El riesgo de personalizar todo

15 ago. 2010 - Néstor Kirchner, en cambio, llega a 43 por ciento, la positiva es de 32 y la regular de 24. En promedio,
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NOTAS

Domingo 15 de agosto de 2010

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Radiografía de la gestión | El matrimonio presidencial, de cara a 2011

Cristina supera a Néstor en imagen y en el perfil electoral

   

 

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Poliarquía hizo una encuesta especial entre los entrevistados más “cercanos al kirchnerismo”. El 58 por ciento opinó que prefería que la Presidenta fuese la candidata del oficialismo. Sólo el 36 optó por Néstor Kirchner. Sin embargo, cuando se les preguntó a todos los entrevistados quién creían que finalmente va a ser el candidato presidencial, la mayoría optó por invertir la respuesta. El 54 por ciento consideró que el postulante oficialista será Néstor Kirchner. Y sólo el 32 dijo que la Presidenta irá por la reelección. En el estudio comparado de defectos y virtudes de ambos líderes políticos volvió a quedar en evidencia el rasgo que atraviesa todo el estudio: los núcleos duros. Cuando se les

“Ella tiene mejor imagen. Pero los resultados traslucen que él representa el poder”, analizó Catterberg preguntó a los encuestados cuál era la principal virtud de Cristina Kirchner, el 16 por ciento consideró que no tenía “ninguna”. Y el 12 por ciento dijo que era “articulada” y “buena oradora”. Lo mismo ocurrió con el defecto principal: el 30 por ciento dijo era “soberbia”. El 19 no supo o no quiso contestar. El 10 por ciento dijo que no tenía defecto alguno. La mejor virtud del ex presidente fue “mejorar al país y sacarlo de la crisis”. Cosechó el 11 por ciento. Pero el porcentaje más alto fue que no tiene virtud alguna, con el 26 por ciento. Con los defectos, se dio el mismo fenómeno. Lideró que era “soberbio”, con el 13 por ciento. El 15% no contestó. Y el 11 dijo que no tenía defecto alguno.

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Para la mayoría, ella tiene más “atributos” que su esposo, pero el 54% cree que él será candidato Cristina Kirchner tiene mejor imagen, pero la mayoría de los consultados cree que su esposo será el próximo candidato presidencial del oficialismo. La curiosidad política es una de las principales revelaciones que surgió de la encuesta exclusiva de Poliarquía para LA NACION. La Presidenta cosechó entre los encuestados mejor imagen que el líder del PJ. Ella obtuvo el 38 por ciento de imagen negativa, el 36 por ciento de imagen positiva y 26 de regular. La imagen negativa de Néstor Kirchner, en cambio, llega a 43 por ciento, la positiva es de 32 y la regular de 24. En promedio, la mandataria supera en varios puntos a su marido. Incluso, en una comparación directa, ella tiene muchos más “atributos” que él. De hecho, la mayoría de los encuestados consideró que era “mejor comunicadora” (69%), que estaba “más formada y educada” (56%), que era más “decidida y valiente (55%), que era más “inteligente (50%), que tiene “mejor llegada a la gente” (46%), que es “más carismática” (46%) y hasta que es “más intolerante con la corrupción (42%). En cambio, Kirchner lidera sólo en dos atributos, aunque fundamentales: “mayor liderazgo político” (57 por ciento) y “mayor pensamiento estratégico” (53 por ciento). “Ella tiene mejor imagen. Pero los resultados traslucen que hay una concepción de que el representa el poder y la autoridad”, analizó Alejandro Catterberg, uno de los directores de Poliarquía. La curiosidad se hizo evidente en un tema central para el presente y el futuro del oficialismo: las candidaturas de 2011. Hoy, el Gobierno especula con el futuro candidato. A tal punto que tanto Kirchner como la Presidenta empezaron a coquetear, otra vez, con la posibilidad de que sea “pingüino o pingüina”. Y en la Casa Rosada hay una sorda disputa por el apoyo proselitista.



