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En Navarra el infante Luis (febrero 1358), gobernador del reino de Navarra, se veía obligado a reconocer la impopularidad del reclutamiento obligatorio. Al pedir 100 hombres de armas y 300 a pie para ir a guerrear a Francia, en la villa de Monreal (Navarra) percibe “que algunos del dicto conceylo querrán ser revelles non queriendo yr en el dicto servicio o contribuyr”, lo que quiere decir que algunos han decidido rebelarse no queriendo ni ir al Servicio Militar ni contribuir con dinero. http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/1995/11/22/campus/602463.html En 1653 la península estaba en guerra. El decadente imperio español guerreaba contra Cataluña, ya Navarra se le piden 500 hombres para tres meses de campaña bélica contra los catalanes. El tercio, si bien al principio se formó, a decir de la propia Diputación ”se reconoció desde las primeras marchas la fuga de la mayor parte de manera que no tuvo efecto el servicio”. Se volvieron a pedir nuevos reclutas para sustituir a los huidos, pero no accedieron las autoridades locales. Al año siguiente, el rey prometió el perdón a todos los desertores de la anterior campaña si se enrolaban en la nueva. Emocionados los transgresores por la tamaña muestra de bondad regia, ninguno hizo caso. La historia se repite en 1718, cuando la guerra se establece contra los franceses. Se convocan los tercios y “los naturales, por conservar su libertad y no verse metidos en tercios, se ausentan y ocultan como está sucediendo ya”. Esa ocultación tenía la connivencia de la población. Como vimos en el caso de los falsos peregrinos murcianos del siglo XVII, en la Navarra del XVIII se decide castigar con dureza a los vecinos que “receptan, tienen ocultos en sus casas, dan causa a que muden el traje par ano ser reconocidos” los desertores de estas llamadas bélicas. Revista del Colectivo Noviolencia y Educación. Colectivo Aldaba. Abril 2000. “Por cuanto es notoria y manifiesta la omisión de los pueblos en la observancia de las repetidas Ordenanzas, promulgadas contra los desertores en conocido perjuicio de mi Real Servicio, encubriéndose y tolerándose libremente en las ciudades, villas y lugares de mis reynos los desertores de mis tropas, con cuyo seguro se ha se ha introducido la deserción en tanto exceso, que ya no pueden mantenerse los regimientos españoles completos”. Real Ordenanza de Fernando sexto. 4 de Diciembre de 1746. “Son pocos los que voluntariamente quieren sentar plaza y después permanecer en su servicio”. Revista del Colectivo Noviolencia y Educación. Colectivo Aldaba. Diciembre 1998 En 1845 la reina Isabel estaba preocupada por los desertores: “Las diversas Reales órdenes imponen penas a los desertores sin haber conseguido hacer desaparecer este delito que destruye y desmoraliza a los Ejércitos. Han demostrado la ineficacia de nuestra legislación militar en esta parte . . .” Revista del Colectivo Noviolencia y Educación. Colectivo Aldaba. Enero 1999 En el siglo XIX si un mozo podía, se redimía, es decir, pagaba a otro para que fuera por él. En Lumbier (Navarra) 1846 desertaban hasta los sustitutos, y los sustitutos de los sustitutos “dejando hurtada mi autoridad”, se quejaba el alcalde. La picaresca llegó a tal extremo que quien capture a un prófugo estará exento él mismo (o quien designe) de hacer el Servicio Militar. Muchos mozos desertan de mentirijillas, de acuerdo con otros que los capturan, para que al menos algunos de ellos no tuvieran que cumplir con la conscripción. En el libro ¡Abajo las quintas!, de José María Esparza, este autor señala que «frente a la concepción castellana de la carrera militar como honrosa y ligada al deber y a la patria, los navarros la consideraban como una tarea de vagos, maleantes y mercenarios». Revista del Colectivo Noviolencia y Educación. Colectivo Aldaba. Abril 2000.

Colectivo NOVIOLENCIA Y EDUCACIÓN.

¡ABAJO LAS QUINTAS! LA REVOLUCIÓN DE 1864 Y LA ABOLICIÓN DE LA CONSCRIPCIÓN MILITAR.

