aumentar la cantidad de esos vestigios aprobados -es decir un cambio de consonantes-, como leaf/leaves (hoja/hojas). Propendo a aumentar esos pares por sobre el estándar actual. Pensé que podía ser dwarf/dwarves, wharf/wharves (muelle/muelles). ¿Por qué no?". Pero esto lo dijo retrospectivamente mucho después. "Hay errores. También puede haber vitales errores gramaticales producidos por un profesor de lengua inglesa; y debo admitir que me divierte decir esto, pues creo estar en una posición en la cual no importa lo que la gente diga de mí. ¿Un poco sorprendente, verdad?".(8) Aunque no considerara las críticas de los demás, Tolkien era, él mismo, un buen crítico del trabajo de sus amigos Inklings. Tolkien y Lewis pasaron muchas tardes de diálogo inteligente e ingenioso, concentrados en una controversia literaria que los apasionaba: el problema de la alegoría. Lewis creía en la alegoría -especialmente en la alegoría cristiana-, y sus novelas (incluso sus cuentos de Narnia para niños) son alegóricos en gran parte. Tolkien se oponía diametralmente a esta apreciación y uso de la alegoría: "¡Me molesta la alegoría cada vez que la huelo!". En la introducción a la edición de Ballantine de El Señor de los Anillos escribió: "Me molesta, cordialmente, la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre me ha molestado desde que he sido lo bastante viejo y alerta para detectar su presencia. Prefiero la historia, verdadera o inventada, con su variada aplicabilidad al pensamiento y la experiencia de los lectores. Creo que muchos confunden aplicabilidad con alegoría; pero una se apoya en la libertad del lector y la otra en la supuesta dominación del autor". Y refuerza su afirmación de que su trilogía no es alegórica cuando dice a un periodista: "no tiene ninguna intención alegórica, ni general ni particular ni tópica, moral, religiosa ni política". Respondió, exasperado, cuando le preguntaron si la Destrucción de la Comarca se refería a la Inglaterra de postguerra: "No es así. Es parte esencial del argumento... y carece, no hace falta que lo diga, de toda significación alegórica y de toda referencia contemporánea". Lewis y Tolkien discutían los méritos y las fallas del uso de la alegoría en las reuniones de los Inklings y también en privado. Durante muchos años Tolkien y Lewis se juntaban todos los martes a almorzar en el Eagle and Child. Sus almuerzos se hicieron tan conocidos que en una novela policial publicada en esos años uno de los personajes dice: "Debe ser martes... allí va Lewis al Bird". También se reunían todos los lunes por la mañana en lo de Lewis. "Una costumbre regular; Tolkien se dejaba caer... y bebíamos algo. Es uno de los momentos agradables de la semana. Algunas veces conversamos de asuntos prácticos de la Escuela de Inglés; otras veces nos hacemos la crítica de nuestros poemas; otros días derivamos a la teología o al estado de la nación; en muy pocas ocasiones nos quedamos en las bromas o en la charla intrascendente". Con Lewis, Tolkien se sentía en libertad para discutir y exponer sus puntos de vista -ortodoxos y, por tanto, pasados de moda-sobre religión, su desdén tanto del fascismo como del socialismo, y los problemas y éxitos que tenía en su intento de fortalecer la Facultad de Inglés en Oxford. Lewis visitaba a Tolkien pocas veces en su casa, porque, al parecer, Edith Mary nunca superó los celos que le producía la facilidad de Tolkien para establecer lazos amistosos con sus colegas; así pues, la mayoría de sus encuentros ocurrían en otros sitios. En algún momento de 1937, Tolkien y Lewis se reunieron los dos solos "porque la reunión habitual de los martes no había resultado", recuerda Lewis. "Así que me fui a casa de Tolkien (en Northmoor Road). Pasamos una tarde muy agradable bebiendo ginebra y jugo de lima y leyéndonos lo último que habíamos escrito -él, partes de su nuevo Hobbit y yo de El Problema del Dolor-". Este recuerdo de Lewis es el primer testimonio escrito sobre el trabajo de Tolkien en El Señor de los Anillos. El editor de Tolkien, Allen & Unwin, le había pedido un nuevo cuento de hobbits. Tolkien le envió, en su lugar, el manuscrito de El Silmarillion, que había completado muchos años antes. En privado, aceptaba que El Silmarillion era

impublicable; Stanley Unwin pensó lo mismo. Se lo devolvieron, pero Unwin le insistió en que le enviara otro libro, algo parecido a El Hobbit. Los Inklings conocerían, por lo menos durante nueve años, ese nuevo trabajo de Tolkien con el apodo de el "nuevo Hobbit". Parece que Tolkien no seleccionó el nuevo título hasta los años cuarenta. Leyó fragmentos de El Señor de los Anillos a los Inklings por lo menos desde 1937 (y, posiblemente, desde el otoño de 1936) hasta 1948. Si bien los Inklings no influyeron mucho en la forma final del relato, no parece probable que Tolkien hubiera escrito durante catorce años sin la atención y el aliento de sus amigos. No es posible referirse a la concepción y desarrollo de El Señor de los Anillos sin exponer antes la más famosa clase magistral de Tolkien, "Sobre los Cuentos de Hadas", que leyó por primera vez el 8 de marzo de 1939 en la Universidad de San Andrés, en Escocia.(9) En esa oportunidad, Tolkien expuso su pensamiento más serio y de mayor alcance sobre la fantasía y la mitología. Por una parte estableció el origen, la necesidad y el deseo de literatura fantástica (o de literatura enfáticamente imaginativa) y, por otra, entregó información específica sobre la técnica para crear y construir mitología. Estos conocimientos los aplicó directamente en su gran novela. Según Tolkien, la moderna necesidad de fantasía está relacionada directamente con las condiciones más y más opresivas e intolerables del mundo real. Nuestro mundo está asediado por guerras, pobreza y enfermedades y nos gustaría vivir en un tiempo y lugar en que la vida fuera más sencilla y segura; nos volvemos entonces a la fantasía. Tolkien compara este deseo de algo "allá lejos y hace tiempo" con lo que siente un prisionero que encuentra demasiado aburrida y encerrada la cárcel y que trata de escapar. Esa huida tiene mucho más sentido que quedarse en prisión; de modo semejante, el escape mediante la fantasía y la literatura fantástica no es un capricho infantil para eludir las responsabilidades en el mundo real, sino el deseo de hallar un mundo mejor que aquel en que vivimos. Cuando el presente es inaceptable y el futuro aterrador, la gente se vuelve, naturalmente, al pasado o a otros lugares, reales o imaginarios, en busca de consuelo e inspiración. En la fantasía -el mundo de las hadas-los dragones, hechiceros y selvas encantadas suelen ser más atractivos y mucho menos malignos que nuestro propio mundo con sus bombas y ametralladoras. Por contraste, el mundo de las hadas define muy bien el bien y el mal (y éste, por lo tanto, es evitable), allí las normas de conducta se conocen por instinto, y al fin se recompensa a la virtud y no al vicio. El peligro puede rondar siempre, pero siempre lo puede rechazar -aunque sea con dificultades-un corazón puro y una espada tenaz. Después de establecer la necesidad y el atractivo de la fantasía en nuestra sociedad, Tolkien procedió a analizar detalladamente la manera como la fantasía permite que el lector suspenda voluntariamente la incredulidad (parafraseando la fórmula de Coleridge) y acepte, por lo tanto, como real esa fantasía. Tolkien sabía que una norma importante en la creación de fantasías es que el escritor utilice cosas del mundo real con las cuales tiene familiaridad.(10) La fantasía, de hecho, está construida con elementos del mundo real, debe ser coherente consigo misma y estar de acuerdo con la ley natural (y, por deducción, con el mundo de Dios). Ese mundo o universo no puede constituir una burla de nuestros sentidos ni de nuestra sensibilidad, y si bien puede presentar ideas obviamente imposibles como gigantes de un solo ojo o elfos invisibles, tiene que haber una lógica y una coherencia incluso en el absurdo. Cuando un mundo de fantasía es coherente con el mundo real -con variaciones y diferencias, por cierto-, el narrador o el hacedor de mitos es menos un creador que un "subcreador". Descubre más que inventa una tierra de nunca jamás que a un tiempo es semejante y diferente de la nuestra. Tolkien desarrolla el concepto de subcreador para describir a quien se dedica a narrar viejas leyendas o historias olvidadas -tal como ese profesor que descubre y traduce El Libro Rojo de la Marcha hacia el Oeste. Por tanto el subcreador no es, en primer lugar, el escritor que inventa, sino el descubridor sistemático de otros mundos no tan distintos del nuestro y que la imaginación puede reificar. Más tarde, en El Señor de los Anillos, Tolkien se situó en el rol de subcreador (como lo había hecho en El Hobbit), y el mundo de la Tierra Media es

lo bastante coherente con el nuestro como para que resulte creíble. Es verdad que es un mundo imposible donde los dragones hablan, los hechiceros hacen magia, las criaturas malignas pierden sus formas de carne y hueso y hay anillos de poder que tanto gobiernan como corrompen. Pero incluso acontecimientos al parecer imposibles resultan coherentes con las leyes naturales de la Tierra Media, leyes que suelen manifestarse mediante las dificultades de aplicación (como el caso de Gandalf, que era incapaz de volar o de ver en detalle el futuro). El éxito de Tolkien en tanto subcreador de la Tierra Media fue, quizás, una de las razones primordiales que explican que su libro fuera tan amado y leído.(11) Tolkien vivió feliz y creadoramente entre los años 1936 y 1939. Había llegado a la cumbre de su profesión y gozaba de fama internacional como filólogo. Por otra parte, podía contemplar con satisfacción las innovaciones que había introducido en la Escuela de Inglés y que estaban dando frutos. Tenía excelente salud (aunque esa imagen apolínea de su juventud se iba ajando un poco con la edad), su matrimonio continuaba relativamente bien, su mujer gozaba de razonable salud y sus hijos daban muestras de talento e inteligencia. Tolkien había enviado a sus tres hijos a colegios caros, lo cual significaba un pesado drenaje para un salario ya exigido, pero de ese modo los preparaba adecuadamente para Oxford. El hijo mayor, John, fue al Exeter College -el alma mater de Tolkien-en 1938 a enseñar inglés; Michael se matriculó en el Trinity College el año siguiente para estudiar historia moderna, y Christopher ingresó por unos meses al Trinity College para reunir antecedentes y poder incorporarse a la Fuerza Aérea. Además de preparar y ofrecer la conferencia Andrew Lang y de publicar El Hobbit, Tolkien se las arregló para escribir un delicioso cuento, titulado Leaf of Niggle. La inspiración fue un árbol del vecino, que Tolkien solía admirar desde la ventana de su dormitorio. Un día, Tolkien miró por la ventana hacia el jardín de Lady Agnew y advirtió, horrorizado, que el álamo "había sufrido una poda y mutilaciones, no sé por qué. Ahora lo han cortado, un castigo menos bárbaro por cualquier crimen de que se lo pudiera acusar, como de estar grande y vivo. No creo que tenga ningún amigo, nadie que sufra por su muerte, a excepción de mí y de un par de búhos". Tolkien probablemente terminó Leaf of Niggle en los momentos en que Alemania invadía Polonia, en septiembre de 1939, tiempo en el cual ya estaban escritos los primeros nueve capítulos de El Señor de los Anillos. El tema, o la enseñanza, del cuento, probablemente refleje los temores de Tolkien sobre una guerra inminente, sobre el fin de la civilización occidental. En Leaf of Niggle, un artista fracasado, Niggle, se obsesiona con uno de sus cuadros: una hoja que se ha transformado en árbol. Deja todos sus otros trabajos y trata de finalizar el árbol, pero cae enfermo. Sus pinturas -incluyendo la del árbol-son llevadas desde su lecho de muerte por un funcionario que las usa para reparar casas que un torrente ha dañado. El artista muere; su árbol se utiliza para reparar un techo. Algún tiempo después, el maestro de la aldea rescata un fragmento de la pintura de Niggle y la cuelga en el museo del pueblo. Muy pocos la alcanzan a ver antes de que se incendie el museo y se destruya ese fragmento. Por otra parte, a Niggle, que vive en el más allá, se le concede tiempo para que termine la pintura antes de pasar a su última morada. Leaf by Niggle es una obra compleja y rica, de aspecto engañosamente simple. Quizás refleje la profunda preocupación de Tolkien por la destrucción del arte y la belleza que podía acarrear la guerra. Paul Kocher escribe esto sobre Leaf by Niggle: "Tolkien ha luchado por dar sentido a su obra. Quizás muy pocos lo capten, y perecerá al fin, ciertamente, con todos los demás artefactos del hombre; pero permitirá vislumbrar las realidades últimas y poseerá una segura y continua utilidad en alguna parte, más allá de 'las murallas de este mundo'". Por esos días nombraron a Tolkien coeditor (junto con Lewis y D. Nichol Smith) de la serie de monografías de inglés de Oxford. Eran los responsables de seleccionar y editar textos de literatura anglosajona y nórdica para Oxford University Press. Años más tarde, Tolkien y Lewis decidieron escribir juntos un libro, pero Tolkien lo complicó tanto y retrasó tanto la fecha de partida, que

Lewis llegó a escribirle a una amiga que el libro saldría para las Calendas Griegas (es decir, nunca). Los dos, de hecho, nunca hicieron nada en colaboración. En 1936, poco después de que Allen & Unwin informara a Tolkien la decisión de publicar El Hobbit, y varios años antes de que les presentara El Silmarillion, Tolkien empezó a preparar una secuela. El editor lo estimuló, quizás en la esperanza de que produjera una serie de Hobbits. Tolkien estaba entusiasmado. "Ahora quiero probarme, escribir de verdad, hacer una estupenda narración larga que mantendrá en suspenso al lector hasta el final. Quiero saber si tengo la suficiente capacidad artística, la suficiente habilidad y material. Una de las mejores formas para un relato largo es el adagio que hay en El Hobbit, aunque más elaborado, una peregrinación, un largo viaje con un objeto preciso. Así que esa es, inevitablemente, la forma que voy a adoptar". Tolkien buscaba algún objeto o suceso que pudiera dar continuidad a El Hobbit en la nueva obra. El vínculo que utilizó fue el anillo mágico que Bilbo había encontrado durante el juego de adivinanzas que hizo con Gollum. Una vez decidido el punto, Tolkien "sintió que debía ser el anillo, no un anillo mágico" .(12) El anillo resultaba un vínculo atractivo, porque ligaría a Bilbo (y los hobbits) con Gandalf; pero también significaba que se debía incluir a Gollum. "No se podía eliminar a Gollum, ¿verdad? Cuando se piensa en la importancia del anillo para Gollum y que el anillo va a ser importante, entonces todo lo de Gollum sería importante". Poco después, Tolkien compuso el poema de apertura: Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Siete para los Señores Enanos en casas de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras. Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

El poema, por cierto, lo compuso Tolkien mientras tomaba un baño. "Todavía recuerdo que di una patada a la esponja cuando terminé la última línea, y supe que estaba listo, y salté fuera". Esta no es, por supuesto, la respuesta definitiva sobre por qué escribió Tolkien El Señor de los Anillos. Una de las razones fue, sin duda, ejercer sus capacidades de narrador y de hacedor de mitos, como lo afirmó públicamente, pero no del mismo modo ni por los mismos motivos que tuvo cuando escribió El Hobbit. Compuso El Hobbit como quien cuenta una leyenda para acompañar a sus hijos antes de que se durmieran por la noche; fue una diversión privada en la cual utilizó su saber académico y su imaginación. Trató de publicarlo sólo después de que sus amigos se cansaron de presionarlo. Pero cuando Tolkien empezó a escribir El Señor de los Anillos, hacía bastante que sus hijos habían terminado la etapa de pedir cuentos en las noches, y su hija menor tenía justamente la edad que la habilitaba para disfrutar con la sencillez de El Hobbit. El relato no fue escrito para niños; esto es obvio: Tolkien lo fue leyendo a los Inklings, gente madura y culta. Tampoco se trataba de uno que tuviera listo en la cabeza y sólo quisiera volcar en el papel. "Creció sin control, con la excepción de que había un anillo que se debía destruir, un anillo que apareció muy pronto, junto con Gandalf. Varias veces traté de escribir la última escena anticipadamente, pero no me resultó, nunca lo pude hacer". Es posible que Tolkien quisiera realizar un tour de force literario con sus experimentos lingüísticos en lengua élfica, y que también quisiera construir, como subcreador, una completa cosmología para acompañar la mitología en la que estaba trabajando desde hacía tantos años. El mismo Tolkien dijo: "el fundamento es la invención del lenguaje. Los relatos se han hecho para entregar un mundo al lenguaje y no a la inversa. En mi caso, primero me viene un nombre y después sigue el relato. Pero, por supuesto, un trabajo como El Señor de los Anillos está editado y se le ha dejado tanto lenguaje como creo que un lector puede soportar. Ahora me doy cuenta de que muchos habrían deseado mucho más". Tolkien confesó, como si esto fuera lo más natural, que había pensado escribir toda la

trilogía en élfico. Por otra parte, también dijo que "el problema es volcar toda una mitología que había inventado mucho antes de llegar a los relatos". Pero, si se acepta la premisa de Tolkien de que el lenguaje presupone una mitología, se puede suponer entonces que escribió El Señor de los Anillos como una contribución personal para comprender la vinculación entre lenguaje y mitología. Esto, junto con su comprensión de la dinámica del subcreador, posiblemente le dio la clave sobre cómo y por qué la verdad se convierte en mito y sobre cómo, a su vez, el mito se convierte en punto de referencia del mundo real. El único modo en que podía sintetizar sus teorías sobre el mito, el lenguaje y el subcreador, era escribir un mito creíble. Si esto es así, entonces el único modo de establecer y conocer el proceso es permitir que otros lo descubran por sí mismos en su obra. Esta es la posible explicación de sus insistentes negativas sobre que exista un significado en El Señor de los Anillos, lo cual podría ser verdad en cierto sentido, pues el argumento resultaría irrelevante; la forma sería lo significativo para quien tuviera la capacidad de discernirla. Además, si no se la captara, habría fracasado en su tarea; pero nadie nunca sería más sabio. En cuanto a la narración misma, Tolkien dijo que "quería que la gente pudiera internarse en ella y sentirla como si fuera una historia verdadera". Quería que sus lectores "suspendieran" su incredulidad voluntariamente y que aceptaran su fantasía como una parte del mundo real. Según Tolkien, además, el tema primordial de su obra es la inevitabilidad de la muerte. "Si alguna vez te topas con un relato verdaderamente grande y amplio que interese a la gente y mantenga su atención por un tiempo considerable, verás que casi siempre es una historia humana y también casi siempre sobre una sola cosa todo el tiempo: la muerte. La inevitabilidad de la muerte. Simone de Beauvoir dijo en cierta ocasión que no existe eso que se llama una muerte 'natural'. Nada que nunca sucede a un hombre es natural alguna vez. Y su presencia pone en duda todo el mundo. Todos los hombres deben morir, pero para cada hombre su muerte es un accidente e, incluso si la conoce... una violación injustificable. Puedes estar de acuerdo o no estarlo con estas palabras, pero ellas son la clave de El Señor de los Anillos". Tolkien aprovechó, con toda libertad, su experiencia y su saber académico para construir su larga saga. "La mayoría de la gente ha cometido el error de creer que la Tierra Media es otro tipo de tierra o de planeta, ciencia ficción o algo así; pero se trata, sencillamente de una vieja palabra, pasada de moda, para designar ese mundo en que vivimos, imaginado y rodeado del océano... en una etapa distinta de la imaginación". Tolkien, sin embargo, nunca intentó establecer un marco histórico temporal. "Habría sido imposible, porque la libre invención de historia y los incidentes del relato mismo lo interferían y enredaban todo. No habría resultado ni con auxilio de la paleontología ni de la arqueología. No se puede relacionar satisfactoriamente las masas continentales que he descrito con las masas continentales que conocemos. Tampoco se puede contar con una cultura mixta como la que he descrito, que incluye tabaco, paraguas y cosas que la arqueología casi desconoce". La Tierra Media, sin embargo, "se parece en algo a la historia de Grecia y Roma; por lo menos en cuanto hay una constante infiltración de gente del oriente". Según Lin Cárter, en su Una Mirada detrás de El Señor de los Anillos, Tolkien se habría inspirado en el Eider Edda. "El Eider Edda es la fuente original, el origen mismo, de la mitología nórdica. Todo mito nórdico presente en la literatura moderna, en cualquier forma, poética o no, desde L. Sprague de Camp... hasta el ciclo del Anillo de Richard Wagner, brota de esta obra única". Cárter, que era el editor de Ballantine cuando esa editorial publicó los libros de Tolkien, señala una serie de similitudes entre Wagner y Tolkien: un dragón que protege un tesoro; un anillo mágico de poder, que contiene una maldición; un talismán para volverse invisible; la muerte del dragón producto de una herida en un sitio que no tiene protegido; una espada rota que vuelve a rehacerse; una disputa entre dos seres a propósito de un anillo, lucha que termina con la muerte de uno de los dos, y una maldición que trae corrupción y muerte a todo

quien posea el anillo. Cárter anota ciertas fuentes posibles para los nombres: los de los enanos, en Eider Edda; Mirkwood, en el King Heidrek the Wise; orcos en el ¡Paraíso Perdido y en Beowulf, y Frodo (Frode), en la saga de Halfdan the Black (o en el Beowulf o en la Gesta Danorum). Hay ciertas semejanzas entre Tolkien y Wagner, pero son accidentales. Lo que Cárter no considera es que muchos elementos de la Eider Edda se encuentran también en mitologías anteriores, no relacionadas con la nórdica, especialmente en las obras de Hornero. En cualquier caso, a Tolkien no le parecía importante el hecho de tomar préstamos de lo que conocía y nunca ocultó que estaba incorporando a sus obras su amor por la Inglaterra rural y sus conocimientos de la mitología nórdica. También hubo un gran número de experiencias personales y de bromas privadas que se incorporaron a la trilogía: Treeberd y los ents, por ejemplo. Tolkien dijo en una entrevista que sabía "que habría algunos problemas con esas criaturas como árboles", porque eran de su total invención, como los hobbits, y parecían violar la ley natural: pensaban, hablaban y se movían. Preguntado por si simbolizaban algo, lo negó rotundamente. "No trabajo en símbolos. Puede que otra gente los encuentre simbólicos... Un emblema, sí, ¿pero de qué son símbolo los leopardos de Inglaterra? La explicación de la invención de los entes es, sin embargo, muy distinta. Michael, el hijo de Tolkien, le pidió que los incluyera en el relato. "De mi padre heredé un amor obsesivo por los árboles: de niño observé la tala indiscriminada de árboles para alimentar las máquinas. Esto me pareció un asesinato imperdonable de seres vivos con el objeto de servir a una utilidad muy dudosa. Mi padre escuchó con toda seriedad mis comentarios y cuando le pedí que hiciera un cuento donde los árboles se tomaran horrible venganza de quienes los talaban, me dijo: 'te escribiré uno'" .(13) Otra contribución familiar al relato es el personaje de Tom Bombadil, originalmente un muñeco de madera que pertenecía a Priscilla. Ella exigió que Tom quedara escrito en alguna parte, y así fue. El que los hobbits tuvieran pies peludos y no usaran zapatos proviene del amigo estadounidense de Tolkien en el Exeter College, Allen Barnett. Era de Kentucky, y Tolkien gozaba con sus historias sobre los niños campesinos y sus casas, sobre su desprecio por los zapatos y sobre su insaciable deseo de robar tabaco. Tolkien utilizó puntos técnicos de referencia de nuestro mundo y los aplicó a la Tierra Media. Los ciclos de la luna de El Señor de los Anillos están tomados del calendario de 1942. Y cuando hacía andar a sus personajes grandes distancias, utilizaba el manual del ejército británico para saber con exactitud cuantos kilómetros podían recorrer los soldados a marcha forzada. Es posible que los árboles dorados de Lórien provengan de los recuerdos de Tolkien de Sudáfrica y que las águilas capaces de transportar hobbits deriven del letrero que cuelga sobre el pub Eagle and Child de Oxford. Las arañas de Mirkwood y Shelob vienen del traumático encuentro del joven Tolkien con una tarántula, y probablemente introdujo el personaje Eowyn en homenaje a su hija adolescente, Priscilla, y a su interés en el enamoramiento. Tolkien empezó a escribir El Señor de los Anillos en 1936, poco después de entregar El Hobbit para su publicación. Partes del libro, como la "Historia de las Lenguas Élficas", se habían escrito, sin duda, mucho antes, y la mitología era la continuación de El Silmarillion, escrito hacía varias décadas. Al principio, Tolkien quiso continuar con los hobbits, pero "el relato me llevaba irresistiblemente hacia el mundo más antiguo, y se convirtió en el de su fin y término antes de que el de sus principios y etapas intermedias (El Silmarillion) fuera conocido. El proceso había empezado con la escritura de El Hobbit, en el cual ya había referencias a los asuntos más antiguos: Elrond, Gondolin, los Elfos Altos y los orcos. Había también alguna mención, sin desarrollo, a cosas más profundas: Durin, Moria, Gandalf, el Nigromante, el Anillo". El manuscrito que empezó entonces Tolkien se convirtió para él en la aventura misteriosa que más tarde sería para sus lectores. No tenía la menor idea de lo que podría suceder, excepto que al final había que destruir el anillo. Tiene razón cuando afirma que "este relato creció mientras lo hacía". Al principio intentó hacer un esquema, pero "todo lo que traté de escribir anticipadamente para contar con una dirección general, me resultó inútil cuando llegaba al punto

en que lo podría haber usado. Escribí la historia tanto hacia adelante como hacia atrás". Tolkien empezó a leer su nuevo cuento a los Inklings hacia 1937 y continuó haciéndolo durante once años hasta que el primer borrador estuvo casi listo. Lewis mencionó alguna vez el "nuevo Hobbit" (como se lo llamaba entonces) en sus cartas de la década siguiente. En 1939 escribe a su hermano que los Inklings se han reunido a cenar en Eastgate y escuchado una "rugiente catarata de insensateces" de Hugo Dyson, una obra de teatro original de Charles Williams, extractos de El Problema del Dolor, del propio Lewis y, por supuesto, un capítulo del 'nuevo Hobbit' de Tolkien". "Por supuesto" significaba verdaderamente "por supuesto": Tolkien leía un capítulo, o parte de un capítulo, en prácticamente cada reunión. Algunos de los Inklings hasta protestaban ruidosamente cada vez que Tolkien sacaba del bolsillo partes de su obra: era tan larga que resultaba muy difícil apreciar su calidad durante un lapso de tantos años. Por otra parte, al revés de los demás Inklings, Tolkien era impermeable a la crítica. Era como si diera una conferencia o una clase, en lugar de exponer su trabajo al comentario y a la crítica. Es dudoso, por lo tanto, que los Inklings tuvieran un efecto de importancia en el estilo o en el contenido, aunque la paciencia que demostraron estimuló a Tolkien para completar el manuscrito (en dos oportunidades estuvo a punto de abandonar el trabajo). Tolkien reconoció más tarde su deuda, cuando dedicó la primera edición de El Señor de los Anillos a "todos los admiradores de Bilbo, pero especialmente a mis hijos y a mi hija, y a mis amigos los Inklings. A los Inklings, porque ya lo han escuchado con una paciencia, y en realidad con un interés que me hace sospechar que hay sangre de hobbit entre sus venerables antepasados". El primer capítulo, "La Sombra del Pasado", fue lo primero que leyó Tolkien a los Inklings, y en él establece que el anillo que encontró Bilbo era significativo, quizás el anillo. En su cumpleaños número ciento once, Bilbo utiliza el anillo para abandonar a sus amigos y vecinos. Antes de alejarse por muchos años de Hobbiton, Gandalf convence a un Bilbo reticente y desconfiado de que deje el anillo a su sobrino Frodo. Dieciocho años después, Frodo debe huir de los jinetes negros que rastrean la Comarca en su búsqueda: saben que Frodo tiene el anillo. Gandalf debía aparecer en una fecha determinada para escoltar a Frodo, pero no llega y Frodo, Sam, Merry y Pippin huyen de la Comarca sin él. Cuando escribió este pasaje (1937), Tolkien no sabía qué había sido de Gandalf, pero continuó el relato sin él, a la espera de una explicación de por qué no había podido encontrarse con Frodo. Varios capítulos después, en la Posada de Bree, los aterrados hobbits conocen un personaje misterioso. Trancos, que parece saber mucho de todo esto y del anillo. Tal como en el caso de la desaparición de Gandalf, Tolkien introduce a Trancos sin saber quién es ni qué rol desempeñará; y le buscaba desesperadamente alguno. Algunos críticos han aventurado que Mordor se modeló conforme a la Alemania Nazi o a la Rusia de Stalin. El mismo Tolkien, sin embargo, dijo que "la guerra verdadera no se parece a la legendaria ni en su proceso ni en su conclusión". En cuanto a que "La Sombra del Pasado" fuera una premonición de Tolkien sobre la guerra inminente, como creyeron muchos lectores, responde Tolkien: "Fue escrito mucho antes de que las sombras de 1939 amenazaran ese inevitable desastre, y desde ese punto el relato pudo haber seguido siendo esencialmente el mismo, aunque se hubiera evitado ese desastre. Sus fuentes son cosas que había pensado hacía mucho y que en algunos casos había escrito, y en muy poco o en nada han sido modificadas por la guerra que empezó en 1939 o por sus secuelas". Hacia fines de 1939, Tolkien había casi completado el Libro I. De allí en adelante el progreso le resultó penosamente lento y la escritura era intermitente, nada metódica. Pasado el impacto inicial de la guerra, Tolkien reinició el trabajo temporalmente interrumpido. "A pesar de la oscuridad de los siguientes cinco años", escribió Tolkien en la Introducción de la edición Ballantine de El Señor de los Anillos, "me pareció que no podía abandonar del todo el relato y continué elaborándolo, especialmente de noche, hasta que llegué a la tumba de Balin en Moria. Allí me interrumpí por bastante tiempo. Pasó casi un año antes de que llegara a Lórien y al Río Grande, a fines de 1941. El año siguiente escribí los primeros borradores de lo que ahora es el Libro III, y el

principio de los capítulos uno y tres del Libro V; y allí, mientras los haces de luz relampaguean en Anórien y Théoden llega a Harrowdale, me interrumpí. No veía más allá y no tenía tiempo para pensar". Los años de guerra resultaron muy difíciles, física y espiritualmente, para Tolkien. El racionamiento era un modo amargo de vida, y Tolkien, acostumbrado a buenas cantidades de cerveza, de comida y especialmente de tabaco, experimentó la ansiedad de la pérdida. Su mujer, Edith, sufría de artritis y de continuos dolores de cabeza; Tolkien, de úlcera y depresiones. Su pesimismo, de larga data, se equilibraba sólo con la fe religiosa; ahora hubo algo más: Estados Unidos. El efecto del ingreso de los Estados Unidos en la guerra fue, para muchos británicos, tan importante como el de la fuerza expedicionaria del general Pershing una generación antes. Tolkien manifestó su nueva esperanza y entusiasmo a Allen Barnett, ahora profesor en Woodbury Forest, Virginia: "Ojalá 1942 sea un año de esperanza para todos nosotros y nos acerque a la victoria. A pesar del desastre y la ansiedad, nos mantenemos en la creencia de la victoria final de los poderes democráticos; y, ahora que tu pueblo está en la guerra por completo, esa creencia es más segura. Y espero que esta vez nuestra cooperación trascienda la guerra y continúe en la paz". Tolkien informaba además que él y su familia estaban bien y agregaba que hasta el momento no habían bombardeado Oxford (nunca lo hicieron). Por esos días, John estudiaba para sacerdote (estaba en Roma cuando estalló la guerra en 1939), acababan de transferir a Michael del ejército a la fuerza aérea (donde sería artillero de popa),(14) y Christopher estaba a punto de ingresar a Oxford para incorporarse después a la fuerza aérea. Cuando estañó la guerra, Oxford era una ciudad de más de cien mil habitantes y la universidad tenía más de cinco mil estudiantes, la mayor cantidad que nunca tuviera. La guerra afectó gravemente a la población universitaria, pero no tanto como en los tiempos de Tolkien. El estaba muy mayor para incorporarse al ejército -y además tenía úlcera al estómago-, así que permaneció en la Escuela de Inglés. Al revés de muchos otros académicos, Tolkien no trabajó para el Departamento de Guerra, aunque sí que colaboró durante los bombardeos como voluntario de defensa civil y preparó un método "acelerado" para enseñar inglés a cadetes navales. Los retiros, muertes y transferencias, convirtieron a Tolkien en profesor Senior de la Facultad de Inglés. Esta nueva responsabilidad, aparte de la guerra y de la falta de papel, ayuda a entender por qué Tolkien no publicó nada durante esos años y por qué fue tan lento el avance de El Señor de los Anillos. Los Inklings continuaron reuniéndose, no tan a menudo como antes, y con menos miembros; pero se las arreglaron para seguir produciendo en esos años de adversidad. La Oxford University Press se trasladó a Oxford a causa de los bombardeos, así que Williams se convirtió en miembro regular. Tolkien pasó por un período relativamente improductivo y debió contentarse con escuchar; no retomó el trabajo hasta 1944, en los días de la invasión aliada de Normandía. Su hijo menor, Christopher, había dejado Oxford e ingresado a la fuerza aérea y de inmediato lo enviaron a entrenarse a Sudáfrica. Todo esto, aparentemente, incentivó a Tolkien a continuar; gozaba enviando nuevos capítulos terminados a Christopher para que los leyera y se los comentara. "Sin embargo", escribe Tolkien en la introducción de El Señor de los Anillos, "me costó otros cinco años que el relato consiguiera su forma actual". Este plazo se debió en parte a los grandes cambios que ocurrieron en la vida de Tolkien entre 1945 y 1948. El primero fue su renuncia a la cátedra Bosworth y Rawlinson de anglosajón en la Escuela de Inglés, un cargo que ocupó durante veinte años. En ese lapso, la obra de Tolkien y su reputación profesional apenas si habían cambiado. Si bien en un principio se le había conocido básicamente como gran filólogo y técnico del lenguaje, sus conferencias sobre el Beowulf y "Sobre los Cuentos de Hadas" le habían concedido un gran prestigio como intérprete de la literatura. Al término de la guerra le ofrecieron la cátedra Merton de lengua y literatura inglesa, que aceptó. Esta cátedra estaba vinculada al Merton College -uno de los más antiguos y prestigiosos de Oxford-, así que renunció al Pembroke College.

