Inés Weinberg de Roca: el desafío de hacer justicia

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ENFOQUES

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Domingo 22 de marzo de 2009

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Conectados GENTILEZA FAMILIA ROCA

Historias de vida

El liderazgo de la generación Einstein GASTON ROITBERG LA NACION

Inés Weinberg de Roca: el desafío de hacer justicia después del horror SUSANA REINOSO LA NACION

I

nés Weinberg de Roca es una magistrada con una asombrosa adaptación al medio. Podría suponerse que ello corresponde a la personalidad de un juez que, obligado a adaptarse al escenario donde administra justicia, debe fallar tanto en un caso de genocidio –en un tribunal internacional– como en un litigio sobre adoquines en el casco histórico de Buenos Aires –en un juzgado contencioso administrativo–, o en un pleito entre empleados de la ONU, al llegar al Tribunal de Apelación de Naciones Unidas (ONU). Ese es el itinerario que registra la hoja de vida de esta jueza argentina de 60 años, que el 2 de marzo último fue designada –entre los mejores 14 candidatos de todo el mundo– como integrante del máximo órgano administrativo de la ONU, por los próximos siete años. Llegar hasta allí fue una faena ardua en un camino sembrado de obstáculos. Sobre todo porque el respaldo de la Argentina llegó, pero en el último momento. Es posible que, si como escribió Gandhi, la fuerza no proviene de la capacidad fìsica sino de la voluntad indomable, Inés Weinberg de Roca haya aprendido esto en su larga estancia en Africa, como integrante del multirracial Tribunal Penal Internacional de Ruanda (ubicado en Tanzania), que todavía juzga a los genocidas del brutal exterminio de 1994, de la mayoría étnica hutu contra la minoría tutsi y hutus moderados. Cinco años y medio duró ese tramo en su carrera: tres y medio en Africa y el resto del tiempo en La Haya, como integrante de la Cámara de Apelaciones que intervino en los casos de exterminio en la ex Yugoslavia. Allí vivió otra dura experiencia profesional: tener voz propia en un tribunal de hombres, que siguen dominando el prestigioso territorio de la justicia internacional. Africa fue para ella, sobre todo, una escuela de excelencia que le templó el espíritu. Dejó marido, hijo y perrita en Buenos Aires para trasladarse a vivir sola a una casa en la ciudad tanzana de Arusha, sede del Tribunal, custodiada las 24 horas por guardias de la ONU. A veces no tenía luz, otras no tenía agua. Si se duchaba, no podía cocinar. Si usaba la cafetera eléctrica, la energía no le alcanzaba para encender el televisor o el lavarropas. En su aventura africana conoció a Carla del Ponte, apenas llegó al continente negro. Del Ponte era una estrella de la justicia internacional, con su estilo de fiscal aguerrida. Por esos azares del destino, la actual embajadora suiza es hoy vecina de la jueza argentina en el coqueto Barrio Parque, de Buenos Aires. El Derecho Internacional siempre le resultó a Weinberg de Roca más atractivo que el derecho interno, porque “es más creativo y existe la posibilidad de crear normas que en el ámbito jurídico interno, donde todo está más consolidado”, dice a LA NACION.

Integró el Tribunal Penal Internacional de Ruanda, lo que la llevó a vivir varios años en Africa y conocer de cerca el drama del genocidio de 1994 antes de pasar a La Haya e intervenir en casos de exterminio en la ex Yugoslavia. Ahora esta jueza argentina enfrenta un nuevo desafío, vinculado también a los DDHH: acaba de ser seleccionada para formar parte del Tribunal de Apelación de la ONU

Quién es Nombre y apellido: INES WEINBERG DE ROCA

Edad: 60 AÑOS Estudios y publicaciones: Nació en Buenos Aires, el 16 de diciembre de 1948, hija de inmigrantes alemanes. Asistió al colegio St. Peter’s, luego estudió Derecho en la UBA y obtuvo un doctorado en Derecho en la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito cuatro libros sobre derecho internacional. En la justicia local e internacional: Fue jueza civil, camarista en la Cámara Internacional de Apelaciones de La Haya, jueza del Tribunal Penal Internacional de Ruanda y jueza de la Cámara en lo Contencioso Administrativo en Buenos Aires. Está casada y tiene un hijo.

