El pulso de la Fe - Ver y Creer

26 jun. 2000 - mar, para acompañarlos de la mano hasta la tierra prometida, tierra de ...... el hombre hasta los ganados
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R oberto O ’Farrill C orona

El pulso de la Fe

Una mirada a lo que nos hace creer

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Roberto O’Farrill Corona El pulso de la Fe Una mirada a lo que nos hace creer

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Agradecimiento a mis mejores amigos Aprovecho esta página para dar a conocer públicamente que agradezco: A Nuestro Señor Jesucristo, porque vino del Cielo a la Tierra a buscarme y a salvarme del pecado y de la muerte, cosa que confirmó cuando dijo: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos sino a pecadores”. (Mc 2, 17) A Nuestra Señora la Virgen del Carmen, porque me protege, me cuida y me resguarda bajo su manto y escapulario, tal y como afirma su hermosa letanía cuando reza: “Flor del Carmelo, Viña florida esplendor del cielo; Virgen fecunda y singular; ¡Oh! Madre dulce de varón no conocida; a los carmelitas proteja tu nombre, Estrella del mar”. (Oración de San Simón Stock) A San José, porque desde su silencio me ha enseñado a ser trabajador, esposo y papá; porque ha cuidado de mi familia, trabajo y economía; porque sabe enderezar mis peticiones si van un poco torcidas y porque me ha mostrado que puedo seguir al Señor sin pretensiones, como afirma Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica de 1989: “San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas”. (Redemptoris Custos, Párrafo 24) A San Juan de la Cruz, porque me enseña que aquello que no puedo comprender por la razón, lo puedo conocer por la fe, cuando escribe: “Estaba tan embebido, tan absorto y ajenado, que se quedó mi sentido de todo sentir privado, y el espíritu dotado de un entender no entendiendo, toda ciencia trascendiendo”. (Coplas del alma hechas sobre un éxtasis de harta contemplación) A Santa Teresa de Jesús, porque logra que yo mismo suscriba su dicho: “Y si algo estuviere en error, es más por no lo entender, y en todo me sujeto a lo que tiene la Santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo, y protesto, y prometo vivir y morir” (Las Moradas, Conclusión, 4) A Santa Teresa del Niño Jesús, porque desde su pequeñez y ternura me enseñó a escuchar a Dios cuando escribe: “Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir y hacer. Justo en el momento en que lo necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado”. (Manuscrito A, 83) A mi Ángel de la Guarda, porque es mi compañero de incontables batallas, a quien todavía no he visto con los ojos pero lo conozco porque siento su cercanía y sé que es todo un atleta, armado con los más poderosos mensajes de Dios, ya que bajo su cuidado y protección me puso mi Padre celestial. Cuando era niño le rezaba como mi mamá me enseñó, con la oración que todos conocemos, pero ahora me encomiendo a él así: “Ángel del Señor, que eres mi Custodio, puesto que la Divina Providencia me encomendó a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día”.

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Prólogo Cardenal Juan Sandoval Íñiguez Arzobispo de Guadalajara

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omunicador nato en prensa, radio o televisión, Roberto O’Farrill Corona,

católico de fe profunda y coherente tanto en su vida personal o familiar y en su actividad profesional de locutor y escritor, nos ofrece ahora este volumen que lleva por título “EL PULSO DE LA FE”, el mismo que llevan sus series de transmisiones televisivas y sus artículos periodísticos. El libro contiene una variedad de temas tratados con claridad, brevedad y competencia del que posee vasta cultura religiosa y profana: fiestas del año litúrgico de la Iglesia, fiestas religiosas populares, vidas de santos notables, y acontecimientos que se van dando en el tiempo y que requieren explicación, rectificación o condena, realizado todo esto siempre desde el punto de vista de la fe de un cristiano íntegro, culto y bien informado. Se trata, pues, de una catequesis de actualidad que hará la lectura de este libro interesante, amena y provechosa. Es para mí un placer y un honor prologar este libro de un amigo sincero de muchos años, comunicador católico de profesión y ejemplo de comunicadores católicos, o más bien de todos los católicos comunicadores que no han de separar el testimonio de su fe del ejercicio de su profesión. Guadalajara, Jalisco, a 3 de septiembre de 2010