El segundo cambio de importancia fue la venta de la casa de Northmoor Road y el traslado a una más pequeña, alquilada, en el centro de la ciudad. En esa época, Priscilla era la única persona que vivía con ellos (y se trasladaría al college en Lady Margaret Hall cuando Tolkien y Edith se mudaron en 1947 a Manor Road) y la casa era demasiado grande y muy caro su mantenimiento para las necesidades reducidas y los modestos medios del matrimonio. En una carta del 20 de octubre de 1946, le escribe Tolkien a Allen Barnett: "Ya no puedo mantener esta 'mansión', ni la podemos tener en orden sin ayuda. Sólo tiene once habitaciones, pero esto es mucho para los disminuidos profesores de la actualidad. Voy a venderla y cambiarme a una casa pequeña (espero) que pertenece a mi college. Te acordarás de Manor Road, que existía en tu tiempo (y no de Northmoor Road, que era campo abierto). Manor Road está a la izquierda de Cross Road, poco más allá de la entrada de los Holywell Tennis Courts (donde nuestro grupo de Exeter alquilaba una cancha en esos días)". Hasta mediados de los años cincuenta fue tan difícil la vida en Inglaterra como lo había sido durante la guerra. El racionamiento continuó varios años, y cosas como el azúcar, la manteca, la carne y el tabaco brillaban por su ausencia. Mientras Christopher estuvo con la fuerza aérea en Sudáfrica, envió a su familia azúcar y otras delicadezas difíciles de hallar en Inglaterra. Los Tolkien tenían un pequeño jardín en Northmoor Road, pero ya no lo tuvieron cuando se trasladaron a esa pequeña, fea, postvictoriana casa pareada de Manor Road. Una ayuda importante y bienvenida eran los paquetes de comida que periódicamente les enviaba desde Estados Unidos su viejo amigo Allen Barnett. La generosidad de los Barnett conmovía profundamente a Tolkien, y así le escribe el 21 de diciembre de 1947: "te podemos informar que el noble envío (que tanto problema te provocó) ha llegado hace dos o tres días en perfectas condiciones. Es difícil expresarte cuanto te lo agradecemos, no sólo por la gran bondad de pensamiento y deseos que lo inspira (que nos parece hondamente conmovedora), sino por la sagacidad práctica de su selección. Y sólo porque me lo pides con tanta insistencia me atrevo a indicarte qué cosas prefiero. Si me apuras, diría que sobre todo el azúcar (que has incluido tan generosamente) y que también la manteca está entre las cosas cuya llegada celebramos más. O cualquier cosa que contenga carne: cada lata de carne cuesta más aquí que el importe total de la ración de un mes. Pero no te asustes. No nos estamos muriendo de hambre. Y el espectro de sufrimientos muchos peores que los nuestros no está muy lejos de nosotros. No podemos aliviarlo con esfuerzos personales (a excepción de con ropas), pues no se nos permite entregar nada que no provenga de nuestras raciones personales. Podría enviar parte de mi ración de chocolate, pero, como padre, no puedo apartar mucho cuando veo a mis propios hijos mal alimentados. Antes casi nos aburría la monotonía y la pobre calidad y la molestia de nunca conseguir lo que a uno más le gusta sino sólo lo disponible, pero ahora estamos, definitivamente, algo hambrientos. ¡Y estos regalos tuyos hacen maravillas! Que Dios te bendiga". Y después de recibir otro envío, le escribe: "Los norteamericanos son, verdaderamente, las personas más cariñosas del mundo. Sólo espero que tengas razón cuando me dices que de seguro seríamos iguales si las condiciones se dieran a la inversa (me refiero a nosotros como pueblo, no a nosotros personalmente). Quizás fuera así, porque bajo las fricciones superficiales e incluso bajo las escaramuzas aparentemente menos amistosas, continúa existiendo entre nosotros una fuerte sensación de parentesco". Tolkien estaba ingresando al período más maduro y creador de su vida. El fin de la guerra revitalizó a los Inklings,(15) y, según la mayoría de los críticos, 1946 fue un año especialmente destacable por la calidad y cantidad de las obras que se leyeron y que eventualmente publicaron. Aunque Tolkien no gozaba de muy buena salud por esos días, esto parece que no afectó su trabajo con El Señor de los Anillos. Volvió a publicar. En 1945 aparecieron en revistas poco conocidas varios de sus poemas (nunca escribió para periódicos de gran circulación). También por esos días, intentó -infructuosamente al parecer- que Allen & Unwin publicara otra edición de El Hobbit para reemplazar la que se perdió en la guerra. Cuando finalmente se la publicó el año siguiente, Allen & Unwin tuvo que suprimir las ilustraciones en colores de Tolkien. Esto produjo ciertas molestias, porque Tolkien creía que su editor las podía haber usado. En

realidad, no había papel adecuado para reproducciones en colores, y Stanley Unwin prefirió suprimirlas y no esperar más. Tolkien ofreció también a Allen & Unwin la posibilidad de publicar un cuento de hadas, Farmer Giles of Ham, que había escrito antes; pero la editorial no pudo hacerlo por falta de papel.(16) Lo publicó una pequeña revista católica irlandesa, en 1947, y dos años después Allen & Unwin compró los derechos. Oxford University Press publicó su ensayo "Sobre los Cuentos de Hadas" en 1947, en el volumen de homenaje a Charles Williams. La familia Tolkien sobrevivió a la guerra. John, el hijo mayor, ordenado sacerdote, trabajaba en una parroquia de un barrio de trabajadores de Coventry, que fue arrasado por las bombas. Michael, desmovilizado en 1945, regresó al Trinity College. Christopher, el hijo menor, se cambió de la fuerza aérea a la aviación naval para que no lo dejaran de oficial instructor y también fue desmovilizado en 1945 y se reintegró a fines de ese año al Trinity College. Priscilla aún no terminaba la enseñanza media en Oxford, pero en 1948 ingresó al Lady Margaret Hall, de Oxford: fue una del puñado de estudiantes que consiguió aprobar el exigente examen de ingreso. Por muy poco, no obtuvo una beca y Tolkien debió pagarle la habitación, el costo de los estudios y la tuición. Entretanto, la salud de Edith empeoraba día a día. No mejoró en los años posteriores a la guerra y por esta razón Tolkien rechazó la oportunidad de ser profesor visitante en la universidad católica de Washington. Sobre esto le escribe a Allen Barnett: "Lo pensé mucho antes de rechazar el cargo; lo sentí mucho. Habría sido una manera excelente de visitar tu país, y las vacaciones nos habrían permitido viajar y visitar amigos. Pero todavía no puedo cerrar la casa (estaba escribiendo a fines de 1946, cuando todavía vivían en Northmoor Road). Mi hija está por terminar su educación en el curso 1947-48. Y el dinero que me ofrecen no me permite mantener la casa y al mismo tiempo viajar al exterior con mi mujer. Por otra parte, es un período crítico en la universidad (y durará, por cierto, hasta 1948) y no puedo ausentarme tanto tiempo porque ahora soy -por más raro que me parezca-el profesor mayor de la Escuela de Inglés de Oxford. Si la oferta me la hicieran para el curso 1948-49, lo pensaría un poco, pero creo que aceptaría. O si hallara algún modo de financiar una visita más breve. Tengo muchas ganas de verte (no se veían desde 1914 y no volverían a verse nunca) y un cambio después de 21 años de profesor sin sabáticos sería verdaderamente refrescante. Como tú dices, la de profesor es una profesión con muchas hectáreas de aburrimiento, pero que de vez en cuando ofrece muy buenas cosechas". Desgraciadamente, Tolkien no recibió otras ofertas para visitar Estados Unidos; tampoco se le concedió nunca un sabático para viajar al exterior.(17) Tolkien trabajaba en El Señor de los Anillos y todos los indicios parecen señalar que el primer borrador estaba casi listo a fines de 1947. Entonces escribió a Barnett que, además de una nueva edición de El Hobbit y de una traducción sueca que le reportaría algunas coronas, había "casi escrito otro libro largo". Tolkien completó el resto del Libro VI, "La Destrucción de la Comarca" durante 1948. Unos dicen que entonces, al terminar El Señor de los Anillos, se sentó y lloró. Según otros, de inmediato entregó el manuscrito completo a Allen & Unwin para que lo publicaran; pero lo rechazaron y lo guardó en un cajón durante cinco años hasta que lo convencieron de que lo revisara. Otra versión dice que el padre Gervase Mathew se lo arrebató de las manos y visitó varias famosas editoriales de Londres para que lo aceptaran. Lo más probable, sin embargo (y coherente con la propia estimación de Tolkien de que su trabajo le había ocupado catorce años),(18) es que Tolkien, apenas terminó la primera redacción, empezó a revisarlo y a pasarlo en limpio, trabajo que lo ocupó un año y medio. Eso era necesario, porque, como explicó después, "Cuando se ha llegado al 'fin', hay que revisar el relato completo y, en realidad, reescribirlo en gran parte desde el fin hacia atrás. Y hay que pasarlo a máquina y volver a pasarlo a máquina:(19) no puedo entregarlo a una mecanógrafa profesional a un costo prohibitivo para mí". El manuscrito final de El Señor de los Anillos se completó a fines de 1949 y fue entregado a George Allen & Unwin a principios del año siguiente. Hacía muchos años que Allen & Unwin esperaba una secuela de El Hobbit y casi había

perdido la esperanza de verla algún día. Pero sabían que había un trabajo en marcha: el joven Raynor Unwin había ingresado a Oxford en 1941, y Tolkien le permitió más de una vez que leyera partes del manuscrito. En la primera visita que Raynor Unwin hizo a la casa de Tolkien, vio fragmentos del Anillo amontonados en armarios, archivos y cajones de escritorio. (Tolkien era muy poco metódico con sus manuscritos, y escribía en cualquier papel o pedazo de papel que hallara a mano cuando sentía la necesidad de escribir.) En esa y otras visitas, Tolkien cogía fragmentos del manuscrito y se los entregaba a Raynor Unwin, murmurando algo como "llévese esto y hágame saber lo que piensa". Tolkien, por supuesto, nunca deseó -y nunca recibióla opinión de Raynor Unwin. Cuando le devolvía los textos, Raynor le decía algo vago, como "sumamente interesante". Tolkien completó la versión revisada y la llevó a Allen & Unwin en 1950, según todo parece indicar. Pero Raynor Unwin estaba fuera. El hijo de Sir Stanley se había integrado a la 'editorial poco después de graduarse. Esperaba leer el manuscrito completo apenas lo terminara Tolkien. Sin embargo no lo vio entonces, y pasaron varios meses antes de que supiera que había llegado a la editorial. Alguien, que no conocía casi a Tolkien, lo había leído, y rechazado; le devolvieron al autor sin indicar que lo revisara ni que lo volviera a presentar. Tal como le sucediera con El Silmarillion en 1937, Tolkien se molestó y se sintió humillado con el rechazo inesperado. Tanto es así que se negó a presentar el manuscrito en otro sitio.(20) A pesar del aliento de sus amigos, no quiso seguir adelante con el asunto. Este período en el limbo duró por lo menos todo el año 1952, porque C.S. Lewis le dijo entonces a Charles Moorman que "todo este tiempo hemos esperado que una parte de esa mitología se conozca gracias a un poema épico que el Profesor está pensando. Pero la esperanza decrece". En este lapso de "esperanza oculta", Tolkien escribió su propia versión, en verso, de la antigua batalla de Maldon, en que ingleses y daneses combatieron hace mil años. En la saga anglosajona, The Battle of Maldon, el jefe inglés, Beorhnoth, permite que su honor pase por encima de su buen sentido y responsabilidad de líder: permite que los daneses crucen un puente para que el combate sea "justo y limpio". La consecuencia es la muerte innecesaria de Beorhnoth y todos sus hombres; una batalla que se pudo ganar, se pierde. El pequeño poema épico de Tolkien se ocupa de las consecuencias de la batalla y de los monjes de Ely, que enviaron hombres a recoger el cuerpo descabezado del héroe. El juglar Torthelrn acompaña al grupo en su triste misión. Al principio ve solamente la gloria épica y el espléndido heroísmo de la batalla, pero los acontecimientos posteriores y la comprensión de la locura de la matanza de hombres valientes hacen que Torthelrn entienda el desperdicio absurdo de la guerra. En lugar de una balada heroica, termina entonando un lamento: Dirige, Domine, in conspectu tuo viam meam. El poema The Homecoming at Beorhnoth, Boerthelm's Son, se publicó en la edición de 1953 de Essays and Studies of the English Association. Trece años después Ballantine lo volvió a publicar en The Tolkien Reader. Tolkien estaba muy orgulloso de esta pequeña obra y más tarde escribió otra, de teatro, en verso, basada en ella (que aún no se ha publicado). También escribió en este período otro poema épico, Imram, relato del viaje del famoso eclesiástico irlandés San Brendan hacia tierras del oeste de Europa. Según Paul Kocher, este poema posee muchos elementos comunes con el viaje final a las Tierras Inmortales con que termina El Señor de los Anillos. Los amigos de Tolkien tardaron muchos meses en convencerlo de que buscara un editor otra vez. Parece que Gervase Mathew actuó como su agente. Le presentó a Milton Waldman, de la editorial William Collins and Sons, de Londres. A Waldman le interesó la publicación de El Señor de los Anillos, pero le parecía demasiado largo y solicitó que se lo redujera a la mitad. En otra editorial le dijeron, directamente, que el libro era invendible. Mathew le trasmitió la opinión de Collins a Tolkien y éste estuvo pensando seriamente en aplicar cirugía mayor a su manuscrito. No está claro por qué llegó a considerar un compromiso de esa magnitud, pero la explicación más probable es que ya había cumplido los sesenta años y se aproximaba la edad de su jubilación como profesor de Oxford. Acababa de cambiarse de casa otra vez, a una alquilada en Holywell Street (junto al New

College), y deseaba vivir en casa propia y sin apremios financieros. Es muy posible que lo alarmara la perspectiva de depender de la pensión de profesor y que llegara a la conclusión de que, si quería vivir cómodamente, debía conseguirse un ingreso extra. Raynor Unwin se puso en contacto con él cuando estaba pensando en ello y a punto de efectuar los cambios sugeridos. El joven editor acababa de saber que el manuscrito de El Señor de los Anillos había estado en su editorial un tiempo antes y que lo habían devuelto y rechazado sin que él lo conociera. Deseaba tener la oportunidad de leer el libro entero y le solicitó a Tolkien, que se mostró muy reticente, que se lo facilitara. Quizás sólo es una coincidencia que John Ronald Reuel Tolkien tuviera cincuenta y siete años cuando terminó de escribir El Señor de los Anillos en 1949. Esa era la edad del héroe de un delicioso cuento de hadas que escribió Tolkien, titulado Smith of Wootten Major cuando ya no podía ingresar al mundo de las hadas. Puede ser mera coincidencia el que Tolkien casi tuviera la edad de Bilbo cuando El Hobbit se publicó por primera vez. Pero si Tolkien se identificaba con sus creaciones -y hay indicios que lo demuestran-, entonces la terminación de El Señor de los Anillos representa una especie de hito en su vida. Quizás sentía la pérdida de la inocencia; pero es más probable que advirtiera que la inocencia es transitoria aunque más y más deseable, e infinitamente rara, en el mundo moderno. Como Thomas Wolfe, Tolkien pudo haber sentido que el mundo que conocía lo había sobrepasado, aunque sus lealtades permanecieran con él. Quería que existiera el mundo de las hadas -como ocurría efectivamente en su imaginación-, porque era notoriamente superior, o así le parecía, al nuestro y sus guerras, hambres y violaciones del medio ambiente. Pero nunca se dejó engañar: los dos mundos eran universos aparte. Quizás manifestaba sus lealtades mientras escribía El Señor de los Anillos, pero Smith of Wooten Major expresa las tristes realidades. Tolkien no había envejecido; el mundo había envejecido a su alrededor.

El Autor 1953-1965 Después de leer, por primera vez completo, el manuscrito de El Señor de los Anillos, Raynor Unwin no dudó de que se trataba de una obra absolutamente genial. Tampoco dudó de que Allen & Unwin publicaría el libro ni de que la editorial perdería por lo menos mil libras cuando lo publicara. Como señala detalladamente William Cater en la revista del Sunday Times, "lo que es notable en El Señor de los Anillos, fundamento de la fama de Tolkien, es que tiene todas las características de un posible desastre editorial. Es un libro para el mercado adulto, con precio de libro para adultos, que continúa el relato de El Hobbit, libro para niños; tiene tres volúmenes, es más largo que La Guerra y la Paz; contiene partes en verso, cinco eruditos apéndices (no en la edición original, sin embargo) y ejemplos1 de lenguas imaginarias en alfabetos imaginarios; tiene, apenas, algún 'interés romántico'. Se ocupa del bien y el mal, del honor, la resistencia y el heroísmo, todo en una época imaginaria de nuestro mundo; su autor, para colmo, lo describe como 'un ensayo, básicamente, de estética lingüística'". Raynor Unwin carecía de autoridad para comprometer a la empresa en lo que parecía una pérdida financiera inevitable; la única persona que podía tomar una decisión así era su padre, Sir Stanley Unwin, pero estaba en viaje de negocios en Japón y el lejano Oriente. Raynor Unwin envió un telegrama a su padre pidiendo su autorización para publicar el libro. Afirmaba que se trataba de una obra genial, pero que probablemente le costaría unas mil libras de pérdida a la editorial. Sir Stanley le respondió a su hijo: "Si crees que es una obra genial, entonces puedes perder mil libras". Muchas editoriales mantienen, en cierta medida, una política de patrocinio de libros muy bien escritos o importantes que darán prestigio a su sello, aunque no ganancias necesariamente. La mayor parte de la poesía que se publica en los Estados Unidos ni siquiera paga su costo, y por supuesto no da utilidades; pero se la continúa publicando, porque, en cierto modo, está "subsidiada" por los best-sellers y otras obras de menor talento que sin embargo producen dinero. Muchas empresas editoriales cuentan con una partida destinada a libros que publican estrictamente por razones de su mérito y no porque tengan posibilidades de producir utilidades. Para Allen & Unwin, el libro de Tolkien cabía en esa categoría. Dentro de los estándares estadounidenses, la pérdida de mil libras (dos mil ochocientos dólares de la época) parece sin importancia, aun a principios de los años cincuenta. Después de todo, las grandes editoriales publican un promedio de más de un libro por día y cuentan con presupuestos de decenas y centenares de millones de dólares. Pero la mayoría de las editoriales inglesas carece de la circulación masiva o de las ventajosas combinaciones financieras de las norteamericanas. En 1953, sus presupuestos se medían en miles de libras y no en millones de dólares. Esta diferencia significaba que un "subsidio" de mil libras era, en proporción, una gran suma, y por lo tanto un gran compromiso; a cambio, Allen & Unwin esperaba conseguir buena crítica, respeto, quizás un premio literario, un mejor catálogo y otros beneficios menos tangibles. Sir Stanley no sólo jugaba a mecenas por puro altruismo; esperaba, y solía obtener, algo a cambio de su dinero. Una vez tomada la decisión, Raynor Unwin empezó a usar de sus habilidades de editor para minimizar las pérdidas proyectadas. No se podía editar ni abreviar el texto. (Parece que, en efecto, Allen & Unwin hizo muy poco para cambiar la versión de Tolkien, quizás en el supuesto de que no se debe jugar con la gran literatura, pero más probablemente porque la tarea habría requerido de un editor capaz de vérselas con filologías y mitologías.) La extensión del libro obligaba a una inversión sustancial en papel, tinta, impresión y encuadernación. Raynor Unwin quería disminuir el riesgo de que un solo gran volumen ni siquiera vendiera, a precio bajo, una primera edición. Decidió dividir la obra en tres volúmenes más pequeños: La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey. (Raynor Unwin seleccionó los títulos.) Por otra parte, las fechas de publicación de los tres libros serían en tres años sucesivos y así no se

produciría una gran pérdida de una sola vez. Finalmente, y en el supuesto, generalmente válido, de que cada volumen sucesivo tendría una venta menor, Raynor Unwin proyectó un tiraje progresivamente menor para cada volumen. La Comunidad del Anillo se haría a tres mil quinientos ejemplares, en 1954; Las Dos Torres tiraría 3.250 en 1955 y El Retorno del Rey, tres mil en 1956. Para disminuir aún más el riesgo de la inversión, Unwin insistió en volver a utilizar un tipo de contrato que se utilizaba cien años antes y en el cual el escritor y el editor se dividían las ganancias después que se recuperara la inversión inicial. Si el libro ganaba poco, Tolkien recibiría muy poco, pero si resultaba un best-seller (y así fue), Tolkien podía obtener una fortuna. El prudente planteo de Raynor Unwin le costó a su empresa cientos de miles de dólares y Tolkien ganó mucho más dinero que si hubiera aceptado un contrato normal. Las ediciones de más de tres mil ejemplares son un promedio en Inglaterra, no son ediciones pequeñas. El tiraje inicial iba a ser alto en relación a la modesta venta proyectada, porque el editor norteamericano de Tolkien, Houghton Mifflin había decidido publicar la trilogía en los Estados Unidos, pero no quería invertir dinero en impresión. Ambos editores hicieron entonces algo que era común (y sigue siéndolo) a ambos lados del Atlántico: Houghton Mifflin importaría los pliegos impresos del libro y los encuadernaría en Estados Unidos con su propio sello. Esto le ahorraba el costo del diseño, la composición y la impresión. Hacía así un buen negocio; pero les costaría muy caro a todos una década más tarde. Tolkien se opuso, al principio, a publicar El Señor de los Anillos en tres partes. Argumentó que era una obra única que debía publicarse como tal. Pero Allen & Unwin recordó a Tolkien las dificultades de la industria editorial, el dinero que iban a arriesgar, que debían tener alguna forma de control sobre la forma que tendría el libro. Tolkien aceptó la decisión. (Lo más parecido a una queja que alguna vez manifestó al respecto ocurrió en una entrevista con un estadounidense: "Pero por supuesto que no es una trilogía; eso fue sólo un truco del editor".) Así que se publicó finalmente el libro, y Allen & Unwin le solicitó, incluso, que le preparara un apéndice y un índice. La preparación de El Señor de los Anillos para su publicación no fue una tarea fácil: la composición, por ejemplo, requería de nuevos tipos para los acentos, para la escritura élfica y para otros símbolos. Era sumamente fácil cometer errores, pues había gran número de nombres propios y de referencias; los mecanógrafos y los correctores debían ser especialmente cuidadosos. Y vino el problema de la cubierta: A Allen & Unwin no le parecía adecuado escribir un elogio que exaltara lo artístico de la obra o lo brillante de su escritura; tampoco le parecía aconsejable escribir una biografía laudatoria del autor. Por otra parte, parecía imposible hacer un resumen breve del relato. Allen & Unwin, finalmente, encargó a tres figuras prominentes de la literatura, C.S. Lewis, Richard Hughes y Naomi Mitchison, que escribieran cada uno una introducción a la obra; un resumen aparecería en cada uno de los volúmenes.(1) Este procedimiento, poco usual, parecía excelente para presentar El Señor de los Anillos al sector más culto del público lector y para asegurarse una reseña en los principales periódicos ingleses. Insinuaba, además, con cierta autoridad, que la obra no era sólo un relato fantástico, sino una obra madura, de gran imaginación y brillante escritura. Allen & Unwin publicó el primer volumen, La Comunidad del Anillo, en 1954, con bastante promoción. Pero hubo pocas noticias en la prensa. La mayoría de los críticos parecía estar esperando que se completara la publicación de la obra antes de comprometerse con opiniones. Pero hubo algunas reseñas. Lewis publicó en Time and Tide: "Aquí hay belleza que penetra como espadas y quema como hierro frío; este es un libro que le romperá el corazón... bueno más allá de todo lo esperable". El Guardian declaró que Tolkien era "narrador de nacimiento" y el New Statesman & Nation (ahora New Statesman) declaraba: "Es un relato magníficamente contado, con todo tipo de colorido, movimiento y grandeza". La Comunidad del Anillo se vendió bien, pero no de modo entusiasmante en un principio. Allen & Unwin, y también Houghton Mifflin, se daban por satisfechos si la edición seguía vendiéndose así, un poco más de lo esperado; la edición iba a venderse completa, probablemente. Pero algunos académicos de Inglaterra y

Estados Unidos la habían descubierto y comunicaban su entusiasmo a sus colegas. Un ejemplo de este entusiasmo subterráneo sobre el libro se manifiesta en el elogio de Tolkien que publicó, cuatro días después de su muerte, el Oxford Mail. Fue escrito por un profesor de Oxford que era estudiante investigador cuando se publicó por primera vez La Comunidad del Anillo. "Hacia el término de mis últimas vacaciones largas de estudiante postgraduado en Oxford", escribe el Dr. John Grassi, "se publicó otro libro sobre otra tierra imaginaria; escrito por otro académico de Oxford. Fue una feliz coincidencia que comprara el libro prácticamente el mismo día de su publicación. El descubrimiento de ese libro y del mundo al que permitía ingresar resultó una experiencia tan gozosa como el descubrimiento de Alice. El libro, por supuesto, era La Comunidad del Anillo, el primer volumen de la trilogía que ha' convertido el nombre de J.R.R. Tolkien en algo tan identificable como el de Lewis Carroll. "Leí ese primer volumen tres veces antes de la publicación, algunos meses después, del segundo de la trilogía. Y tuve suerte: conseguía tener el libro en mi poder por poco tiempo. Pasaba de mano en mano entre los demás estudiantes de postgrado. Durante todo ese año pasamos conversando sobre la Tierra Media; tanto como hablábamos de las tessis que escribíamos o de las oportunidades de trabajo que tendríamos. "Porque había un precio que pagar por el privilegio de ser de la primera generación de tolkenianos. Los millones que se han unido a nuestras filas apenas lo pueden apreciar. Ese precio fue el intolerable suspenso en que vivimos el lapso anterior a la publicación de los volúmenes segundo y tercero: no sabíamos en qué terminaría todo. "Nunca lo conocí", concluye el Dr. Grassi, "pero tampoco conocí a Lewis Carroll". En los campus universitarios de Inglaterra y Estados Unidos se producían experiencias semejantes, sobre todo entre estudiantes de postgrado y profesores, más capacitados para apreciar y reconocer el saber académico volcado en el libro. Las librerías que tuvieron la fortuna de encargar más ejemplares de la obra, advirtieron que de todos modos desaparecía de las estanterías; muy pronto la lista de pedidos pendientes de envío empezó a crecer peligrosamente. Allen & Unwin y Houghton Mifflin vendieron la primera edición muchos meses antes de lo que habían estimado. Pero la primera noción sobre que El Señor de los Anillos podía producir utilidades se formó cuando la gente empezó a escribir a los editores solicitando que apresuraran la publicación de los demás volúmenes. En la industria editorial muy rara vez ocurre que un libro provoque una respuesta popular de ese tipo; normalmente esas solicitudes son resultado de una cuidadosa campaña de los amigos del autor. Estudiantes, académicos, profesionales, profesores y muchos otros escribían a Allen & Unwin y a Houghton Mifflin manifestando su entusiasmo. Sólo entonces el editor de Tolkien advirtió que el libro poseía un atractivo universal y que no sólo interesaba a académicos. Las cartas se transformaron en un torrente. Sir Stanley Unwin decidió acelerar la publicación de los otros dos volúmenes. En lugar de disminuir el tiraje de Las Dos Torres a 3.250 ejemplares y a tres mil el de El Retorno del Rey, invirtió la pirámide y aumentó el tiraje. Decidió, también, que dos años era un plazo muy largo de espera y publicó Las Dos Torres seis meses después de La Comunidad del Anillo. Las Dos Torres apareció a principios de 1955. Presionaron a Tolkien para que completara los apéndices y el índice lo más pronto posible y así poder incluirlos en El Retorno del Rey. Tolkien, de súbito, ya no disponía de dos años para terminar el trabajo de los apéndices; sólo tenía unos meses por delante. Ese lapso era monumentalmente insuficiente para la tarea de hacer el índice y completar los apéndices; Tolkien aún mantenía todas sus responsabilidades profesionales y trabajaba hasta entonces casi sólo en su libro. Cuando Allen & Unwin publicó el último volumen en el otoño de 1955, debió incluir una nota del editor en que lamentaba que "no ha sido posible incluir en esta edición un apéndice con el índice de nombres que se anuncia en el Prefacio de La Comunidad del Anillo". Una vez que toda la obra se hubo publicado, muchas revistas importantes y muchos periódicos de Inglaterra y Estados Unidos destinaron espacio para su crítica. La mayoría fue entusiastamente favorable. Alababan la originalidad del

