Hablemos de fútbol

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La contratapa

| Miércoles 7 de enero de 2015

N

i Cristiano Ronaldo ni Messi. El mejor de todos los tiempos, me dice el hombre que está estudiando la historia del fútbol mundial, sigue siendo Diego Maradona. “Su segundo gol contra Inglaterra en México –me sorprende Juan Manuel Lillo, DT español– es un culto al juego colectivo. En toda la carrera amenaza darle la pelota al compañero mejor ubicado. Que la va a pasar, que la va a pasar. El quiere usar a los rivales para dársela a los compañeros y los compañeros, aunque él no quiera, lo ayudan a correr solo. ‘Perdoná Jorge, te iba buscando’, le dice a Valdano después. Y le describe la carrera aún mejor que la recordaba el propio Jorge.” Los premios individuales, como el Balón de Oro del lunes próximo, cada vez más dominados por las marcas deportivas, premian a los artistas que iluminan las canchas. Pero Lillo elige ver a los jugadores que él llama “multiplicadores de posibilidades”. A los que “hacen mejores a los demás”. Por eso, tiene más ojos para Iniesta que para Messi, para Kroos que para Ronaldo. “Veo más a Gerson que a Pelé –me dice–, a Rial más que a Di Stéfano. Veo más fútbol que jugadas.” Lillo sabe que “las comparaciones son odiosas, pero son inevitables”. Y me dice que Messi “hace lo que nadie: velocidad con el balón”. Pero juega “con un entorno más amable. Tiene muchas más ayudas. Compañeros, árbitros, reglamentos”. Maradona, en cambio, “era otra cosa. Le tocó ser puente entre una generación que permitía cualquier cosa a los marcadores y la siguiente. Era todo. Siempre vivió para hacer más felices a sus compañeros. Tiraba y devolvía paredes. Peleaba por los trofeos colectivos. Hizo todo lo posible para no ser Maradona y aún así lo fue. En Brasil, anulaban a Pelé, pero estaba Gerson o Rivelino. En Real Madrid a Di Stéfano, pero estaban Rial o Puskas. En cambio. Diego estaba casi siempre solo. Napoli, Argentinos Juniors, hasta la Argentina campeona”. Es cierto. Pero de Suecia 58 a Brasil 2014, como escribe el periodista Jorge Barraza en Fútbol de ayer y de hoy, un gran libro futbolero de 2014, los jugadores corren el triple. La cancha se achicó. Y, ahora, dice Barraza, los jugadores deben resolver en cinco segundos lo que antes resolvían en quince. Barraza, en desacuerdo con la frase de que antes se jugaba mejor, señala en su libro que su mejor equipo de todos los tiempos es el Barcelona de Pep Guardiola. Porque lució juego colectivo, bello y de ataque, pero sin tiempo y sin espacios. Lillo tiene un gran vínculo con Guardiola. Pep se fue a jugar a México para tenerlo de DT en los Dorados de Culiacán, en Sinaloa. Y quiso llevarlo como DT de Barcelona en 2003. Pero Lillo, cuyo estudio minucioso del fútbol anda ya por los años ’70, elige como su “mejor equipo colectivo” a la Alemania que ganó la Eurocopa de 1972. “No tuvo ningún temor en juntar jugadores homogéneos. En física dicen que la solidez la da la homogeneidad de los cuerpos. Y aquella Alemania juntó a jugadores como Netzer, Overath, Hoeness y Beckenbauer .” Lo dice mientras toma mate en un hotel del microcentro porteño y me cuenta que compró una vieja colección de revistas El Gráfico, parte de su trabajo histórico y también de su admiración por el viejo fútbol argentino. Cena con Menotti,

Ezequiel Fernández Moores

Hablemos de fútbol — para La NaCIoN —

Juan Manuel Lillo

ve la final de Copa Sudamericana, visita a Corral de Bustos y charla para el Grupo Ekipo, en Rosario, donde se reunió varias veces con Gabriel Heinze (“un futuro técnico de nivel, él se toma su tiempo, pero para mí ya está”). Le pregunto por el fútbol de ayer y el de hoy: “ya no hay más solomillo –me responde–, ahora hay sólo guarnición. Y las nuevas generaciones creen que la guarnición es el solomillo”. Lillo, que viene de un último paso por el colombiano Millonarios, ganó renombre en los 90, con apenas 26 años, como DT de un gran Salamanca, que terminó subiendo a Primera. El DT que dirigió luego a otros numerosos equipos de España no recurre sólo a la física para hablar de fútbol. Habla de Kant, Platón y Sartre. De “pensamiento sistémico” y de “holismo”. El pensamiento sistémico porque es integrador y ayuda a analizar a un equipo de fútbol “como un todo”. ¿Por qué separar ataque y defensa si el juego es uno? Y el holismo porque, como decía Aristóteles, “el todo es mayor que