El clamor social en el Estado Español contra el servicio militar obligatorio fue tomando auge durante la primera mitad del siglo XIX hasta el punto de constituir una de las claves del amago revolucionario de 1854. Éste alcanzará su culminación en la Revolución de 1868, cuyas consignas eran "¡Abajo las Quintas! y "¡Abajo los Borbones!" SORTEO DE QUINTOS. El problema de las quintas incidía en la posición desigual en que los ciudadanos se encontraban ante la ley, según su situación económica, y suscitaba un rechazo unánime y generalizado. Generalmente, en el mes de Marzo el Parlamento y el Gobierno central establecían el número de jóvenes que tenían que acudir al ejército por un periodo de más de dos años. El reemplazo establecido era distribuido por regiones y localidades, sorteándose entre aquellos jóvenes que habían cumplido 20 años. Así, pues, la conscripción militar de quintas era selectiva, llegándose al servicio militar obligatorio universal en 1913. Este sistema de sorteo de quintos

preveía la posibilidad para el joven en edad militar de ser redimido y no entrar en el sorteo, o comprar a un joven que le sustituyera. Desde el año 1851 la administración exigía 8.000 reales al contado para librarse de la llamada contribución de sangre. La cantidad era lo suficientemente importante como para resultar inasequible a amplios sectores de la población, incluida la pequeña burguesía, los comerciantes, el artesanado y los propietarios agrarios. Al hecho de la conscripción militar selectiva se le unía, desde los escaños parlamentarios y desde grupos de la sociedad, la idea de que la ruina de la agricultura y de la incipiente clase media hispana se debió al sistema de quintas. En el siglo XIX había una clara conciencia del fenómeno pues al servicio militar obligatorio se le consideraba un tributo, contribución o impuesto que pagan los pueblos al estado, una contribución de sangre. LA RECOGIDA DE FIRMAS DE MARZO 1869.

La abolición de quintas había sido consigna fundamental de todas las juntas revolucionarias (progresistas, demócratas y republicanas). Sin embargo, al acercarse el mes de Marzo de 1869 se corre la voz de que el gobierno prevé una Marzo de 1869. Manifestación de mujeres nueva quinta. Esto es a la puerta del Congreso pidiendo entendido como una la abolición de las QUINTAS. abierta traición a la Revolución de Septiembre de 1868. El pueblo sale a la calle en masivas manifestaciones y en las Cortes se oyen duras

palabras. El liberal Sagasta reclama, y es aprobado un reemplazo de 25.000 hombres para 1869. El pueblo siente que esto es una traición a los principios de la Revolución de Septiembre. Entonces tiene lugar uno de los acontecimientos más llamativos: la gran recogida de firmas de Marzo de 1869 con el único objetivo de solicitar a las Cortes Constituyentes la abolición del servicio militar obligatorio. En total llegaron a las Cortes unas 250.000 firmas. Para llegar a una valoración adecuada de la magnitud de esta recogida de firmas, es necesario tener en cuenta que la población en esos momentos era de 16.000.000, que la recogida se llevó a cabo en menos de un mes y que el sistema de comunicaciones se basaba en los caminos y las caballerías. Firman muchos ayuntamientos, organizaciones, colectivos de mujeres, de mozos, . . . pidiendo la abolición de la conscripción militar al ser uno de los principios de la Revolución de 1868. Ninguna firma pide reformas en el sistema de reclutamiento forzoso. tampoco reclaman el derecho a una objeción individual. Todos piden la abolición de la obligatoriedad. Generalmente se propone que, si ha de mantenerse un ejército activo, éste se componga exclusivamente de voluntarios, por medio e "enganche voluntario". A los liberales progresistas y demócratas les sorprendió la actitud antimilitar de colectivos de republicanos federalistas e internacionalistas del movimiento obrero, que reclamaban la disolución del ejército (que sólo sirve, decían, para lanzarse a aventuras exteriores o para reprimir al pueblo) y pedían la proclamación del pueblo en armas. LA TRAGEDIA DE JEREZ. Jerez amanece bañada de sangre. Aquellos días 17, 18 y 19 de Marzo, esta ciudad andaluza protagonizó un episodio único en la reciente historia europea, borrado de la historia oficial. Ante la publicación de los bandos para el sorteo de quintos del reemplazo aprobado en

Madrid, las quejas llegan a protestas. El día 17 de marzo, a primeras horas de la mañana, un joven es detenido por los municipales, hecho que provoca una protesta de los jóvenes por las calles jerezanas hasta el ayuntamiento al grito de "dejadlo en libertad". Dos horas después ya había la menos 15 barricadas que cortaban calles por toda la ciudad. Esta resistencia popular fue brutalmente sometida la noche del 18 y la madrugada del 19 por las tropas que llegaban de Cádiz y Sevilla. Se calcula que hubo 600 detenidos, muchos muertos y heridos, más entre los civiles que entre los militares (de estos murieron un oficial y 300 soldados). El periódico "La crónica de Cataluña" narró diariamente estos acontecimientos que la historia oficial ha querido borrar y en los que jóvenes soldados contra su voluntad dispararon a otros jóvenes que alzaron su voz porque, al igual que ellos, no querían ser soldados. Sevilla, Málaga y Barcelona también tuvieron jornadas de sangre por el mismo motivo que Jerez. LAS MUJERES EN ESTE ESCENARIO POLÍTICO. A menudo se producían manifestaciones multitudinarias contra el reclutamiento forzoso por todo el Estado. El 13 de Marzo de 1870, por ejemplo, tenía lugar en Madrid (ciudad con medio millón de habitantes) una manifestación contra el servicio militar con más de 40.000 personas. Hay que añadir las manifestaciones de mujeres contra las quintas, como las ocurridas en Marzo de 1869 en Cádiz, en Madrid frente a las Cortes y en Sans (Barcelona). Las mujeres escribieron contra el servicio militar obligatorio publicando en la prensa diaria (La Vanguardia, La Igualdad, . . . ) y firmaron textos en la recogida de firmas de marzo 1869.