Profesor, su imaginativo estilo, la calidad de la narración épica, la delicada descripción de la naturaleza. Un crítico dijo que El Señor de los Anillos era "una delicia de onomatología" (el estudio del origen e historia de los nombres propios) y otro la calificó de "súper ciencia ficción". Otros lo compararon con Mallory y con Ariosto, y un par llegó a decir que era superior a ambos. En Estados Unidos, el Herald Tribune la califica de "obra extraordinaria, eminente". El Herald Traveler de Boston dice que es "uno de los mejores relatos maravillosos nunca escrito, y uno de los mejor escrito". W.H. Auden escribió en el New York Times que Tolkien "consigue utilizar mejor que ningún otro escritor de su género las propiedades tradicionales de la búsqueda, la jornada heroica, el Objeto Numinoso... y satisface, de paso, nuestro sentido de la realidad histórica y social". Auden concluye que Tolkien "ha conseguido el éxito allí mismo donde fracasó Milton". Michael Straight escribió en el New Republic que "la trilogía de Tolkien es fantasía, pero surge sin duda de las experiencias y creencias de Tolkien. Hay escenas de devastación que recuerdan el frente occidental de la primera guerra mundial. La descripción de una tormenta de nieve en un desfiladero proviene de su vivencia de alpinismo en Suiza. Y todo el tiempo la descripción de la vida en Hobbiton y en Bywater manifiesta su amor por Inglaterra y su desagrado por la fealdad de los barrios industriales en que viven los ingleses. Pero Tolkien menosprecia la sátira por frívola y la alegoría por tendenciosa. Su preparación le permite sumergirse en el folclor gales, escandinavo, gales y alemán... Hay muy pocas obras geniales en la reciente literatura. Esta es una". Pero la crítica más larga y más importante de El Señor de los Anillos fue negativa. Edmund Wilson, el voluble crítico literario norteamericano, escribió un artículo titulado "Oo, Those Awful Orcs!" en la edición del 14 de abril de 1956 de The Nation. Allí afirma que El Señor de los Anillos "es esencialmente un libro para niños que, en cierto "sentido, se ha salido de madre... El autor se ha gozado en desarrollar una fantasía por el mero gusto de la fantasía misma". Después de burlarse de Tolkien por su pretenciosa introducción, Wilson continúa así: "la prosa y el verso están al mismo nivel de aficionado... Lo que obtenemos es un simple enfrentamiento -en los términos más o menos tradicionales del melodrama británico-de las fuerzas del Mal y las del Bien, de un extraño y remoto malvado con un regordete héroe doméstico... El Dr. Tolkien tiene muy poca habilidad narrativa y ni el menor instinto literario. Los personajes hablan un lenguaje de texto de historia que debe provenir de Howard Pyle,(2) y no se imponen por sí mismos. Al terminar esta larga narración, sigo sin tener una visión suficiente del hechicero Gandalph (sic), que es personaje central, y nunca lo pude visualizar en el curso del relato. Los personajes, tal como los presenta el Dr. Tolkien, son perfectamente estereotipados: Frodo es el buen inglés común y corriente. Sam, su sirviente, habla como la clase baja y respetuosamente y nunca le falla al amo. Estos personajes, que no son personajes, se enredan en aventuras interminables cuyo poder de invención, me parece a mí, resulta patético... Creo que una imaginación impotente liquida todo el relato. Las guerras nunca son dinámicas; los desastres no inducen la menor tensión; las hermosas damas no conmoverán el corazón de nadie; los horrores no molestan ni a una mosca". Wilson continua en este tono hasta el final del artículo, sin hallar ningún mérito en la obra. Tolkien fue, inesperadamente, muy sensible a las críticas adversas. Le deprimió bastante que ninguna de las publicaciones católicas de cierta importancia de Gran Bretaña le hiciera una reseña favorable (hubo muchas que se negaron a comentar la obra) y que el periódico católico más importante del país, The Tablet, la recibiera con notoria reticencia. (Se tranquilizó cuando dos publicaciones católicas de los Estados Unidos y Nueva Zelandia le hicieron críticas muy positivas.) Cuando un periodista insinuó que El Señor de los Anillos parece estar escrito más para niños que para niñas, Tolkien tomó partido y explicó que el libro era necesariamente masculino por la índole misma del tema.(3) "Estas son guerras y una terrible expedición al Polo Norte, por decirlo así. No es por falta de interés. Ya sé que un comentarista lo ha explicado diciendo que está escrito por un hombre que nunca pasó por la pubertad y nada sabe de las mujeres, que los personajes vuelven felices a casa, como niños que

se han salvado de la guerra. Me parece una opinión algo violenta -viniendo sobre todo de un hombre que no tiene hijos-sobre un hombre que vive rodeado de niños, esposa, hija y nieta. Pero sigue siendo una opinión errónea. No se trata de una historia feliz. Un amigo me dijo que la leyó con suma lentitud, porque es tan dura y amarga". Después de que otra reseña calificara de sencillamente mala a su poesía, Tolkien respondió que "mucha crítica de esos versos manifiesta total incomprensión de que se trata de versos dramáticos; los he concebido como el tipo de cosas que la gente diría en ciertas circunstancias". Cuando Ballantine publicó una edición revisada de El Señor de los Anillos, diez años después del primer comentario de la obra original, Tolkien aprovechó la oportunidad para afirmar en la introducción que "algunos que han leído el libro o que lo han comentado lo han hallado aburrido, absurdo o despreciable; no veo por qué quejarse, porque tengo la misma opinión de sus obras o del tipo de escritura que evidentemente prefieren". Después de ejercer por más de treinta años, Tolkien finalmente empezó a ganar el reconocimiento y las recompensas por sus logros académicos y por su contribución a la filología y literatura inglesas. En 1954 lo nombraron Doctor Honoris Causa en el University College de Dublin y en la Universidad de Lieja. El profesor de filología inglesa de la Universidad de Lieja era Simonne d'Ardenne, que una vez fuera la alumna estrella de Tolkien en Oxford. La profesora D'Ardenne de seguro influyó para que la universidad concediera ese grado honorífico a su antiguo amigo. Aunque Tolkien estaba terminando una larga y distinguida carrera, y aunque sus contribuciones académicas las había efectuado algunos años antes, sólo en los años cincuenta empezó a ser conocido fuera de su propio campo de estudio. En 1953 lo invitaron a dictar la clase magistral William Patón Ker en la Universidad de Glasgow, Escocia. Ker había sido un famoso profesor, medievalista y poeta; había ocupado varias cátedras, también una en Oxford. Después de su muerte, en 1923, la Universidad de Glasgow estableció una conferencia anual en su memoria, que debía dictar algún distinguido académico a una audiencia de estudiosos. A Tolkien se le concedió ese honor en vísperas de la publicación de La Comunidad del Anillo. Por esos días también se le nombró miembro honorario de la Hid Islezka bokmennta-felag, una sociedad de Islandia. Y poco antes de su retiro lo designaron vicepresidente de la Philological Society de Gran Bretaña. Los honores le llegaron tarde, porque Tolkien publicó muy pocos artículos académicos, textos o libros de referencia. Se ha dicho que "Lewis publicó demasiado y Tolkien demasiado poco". El profesor de Oxford, miembro de los Inklings, C.L. Wrenn, le dijo en cierta ocasión al profesor Przemylaw Mroszkowski: "¡Tolkien es un genio! ¡Qué maravillas habría hecho si sólo publicara un poco más!". Pero a Tolkien le resultó muy gratificante que su fama y reconocimiento internacional como académico le llegara antes de su fama de escritor, y no a la inversa. Los Tolkien volvieron a mudarse en 1954, por los mismos días en que se publicaba La Comunidad del Anillo. La nueva casa quedaba en el vecino Headington -un suburbio de baja clase media al este de la ciudad-sobre la carretera de Londres. En los tiempos de Tolkien estudiante, Headington era una aldea, pero, como otros suburbios de Oxford, había crecido mucho para dar cabida a los trabajadores de la Morris. Tolkien se compró una agradable casa en Sandfield Road, no muy lejos de donde vivía C.S. Lewis y en la misma calle donde viviría más tarde W.H. Auden. A Auden, por cierto, no le gustaba la casa de Tolkien. Le dijo a Richard Plotz, presidente de la Tolkien Society of América: "vive en una casa horrible -no tengo como describir lo espantosa que es-con cuadros horribles en las paredes". Irónicamente, el dinero con que Tolkien se compró la casa no vino del anticipo de los derechos de El Señor de los Anillos, sino de la venta del manuscrito original, en cinco mil dólares, a la Marquette University de Milwaukee, Wisconsin. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, su respuesta fue: "necesitaba mucho ese dinero para comprar esta casa".

Todos los hijos de Tolkien habían crecido y vivían por su cuenta. Christopher se había integrado al New College, de Oxford, y era lector de inglés medio en la Escuela de Inglés. Vivía en una casa alquilada, en Holywell Street, cerca de donde sus padres habían vivido. Y cuando John y Edith Tolkien se mudaron a Headington, Christopher y su familia alquilaron la casa de Tolkien en Holywell Street. Michael había dejado Oxford y ya era profesor; más tarde sería director de la Benedictine School de Ampleforth, en Yorkshire. Priscilla Tolkien era profesora en un college técnico de Oxford (desvinculado de la universidad) y además funcionaría del college. Vivía en la parte norte de la ciudad. El mayor, el padre John Tolkien, era el capellán de la Keele University, en Staffordshire y también párroco del distrito. John y Priscilla no se casaron; Christopher y Michael se casaron y tuvieron hijos. Tolkien gozaba con los niños que otra vez tenía en casa. Se divertía jugando con sus nietos (que le llamaban abuelo profesor) cada vez que lo visitaban en Headington. Una vez, uno de su nietos no dejaba de importunarlo en un paseo y Tolkien le advirtió que si no se portaba bien algo negro y terrible vendría desde el cielo. En ese instante, un camionero perdió el control de su vehículo, embistió un cerco del campo y se detuvo estrepitosamente. El niño quedó asombrado y algo asustado de los poderes mágicos de su abuelo; no sabemos cómo continuó la historia, pero es de suponer que el niño mejoró su conducta por un tiempo. El hogar de los Tolkien era un lugar feliz. El abuelo divertía a los niños como lo hiciera con sus propios hijos una generación antes: contándoles cuentos. Era un abuelo convencional, sumamente orgulloso de los hijos de sus hijos, amigo de hacerles regalos con prudencia, bastante indulgente y siempre respetuoso de los niños. Tolkien manifestó una vez: "los niños no son una clase aparte; son, sencillamente seres humanos en una fase distinta de madurez. Cada uno posee una inteligencia que, incluso en su nivel más elemental, es una maravilla; además tienen a todo el mundo por delante". Estaba especialmente orgulloso de su nieto Michael George David Reuel Tolkien, un "ajedrecista endemoniado", que más tarde estudiaría filología inglesa en el Merton College. Los nietos lo visitaban más a menudo que él a ellos; Edith seguía de mala salud y no estaba en condiciones de mantener mucha vida social. En los últimos años se volvieron un tanto distantes, y permanecían en casa durante semanas seguidas. Tolkien deseaba viajar, ahora que tenía dinero, pero la mala salud de su mujer y las exigencias de su cargo en la Escuela de Inglés lo obligaban a quedarse en casa. Por eso no pudo aceptar una invitación, en 1957, para visitar los Estados Unidos: las Universidades de Harvard y de Marquette le querían conferir el título de Doctor Honoris Causa. Tolkien, en respuesta a la segunda invitación, escribió en mayo de 1957, con cierto atraso: "He pagado muy mal la generosidad de Marquette con la descortesía del silencio. Sin entrar en detalles, esto no se ha debido a la falta de deseos (en realidad la perspectiva me encanta y entusiasma), sino al exceso de trabajo, a dificultades domésticas y académicas y a la necesidad de hacerme cargo de una correspondencia ahora muy grande y de un muy pesado trabajo profesional, y todo ello sin ninguna secretaria...". Ese mismo año, meses después, vuelve a señalar que la salud y una agenda de trabajo sobrecargada le siguen abrumando. "No los voy a molestar con quejas, pero junio y julio son meses de verdadero exceso académico, y estoy bastante abrumado. Tampoco he estado muy bien de salud últimamente; la artritis en la mano derecha es un serio inconveniente. Afortunadamente la mano se niega menos a la máquina de escribir que a la pluma; claro que yo prefiero la pluma". Los Inklings continuaban reuniéndose, aunque con menos frecuencia desde que Lewis aceptó la nueva cátedra de Historia Medieval y Renacentista en la Universidad de Cambridge, en 1954, y se integró además al Magdalen College de Cambridge. Lewis siguió viviendo la mayor parte del tiempo en Oxford, incluso después de casarse, en 1957, con Joy Davidman. Dejó la soltería en un acto de caridad cristiana, casándose con una mujer enferma de cáncer terminal, que sólo alcanzó a vivir tres años más. El mismo Lewis no estaba bien de salud y estaba a punto de renunciar a su cátedra de Cambridge cuando murió en 1963. Con su muerte se acabó lo que quedaba de los Inklings, y Tolkien perdió su mejor amigo y el colega más valioso que tenía.

La primera edición de El Señor de los Anillos no sólo se vendió completa, sino que se convirtió en libro para coleccionistas. Allen & Unwin sacó de inmediato otra edición y ha continuado haciéndolo regularmente desde entonces. En el curso de los años han publicado ediciones regulares, ediciones en papel biblia, ediciones populares, ediciones de un volumen, ediciones en caja y ediciones de cuatro volúmenes, incluyendo El Hobbit. Hacia 1957, El Señor de los Anillos había -estabilizado sus ventas y se convirtió en miembro importante del catálogo de Allen & Unwin y de Houghton Mifflin. Muy pronto el libro atrajo la atención de la British Broadcasting Corporation, que ya había dramatizado, por radio, El Hobbit. En septiembre de 1955, la BBC dividió El Señor de los Anillos en diez partes para usarlo en emisiones destinadas a la educación, dentro de la serie "aventuras en inglés". La BBC transmitía el programa a 27.697 escuelas de las islas británicas, con una cobertura de más de cinco millones de niños. Seis años después, una dramatización en trece capítulos de El Señor de los Anillos fue transmitida por la BBC a todo el país; el elenco de actores incluía a Bob Arnold, uno de los más conocidos artistas de radio, que desempeñaba regularmente el papel de Tom Forrest en la larga serie The Archer. (Tolkien manifestó interés en leer él mismo El Señor de los Anillos por radio, sugerencia que la BBC desestimó, manifestando mucha sabiduría.) Tolkien recibió en 1957 el primero de los muchos premios que concedieron a su trilogía; esta vez fue en la convención anual de la World Science Fiction. El Señor de los Anillos fue elegido como la mejor obra de fantasía de 1956 y a Tolkien le entregaron el "Hugo", una estatuilla de plata, el 10 de septiembre de 1957. La señorita Clarence Dame, en el discurso del caso, dijo que "no hay nada comparable en la literatura" y elogió en seguida al profesor que "en lugar de publicar obras académicas" escribe sagas fantásticas. "Pero, por supuesto, creo que este libro es también una obra de gran saber", trató de corregir de inmediato. A Tolkien este premio le producía una satisfacción ambivalente, pues, como dijo en el discurso de aceptación, "nunca he escrito ciencia ficción". Diez años después, cuando el New York Times le preguntó qué había hecho con el cohete de acero inoxidable que formaba parte de la estatuilla del mencionado premio, Tolkien repuso, sin precisar mucho: "está allá arriba, en casa, en alguna parte. Tiene aletas. Muy diferente a como debió ser, según se ha podido verificar". Tolkien se encontró de súbito sometido a un verdadero diluvio de invitaciones para hablar, dar conferencias o asistir a almuerzos, homenajes o reuniones de clubes de todo tipo. Rechazaba la mayoría de las invitaciones y pedidos; se excusaba por la edad y por el trabajo. Durante varios años se negó a ser entrevistado por periodistas y sólo alteró un tanto su actitud cuando El Señor de los Anillos ¡se convirtió en best-seller. Una de las pocas invitaciones que gozó aceptando fue la que recibió para la inauguración de la nueva Biblioteca de Oxfordshire County, el 14 de diciembre de 1956. Los libros siempre fueron importantes en su vida; aprovechó la oportunidad para confirmar su creencia en la creciente importancia de los libros en nuestra sociedad. "Los libros están asediados por muchos enemigos encarnizados", dijo, "pero de ellos viene el aumento de la mente. Para el estómago no es bueno estar sin aumentos por mucho tiempo; mucho peor lo es para la mente". La larga y distinguida carrera académica de Tolkien llegaba a su fin; en 1958 cumplió la edad del retiro obligatorio. El día anterior al de sus sesenta y seis años, el Merton College; anunció que nombraría miembro honorario a Tolkien; y que lo haría no por sus escritos, sino por los servicios al college, a la universidad y a los muchos estudiantes en que influyó tanto. El Exeter College hizo lo mismo poco más tarde. Un año y medio después, el Hall del Merton College estaba completamente lleno a la espera de la última clase magistral de Tolkien. Fue una despedida estrictamente académica, en la cual Tolkien reiteró algunas de las ideas que había expuesto veinte años antes en su famosa conferencia Beowulf: The Monsters and the Critics. Denunció los "viejos errores" y "apostillas insignificantes" de académicos que a veces pierden de vista sus objetivos y que en lugar de concentrarse en la lectura de las viejas sagas y poemas épicos,

hacen "declamaciones melodramáticas en anglosajón". El público saludó sus palabras con atronadores aplausos, climax adecuado para una carrera brillante. Tolkien continuó sus investigaciones en filología y literatura anglosajona en su calidad de profesor emérito. Contribuyó en la Biblia de Jerusalén, una traducción interdisciplinaria e internacional que han exaltado tanto teólogos como estudiosos de diversas disciplinas. En 1962 publicó el texto del Ancrene Wisse, un tratado religioso del siglo doce; parece que colaboró con su ex discípula, la profesora Simonne d'Ardenne de la Universidad de Lieja en la preparación de este texto. Tolkien y D'Ardenne editaron el trabajo para la Early English Text Society de Londres y ese mismo año lo publicó Oxford University Press. Seguía ocupado de estas materias en 1967. Ese año terminó una traducción moderna del texto que él mismo había editado años antes, el Sir Gawain and the Green Knight. Junto con el Sir Gawain iba la traducción de un poema, The Pearl; los dos textos los publicó Oxford University Press. Hacia 1961, el entusiasmo que generó El Señor de los Anillos había pasado claramente desde los académicos al mundo de los adictos a la ciencia ficción. Como las noticias sobre la trilogía y las menciones del profesor Tolkien ya no eran habituales en la prensa, algunos críticos concluyeron, erróneamente, que El Señor de los Anillos era un bluff editorial. El crítico inglés Phillip Toynbee escribió en el Observer de Londres que "hubo un tiempo en que las fantasías de hobbit del profesor Tolkien fueron consideradas con mucha seriedad por distinguidas figuras literarias. El señor Auden se dice que llegó a afirmar que esos libros eran tan buenos como La Guerra y la Paz; Edwin Muir y muchos otros fueron igualmente entusiastas. Tengo la sensación de que hubo un ataque de locura: me parece que esos libros son aburridos, están mal escritos y resultan infantiles y confusos. Creo que finalmente el resultado será tranquilizador: la mayoría de sus ardientes defensores está vendiendo sus acciones del Profesor Tolkien, y en la actualidad esos libros están pasando a un piadoso olvido". Quizás sea difícil comprender hoy día la intensa controversia que provocó en esos años la publicación de El Señor de los Anillos. Según el crítico R.J. Reilly, la trilogía de Tolkien generó, a una escala más modesta, el mismo tipo de discusión que acompañó la aparición de La Tierra baldía de T.S. Eliot y del Ulises de James Joyce. Los críticos literarios no podían ignorar a Tolkien y, por lo tanto, se veían impelidos a atacarlo o a defenderlo. Colín Wilson da un ejemplo de esas lealtades divididas en su ensayo "Tree by Tolkien". "Hace unos años fui a comer con W.H. Auden en su departamento de Nueva York. Era la primera vez que hablaba con él, y Norman Mailer me había advertido que no era una persona fácil. (Muy reservado, muy inglés, pero más inglés que la mayoría de los ingleses.) Me pareció así, en general; muy formal, quizás básicamente tímido. Pero llevábamos comiendo unos diez minutos cuando, de súbito, me preguntó '¿le gusta El Señor de los Anillos?'. Le dije que me parecía una obra maestra. Auden sonrió. 'Me pareció que así le parecería'. Desde ese momento se suavizó bastante y el almuerzo prosiguió en una atmósfera más relajada". "Es verdad, como advierte Peter S. Beagle en la introducción al Tolkien Reader, que los admiradores de Tolkien forman una especie de club. Donald Swann (que escribió la música de The Road Goes Ever On y se hizo amigo de Tolkien) es otro miembro de ese club, lo cual es comprensible en vista de su temperamento romántico e imaginativo. Pero no es tan fácil aceptar que alguien tan "intelectual" como Auden estime tanto a Tolkien, mientras otros, también muy inteligentes, lo encuentran más bien intolerable. (Un amigo, excelente crítico, al saber que pensaba escribir un ensayo sobre Tolkien, me dijo: 'Bien; ya era hora de que alguien haga estallar esa pompa de jabón'. Daba por descontado que sería un ataque). Angus Wilson me dijo en 1956 que creía que El Señor de los Anillos era un "capricho de profesor; aunque, me parece, ha cambiado de opinión desde entonces...". Los libros de Tolkien continuaron vendiéndose muy bien, sin embargo, y sus editores le encargaron que preparara uno de poesía, a partir de El Señor de los Anillos, para publicarlo en 1962. Le fue muy grato hacerlo, pues anunciaba más dinero y lo obligaba a ejercitarse. Ese libro fue The Adventures of Tom Bombadil. Allen & Unwin también le pidió que escribiera más sobre los hobbits y la Tierra Media, pero a Tolkien le interesaba más revisar sus primeras obras y

prepararlas para publicación. Así entonces, después de unos treinta años, Tolkien retomó El Silmarillion, la "precuela" de El Señor de los Anillos. En esta tarea se iba a concentrar hasta el fin de sus días. El error más serio de Allen & Unwin fue subestimar la audiencia de El Señor de los Anillos. La trilogía se convirtió rápidamente en un clásico entre los lectores de literatura fantástica y ciencia ficción, muchos de los cuales no podían pagar los quince dólares o más que costaban los tres tomos en tapa dura. Había un considerable mercado vacante para una edición más barata. Y esto fue así inmediatamente después de la aparición de la edición inicial a mediados de los años cincuenta; pero no se previo ninguna edición en tapa blanca. Este error, tanto de Allen & Unwin como de Houghton Mifflin, dejó un vacío que iba a llenar un editor menos conservador, Ace Books. Todavía se sigue discutiendo sobre la "gran disputa de derechos de autor" que se produjo por la edición norteamericana de El Señor de los Anillos. Según algunas autoridades legales, la edición original de la trilogía no cumplía con los requerimientos de las normas de derechos de autor cuando se la importó a los Estados Unidos; siendo esto así, pasaba a dominio público. Pero los editores inglés y estadounidense de Tolkien niegan este punto y culpan por la controversia a las complicadas y confusas normas norteamericanas sobre derechos de autor. Antes de que los Estados Unidos se incorporaran a la Convención Internacional del Derecho de Autor, había en esas normas varios artículos diseñados para proteger la industria editorial estadounidense. Una se conocía como la "cláusula de fabricación" y estipulaba que un editor no cumplía con los derechos de autor si importaba más de 1.445 ejemplares impresos de un libro. Los que sostienen que el libro es de dominio público informan que Houghton Mifflin importó pequeñas cantidades de la trilogía en un principio, pero que más tarde ordenó más ejemplares hasta que, sin advertirlo, superó en 555 ejemplares la cantidad permitida. Si fue así, esto significa que esa ley "restrictiva y discutible" excluía en ese momento automáticamente, la protección del derecho de autor. Los editores de Tolkien niegan que eso haya sucedido. Donald Wollheim, editor jefe de Ace Books cuando Ace publicó una edición, sin pagar derechos de autor, de El Señor de los Anillos, está convencido de que la obra ya era de dominio público. "Se imaginaron que la obra vendería quinientos o menos ejemplares en este país, así que importaron los pliegos y no se molestaron en inscribir los derechos. Después ya no podían venderlo a ningún editor que hiciera libros de bolsillo o ediciones de tapa blanda, porque no poseían los derechos. Así que si no fuera por un editor como Ace, El Señor de los Anillos no habría salido en una edición popular hasta el día de hoy. "Era muy fácil verificar que la edición original había quedado en el dominio público: carecía de copyright. Así de sencilla es la situación. La ley de derechos de autor es muy distinta en Inglaterra. La ley estadounidense exige que el libro lleve manifiesto e impreso, el copyright en la página siguiente a la página donde va el título de la obra. Así: Copyright (fecha de publicación) by (nombre del propietario de los derechos). Esto no es obligatorio en Inglaterra. Cuando un editor norteamericano importa pliegos impresos desde Inglaterra y los encuaderna en Estados Unidos con su propio sello, o bien les agrega su copyright o bien inscribe un copyright provisorio que le da dieciocho meses de plazo para imprimir en Estados Unidos su propia edición; si no lo hace, pierde los derechos. Pero si un libro se pone en venta sin llevar impreso el copyright, cae inmediatamente en el dominio público según la ley norteamericana de derechos de autor. La edición original de Houghton Mifflin es de dominio público y cualquiera la puede copiar sin violar ley alguna, sin pagar derechos ni pedir permiso a nadie. Cuando publicamos el libro, le pidieron al profesor Tolkien que lo revisara, que hiciera pequeños cambios aquí y allá: esos cambios son los que verdaderamente están cubiertos por un copyright: sólo esas pequeñas alteraciones". Ace Books era y sigue siendo uno de los grandes editores de libros de bolsillo y de ediciones de tapa blanda; es muy conocido entre los lectores de ciencia ficción por su precio barato y sus tapas llamativas. Wollheim supo de la popularidad de El Señor de los Anillos y quiso obtener los derechos para hacer la edición de tapa blanda. Descubrió que los derechos eran dudosos y afirma que

empezó entonces una larga y frustrante negociación con Tolkien por intermedio de Allen & Unwin. Wollheim recuerda que Allen & Unwin no tenía mucho entusiasmo y que Tolkien ni siquiera le contestó.(4) Wollheim comunicó la situación al propietario de Ace, A.A. Wyn, y éste le dijo que siguiera adelante y publicara la trilogía sin más trámite. La edición de Ace Books (sin apéndices), con adecuadas tapas algo sensacionalistas, salió a la calle en mayo de 1965. Allen & Unwin, consciente de la próxima publicación de la edición de Ace, decidió hacer una versión "autorizada", en tapa blanda, por su cuenta. Seleccionó a Ballantine para el efecto y Tolkien accedió a efectuar varios cambios en el relato, agregó información en los apéndices y escribió una nueva introducción. La hizo con cierto entusiasmo, ya que le daba la oportunidad de corregir algunos errores involuntarios que habían advertido algunos lectores perspicaces y él mismo. La edición de Ace salió al mercado casi cinco meses antes que la de Ballantine. En esos meses agotó cincuenta mil ejemplares. Durante un año, en el cual compitió con la de Ballantine, la de Ace alcanzó a vender más de ciento cincuenta mil ejemplares de la trilogía, a pesar de que carecía de índices y de apéndices y de que fue muy criticada y tuvo mala publicidad. Costaba bastante menos que la edición de Ballantine. Raynor Unwin condenó la acción de Ace. La calificó de "piratería moral"; pero no inició acción legal alguna, pues ninguna era posible. Tolkien estaba indignado. Esto dice en la edición de Ballantine: "Espero que los que hayan leído El Señor de los Anillos, y hayan gozado, no me crean presa de la ingratitud: agradar a los lectores fue mi principal objetivo y saber que así ha sido es mi mayor recompensa. A pesar de todos sus defectos, sus omisiones e inclusiones incorrectas, es producto de mucho trabajo. Tal cual un simple hobbit, me parece que es, mientras viva, algo de mi propiedad, con toda justicia y al margen de las leyes de propiedad intelectual. Me parece una grave falta de cortesía, para decir lo menos, que se publique mi libro sin tener la amabilidad de informarme siquiera del proyecto: estos son modales que se podría esperar de Saruman, de su decadencia, y no de los defensores del Oeste. Sea lo que sea, es ésta la única edición en tapa blanda que se ha hecho con mi consentimiento y cooperación. Quienes estén de acuerdo con la cortesía que se debe a los autores vivos, comprarán esta y no otra. Y agradeceré mucho a los generosos lectores que me han escrito que digan a sus amigos y a quienes les pregunten que compren esta edición, la de Ballantine Books. Dedico este volumen a todos ellos, a todos los que han gozado con mi libro, especialmente a los que viven más allá del océano". Pero recapacita un tanto en diciembre de 1965: "Ha habido mucho ruido en la prensa y en la televisión sobre este caso de piratería, pero en suma sólo ha significado buena propaganda para el libro". La decisión de Ace de publicar el libro en edición de tapa blanda fue, quizás, lo mejor que nunca le ocurrió a Tolkien. Según la mujer de Donald Wollheim, "se vendió como un misil" y puso de manifiesto el potencial de lectura que no se había detectado para una edición económica de £/ Señor de los Anillos. A pesar del malestar público y oficial, Tolkien se las arregló para sacar ventaja de todo el problema. Aunque Ace Books no tenía la menor obligación de pagar a Tolkien un penique por las ventas de la edición, A.A. Wyn decidió apartar todo el dinero que habría correspondido a unos derechos de autor normales y establecer un Premio Tolkien para apoyar a los escritores jóvenes de ciencia ficción y de literatura fantástica. Wollheim le escribió a Tolkien sobre su intención de destinar US$ 11.000 para un premio literario que llevaría su nombre. Tolkien respondió que prefería que se los diera a él. Como el acuerdo fue entre Ace y Tolkien, la totalidad de esos dólares fue para el profesor. Lo habitual es que el editor de la edición original y el autor compartan los derechos; había tres editores -Allen & Unwin, Houghton Mifflin y Ballantine-y por lo tanto a Tolkien le habría correspondido sólo una fracción de los derechos de la edición norteamericana. Como en este caso no había otro editor, aparte de Ace, a Tolkien le correspondió el 100%. Es posible, por lo tanto, que Tolkien negara tener conocimiento de la inminente publicación de Ace, y que tampoco deseara molestar a sus propios editores negociando a sus espaldas con Ace. La controversia por. los derechos había creado una mala imagen para Ace, y si bien Wollheim creía poder continuar publicando la trilogía, y seguir desafiando

a Allen & Unwin, Houghton Mifflin y Ballantine, finalmente él y Wyn decidieron ceder a la presión pública y no hacer una nueva edición después de que la que estaba en venta se agotara. Es significativo, sin embargo, que si bien Ace siempre estuvo amenazada de juicio por violación de la ley de derechos de autor, en la práctica nunca se tomó acción alguna contra la editorial que publicó unas ediciones no autorizadas de El Señor de los Anillos. En cuanto concierne al profesor Tolkien, el episodio de Ace había concluido exitosamente. Después que le cancelaron el dinero que le prometieron, Tolkien escribió a Ace agradeciendo y manifestando su satisfacción por el resultado. Irónicamente, la edición original de Ace es hoy un ítem de coleccionistas y vale varias veces más que su valor original. A fines de 1965, El Señor de los Anillos se convirtió en un espectacular best-seller tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Tolkien pasó de relativa oscuridad a fama mundial. Sus obras, que le habían dado sólo un buen pasar modesto, le concedían ahora la riqueza que lo había eludido toda la vida. Pero el precio que debió pagar por el éxito popular fue uno que a duras penas pudo asumir: la pérdida de la privacidad. El status de la fama le privó dé tiempo, de paz interior y de la capacidad de trabajar sin interrupciones en la última obra de su vida, El Silmarillion. El éxito resultó una terrible espada de dos filos para Tolkien.

