El universo curvo de Oscar Niemeyer

16 may. 2014 - Texto Oscar Niemeyer. Empezaré diciendo que mi nombre completo es Oscar Ribeiro de Almeida de Niemeyer So
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4 | ADN CULTURA | Viernes 16 de mayo de 2014

El universo curvo de Oscar Niemeyer Lenguaje propio. Nacido en Río de Janeiro en 1907, donde murió días antes de cumplir 105 años, fue uno de los arquitectos más importantes del siglo XX. Un libro de próxima aparición reúne bocetos y reveladores textos autobiográficos. En el que aquí se anticipa, narra sus comienzos laborales, la relación –no exenta de tensiones– con Le Corbusier y la creación de Brasilia Texto Oscar Niemeyer

E

mpezaré diciendo que mi nombre completo es Oscar Ribeiro de Almeida de Niemeyer Soares. Ribeiro y Soares son apellidos portugueses, Almeida es árabe y Niemeyer, alemán. Soy, por lo tanto, y con satisfacción, un mestizo, como son mestizos la mayoría de mis hermanos brasileños. Esa preocupación, que menciono obstinadamente en los libros que he publicado, es fácil de explicar. Cosas del pasado. De mi juventud, que viví en casa de mis abuelos Ribeiro de Almeida, en el barrio carioca de Laranjeiras. Conservo muchos recuerdos de aquellos tiempos. Las comodidades de las que siempre disfrutamos sin preguntarnos nada, y él, mi abuelo, juez del Supremo Tribunal Federal durante muchos años, que murió pobre, dejándonos solamente aquella casa hipotecada. Recuerdos de un período de bonhomía y rectitud que hoy ya no abundan. Eso explica mi deseo de no dejar en el olvido el nombre de una persona tan recta, y que tan buena fue con todos nosotros. ¡Cómo cambió todo con la muerte de mi abuelo! La vida se volvió más difícil, la imprenta de mi padre no podía cumplir los nuevos compromisos que surgían, y poco a poco se impuso la necesidad de simplificar las cosas. Mi padre se quedó en Copacabana y yo, con mi mujer, mi hija y la tía Milota, fuimos a vivir a una casa sobre la avenida en Leblon. Yo ya estaba estudiando arquitectura –no trabajaba– y vivíamos del alquiler de una casa que Milota tenía en el centro de la ciudad. En el tercer año de estudio, los arquitectos en ciernes buscaban hacer prácticas en las empresas constructoras, donde entraban en contacto con los problemas típicos de la profesión y se les garantizaba un salario razonable. A pesar de la difícil situación financiera en la que vivíamos, yo no quise imitarlos; en cambio, preferí colaborar ad honorem en el estudio de Lúcio Costa y Carlos Leão donde, decían, podría encontrar el camino de la buena arquitectura. Esa decisión muestra que ya desde aquella época los asuntos de dinero no me interesaban. Yo sólo deseaba ser un buen arquitecto. Como estudiante podía colaborar poco, pero dibujaba bien, y gracias a eso pude sentirme más útil para aquellos buenos amigos. En esa época las grandes obras eran otorgadas a las grandes empresas constructoras; a los ar-

quitectos les quedaban los trabajos menores: residencias, clubes, etc. De allí el interés con que Lúcio aceptó la propuesta del ministro de Educación y Salud, Gustavo Capanema, para proyectar la sede de su Ministerio. Entusiasmado, Lúcio alquiló otra oficina y organizó su equipo: Carlos Leão, Affonso Reidy, Jorge Moreira y Ernane Vasconcelos. Yo, recién egresado, continué asistiéndolos. Fue entonces cuando, por indicación de Lúcio, Capanema invitó a Le Corbusier para, con el pretexto de dar unas conferencias, proponerle que proyectara una universidad en Mangueira, en Río de Janeiro. Lúcio me pidió que lo acompañara en calidad de dibujante, y durante 15 o 20 días tuve la oportunidad de conocerlo mejor. Venía todas las tardes a ver mis dibujos, le gustaba mi manera de dibujar. Luego los publicó en un libro sobre sus trabajos y eso generó una franca simpatía entre nosotros. Fue durante ese período que Lúcio resolvió mostrarle a Le Corbusier el proyecto que había elaborado para el Ministerio. Le Corbusier fue radical: propuso un nuevo proyecto. Dos, en realidad. Uno para un terreno imaginario a orillas del mar. Otro para la locación definitiva. Sorprendido, pero generoso como era, Lúcio dejó a un lado el proyecto que tanto le interesaba para aceptar y apoyar la propuesta de Le Corbusier. Quedó acordado que Lúcio se encargaría de desarrollar el proyecto elaborado para la locación definitiva. Y empezamos a dibujar bajo la dirección de Carlos Leão, Affonso Reidy y Jorge Moreira. Personalmente prefería el primer proyecto de Le Corbusier, que era mucho más lindo, y no sé por qué dibujé algunos croquis basados en él. Ubiqué el bloque principal en el centro del terreno, independicé el salón de exposición y el auditorio, y creé un área abierta para que el pueblo pudiera atravesar el edificio de lado a lado. A Leão le gustaron los croquis. Lúcio, que recién llegaba, pidió verlos, y yo,