Recibida de abogada a los 21 años en la UBA, a los 23 obtuvo con un “sobresaliente” el doctorado en Derecho en la Universidad Nacional de La Plata. Luego se marchó a Alemania, a estudiar derecho internacional y extranjero en el exclusivo Instituto Max Planck, de Hamburgo, donde comenzó su vinculación con la defensa de los derechos humanos. Pese a ser hija de alemanes nacidos en Berlín, las cosas no le fueron fáciles, pero la experiencia la fortaleció. Hoy recuerda: “Fue duro. El Instituto Max Planck reunía a la crema de los especialistas. Todos trabajaban a lo largo de un pasillo, en sus despachos a puertas cerradas. Era un espacio muy solitario, donde había poco contacto con la gente. Me sentí extremadamente sola”. Al regresar al país, la joven abogada comenzó su andadura como profesora universitaria en la cátedra de Derecho Civil, de Guillermo Allende. Pero la dictadura militar la despojó del cargo tiempo después. Como el litigio tribunalicio la entusiasmaba poco, con el advenimiento de la democracia se inscribió y calificó en los concursos para la justicia civil. Pero la suerte le era esquiva: en el momento final, el elegido era otro. Entre una desilusión y otra se enamoró y se casó con el abogado Eduardo Roca y tuvo a su hijo Marcos. Es posible que en aquella larga lucha por alcanzar su meta haya fructificado en ella el germen feminista. En todos los escenarios en los que le tocó actuar, dice, “las mujeres tienen que dar una batalla más dura que los hombres”. Pruebas al canto, en la justicia internacional las mujeres en altos puestos se cuentan con los dedos de una mano. Causas y azares Invitada por la Asociación Jurídica Argentino-alemana a un seminario a principios de los 90, el azar la puso en el lugar indicado y a la hora indicada. El Instituto Iberoamericano de Hamburgo agasajaba al entonces presidente Carlos Menem e Inés Weinberg de Roca fue invitada a la recepción. Pero no lo conocía. Sin pensarlo, se acercó al mandatario argentino y sólo le dijo que quería ser jueza, que calificaba en todos los concursos, pero no conseguía un cargo. Menem le facilitó su Mont Blanc para que la osada abogada anotara sus datos. Y prometió ocuparse. Unas semanas más tarde el ministro de Justicia de la Nación la convocó a su despacho. Poco después ocupó la vacante del Juzgado Civil número 11. Su experiencia a cargo de ese tribunal le deparó dos sorpresas: en la caja fuerte convivían, folio a folio, las sucesiones de Jorge Luis Borges, en la que Inés Weinberg de Roca dictó sentencia, y la de Juan Domingo Perón. Instalada en la Cámara en lo Contencioso Administrativo de la Ciudad de Buenos Aires, cuando en enero de 2003 fue elegida, a propuesta de la Argentina, por la Asamblea General de la ONU para el Tribunal Penal de Ruanda, no imaginó que empezaba a construir la segunda etapa de su vida profesional. Y que Africa sería

una experiencia imborrable. Hoy dice: “Nadie vuelve a ser la misma persona, después de haber vivido en aquel continente y tras haber escuchado decenas de testimonios sobre el horror del genocidio”. Su convicción es que en cualquier momento y en cualquier parte del mundo puede estar madurando el huevo de la serpiente, el germen de un genocidio, porque éste comienza cuando se le achaca al otro, al prójimo, la causa de los males propios y se lo coloca en el lugar del enemigo. La experiencia africana la sacudió de diferentes maneras y los casos de violaciones, que fueron miles, son los que más recuerda. Fue el Tribunal Penal de Ruanda, bajo la presidencia de la jueza sudafricana Navy Pillay, hoy su amiga, el que declaró que el delito de genocidio puede configurarse a través de la violación, lo que constituyó un avance fundamental en la justicia internacional. Inés Weinberg de Roca tuvo a su cargo dos de los casos de genocidio más renombrados: la acusación contra el cantante popular Simon Bikindi, cuyas letras alentaron el asesinato de tutsis. Y el del llamado “Mr. Z.”, el empresario Protais Zigiranyirazo, cuñado del presidente Juvenal Habyarimana, muerto en 1994 en el atentado aéreo que desató el genocidio en Ruanda. Ambas condenas llevan su firma. El mandato de Inés Weinberg de Roca concluyó en diciembre de 2008. Sus colegas de la Cámara Contencioso Administrativo la alentaron a continuar en la justicia internacional, concediéndole las licencias necesarias para postularse al Tribunal de Apelación de la ONU, y ella se puso en acción: envió 192 correos electrónicos a igual número de delegaciones diplomáticas en Nueva York. Antes había superado en La Haya los rigurosos exámenes para concretar su postulación. La última semana de febrero se instaló otra vez sola en Nueva York y se entrevistó con 80 delegados. Con la ayuda invalorable de sus colegas jueces en La Haya y en Arusha, fue elegida con 122 votos. La lista de candidatos había empezado con 250 de todo el mundo, de los cuales 24 llegaron a la recta final por siete cargos. El 2 de marzo, su amiga Navy Pillay, hoy Alta Comisionada para los Derechos Humanos, le dio la noticia desde Nueva York. Fue otra vez una lucha solitaria. El llamado “endoso” de la candidata, que autoriza la Cancillería, se hizo esperar hasta último momento. Desde su casa en Barrio Parque prepara su aterrizaje en Nueva York. Y dice que su desafío actual es juzgar casos que, de una u otra forma, involucran la cotidianeidad de la gente, y que eso también hace a los derechos humanos. Su vida fue registrada en un documental filmado en Africa, Holanda y Francia. “Los 100 días que no conmovieron al mundo”, realizado por la productora Zona Audiovisual con el respaldo del Instituto Nacional de Cine (Incaa), que en abril llegará al Museo del Cine de la Ciudad y al Museo de Arte Latinoamericano (Malba).