El Recluso 1966-1973 El Señor de los Anillos estalló en los campus universitarios de Estados Unidos como una tormenta de verano sobre un desierto reseco. Desde los primeros años sesenta -cuando el sueno americano había empezado a convertirse en una pesadilla continua de asesinato presidencial, guerra sucia en el sudeste asiático, discursos del poder negro y contraataques blancos, tumultos urbanos y desórdenes en los campus-muchos jóvenes empezaron a sentirse insatisfechos y alienados en la vida contemporánea. La visión de una posible perfección que había encantado a la generación de postguerra -shopping centers, casas suburbanas, estacionamiento familiar para dos automóviles, televisión en colorya no satisfacía a sus hijos; de hecho, casi todo lo relacionado con la vida cotidiana de clase media molestaba a los jóvenes rebeldes. En un principio los grandes temas sociales de la década atrajeron su lealtad y entusiasmo, empujados por la casi fanática idolización de un joven y dinámico presidente. La Nueva Frontera significó cuerpos de paz derechos civiles, guerra a la pobreza, tratado de prohibición de pruebas nucleares, y un hombre en la luna a fines de la década. Pero después que asesinaron a John F. Kennedy en Dallas vino el desencanto con la guerra, las luchas civiles, la convulsión social, los errores y corrupciones del gobierno, el creciente deterioro del medio ambiente. El desencanto paso a alienación, la alienación produjo polaridades y a un extremo esa polaridad se manifestó con el movimiento hippie el abuso de la droga, la protesta estudiantil. Gran cantidad de norteamericanos jóvenes, educados e inteligentes ya no gozaba con la actualidad, no descansaba con el pasado ni en el pasado, ni esperaba apenas del futuro. "Aquí y ahora" y "haz lo tuyo" son dos expresiones que reflejan el frenesí agónico y hedonista de una cultura confundida. Un cinismo benigno para con las instituciones existentes inspiraba la búsqueda de nuevos dioses: lo oculto, el misticismo, el mundo psicodélico, la filosofía oriental, la ecología y los movimientos de regreso a la tierra. Algunos hallaban respuestas sin raíces y soluciones temporales, sólo para volverse luego a otro gurú, a un movimiento distinto, a una nueva relación. En las culturas antiguas, la mitología ofrecía continuidad entre pasado y presente mediante la creación de puntos de referencia, mediante alguna seguridad de que eran posible los actos de esperanza y de heroísmo. La mitología, en occidente, fue superada, en gran parte, por la religión organizada. La religión ofrecía dioses, héroes y esperanza; lo hizo así durante siglos, hasta que Darwin, Freud y Marx, y el auge de la moderna sociedad industrial, la atacaron en sus cimientos. El nacionalismo, el comunismo, el materialismo y otros sustitutos temporales reemplazaron a la religión. Pero faltaban nuevos mitos, dioses creíbles, raíces aceptables en el pasado. Tolkien escribió El Señor de los Anillos como un intento para modernizar los viejos mitos y volverlos creíbles. Tuvo éxito, aparentemente más allá de sus propias esperanzas, porque su obra está tan bien escrita y su mitología tan bien construida, pero quizá también porque era tan grande la necesidad moderna de una nueva mitología. El Dr. Clyde Kilby, que en 1966 trabajó con Tolkien, se pregunta en el libro Shadows of Imagination "por qué es tan leído en la actualidad El Señor de los Anillos. En tiempos en que parece que el mundo, como nunca ' antes, necesita experiencia auténtica, este relato parece ofrecer una pauta. Un empresario de Oxford me dijo en cierta ocasión que cuando se sentía agotado o molesto leía El Señor de los Anillos para reorganizarse, restaurarse, descansar. Lewis y otros críticos creen que no hay otro libro más importante para la condición humana. W.H. Auden dice que 'levanta el espejo ante la única naturaleza que conocemos, la nuestra'. Estaba releyendo El Señor de los Anillos en los días del funeral de Winston Churchill y me pareció advertir un claro paralelo entre ambos. Por unas horas, los acontecimientos triviales que nos absorben quedaron en suspenso y la gente experimentó en común el significado del liderazgo, de la grandeza, del valor, del tiempo imbuido de eternidad, de los acontecimientos más comunes también. Los hombres, por un momento, volvieron a

ser humanos y sintieron la vida en torno a ellos y en ellos mismos. Su vida en comunidad vivió un poco, e hizo posible la señal de la renovación al caer en la cuenta de un modo que sólo ocurre una o dos veces en la vida". "Hacía por lo menos un siglo que el mundo se desmitologizaba de manera creciente. Pero esa situación parece ajena a la condición natural del hombre. Y surge un escritor como John Ronald Reuel Tolkien y, en tanto hacedor de mitos, nos llena de calidez el alma". Algo semejante piensa William Cater, periodista inglés que conoció bastante bien a Tolkien en sus últimos años. "La nuestra es una época más y más deshumanizada. Tal como en la edad victoriana se necesitó de Mallory y de las leyendas del rey Arturo, me inclino a creer que Tolkien seguirá atrayendo a la gente joven, que queda abrumada al descubrir que hay tanta gente horrorosa en este mundo. Todos ansiamos un mundo más sencillo que el que nos ha tocado... Hay cierta semejanza entre El Señor de los Anillos y el mito del oeste norteamericano: extremos de bien y mal, un mundo donde la justicia es expedita y vivir es más simple". Otra perspectiva sobre el éxito y atractivo fantástico de El Señor de los Anillos se encuentra en el ensayo de Patricia Spacks titulado Tolkien and the Critics: "Una de las razones por las cuales El Señor de los Anillos ha cautivado a gente tan distinta como W.H. Auden y la hija de ocho años de Edmund Wilson es que crea un detallado, atrayente y auténtico universo imaginario que parece una alternativa válida para nuestro propio caótico mundo. No es la tierra de nunca jamás de la ciencia ficción ni de James Bond, sino un territorio donde se toman con seriedad los problemas morales y en el cual es posible -nada fácil, pero sí posible-adoptar las decisiones correctas. Tolkien detalla tanto su mundo que verdaderamente provoca la suspensión de la incredulidad; sus partidarios más fanáticos intentan prolongar esa situación más allá del libro". Con palabras más sencillas, Judith Christ explica por qué sus propios hijos se convirtieron en fervientes admiradores de Tolkien. "Todo eso está lejísimo de las imágenes de violencia, tórridas, de rock, inspiradas en drogas, que tantos buscan", escribe en febrero de 1967, en la revista Ladies Home Journal, "y no es, si se lo piensa, nada sorprendente. ¿Acaso nosotros mismos -en medio de tanta música estrepitosa, tanta computadora y tanta confusión como hay-no nos retiramos, no buscamos respiro en mundos románticos y no otra cosa es la historia de los hobbits? Es verdad que algo de eso tuvimos, en nuestros viejos días postcuentos de nadas, gracias a la Eneida y la Odisea y los Idilios del Rey y las novelas de Scott, pero nada de eso es ahora muy leíble, ni está de moda ni se pide que se lea. Tolkien explica que ha tratado de modernizar los mitos y hacerlos creíbles y también leíbles para una generación acostumbrada a la palabra fácil. "Pero aún más importante: ningún joven va a creer en un hermoso caballero montado en un blanco corcel de guerra cuya fuerza equivale a la de diez hombres porque tiene un corazón puro. Sabe ya mucho de historia o de sociología para poder hallar algún encanto en la caballería de trasfondo feudal o para soñar con dioses griegos o con héroes que caminaban por esta tierra. Pero denles hobbits y se sumergirán en un mundo de nunca jamás que satisface su mentalidad del siglo veinte, porque ese mundo está construido meticulosamente, desde el alfabeto y la topografía hasta la canción folclórica, la estructura política y los hábitos de fumar". Pero quizás la intuición más reveladora sobre El Señor de los Anillos y sobre su popularidad provenga de Michael, el hijo de Tolkien, a quien su padre escribió una vez que "era una de las pocas personas que realmente conocía sobre qué trata El Señor de los Anillos". "Para mí por lo menos", escribe Michael Tolkien, "no hay nada de misterioso tras la amplitud y alcance de la obra de mi padre. Su genio ha respondido con sencillez al llamado de personas de cualquier edad y temperamento que están cansadas de la fealdad, la velocidad, los valores difuminados, las flacas filosofías, que se les ha entregado como temibles sustitutos de la belleza, el sentido del misterio, el entusiasmo, la aventura, el heroísmo y la alegría sin todo lo cual el alma misma del hombre se empieza a agotar y muere". Por estas y por cualquiera otra razón que convierte a un libro en bestseller, la edición popular de El Señor de los Anillos estaba en camino de

transformarse en una de las obras de ficción más populares de la historia de Estados Unidos casi al mismo tiempo que salió a la venta. A fines de 1968, los editores de Tolkien estimaban que más de cincuenta millones de personas había leído el libro, no sólo en Estados Unidos e Inglaterra, sino en todos los países donde ya se había traducido. Fundaban esa apreciación en las más de cinco millones de trilogías vendidas en el mundo y en la seguridad de que la obra, además, pasaba en préstamo de mano en mano varias veces. En la librería de Harvard, Cambridge, Massachussets, había tal demanda de la trilogía que debían mantener pilas de la obra junto a la caja y no sólo en la sección correspondiente; la librería de Yale apenas podía mantener un stock suficiente para abastecer la demanda constante. Las dos librerías informaban de ventas sin precedentes, que superaban las de autores tan populares como Kurt Vonnegut, William Golding, John Knowles e incluso las de J.D. Salinger. La venta en la mayoría de los colleges y campus era de tal importancia que Ian Ballantine, presidente de Ballantine Books, declaró que "de algún modo los muchachos de los colleges se deben estar pasando el dato de que esta es la cosa". Incluso El Hobbit, que siempre se vendió bien como libro para niños, se abrió paso a la sección de adultos y vendió más de un millón de ejemplares en los primeros dieciocho meses de salida de la edición en tapa blanda de Ballantine. Como no decayera el entusiasmo en el campus, el gerente de la librería del campus de Berkeley, Fred Cody, llegó a decir que "esto, más que una moda de los campus, es un verdadero sueño de drogado". Evidentemente, El Señor de los Anillos era mucho más que un mero caso de best-seller. Producía una respuesta insólita allí donde se lo leía. Graffitti como "apoye al hobbit de su barrio", "Gandalf a presidente", "¡Frodo vive!" y "leer a Tolkien puede formar a un hobbit", aparecían en todas partes, desde el subterráneo de Nueva York hasta en insignias y banderolas en Shiprock, Nuevo México. Los jóvenes se saludaban entre sí con el modo hobbit: "que no se te caiga el pelo de los pies" y algunas palabras del vocabulario propio de las obras de Tolkien, como "mathom" (objeto que se guarda, pero no se usa) ingresaron al vocabulario cotidiano de medio mundo. En la primera parte de este siglo, un doctor en medicina inglés llamado Arthur Conan Doyle se convirtió en uno de los escritores más populares del mundo de habla inglesa con la invención del famoso detective Sherlock Holmes. La cantidad de fanáticos de Holmes fue una legión con el tiempo. Cada vez que se reunía gente con aficiones literarias, la conversación inevitablemente recaía en el gran maestro que vivía en el 221-b de Baker Street. La forma más habitual de esas entusiastas conversaciones era la suposición de que Sherlock Holmes era una persona de carne y hueso y que Doyle había conseguido los datos en los míticos papeles privados del doctor Watson. La conversación se volvía a veces académica y los encuentros informales se transformaban en verdaderos clubes y sociedades; miles de distinguidos abogados, médicos, empresarios y otros profesionales se convirtieron en miembros de los "Irregulares de Baker Street" de Holmes. Hasta el día de hoy hay cientos de clubes de Irregulares de Baker Street en todo el mundo, y se reúnen periódicamente para discutir, honrar e incluso "ayudar" a Sherlock Holmes. El fenómeno literario que generó Sir Arthur Conan Doyle tiene paralelo en lo que sucedió con la publicación de El Señor de los Anillos. En un principio, pequeños grupos de amigos y compañeros de estudio se empezaron a reunir para hablar de Tolkien. Estas reuniones literarias no son raras entre los fanáticos lectores de ciencia ficción y literatura fantástica, aunque tienden a centrar sus discusiones en tipos de ciencia ficción (como "espadas y hechiceros" o viajes en el tiempo) y no en autores específicos. Tolkien fue una excepción, al parecer. En febrero de 1965 se creó la primera Tolkien Society. Se la formó mediante un recurso extraño: graffitti en el subterráneo. Un estudiante de quince años, brillante, llamado Richard Plotz, solía asistir a clases de ciencias los sábados por la mañana en Columbia. Una mañana vio "algo escrito en élfico en un poster de la estación. Tenía que ser élfico, pero no me lo creí. ¿Quién sabía escribir en élfico? La próxima semana ya no estaba, pero alguien había escrito 'Bilbo

Baggins debe ser falso' en otro poster". El diálogo entre desconocidos adictos a Tolkien continuó unas semanas hasta que Plotz, impulsivamente, escribió "el club Tolkien se reúne bajo la estatua del Alma Mater (en el campus de Columbia) a la catorce horas del cinco de febrero". Una semana después, seis estudiantes, desafiando la gélida temperatura, se conocieron por primera vez y se reunieron durante una hora bajo la estatua. Los escritos del subterráneo, por cierto, continuaron: ninguno de ellos los estaba haciendo. "Me di cuenta de que Tolkien era una fuerza que había que reconocer, así que puse un aviso en el New Republic, que decía discuta asuntos de hobbits y aprenda élfico', firmé 'Frodo' y puse mi dirección. La primera respuesta fue de un hombre de Norman, Oklahoma, que estaba haciendo su tesis en los nombres propios de los libros de Tolkien; recibí cerca de setenta cartas". Plotz empezó a organizar el Tolkien Club, que más tarde se convertiría en la Tolkien Society of América. El grupo se reunía mensualmente en casa de alguno de sus miembros (al principio en Nueva York, donde vivía la mayoría, y después en varios lugares distintos del país) para hablar de genealogías de la Tierra Media, asuntos hobbit, elementos religiosos de el Anillo y otros temas. Algunos miembros han intentado hablar en élfico o en otras lenguas de la Tierra Media; siempre se ha utilizado comida hobbit, como setas, champiñones y sidra, y todo el mundo fuma pipa. "Comemos comida hobbit", dice Plotz, "pero las reuniones son básicamente como cualquier encuentro. Nuestros miembros son médicos, profesores, abogados, oficiales de las fuerzas armadas, amas de casa y empresarios; también hay estudiantes. Hasta hace muy poco, siempre nos juntábamos en mi casa. Nos sentábamos en el suelo y hablábamos de la teogonía y de la geografía de la Tierra Media y de cosas así. Por supuesto, de vez en cuando alguien carga sobre otros con una espada imaginaria, gritando 'Elbereth Githoniel', que es el nombre de una antigua princesa y algo que engendra mucho poder". Cada miembro adopta un nombre de la Tierra Media,(1) como Gandalf, Druin, Scatha, o incluso Wormtongue (lengua de gusano), y así se lo llama en las reuniones. Además de divertirse y de educarse mutuamente con la mitología de Tolkien, muchos intercambian objetos, como primeras ediciones de El Señor de los Anillos, pergaminos escritos a mano en élfico, "mathoms" de la Tierra Media e incluso estandartes bordados en los que se lee, en élfico, 'un anillo para gobernarlos a todos'". Algunas veces han convencido a un crítico famoso o incluso a un amigo personal de Tolkien para que le hable al grupo. W.H. Auden asistió a una de las reuniones en el departamento de Plotz. Plotz le pidió a Tolkien que se uniera al grupo. Este, aunque halagado, vaciló un tiempo, pues no quería asociarse a un grupo que deseaba sobre todo elogiarlo. Más tarde cedió e incluso permitió que Plotz lo entrevistara en Inglaterra para una revista norteamericana. Después que la edición Ballantine llevó la popularidad de Tolkien a niveles mundiales, la Tolkien Society of América aumentó hasta más de dos mil socios en todos los estados del país. Ballantine, por supuesto, la alentó y estimuló, pues le atraía buena publicidad y aumentaba las ventas. Pero no es verdad que la sociedad se haya creado a instancias de Ballantine, como un recurso publicitario, según han insinuado Donald Wollheim y Ace Books. Es muy probable que Ballantine efectivamente haya entregado a la sociedad algún apoyo económico, como servicios postales y papelería, para colaborar en las solicitudes de más miembros. Una vez asentada la amplia popularidad de El Señor de los Anillos, aparecieron en Estados Unidos e Inglaterra multitud de celebraciones derivadas de la Tierra Media. Por ejemplo, en California se reunieron ciento cincuenta admiradores de Tolkien en un parque para celebrar el cumpleaños de Bilbo bajo los auspicios de Diana Paxton, estudiante graduada de Berkeley, que organizó la "Sociedad de Comidas y Marchas de Ciencia Ficción y Fantasía de Elfos, Gnomos y Hombrecillos". Todos debían asistir disfrazados de personajes de Tolkien y honrar a Bilbo con juegos, canciones élficas, combates, pasteles hobbit y sidra. El primer paseo tuvo tanto éxito que los participantes decidieron realizar otro festival en primavera, para celebrar la destrucción del anillo. También se realizó con la gente disfrazada, e incluyó una competencia de setas y una ceremonia formal en la cual se incineró un anillo. En 1967, un profesor llamado Glen Goodknight decidió que el cumpleaños de Bilbo y la destrucción del anillo

no sólo serían eventos anuales, sino que había que organizar una sociedad para la discusión de las obras de Tolkien, C.S. Lewis y Charles Williams. La llamó Mythopoeic Society.(2) Inicialmente fueron quince miembros, pero en la actualidad consta de más de mil doscientos, residentes en distintos estados del país. Además de los paseos, la Mythopoeic Society patrocina una convención anual en el Scripps College, llamada "Mythcon", que empieza con una ceremonia en que todos desfilan ataviados de personajes de Tolkien en el campus, e incluye películas, una exhibición de arte, una subasta, y la presentación del premio anual al mejor trabajo académico sobre uno de los "cristianos de Oxford". En 1972, cuando el presidente de la Tolkien Society of América, Ed Meskys, empezó a perder la vista, se reunió con Glen Goodknight, de la Mythopoeic Society, y le sugirió que las dos organizaciones se fusionaran. Aunque en el país hay varias agrupaciones pequeñas, la Mythopoeic Society es hoy la única organización nacional dedicada al estudio, goce y difusión de las obras de Tolkien. La siguiente sociedad Tolkien de importancia fue la British Tolkien Society. En 1966, Allen & Unwin lanzó finalmente El Señor de los Anillos en un solo volumen de tapa blanda. Vendió catorce mil ejemplares en tres semanas. En Gran Bretaña continúa vendiéndose a razón de cien mil ejemplares por año. Los grupos dedicados al estudio de Tolkien surgieron simultáneamente en diversas universidades inglesas. Pero la British Tolkien Society sólo se estableció formalmente en 1968, cuando un escritor de literatura fantástica, Female Mason, y Druid Pendragon Vera Chapman pusieron un aviso en el New Statesman solicitando afiliarse. "Había una Tolkien Society of América desde hacía unos años, y me uní a ella. Pero siempre creí que debía haber una Tolkien Society en Gran Bretaña, y si nadie la organizaba, debía hacer algo al respecto. Así que puse un aviso en el New Statesman y todo resultó bastante fácil. Tuve muchas respuestas y finalmente nos reunimos en el University College, de Londres; asistieron muchos. La llamamos Hobbit Sock; muchos miembros vienen desde entonces. Hemos perdido algunos desde esa fecha, pero continuamente se adhieren otros y la cantidad sigue aumentando". Vera Chapman -una de las primeras mujeres que obtuvo un título en Oxford en el Lady Margaret Hall en los años veinte fue la primera secretaria de la Sociedad. No fue su presidente; ese título se reservó para el mismo Tolkien. (Después de la muerte de su padre, en 1973, su hijo Michael solicitó que nombraran a su padre presidente honorario a perpetuidad, lo que fue aceptado de inmediato.) Como su contraparte norteamericana, la British Tolkien Society se reúne mensualmente (en un pub de Londres). Patrocina también un "Oxonmoot" anual (llamado así por el Entmot, el consejo formal de los Entes que se efectuaba en Fangorn Forest en El Señor de los Anillos), una semana que sus miembros pasan en Oxford visitando los lugares favoritos de Tolkien. Organiza también un banquete anual. (En una de las cenas recientes, en honor de Priscilla Tolkien, se sirvió a los invitados "Trozos de melón élfico", "Sopa Ithilien", "Pavo de la Comarca con vegetales del jardín de Sam", "Pudding de Yule para el Hombre en la Luna, con salsa de brandy", "trocitos de Lembas" y "cerveza de Gandalf".) Otro fenómeno literario a que dio origen la trilogía de Tolkien fue la "fantacine", una revista o publicación impresa dedicada a comentar, criticar o estudiar a Tolkien. Desde 1965 han aparecido no menos de cincuenta -entre ellas Entmmot, I Palantir, Green Dragón, The Middle Earthworm, The Mallon, The Nazgûl, The Mathom, Mythlore, Mythoprint, The Tolkien Journal, Para Eldalamberon, y Mithril-. Contienen artículos como "Las Pautas Hereditarias de Inmortalidad en los Cruzamientos de Elfos y Humanos", acuciosos análisis de la lengua élfica, intentos de escritura de relatos hobbit, esbozos biográficos de Tolkien, entrevistas con estudiosos de Tolkien, informes sobre conferencias o paseos en torno a Tolkien, poesía original de la Tierra Media, ilustraciones inspiradas en El Señor de los Anillos, artículos que especulan sobre los significados de la trilogía. Algunas de las revistas han sido (y son todavía) muy serias y cuentan con conocidos colaboradores y estudiosos de la literatura; otras se han producido con apenas algo más que el entusiasmo de los aficionados. La mayoría ha tenido una circulación de cien o menos ejemplares y no ha durado más de un

número; por otra parte, hay varias con una circulación superior a los mil ejemplares (una supera habitualmente los dos mil quinientos) y se han publicado regularmente durante muchos años. Nadie sabe con certeza cuantas publicaciones e informes se han hecho hasta hoy sobre Tolkien, pero entre sus más fanáticos adictos existe un comercio habitual con la intención de poseerlas todas. El interés en Tolkien, de parte de académicos y entusiastas aficionados, produjo una cantidad relativamente importante de contribuciones en revistas especializadas, y varios libros. Los encuentros académicos más importantes dedicados a la discusión de la obra de Tolkien fueron los "Mythcons" que efectuó la Mythopoeic Society y, en 1966, la Tolkien Conference en el Mankato State College de Minnesota. De este último resultaron varios libros y antologías dedicadas a la crítica de las obras de Tolkien. Algunos de estos libros, comunicaciones y transcripciones le llegaron a Tolkien. Es notable lo poco que le interesaron; le confundía su popularidad, le ofendían los intentos críticos de analizar su obra. Evitó la tentación de unirse a esos trabajos o de responder a quienes querían aplicar la crítica literaria a El Señor de los Anillos. Dijo, globalmente, de todo ello: "Son un material muy malo, casi todos; o bien son análisis psicológicos o tratan de ir a las fuentes. La mayor parte son intentos vanos". En una entrevista radial, en 1964, Tolkien desestimó la posibilidad de que El Señor de los Anillos se convirtiera en un clásico antes de su muerte; agregó que eso no le parecería bien si sucedía. Tolkien se equivocó, por supuesto; la trilogía se convirtió en clásico y su autor en un león literario reticente. Con la fama vino la popularidad y con ella toda clase de ofertas, pedidos, exigencias y problemas. En 1967 lo asediaban fabricantes de juguetes, fabricantes de jabones, compañías de cine y otras empresas que querían capitalizar con la locura de los hobbits. Rechazó todo; como se negaban a desistir, solicitó a su editor, Allen & Unwin, que lo aislara de tales intrusiones en su vida privada. Por otra parte, la bolsa del correo se llenaba con un promedio superior a las doscientas cartas semanales. Los lectores elogiaban su obra, preguntaban por el significado de ciertos personajes e incidentes, lo criticaban por algún vacío en la narración o debilidades estilísticas; le pedían viejas pipas, cabellos, fragmentos de manuscritos y otros recuerdos personales; le rogaban les concediera una audiencia privada; incluso le pedían que por favor los aceptara como estudiantes o aprendices. Joy Hill, de Allen & Unwin nos da una idea de lo que era el torrente de cartas y solicitudes (se encargaba de abrir las cartas y los paquetes): "llegaban de todos los rincones del mundo. Venían en inglés, francés, español, italiano, alemán y élfico; venían en sobres convencionales y en envolturas psicodélicas, venían en paquetes y con regalos, llegaban tres veces al día y los seis días hábiles de la semana, hacía años que llegaban y siguen llegando todavía; el arroyuelo se torno río y luego verdadera avalancha... Envían preguntas abiertas, muchas sin terminar, algunos sobres indican 'para ser abierto sólo cuando el autor termine su próximo libro'. Hay preguntas como '¿por qué mató a... ? ¿Cuál es la razón de... ? ¿Hay alguna relación entre... ? ¿Qué pasó con... ?' Y éstas son algunas expresiones: 'Le pido, con lágrimas en los ojos, que me acepte como estudiante'; 'por favor, llámeme sin falta el día 21 por la mañana, antes de cualquier otra cosa'; 'usted me vuelve loca'. 'Estoy leyendo su hermosa historia y no he dejado de llorar'; 'su prosa sólo se puede comparar con la de la Biblia del Rey Jaime'; 'tienen que aceptar a la Tierra Media en las Naciones Unidas'". Las cartas provenían de la realeza, de compositores que deseaban poner música a las obras de Tolkien, de octogenarios ciegos, de prisioneros. La hija del presidente Johnson, Lynda Bird, le escribió pidiéndole un autógrafo. Una de las cartas que recibió Tolkien venía de una joven que estaba en un hospital psiquiátrico y le contaba que la lectura de El Señor de los Anillos le provocaba pesadillas. Tolkien le pidió a Joy Hill que investigara el asunto, confirmó que era verdad y le escribió a la joven varias cartas de aliento. Al parecer, esto la ayudó bastante a recuperarse y la dieron de alta. Tolkien se alegraba mucho cada vez que recibía una de sus tarjetas de navidad.