que no pretendía intervenir en los diseños ya en curso, los arrojé por la ventana. Lúcio los mandó a buscar y, tan entusiasmado como Leão, decidió utilizarlos. Los diseños ya en curso estaban muy adelantados. Recuerdo que Jorge Moreira dijo afligido: “¡Lúcio, el proyecto está casi concluido!”. Pero Lúcio fue inflexible y mis croquis fueron adoptados. Por supuesto que, dado lo ocurrido, mi situación en el estudio cambió. Pasé a integrar la comisión de arquitectos y, gradualmente, llegué a ser el más escuchado y el más activo de los colaboradores de Lúcio. Siempre declaramos, y así consta en la placa conmemorativa de la inauguración del edificio, que se trata de un proyecto de Le Corbusier, sin poner énfasis en las modificaciones que nos vimos obligados a hacer durante su desarrollo. Pero ahora, volviendo a verlas, advierto que nuestro aporte no fue menor. Cambiamos la ubicación del edificio principal, trasladándolo al centro del terreno. Debido a esto, el salón de exposiciones y el auditorio quedaron abiertos a la plaza, y la plaza quedó cruzando el edificio de lado a lado. Las altas columnas, antes ocultas por los ventanales del edificio, quedaron expuestas como verdaderos pilotis, y ciertamente resultan más imponentes. En el proyecto de Le Corbusier todas las columnas exteriores tenían sólo cuatro metros de altura. En el edificio principal también nos vimos obligados a crear un corredor central para sustituir la galería lateral prevista en el proyecto. Le Corbusier había pensado una fachada principal y otra secundaria, pero, con la solución adoptada, fue posible mantener las dos fachadas iguales, incluso sin los voladizos destinados a los baños, que desmerecían la fachada trasera. En cuanto a los parasoles, que Le Corbusier acostumbraba construir con placas fijas horizontales de hormigón armado, nosotros

preferimos hacerlos de amianto y basculantes para proteger mejor el interior. Casi todas esas modificaciones estaban en los croquis que presenté. A mi entender, sin embargo, no fueron determinantes para la importancia del proyecto elaborado por Le Corbusier. Durante la época en que Capanema fue ministro, Lúcio diseñó un nuevo proyecto para una universidad en Mangueira. Era un proyecto importante. Recuerdo las grandes perspectivas que dibujé con carbonilla, proyectando los croquis sobre las paredes a altas horas de la madrugada. Creo que mi desempeño le pareció relevante a Lúcio. Recuerdo que, al terminar los trabajos, le dijo a Jorge de manera categórica: “Jorge, no puedes ganar más que Oscar. Deben sumar sus salarios y dividirlos por dos”. Y ahí intervine yo diciendo: “Propongo sumar los tres salarios, el de Jorge, el de Reidy y el mío, y dividir el total por tres”. Reidy ganaba lo mismo que yo. No era la primera vez que Lúcio me apoyaba. En 1937, siendo vencedor del concurso de proyectos para el Pabellón de Nueva York y sumamente entusiasmado con los croquis que yo había presentado, insistió en llevarme a los Estados Unidos para que elaboráramos juntos el proyecto definitivo. A veces, un incidente cualquiera tiene una influencia determinante sobre nuestras vidas. Y fue uno de esos incidentes el que me acercó a Capanema e hizo que fuéramos amigos para siempre. Durante la construcción de la sede del Ministerio de Educación y Salud, Capanema nombró a Carlos Leão para que organizara el proyecto de la universidad, bajo la supervisión del ex ministro Souza Campos. Contando ya con la colaboración de Reidy y de Jorge Moreira, Leão me convocó un buen día y me dijo: “Oscar, vas a proyectar el hospital, pero si Souza Campos llega a preguntarte qué edificio estás diseñando, no le digas que es el hospital. Es un cretino absoluto y exige que todo hospital tenga forma de Y”. Días después, el ex ministro se acercó a mi tablero e indagó: “¿Qué edificio es este?”. No daba para mentir y le respondí: “Es el hospital”. Irritado, pegó un puñetazo sobre la mesa: “Aquí no quiero nada con forma de salchicha”. Así llamaba aquel lego al edificio lineal que Le Corbusier había proyectado para la sede del Ministerio. Discutimos. Yo dije todo lo que tenía que decir y renuncié. Capanema rechazó mi renuncia