Más inteligentes, más rápidos y más sociables. Así describe el libro Generación Einstein a los jóvenes nacidos después de 1988, un segmento de la población mundial que, a diferencia de otras generaciones como la de los Babyboomers (1945-1955) o la X (1960-1985), se identifica con valores positivos, cree en el aprendizaje en red y creció sumergido en el mundo digital. Su autor, un licenciado en arte holandés llamado Jeroen Boschma, lleva más de diez años de conversaciones e interacción con esta generación y sostiene que para entender algunas de las nuevas reglas es necesario un cambio de paradigma. Los nativos digitales –dice– leen la prensa como periodistas, miran las películas como directores de cine y analizan la publicidad como publicistas. El libro intenta derrumbar algunos mitos sobre el fatalismo de la juventud. Para la generación Einstein ya nadie tiene el monopolio de la verdad, pero existen expertos en determinados temas independientemente de su edad. Creen en la inteligencia colectiva (“el conocimiento del grupo es mayor que la suma de las partes”), en la autorregulación de la comunidad. No les molesta en lo más mínimo la sobrecarga informativa porque desarrollaron otros criterios de filtro y selección. “Nos parecen superficiales, ellos tienen interés. Nos parecen indiferentes, pero están llenos de pasión. Nos quedamos paralizados ante la avalancha informativa, pero ellos se sienten como pez en el agua en la Sociedad 24/7. Nosotros aprendemos en forma lineal y ellos en forma multilateral”, contrapone el libro. Mirar a los jóvenes hoy, afirma Generación Einstein, es ver el futuro. Pero la gran pregunta no es si los jóvenes están preparados para enfrentar este futuro sino si el resto de las generaciones estamos preparadas para enfrentarlo. El requisito fundamental, parece, es quebrar el paradigma de pensamiento e introducirnos en un mundo con otras reglas, otras prácticas y otros paradigmas de comunicación. [email protected]

Más información. Enlaces, videos y otros contenidos multimedia www.lanacion.com.ar/diario-dehoy/ suplementos/enfoques

Recomendados

1

www.generacioneinstein.com La web oficial del libro de Boschma, desde donde es posible descargar el prólogo en formato .pdf.

2

www.tuenti.es Es una red social de origen español y se requiere invitación para sumarse a ella. Su target: jóvenes de la generación Einstein, de 13 a 22 años.

3

www.conoceralautor.com/1/1_2. asp?id=134 Un video útil para conocer mejor quién es Jeroen Boschma. Cuenta la trastienda de la producción del libro.

© LA NACION

Terapia (arriba también se sufre)

Hoy, Bernard Madoff DIEGO SEHINKMAN PARA LA NACION

Guardiacárcel (Al terapeuta, mientras abre la puerta de la celda): Aquí lo tiene. Número 61727-054 del Centro Correccional Metropolitano... (Mira irónico a Madoff.) ¿La vida está hecha de números, verdad Bernie? (mientras cierra la puerta de la celda) Recuerde, doctor, que son 20 minutos. Madoff: (Sentado en una silla, cruzado de piernas.) Ey, doctor, ¿usted que opina? Una celda limpia y luminosa, con un televisor con 120 canales. La humanidad avanzó en 2000 años, ¿o no? La última vez que un judío convenció a tanta gente poniendo en riesgo al imperio fue azotado y crucificado. (Se ríe.) Terapeuta: (Se acerca en silencio a la mesa de la celda y abre el expediente, que incluye fotos de diarios donde se lo ve a Madoff junto a grandes personalidades.) M: ... ¿Lo envió el Gobierno Federal para que evalúe si voy a suicidarme? (Señalando) El de la foto es Spielberg... antes del ataque del verdadero Tiburón...

