Fonseca, el narrador del Mal

14 mar. 2009 - ha escrito, sin que jamás me defraudara. En 1993, cuando le dieron el premio Juan. Rulfo en Guadalajara,
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NOTAS

Sábado 14 de marzo de 2009

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EL ESCRITOR MAS ORIGINAL DE BRASIL, PAIS DE ESCRITORES ORIGINALES

Fonseca, el narrador del Mal TOMAS ELOY MARTINEZ PARA LA NACION

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UBEM FONSECA va a cumplir 84 años, y un editor brasileño me cuenta que está en decadencia, que sus libros ya no son lo que eran, como si olvidara que, a los 84 años, todas las luces tienden a declinar. El editor me dice que sus tres últimas obras, Mandrake: la Biblia y el bastón (2005), Ella y otras mujeres (2006)y La novela ha muerto (2007) han recibido sólo unas pocas reseñas de compasión. Sin embargo, sigue siendo leído como el creador más original de una literatura rica en creadores originales, desde los maravillosos Machado de Assis y Mario de Andrade hasta los desconcertantes Clarice Lispector y João Guimarães Rosa. La biografía de Fonseca es una sucesión de sorpresas: ex policía que aprendió en las calles los laberintos de las intrigas criminales, vive desde hace décadas en el anonimato y el silencio, negándose a las entrevistas y frecuentando sólo a pocos amigos. Uno de ellos es otro recluso famoso, Thomas Pynchon, a quien ni siquiera se le conoce la cara. Nunca olvidaré la primera vez que lo leí. Sé el día preciso, la hora, la temperatura, la inclinación de la luz en un café de Sabana Grande, durante las últimas semanas de

En 1993, cuando le dieron el premio Juan Rulfo en Guadalajara, y aun antes, cuando fue a Lisboa a recibir el premio Camoes, quienes lograron hablar con él me repetían: “Tienes que conocerlo”. No quise, porque para atrapar a un autor fugitivo no hay mejor sitio que sus libros. Que sus historias estén tejidas con violencia y crimen hace pensar en Dashiell Hammett más que en Raymond Chandler, aunque su cínico abogado Mandrake podría parecerse al detective Marlowe si no fuera innoble, corrupto y ajedrecista. Pero Fonseca no se parece a nadie. Su lenguaje cambia de uno a otro relato. No es lo mismo la voz desesperada del luchador en el ring de El desempeño que la voz depredadora de El jorobado y la Venus de Boticelli, así como tampoco hay parecido alguno entre la voz educada de Mandrake y la curiosidad amorosa del narrador de Copromancia, que encuentra el sentido del mundo en la lectura de las heces. Todos ellos crean belleza mediante la profanación de la belleza; todos son hijos de un mundo sin Dios, pero si se cruzaran en la calle, no se reconocerían. Los únicos textos que tienen algo en común con los de Fonseca son las crónicas de aficionados que publican los

Además de policía, fue crítico de cine y abogado penalista. Litigó para salvar de la injusticia a mulatos sin dinero y sin dientes. Siempre va más allá de lo que dice

Que sus historias estén tejidas con violencia y con crimen hace pensar más en Dashiell Hammet que en Raymond Chandler. Pero, en verdad, Fonseca no se parece a nadie

mi exilio en Caracas. Yo estaba sentado a una mesa junto a la acera, esperando a un amigo. Como la espera se hacía larga, crucé a la librería de enfrente en busca de algún texto que me entretuviera. Uno de los vendedores me recomendó un volumen de cuentos que, según él, había leído con el alma en vilo, sin poder dormir. Así cayó en mis manos Feliz año nuevo, en la traducción española de Pablo del Barco. Apenas entré en la atmósfera trivial de “Paseo nocturno, parte 1”, oí batir los parches del infierno, y ya nada fue igual para mí. Esas pocas páginas bastaron para que el universo de Fonseca me tatuara el alma con la malignidad de una flor carnívora. En aquellos tiempos, toda crueldad inútil parecía posible. Las dictaduras militares del sur de América se ensañaban con los disidentes, y en Caracas –tanto como en México, París y Madrid– erraban miles de inmigrantes expulsados por los malos vientos del despotismo. Los sociólogos discutían sobre la construcción social del miedo y asociaban la violencia al poder. Fonseca exploraba esos vínculos e iba más allá, moviéndose en un limbo donde no había conciencia política ni desolación moral, sino la pura y simple condición humana librada a sus incredulidades y a su desolación sin esperanza. Sus personajes habitaban –y allí están todavía– un mundo anterior a Dios o en el que Dios es innecesario. No hay pecado; no hay culpa; no hay sino un incesante Mal sin conciencia. Si el Mal es una ocupación, un trabajo, una distracción, una