   



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OPINION

El riesgo de personalizar todo Continuación de la Pág. 1, Col. 5 tación de la oposición, esto constituye un umbral nada despreciable, que prenuncia que los Kirchner podrán tener más influencia que la que generalmente tienen los presidentes al final de su mandato. ¿Implica esto un consecuente atractivo en términos electorales? Es importante diferenciar el poder de una administración en términos regulatorios y de control de la agenda pública, de la seducción que un candidato puede tener en la sociedad luego de dos gestiones de gobierno. Los Kirchner tendrán lo primero, pero ¿cómo convencer a sus potenciales votantes de que están capacitados para resolver alguna de sus principales preocupaciones, como la inseguridad, si no lo han hecho durante más de ocho años? Es demasiado pronto para especular con el comportamiento electoral que tendrán los argentinos en 2011. Sin embargo, todas las elecciones se definen en función de lo que hagan o dejen de hacer sus protagonistas. Los Kirchner ya hicieron lo suyo y deberán reinventarse en estos meses para seducir a una mayoría de sectores medios, rurales y urbanos, que le han dado repetidamente la espalda. Esto sugiere que la próxima elección la gana o la pierde alguna de

las alternativas de la oposición. A su vez, una de las principales características de nuestra cultura política es que nos fatigamos bastante pronto con los líderes a los que queremos. Los legados de esos dirigentes suelen ser muy magros: nuestra dinámica política es tan peculiar que ignoramos los esfuerzos de quienes se dedican a la cosa pública. Tal vez luego de algún tiempo permitimos que la razón amortigüe a la pasión y recocemos algún aporte, como ocurre ahora con Frondizi o con Alfonsín, en su momento tan denostados.

La historia ¿Cuál será el lugar que la historia les deparará a los Kirchner? Es obviamente demasiado pronto para saberlo. Pero es indudable que integrarán el panteón de quienes hicieron del poder una cuestión personal, esa frondosa tradición que se despliega a lo largo de toda nuestra historia. Mucho antes de esta transición inconclusa iniciada en 1983, encontramos innumerables ejemplos de la personalización de la política que incluso involucran a algunos de los pocos líderes canónicos destacados y respetados por casi todos. Los protagonistas de la vida política de una sociedad democrática son siempre personas de carne y hueso. Puede tratarse de representantes de

partidos o instituciones, de corrientes de opinión o grupos de interés, pero se trata de seres humanos con valores, ideas, temores, prejuicios y hasta obsesiones que explican muchos de sus comportamientos y decisiones. A medida que acumulan mayores responsabilidades, deben resignarse a que, por lo general, no hacen lo que quieren, sino apenas lo que pueden. Y con el paso del tiempo advierten que la mejor decisión en términos del bien común no necesariamente coincide con su preferencia, sino con la que concita un consenso más amplio. Liderar implica, asimismo, aprender de los propios errores, y eso por definición exige una cuota de humildad y de autocrítica. La importancia relativa de los liderazgos personales suele ser notablemente mayor cuando, como ocurre en la Argentina, la política no está basada en reglas del juego claras y estables y, por lo tanto, se aborta el desarrollo de organizaciones eficaces para canalizar las genuinas demandas de la ciudadanía, como deberían ser los partidos, los sindicatos, los grupos de interés y las ONG. La exageración de los liderazgos personales genera innumerables problemas para el desarrollo democrático, pues contribuye a bloquear el desarrollo de mecanismos vitales para la administración del Estado,

al priorizar la lealtad y el nepotismo a los criterios meritocráticos y la solvencia profesional. Este personalismo y faccionalismo extremo no se limita a nuestra vida política, sino que se extendió incluso a la cultura y al deporte: Borges y Piazzolla fueron amados y odiados por legiones de seguidores y de criticones. Y hasta los debates en el fútbol se desplegaron en torno de personas (“menottismo” vs. “bilardismo”). Los argentinos preferimos organizar nuestra vida pública y nuestras mentalidades en forma binaria, confrontativa y superficial. Hasta nos hemos convencido de que el título completo del Facundo, la gran obra de Sarmiento, es Civilización o barbarie, cuando en realidad es Civilización y barbarie, lo cual en términos lógicos significa exactamente lo contrario: la “o” expresa oposición, la “y” es un sinónimo de adición. Nunca es tarde para comenzar a debatir de forma amplia y sincera cuestiones que pueden molestar, pero forman parte de un acervo cultural compartido y que obtura nuestro desarrollo como sociedad. Ojalá que estas reflexiones y los datos de la encuesta que hoy publica LA NACION contribuyan en ese sentido.

El autor es profesor de la UTDT y director de Poliarquía Consultores