En memoria de Isidoro

24 oct. 2014 - la diáspora, con los judíos dispersos por el mundo, que llegaron ... presentación española, en gigantesca
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Viernes 24 de octubre de 2014 | adn cultura | 3

CróniCas de la selva

En memoria de Isidoro Una nueva placa recuerda, en un original edificio de la ciudad, el sitio donde vivió un escritor argentino muy difícil de olvidar Hugo Beccacece | la nacion

JUEVES 8 DE OCTUBRE, A LAS 16 EN TALCAHUANO 981

El escenario del acontecimiento fue uno de los edificios más interesantes de la ciudad de Buenos Aires. A la hora convenida, varias personas estaban reunidas en la vereda, frente a la puerta de Talcahuano 981, es decir, frente a la torre Morea. En la fachada, hay desde hace más de cincuenta años una placa que dice: “Primer Premio Municipal. Casa de departamentos. 1959”. Los que nos agitábamos debajo de esa placa esperábamos que se descubriera otra, colocada al lado, en homenaje al escritor Isidoro Blaisten. El autor de Carroza y reina vivió en esa casa los últimos años de su vida junto con Graciela Melgarejo, su mujer. En el acto, estaban el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi; la diputada Diana Martínez Barrios, autora del proyecto de homenaje; Graciela Melgarejo, que continúa viviendo allí; Josefina Delgado, Cristina Mucci, Álvaro Abós, el arquitecto Luis Grossman, Ana María Ferreirós y Julio Crespo, entre otros. La placa, con mucha sobriedad, informa: “En este solar vivió Isidoro Blaisten. En conmemoración del décimo aniversario de su fallecimiento. 1933-2004”. Hernán Lombardi recordó que el primer libro de Isidoro que leyó fue Cerrado por melancolía, en una edición del Círculo de Lectores de hace más de treinta años. Quedó cautivado por el humor y el lenguaje musical del cuentista. Relacionó la pasión de Blaisten por la palabra con la cultura de la diáspora, con los judíos dispersos por el mundo, que llegaron también a Concordia, donde nació Isidoro. La diputada Martínez Barrios señaló que el edificio debería ser llamado “Torre de las Letras”, porque lo habitaron el poeta Sigfrido Radaelli y su esposa, Amalia, animadores del Club de los Trece, grupo literario que otorgaba el prestigioso premio homónimo. Hoy viven en el mismo edificio otros hombres y mujeres vinculados con la literatura: Cristina Mucci, el periodista y escritor Julio Crespo y, como ya se dijo, Graciela Melgarejo, cuya conexión con las letras es más que evidente

para quienes leen su columna semanal, “Línea directa”, en La NacioN. Graciela citó las palabras con que Blaisten definía su carácter: “Soy una mezcla de la melancolía judía, la lentitud entrerriana y el esgunfio porteño”. A continuación, leyó un texto acerca del edificio de Talcahuano que Isidoro escribió para la sección “Propiedades” de este diario en junio de 1999. Blaisten vio construir esa casa, cuando no tenía ninguna posibilidad de vivir allí. En 1957, era asistente de fotógrafo en un estudio publicitario que quedaba cerca y llegó a tomarle una foto a su “patrón” que miraba hacia arriba cómo iba creciendo la torre. Después, le dijo al retratado: “Yo voy a vivir acá”. El patrón le contestó: “Vos estás loco”. Casi tres décadas más tarde, en una reunión en casa de los Radaelli, en el piso 20, Isidoro le preguntó a Amalia si no habría un departamento libre en el edificio. Y lo había. La profecía se cumplió. En el departamento de Isidoro se respiraba llaneza, cordialidad y buen humor apenas se entraba. Luego, mientras disminuía la pila de sándwiches de miga, Blaisten analizaba con precisión de geómetra la obra de Borges o una expresión popular. Era como si uno leyera una de sus anticonferencias. En las paredes, había cuadros de artistas, algunos de ellos desconocidos, que Isidoro descubría y compraba en sus caminatas porteñas. Las ciudades se unen en el corazón. De pie, frente a la torre Morea, por un momento, se superpusieron a las placas del rascacielos las calles de Saint-Germain-des-Près y de la Rive Gauche contempladas con los ojos de Blaisten. En la primavera de 1989, Graciela, Isidoro y yo nos encontramos por casualidad en París. Lo que él miraba en esa ciudad poco tenía que ver con el turismo. Recuerdo que, una tarde, se pasó veinte minutos examinando la vidriera de un negocio de marcos en la rue Bonaparte. Y en cuanto le señalé la brasserie Vagenande, a cien metros de Aux Deux Magots, se precipitó dentro dispuesto a comer lo que fuera con tal de disfrutar de ese interior art nouveau tan puro que el ministro André

la llaneza, la cordialidad y el buen humor eran el signo distintivo de las reuniones en su departamento

Malraux, en 1966, intervino personalmente para que no lo destruyeran. Esa tarde, Isidoro tuvo otro deslumbramiento: la placita Furstenberg, donde está el taller-museo de Delacroix y donde se filmaría años más tarde la última escena de La edad de la inocencia, de Martin Scorsese. Para celebrar la placa, terminado el acto, subimos a tomar champagne al departamento de Cristina Mucci. Hicimos el mismo recorrido vertical que Isidoro cumplía diariamente entre clase y clase, entre libro y libro.

IsIdoro BlaIsten Escritor

Fue condecorado, con otros seis argentinos, por el embajador español Estanislao de Grandes Pascual José MIguel onaIndIa GEstor cultural

10 DE OCTUBRE, A LAS 11, EN LA EMBAJADA DE ESPAÑA

Antes de conmemorar la Fiesta Nacional de España con una recepción a la que asistieron centenares de personas, el embajador hispano Estanislao de Grandes Pascual condecoró a siete argentinos en un acto reservado a invitados especiales. En el septeto, se encontraban tres personalidades vinculadas con este diario: la periodista Alicia de Arteaga, la crítica literaria y escritora Irma Emiliozzi y el abogado José Miguel Onaindia, ex director del Incaa y del Centro Cultural Rojas y actual coordinador de gestión de espectáculos en el teatro Solís de Montevideo. Los que asistieron a esa ceremonia, seguida de un cóctel, evitaron la larga cola en la calle de quienes, a partir de mediodía, llegaron para asistir al festejo del 12 de Octubre. Éstos tenían un aliciente. Por todo el distinguido barrio, triunfaba, irresistible, el olor de la paella. En los balcones del primer piso de la representación española, en gigantescas sartenes se terminaban de cocinar dos tipos de paella: una, de pollo y cerdo; la otra, de mariscos. La preparación era un himno a la hispanidad lanzado al mundo como una buena nueva que invadía los jardines y los edificios de estilo francés de esas cuadras. Los pulpos avasallaban a los jazmines de los parques cercanos. Más discretos, los jamones y las tortillas entretenían a la concurrencia, mientras llegaban las fragantes cazuelas. ¡Qué animación! No hay como los mariscos para entrar en confianza. C