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Prefacio Arturo Rocha Cortés

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nmersos como estamos en nuestro México del siglo XXI en el agua insípida de una vida de voraz pragmatismo, expuestos a un sinfín de propuestas e ideologías exóticas, donde todo parece ser tanto más atractivo cuanto más moderno, más exitoso, ligero, fácil… cuanto más light, existen no obstante ciertas expresiones de cultura, que debemos a espíritus preclaros, que tienen la virtud de devolvernos a la senda correcta. Cuando los medios de comunicación nos bombardean (o a veces pareciera hasta nos quisieran deslumbrar) con extrañas improntas de un prestigio expedito, con la luminiscencia de la fama, con la magnitud de los titulares, “dignidades” que se pueden alcanzar al margen de que si lo que se hace es bueno o malo, se requiere de genuinos comunicadores que disipen aquellos espectros y nos edifiquen con su palabra afincada en la verdad, en la ortodoxia, en los principios, virtudes y valores tradicionales, ésos que quiérase o no, son los que marcan el pulso de nuestra idiosincrasia, el ritmo de nuestra concordia, y que están –siguen estando– en la raíz de nuestra nación. Roberto O’Farrill Corona, mexicano, periodista, comunicador, pero sobre todo hombre íntegro, de inquebrantable fe, de una acrisolada honradez intelectual al tiempo que padre amoroso, ha sido por muchos años el autorizado hermeneuta de temas muchas veces proscritos en la prensa escrita y electrónica tradicional de nuestro país, pero que forman parte constitutiva de quienes nos confesamos católicos: nuestra fe, nuestra religión, nuestra filiación en Cristo Jesús y su Evangelio, nuestra devoción al Romano Pontífice. Con una sensibilidad no desprovista de elegancia, en nada reñida por otro lado con la vasta cultura y elevación intelectual que posee, suministra cotidianamente a sus muchos lectores, oyentes y televidentes los temas más relevantes de la agenda espiritual de todo hombre creyente: registrando puntualmente el pulso de nuestra fe. A sus programas asisten los más autorizados expertos en los variados tópicos abordados. De su mano visitamos los sitios más relevantes para el orbe católico: de Lourdes al Vaticano, de San Pedro a la Basílica de Guadalupe, de Quebéc a Turín, de Egipto a Líbano. Semana a semana, O’Farrill nos obsequia también con elevados escritos que él permite gravitar en internet (¡medio tan criticado como lo fue en su momento la propia imprenta de tipos móviles de Gutemberg!) Sólo que si en buena medida por la web circula parte de los despojos decadentes de nuestra sociedades ultraposmodernas, también es posible encontrar (aunque con menos frecuencia) muchas cosas que contribuyen a la elevación del espíritu, a la ampliación de los conocimientos, a la adquisición de la cultura por la que pugnaba Populorum progressio.1 Los artículos de O’Farrill son una expresión de estos mismos “garbanzos de a libra” electrónicos cuyo autor ―firmemente adherido a la consigna de Benedicto XVI que ha instruido a los comunicadores católicos a valerse de la internet― facilita munificentemente a todos quienes quieren valerse y enriquecerse con ellos. (Muchos portales y revistas electrónicas se alimentan de las contribuciones cotidianas de Roberto, filialmente interesado en la iluminación de los hombres.

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PAULO VI, Populorum Progressio (26 mar. 1967), 21: AAS 59 (1967), 268.

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Lo que el lector tiene entre sus manos es una compilación ―necesarísima― de estos artículos que el autor ha decidido confiar ahora a los moldes. Continuación natural del libro El pulso del Papa, recientemente aparecido y rápidamente agotado, sale a la luz El pulso de la Fe que cumple con creces y en el más puro espíritu de la caridad cristiana, con su misión de iluminación auténticamente liberadora. Si alguien nos pidiera acuñar un aforismo que describiera la mucha riqueza en que se prodiga este volumen, creemos que bastaría describirlo (con la sencillez que está asociada con las grandes cosas) como “un libro para iluminar”. “¿Cómo un libro infantil?”, dirían quienes no comprendan la analogía. No, ciertamente, sino como uno para los aún pequeños en Cristo que en materia de fe requerimos de leche por bebida.2 Gracias a Roberto O’Farrill por este hermoso y gran libro, por suministrarnos esta bebida edificante, por contribuir a marcar cada día el pulso de nuestra fe… pero sobre todo por así iluminarnos el espíritu. ARTURO ROCHA San Jacinto Tenanitla (San Ángel, México) Enero de 2011

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Alusión a 1 Cor. 3, 2.