Además de las cartas, había interminables llamadas telefónicas. Sus admiradores solían llamar a Oxford a cualquier hora del día o de la noche para preguntarle algo o hacerle algún pedido. Las llamadas continuaron aun después de que Tolkien cambió de número y dejó de aparecer en la guía de teléfonos. Las llamadas más molestas eran las de plena noche, siempre de adolescentes de Estados Unidos, que creían que en Inglaterra había seis horas menos y no seis horas más. Por otra parte; era inevitable que hubiera un flujo constante de visitas que peregrinaban a Oxford con la intención de ver o de hablar con Tolkien. Según un portavoz de Allen & Unwin, "era terrible. La gente lo asediaba camino de la iglesia, introducía micrófonos por el buzón de la casa, lo llamaba por teléfono en medio de la noche, llegaba con cámaras fotográficas... Convirtieron su vida en un infierno". A Tolkien lo sorprendió y divirtió el "entusiasmo lunático" que hizo de El Señor de los Anillos un libro de verdadero culto; pero la diversión no tardó en pasar a franca molestia apenas advirtió la amenaza continua a su vida privada. Por otra parte, le fascinó descubrir que su mitología se incorporaba más y más a otras mitologías. Por ejemplo, un oficial del cuerpo de infantería de marina tradujo El Señor de los Anillos al vietnamita. El general Loc, comandante del segundo cuerpo de ejército de Vietnam quedó tan impresionado que adoptó el ojo sin pestañas de Sauron como insignia de combate, convencido de que esto aterrorizaría al supersticioso enemigo. También se supo que a Tolkien le agradó mucho saber que uno de los poemas de The adventures of Tom Bombadil, "Errantry", había sido publicado en una escuela y que los alumnos lo rompieron en pedazos, lo volvieron a copiar como pudieron, volvieron a romperlo y repitieron el experimento varias veces hasta que, ya con otra forma, se convirtió en un poema "anónimo". Un gusto parecido le produjo saber del modo como los estudiantes de Estados Unidos aplicaban su mitología. "Muchos jóvenes norteamericanos se han sumergido en esos relatos de un modo muy diferente al que yo habría imaginado. Los usan a veces como un medio contra ciertas abominaciones. Sucedió en un campus -no recuerdo en cuál-que el consejo de la universidad derribó un pequeño grupo de árboles para hacer espacio para la construcción de un 'centro cultural' de bloques de cemento. Los estudiantes se enfurecieron. Escribieron en el nuevo edificio: 'esto es otro poco de Mordor'". En 1967, El Señor de los Anillos se había impreso en nueve lenguas (en 1977 ya superaba la docena) y las ventas totales superaban los diez millones de ejemplares. Esto significó que Tolkien tenía, por primera vez en la vida, más dinero del que podía gastar. Pero la riqueza no alteró el modo de vida de Tolkien: no hubo mansiones, ni limusinas ni servidores, ni anillos ni diamantes ni viajes en yate alrededor del mundo. Parece que entregó la mayor parte del dinero a su familia o a un fondo para que se utilizara después de su muerte. Tolkien hasta entonces se había quejado de los bajos sueldos de los profesores y ahora empezó a quejarse de los altos impuestos que debían pagar los ricos. "No parece que tenga más dinero ahora que cuando era profesor; pago US$ 2,19 por cada US$ 2,40 que gano; estoy situado en el tramo más alto de los impuestos de Inglaterra". El dinero parece haber sido la razón fundamental por la cual Tolkien cambió de opinión y autorizó que se filmara El Señor de los Anillos. En 1964 había dicho en una entrevista que no le gustaría que filmaran la trilogía, pues "no se puede apretujar la narrativa en una forma dramática. Sería más fácil filmar La Odisea: en ella sucede muchos menos, sólo unas cuantas tormentas". (Una adolescente norteamericana le escribió una vez a Tolkien que "no dejara que hicieran una película con El Señor de los Anillos, porque eso sería como poner el Gran Cañón del Colorado dentro de Disneylandia".) Poco después, en 1966, autorizó a la BBC a realizar una adaptación para televisión. No se llegó a producir, sin embargo. Varias empresas cinematográficas se acercaron a Tolkien, por intermedio de Allen & Unwin, cuando la trilogía había alcanzado fama mundial. En ese entonces, Tolkien seguía dudando de la posibilidad de fumar su obra y puso toda clase de condiciones artísticas para la venta de los derechos. Cuenta, orgullosamente, la historia de las negociaciones en una carta a su amigo el profesor Mroczkowski: "No les dejé posibilidades de discutir nada". Las condiciones eran al parecer

demasiado exigentes y el trato no se consumó. Pero en octubre de 1969 Tolkien había cambiado bastante y le vendió los derechos a United Artists en una suma "muy alta". Después de muchos años de estudio y preparación, se terminó una película en dibujos animados de El Señor de los Anillos; esto fue a fines de 1977. El año 1966 fue a un tiempo afortunado y desafortunado para Tolkien. El éxito le trajo riqueza y reconocimiento literario, pero también molestias e interrupciones en el trabajo. La controversia sobre derechos de autor, que se arrastraba desde 1965, aún perturbaba a Tolkien, como también la artritis de su mujer. En una entrevista le preguntaron por el progreso de El Silmarillion, y Tolkien respondió así: "Dios sabe cuándo podré terminarlo. Seis meses es mucho tiempo para perder a mi edad (parece referirse a la discusión sobre los derechos de autor). Por otra parte, me atraso continuamente porque no hemos conseguido alguien que nos ayude en casa y mi mujer sigue enferma". Aunque estaba muy mal y caminaba con suma dificultad, Edith Tolkien pudo asistir a la celebración privada de sus bodas de oro, que se efectuó en la sala de profesores del Merton College el 22 de marzo de 1966; aparte de Tolkien, asistió la familia y gran número de amigos y de colegas de la universidad. Había sido un matrimonio largo, feliz y fructífero; a excepción de ocasionales enojos y diferencias sobre asuntos religiosos, el amor original continuó en el curso de los años. (Edith falleció en 1971 a los ochenta y un años; Tolkien lamentó tanto su muerte que se negó a quitarse el anillo de matrimonio y a considerarse viudo.) En la fiesta de aniversario, un compositor de música popular les regaló un conjunto de canciones sobre poemas de Tolkien. Donald Swann, conocido por sus revistas musicales At the Drop of a Hat y At the Drop of Another Hat, leyó por primera vez El Señor de los Anillos en 1960 y desde entonces no ha dejado de leerlo una vez al año. "Pero cuando salíamos en gira, los libros resultaban muy pesados para llevarlos en el equipaje aéreo. Mi mujer me sugirió que copiara alguno de los poemas". Swann empezó a poner música a algunos poemas de Tolkien durante su estadía, con unos amigos cuáqueros, en una escuela de Ramahla, Jordania, cerca de Jerusalén. Las primeras seis canciones las compuso en un enorme Steinway de concierto -que, según Swann, debía ser el único de Jordania-y el resto en Europa y América. Dice Swann que la "composición está hecha según el estilo propio de los poemas, una especie de mezcla de canción artística, balada y canción folclórica. Los poemas mismos son muy emocionantes y atractivos y tienen contexto fuera de los libros; son buena poesía de estilo gregoriano". La música es para tenor solo con acompañamiento de piano. Esto encantaba a Edith Tolkien, excelente pianista, que podía ejecutarlas sola (quizás con Tolkien intentando cantar).(3) Allen & Unwin preparó el concierto sorpresa de Swann en la fiesta de aniversario. El compositor acompañó al piano al tenor Michael Flanders (que en esos días actuaba en Londres en At the Drop of Another Hat). Tolkien quedó encantado y abrumado. Cuando concluyó el concierto, sólo pudo murmurar, con humildad nada habitual en él, que "las palabras eran indignas de esa música". Según Swann, "la música pareció gustarle al profesor Tolkien, le pareció que exaltaba las palabras". Después de la fiesta de aniversario, Tolkien y Swann se reunieron para ver la posibilidad de publicar un libro de canciones y grabar un disco. Tolkien autorizó de inmediato a Swann para usar la música en recitales públicos. La canción hobbit "I Sit Beside the Fire" se agregó a la versión que se dio en Boston de Ai the Drop of a Hat. Swann reclutó para los conciertos -y después para la grabación discográfica-a un egresado de la Academia Real de Música que se llamaba, lo que resultaba fantásticamente apropiado, William Elven. Tolkien y Swann se hicieron muy amigos en el curso de este trabajo en común. Cada vez que Tolkien no estaba de acuerdo con la versión de Swann de una canción élfica porque no coincidía con la que él tenía en la cabeza, Swann le pedía que se la cantara tal como creía que debía ser. El compositor, después de escucharla varias veces, tomaba la pluma y la anotaba; después le agregaba el acompañamiento, siempre en estilo gregoriano. Una vez terminada la canción, Tolkien enseñaba a Elven el modo correcto de cantar en élfico, procurando especialmente que la pronunciación resultara exacta, sobre todo en el caso de la

"Rs". Después de varias sesiones de ensayo y perfeccionamiento. Swann y Elven dieron la primera función pública en el Lakeland Theatre de Cumberland, Inglaterra, en mayo de 1966. Este y los siguientes conciertos tuvieron un éxito tremendo, e invitaron a Swann y Elven a participar en el festival de Camden, Londres, ese verano. Esto llevó los conciertos a la BBC y a diversos lugares del país. Tolkien y Swann colaboraron en un libro de canciones, y en una grabación discográfica. Allen & Unwin y Houghton Mifflin publicaron en 1967 el libro The Road Goes Ever On: A Song Cycle. Donald Swann relata en la introducción su encuentro con un fanático lector de Tolkien. "Estaba ejecutando las canciones para Dick Plotz, presidente de la Tolkien Society of América, y me dijo 'debe ser difícil poner música a estos poemas cuando ya existe otra'. Me quedé desconcertado por un momento; hubo un instante de silencio. '¿Dónde?', pregunté. 'En la Tierra Media', me contestó". El disco (sello Caedman) se lanzó ese mismo año (aunque la celebración oficial en honor de los colaboradores no se hizo hasta marzo de 1968), y se tituló The Road Goes Ever On. Tolkien contribuyó personalmente: lee en él alguna de sus obras. Aunque había entre ellos una diferencia de más de treinta años, Tolkien y Swann se hicieron amigos más allá de su colaboración profesional. Donald Swann compartía muchos intereses con Tolkien y ambos poseían antecedentes comunes: Swann había sido estudiante de escuela pública y alumno en Oxford, en Christ Church, donde obtuvo un grado en ruso y en griego moderno. Swann y su mujer visitaban, más tarde, continuamente a los Tolkien. Nunca tuvieron una relación íntima, pero sí lo bastante cercana como para que Swann pudiera poner años después sus recuerdos por escrito y entregar a Allen & Unwin un valioso libro donde narra su colaboración con el profesor Tolkien. El 24 de noviembre de 1966, la Royal Society of Literature concedió el más alto honor a Tolkien: la medalla Benson por El Señor de los Anillos (Tolkien era miembro de esa sociedad). La medalla Benson -por A.C. Benson, Director del Magdalen College, que la instituyó-es la recompensa literaria inglesa más prestigiosa, comparable con el premio Pulitzer de Estados Unidos. La han recibido, entre otros, autores de la importancia de Lytton Strachey, George Santayana, Edith Sitwell, E. M. Forster y Harold Nicholson. A los setenta años, Tolkien empezaba a sentir los efectos de la edad y un creciente distanciamiento del mundo moderno. Dijo entonces a alguien que lo entrevistó: "Ya soy un anciano; mis días de trabajo son breves. No puedo trabajar hasta las dos de la madrugada, como solía". En una carta del 2 de febrero de 1967 manifiesta su preocupación por "la mala salud de mi esposa y mi propio cansancio" y se queja de las responsabilidades y compromisos que lo están agotando. 'Tengo demasiadas cosas que hacer". En otra entrevista manifiesta cierto acomodo con el progreso, asunto que siempre aborreció, cuando admite que "Inglaterra es una isla pequeña con mucha población que crece día a día. Hay que construir. O bien se construye en las ciudades y se consigue ciudades más y más feas o bien se destruye el campo". Y se lamenta, con tristeza: "no hay otra opción". "Una persona de mi edad es exactamente el tipo de persona que ha vivido uno de esos períodos de rápido cambio que la historia conoce. El mundo es hoy un lugar totalmente distinto, que cambia a una velocidad que cualquiera que tenga setenta años tiene que resentir. De seguro que nunca ha sucedido tanto en setenta años: El viejo orden cambia entregándose al nuevo y Dios se cumple de muchos modos" .(4)

Después de 1965 Tolkien se vio obligado a proteger su vida privada, esencial para su trabajo creador. Encaró los problemas de la correspondencia y de las entrevistas de una manera que nunca resultó ordenada. Escribía cartas de diez páginas a sus admiradores, explicándoles por qué le era imposible contestarles las cartas. En otros casos dejaba de contestar incluso a los viejos amigos y muchas veces perdía contacto completamente con ellos.(5) La ayuda de secretarias contratadas por medio tiempo tampoco solucionó el problema y la correspondencia

continuó apilándose. Las constantes interrupciones significaban poco tiempo para escribir y muy poco para leer. (Tolkien se quejaba de que nunca tenía el tiempo suficiente para leer todos los cuentos de hadas que quería.) Desesperado, recurrió a su editor, Allen & Unwin, para que le ofreciera algún tipo de asistencia; de otro modo nunca podría terminar El Silmarillion. Como Tolkien era entonces el autor de más éxito de la editorial y el interés financiero en El Silmarillion era enorme, Allen & Unwin accedió a la petición y designó a una joven empleada, Joy Hill, para que actuara como secretaria y asistente personal del profesor. Joy Hill al principio no estuvo muy contenta con el nuevo trabajo. En realidad, su primera reacción, según recuerda, fue algo muy parecido al terror. El tema de Tolkien y de El Señor de los Anillos era habitual, diariamente, en las conversaciones de la oficina; había continuas llamadas telefónicas, cartas, recados, regalos, visitas personales de admiradores. Todo ello convertía a Tolkien a sus ojos en algo más que humano, en una especie de semidiós. La primera misión de la señorita Hill fue llevar a casa de Tolkien la correspondencia acumulada. Temía visitar la casa de Headington no sólo por el aura de grandeza que rodeaba a Tolkien, sino porque era quizás la única persona de toda la editorial que no había leído El Señor de los Anillos. Cuando Tolkien le hizo la inevitable pregunta sobre qué pensaba del libro, la respuesta fue una pausa y luego el silencio. "¿Por qué no?" tronó Tolkien cuando advirtió, finalmente, que no lo había leído. Ella le explicó que desde que había ingresado a la empresa, se había visto abrumada con Tolkien y El Señor de los Anillos y que eso la había desinteresado. Tolkien se rió de la confesión y murmuró "está muy bien". Joy se las arregló para leer toda la trilogía antes de la segunda visita. En febrero de 1968 Tolkien se dejó finalmente convencer de que permitiera que la BBC hiciera un documental sobre su vida. Esto fue toda una concesión, pues se había vuelto prácticamente inaccesible para los medios. (Un periodista de Life recibió un portazo por toda bienvenida y debió consolarse con una entrevista a Harold Wilson, el primer ministro de Gran Bretaña, más accesible, al parecer que Tolkien.) El director fue un talentoso graduado de Oxford, Leslie Megahey, también ávido lector de Tolkien. Megahey explicó, en una entrevista que concedió al Mail de Oxford, lo que esperaba conseguir filmando a Tolkien: "La amplitud del tema era sencillamente enorme. Habría sido estúpido e imposible mostrar la imagen completa del profesor Tolkien y de su trabajo. Por eso decidimos filmarlo en su escenario académico de Oxford, para mostrar, en su propio ambiente, al hombre que hay detrás de esa épica maravillosa, y conversando en su casa sobre su obra, paseando por su viejo college, Merton; todo se completaría intercalando cosas que ilustraran las especiales calidades de su obra, como la luz y la magia de una hoguera. (Parte del documental se filmó en la Dragón School para niños, con Tolkien y los estudiantes contemplando el fuego.) "Esta semana he fumado kilómetros de film, mucho más de lo que podré utilizar. Pero nadie ha filmado antes al profesor Tolkien y me parece importante conseguir lo máximo posible para los archivos. Hay un interés tremendo en él. Desde que empezamos a fumar y a preparar el programa, nos han llegado consultas desde todo el mundo, literalmente". Tolkien no se divirtió nada con la filmación. Le pareció todo artificioso y forzado. "Me filmaron junto a un fuego donde nunca me siento, con un vaso de cerveza al lado, a mí que no bebo (!). Todo es algo falso, como ese show que armaron en la Dragón School, que llaman una hoguera nocturna... Todo estaba terriblemente sucio con barro. Y las llamas de esos fuegos artificiales de magnesio me hicieron doler la garganta. ¿A quién se le ocurre poner parafina a una hoguera? Y dispararon esos fuegos de artificio para las cámaras, no para nosotros". (Los estudiantes, al parecer, no se impresionaron mucho ni con Tolkien ni con sus protestas, y algunos lo encontraron "más viejo y decaído" de lo que creían.) Aunque Megahey y su grupo de cámaras filmó horas de película, el programa de televisión que finalmente apareció en el canal dos de la BBC, llamado "reléase", sólo duró veinte minutos. Según Megahey, la razón de la brevedad del programa fue que la mayoría de lo que decía Tolkien resultaba incomprensible. El editor

de la película sólo consiguió reunir veinte minutos de film utilizable. Este es el único documental que se hizo sobre Tolkien. El programa se repitió el dos de enero de 1972, para celebrar los ochenta años de Tolkien. La vida en Oxford se hizo insoportable para Tolkien en 1968. Las rosas del jardín de la casa de Headington yacían destrozadas por los pies de quienes, además, sin haber sido invitados, llegaban con cámaras y grabadoras; había que mantener cerradas las ventanas y corridas las cortinas; los poco frecuentes viajes debían planearse con precisión militar para que nadie los siguiera ni asediara. Tolkien terminó furioso con todas esas tonterías y decidió que lo único que podía hacer era marcharse de Oxford en dirección desconocida. Con la ayuda de amigos de Devon consiguió un pequeño bungalow en el pueblo costero de Bournemouth. Los Tolkien habían pasado muchos años sus vacaciones anuales en el Hotel Miramar y Edith Tolkien se sentía muy cómoda en ese popular balneario. Vendieron la casa de Sandfield Road y se fueron silenciosamente de la ciudad. Actuaron con sumo sigilo en la nueva residencia. Los vecinos de la calle Lakeside, en Bournemouth, sólo sabían que era "alguien famoso" que quería que lo dejaron solo. Esto parece indicar que los Tolkien usaron un nombre falso en Bournemouth o que, por lo menos, no revelaron el suyo a quienes se lo preguntaron. Allen & Unwin colaboró con esta red de secretos: se negó a dar la dirección para ninguna entrevista y sólo la comunicó a unos pocos elegidos. Su preocupación llegó a estos extremos: cada vez que Joy Hill recogía la correspondencia en la oficina y debía marchar a visitar a los Tolkien, primero iba a su casa, se cambiaba de ropa y luego salía por una puerta secundaria para evitar que la siguieran a la estación del ferrocarril. Los Tolkien vivieron varios años en auto impuesta reclusión. Sólo la interrumpieron con viajes muy poco frecuentes, por negocios o por placer, a Oxford y a Londres. También se fueron varias veces de vacaciones al continente. Sus hijos, nietos, e incluso los bisnietos, los visitaban regularmente en el bungalow, pero parece que el contacto principal que mantenían con el mundo exterior era Joy Hill. "Era como un padre para mí", dijo Joy en cierta ocasión. Una vez le presentó un diseño de portada para que lo aprobara. Tolkien lo encontró horrible, se enfureció e hizo un verdadero discurso para manifestar su desagrado. Joy Hill, muy nerviosa por la violenta crítica de Tolkien, iba a decir algo, pero la señora Tolkien le indicó disimuladamente que no fuera a contradecir al profesor en esos momentos. Joy prefirió ignorar el consejo y se defendió vigorosamente; le dijo que ella no había hecho el diseño y que por lo tanto no tenía derecho a enojarse así con ella. Hubo un silencio algo prolongado; pero en lugar de la explosión que esperaba Joy, Tolkien se disculpó, se mostró encantador y trató de neutralizar el efecto de su mal genio. Poco antes de dejar la casa de Oxford, Tolkien se había caído y se quebró la cadera. Lo hospitalizaron en seguida y lo enyesaron desde la cintura hasta la pierna. Tolkien pidió ayuda a Allen & Unwin y le enviaron a Joy Hill para que lo cuidara a él y a su mujer. Terminada la mudanza, el bungalow quedó en completo desorden, la biblioteca desorganizada, y Tolkien y su mujer seguían enfermos. Joy Hill se hizo cargo, desempacó los libros, colgó los cuadros y los tapices y ordenó los regalos de los lectores, seleccionó libros para Tolkien, se ocupó del trabajo cotidiano. Tolkien se recuperó, pero desde entonces solía usar bastón. Tolkien hizo todo lo posible por continuar escribiendo, pero parece que logró muy poco en la preparación de El Silmarillion. La última vez que alguien leyó el manuscrito fue, al parecer, en 1967, cuando Christopher Tolkien lo vio; y le faltaba mucho todavía. El Dr. Clyde Kilby, del Wheaton College, había ayudado a Tolkien varios meses durante el año anterior y conocía los problemas del profesor. Hal Lynch, de la Tolkien Society of América, o conoció fragmentos del manuscrito o supo de él y de su contenido en 1967; declaró categóricamente que era una narración "como el Paraíso Perdido". Es posible que Raynor Unwin haya visto algo de la obra, ya que se ha informado que dijo que Tolkien "se apartó cuidadosamente del mundo desde que dejó de ser profesor, y lo hizo justamente para terminar el libro". Los indicios son, sin embargo, de que la obra tuvo muy poco progreso significativo desde 1967, a pesar de las apariencias de una actividad incesante.

Edith Mary Tolkien murió a los ochenta y dos años el 29 de noviembre de 1971. Aunque había estado enferma mucho tiempo, la causa inmediata de su muerte fue una inflamación urinaria. Falleció en Bournemouth, pero la sepultaron en el cementerio Wolvercote de Oxford. La tumba queda en la sección nueva del sector católico, en una bóveda familiar donde también descansaría más tarde Tolkien. La muerte de Edith Mary constituyó una pérdida profunda para Tolkien. El matrimonio había durado casi cincuenta y cinco años y, si bien muy diferente en espíritu e intereses, su amor había sido muy verdadero y constante. Su pena fue honda y prolongada; los meses posteriores fueron intensamente solitarios. Según William Cater, "no mostró cambios externos muy notorios, pero la muerte de su esposa fue un golpe profundo. Un hombre de su generación no manifestaba exteriormente sus sentimientos. Decía que la extrañaba mucho, pero lo decía de paso, como si no quisiera insistir en ello ni abundar en el asunto". Un amigo está convencido de que Tolkien habría sucumbido por completo si no hubiera sido por su fe religiosa y su continua alegría y responsabilidad de padre. Aunque iba periódicamente a la iglesia, ahora empezó a asistir a misa todos los días, práctica que había abandonado parcialmente debido a la enfermedad de su mujer y a sus propias dolencias recientes. Sus hijos y los hijos y nietos de sus hijos se comprometieron a visitarlo con la mayor frecuencia que les fuera posible. Christopher y Priscilla aún vivían cerca de Oxford, pero Michael era rector de una escuela jesuita en el distante Stonyhurst, Lancashire, y John era el párroco de Stokeon-Trent, al norte. Por otra parte, sus amigos lo visitaban en Devon o lo invitaban a quedarse con ellos. En enero de 1972 los amigos de Tolkien le organizaron una fiesta de cumpleaños (cumplía ochenta) en el Eastgate de Oxford, una fiesta que debió parecerse a la famosa de Bilbo y sus ciento once años en Bolsón. Su feliz respuesta a todo el asunto fue "¡ustedes saben que me gusta de verdad estar en pie!". Parece que aprovechó esa visita a Oxford para volver a su antiguo college, a Merton, donde siete años antes le habían nombrado profesor emérito. Ahora que su mujer había muerto, manifestó su interés en regresar a Oxford y pasar allí sus últimos días. El director y los profesores del Merton College comprendieron en seguida y le ofrecieron que tomara unas habitaciones en el número 21 de Merton Lane. En mayo del año siguiente le concedieron otro alto honor: le nombraron miembro honorario del Merton College. Cuando regresó a Merton, el 22 de marzo de 1972, observó que "volver a Oxford es como regresar a una metrópoli después de vivir en una isla desierta". Le preguntaron sobre sus planes y contestó "no haré clases. He regresado en busca de un tiempo de paz, sin interrupciones, para recoger los hilos de mi vida". Le dieron habitaciones en el segundo piso de una gran casa del siglo diecinueve, aparte de la entrada principal, pero no demasiado lejos. Modificaron ligeramente la suite para acomodar al hombre famoso en algo que asemejara un hogar; instalaron un timbre individual; agregaron también, junto a la cama, un timbre de emergencia que sonaba en el primer piso para pedir ayuda. Tolkien no lo usó nunca. Las dos habitaciones no eran muy grandes; la menor servía de dormitorio y la mayor de salón y estudio. Las dos daban a un pequeño jardín muy grato, que debe haber gustado mucho a Tolkien. Diversos muebles atiborraban el departamento, tapices y pequeños cuadros de sus admiradores colgaban de las paredes y cientos de libros se apilaban en las blancas estanterías del salón. La suite no tenía radio ni televisión ni tocadiscos. Había un teléfono sobre el escritorio. Desgraciadamente, la guía de teléfonos de Oxford, por error, anotó su dirección y número de teléfono en la edición de 1972. Esto disminuyó la esperanza de privacidad. El Merton College estaba encantado con que hubiera regresado uno de los suyos y la mayoría de sus miembros se interesó activamente en la comodidad y bienestar del profesor. Lo saludaban cordialmente cada vez que se presentaba, ataviado con su larga capa negra, y se sentaba a cenar, o cuando aceptaba alguna de las muchas invitaciones a reuniones sociales en el gran salón del Merton. Todo el mundo -desde el tesorero, el contralmirante Derick Hetherington, hasta el servidor de la casa de Merton Lane, Charles Carr-trataba de ayudarlo amistosamente y de evitar toda indiscreción. Tolkien intentaba arreglárselas

solo y no molestar; no quería ser una carga para nadie. Pedía y exigía muy poco; prefería valerse por sí mismo. Según recuerda Charles Carr, Tolkien era persona de hábitos regulares. Se levantaba a las ocho, y desayunaba en su habitación a las nueve. Mientras comía, siempre le preguntaba a Carr sobre los sucesos del día en el mundo o en el college; parecía necesitar algo de contacto humano antes de empezar la jornada, sin que importara mucho el tema o el pretexto. Después del desayuno y de los inevitables diez o quince minutos de charla con Carr, Tolkien encendía la pipa y leía el Daily Telegraph de Londres (aparentemente nunca se molestó en leer el diario local). Terminado el rito matinal, ingresaba al de su trabajo (que le era muy difícil) o se sentaba a conversar con Joy Hill (que venía de Londres varias veces por semana para ayudarlo con la correspondencia y con los asuntos comerciales, y para mecanografiar lo que fuera menester). O salía a caminar. Aproximadamente una vez al mes tomaba el tren a Londres para visitar Allen & Unwin. Tolkien se sentía terriblemente solo en estos últimos años de su vida. Muchas veces le confió a Carr que le faltaba su mujer a tal punto que quizás no pudiera seguir soportando más la soledad. Cuando no trabajaba ni salía, se quedaba a veces sin hacer nada, sentado junto a la ventana, mirando afuera, silbando o cantando algo en voz baja. Para aliviar la soledad, empezó a visitar a otras personas mayores en el Old Age Pensioners Club de George Street; también visitaba el Jeune Street Day Center o el Barton Old Folks Lunch Club. Se hizo muy amigo del Dr. Muir Grey de la Oxfordshire Health Authority. Por él se enteró de las dificultades financieras que sufrían algunas organizaciones para la gente mayor. Tolkien, cosa muy propia de él, hizo entonces varias donaciones anónimas al Jeune Street Day Center y al Barton Old Folks Lunch Club(6) (que sus donaciones permitieron consolidar). Las cantidades no siempre fueron muy grandes; pero ayudaron. Charles y Mavis Carr, que fueron servidores en el College durante toda su vida, no sólo cuidaban a Tolkien sino que lo acompañaban. Constituye un rasgo admirable de la personalidad de Tolkien el que aparentemente no sintiera ni tampoco manifestara la menor distancia en sus relaciones con los Carr, a pesar de la gran diferencia de clase social y de educación. Tolkien gozaba conversando en gales con Mavis Carr; según ella, manejaba la lengua de manera excelente. Cada vez que los niños de los Carr venían a visitarlos en el departamento de la planta baja, Tolkien bajaba a jugar con ellos. En cierta ocasión, los niños, excitados con un juego que compartían con el profesor, empezaron a gritar "más, Tolkien, más". Mavis Carr, que los escuchó expresarse con tanta familiaridad, entró precipitadamente en la habitación a recordarles que le debían tratar de "profesor Tolkien" o, por lo menos de "Profesor T.". Tolkien, muy sonriente, le dijo, "Mavis, por favor... Tolkien". Como la dirección de Tolkien era de conocimiento público por el error de la compañía de teléfonos, Carr se hizo responsable de interceptar el continuo flujo de visitantes no invitados que llegaba a Merton Lane. Generalmente les decía que el profesor estaba muy ocupado para recibir a nadie, pero que él tomaba los recados y los pedidos de audiencia. Los pedidos eran a menudo por un autógrafo en uno de sus libros y, si tenían el libro preparado, el profesor solía firmarlo. Cuando estaba muy ocupado, preguntaba "¿es uno de nuestros muchachos, Charlie?". Con eso se refería a los muchos estudiantes del Merton College que querían poseer un ejemplar autografiado. A diferencia de su actitud de años antes, Tolkien concedía entrevistas con cierta frecuencia a los lectores o admiradores que las solicitaban del modo apropiado. El 12 de enero de 1972, Alan Chedzoy, profesor del College of Education de Weymoth, publicó en el Guardian una carta crítica de Tolkien: En mi trabajo me he topado con varios estudiantes jóvenes que profesan una gran admiración -yo diría idolatría-por los escritos de Tolkien. Esos estudiantes -y entiendo que hay muchos en Inglaterra y los Estados Unidos-poseen ciertos rasgos de personalidad comunes, me parece. En general son más bien tímidos en sus relaciones humanas y de actitud bastante ortodoxa. Prefieren el escapismo a una genuina auto exploración emocional. No les suele gustar la literatura... Son, con frecuencia, científicos o matemáticos que gustan de las complejidades de los juegos de palabras dentro de un marco de valores tradicionales... Tolkien es el supremo escritor "ostra" de nuestro tiempo... Quizás debamos pensar modos de apartar de Tolkien a los estudiantes.

En seguida se produjo una tumultuosa reacción contra la carta de Chedzoy y esto creó, en el Guardian, uno de "los mayores atochamientos, y más furioso, de correspondencia", pues fueron miles los que se precipitaron a defender al profesor. Una de las cartas decía: "los estudiantes que él (Chedzoy) describe parecen perfectamente saludables. Es saludable sentirse inseguro e infeliz en este mundo aterrador. Es razonable y habitual que uno goce leyendo libros de viajes para escaparse en la propia imaginación". Otra manifestó que "si hay algo malo en leer a Tolkien, la falla no está en él ni en sus lectores, sino en un mundo tan poco atractivo si no existiera él". Tolkien estaba probablemente de acuerdo con la mayoría de sus defensores: el mundo se había tornado apenas reconocible y muy poco deseable. Oxford tenía más de diez mil estudiantes. A principios de los años setenta se habían abolido los horarios de salida, el latín obligatorio, el uso del atuendo académico fuera del college; muchos colleges contaban entonces con educación mixta. El énfasis en los clásicos se había abandonado en favor de la ciencia, la medicina y otros currículos profesionales. Las anticuadas normas de conducta yacían sepultadas por el pelo largo, la revolución sexual y la cultura de la droga. Muchos de estos cambios deprimían a Tolkien, pero mantenía su cálido afecto por los estudiantes. Una vez que iba de paseo con William Cater pasaron junto a un estudiante "extremadamente desaliñado" que estaba reparando su bicicleta fuera del Merton College. Tolkien lo saludó y le dijo más de una frase amistosa; luego le comentó a su acompañante que el muchacho era bastante hábil en élfico y que incluso había escrito su nombre, en élfico, en la puerta de sus habitaciones. La universidad fue fiel a sus tradiciones cuando concedió el Doctorado Honoris Causa al profesor Tolkien el 3 de junio de 1972. Fue el cuarto de sus cinco doctorados honorarios y el que más estimaba. El grado le fue concedido con gran pompa en el Sheldonian Theatre por el vicecanciller de la universidad, Sir Allan Bullock. El Oxford Public Orator, Colin Hardie, dijo que Tolkien "había creado por sí solo una nueva mitología semejante a la que costó siglos a los griegos... Ahora ha regresado de su retiro, del escondite que tenía para eludir a sus admiradores. Nos honra poder saludarlo así cuando cumple ochenta años". Pero el reconocimiento que más agradó a Tolkien fue la concesión de la Orden del Imperio Británico, que recibió a principios de 1973. Esta medalla, que le entregó la reina Isabel en el palacio de Buckingham, lo situaba en el grado anterior al de caballero. Es indudable que si Tolkien hubiera vivido un poco más o sus obras se hubieran conocido un poco antes, se habría convertido en Sir Ronald Tolkien. Media hora después de su regreso de Oxford con la medalla, la dejó en sus habitaciones y salió a cenar. Al regresar, descubrió que un admirador sin principios se la había robado. Esto lo deprimió mucho. Felizmente, el ladrón resultó más consciente que lo habitual y la medalla fue devuelta un tiempo después. La última recompensa literaria que recibió Tolkien fue el premio francés, en febrero de 1973, a la mejor novela extranjera del año. El Señor de los Anillos se había publicado en Francia el año anterior y superó en votos a una novela de Leonardo Sciascia. Desgraciadamente, el octogenario profesor no estaba en condiciones de viajar a París a recibir el premio y debieron enviárselo con posterioridad. La salud de Tolkien era bastante buena para un hombre de ochenta y un años. Sus molestias eran pocas, a excepción de dolores ocasionales de estómago por comer demasiado y dolores de cabeza producto del clima húmedo y frío de Oxford. Pero se cansaba más, especialmente después de la muerte de su esposa. Cuando Lord Snowden le tomó las fotografías para el Calendario Tolkien de 1974 (y para acompañar un artículo en el Sunday Times de Londres), algunos profesores le molestaron cariñosamente, diciéndole que parecía un ebrio y que se lo veía decaído. Pero su aspecto de agotamiento preocupaba seriamente a más de alguien. Una vez que Joy Hill lo llamó por teléfono no consiguió que nadie contestara la llamada. Trató varias veces sin resultado. Llena de pánico, y temiendo que el profesor se hubiera enfermado, corrió al tren de Oxford y fue a verlo. Pero

sucedía que Tolkien estaba en el primer piso, en el departamento de los Carr, mirando el tenis de Wimbledon en un televisor a color. Hacia el verano de 1973, Tolkien parecía haber abandonado todo trabajo en El Silmarillion. Vivía continuamente a la espera de las visitas de su familia y de las charlas que tenía por la tarde con amigos y colegas. Parecía dar la bienvenida a estas interrupciones de la soledad: le servían de excusa y de justificación para no trabajar. Quizás tuviera la premonición de que nunca iba a terminar El Silmarillion y quería aprovechar el tiempo que le quedaba para gozar de lo que más amaba en el mundo. En ese verano dio largas caminatas por los alrededores de Oxford, cubriendo distancias que muy bien podían cansar a alguien mucho más joven. En uno de esos paseos, acompañado de su amigo Lord Halsbury, visitó su lugar favorito en esa zona, el jardín botánico. Se volvió a Lord Halsbury y dijo: "así te debes comunicar con un árbol". Entonces "se acercó a un árbol, apoyó la frente en la corteza, extendió los brazos y apoyó las manos en el tronco y se quedó en silencio absoluto por un momento". Después de comunicarse con el árbol, se volvió a su asombrado compañero, muy excitado, y le informó del "mensaje" que el árbol le había entregado. (Lord Halsbury se niega a revelarlo; dice que "eso le quitaría la gracia a la cosa".) Tolkien llevó no mucho después a Joy Hill al mismo lugar. "Había una rutina en las visitas que le hacía; primero el trabajo y, después de terminado todo, la conversación. Esa vez, cosa extraña, golpeó las manos y dijo 'Oh, no, no, no, ahora no haremos ningún trabajo. Tome un trago'. Así que bebimos. Entonces me dijo que iríamos a caminar y en realidad caminamos mucho. Fue una caminata muy larga y pasé diciéndole 'no le gustaría sentarse un momento', porque estaba cansada; él no lo estaba. Me decía 'oh, no, vamos a visitar a mis árboles favoritos'. Y eso hicimos, y miramos todos los hermosos árboles del jardín botánico y regresamos por el río para contemplar los sauces. Y después volvimos atrás para ver otra vez todos los árboles". Tolkien entonces le pidió que le tomara fotografías en septiembre, cuando regresara de visitar a unos amigos en Bournemouth. El 27 de agosto de 1973 Tolkien almorzó con Priscilla (probablemente en el Eastgate) y ella le entregó los regalos que le había traído de un reciente viaje a Austria. No le dio una botella de licor (a Tolkien lo habían puesto a dieta estricta en 1972, cuando las úlceras empeoraron); pero el profesor se comió, uno por uno, todos los chocolates. A la mañana siguiente, Tolkien hizo personalmente las maletas para el viaje a Bournemouth y estaba listo cuando Carr lo vino a buscar para que subiera al taxi que lo esperaba. Tolkien sonrió, bajó junto con Carr y subió al automóvil. Mientras el conductor ponía en marcha el vehículo, Carr se despidió del profesor y le deseó un feliz viaje y buenas vacaciones. Tolkien respondió "¡me siento por encima del mundo!". Cinco días después, el 2 de septiembre de 1973, John Ronald Reuel Tolkien, acompañado en ese instante por su hijo Jhon y su hija Priscilla, murió en el hospital de Bournemouth, de neumonía complicada con una úlcera gástrica.