la suma de las partes”. Por eso, Lillo elige a Iniesta (“el todo”, según dice) más que a Messi (“la parte”). “El todo” del Barcelona de Pep, jugadores bajitos y técnicamente dotados, a veces un mediocampo casi sin recuperadores clásicos, ganó batallas ante rivales mucho más físicos. “El todo” fue hasta el esquema 3-7-0 que aplastó 4-0 al Santos de Neymar en la final del Mundial de Clubes (sin puntas clásicos, es cierto, pero con Messi para el remate final, porque aún hoy es el que mejor lo hace). El objetivo, me dice Lillo, es conseguir superioridades en posiciones claves y generar espacios. Juego de posición: pasar la pelota en espacios cercanos “para encontrar libre a un lejano”. Y juego de posesión: porque hay más probabilidad de hacer goles si se tiene la pelota. “No es lo mismo la posibilidad que la probabilidad y a mí –dice Lillo– me gustan los equipos que buscan la probabilidad.” Lillo sabe por supuesto que ningún partido será jamás igual a otro. Y que, como en toda actividad humana, en el fútbol tam-

bién juega “el azar”. El Barça-modelo de Pep Guardiola, por ejemplo, tal vez no podría haber logrado el reconocimiento mundial que obtuvo si Michael Essien no hubiese fallado un despeje en una dramática semifinal de Liga de Campeones de 2009 contra el Chelsea de José Mourinho, en Stamford Bridge. “La sociedad –se lamenta Lillo– necesita el éxito, se confunde lo interesante con lo importante”. Se usan conceptos como técnica, táctica, preparación física, ataque, defensa, “porque el ser humano –dice Lillo– quiere vivir con certezas en un mundo incierto, con control en un mundo incontrolable”. La táctica, sigue, “es la forma en la que se juega, el por qué se juega, cuándo se juega, cómo se juega y dónde se juega”. Y su misión como entrenador “es crear cultura táctica”, darle información al jugador para ayudarlo “a interpretar las situaciones, darle una razón para hacer las cosas”. Luego, es el jugador el que elige qué hacer. “Conocer el juego es conocer al jugador”. Y, por eso, “el gran momento del DT –me dice Lillo– es qué barro eliges para hacer tu jarrón”. Va una de sus frases de cabecera: “Dime con qué mediocentro andas y te diré qué equipo eres”. Lillo recuerda también a la Hungría del 54 y cita el Brasil-Rumania de México 70 como uno de los mejores partidos en la historia de los Mundiales. Dice que “en los 90 murió el fútbol”. Que en 1990 y 94 “no hubo Mundiales”. Y que la historia del fútbol, más que con jugadores y equipos, “fue cambiando con los cambios reglamentarios. Cuando en 1925 cambió la ley del offside cambió todo y ahora se pita con otro espíritu”. Ha visto y leído muchísimo. Y teme que la brisa de mejor fútbol que dejó el River de Gallardo en 2014 sea apenas un “dejá vú” para el fútbol argentino, demasiado conservador para él, un DT que elige arriesgar, justamente, para “evitar riesgos”. A Lillo sí le gusta que el fútbol argentino conserve “sentimiento”, que mantenga esa “esencia de las gradas”. “Pero claro, se ve que ahora la conducta de los de afuera modifica a los de adentro y antes era al revés. Los hinchas son el solomillo y los jugadores la guarnición”. El técnico que inspiró a Guardiola, hoy con 59 años (dirigió por primera vez a los 16), lector de matemática compleja y neurociencia, sabe que sus conocimientos y riqueza dialéctica han sido a veces objeto de burla. Y que pueden ser casi perjudiciales para conseguir equipo. Porque muchos clubes eligen más al DT-reconocido que al DT-capaz. Si hay gente que quiere ser futbolista sin que tal vez le guste el fútbol, también hay entrenadores, dice Lillo, que prefieren no “ser” para poder “estar”. Estar en el banco, pero dejando que otro decidan por él. Lillo sabe que los clubes “no contratan ideas”, sino al DT “último ganador”. “Si contrataran una idea –dice– la aguantarían como propia”. Le pregunto entonces por las convicciones del DT, si está bien cambiar porque el barco se hunde o si hay que morir con las botas puestas. “Lo mejor –me contesta Lillo– es morir con las botas que los jugadores necesiten.” ß Firmas la nacion. Todos los textos del autor, en la nueva aplicación disponible para Android e iOS