·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·::·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:·:··:·:·:·:·:·:·:·: Fuente: HERRERO, J. A.: Informe crítico sobre el Servicio Militar. Barcelona. 1987.

http://www.elcomerciodigital.com/oviedo/20080116/opinion/abajo-quintas-20080116.html

¿Abajo las quintas! 16.01.08 SERGIO SÁNCHEZ COLLANTES La exclamación que titula este artículo fue voceada por miles de asturianos durante décadas, sobre todo -aunque no únicamente- por los asturianos de extracción humilde, que, como podrá suponer quien esto lea, eran la mayoría. Un siglo antes de que las pintadas de 'Mili KK' salpicaran los muros de pueblos y ciudades a lo largo y ancho de la geografía española, y de que el librepensador antimilitarista que obraba en consecuencia fuera castigado con penas de cárcel en plena democracia, el rechazo al servicio militar adoptó manifestaciones diversas, que iban desde la deserción individual a la revuelta colectiva más o menos espontánea, pasando por un amplio repertorio de estratagemas con las que el mozo en cuestión trataba de ser declarado «no apto» para librar: alegando dolencias varias, encogiéndose al ser puesto en la talla, aduciendo el ser hijo único de viuda pobre o de padre impedido, etcétera. Una de las protestas colectivas más sonadas habidas en la Asturias de aquella época y relacionadas con este asunto, tuvo lugar en Gijón hace exactamente 110 años, en vísperas de las Navidades de 1897. En aquella ocasión, la protesta no sólo se dirigió genéricamente contra el servicio militar, sino también contra la guerra que se estaba librando en Cuba y que, al año siguiente, se saldaría con la emancipación de la colonia. Aprovechando una concentración de reclutas llamados a incorporarse al Ejército, el 20 de diciembre estalló un motín por la noche en el que, entre otras consignas, se gritó '¿Abajo la guerra!', '¿Viva Cuba libre!' y '¿Muera la guardia urbana!'. Por aquellos años, multitud de localidades españolas fueron testigo de explosiones de descontento similares; además, en ellas se venían organizando desde hacía mucho innumerables manifestaciones pacíficas que no pocas veces fueron severamente reprimidas, sin que la presencia en ellas de ancianos, mujeres y niños disuadiera de hacerlo a las autoridades. Una de esas manifestaciones había tenido lugar en Gijón unos 30 años antes, y el clima de mayor transigencia que siguió a la revolución de 1868 facilitó que discurriera por la ciudad sin altercados. Organizada por los republicanos federales y con numerosísima presencia de mujeres, la convocatoria abarrotó el paseo de Begoña. La procesión desfiló hasta la plaza Mayor con la banda municipal a la cabeza interpretando el Himno de Riego, y se exhibieron en ella pancartas en las que podía leerse la consigna más voceada: '¿Abajo las quintas!'. Al