El Inmortal

La brillante luz de esa mañana de septiembre atravesaba los vitrales de la iglesia nueva e iluminaba las filas de dignatarios, amigos y colegas con giros surrealistas de color. En el exterior, numerosos grupos de gente esperaban y observaban respetuosamente; estaban allí no tanto para expresar su condolencia como para rendir homenaje al gran escritor. La iglesia rebasaba, literalmente, de flores y coronas enviadas por admiradores de todos los rincones del mundo. Las flores que no cupieron adentro se alineaban contra las paredes exteriores. La misa fue celebrada, en inglés, por el reverendo John Tolkien, ayudado por un viejo amigo de la familia, el jesuita John Murray y por el párroco, monseñor Wilfred Doman. Según relata Vera Chapman, de la British Tolkien Society, "la iglesia estaba tan iluminada que el servicio resultó poco convincente. Por otra parte, uno no podía creer que estuviera pasando nada en realidad, porque nadie esperaba que el profesor Tolkien se marchara". Después del servicio, el cortejo se abrió paso desde Headington, atravesó todo Oxford, hasta el cementerio Wolvercote, donde sepultaron a Tolkien junto a su esposa. La lápida llevaba una inscripción muy sencilla, con los nombres de Beren y Lúthien, los amantes de la Tierra Media, cincelados en bajorrelieve. La tumba sigue muy bien cuidada y los numerosos visitantes siguen dejando rosas y flores en el vaso situado junto a la áspera piedra de granito. El Guardian dijo en el obituario: "Tolkien es una figura única de nuestra literatura. Se inspiró en el estilo y los modos del folclore escandinavo, celta y teutón, fundado en la práctica de toda una vida dedicada a la crítica textual; pero revivió en sí mismo, después de un lapso de mil años, el rol del trovador épico; retomó, para aplauso y reconocimiento en pleno siglo veinte, el tema inmemorial de la búsqueda: el intento heroico de simples mortales para resolver el antiquísimo conflicto cósmico del bien y mal". La National Review calificó El Señor de los Anillos de "el mejor libro del siglo, aunque el mayor sea el Ulysses, y The Human Age, de Lewis, sea aquel por el cual más se nos deba recordar". El mismo Tolkien había dicho una vez: "acepto que me recuerden por El Señor de los Anillos. Sería parecido a lo que ha sucedido con Longfellow, ¿verdad? La gente recuerda que Longfellow escribió Hiawatha y dos o tres cosas más, pero ha olvidado por completo que fue un gran profesor de lenguas modernas". La universidad le rindió postrer homenaje en noviembre de 1973, con un servicio solemne en la capilla de Merton. Decanos, rectores, prefectos y compañeros se unieron al vicecanciller y a otros representantes de la universidad y a amigos personales en la ceremonia de la Iglesia de Inglaterra. Las lecturas, del libro de Job, estuvieron a cargo del profesor Nevill Coghill y del reverendo John Tolkien. Tolkien dejó una herencia de £ 144.159, libres de impuesto y una vez descontados los gastos del funeral. A partir de esa cifra se puede estimar que El Señor de los Anillos le rindió en total unos cuatro millones de dólares mientras vivió. La mayor parte de ese dinero lo dio a parientes, amigos y obras de caridad antes de morir; de este modo sabía que ahorraba parte de los altos impuestos ingleses a la herencia. El grueso de los bienes -que incluían todos sus papeles literarios, la biblioteca, las obras sin publicar y los derechos de autor-quedaron en un fideicomiso familiar, a disposición de los hijos, nietos y bisnietos de Tolkien. Dejó mil libras al Oratorio de Birmingham en memoria del padre Morgan, y cantidades relativamente pequeñas al Exeter College y al Pembroke College. Dejó también quinientas libras al Trinity College para que se utilizaran en ayudas a los estudiantes pobres; con esto agradecía al college por facilitar los estudios de uno de sus hijos durante un tiempo de dificultades financieras. Dejó, finalmente, una serie de pequeñas donaciones a personas individuales, incluso para un ahijado. Después de la muerte de Tolkien, Raynor Unwin manifestó que el inconcluso manuscrito de El Silmarillion eran las "perlas de un collar que carece de hilo". Muy confiado, anunció en esos días "que es de lo mejor de Tolkien, emocionante, fino. Allí está toda la escala de los años, pero faltan los pasajes que unifican y relacionan". El optimismo de Raynor Unwin era prematuro. Un examen más cuidadoso dejó en claro que al manuscrito le faltaba mucho para estar completo. Christopher Tolkien asumió la tarea de terminarlo. Quizás nadie más, aparte de

Tolkien mismo, estaba tan calificado para este trabajo: Christopher había seguido las huellas de su padre: era filólogo y amante de las sagas. En 1975, Christopher escribió a Glen Goodknight, de la Mythopeic Society: "le agradará saber que el trabajo de preparación de El Silmarillion progresa muy bien y que espero poder dedicarle, dentro de poco, más tiempo que el que hasta ahora he podido destinarle". Más adelante vuelve a escribirle a Goodknight; le anuncia que piensa irse por un tiempo de Oxford, al sur de Francia, para disminuir las distracciones y contar con un medio adecuado para terminar la obra de su padre. Tolkien dejó otros manuscritos sin terminar. Uno es el de la obra de teatro en verso The Homecoming of Beorhtnoth Borebnoth's Son, basada en otra obra ya publicada. Hay un libro titulado Akallabêth, que fue incluido en la versión que se publicó de El Silmarillion. Otras dos obras breves, Ainulindale y Valaquenta, también se incluyeron en El Silmarillion, porque están relacionadas con la mitología de la Tierra Media. Christopher Tolkien afirma que hay muchos otros fragmentos, narraciones, genealogías y material de referencia que alguna vez habría que publicar. Es imposible estimar exactamente cuanta gente ha leído El Señor de los Anillos desde que fue publicado, pero se puede afirmar con certeza que es uno de los libros de ficción más leídos de este siglo. Incluso hoy día, casi cuarenta años después de su primera edición, continúa vendiéndose extraordinariamente bien y sigue aumentando de lectores mientras se traduce a más y más lenguas. El libro ha inspirado ballets, óperas y suites musicales; ha provocado incontables estudios y análisis académicos; ha generado imitadores y continuadores de los relatos de hobbits; ha impulsado serios intentos para extender y popularizar las lenguas élficas; ha llevado a la creación de clubes, sociedades y revistas dedicadas a Tolkien; existen ya miles de dibujos, esbozos y pinturas de personajes y escenas de la Tierra Media; son decenas, en fin, los libros dedicados a Tolkien y a su mitología. Quizás la mejor palabra final sobre John Ronald Reuel Tolkien y su mundo de la Tierra Media sea lo que dijo un desconocido admirador, un electricista de Oxford a quien le gustó tanto El Señor de los Anillos que bautizó sus herramientas con los nombres de los personajes del libro (su llave inglesa era la "horda de Smaug"). Llamado a reparar unas conexiones eléctricas en la biblioteca de la Facultad de Inglés, empezó a trabajar y se fijó en el busto de bronce del Profesor Tolkien, que había hecho la ex mujer de Christopher Tolkien y que estaba allí desde el retiro del profesor. Sin vacilar y sin complicarse en absoluto, dejó las herramientas, se acercó y le puso el brazo sobre los hombros. "Bien hecho, Profesor", dijo, dirigiéndose al busto como si fuera una persona viva, "¡Has escrito una historia estupenda!".

Epílogo El Silmarillion El 19 de septiembre de 1977, Allen & Unwin en Gran Bretaña y Houghton Mifflin en los Estados Unidos publicaron simultáneamente la largamente esperada obra póstuma de J.R.R. Tolkien, El Silmarillion. La fecha de publicación, por coincidencia o por decisión voluntaria de los editores, fue casi exactamente sesenta años posterior al día en que el joven teniente Tolkien empezó a esbozar los primeros fragmentos de ese relato "oscuro y reflexivo", en un anotador, mientras convalecía en un hospital del ejército en Birmingham. Tolkien, por supuesto, no había completado El Silmarillion cuando murió, y la tarea de preparar el manuscrito para su publicación recayó en su hijo Christopher. En el prólogo, su hijo nos asegura que Tolkien trabajó continuamente en el relato por más de medio siglo y que "en toda la vida nunca lo dejó ni tampoco en los últimos años antes de morir". Esto, sin embargo, parece bastante improbable. En la última década de su vida, mientras el público y sus editores suponían que estaba concentrado trabajando duro en El Silmarillion, en realidad no había escrito casi nada. Parece que el manuscrito permaneció casi intacto desde mediados de los años sesenta, cuando un académico norteamericano, el Dr. Clyde Kilby, ayudó a Tolkien a realizar ciertas revisiones. Kilby, que trabaja en la facultad del Wheaton College, Illinois, escribió en 1976 un pequeño libro titulado Tolkien and The Silmarillion.(1) En noviembre de 1977 reveló que, si bien aún no leía la versión publicada de El Silmarillion, un colega que le merecía toda confianza y que había leído partes del manuscrito original y también el libro publicado había llegado a la conclusión de que eran virtualmente idénticos. Si esto es verdad, quiere decir que Tolkien ni revisó ni volvió a escribir casi nada en el manuscrito después de 1966. ¿Por qué se esforzó tanto Tolkien en dar la impresión de que estaba trabajando en El Silmarillion cuando en realidad no era así? Una explicación es que, después de trabajar en el libro la mayor parte de su vida adulta, lo abandonó, frustrado. Otra posibilidad es que se sintiera tan anciano y cansado que ya no podía soportar la disciplina diaria de escribir una obra tan exigente. Sea cual sea la verdad -y probablemente es una combinación de cansancio y desinterés-, Tolkien, aparentemente, no quería desilusionar a nadie anunciando que ya no trabajaba en El Silmarillion. Por eso habría dado la impresión de estar trabajando en ello hasta los mismos días de su muerte. Poco después del fallecimiento de Tolkien, en septiembre de 1973, Raynor Unwin creía que El Silmarillion estaba casi terminado y se podría publicar en uno o dos años. Pero después que Christopher Tolkien revisó las notas, borradores y versiones diferentes de El Silmarillion -algunos de los borradores se remontaban a 1917-fue evidente que faltaba mucho para terminar el libro. Unwin revisó el proyecto y anunció que quizás pasarían años antes de que El Silmarillion pudiera publicarse. Christopher Tolkien, curador de la herencia y filólogo, decidió encargarse de editar y preparar el manuscrito para una versión definitiva. El desafío era formidable. Había muchos fragmentos entre los cuales escoger, y como se los había escrito en distintas épocas, su calidad y continuidad eran muy variables. Había capítulos bien escritos y terminados, pero no se los podía incorporar a la versión definitiva porque no coincidían con el hilo argumental. Había otros, escritos en un estilo claramente inferior, pero hubo que incluirlos porque ensamblaban en el argumento general. Faltaban elementos de transición entre una sección y la siguiente; hubo que escribirlos. Se debía controlar con sumo cuidado los nombres de personas y de lugares y asegurarse de que se usaran exactamente las mismas palabras en todo el relato. Y, tal como en el caso de El Señor de los Anillos, hubo que preparar un índice de nombres y de sus significados. El Silmarillion también requería de un mapa, y Christopher dibujó uno lo mejor que pudo de acuerdo a las descripciones que hacía su padre de territorios y distancias.

Pero la tarea más pesada era el cambio de pasajes completos del texto para lograr que tuviera una coherencia suficiente y una fluidez de la que carecía. Esto significaba, fundamentalmente, que, por ejemplo, si un personaje tenía ojos azules en la página 44 no podía tener ojos verdes en la página 389. Resultaba relativamente fácil eliminar esas obvias contradicciones, pero como El Silmarillion contiene tal cantidad de nombres, lugares y sucesos, y como capítulos enteros debían ser revisados por completo para que se adecuaran con exactitud a la secuencia temporal y la línea argumental, hubo que dejar numerosas contradicciones. Christopher Tolkien explica que "no debe buscarse una coherencia completa entre El Silmarillion y otras obras publicadas de mi padre ni siquiera dentro de El Silmarillion mismo. Eso se podría conseguir, quizás, a un costo muy alto y, por lo demás, innecesario". Christopher admite, en seguida, que hay algunas incoherencias importantes, como cambios de tiempo verbal y de puntos de vista, diferencias en el tono y las descripciones, detalles imprecisos. Pero no menciona que hay sucesos y hechos en El Silmarillion, y también nombres, que contradicen otros hechos, conocidos y familiares, que se narran en El Señor de los Anillos y en sus apéndices. Tampoco agregó sus propias notas para señalar en qué y dónde difieren las distintas versiones. La razón principal de esta voluntaria omisión es, según Christopher, "que en realidad hay una enormidad de material de mi padre que no se ha publicado y todo él se refiere a las tres Edades. Se trata de material narrativo, lingüístico, histórico y filosófico; espero que se pueda publicar más adelante". También se incluyen en El Silmarillion cuatro obras completamente distintas e independientes, pero relacionadas con el texto principal. Christopher afirma que "se las incluye conforme a las intenciones declaradas y explícitas de mi padre". La más larga y mejor es Akallabêth, una versión revisada de una de las primeras obras, no publicada, de Tolkien, Númenor. La última se titula Sobre los Anillos de Poder; probablemente fue escrita a mediados de los años cincuenta, poco después de la publicación de El Señor de los Anillos. Las otras secciones, breves, el Ainulindale y Valaquenta, van situadas al principio. Aunque parece que Tolkien las escribió en algún momento entre El Silmarillion y El Señor de los Anillos, es claro que están hechas para leerse antes que los dos libros mayores. Ahora bien, el estilo y lenguaje de estas dos narraciones difiere notoriamente tanto de El Silmarillion como de El Señor de los Anillos: es probable que Christopher escribiera personalmente la mayor parte de las versiones que se publicaron y que para ello utilizara los borradores, los fragmentos y las notas de su padre. Christopher Tolkien se quedó en Oxford hasta dos años después de la muerte de su padre. Ocupó una buena parte de su tiempo en sus trabajos académicos y controlando el manejo de la herencia; también trabajó bastante con Humphrey Carpenter, a quien la familia Tolkien había seleccionado para que escribiera la biografía oficial del creador de la Tierra Media. La edición de El Silmarillion quedó relegada a segundo plano y, aunque Christopher contaba con un ayudante, Guy Kay, el progreso del libro era demasiado lento y no satisfacía a nadie. Christopher renunció en 1975 a su cargo de profesor en el University College y se trasladó a Francia junto con su familia. Le dijo a todos que el cambio había sido necesario para dedicarse por completo a terminar El Silmarillion. Cuando por fin se terminó el libro, se previo publicarlo el 15 de septiembre de 1977. En junio del mismo año, Houhgton Mifflin anunció que haría una primera edición de 150.000 ejemplares, un tiraje excepcional para una primera edición de tapa dura. La empresa estimaba, correctamente, que el amplísimo y continuo interés en El Señor de los Anillos tenía que ser estímulo suficiente para una venta alta. Por otra parte, las tremendas diferencias estilísticas entre la nueva y la conocida obra maestra de Tolkien, hacía suponer que El Silmarillion nunca llegaría a ser un best-seller comparable con El Señor de los Anillos. Además habían cedido los derechos para una edición en el Club del Libro del mes, lo cual generalmente disminuye la venta de la edición original en tapa dura. Los derechos para la edición en tapa blanda se vendieron a Ballantine -que ya había publicado así la trilogía de Tolkien-y se esperaba que millones compraran la edición barata y no la más cara en tapa dura.

Houghton Mifflin subestimó gravemente las dimensiones del público de Tolkien. A los pocos días del primer anuncio de la inminente edición, la editorial se vio literalmente inundada de pedidos anticipados que hacían libreros y distribuidores de los Estados Unidos y Canadá. Houghton Mifflin aumentó de inmediato el tiraje de la primera edición a 325.000 ejemplares; pero los pedidos anticipados excedieron incluso esa cifra. La editorial debió recapacitar y ordenar la inmediata edición de otras cuatro ediciones. En lugar de la proyectada publicación de 150.000 ejemplares, Houghton Mifflin tuvo que programar el tiraje de 700.000 para antes de la fecha del lanzamiento inicial. Debió contratar nuevos talleres y mantenerlos trabajando en turnos de veinticuatro horas (y aún así, las imprentas no lograron ponerse al día con los pedidos hasta los últimos días de octubre). Houghton Mifflin, para no enemistarse con sus clientes, debió recurrir a racionar equitativamente las entregas. Según cuenta Richard B. McAdoo, vicepresidente primero y director de Houghton Mifflin, "no pudimos entregar la totalidad de los pedidos iniciales. Intentamos tratar con equidad la multitud de pedidos y debimos dejar listas de ejemplares pendientes en muchos casos superiores a las cantidades que pudimos enviar". A medida que disponían de nuevas existencias, iban poniéndose al día. Se informó, incluso, de un creciente mercado negro con ejemplares de El Silmarillion: hubo libreros que intentaron obtener ganancias extras con esa demanda compulsiva. El asunto no era muy sencillo, pues existe un complejo acuerdo que obliga a los editores a despachar las novedades simultáneamente a todos los libreros. Esto, junto con el problema de que había que pegar a mano un mapa en cada uno de los ejemplares, retrasó la fecha de salida hasta el diecinueve de septiembre. Houghton Mifflin se vio obligada, además, a avisar que no podría ponerse al día con la totalidad de los pedidos hasta que pasaran por lo menos cinco semanas. La editorial recurrió a los ejemplares que normalmente destina a la prensa y a los otros medios y también a las pruebas de páginas que envía con anticipación de meses a los principales críticos para que reseñen los libros en las revistas y suplementos literarios: de este modo pudo destinar unos cientos de ejemplares más al circuito comercial. No pudo enviar a muchos críticos el libro hasta varios meses después de la salida de la primera edición. Lo que estaba sucediendo no tenía precedentes en la historia de la industria editorial. Nunca antes una novela había provocado tanto interés anticipadamente ni asegurado una venta tan alta sin siquiera haberse publicado. El único caso análogo, pero de menor envergadura, fue el anuncio de la publicación de la versión estándar revisada de la Biblia, que en 1952 había provocado una venta anticipada de medio millón de ejemplares. "Es como una tormenta de fuego que se alimenta de sí misma", comentó el editor general de Houghton Mifflin, Austin Olney. La mayoría de los libreros que recibieron el libro pocos días antes de la fecha oficial de lanzamiento lo pusieron en venta de inmediato. En horas se había terminado. En su primera semana de venta El Silmarillion había sobrepasado de lejos a todos los libros que estaban en venta en Inglaterra y Estados Unidos. A las dos semanas, su venta total más que doblaba la de The Thorn Birds, de Colleen McCullough, una novela que se había mantenido primera en las listas de best-sellers durante muchos meses. A las tres semanas, Houghton Mifflin se atrevió a vaticinar que habría más de un millón de ejemplares en prensa en los primeros días del año siguiente; esto sucedió, sin embargo, en diciembre de 1977. No se sabe todavía con claridad si El Silmarillion ha superado la venta de El Señor de los Anillos; pero si los primeros meses de venta sirven de indicio suficiente, es probable que se le acerque mucho. La revista Publisher's Weekly, en una reseña anticipada, dijo: "cuatro años después de la muerte de Tolkien, su hijo ha cumplido un trabajo difícil y lo ha hecho sumamente bien; ha reunido y enlazado material antes no publicado y que sirve de contexto y trasfondo de El Señor de los Anillos... La escritura es tan rica y llena de resonancias como la de El Señor de los Anillos y no se la deben perder los amantes de Tolkien". Aparte de esta breve mención positiva, casi todas las revistas de, Estados Unidos e Inglaterra publicaron reseñas que criticaban negativamente al libro. El Times Literary Supplement de Londres lo proclamó "ilegible... Lo menos tolerable es el lenguaje. Donde (El Señor de los

Anillos) se alzaba ocasionalmente hasta un lenguaje de gran categoría, (El Silmarillion) se precipita y cae desastrosamente. El lenguaje cruza la frontera entre mitología y escritura y pierde por completo el control". La New York Review of Books lo califica de "pieza tediosa, vacía, pomposa... Puede que El Silmarillion sea un éxito social o incluso comercial, sin duda es un fenómeno social de cierto interés, pero no es un suceso literario de la menor magnitud". El Time señala que "hay momentos en que Tolkien parece estar escribiendo una parodia de Edgard Rice Burroughs con el estilo del Apocalipsis". El problema para determinar si El Silmarillion es un libro logrado o un fracaso deriva de que se lo debe medir contextualmente. Si se lo compara con El Señor de los Anillos, es un fracaso, y grande. Falta el ingenio, el encanto y la legibilidad; faltan los detalles que dan vida a los personajes; falta la sensación de tiempo y de movimiento y de movimiento del tiempo. La lectura se interrumpe con prolongadas listas de nombres propios virtualmente impronunciables y con curiosas frases arcaicas y reiteradas recitaciones. La escritura es notoriamente irregular -la mano de Christopher Tolkien se transparenta claramente y es muy inferior a la de su padre-, los quiebres de la continuidad provocan confusiones y lo distante e inaccesible del conjunto deja fuera del drama a los lectores. Pero no se debe comparar El Silmarillion con El Señor de los Anillos, tal como se debe comparar a este último con El Hobbit. Tolkien escribió El Hobbit como un relato para niños, sencillo y directo; el hecho de que incorporara elementos de la Tierra Media y de su mitología parece casi accidental y fortuito (y son pocos elementos, además). El Hobbit no es, por cierto, el único relato que inventó para sus niños; pero sí es el que se publicó y sólo porque era superior a los demás. A pesar de los alegatos posteriores de Tolkien, la verdad es que El Hobbit fue concebido, publicado y vendido estrictamente como relato para niños. Cuando Sir Stanley Unwin propuso a Tolkien que continuara escribiendo libros para niños, el resultado fue El Señor de los Anillos. Tolkien lo empezó a escribir cuando sus hijos menores ya eran adolescentes y si bien la parafernalia académica es adulta y la historia le sirvió para expandir su gusto y goce en la construcción de idiomas y en la exploración del proceso de la creación de nuevas mitologías, tanto el estilo como el planteo general están destinados con toda claridad a los adolescentes. Si esto no hubiera sido así, es sumamente improbable que El Señor de los Anillos hubiera alcanzado alguna vez un diez por ciento del éxito que logró. El Silmarillion, por otra parte, fue escrito por primera vez cuando Tolkien no tenía hijos. Fue concebido durante los meses más sangrientos de la guerra, desarrollado en un riquísimo ambiente académico y aumentado cuando Tolkien bordeaba ya la ancianidad. El Silmarillion, al revés de El Señor de los Anillos, no busca ser leído como un goce o un escape: fue el mayor intento de Tolkien de escribir una narración épica en inglés según el estilo clásico de las viejas sagas escandinavas. Y ese es el problema: este libro no lo debieron criticar ni los estudiosos de la obra de Tolkien ni sus admiradores -que, al cabo, tienen ciertas expectativas y están sujetos por lo tanto a ciertas desilusiones-; lo debieron reseñar estudiosos de la literatura nórdica o del anglosajón. Y en la misma medida que las sagas escandinavas resultan pomposas e ilegibles para un lector común, así también sucede o puede suceder con El Silmarillion. Parece, incluso, que el relato no estuviera escrito para ser leído como un libro, sino para ser leído en voz alta, tal como un poema épico. Después de todo, las antiguas sagas no se han conservado gracias a documentos escritos, sino fundamentalmente en tradiciones orales. El lenguaje y el estilo aliterativo de El Silmarillion -por más imperfecto que sea debido a la interacción irregular de autor y editor-sugiere que Tolkien pretendía que esta vasta mitología se leyera junto a un tronco ardiendo en plena noche o en una selva verde; y que lo hiciera un rapsoda o un cantante de baladas. La sección menos satisfactoria del libro, y esto desde cualquier punto de vista, es la de las obras iniciales, Ainulindalë y Valaquenta. Tolkien, parece, tuvo dos prioridades; la invención de una mitología completamente nueva de la creación y una explicación no cristiana de la Caída por una parte, y el ejercicio de su admirable talento para inventar nombres, por otra. El resultado,

desgraciadamente, como dice Eric Korn lacónicamente en el Times Literary Supplement es un "Quiénes Quién arcangélico". El lenguaje es, significativamente distinto al de toda otra publicación de Tolkien, así que la mano de Christopher debe estar muy presente. A El Silmarillion sólo se puede calificar de novela o de obra de ficción en un sentido muy amplio: sucede que efectivamente es una obra de ficción, pero no como El Señor de los Anillos; éste, a pesar de su extensión, tratamiento de temas e inclusión algo frecuente de poemas, sigue bastante de cerca el formato tradicional de la novela moderna. Los criterios literarios habituales para juzgarla, como desarrollo de personajes, línea argumental y otros semejantes, no se pueden aplicar, entonces, con exactitud. Un punto de referencia mucho más relevante serían obras como el Beowulf o el Eider Edda en traducciones al inglés del siglo dieciséis. Según estos criterios, El Silmarillion es una obra asombrosamente rica e imaginativa, un relato épico que abarca desde la Edad del Mundo hasta la Edad del Hombre, un hilo gigantesco de continuidad de pasado a presente. Muestra el panteón de los dioses como un reflejo de lo mejor y de lo peor que hay en nosotros mientras hace equivaler la ley natural con una capacidad inherente, dada por Dios, para distinguir entre el bien y el mal absolutos. Contra este tejido literario, toda otra crítica (merecida) no sólo puede perdonarse sino, sencillamente, olvidarse. Algunas tensiones autobiográficas se pueden detectar con una lectura cuidadosa de El Silmarillion. Un capítulo, "Sobre Beren y Lúthien" es un relato, apenas velado, del romance de Tolkien y Edith Mary. Beren, un guerrero importante y poderoso, es de la raza de los hombres. Lúthien, en cambio, la más bella de la Tierra Media, pertenece a la de los Elfos. El hermano de Lúthien, el rey Thingol, se enfurece cuando le informan sobre esos amantes tan poco pertinentes. Sólo la promesa que ha hecho a su hermana evita que haga asesinar a Beren. Thingol, en cambio, negocia con Beren para que le consiga uno de los Silmarils, las gemas preciosas que Morgoth, la persona más maligna de la Tierra Media, había robado. Beren accede a esta búsqueda imposible a fin de obtener la mano de Lúthien. Después de muchas dificultades y tribulaciones, Beren y Lúthien se las arreglan para arrancar uno de los Silmarils de la corona de hierro de Morgoth; pero esto puede costar la vida a Beren. Sin embargo, Ilúvatar (Dios), que ayuda a Beren, concede a Lúthien la opción de unirse a su amado en la muerte o bien dejar de ser elfo, perder la inmortalidad y vivir, como una mortal, con un Beren resucitado. Escoge esto último y vivirán entonces una vida normal y en perfecta felicidad. Tolkien, huérfano católico con pocas perspectivas, se enamoró de Edith, una joven protestante varios años mayor que él. Los apoderados de ambos jóvenes desalentaron activamente ese noviazgo, e hicieron objeto a Tolkien de lo que entonces parecía una prohibición imposible: no podría ver ni comunicarse con Edith hasta que cumpliera veintiún años. Así fue. Y vino la Gran Guerra y ningún hombre sabía si iba a sobrevivir o morir en ella. Tolkien sobrevivió a la sangrienta batalla del Somme y regresó como quien vuelve del reino de los muertos. En esos días y en esa época, la diferencia de credo religioso podía ser una barrera insuperable. El único modo de quebrarla era que uno de los dos se convirtiera a la religión del otro. Edith Mary, después de soportar bastante presión de parte de Tolkien, accedió a convertirse al catolicismo. A los admiradores de El Señor de los Anillos puede interesar la breve sección titulada Sobre los Anillos del Poder y la Tercera Edad. Probablemente, Tolkien escribió esto después de la publicación de El Señor de los Anillos y quizás su intención fue realizar un puente entre El Silmarillion y la trilogía. Detalla el auge continuo de Sauron y la guerra que terminó con su poder. La creación de anillos mágicos de poder y la descripción de la pérdida del anillo principal, que se había esbozado en El Señor de los Anillos, aquí se detalla un poco más. Al final, después de luchar con, literalmente, cientos de nombres virtualmente impronunciables, hallamos algunos familiares, como Gandalf, Galadriel y los

Ringwaits. También se menciona un momento a Frodo, no como hobbit, sino como un Mithrandir o Halflingf Desgraciadamente, esa sección transicional es demasiado "breve, no llega a cobrar animación y sigue dejando muchas preguntas sin respuesta. Por ejemplo: ¿qué sucedió a la compañía de guerreros hobbit que marcharon contra Sauron a finales de la Segunda Edad? ¿De dónde venían los hobbits de Hobbiton? Desilusiona un tanto el que Tolkien no haya podido completar su mitología. La otra sección, Akallabêth, es una versión revisada de un trabajo que Tolkien había escrito en los años veinte, el Númenor. Es el intento que hizo Tolkien de escribir una mitología fundada en los relatos de la Atlántida, tema que lo obsesionó desde la adolescencia. Es muy posible que el Númenor original apenas tuviera relación con la mitología de la Tierra Media, pero las sucesivas revisiones (que hizo Tolkien y también su hijo Christopher) la transformaron en una secuela de El Silmarillion. (C.S. Lewis tomó prestado del mito de Númenor cuando escribió su Out of the Silent Planet, una trilogía; al parecer lo hizo para que su amigo Tolkien retomara el trabajo y lo expandiera.) Tolkien terminó, completó, el mito de la Tierra Media con la publicación de El Silmarillion. No habrá más en este sentido: Tolkien no dejó ninguna obra de envergadura que expanda esa mitología. Hay, sin duda, fragmentos de mitologías y el germen de relatos que quizás se publiquen alguna vez. Pero no aumentarán sustancialmente nuestro conocimiento de la Tierra Media.