T: ... (Sigue revisando el expediente y viendo las fotos en silencio.) M: ... ¿Ahora que empezó el juicio lo mandaron a averiguar más de mi perfil psicológico? (Apunta con el índice.) Y ahí estoy con Elie Wiesel, el sobreviviente del Holocausto que ganó el Premio Nobel de la Paz. Me dio el dinero de su fundación y lo perdió todo. Y ahora también reclama que el Estado lo salve. Es así, doctor. Antes era “La lista de Schindler”. Ahora es “La lista de Obama”. T: (En silencio, pasa las páginas.) M: (Se tira para atrás en la silla y pone los brazos detrás de su nuca.) Dicen que armé una estructura piramidal basada en el modelo Ponzi, y que esa pirámide la alimenté con los judíos ricos de EE.UU. y Europa... (Con tono irónico.) ¿Ve que somos un pueblo perseguido?... Nos escapamos de Egipto... ¡y 5000 años después nos esperaba una pirámide peor! T: Veo que es cierto lo que se dice de usted. Nada altera su humor, ni su calma... M: Vea. Hace 50 años yo trabajaba de

bañero en Queens. ¿Y sabe lo que aprendí ahí? Que cuando alguien se está ahogando, en medio de la desesperación, lo único que lo calma es que lo miren a los ojos y le transmitan serenidad. Debe ser una mirada que transmita paz... (Mirando a los ojos al terapeuta.)... Una mirada hipnótica... (Habla pausado.)... Cuando una mirada transmite calma, doctor... el otro deja de bracear torpemente... deja de resistirse... (mirando fijo)... se relaja... y se entrega para que usted lo lleve donde quiera... Puede ser a la playa... (leve sonrisa)... o a un hedge fund... T: ... M: (Inclinándose hacia el terapeuta.)... Porque vamos, doctor, si usted en vez de juntar las monedas que le paga el Gobierno Federal hubiera tenido unos dólares, ¿no se hubiera tomado un daiquiri en mi playa? T: (Deja los papeles, levanta la vista, lo mira fijo un instante y vuelve al expediente.) M: ¿Sabe por qué mis rentabilidades

anuales tan altas nunca levantaron sospechas? Porque siempre colaboré generosamente con cientos de entidades benéficas, universidades, ¡y hasta con el Partido Demócrata! (Con sonrisa irónica.) ¿Desde cuándo el mendigo sentado en la escalera de la iglesia pregunta de dónde salió la moneda que le acaban de poner en la lata? (Carcajada) T: ... M: ¿Por qué se quedó en silencio? ¿Le molestó que le dijera que el Gobierno Federal le paga monedas? Bueno. No todo es dinero. Va a poder presumir con sus amigos. “Conocí a Madoff. Parece un hombre tan común... ni siquiera es tan inteligente como uno creería” (carcajada). Escuche. (Se pone serio.) No es mi culpa lo que pasó. Todo el mundo de las finanzas funcionaba así. ¿Sabe cuál hubiera sido la frase de Arquímedes, de haber trabajado en Wall Street? “Denme un punto

de apoyo, ¡que con mi “apalancamiento” moveré la Tierra!”. T: Sí. Me envió el Gobierno Federal. Por unas monedas, es verdad. Para mí esto es sólo un trabajo. No muy grato hoy, por cierto. Y estimo que mi visita tampoco es bienvenida. Así que... M: (Interrumpiendo.) ¡Espere! ¿Cómo sabe que no es bienvenido? ¿Cómo sabe si yo no siento culpa por haber estafado a mi propia hermana de 74 años? ¿Quién le dijo que duermo en paz, después de los suicidios de la gente que por culpa mía quedó en bancarrota? T: ... M: ... ¿Cómo sabe que no sufro? T: (Lo mira irónicamente sin decir palabra.) M: ... (El guardiacárcel golpea la reja.) T: Los 20 minutos permitidos de la visita terminaron. Era sólo una visita formal. M: ¿Qué? ¿Y se va sin decirme nada? T: (Lo mira fijo.) No... Sólo me preguntaba quién evalúa el “subprime” moral.