llegar la marcha a su destino, una comisión subió al Consistorio para exponerle el objeto del acto al alcalde, quien manifestó «que el Ayuntamiento estaba conforme con los deseos del pueblo de Gijón». Luego, en medio de vivas a la libertad y al pueblo soberano, pronunciaron aplaudidos discursos algunos de los más populares republicanos de la villa, entre ellos, el médico Eladio Carreño, que desde 1902 da nombre a la corta calle que hace eje con la Escalera 6. Todos estos hechos se comprenden mejor si se considera el motivo del descontento, es decir, lo que representaban las quintas en aquella época. Las quintas, en esencia, no eran otra cosa que el servicio militar. Una vez hecho el listado de los mozos de entre 18 y 24 años, se exponía al público para que los interesados hicieran las reclamaciones pertinentes; luego, ya rectificado ese padrón, se procedía con el sorteo: en un bombo o cántaro se introducían números que iban desde el uno hasta el número de soldados asignados al municipio, y en el otro, se metían los nombres de los mozos. Sólo había un modo de evitar el traumático proceso: uno podía redimirse abonando una cantidad estipulada o pagando a un sustituto para que cumpliera «sus deberes con la patria» en lugar del eximido. Ambas vías exigían fuertes desembolsos que estaban sólo al alcance de unos pocos, hasta tal punto que no pocas familias de clase media se endeudaron para que sus hijos libraran, lo que explica que los principales agraviados fueran los sectores humildes y que, por tanto, la problemática revistiera fuertes connotaciones de clase. Un artículo de José María Moro repasaba hace unos años algunas implicaciones de lo que se dio en llamar muy atinadamente la 'contribución de sangre'. Por lo pronto, el servicio duraba entre siete y ocho años, con la posibilidad de ser destinado a las colonias, de donde cerca de la mitad no regresaba jamás. A esto debe añadirse lo que representaba para una economía humilde -ya fuese obrera, artesana, pescadora o campesina- el tener que prescindir de los hijos varones en pleno vigor físico. Por añadidura, las condiciones de la vida castrense eran de una dureza extrema: vestimenta y comida harto deficientes; alojamientos antihigiénicos y miserables; altos índices de mortalidad y morbilidad derivados de los anteriores; en fin, desproporción de los castigos con relación a las faltas (por ejemplo, la pena de atravesar la lengua si se reincidía en la blasfemia, o la pena de muerte por desobediencia o robo en el cuartel). El pánico que generaba la sola posibilidad de verse en semejante tesitura empujó a muchos a la emigración; y a más de uno, al extremo de autolesionarse. Todo ello con el agravante de que Asturias era la tercera provincia de España que más quintos aportaba, tras Barcelona y Valencia. Los potenciales afectados habían esperado que la República de 1873 suprimiera las quintas, tal y como se había prometido. En Gijón, por ejemplo, al poco de proclamarse aquélla, un grupo de vecinos de Tremañes pidió por escrito al Ayuntamiento republicano que quemase la talla que había servido para medir los quintos, petición a la que accedió el Consistorio; incluso hizo extensiva la quema a todos los útiles empleados en los sorteos, quizá para evitar altercados como los ocurridos en Avilés el año anterior, cuando estalló un motín mientras tenía lugar la talla, que hubo de ser interrumpida ante los gritos de los mozos concurrentes, que se desgañitaron clamando '¿abajo las quintas!'. Pero el caso es que el nuevo régimen, en sus once meses escasos de duración, tuvo que atender un triple frente bélico que, contra sus aspiraciones, le impidió adoptar tan popular medida: la guerra en Cuba, la guerra carlista y la sublevación cantonal. En el año 2000 tuvo lugar el último sorteo del servicio militar obligatorio celebrado en España, y al año siguiente dejaron los cuarteles los últimos soldados de reemplazo. Sin embargo, a comienzos del 2002 aún había en torno a 4.000 insumisos con sentencias firmes o procesos abiertos y siete desertores en prisión, según informó la prensa cuando se estaban consumando las oportunas reformas del Código Penal y del Código Penal Militar. La insumisión dejaba entonces de ser delito con carácter retroactivo, pero todavía tuvo que transcurrir casi toda la primavera para que pudiera leerse en los periódicos que los últimos insumisos habían abandonado por fin la cárcel.