Nota del Autor Leí por primera vez El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien mientras cuidaba el departamento de un genetista amigo durante las vacaciones de navidad de 1968, en Cambridge, Inglaterra, Como muchos otros departamentos de académicos, estaba mal calefaccionado, era pequeño y se encontraba repleto, desde el suelo hasta el techo, con libros, papeles, ropa y otra parafernalia doméstica. Cuando entro por primera vez a una habitación, suelo acercarme a los estantes e investigar los títulos: se puede aprender mucho de una persona por los libros que lee. Mi amigo Julián Heartley es un científico serio. Aparte de los libros de estudio y de tratados de ciencia política, poseía muchos libros de mitología, ciencia ficción y literatura fantástica. Conocía algunas novelas de ciencia ficción, pero estimaba que la fantasía es asunto de niños y que la mitología nada más que un ejercicio académico de memorización de nombres y leyendas griegas. Quizás por eso salí indemne de la gran explosión de entusiasmo por Tolkien que ocurrió en los campus en los años sesenta. Recuerdo que un día, de visita donde unos parientes, pregunté a mi prima, de unos quince años, qué significaba el botón con la leyenda "Frodo vive" que llevaba en la solapa. Estábamos en 1967; me miró como si fuera un troglodita que acaba de salir de un período de hibernación en las cavernas. Más tarde pregunté lo mismo a un colega menos reticente, y él me explicó que Frodo era un personaje de una obra de literatura fantástica escrita por un profesor de Oxford llamado J.R.R. Tolkien; la obra se llamaba El Señor de los Anillos. Olvidé muy pronto esa información, hasta el día en que hallé una hermosa versión encuadernada de El Señor de los Anillos en los estantes de mi amigo Julián. Los primeros capítulos parecían los de un cuento de hadas para adultos, ni siquiera especialmente interesante. Pero tuve perseverancia. Muy pronto advertí asuntos muy significativos. La escritura era excepcional y el saber académico, impecable; pero lo que finalmente me sedujo fue la prodigiosa imaginación de su autor. Tolkien no sólo había creado un mundo entero, sino una completa cosmología que resultaba estremecedora. La Tierra Media tenía una historia, un lenguaje, una cultura completa. Su continuidad era tan detallada que me resultaba difícil creer que nunca hubiera existido -y en realidad nunca había existido fuera de la cabeza del autor-. Terminé leyendo los tres volúmenes de El Señor de los Anillos sin otra interrupción que no fuera la indispensable para comer algo. Solamente cuando acabé la lectura, el mismo día de Navidad, noté lo ajados que estaban estos libros de Julián; era evidente que los habían leído muchas veces. ¿Pero qué significaba El Señor de los Anillos? De inmediato empecé a buscar paralelos, sucesos de nuestro propio pasado sobre los cuales pudiera estar fundada la búsqueda de Frodo para devolver el anillo maligno a su lugar de creación/destrucción. No había nada. Estudié entonces una alternativa freudiana, que la trilogía simbolizara alguna etapa de nuestra evolución o desarrollo; o que fuera una alegoría sobre el romántico quijotesco que se tiene que adaptar al mundo moderno; quizás los personajes representaran rasgos de nuestra personalidad. Pero estas especulaciones equivalían a tratar de introducir clavos cuadrados en agujeros redondos. Intenté, incluso, relacionar El Señor de los Anillos con mis propias investigaciones en fenomenología. (Ahora sé que mi obra y la novela de Tolkien tienen mucho en común. En esa época no lo advertí, porque estaba buscando un significado en el contenido del relato y no prestaba particular atención a su forma. Pero ya hablaré de ello.) Pasé por alto, es claro, lo que parecía obvio a los millones de lectores de Tolkien en todo el mundo. El Señor de los Anillos, y también El Hobbit, fueron escritos para gozar en ello. Michael Tolkien me lo confirmó, más tarde, en una carta que me envió: "mi padre escribía primariamente para su familia y para divertirse; lo tuvieron que convencer, con mucho esfuerzo, para que publicara". Tolkien, distinguido filólogo y reconocida autoridad en mitología escandinava, escribió esos libros sencillamente para entretener y para satisfacer la necesidad que tenía de expresar las imaginativas ideas e intuiciones que le concedía el hecho de dominar varias disciplinas del tipo de las que dominaba. En

una palabra: no hay significados profundamente filosóficos ni cabalísticos en algo que es, esencialmente, un ejercicio de creatividad. Y sin embargo esa explicación no me tranquilizaba. Algo seguía faltando. Sentí que Tolkien me sería un enigma para siempre, a menos que descubriera un significado más profundo en su obra. En esos días no reparé en una clave importante: tendría que haber reflexionado en lo curioso que era El Señor de los Anillos, y una edición muy leída, descansara en la biblioteca de mi amigo entre volúmenes de literatura política y revolucionaria. No mucho después debí interrumpir la vida idílica en Cambridge y regresar a mis tareas de escritor free-lance y periodista. Y así es como fui a dar al trágico estado de Biafra, en plena guerra civil nigeriana, en la primavera de 1969. En ese entonces se me podría haber caracterizado claramente como un partidario de Biafra. Creía, con sinceridad, haber comprendido perfectamente la realidad de esa guerra, sus orígenes, causas, asuntos centrales, participantes y las posibles consecuencias de una victoria de Nigeria. Pero en enero de 1970 se terminó la resistencia de Biafra y no acontecieron las temidas masacres y represalias contra los Ibo; los victoriosos prestaron ayuda humanitaria a los vencidos. Debí aceptar que nuestras concepciones, tan cuidadosamente elaboradas, sobre la guerra, eran erróneas. La inesperada actitud humanitaria del gobierno militar nigeriano me sorprendió, me abrumó incluso. El colapso interrumpió de súbito el desarrollo de la gran novela que estaba escribiendo sobre la guerra de Biafra y Nigeria. Antes de escribir una sola palabra más, debía encontrar una explicación para el patente, aunque para mí evidentemente imposible, error de juicio. Me costó tres años de reflexión empezar a descubrir y apreciar mi error. Como muchos otros periodistas que nos sumergimos en esa guerra civil, había aceptado sin dudar ciertos "hechos" sobre el conflicto, hechos que consideraba establecidos sin margen de error. Las masacres, golpes de estado, acuerdos políticos secretos, el salvajismo militar, el violento trato a las distintas minorías étnicas y religiosas, todo ello, nos parecía, a mí y a mis colegas, asunto preciso y definido, hechos no controvertibles, verificables gracias a testimonios indudables, a las pruebas físicas y al trabajo de comisiones investigadoras. Pero, como la experiencia de Estados Unidos en Indochina nos ha enseñado, esas "pruebas" muchas veces son subjetivas, conflictivas o completamente inventadas. La mitología política, como la he experimentado, significa la incorporación de sucesos que quizás nunca ocurrieron o de relatos distorsionados de sucesos que sí ocurrieron, en el corpus de los hechos conocidos. Los rumores pueden transformar una discusión doméstica entre vecinos en un combate a puñetazos, luego en un tumulto de proporciones y finalmente en una verdadera insurrección. Quince personas que mueren en un desastre pueden convertirse en cincuenta a medida que se extienden los rumores; y esa cifra, eventualmente, puede llegar a quinientas en los boletines de prensa. Los mitos -al menos los mitos políticosse crean por la necesidad de desacreditar a un bando o exaltar a otro por razones tácticas o estratégicas. Biafra fue mi primera experiencia con mitología de este tipo. Yo, como muchos otros, caí presa de la red de mentiras, verdades a medias y distorsiones que colaboraron para sesgar las noticias en favor de uno de los bandos, el de Biafra. Es comprensible (aunque no se justifique) que fuera culpable de dejarme engañar. Sin embargo, debí estar advertido: conocía la maquinaria de propaganda nazi de Josef Goebbels, que engañó a naciones enteras. Mis estudios de filosofía debieron haberme alertado también; especialmente con el concepto de reificación, el trato de las ideas y de las abstracciones como si fueran cosas, objetos. Siempre estamos reificando la experiencia: agregamos adrenalina y la mente se nos carga de emociones cuando leemos una buena novela; o nos emocionamos con películas que nos conmueven. En otro nivel, la reificación significa que manos hábiles para la propaganda nos pueden hacer creer verdad absoluta lo que es invención total. Es posible contemplar a otra luz la trilogía de Tolkien si le aplicamos el concepto de reificación. El Señor de los Anillos es mucho más que un cuento de

hadas sofisticado. Esto es así, a pesar de las protestas continuas de Tolkien en sentido contrario. Tolkien mismo dijo que su intención fue no incluir el menor "significado o 'mensaje'. Tampoco hay allí nada alegórico ni tópico". La mayoría de los críticos está de acuerdo en que no se puede aceptar esas tajantes afirmaciones de Tolkien. Colin Wilson, en su libro Tree by Tolkien, escribe que "Edmund Wilson cita una declaración hecha para los editores en la cual Tolkien califica de juego filosófico a El Señor de los Anillos. Los 'relatos se hicieron para proveer de mundo a los lenguajes y no a la inversa'. Esto, me parece, es un truco para desviar la atención, semejante a la descripción que hace James de su The Turn of the Screw como si fuera 'puro y simple cuento de hadas'. Es muy posible que Tolkien haya gozado enormemente al dar a su libro otras dimensiones de realismo con la invención del élfico y otras 'lenguas', pero esa afirmación tan modesta de sus objetivos y estos objetivos tan modestos que señala son claros intentos de desarmar a la crítica, que fue lo que consiguió con Wilson". Si esto es así, cabe también matizar el comentario de Michael Tolkien sobre que El Señor de los Anillos es sólo un brillante cuento de hadas. "Me parece evidente que, en primer lugar, debido a nuestro entusiasmo por los cuentos que nos decía e inventaba, Tolkien decidió volcar en forma definitiva lo que, correctamente, consideraba la clase de cuento de hadas que verdaderamente gusta a los niños", escribió Michael Tolkien en el Daily Telegraph de Londres. "Por eso sostengo que gracias a sus propios hijos el genio literario e imaginativo de mi padre llegó a un nivel desde el cual podía comunicarlo en términos de búsqueda y aventura -revitalizadas con brillantes personajes-al mundo en general con la publicación de El Hobbit, necesaria introducción al Anillo, su obra maestra". Podemos relativizar esta afirmación de Michael Tolkien: El Señor de los Anillos no fue leído en primer lugar a niños, sino a muy cultos hombres de letras; y esto fue así durante los catorce años de trabajo que le costó a Tolkien terminar su libro. Creo que Tolkien dijo la verdad cuando afirmó que el relato carece de significado intrínseco y de alcances alegóricos. El relato, el argumento y el tema son, en verdad, irrelevantes para lo que me parece es el verdadero propósito de la escritura de El Señor de los Anillos. Y este propósito fue el esfuerzo consciente de un benévolo genio para descubrir por sí mismo el proceso de la creación de los mitos. Una cosa es dar una conferencia sobre el posible origen e importancia de una determinada mitología, y otra muy distinta construir una nueva de principio a fin. Tolkien dijo que su propósito al escribir El Señor de los Anillos fue "modernizar los mitos y hacerlos creíbles". Esto significa que tenía que descubrir y utilizar el proceso de reificación que lleva, en palabras de Coleridge, "a la suspensión voluntaria de la incredulidad". La historia de la Tierra Media es, objetivamente, irreal. Existe sólo en el papel mediante las posibilidades de la imprenta. Pero basta preguntar a un lector de Tolkien lo que sentía o pensaba mientras leía la fuga de Frodo de los jinetes negros, el combate desesperado de Gandalf con Balrog, el asesinato de Nazgûl que comete Eowyn, para advertir el temor, el horror, la ansiedad de la espera, la ira y la desesperación -emociones muy humanas que se suelen producir con experiencias en el mundo objetivo. En algún punto, de algún modo, Tolkien tenía la capacidad de transformar un cuento en emociones y respuestas de carne y hueso; el lector se pone de acuerdo, inconscientemente, con el escritor y deja que la imaginación se vuelva realidad. En tiempos primitivos, la mitología desempeñaba un importante rol cultural en la reificación de sucesos del pasado -reales e imaginarios-convirtiéndolos así en puntos de referencia para el mundo presente. Escuchar de la fuerza con que Odín empuña la espada o de la velocidad con que el alado Hermes atraviesa el cielo, es escuchar algo más que meras historias nocturnas para niños pequeños. Constituía eso un lazo viable con el pasado, un vínculo que proponía dioses, héroes y explicaciones aceptables de los sucesos naturales. Si se hubiera contado la verdad -que el hombre es mediocre, terriblemente débil, solo, que está desamparado en medio de la naturaleza-el efecto pudo haber sido devastador. Quizás por esto, o quizás fue de este modo como se elevó a las figuras mitológicas eventualmente a la categoría y reino de los dioses, haciéndolas

mayores que la vida, más fuertes que el hombre -algo o alguien más grande en quien creer. ¿Pero cómo, precisamente, una leyenda inventada se convierte en mito? Este problema ocupó a Tolkien aparentemente por varios años y me parece que al fin creyó haberlo resuelto. En su famosa conferencia Andrew Lang "Sobre los Cuentos de Hadas", Tolkien manifiesta su opinión de que los cuentos de hadas (y, por extensión, los mitos) se nos hacen más "verdaderos" mediante lo que él llama "subcreación". Esto implica crear un mundo no completamente distinto del nuestro, y poblarlo con criaturas no demasiado diferentes a nosotros; pero también había que hacerlo bastante distinto como para que se lo pudiera reconocer como un paralelo adecuado con nuestro propio desarrollo en este planeta. El escritor no puede esperar que sus lectores suspendan su incredulidad y acepten su relato como real si está pensando "diez cosas imposibles antes de tomar desayuno" (como dijo a Alicia la Reina Roja), cosas que nunca podrán suceder en ninguna parte porque violan principios científicos, la ley natural o atentan contra el sentido común. Pero es posible que se acepte un mundo en que dragones inteligentes conversan con hobbits. Lo que no es posible aceptar es un mundo donde elefantes de diez toneladas vuelan con solo agitar las orejas. Para que la mitología resulte creíble, el hacedor de mitos debe convencernos de que sus personajes pudieron existir, o han existido, en algún lugar del universo. Tolkien lo intentó, haciendo que la Tierra Media se pareciera bastante a la nuestra en términos de flora, fauna, geología y geografía, pero fuera lo bastante diferente como para que se pudiera advertir que es un lugar que nunca ha existido. Cuando se escribieron las grandes sagas escandinavas, los conocimientos científicos e históricos eran, por supuesto, mucho menores que hoy día. Nosotros no podemos aceptar así sin más la existencia de semidioses o de contradicciones a las leyes de la física. Tolkien reconocía el hecho y lo sorteó mediante la creación de una arqueología, una paleontología, una evolución y un desarrollo histórico y lingüístico que cumple con las normas del saber académico y agrega autoridad, por lo tanto, al relato y la leyenda. Nos podría haber narrado de un modo directo la historia de los elfos, pero la hace parecer obra de un historiador profesional y no de un mero novelista; así facilita que la aceptemos. El proceso de reificar la mitología es muy complejo, pero parece incluir los siguientes elementos: un mundo como el nuestro, pero en el cual haya elementos lo bastante distintos como para que no podamos identificarlo; una exposición seudo académica de los antecedentes naturales, históricos, culturales y lingüísticos de ese mundo; la fórmula de un "redescubrimiento" más que de la invención de ese mundo; mundo que no se adecúa a todas las leyes conocidas de la naturaleza, pero que no las contradice de una manera obvia; un relato largo que dé tiempo suficiente para exponer y expresar todo lo anterior. No pretendo ser un especialista en Tolkien ni conocer el proceso completo de la reificación de los mitos. Pero creo que la mayor parte de los críticos ha pasado por alto este punto, pues confunden los árboles con el bosque. El Señor de los Anillos fue escrito, primariamente, como un tour de force literario mediante el cual su autor quería poner a prueba sus propias teorías sobre cómo funciona el proceso de la construcción de mitos en una época en que los viejos mitos ya no resultan aceptables. Esta teoría es coherente con la mayor parte de la información que he conseguido reunir en el curso de la investigación de esta biografía. Creo también que Tolkien sólo podía estar seguro de que había logrado lo que pretendía si otra persona, distinta a él mismo, descubría y reconocía su intento. Por este motivo decidió borrar las huellas y afirmó públicamente que su libro carecía de significado -una afirmación engañosa, técnicamente verdadera, pero que permitiría que su real intención fuera captada por aquellos con bastante percepción para captarla. Si su esfuerzo fracasaba, si sus teorías sobre la creación de los mitos eran erróneas, nadie habría reconocido su intención ni llamado la atención sobre su fracaso. La creación de mitos continúa viva en el mundo moderno; sólo ha cambiado de forma y de propósito. En lugar de protegernos de los peligros desconocidos de la naturaleza, nos protege contra las duras realidades de la real-politik. El

intento de separar mito y realidad objetiva en las noticias de televisión es una tarea casi imposible para quien desconozca la dinámica del medio, y probablemente resulte un trabajo muy frustrante para quien la conoce. La identificación y la comprensión de los sucesos "verdaderos" o "reales" en el mundo moderno es de vital importancia para el ciudadano informado en una época en que se nos inunda de información y de desinformación. Pero quizás resulte más fácil percibir la verdad si poseemos una mejor comprensión del modo en que sucesos inexistentes o relatos distorsionados de lo real se traducen desde mitos a hechos. Esta puede ser la contribución de Tolkien al mundo, por sobre y más allá del goce de un relato bien contado: una nueva dimensión del significado y una ayuda para comprender el proceso de la creación de mitos. Mientras realizaba la investigación previa para este libro, recibí una amistosa carta del profesor T.V. Benn, ex alumno de Tolkien. Concluía diciendo: "no le envidio el trabajo. Hacer el registro de la vida de un escritor durará más que el tiempo que ese escritor sea un best-seller". La afirmación del profesor Benn resultó exacta: escribir esta biografía ha sido más difícil y largo de lo que mis editores y yo mismo habíamos calculado. Uno de los mayores problemas fue que el mismo Tolkien se negó siempre a dar datos de su biografía. En 1967 le escribió a alguien que quería hacerla: "No me gusta que escriban sobre mí. Los resultados que he visto hasta la fecha sólo me han producido irritación y disgusto. Me negué a que se me incluyera en esa serie de escritores contemporáneos desde una perspectiva cristiana que está publicando Eerdmans. No haré lo mismo con su proyecto. Pero espero que lo haga literario (y tan crítico como le parezca) y no personal. No tengo la menor inclinación (de hecho me voy a negar siempre) a dar información sobre mí mismo, sobre mi familia y sobre sus orígenes. En cualquier caso, eso sería un trabajo sumamente arduo si pretende superar lo que ya aparece en Quién es Quién. Esta posición es perfectamente comprensible cuando se trata de un escritor vivo, pero deja de sostenerse después de su muerte. Una figura literaria de fama mundial que ha permitido que se publiquen sus obras suele generar considerable interés en los lectores y es natural que deseen saber más sobre él. Pero descubrí que la familia Tolkien se resistía formalmente a entregar información. Michael Tolkien, en respuesta a mi solicitud de entrevistarlo, me dice: "Soy muy consciente del interés que hay en todo el mundo por la obra de mi padre y de la gran admiración que ha suscitado en todos los países donde se ha publicado; simpatizo, por supuesto, con todo eso. Pero he decidido mantener todo lo que se refiera directamente a mi padre dentro de los límites del conocimiento de la familia o sólo comentarlo con quienes eran tan amigos que en la práctica forman parte de la familia... Si la gente quiere escribir sobre mi padre y su obra no puedo impedirlo, por cierto (aunque mucho me gustaría a veces poder hacerlo). Todo lo que he visto publicado hasta ahora me parece extraordinariamente impropio y mal informado". No podía contar, entonces, con la ayuda de la familia. Por ello no tuve acceso a los papeles de Tolkien, ni a sus cartas ni a otros documentos privados. El asunto se volvió más arduo cuando supe que la familia había solicitado discreción y secreto a los amigos más cercanos, por respeto, decían a la memoria de Tolkien. Supongo que debo descartar esto. Para ser justos, debo informar que supe que la familia había encargado a cierto Humphrey Carpenter que escribiera una biografía "oficial" (que se publicó en junio de 1977 con el título de Tolkien). Me parece comprensible que quisieran mantener el monopolio de la información sobre la vida de Tolkien. Esa decisión es discutible en términos éticos, pero práctica en términos económicos. Afortunadamente, hubo bastante gente que conoció muy bien a Tolkien y que estuvo de acuerdo con la posición mía -que los lectores tienen derecho a informarse sobre la vida del autor que prefieren-y esto me permitió continuar investigando. Por otra parte, desde la publicación de la primera edición de este libro en 1976, mis editores y yo mismo hemos recibido mucha información adicional de parte de lectores y amigos de Tolkien, y esto nos ha permitido completar las ediciones siguientes.

Y ahora unas pocas palabras sobre el estilo de este libro. Al escribirlo, debí dar por supuesto que sus lectores eventuales habrían leído El Señor de los Anillos. O que por lo menos tendrían un conocimiento superficial de la trilogía. Es posible, por cierto, leer y (espero) disfrutar esta biografía sin haber leído antes a Tolkien, pero creo que va a significar mucho más a quienes ya han viajado por la Tierra Media. Debido a los problemas que acabo de indicar, quedaron algunos vacíos en la información. Detalles como fechas de cumpleaños y grados escolares pueden parecer importantes a lectores a quienes obsesionan los detalles, pero creo que se los puede ignorar con tranquilidad. Cuando la información que recibí de más de una fuente resultaba contradictoria, o bien cuando sencillamente no obtuve la información buscada, he tratado de indicarlo en el texto tal como he tratado de separar mis deducciones de la mera especulación. Pero me pareció justificado especular discretamente cuando la falta de información suficiente lo justificaba. Por ejemplo, desconozco, verdaderamente, la fecha en que la familia de Tolkien se instaló en Inglaterra (sé que fue durante el siglo dieciocho) o por qué se cambiaron el nombre a uno de tipo inglés. Sin embargo, conocemos la gran emigración a Inglaterra que acompañó a los reyes alemanes designados para el trono vacante y conocemos también el hecho de que muchos alemanes se cambiaron el nombre para evitar la impopularidad del "alemán George" al fin de su reinado. Por eso he especulado que ésa pudo ser la razón. Espero no haber traspasado los umbrales de la integridad ni por especular ni por hacer deducciones razonables. El texto tiene numerosas notas, porque después de intentar varios métodos para presentar material relevante, pero discontinuo, cada vez que parecía de importancia, llegué a la conclusión de que las notas eran el método más práctico. He tratado de que resulten leíbles y, por más que esto asuste a los académicos, no he incorporado notas de tipo textual o que precisen las fuentes. Esta biografía no está escrita para académicos solamente, sino para todos quienes han gozado o admirado a Tolkien. Hoy tengo la impresión, mientras escribo esto, de que El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien es quizás la única obra que sobrevivirá a este siglo. De toda la literatura que se escribe en el curso de los años, sólo unos pocos textos se siguen leyendo ampliamente como obras vivas y no como curiosos anacronismos o como libros de lectura obligada en la escuela. El Señor de los Anillos tiene un atractivo que trasciende los límites temporales y geográficos; crea y satisface el deseo de un tiempo en que las cosas y el mundo parecen menos complicadas. Quizás, también, si tuviéramos la opción de decidir cómo nos gustaría que nos recordaran las generaciones del futuro, no nos describiríamos como la época en que proliferaron las guerras y las armas nucleares y las convulsiones sociales, sino como la época en que se creó la Tierra Media. DANIEL GROTTA. Filadelfia, Pennsylvania.

NOTAS El Joven: 1892-1911 (1) Poco después de la publicación de El Señor de los Anillos, Tolkien discutió sus primeros gustos literarios y mencionó que George MacDonald había sido su escritor favorito. Pero más de diez años después había cambiado, aparentemente, de opinión y manifestó que los cuentos de hadas le interesaron muy poco de niño y que no soportaba a MacDonald. "Me importaba, y siempre ha sido así, en primer lugar, el mundo que me rodeaba", le dijo una vez a un periodista, dando a entender que de niño no le interesaban los cuentos de hadas ni las fantasías. (2) En Oxford y Cambridge, un "exhibitioner" es un estudiante a quien se ha concedido una suma fija para cancelar el college, los gastos y la tuición, porque ha demostrado -exhibido-un conocimiento o capacidad superior. El Becario: 1911-1915 (1) El año académico de Oxford se divide en cuatro períodos de seis semanas cada uno: Michaelmas (otoño), Hilary o Lent (invierno), Easter y Trinity (primavera). Hay una "breve vacación" de un mes entre Michaelmas, Hilary y Easter; no hay interrupción entre Easter y Trinity. La "vacación larga", entre Trinity y Michaelmas es entre junio y septiembre, lapso en el cual los estudiantes, tradicionalmente, acuden a Oxford. Cambridge, por cierto, cuenta con solo tres períodos; pero coinciden, a grandes rasgos, con el esquema global de Oxford. (2) En Inglaterra, un "commoner" también es la persona que no pertenece ni a la realeza ni a la nobleza. Esta definición no se aplica aquí, pues muchos commoner de Oxford tienen título. Técnicamente, incluso el príncipe de Gales, que fue estudiante del Magdalen College en tiempos de Tolkien, era un commoner. (3) "Leer" significa en Inglaterra, también, "estudiar"; se refiere, asimismo, al tema principal de los estudios, aquel por el cual se concederá el grado. (4) En 1902, la universidad de Oxford rechazó la propuesta de eliminar la obligación del griego como requisito para la matrícula. En 1904 se aprobó por un tiempo -aunque poco después fue otra vez derrotada-y esto permitió que algunos estudiantes, en lugar de griego, hicieran valer las matemáticas, alguna ciencia o alguna lengua moderna. El requisito del griego no se abandonó hasta los años veinte y el del latín sólo se eliminó en 1971. (5) El término Oxbridge se utiliza para referirse a Oxford y Cambridge cada vez que se trata de algo que tienen en común. (6) También llamado Oxonia, Oxenford u Oxonforde; todo indica que en esa zona había un paso que utilizaba el ganado ("Ox", en inglés, es "buey") en la confluencia de los ríos Thames (Isis) y Cherwell. (7) El mismo All Soul's College, uno de los colleges más antiguos y famosos de Oxford, no es, técnicamente, parte de la universidad. Tampoco lo son muchos de los colleges eclesiásticos ni los "halls" (muchos de los cuales se fundaron en el siglo trece), donde residen los estudiantes y reciben enseñanza de los tutores antes de ingresar a uno de los colleges de la universidad. En la época de Tolkien la universidad no reconocía los cuatro colleges de mujeres -Lady Margaret Hall, Somerville, St. Hugh's y St. Hilda's-, aunque se permitía que sus alumnas asistieran a conferencias y tutorías y rindieran los exámenes correspondientes. Hasta 1920, las mujeres no podían conceder grados y sólo obtuvieron igual estatus que el de sus colegas hombres en 1960. (8) Una comisión de hombres buenos, Victorianos, cambió todos estos antiguos nombres en el siglo diecinueve; pero los ciudadanos de Oxford decidieron recuperarlos después de la segunda guerra mundial. (9) El caso más famoso de "progging" sucedió cuando Tolkien residía en Oxford entre 1918 y 1921, en tiempos en que por primera vez se reconoció a las mujeres en la universidad. Una noche, el prefecto y sus bulldogs se encontraron a una jovencita, sin acompañantes -lo cual era delito-; le hicieron la temida pregunta: "¿Pertenece usted a la universidad?". La estudiante reaccionó con rapidez: "Lo siento", dijo, "pero nunca hablo con extraños en la calle". Montó en su bicicleta y partió a gran velocidad. Los funcionarios quedaron frustrados.