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“La Ley de Dios y leyes del César” “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Así se da cuenta en las Sagradas Escrituras de la respuesta de Jesús a los escribas y fariseos que le acosaban con engaños para obtener de Él alguna prueba que les permitiera denunciarlo ante el poder de Roma como incitador que azuzaba a la gente a no pagar el Tributo debido al César, nuevo soberano que mantenía sometido al pueblo de Israel. El imperio romano era una maquinaria de dominio, guerra y muerte que empleaba una extraordinaria estrategia militar combinada con el pavoroso instrumento de tortura que había conocido durante su incursión en Persia, la Crux humilis o el madero en forma de cruz baja al que se fijaba con clavos el cuerpo de los condenados para que ahí librasen una batalla personal contra la muerte por asfixia, en una agonía que consistía en jalar los brazos sujetados a los clavos superiores y empujar las piernas apoyándose en el clavo inferior para incorporarse en la cruz y poder respirar, repitiendo el tormento hasta que las fuerzas se agotaban y sobrevenía la asfixia seguida del mortal paro cardiaco. Al suplicio se le agregaba la desnudez total del cuerpo, a manera de humillación, y mientras duraba la agonía, el crucificado sufría insultos, golpes, hambre y sed. A veces las fieras devoraban los cuerpos de los crucificados, aun antes de morir. La ley del César prevalecía por todo el imperio y sobre esa ley no había nada que pudiera imponerse, hasta que llegó un día en que Jesús dijo que al César le diesen todo lo que al César le correspondía, pero que a Dios se le diese lo que a Dios le pertenece. Entre las cosas que eran del César estaban, precisamente, la cruz, el tributo impuesto, la legión romana en tierras extranjeras; cosas muy del César eran su ambición de poder y de riquezas, la degradación moral de su pueblo, la prostitución de sus jóvenes, la embriaguez, el circo de Nerón con sus gladiadores en espectáculos de sangre, terror y muerte que hacia gozar a un pueblo sediento de placer y ausente de Dios. Lo que es del César es: muerte, infidelidad, promiscuidad, odio, guerra, venganza, engaño, lujuria, injusticia, explotación, esclavitud, corrupción, mentira. Lo que es de Dios es: vida, familia, perdón, reconciliación, paz, esperanza, amor, fe, honestidad, templanza, humildad, justicia, trabajo, honradez, verdad, libertad, plenitud. Cada año, cuando en domingo toca en la liturgia la lectura del Evangelio que narra la respuesta de Jesús de “dar al César lo del César y a Dios lo de Dios”, se explica en la homilía durante la Misa que el instrumento de tortura romano no pudo detener a la Ley de Dios, que es la ley del Amor, y que ahí, clavado en su cruz, Cristo venció a todo aquello que es del César, mediante el acto supremo de implorar perdón por quienes no saben lo que hacen. Pero al día siguiente de ese domingo de cada año, aparecen pequeños y modernos “Césares” que, en un intento por restaurar lo que ha sido vencido, y con aires pseudo-imperiales intentan convencer de que las leyes del César continúan reinando en este mundo sobre la Ley suprema que es la Ley natural, la Ley de Dios. No falta, año tras año, algún político o algún Servidor Público que se lanza a renegar lo dicho por Jesucristo en un intento burdo de mostrar que las leyes de una nación son superiores a la armonía cósmica del universo que sostiene en su mano el Creador de la vida, cosa que recuerda el texto de San Agustín en su gran obra “Las Confesiones” cuando dice que “Vine a caer en manos de unos hombres sumamente orgullosos, superficiales, charlatanes a más no poder, en su boca sólo había trampas diabólicas. Por lo demás su corazón estaba hueco y vacío de toda verdad”. Mal ejemplo de esta continuada lucha porque prevalezca la ley del César sobre la Ley de Dios es Adolfo Hitler, el César-Nerón del siglo XX, quien mandaba a la muerte, a partir de las leyes del nacionalsocialismo, a millones de seres humanos en su moderno “Circo de Nerón” en los campos de exterminio de Auschwitz y de Birkenau. Así los nazis procuraron darle a Hitler lo que era de Hitler. 7

Este año, como todos, hemos escuchado a los nuevos césares mexicanos, sin poder ni gloria, pero más inclinados al poder, que a la gloria. El próximo año, después de la tradicional homilía dominical, ya veremos quién será el político que vuelva sugerir que por encima de Dios está el poder del César.