periódicos marginales de las grandes ciudades latinoamericanas. Son fragmentos de realidad desolada y en bruto, el arte mayor de quien ha franqueado la puerta del infierno y ha contemplado con lucidez lo que hay dentro. Los personajes de Fonseca saben siempre por qué hacen lo que hacen. Sólo el lector se queda afuera, pasmado, no porque el texto deje algo sin explicar o porque la claridad se le haya caído por el camino, sino porque la violencia cruza todos los límites y se pone lejos de su alcance. Es una violencia tan excesiva que lo abarca todo, pero no se ve. Respiramos su atmósfera tóxica y no nos damos cuenta. En Kafka, los personajes aceptan resignados el absurdo en el que están metidos, porque el absurdo es el eje, la razón de todo. En Fonseca, el lector contempla fascinado un absurdo hecho de omisiones y de silencios que sólo los personajes entienden. Ante cada relato de Fonseca recuerdo siempre los extremos de individualismo y amoralidad que predicó William Faulkner en una entrevista publicada por The Paris Review: “El artista es responsable sólo ante su obra. Si es un buen artista, será completamente despiadado. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Hasta que no se libra no tiene paz. Arroja todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir su libro.” Esas palabras son escandalosas, pero no excesivas: en el horizonte de la historia, los hombres terminan por ser su obra antes que ellos mismos. © LA NACION

llamita que arde porque sí en el desierto de la vida cotidiana. ¿Cuál es, entonces, la trascendencia del Mal? Fonseca instala el miedo en el interior mismo del lenguaje. Cada una de sus palabras es como una nota musical desgajada de la sinfonía del Mal. Muy pocos han conseguido, como él, crear un personaje con sólo dos o tres rasgos, urdir tramas a las que jamás se les ven las costuras. Cuando el Cobrador de su libro O Cobrador dice: “Digo, dentro de mi cabeza y a veces para afuera, ¡todos me la tienen que pagar! Me deben comida, coños, cobertores, zapatos, casa, coche, reloj, muelas: todo me lo deben”, su vida entera cabe en esas líneas. Allí está ya lo que el cobrador ha hecho y lo que hará en los tiempos que siguen. Su sentimiento de lo que el mundo le ha quitado anticipa

Dones del dinero E

PARA LA NACION

N rueda de sociólogos, todos ellos tan eméritos como él, Floripondio Peribáñez –seguramente más conocido por sus melancólicas letras de tango– se permitió esta ironía: “¡Vean qué descubrimiento acaban de realizar nuestros colegas británicos! Que las billeteras masculinas resultan seductoras a los ojos femeninos”. Risitas cómplices subrayaron tan antiguo aserto, traído a cuento por un artículo publicado en este diario y que reproducía las principales conclusiones obtenidas por científicos de la Universidad de Newcastle. Tras recoger miles de testimonios aportados por mujeres de países culturalmente tan diversos como China y Alemania, la compulsa arrojó conclusiones de este porte: el número, la frecuencia y la calidad de los orgasmos femeninos se ubican en relación directa con la cuantía económica de la pareja masculina. El periódico londinense The Sunday Times lo dice con otras palabras: “La ciencia ha demostrado que el hombre rico tiene, por serlo, cualidades afrodisíacas”. Y nutre esa tesis con la declaración de una chica encuestada, de 27 años: “Las mujeres no queremos acostarnos con un tipo mientras pensamos en la cuenta del gas… Los hombres ricos son carismáticos, son fantásticos en la cama”. Peribáñez sacudió sus mofletes, se revolvió en su silla de la cantina El Ostracismo, de Villa Caraza, y