EL PUEBLO NO QUIERE LA GUERRA. 31 de agosto de 1895 Late en el corazón del pueblo el sentimiento de la justicia y por eso detesta y maldice al guerra de Cuba. Los españoles –digámoslo para regocijo de las almas nobles que reprueban la guerra entre pueblos hermanos, porque constituye un acto bárbaro de lesa humanidad- no irían a Cuba a matar hombres si les fuese dado romper esa ley que esclaviza la voluntad y convierte al ser pensante en máquina que se mueve al antojo del que la dirige. No; si no existiese el temor a una ley opresora llena de terribles castigos para los que se alzan contra ella, pese a las bendiciones del Papa y a los discursos de los belicosos mitrados que consagran un acto de matanza y exterminio, rebelándose contra los preceptos del fundador de su religión, Jesucristo, que predicó paz y amor entre los hombres, el pueblo, con el mausser de su elocuencia, dispararía a la faz de los que preconizan la guerra de Cuba exta expresión popularísima: “¡Que haga la guerra el Nuncio!” No iría, no, nuestro pueblo, cual rebaño de bestias a sufrir los latigazos de un clima envenenado para el europeo, donde es preferible el macheteo del mabis a los horribles sufrimientos que producen la fiebre y el vómito, ni continuaría un solo día persiguiendo enemigos por entre las espesas selvas de la manigua, si tuviese libertad de acción para obrar por cuenta propia. ¡El honor nacional! Figura huera que se emplea para deslumbrar a los pueblos que viven en las sombras de la preocupación y no tienen idea del derecho y de la justicia. El honor nacional no se funda en el pueril empeño de sujetar a los débiles con férreas ligaduras, imponiéndoles la ley de la servidumbre. El honor nacional, filósofos mantenedores de lo absurdo, no tiene fuerza de ley para despoblar una nación y arruinarla solo por el puro placer en jactarse de fuerte. El pueblo ruso es el más fuerte entre todos los del mundo por el número de sus bayonetas, lo cual no le impide ser el más esclavo. La República Helvética, en cambio, que no vive en pie de guerra, goza todos los beneficios de la libertad. Millones de hombres en Francia y en Alemania, naciones en donde los reaccionarios del progreso alientan el odio de razas, combaten al brutal teoría que dignifica la destrucción de los pueblos por medio de la guerra. EL pueblo en todas partes, para bien de la humanidad, empieza a romper el estrecho círculo donde se le hacía vivir, y agitándose en más vasto horizonte, comienza a ver claro los horrores que se derivan de esas luchas del amor propio, que cual reminiscencia de épocas bárbaras en que la razón era la fuerza, domina aún, y aboga por otro orden de cosas más atemperado a al justicia. Por eso al presenciar el embarque de tropas realizado estos días y oír las voces que salían de entre filas maldiciendo una ley que les obligaba a matar a sus semejantes, contra los cuales no sentían el impulso del odio y del rencor, que determina a verter sangre, y al escuchar también las angustiosas quejas de los seres que enfrente del mar miraban cómo se les arrebataba la carne de su carne para llevarla al matadero de Cuba, crispando los puños de rabia y de dolor porque no poseían fuerzas para detener el trasatlántico, adquirimos una incertidumbre que remitimos al Nuncio para que la transmita al Papa: El pueblo no quiere la guerra.

Blasco Ibáñez es famoso por sus novelas. Y es una fama bien merecida. Pero es muy desconocido por sus escritos periodísticos. En ellos muestra su carácter republicano, federalista y pacifista. Podéis encontrar algunos de sus escritos periodísticos en el libro recopilatorio CONTRA LA RESTAURACIÓN publicado en 1978 por la editorial Nuestra Cultura.

LOS INSUMISOS DEL 36: EL MOVIMIENTO ANTIMILITARISTA Y LA GUERRAA CIVIL ESPAÑOLA. Xabier Aguirre Aramburu. Revista: Mambrú nº 55. Verano 1996.

Los insumisos no tienen memoria histórica. Quizás sea esta una de las causas de su éxito, el no saber que tienen una historia y recrearse despreocupados en las contradicciones de un presente infinito. El surgimiento del movimiento antimilitarista en los tiempos de la II República fue fruto principalmente del encuentro de dos corrientes, Por una parte, la tradición autóctona de oposición al ejército, tanto en formas espontáneas de evasión de quintas, como en su vertiente obrera organizada (oposición a las campañas de Marruecos, huelga general de Barcelona de 1909, círculos anarquistas, etc. . . . ). Por otra, los ecos pacifistas que siguieron a la primera guerra mundial en general, y la Internacional de Resistentes a la Guerra como su expresión organizada en particular (IRG, fundada en 1921). Los escasos testimonios que nos quedan de los antimilitaristas españoles de la época nos hablan de las esperanzas alumbradas por el régimen republicano y sus reformas en al constitución de 1931, como la separación de iglesia y estado, libertad política y de cultos, o la abolición de la pena de muerte. Particularmente alentador resultó el texto del artículo sexto de la constitución: “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”, recogiendo así la fórmula establecida en el tratado Briand-Kellog de 1928 de prohibición universal de la guerra (que, por cierto, nunca más volvería a aceptarse en el orden constitucional español. El fracaso del golpe del general Sanjurjo en 1932 y las medidas progresistas del primer período, especialmente las de reforma militar de Azaña, fueron así mismo celebradas en los medios antimilitaristas. Estas esperanzas iniciales se desvanecieron a medida que se constataban las limitaciones de los programas republicanos a partir de la represión de Casas Viejas en 1933, de manera que los antimilitaristas mantenían en definitiva posturas similares a las dominantes en la izquierda española con respecto a la II República. Las discrepancias con el resto de la izquierda vendrían principalmente con la crítica al uso de medios violentos por el movimiento obrero, cuestión que habría de revelar su interés en torno a los sucesos revolucionarios de 1934, como veremos a continuación. La República, el movimiento antimilitarista y la violencia revolucionaria. Las primeras noticias del movimiento antimilitarista en tiempos de la República se remontan a 1932 con la fundación por José Brocca de La Orden del Olivo, grupo integrado desde el primer momento en la Internacional de Resistentes a la Guerra. La prensa de la IRG informaba puntualmente desde Londres de la actividad de este núcleo original, gracias a lo cual han llegado hasta nosotros noticias como la aprobación por unanimidad en la conferencia anual de 1932 de la Federación Provincial de Sindicatos de Almería de una resolución pidiendo la abolición del servicio militar obligatorio, la prohibición de la fabricación de armamentos, y el abandono de Marruecos, suscribiéndose así mismo la declaración de la Internacional. La sección del Partido Socialista de Almería, que contaba con antimilitaristas entre sus filas, aprobó también resoluciones en la misma línea. Estos posicionamientos fueron secundados en Barcelona por la asociación de Idealistas Prácticos, que decidió también adherirse a al Internacional. A comienzos de 1934 se estimaba en varios centenares de activistas la composición de diversos grupos coordinados en torno a La Orden del Olivo, dedicados a tareas de difusión,