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“No es lo mismo Eugenesia que Eutanasia” Un principio creacional dicta que “todo ser quiere ser”, de allí que el instinto de conservación, enraizado en todo individuo y en su especie, se manifieste con tanta fuerza hacia la conservación de la vida. Los girasoles, por ejemplo, viran hacia la luz del sol, cada uno en lo individual y la comunidad en su conjunto, pues si dejaran de girar hacia el sol, se secarían con su consecuente muerte y ulterior extinción de su propia especie. Esta conducta, que garantiza la supervivencia, está inscrita en su información genética. No existe, en los reinos mineral, vegetal y animal, especie alguna que altere este principio creacional de conservación de la vida, salvo única excepción, que es razonadamente intencional y que paradójicamente le corresponde al único ser racional de la creación quien, por voluntad propia, parece lanzarse en contra de su propia existencia y de su subsistencia, a partir de extrañas propuestas que ya habían sido definidas por el Papa Juan Pablo II como “Cultura de la muerte”, que son gravemente atentatorias de la vida humana del individuo y de la comunidad. Es el caso del aborto y de la eutanasia. La Pontificia Comisión para la Pastoral de la Salud de la Santa Sede, que preside el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, ha indicado siempre que la Bioética, en comunión con el Magisterio de la Iglesia, se opone al “ensañamiento terapéutico” en pacientes terminales sin posibilidad de mejoría, por lo que recomienda retirar los medios que sostienen de manera extraordinaria la vida del paciente, a fin de permitirle una buena vida o una buena muerte, según el caso. Esto es lo que se le llama Eugenesia, permitida bajo ciertas condiciones. A lo que el Magisterio de la Iglesia se opone de manera determinante, a través de la misma Comisión Pontificia, es a la práctica de la Eutanasia, que no consiste en otra cosa sino en matar o, expresado de manera diversa, en “proporcionar la muerte”, ya sea mediante inyección letal o bajo cualquier otro método. Esta abierta oposición de la Iglesia emana del mandamiento “No matarás” contenido en el Decálogo, de donde se desprende que no es lícito matar, porque la vida es de Dios y no de los hombres, por lo que a nadie le esta permitido “adueñarse o apropiarse de la vida del otro”. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su apartado No. 2277, expresa lo siguiente: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre.” El mismo Documento, que rige la vida de la Iglesia y de los creyentes, expresa en su apartado No. 2278 lo siguiente: “La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o, si no, por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.” Se lee en el mismo Documento, en su apartado No. 2279, lo siguiente: “Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni

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como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.” En griego, el término Eu quiere decir “bueno” y Thanatos significa “muerte”. Así, la palabra Eutanasia se entiende como “buena muerte”. Pero, como contraparte, en griego también se encuentra la expresión Génesis que significa “principio” o “vida”, por lo que la palabra Eugenesia quiere expresar en sí misma el concepto de una “buena vida”. El nombre de Eugenia, por ejemplo, significa “la de buena vida” o “la que vive bien”. Como se puede apreciar, no es lo mismo Eugenesia que Eutanasia.