pinchó un dado de mortadela antes de abundar en sarcasmos respecto del desperdicio de tiempo que acababan de cometer los sociólogos de la Blonda Albión: “Digo yo –arguyó, con el vaso de moscato ya en ristre–, ¿esos fulanos no tenían asunto más interesante que investigar? ¿Les habrá parecido novedoso que toda damisela que se precie oriente su brújula amorosa en la dirección de los bolsillos más suculentos? Caramba, esa es una tendencia que arranca con la civilización, desde que existe conciencia de que todo caballero constituye buen partido o mal partido, según sea su condición pecuniaria, su valor de mercado y la prosapia de sus activos circulantes”. Sus contertulios, y aun los que naufragaban en la somnolencia, aprobaron tales afirmaciones, sin duda convencidos de que el sociólogo tanguero abastecía sus conceptos con profundo conocimiento de causa: años atrás, no bien la suerte quiso que le acertara al gordo de Navidad, una vecinita bastante pizpireta, que hasta entonces lo había condenado a la indiferencia, de pronto experimentó erótica atracción por él. Por la edad, Peribáñez podía ser abuelo de la chica, pero un dato tan irrisorio no fue óbice de nada, o sea que el tórrido romance sólo concluyó cuando ella logró desplumarlo. La inspiración y los éxitos del sociólogo como letrista de tango vinieron después, por añadidura. © LA NACION

golpe seco, certero, devastador. Nunca falla. Regresa a la casa, cena con la familia, reza, se acuesta. Y así, día tras día, como quien va a la oficina. ¿Qué clase de tipo será el que ha imaginado esto?, me dije. Ningún escritor es más cinematográfico que Fonseca. Las transiciones de una escena a otra se hacen sin dar explicaciones, de manera natural. Además de policía, fue crítico de cine y abogado penalista. Litigó para salvar de la injusticia a mulatos sin dinero y sin dientes. Eso, sin embargo, explica sólo a medias su habilidad para adentrarse en los pliegues de la vida marginal y tomar de allí un lenguaje cuyo sentido va siempre más allá de lo que se dice. Después de aquel primer cuento, me dediqué con afán a leer todo lo que Fonseca ha escrito, sin que jamás me defraudara.

Ahora, democracia sindical

RIGUROSAMENTE INCIERTO

NORBERTO FIRPO

lo que él quisiera quitarle al mundo: “Me deben escuela, novia, tocadiscos, respeto, sandwich de mortadela en el bar de la rua Vieira Fazenda...” No hay manera de pagar eso. Si el Cobrador acumula una deuda tan cuantiosa es porque algún otro, por ahí, ha de estar viviendo su vida sin que él lo sepa. Si quiere recuperar lo perdido, tendrá que hacerlo paso a paso. No hay que desperdiciar el odio; se repite. En esa idea parece estar la clave del brevísimo relato titulado “Paseo nocturno, parte 1”. Es la misteriosa historia de un padre de familia, piadoso y buen burgués, que sale todas las noches en su automóvil en busca de transeúntes solitarios. Elige calles desiertas, conduce con cuidado, estudia la velocidad y el peso de los inadvertidos caminantes, mira hacia un lado y otro y, de pronto, embiste a la víctima: un