publicación de un semanario, acciones públicas, programas radiofónicos, etc. . .. EL ideario de la IRG encontraba la mejor acogida en Cataluña, con el lanzamiento de un manifiesto a la juventud catalana llamando a la resistencia a la guerra, organización de diversos seminarios de estudios antimilitaristas, y de un comité obrero de acción antimilitarista en Barcelona. Llegados los acontecimiento revolucionarios de octubre del 34, mientras socialistas y anarquistas glorificaban la fallida insurrección obrera, la prensa antimilitarista se desmarcaba de toda lectura épica par calificar los sucesos de “lucha fratricida” y subrayar sus desastrosas consecuencias: “La guerra es la guerra . . .locura, matanza, sangre, destrucción, miseria. Cuando el intento fue aplastado, el desconcierto de los trabajadores fue completo. Las masas neutrales que carecen de convicciones por sí mismas y son influidas por las últimas y más fuertes impresiones, alarmadas y llevadas por el instinto de supervivencia, se alinearon con la derecha. Los partidos proletarios y de izquierda, mediante el uso de la violencia, perdieron casi todas sus posiciones.” El debate sobre la legitimidad y la oportunidad de la violencia revolucionaria no era nuevo. El holandés Bart de Ligt, destacado ideólogo de la IRG en la época y vinculado al movimiento obrero libertario, informaba en un estudio sobre la guerra española publicado en 1938 acerca de los intentos de sindicalistas holandeses que, “sin ser no-violentos en principio”, habían defendido en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) “el uso sistemático de métodos no-violentos”, puesto que “el desarrollo de la técnica de la guerra demanda una completa revisión de las tácticas revolucionarias”. (Ver http://www.antimilitaristas.org/article.php3?id_article=2595) De Ligt observaba que en el seno de la AIT “esta propaganda encontró una fuerte oposición entre los sindicalistas y anarquistas españoles, lo que era aún más lamentable puesto que el movimiento obrero español, especialmente la CNT y la FAI, ha estado dando durante mucho tiempo prueba contundente de la efectividad de métodos como los descritos (noviolentos: huelga, boicot, no cooperación, . . .)” La Orden del Olivo se mostraba en este sentido crítica con los sucesos de 1934, especialmente a la luz de su resultado, que afectaría también a sus propias filas. A pesar de quedar formalmente prohibidas, se mantuvieron las labores de agitación antimilitarista, ocasionalmente en colaboración con entidades como el Liceo Teosófico, la Sociedad de Investigación Psíquica, Sociedad de Educación Cívica para Mujeres, Asociación de Estudiantes de Medicina, Sociedad de Jóvenes Espiritualistas Cristianos y otras muestras del variopinto progresismo social republicano, además de las importantes conexiones con el activismo obrero socialista y anarquista. Al igual que con la insumisión de nuestros días, la desobediencia civil al ejército era considerada un tema central. Así, se reivindicaban experiencias como la del piloto civil de correos Quirados J. Gou, víctima de castigo gubernativo por negarse a participar en los bombardeos aéreos de las posiciones obreras asturianas en 1934. En 1935 tres jóvenes anarquistas catalanes se negaron públicamente a incorporarse al servicio militar y decidieron presentarse a las autoridades. En medio de una campaña antimilitarista de apoyo, fueron puestos en libertad tras cuatro días de detención alegándose su estado de “demencia”. Al ser liberados expusieron en público los motivos de su desobediencia y su ejemplo fue seguido por un grupo de en torno a un centenar de jóvenes dispuestos a rechazar “todo servicio militar”, a modo de insumisos avant la leerte. El triunfo del Frente Popular en febrero del 36, a pesar de terminar con el nefasto período derechista, abrió una etapa de inestabilidad que los antimilitaristas españoles contemplaron con verdadero desaliento. En junio de ese año responsabilizaban tanto al gobierno como al movimiento obrero de una situación cuyas causas definían como “muchas y complejas”. SI