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“José, el Niño Mártir” La ciudad de Sahuayo, en Michoacán, con sus 100 mil habitantes, se encontraba de fiesta como nunca lo había estado. Por decreto se suspendieron las clases en las escuelas, se cerraron las vialidades del centro y las calles, alfombradas con verde hierba, formaban un pasillo central. Los balcones y ventanas, adornados con banderas de color blanco y amarillo, eran testigos del operativo de seguridad; las banquetas albergaban a cientos de periodistas; la unidad terrena de Televisa, instalada frente a la Iglesia principal, transmitía la señal a varios países. Los sahuayenses y visitantes, peregrinos principalmente, daban testimonio de un acontecimiento grandioso, tan grande como lo divino. Los hombres mantenían un aspecto sereno pero formal, las mujeres sonreían resaltando su belleza, los jóvenes mostraban el entusiasmo en su mirada y los niños y niñas, vistiendo sus uniformes escolares, reflejaban en el brillo de sus ojos una alegría que a todos transformaba. Su ciudad se vestía de fiesta, de alegría y de orgullo. Eran protagonistas, juntos, de un acontecimiento que Sahuayo nunca olvidará. Después de 77 años volvió a pasear por las calles de esta localidad el personaje más importante, más bueno y más ilustre que haya conocido esa pequeña ciudad. No estaba solo, lo acompañaba el Legado pontificio, el prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, el mismo que la víspera lo había proclamado beato, elevándolo a los altares en nombre del Papa Benedicto XVI, en el Estadio Jalisco de Guadalajara. La última vez que el pequeño José había caminado por las calles de Sahuayo fue la noche del 10 de febrero de 1928. Tampoco él estaba solo: lo seguía un piquete de soldados que lo empujaba. José caminaba descalzo y le sangraban las extremidades pues minutos antes había sido torturado por la soldadesca que, para divertirse, le había cercenado las plantas de los pies. La calle era de tierra, pero su sangra la lavaba. Era sangre de niño, José tenía apenas 14 años pero ya era Testigo del amor de Dios cuando al llegar al cementerio, su verdugo lo asesinó por odio a la Fe y porque no había logrado, ni con la tortura, que el muchacho dejara de gritar: ¡Viva Cristo Rey! A las 11:00 horas del lunes 21 de noviembre de 2005, el cardenal Saraiva, en compañía de seis obispos, dio inicio, en la Iglesia de Santiago apóstol, a la solemne celebración eucarística, la primera en honor del niño mártir, el beato José Sánchez de Río. En procesión ingresó la urna que contenía sus restosreliquia. Su imagen, tallada en madera estofada, ya estaba colocada al centro del magnífico retablo principal. Los caballeros de Colón, actores de la causa de beatificación, y Antonio Berúmen, promotor y postulador de la misma, veían coronada su tarea. Durante la homilía, el legado pontificio propuso a José como modelo a seguir por niños y jóvenes. El más pequeño era ahora el más grande, porque sólo Dios hace nuevas todas las cosas. José nació en el seno de una familia cristiana, formada por Don Macario Sánchez Sánchez y Doña María del Río, como lo certifica la Fe de Bautismo del archivo parroquial de Sahuayo. Nació el 28 de marzo de 1913 y fue bautizado el 3 de abril. Su paso por el mundo fue breve, pero su vida ahora es eterna. Después del Ángelus del domingo 20, el Papa Benedicto XVI dirigió un saludo a los fieles que participaron en el estadio Jalisco de Guadalajara en la beatificación de 13 mártires de la persecución religiosa, entre ellos, José. El Papa dijo que “afrontaron el martirio por defender su Fe cristiana”. José pudo escribir a su madre una carta, fechada el lunes 6 de febrero, dos días antes de su martirio, y que logró hacerla llegar a su destino:

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“Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo, que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba, José Sánchez del Río”. El pequeño José, de 14 años, enfrentando a su verdugo, defendió la Libertad Religiosa, cuando pudo proclamar con Fe, antes de morir: ¡Viva Cristo Rey!