JOSE ARMANDO CARO FIGUEROA

E

L fallo de la Corte Suprema de Justicia del pasado 11 de noviembre en el caso ATE vs. Ministerio de Trabajo, marcó un progreso sustantivo en materia de libertad sindical. Un avance tardío, pero indudable, hacia la vigencia de la Constitución nacional y de los convenios internacionales suscriptos por la Argentina, mal que les pese a las fuerzas sindicales tradicionales y a sus aliados de siempre, que han pretendido minimizar el pronunciamiento. La decisión de nuestro más alto tribunal contrasta con la inveterada negligencia de los tribunales inferiores, del Congreso de la Nación y del Poder Ejecutivo, que, en sus diversas configuraciones ideológicas, prefirieron conservar el statu quo antes que imponer la vigencia de los principios superiores de la República. Hasta aquí, los otros dos poderes del Estado siguen buscando conservar ese pacto no escrito que garantiza a los sindicatos con personería gremial un irritante monopolio. Y todo hace prever que, mientras dure la actual mayoría política, habrán de omitir el dictado de las normas que remuevan los obstáculos a la libertad y, paralelamente, garanticen la democracia interna de los sindicatos. Así las cosas, los sindicatos adheridos a la CGT continúan desenvolviéndose como si ese fallo no hubiera existido, y los embriones de organizaciones libres (muchas de ellas, afiliadas a la Central de Trabajadores de la Argentina) siguen sin poder ejercer sus derechos, salvo contadas excepciones. Con ser trascendente, aquella sentencia de la Corte, por imperativos procesales, se ha pronunciado sobre una de las dos garantías consagradas en el artículo 14 bis, la libertad sindical, sin adentrarse en la cláusula que garantiza también la democracia

PARA LA NACION

sindical. Deberá hacerlo, tarde o temprano. Mientras tanto, la realidad laboral en muchos sectores de las administraciones públicas y de la producción privada de bienes y servicios muestra la emergencia de cierto pluralismo sindical que se expresa a través de organizaciones libres. Ellas confrontan –bien que en inferioridad de condiciones, dado el marco legal vigente– con los sindicatos oficiales. Este pluralismo sin reglas está provocando desórdenes en las mesas de negociación de salarios y condiciones de trabajo, tensiona

Es preciso medir la representación efectiva de los sindicatos que actúan dentro de un mismo ámbito para evitar un pluralismo sin reglas innecesariamente las situaciones y, en muchas ocasiones, dificulta la gestión y salida de los conflictos colectivos. Dentro de este escenario (novedoso en la Argentina, pero trillado en todos los países democráticos), los empleadores se muestran desorientados y tienden a cerrar filas con el sindicalismo tradicional, sembrando de obstáculos la acción de las organizaciones alternativas. Y –¿cómo no?– terminan protestando contra el incipiente pluralismo y pidiendo el blindaje del modelo sindical peronista. Se trata de opciones contrapuestas a los principios republicanos y a las normas constitucionales que bien harían los empleadores en asumir como propias; de opciones que, sin embargo, pretenden abordar un

problema real que el Estado (en este caso, el Congreso de la Nación) deberá resolver reformando la legislación ordinaria en línea con el comentado fallo de la Corte Suprema de Justicia. La solución es relativamente sencilla, y se encuentra en la introducción de procedimientos que, reforzando la democracia sindical, apunten a medir la efectiva representación de los sindicatos que actúan dentro de un mismo ámbito, de modo de constituir las mesas negociadoras en función del peso representativo de cada una de las organizaciones concernidas. Como enseña la experiencia internacional, estos procedimientos miden tal representación o bien tomando en cuenta el número de afiliados o bien a través de la elección de los miembros de las comisiones negociadoras mediante el voto secreto. Cuando el Congreso de la Nación se decida a saldar esta deuda con la República, deberá adoptar dos medidas complementarias: a) mejorar los procedimientos que ordenan las elecciones internas en todos los sindicatos (con independencia de su mayor o menor representatividad), y b) liquidar el monopolio que sobre la dirección y gestión de las obras sociales ejercen los sindicatos con personería gremial, medida que redundará, además, en beneficio de su eficacia y transparencia. En este último sentido, la celebración de comicios generales para elegir a las comisiones directivas y demás órganos de gestión y control de las obras sociales sindicales será un paso definitivo en este largo camino hacia la libertad y la democracia sindicales. © LA NACION El autor fue ministro de Trabajo de la Nación de 1993 a 1997.