(10) El ateísmo aún no se reconocía oficialmente en los tiempos de Tolkien, aunque había pasado casi un siglo desde que el poeta Shelley fuera expulsado del University College por proclamarlo abiertamente. (11) El término "don" se aplica a profesores, tutores o cualquier miembro mayor de la universidad o de los colleges. (12) Sin relación con el escritor del siglo diecinueve. (13) El término "oxonian" se refiere específicamente a los miembros actuales o pasados de la universidad, pero el uso popular lo ha ampliado para incluir a cualquiera que viva en Oxford o sea de Oxford, pertenezca o no a la universidad. (14) Como podría suponerse, los tribunales universitarios eran sumamente tolerantes con los miembros de la universidad acusados de ofensas contra la gente de la ciudad y muy duros contra los ciudadanos que ofendían a universitarios. Este abierto doble estándar de justicia produjo mucho resentimiento en los ciudadanos. De ello provienen, en ocasiones, esos levantamientos civiles y esos asesinatos vengativos. (15) En Oxford y Cambridge, el grado de Master of Arts es honorario, no académico. Se concede automáticamente a quienes, en posesión del grado de bachiller, han residido varios años como estudiantes de postgrado. Todos los M.A. se convierten, automáticamente, en miembros mayores de la universidad. (16) En Oxford, el servidor del college se llama "scout". Administra las necesidades de un grupo de miembros del college. Ese grupo, en tiempos de Tolkien, no superaba las ocho personas. (17) Lord Roseberry, alumno brillante y más tarde famoso político, tenía un caballo de carrera. Se le dio un ultimátum: debía marcharse o bien vender el caballo. Para asombro general, se marchó de Oxford. El caballo le generó una pequeña fortuna con las carreras que ganó. (18) Un estudiante, a principios del siglo dieciocho, se molestó tanto porque no le permitían tener en Oxford su jauría de perros de caza, que se consiguió un oso, al que mantenía encadenado; eso no figuraba en las normas. (19) Aunque había relativamente pocos estudiantes de familias de extracción obrera en la universidad antes de la primera guerra mundial, el nuevo Ruskin College tenía mayoría de obreros y era casi socialista. No estaba incorporado, sin embargo, a la universidad; aún no lo está. (20) En 1924, el príncipe Chicibu, de Japón, estudió dos años en el Magdalen College. Se lo recibió con grandes ceremonias cuando llegó a Oxford. El vicecanciller le preguntó cómo le gustaría que lo llamaran. "No me llamen Chicibu, por favor. Significa 'hijo de Dios'". El vicecanciller estuvo de acuerdo y contestó sin vacilar: "Me parece bien. Aquí tenemos demasiados hijos de personas famosas". (21) El grado más alto de Oxbridge es el grado de primera clase, equivalente al magna cum laude. Hay grados de segunda y tercera clase. El de cuarta clase es el de menor categoría, obviamente. (22) La mayoría de los estudiantes vivía entonces en colleges y no en habitaciones (aprobadas) o departamentos de la ciudad. En la actualidad, debido a la gran población estudiantil, muchos estudiantes sólo alcanzan a vivir un año en un college, y deben, a veces, compartir habitaciones. Los profesores que viven en departamentos o casas de la ciudad deben compartir habitaciones en los colleges cuando son tutores. (23) No he podido averiguar qué es, exactamente, ese adminículo; pero, por el contexto, parece que se trata de una bolsa para los palos de golf. El Soldado: 1915-1919 (1) Tolkien más de una vez contó en entrevista que sólo uno de sus amigos sobrevivió a la matanza, Christopher Wiseman. Pero pasó por alto, o no supo, que Harold Trimmingham, voluntario de 1914, vivió muchos años y se trasladó a las Bermudas. (2) Dulce et decorum est pro patria morí significa "Qué dulce y honorable es morir por la patria". Horacio escribió la frase latina y bien pudo haber hecho

una paráfrasis de la Ilíada, de Hornero, en uno de cuyos pasajes se lee: "No es poco probable que un hombre muera en defensa de su país". (3) Orc proviene del latín orcus, infierno. Se modifica y da orcneas en anglosajón y así aparece en el Beowulf. El poeta inglés del siglo diecisiete, John Milton, utilizó la palabra orc en el Paraíso Perdido, pero esa palabra, en este caso, viene del griego oryga y el francés medio orque, que significa ballena y que muy pronto pasó a significar cualquier monstruo, gigante u ogro. Tolkien adaptó muchas palabras obsoletas, arcaicas o extranjeras para los nombres de El Señor de los Anillos. Otro caso es la palabra Mordor, que proviene del anglosajón morthor, asesinato. Los wargs con los que Bilbo combate en El Hobbit también provienen del anglosajón, de la palabra wearg, lobo. (4) En la primavera de 1975, la hija de Tolkien, Priscilla, les dijo a miembros de la British Tolkien Society que su padre fue evacuado de Francia en el Lusitania, convertido entonces en barco hospital, y que el navío fue torpedeado en el viaje siguiente. La señorita Tolkien parece haber confundido el Lusitania con otro barco, ya que el trasatlántico había sido hundido cerca de la costa de Irlanda casi un año y medio antes y nunca se lo transformó en barco hospital. El Académico: 1919-1925 (1) Esto no significa que sólo sobrevivieron trescientos estudiantes de ese período, ya que hubo muchos que ingresaron y luego abandonaron después de 1914. La cifra de 2.700 también incluye a los profesores. (2) Cuando C. S. Lewis asistió por un solo período al University College en 1916 (para asegurarse el ingreso al ejército), notó que "el Hall está en poder 232 de los heridos". En esa época el college tenía doce miembros, de los cuales cinco eran estudiantes. La mayoría de los colleges experimentó ese tipo de vaciamiento en esos años. (3) Teniente primero temporario en esa época, y, técnicamente, en servicio activo. (4) Es el nombre de la ciudad oculta de los elfos en El Silmarillion. (5) Para un análisis más detallado de estas discusiones académicas, ver Paul Kocher, Master of the Middle Earth. (6) En las universidades inglesas hay sólo un profesor para cada tema o cátedra; no hay profesores asistentes ni ayudantes. (7) Stewart fue después profesor de Oxford y miembro de la Escuela dé Inglés. También se convirtió en popularísimo escritor de novelas de aventura y de espionaje, con el seudónimo de Michael limes. El que profesores Oxbridge escriban ficción es una vieja tradición, lo mismo que el uso de seudónimos. (8) Un estudiante investigador de una universidad inglesa es un graduado que va tras el doctorado u otro grado superior. (9) Publicado por Oxford University Press. (10) Mallory, caballero del siglo quince, de Warwickshire, escribió probablemente La Morte d'Arthur mientras estaba en prisión entre 1451 y 1452, después de una pelea con el poderoso Earl of Warwick. La obra se hizo famosa y es uno de los mejores ejemplos de la literatura inglesa medieval tardía. (11) Cuatro décadas después Tolkien tradujo Pearl al inglés moderno y se publicó, junto con su propia versión en inglés moderno de Sir Gawain and the Green Knight, en 1967. (12) Tolkien quedó encantado cuando Charles Williams leyó su largo poema Taliessin Through Logres a los Inklings en el período en que trataba de terminar los primeros dos libros de El Señor de los Anillos. Taliessin se basa en la leyenda de Arturo, como Gawain, pero el poema de Williams era tan complejo y difícil que después empezó su Arthurian Torso, para "explicarlo". C. S. Lewis terminó el Arthurian Torso después de la muerte de Williams, en 1945. (13) En 1936, un libro titulado Songs for the Philologists fue impreso, privadamente, en el Departamento de Inglés del University College de Londres. Contenía canciones de Tolkien, de E. V. Bordón y de otros. Algunas de estas canciones, sin duda, se cantaron en las reuniones de Leeds.

(14) Sus amigos y colegas solían llamar Tolkien a Tolkien, como era la costumbre en esa época. En las conversaciones más privadas era John, y 233 después Ronald. Pero parece que sus dos nombres principales se usaron indistintamente. Los estudiantes, sin embargo, le llamaban "Tolk" (no siempre delante de él, por cierto). (15) Una de las estudiantes que asistían a sus seminarios de Oxford era Katherine Ball, que más tarde fue profesora en la Universidad de Toronto. Recuerda que "llegaba velozmente, diría que con gracia. Siempre recuerdo eso. Con la toga agitada, el pelo rubio brillante, leía en voz alta el Beowulf. No conocíamos la lengua que estaba leyendo, pero el sonido de la voz de Tolkien daba sentido a esa lengua ignota y a los terrores y peligros que relataba -todavía no sé cómo-. La verdad es que nos tenía pendientes de sus palabras y con los pelos de punta. Leía como no he oído leer a nadie... Era un gran profesor, encantador, amable, cariñoso". (16) Según T. V. Benn, Tolkien daba sus seminarios en una "gran sala de conferencias, con varias filas de asientos, en el ala Old Baines. Esa sala, con capacidad para cien alumnos, es ahora un laboratorio de fisiología". (17) Una especie de handball, que juegan dos o más personas. Se le conoce también, erróneamente, por Eton Game o Rugby Game (error que cometen, seguramente, ex alumnos de esas dos famosas escuelas). (18) A Tolkien no le gustaba que lo compararan con Lewis Carroll (el seudónimo de Dodgson). Desdeñaba Alicia en el País de las Maravillas (la consideraba una sátira del ajedrez). Sobre Ariosto decía: "No conozco a Ariosto y me molestaría conocerlo". Y sobre Cervantes: "Asesinó las semillas del romance". Y sobre Dante: "Está lleno de odiosidades y de malicia. No me interesan sus mezquinas relaciones con gente mezquina de ciudades mezquinas". Ya mayor, Tolkien no se interesó en leer a ningún escritor moderno de cuentos de hadas; prefería la ciencia ficción y, por supuesto, la relectura de sus propios libros. (19)Un pastiche de canciones de cuna que más tarde se incorporó a El Señor de los Anillos, donde Frodo lo recita en una posada. El Profesor: 1925-1937 (1) Tanto en Oxford como en Cambridge, los colleges son los mayores propietarios de bienes raíces. Las casas se suelen alquilar, en valores muy convenientes, a profesores y otros Masters of Arts. (2) Bosworth también donó diez mil libras a la universidad de Cambridge para establecer una cátedra de anglosajón, que también lleva su nombre. (3) Tolkien afirmaba sentir afecto por los lagartos inteligentes. Así lo dijo una vez en una entrevista radial: "Los dragones siempre me han atraído como elemento mitológico. Parecen abarcar la malicia y la bestialidad humanas, parecen poseer una suerte de sabiduría maliciosa combinada con astucia. Criaturas aterradoras". (4) Esto es, mucho antes de la fecha que solía dar Tolkien para este incidente. Michael Tolkien está convencido de que sucedió en 1928. "Lo supe por primera vez cuando tenía siete años, John, mi hermano mayor, diez, y Christopher tres. Mi hermana no nacía todavía." Como Michael Tolkien nació en noviembre de 1920, esto debió ocurrir en el verano de 1928. Sin embargo, es posible que Tolkien se refiriera a la época en que El Hobbit se estaba escribiendo a máquina, lo que sucedió varios años después. (5) Tolkien manifestó que había hecho de baja estatura a los hobbits "porque tienen poco alcance imaginativo y siempre carecieron de poder". Esto tiene sentido si se considera que los hobbits fueron modelados conforme son los campesinos de Sarehole y los soldados que tuvo a sus órdenes, gente que cumplió siempre con su deber a pesar de los peligros, que eran seguidores y no líderes. En cuanto a que los hubiera hecho recordando a los conejos (que, después de todo, también viven en agujeros en la tierra), Tolkien ha dicho esto: "no me gustan las criaturas pequeñas. Los hobbits tienen poco más de un metro de estatura. Hay gente así. Si hay algo que detesto, es eso que hace Drayton; me parece lo peor. Todo eso de esconderse en los rincones...

Shakespeare lo utilizó porque estaba de moda entonces, pero no lo entusiasmaba de ningún modo. Produjo algunos nombres curiosos, divertidos, como Cobweb, Peaseblossom; y también algún material poético, como Titania, pero nunca le hizo mucho caso a esa Titania que hacía el amor con un burro". (6) Uno de los libros favoritos de Tolkien, lo que resulta comprensible si se recuerda que el Babbit de Lewis es un típico personaje burgués, que encarna todos los valores de clase media que tanto estimaba Tolkien. (7) Un ejemplo se encuentra en el modo de tratar lo religioso en El Señor de los Anillos: "El hombre del siglo veinte debe tener dioses en un relato de este tipo, pero no puede creer en dioses como Thor y Odín, Afrodita o Zeus. Era imposible que construyera, en mi mitología, lupus y Asgards en los términos en los cuales la gente que los adoraba creía en ellos. Dios es supremo, el Creador, aparte de lo trascendente. El lugar está ocupado por espíritus angélicos creados por Dios, antes de la secuencia de tiempo del mundo que ahora existe. Son las batallas de los poderes. Es una construcción de mitología en la cual gran parte de lo demográfico está en manos de los poderes que se han creado en la otra mano del Único. Todo está elaborado y pensado con algo más de sofisticación que en Out of the Silent Planet de C. S. Lewis, donde uno encuentra un demonio que controla el planeta Marte y la idea de que Lucifer está a cargo del mundo en que ha caído". (8) A pesar de esto, Tolkien afirma haber modelado los enanos conforme a los judíos y no conforme a los enanos escandinavos. El Hacedor de Mitos: 1937-1953 (1) Hasta donde he podido averiguar, sólo una mujer asistió alguna vez a las reuniones de los Inklings, la novelista Dorothy Sayers, la creadora de la serie de relatos policiales protagonizados por Lord Peter Wimsey. Parece que asistió, incluso, a unas pocas reuniones durante la segunda guerra mundial, cuando estuvo de visita en Oxford; pero siempre que Tolkien estuvo ausente. Según Lewis, es dudoso que se hayan conocido. (2) Según Randel Helms, en su libro Tolkíen's World, Tolkien hizo una delicada parodia del estilo rítmico del Taliessin Through Logres en el poema de Bilbo, "Errantry" de El Señor de los Anillos, y también en The Adventures of Tom Bombadil. Hay, de hecho, una notoria semejanza: Williams y Tolkien riman las palabras en medio de cada verso. Tolkien parodió varias veces otras obras en su trilogía y es muy probable que hiciera lo mismo con el poema de Williams. (3) Tolkien dijo en cierta ocasión que los "hobbits poseen lo que podría llamarse una moral universal. Diría que son ejemplo de filosofía natural y de religión natural". También manifestó entonces que "el libro es sobre el mundo que Dios creó, el mundo real de este planeta". (4) Tolkien inventó la noción de "subcreador" para explicar el papel del hacedor de mitos que "descubre" otro mundo o universo. Para una explicación más detallada, ver Tolkien, "Sobre los Cuentos de Hadas", en The Tolkien Reader (Ballantine). (5) Kilby conocía a Tolkien y lo ayudó en el verano de 1966 a preparar El Silmarillion para su publicación. (6) Según Tolkien. C. S. Lewis había leído algo de sus obras anteriores. Es probable que también El Silmarillion, en el manuscrito primitivo. (7) Númenor, o Dúnedain, es el poderoso reino que surgió durante la segunda edad de la Tierra Media y fue destruido finalmente por un diluvio semejante al que acabó con la Atlántida. Númenor no desempeña función alguna en El Señor de los Anillos, pero es central en El Silmarillion. (8) En un documental de la BBC, de 1968, Tolkien afirma que "un lenguaje nuevo es como un vino nuevo. Puedo escribir en élfico, pero me parece que mi escritura es muy inferior a los elfos". En ese momento, quien lo entrevistaba, Leslie Megahey, le pidió a Tolkien que dijera algo en élfico; Tolkien así lo hizo. Pero de pronto se interrumpió en mitad de una frase, sé quedó callado unos segundos, y dijo, casi de manera inaudible, "Oh, Dios... Me equivoqué, ¿verdad?". Y después pronunció de nuevo, correctamente, en élfico.

(9) Tolkien había prometido dar una conferencia sobre los cuentos de hadas a una sociedad de estudiantes del Worcester College en 1938, pero parece que nunca la dio. Es posible que la conferencia Andrew Lang de 1939, sobre el mismo tema, fuera la versión aumentada de la que no dio el año anterior. (10) El mismo Tolkien aplica las normas del mundo de las hadas en El Señor de los Anillos: la Tierra Media se parece mucho a nuestra propia tierra en muchos aspectos. Como observa Paul Kocher en Master of the Middle Earth, "la Tierra Media es un lugar de muchas maravillas. Pero todas están enmarcadas cuidadosamente en un clima y geografía, unos cielos nocturnos, unos arbustos y árboles, unas bestias y pájaros, unos hombres y unas criaturas semejantes a los hombres, unas sociedades que no son demasiado diferentes de todo lo nuestro. En consecuencia, el lector avanza por cualquier paisaje de la Tierra Media con la seguridad de que reconoce lo que hay y esto lo induce a creer cualquier cosa que suceda. Familiar, pero no demasiado; extraño, pero no completamente ajeno: esa es la rúbrica de Tolkien cuando inventa mundos épicos". (11) C. S. Lewis le escribió una vez a un amigo que "el libro de Tolkien no es una alegoría, forma que le disgusta. Lo comprenderás mejor si lees su ensayo sobre los cuentos de hadas... La idea matriz de su arte narrativo es la 'subcreación', la construcción de un mundo secundario. Lo que tú llamarías una 'agradable historia para niños' es, para él, algo más serio que una alegoría... Mi punto de vista es que un mito... es una entidad superior a una alegoría... En una alegoría sólo se puede poner lo que ya se conoce; en un mito se puede situar lo desconocido, aquello a que no hay otro modo de llegar". (12) Después que se publicó El Señor de los Anillos, Tolkien revisó cuidadosamente algunas expresiones y frases importantes para las ediciones siguientes de £/ Hobbit, frases relacionadas con Bilbo, Gollum y el anillo. Esto precisó la continuidad entre las dos obras y dio al anillo un aura más siniestra y secreta que la que poseía originalmente. Dejó en claro, además, que la providencia y la piedad habían detenido la mano de Bilbo y así aseguró el futuro de Gollum y su compromiso con el anillo. Por cierto, uno de los mayores problemas de la revisión que debía hacer Tolkien de El Silmarillion era el de la continuidad, el de adecuarlo a El Hobbit y a El Señor de los Anillos. Paul Kocher cree que Tolkien no lo consiguió. Escribe: "A pesar de sus conexiones superficiales con El Señor de los Anillos, las dos obras son tan diferentes como distinta es su calidad... Cada una tiene sus virtudes..., pero conviene leerlas independientemente, como obras contrastantes, como dos especimenes diferentes del arte de un escritor". (13) Paul Kocher destaca el desdén de Tolkien por las. máquinas: "La vendetta habitual de Tolkien contra nuestra edad de las máquinas aparece en sus observaciones, en El Hobbit, sobre los goblins -que amaban las ruedas y los motores-. 'No sería extraño que inventaran algunas de las máquinas que desde entonces han perturbado al mundo, especialmente los ingeniosos mecanismos para matar a mucha gente al mismo tiempo'... Tolkien era un ecólogo, amante de las artesanías manuales; detestaba la guerra mucho antes que esa actitud estuviera de moda". (14) Cuando Michael Tolkien se trasladó del ejército a la fuerza aérea, se le pidió que llenara innumerables formularios y cuestionarios. Después de completar varias docenas, llegó a un espacio donde se le pedía que indicara la profesión de su padre. Allí escribió "mago". (15) La amistad de Tolkien con Lewis se había enfriado un poco después que rechazaron la postulación de Lewis para una cátedra de Merton. Lewis creía que Tolkien tuvo en sus manos el voto decisivo, pero que votó contra su viejo amigo. (16) Durante la guerra, y debido a razones políticas y de seguridad, y también por la escasez de abastecimientos, el gobierno británico decretó, de hecho, la censura y un sistema de prioridades para las publicaciones. Todos los libros había que presentarlos a una oficina que decidía conforme a los méritos supuestos y autorizaba o no la publicación mediante el expediente de conceder o no el papel necesario. Tanto El Hobbit como Farmer Giles of Ham estaban autorizados para publicarse desde 1946, pero todavía no se encontraba papel para el Farmer.

(17) Tolkien escribió en 1948: "Todavía tenemos la esperanza de cruzar el mar, pero hasta el momento no conseguimos arreglar las cosas. Una dificultad es que, si bien ya se ha aprobado la ley que concede sabáticos a los profesores, yo necesito descansar. ¡Y me resulta inconcebible que lo pueda hacer si tengo que enseñar y dar conferencias en un medio nuevo! (18) En la introducción original de El Señor de los Anillos (1954), Tolkien escribió "porque si bien el trabajo ha sido muy largo (más de catorce años), no ha sido ni ordenado ni continuo. No he gozado del ocio de Bilbo. En realidad, buena parte de ese tiempo ha sido todo lo contrario del ocio, y a veces por más de un año se ha acumulado el polvo sobre mi manuscrito. Digo esto solamente para dar la explicación necesaria a todos los que esperaron tanto tiempo este libro. Pero no me quejo en absoluto". (19) El esbozo final del mapa que se utilizó en la primera edición fue uno de la Tierra Media que había hecho Christopher, el hijo de Tolkien. (20) Hay otra versión de la historia: Tolkien habría presentado el manuscrito a Milton Waldman, de Collins, antes de dárselo a Allen & Unwin. Parece que Tolkien estaba molesto por el modo como Allen & Unwin había manejado la nueva edición de El Hobbit y, recordando el rechazo anterior de El Silmarillion, no sentía particular lealtad hacia su editor original. El Autor: 1953-1965 (1) Escribe Hughes: "¿Qué puedo decir entonces? La amplitud de imaginación carece de paralelo y es casi tan admirable por su vitalidad como por la astucia con que aprisiona al lector página a página". Naomí Mitchison dijo: "Es raro, sabe usted, se lo toma tan en serio como a Mallory". (2) Un estadounidense de principios de siglo, que escribió e ilustró numerosos libros para niños. El más conocido: The Merry Adventures of Robín Hood. (3) Vera Chapman, secretaria y fundadora de la British Tolkien Society, cree que "a Tolkien sencillamente no le interesaban las mujeres. Tenía que contar una historia y las mujeres no le hacían falta. Esto fue así hasta que sus hijos se hicieron algo mayores y le pareció que entonces era necesario introducir algún personaje femenino por ahí. Y apareció el personaje de Eowyn; aunque no lo soporte su hija Priscilla, es producto de la pregunta de Tolkien sobre qué hacer con las mujeres y también de su deseo de escribir algo para su hija adolescente". (4) Tolkien manifestó después que nunca se le avisó de esa edición de Ace antes de que apareciera publicada, que eso lo sorprendió completamente. Esto parece improbable, sin embargo: Wolheim no tenía nada que ganar inventando la historia de las negociaciones y Tolkien tenía bastante que perder si aceptaba que sabía anticipadamente del asunto. El Recluso: 1966-1973 (1) Hasta Tolkien y su mujer tuvieron nombres de la Tierra Media -Beren y Lúthien, amantes de El Silmarillion-. W. H. Auden se llamó Gimli, el enano, en la Tierra Media. (2) Tolkien escribió en 1931 un largo poema titulado "Mythopoeia". Contextualmente, la palabra significa "hacer mitos". (3) Edith Tolkien se estaba preparando para concertista de piano cuando conoció al que sería su marido. Aunque nunca actuó profesionalmente, uno de sus grandes placeres era tocar el piano sola o para su familia. (4) Una cita equivocada del poema de Tennyson I dylls of the King. (5) Cuando Allan Barnet y su esposa visitaron Oxford y fueron a ver a Tolkien, se les dijo que no estaba en la ciudad. Varios días después supieron que en realidad estaba en casa, pero no veía a nadie, ni a amigos ni a extraños. (6) La primera vez que Tolkien fue al Old-Age Pensioners Club lo hizo tomando las máximas precauciones para que nadie se enterara. Le preguntó a Carr: "¿Dónde crees que voy?". Y después le confió el dato. En el OAP Club lo recibió un

hombre que le pidió que le adivinara la edad. Tolkien le dijo ochenta y el anciano sonrió y le dijo a Tolkien que también se veía muy joven (el hombre tenía en realidad ochenta y siete años). Epílogo: El Silmarillion (1) Christopher Tolkien le pidió al Dr. Kilby que postergara un capítulo de su libro; resumía El Silmarillion y podía perjudicar la venta de la obra póstuma si revelaba anticipadamente el argumento. Aunque Kilby tenía el derecho moral y legal de publicar ese resumen, aceptó la sugerencia de Christopher para no ofender al hijo de Tolkien.

PARA QUIENQUIERA SEGUIR LEYENDO A Guide to Middle-Earth, por Robert Foster, New York, Ballantine, 1974, 291 pp. Este libro indispensable ha aparecido en varias formas desde su publicación original en 1966 en la revista literaria Niekas. Es una concordancia de El Señor de los Anillos, que se refiere a las páginas de la edición de Ballantine. El libro contiene un directorio de todos los nombres propios que aparecen en la trilogía y también de los de £/ Hobbit, The Adventures of Tom Bombadil y The Road Goes Ever On. Contiene índices cruzados. La obra de Foster es esencial para estudiosos y académicos; los admiradores de Tolkien se divertirán conociéndola. J.R.R. Tolkien, por Robert Evans, Nueva York: Warner Books, 1972, 205 pp. Este libro, uno de la serie "escritores de los setenta", está escrito por un académico, pero no es ni pedante ni complicado. Evans expone sobre la literatura fantástica, sus escritores, los temas que tienen en común con Tolkien. El libro está aderezado con referencias literarias sabrosas, pero no siempre pertinentes. De hecho, trata más de la literatura fantástica en general que de Tolkien en particular. Master of Middle -Earth: The Fiction of J. R. R. Tolkien, por Paul H. Kocher, Boston, Houghton-Mifflin, 1973, 247 pp. Un estudio excelente, penetrante, de las principales obras de ficción de Tolkien. Especialmente recomendables son los dos capítulos que se ocupan del orden cósmico y de las razas que componen la Hermandad o Fraternidad del Anillo. A pesar de sus ocasionales debilidades, continúa siendo la mejor obra básica que se ha escrito sobre Tolkien. Modern Heroism, por Roger Sale, Berkeley, University of California Press, 1973, 261 pp. Este el único libro de los aquí citados que no se refiere exclusivamente a Tolkien. El profesor Sale postula lo que llama el Mito de la Unidad Perdida -esa edad, la del heroísmo, que ha terminado y que debemos buscar en el pasado-. Presenta a D.H. Lawrence, William Empson y J. R. R. Tolkien como casos de escritores que desafían el Mito con la creación de nuevos héroes. A primera vista no me resultó fácil comprender qué podían tener en común estos tres escritores, pero pronto advertí que no había captado el punto central de la tesis del profesor Sale. Sólo desea mostrar la manera que tiene cada uno de esos escritores de acercarse y encarar el heroísmo. El relato que hace el profesor Sale de la jornada de Frodo resulta casi tan impactante como el del mismo Tolkien en Él Señor de los Anillos. En lugar de unirse a los numerosos académicos y críticos que han analizado meticulosamente los personajes y los sucesos, Sale acepta la afirmación de Tolkien de que su libro sólo es un relato y muestra, entonces, algunos de los más ridículos intentos de hallar significados inexistentes en El Señor de los Anillos. Me pareció excelente la parte destinada a Tolkien; pero ya no me gustó tanto cuando la volví a leer en el contexto total del libro. Tolkien: A Look Behind The Lord of the Rings, por Lin Cárter, Nueva York, Ballantine, 1975, 212 pp. Una perspectiva desordenada, informal, personal, pero muy leíble, sobre Tolkien y su importancia en la literatura fantástica. A menudo se enreda en asuntos interesantes pero irrelevantes. Aunque algunas de sus afirmaciones sobre las posibles fuentes y significados son discutibles, el libro resulta un alivio saludable entre tanto análisis crítico pesado. En realidad son dos libros en uno: uno sobre Tolkien y otro sobre la historia de la literatura fantástica.

Los puristas pueden ofenderse: Cárter trata de mostrar la enorme cantidad de nombres, temas e ideas que Tolkien se habría apropiado de las sagas escandinavas. Tolkien and the Critics, editado por Neíl D. Isaacs y Rose A.Zimbardo, Notre Dame Press, University of Notre Dame, 1968, 296 pp. Este es el tipo de libro que molestaba a Tolkien y de los cuales no perdía oportunidad de burlarse: una colección de ensayos académicos de eminentes críticos y profesores que tratan de analizar los "significados" de El Señor de los Anillos. (Hay un trabajo de su amigo C. S. Lewis y de su archidefensor W. H. Auden). No estoy de acuerdo con Tolkien, sin embargo. Sin que importe que hayan o no acertado en lo que afirman, la mayoría de los ensayos son interesantes y provocativos. Es posible que los críticos perciban en El Señor de los Anillos más de lo que el mismo Tolkien puso allí conscientemente, pero la mayoría propone buenos argumentos para confirmar lo que sostienen. The Tolkien Reader, escritos de J. R. R. Tolkien, Nueva York, Ballantine, 1974, 200 pp. Incluyo este libro entre los que hablan de Tolkien, porque, además de algunas obras menos conocidas, de ficción y de poesía, contiene el ensayo quizás más importante de Tolkien, "Sobre los Cuentos de Hadas". Para comprender apropiadamente la motivación que hay tras El Señor de los Anillos, se deben digerir los propios pensamientos de Tolkien sobre el propósito y el placer de los cuentos de hadas y de la mitología. Este ensayo se leyó por primera vez en la Universidad de Saint Andrew, en 1939, cuando Tolkien luchaba con los primeros capítulos de su gran obra. Se publicó por primera vez en Oxford University Press, en 1947, en Essays Presented to Charles Williams. The Tolkien Relation, por William B. Ready, Chicago, Henry Regnery Co., 1973, 184 pp. Este es un libro raro: ni de crítica ni biográfico. Pero es leíble e interesante. Parece que Ready quiso poner por escrito todo lo que alguien puede querer conocer sobre Tolkien y su obra. Pero el resultado no es suficiente. Trata de cubrir un tema demasiado amplio en sólo 184 páginas. El libro parece superficial. Lo redime el hecho de que se la arregla para cubrir la parte importante de la obra y vida de Tolkien de un modo que deja al lector a la espera de más material. Tolkien's World, por Randel Helms, Boston, Houghton Mifflin, 1974, 167 pp. No me gusta informar de libros malos, así es que al principio no iba a incluir el de Randel Helms en este listado. Este libro se equivoca enteramente, a mi juicio: intenta aplicar el análisis freudiano a los personajes y a los temas de El Señor de los Anillos. Es extremadamente dogmático y pedante; pero le falta la documentación correcta, para empezar. Por otra parte, da la sensación de que el señor Randel no decidió con claridad si quería hacer un libro de crítica académica o un libro popular; se nota. En este momento hay tantas sociedades dedicadas a Tolkien, tantas revistas y publicaciones que sólo se ocupan de su obra, que resultaría muy poco práctico hacer una lista con todas ellas. Y como muchas de estas revistas tienen, y han tenido, una vida sumamente breve, esa lista resultaría inadecuada al nacer. Por otra parte, me parece muy improbable que incluso los lectores más fanáticos de Tolkien vayan a tener mucho interés en vincularse con organizaciones tan exóticas como la West Borneo Tolkien Society o que vayan a indagar cómo obtener una edición pirata de El Señor de los Anillos que se publicó en vietnamita. Daré, sin embargo, las direcciones de las dos sociedades Tolkien más conocidas. En Gran Bretaña, la Tolkien Society es un grupo informal que se reúne en el Carpenter's Arms Pub, de Whitfield Street, en Londres (West End) el primer

sábado de cada mes. La British Tolkien Society también publica una revista bimensual que se llama Aman Hen y otra anual, Mallorn, y celebra banquetes anuales y "Oxonmoots" durante los cuales sus miembros pasan un fin de semana en Oxford visitando algunos de los lugares favoritos de Tolkien y sus antiguas casas. La dirección es: 14, Norfolk Avenue, London, N15, 6JX. En los Estados Unidos, la Tolkien Society original, la fundada por Richard Plotz, fue absorbida por la Mythopoeic Society de California. La Mythopoeic Society se "dedica al estudio, discusión y goce de las obras de J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis y Charles Williams. Considera que estos autores entregan una excelente introducción a los reinos del mito, de la fantasía y de la literatura imaginativa". La Sociedad se creó en 1967; la fundó Glen H. Goodknight. Tiene unos treinta locales en los Estados Unidos. Además de los paseos campestres bianuales, patrocina una convención anual conocida como Mythcon, en la cual se concede el premio a la mejor obra de fantasía y al mejor estudio sobre literatura de fantasía que se haya publicado el año precedente. La newsletter mensual Mythprint está incluida en la cuota anual para asociarse. Para cualquier información, escribir a: The Mythopoeic Society, P.O. Box 4671, Whittier, California 90607.