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“En la noche de Navidad” “Let the good guys win” es el nombre de una canción irlandesa de Navidad. Dejar que los buenos ganen es un buen deseo para conmemorar la Natividad de Dios que se hace niño en forma y en fondo, en carne y hueso, pequeño y frágil, igual que todos, para pasar su vida haciendo el Bien. Los ángeles se mostraron a unos pastores que estaban cerca de la gruta de Belén para anunciarles la mejor noticia que jamás se había escuchado: “Hoy mismo, en la ciudad de Belén de Judá, les ha nacido un Salvador”. Los pastores acudieron a conocer al Mesías profetizado por siglos en las Escrituras. “Nacerá de una virgen” estaba escrito, “será descendiente de la casa de David” lo sabía todo Israel. Habían sido años de espera en el Señor, años de esperanza, hasta que al fin se cumplía la profecía cuando José tuvo que desplazarse, en obediencia al edicto del César, para ser censado como toda la población, pues el emperador romano Augusto quería saber cuántos nuevos súbditos podía contar en ese pueblo recién conquistado de pastores y pescadores, pero que buen tributo podrían pagar para la continuación de la edificación, a todo lujo, de la ciudad capital más poderosa en aquellos tiempos, la Roma Imperial, la ciudad Eterna, la más hermosa y fastuosa, la ciudad del mármol y del oro. A José lo acompañaba María, su esposa, y con ellos iba el Hijo de Dios, el Eterno, el Absoluto, el Innombrable, el Dios que había enviado un diluvio para inundar la tierra a fin de comenzar una humanidad nueva con hombres nuevos y con renovadas esperanzas. A María y a José les acompañaba, dentro del seno virginal de la “esposa-hija-madre” de Dios, el Creador del universo, de los luceros del cielo, del cosmos inmenso, de la mar y del viento portador de lluvia fresca para los campos. El Hacedor de todas las cosas iba con ellos porque en su Plan de Salvación había considerado preciso que Él mismo, el Creador del Mundo, se hiciera creatura mundana. El dueño de la vida quiso asumir la vida. Y llegó el momento…y ocurrió de noche…y fue la noche más larga que el hombre pudiese haber contemplado y vivido, era la noche tan clara como el día, la noche que unía el cielo con la tierra, lo divino con lo humano, lo eterno con la historia y lo infinito con el tiempo. Era la noche de Navidad. El solsticio de invierno fue testigo con el sol más brillante del año, el Solis Invicti, el Sol Vencedor. Hace poco más dos mil años que el mundo comenzó a ser alumbrado por la verdadera luz, por quien es la luz. Había nacido Cristo Luz del mundo. Su tarea había iniciado para trascender en una acción más allá de alumbrar porque llegaba para iluminar. La iluminación de la humanidad había iniciado. “Los hombres decían cantares, los ángeles melodía, festejando el desposorio que entre tales dos había”, dice San Juan de la Cruz, refiriéndose al desposorio entre Dios y María, al compromiso entre el Creador y su creatura, a la relación, hecha una, entre el espíritu y la carne, entre Dios y los hombres. Los pastores fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Dios había nacido, el Misterio se había consumado, y los pastores vieron la humanidad de Dios envuelta en pañales. Dios se había instalado en las manos de los hombres para tener manos y para tocar a su creatura tan amada, la más amada, la persona humana. Esas manos, el Dios-hombre las emplearía para acariciar, abrazar, levantar, curar y sanar para restaurar. Y treinta y tantos años más tarde, tan sólo poco más de treinta años después, su creatura más amada estaría fijado con clavos y un martillo, a una cruz: esas mismas manos que supieron dar y entregar, estrechar y abrazar. Algunos no creen en el acontecimiento de la Natividad, otros sí. ”Dichosos los que sin haber visto crean” dice la Escritura. Para todos los creyentes en Cristo, en Navidad, es tarea propia provocar que los creyentes crean en realidad, para hacer que el amor nos queme, al ver que Dios inmortal, el Verbo Eterno, se hace mortal por nosotros. 13

Por eso y por más es que a partir de la Navidad llega la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y es por ello que desear Feliz Navidad es “dejar que los buenos ganen”, como dice la canción irlandesa de Navidad “Let the good guys win”. Dichosa Navidad llena de Fe, Esperanza y Caridad.