Azaña era responsable por “excesivas concesiones a los enemigos de la República”, en referencia a la derecha económica y militar, el movimiento obrero era objeto de crítica por “complacerse en ejercicios militares” y “pronunciarse a favor de la más violenta acción”. Con el país al borde de la guerra, se advierte que las peores consecuencias pueden sguirse de una situación en que “por todas partes hay una explosión de odio y amenazas”. Las páginas de The War Resister (Londres) recogían la postura de los antimilitaristas españoles a mediados de junio del 36 en los siguientes términos: “Los comunistas y socialistas buscan una dictadura roja, que personificaría en Largo Caballero, mientras que los partidos de la derecha albergan la esperanza de que en la medida en que los disturbios requieran la proclamación de una ley marcial, la soldadesca pueda aprovechar la ocasión para alzarse como dictadores y establecer un fascismo de sable y espuela”. . . . . . .. . . . . Quedaba constituida la Liga Española de Refractarios a la Guerra, con la doctora Amparo Poch y Gascón como presidenta, Fernando Oca del Valle en el cargo de secretario, José Brocca como representante en el Consejo de la IRG, y contando entre otros representantes destacados a Juan Grediaga (Barcelona), Mariano Sola (Valencia) y David Alonso Fresno (Madrid). Guerra y ayuda humanitaria. . . . . . .. . . . . El debate en el pacifismo internacional. El estallido de la guerra produjo una grave conmoción en la opinión pública, que había seguido ya con preocupación la creciente agresividad alemana y la invasión de Abisinia por Mussolini. SI la izquierda entendió el 18 de julio como una afrenta directa a sus programas en todo el mundo, para el movimiento pacifista internacional la guerra civil española supondría la primera crisis tras el fin de la gran guerra. La extensión del pacifismo en los años veinte, la misma fundación del IRG en 1921, estuvieron marcados por el legado de horror de la primera guerra mundial y sus más de ocho millones de muertos. El pacifismo se había desarrollado sobre la llana convicción de que todo cuanto podía hacer una persona decente ante la guerra era oponerse frontalmente y negar su colaboración, certeza que queda cuestionada con los acontecimientos del 36. . . . . . .. . . . . Este debate llevó a la dimisión del presidente de la IRG, Fenner Brockway, que se posicionó por la comprensión del uso de la violencia en este caso. Bart de Ligt, sin embargo rebatió esa postura posicionándose a favor de un pacifismo puro. . . . . . .. . . . . Derrota, exilio y extinción del movimiento antimilitarista. . . . . . .. . . . . La vida del movimiento antimilitarista organizado, modesta durante la República y atormentada durante la guerra, se extingue definitivamente en el exilio republicano. EL 23 de mayo de 1939, apenas un mes después de la victoria fascista, el núcleo de cerca de una docena de miembros de la Liga Española de Refractarios a la Guerra se embarcaba en el

puerto francés de Port Vendres con destino a México, donde serían acogidos por los compañeros mejicanos de la IRG. Otras familias vinculadas al movimiento habían encontrado ya refugio en Colombia, Cuba y Paraguay. . . . . . .. . . . . Por lo que respecta a José Brocca, pionero histórico del movimiento, habiendo rechazado la posibilidad de escapar a Inglaterra, fue detenido en varias ocasiones e internado en un cmapo de concentración francés. Sus compañeros consiguieron rescatarlo de la Francia de Vichy, llegando a México en octubre de 1942 acogido por los antimilitaristas de este país. José Brocca moría en México en junio de 1950 a consecuencia de una trombosis cerebral. Con él terminaba esta experiencia del movimiento antimilitarista y la presencia de la IRG en el estado español. . . . . . .. . . . . Se puede consultar el artículo completo en inglés en: http://www.peacenews.info/issues/2400/pn240015.htm y en http://www.hartford-hwp.com/archives/62/158.html Se pueden consultar más detalles de la vida de José Brocca en http://en.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Brocca

El caso es que la brutalidad del alzamiento fascista causó una importante crisis en el movimiento pacifista, antimilitarista y noviolento mundial ante la falta de consenso a la hora de si condenar o no la violencia antifascista. A mucha gente le costó mantener el ideal de resistencia noviolenta contra el fascismo y se preguntaban cómo reaccionarían si fueran pacifistas españoles, ante la imposibilidad ética de declararse neutrales. El activista español, José Brocca, fundador en 1932 de la primera sección española de la IRG, la Orden del Olivo, respondió con su actitud de no participar en combates violentos pero ayudando a la causa antifascista participando en labores de propaganda y ayuda humanitaria. Fenner Brockway, entonces presidente de la IRG, abandonó su cargo (y su propia afiliación a la organización) ante la imposibilidad de mantenerse en la postura de la IRG de no apoyar la venta de armas a la República. Otros muchos, entre los que destaca Albert Einstein, que había apoyado todas las campañas de la IRG, abandonaron su pacifismo para apoyar la guerra contra el totalitarismo alemán, japonés, italiano, soviético o español. En este momento crítico, la posición de Bart de Ligt fue el "rechazo a condenar a aquellos que aceptaron la violencia (de acuerdo con su visión de que la violencia era preferible a la resignación o la sumisión); pero creía que la IAMB debía apoyar a aquellos que apoyaban a la resistencia noviolenta" , y esta ha sido la postura de la WRI-IRG posteriormente con respecto a luchas de emancipación armadas, situándose hábilmente entre la corriente ética que condenaría toda forma de violencia y la pragmática que no condena la violencia sino que simplemente se preocupa de buscar los métodos más eficaces para la transformación o revolución social. Se trata ésta de una postura de consenso pragmático, propia de una gran institución, que permite aglutinar dentro de una organización a los representantes de ambas corrientes que no son tan distintas entre sí, sino que hacen referencia a diferentes niveles en los que manejar la noviolencia.

1937 Antonio Gargallo Mejía fusilado en Jaca el 18 de agosto de 1937 por negarse a incorporarse al Regimiento 17, miembro de los testigos de Jehová. http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gargallo_Mej%C3%ADa http://www.flickr.com/photos/etecemedios/134162322/ Antonio Gargallo Mejía (Madrid, 1918 - Jaca, 18 de agosto de 1937) fue un testigo de Jehová español que fue ejecutado durante la Guerra Civil tras rehusar integrarse en el ejército franquista. Es considerado uno de los primeros objetores de conciencia declarados en España. Su padre era funcionario de prisiones, por lo que durante la década de 1930 estuvo destinado en Jaca. En 1934, fue destinado a Zaragoza. Allí, Antonio, que aunque había estudiado para delineante, trabajaba en una panadería, entró en contacto con los Testigos de Jehová. Su conversión no tuvo lugar, sin embargo, hasta el inicio de 1936, de la mano de dos misioneros ingleses, siendo bautizado en mayo, en el río Ebro. A partir de entonces, Antonio abandonó su trabajo y se dedicó a predicar su nueva fe por Aragón. Con 19 años, en agosto de 1937 fue llamado a filas para incorporarse al ejército franquista. Su destino hubiese sido el Regimiento Aragón número 17, de Jaca. La Guerra Civil ya llevaba un año en curso. Aunque Antonio, presionado por su madre y su hermana, se personó en el cuartel e incluso vistió el uniforme. Todavía no se había presentado en La Atalaya, la revista internacional de los Testigos de Jehová, el estudio sobre la denominada "neutralidad cristiana" y la objeción de conciencia al servicio militar, que plasmaría la posición de los Testigos respecto a su participación en los ejércitos (aunque La Atalaya sí había publicado un estudio sobre "neutralidad politica" y "adhesión al Reino de Dios", el 1 de julio de 1920, rechazando la política de las naciones "de este mundo"). Antonio Gargallo, en el momento de jurar bandera, comunicó a sus superiores que su fe (de acuerdo con la interpretación del pasaje bíblico de Isaías 2:4) le impedía empuñar las armas. Éstos le amenazaron para que cambiase de opinión, pero Antonio no lo hizo, desertó y trató de huir a Francia por el puerto de Somport. Sin embargo fue detenido en Canfranc el 17 de agosto y devuelto a su cuartel de Jaca. Juzgado por un tribunal militar se le dio a elegir entre ir al frente o ser fusilado. Antonio eligió ser fiel a sus convicciones religiosas y se negó a empuñar las armas. Antes de su ejecución escribió a su madre y hermana, el 18 de agosto de 1937, que eran católicas y no entendían su determinación (esta carta, conservada durante décadas en los archivos militares nunca llegó a sus manos): Me han detenido, y sin oírme siquiera, me han condenado a muerte, y esta noche dejo de vivir en la Tierra. No te aflijas ni llores, porque [...] he obedecido a Dios. Después de todo, poco pierdo, porque si Dios quiere, pasaré a una nueva y mejor vida. Tu eres muy católica pero no tienes tanta fe como yo. Tú ves ahora las injusticias que se hacen el mundo. [...] Estoy tranquilo hasta que llegue mi hora. Recibid el último abrazo de este vuestro hijo y hermano que os quiere de verdad aunque no lo creáis. Ese día fue fusilado. Los soldados del piquete de ejecución informaron que, de camino a la ejecución, Antonio, iba cantando alabanzas a Jehová. Para sus correligionarios, Antonio Gargallo es "un mártir y un modelo de conducta para quienes obran guiados por sus creencias más íntimas".