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“Tiempo de corrección de ruta” Se dice del Imperio romano que su estrepitosa caída obedeció a que se había desarrollado de equivocada manera, con poderosa fuerza pero con poca mente, con músculo militar pero sin espíritu. Lo mismo ocurrió luego con el nazismo, fascismo y comunismo; dictaduras y regímenes que centraron su desarrollo en la fuerza de las armas pero que le voltearon la cara a lo divino. ¿Será posible que la humanidad del siglo XXI, sin percatarse todavía, se esté desarrollando también en una dirección equivocada, con mucha técnica, pero poca alma; con una fuerte coraza de posibilidades materiales, pero con un corazón casi siempre vacío? ¿Estaremos acaso viviendo un lento apagarse de la capacidad de percibir en nosotros la voz de Dios, de recibir y reconocer lo bueno, lo bello, lo verdadero? O tal vez ha llegado el momento de revisar el rumbo de nuestra “evolución” hacia el futuro, pues, como dijera el cardenal Joseph Ratzinger, siendo Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, “¿No es absolutamente ya el tiempo de una corrección de ruta de nuestra evolución?”, queriendo mostrar una dramática realidad que caracteriza a una humanidad arrogante y a un ser humano cretino que piensa haber conquistado el mundo, pero que no se ha dado el tiempo para encontrar la voluntad de conquistarse a sí mismo? En los primeros días de todo año nuevo suelen presentarse pronósticos, profecías y vaticinios, cargados de astrología y de esoterismo, en los que supuestos videntes pronostican los acontecimientos que se sucederán en los doce meses siguientes. Algunos han llegado a pronosticar desastres que culminarán en el fin del mundo. El Papa no es vidente pero es sensato y observador, conoce la condición humana y por eso sabe que absolutamente ha llegado el tiempo de corregir la ruta de nuestra “evolución”. La humanidad ignora cuándo será el momento en que inicie el Fin de los Tiempos, lo que es enseñanza de la Iglesia y que como tal se encuentra, tanto en la Sagrada Escritura, como en el Catecismo de la Iglesia. Nadie sabe el día ni la hora, sólo Dios, pero Cristo previene a la humanidad y pide estar atentos y velar para cuando se presente el momento, y hace saber que habrá un juicio universal en el que serán llamados a la derecha los mansos y humildes y arrojados al fuego eterno los duros y necios. La humanidad ignora ese día porque es un tiempo que Dios tiene retenido en su mano, pero que soltará en cualquier momento para dar inicio al tiempo del fin. Los adivinadores y brujos nada dicen al respecto porque nada saben. Son charlatanes que viven cinco minutos de fama a partir de pronosticar momentos desastrosos y tiempos de destrucción, como si Dios fuese un absurdo, como si el Creador hubiese creado a la creatura para su muerte y aniquilamiento, y a la creación para su destrucción. El fin de los tiempos comenzaría con una aparente paz, seguida de una Gran Tribulación de la que sólo saldrán victoriosos los justos y buenos, para luego presenciar la derrota del Anticristo en la Segunda Venida de Cristo, en la Parusía anunciada y prometida por Dios. Se viven hoy algunos acontecimientos que podrían evaluarse como signos de que ese tiempo de Parusía está cercano. Se percibe un inminente colapso financiero provocado con un dólar que ya está sobrevaluado, se prevén desastres naturales más recurrentes, la configuración de una amenaza musulmana fundamentalista que se hace presente, mediante el terrorismo, y el conflicto árabe-israelí, fuera de control con la construcción de un muro en Palestina. Benedicto XVI, antes de suceder a Juan Pablo II en la sede de la Iglesia, hablaba de una humanidad con “mucha técnica, pero poca alma”, armada con “una fuerte coraza de posibilidades materiales, pero un

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corazón casi siempre vacío” y con una disminución “de la capacidad de percibir en nosotros la voz de Dios, de recibir y reconocer lo bueno, lo bello, lo verdadero”. Al decir del Papa Ratzinger, la supuesta “evolución” de la humanidad se encuentra en el momento de la enmienda. La comparación con los regímenes totalitarios parece brusca, pero adecuada, en tanto que su evolución no llegó más allá de su propia extinción. Parecía que las dictaduras evolucionaban, hasta que se toparon con su propio límite, cuando quedó manifiesto su desprecio por la paz en el nombre de la guerra. El entonces cardenal Ratzinger cerraba su reflexión con una pregunta que no alcanzo a entender si corresponde a una manifestación de humildad o a una abierta reflexión referente al Plan de Dios: “¿No es absolutamente ya el tiempo de una corrección de ruta de nuestra evolución?”

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“La contracruzada islámica” En el Islam se afirma que Alá habló por boca de su profeta Mahoma, quien a su vez habló al mundo árabe de su tiempo y enseñó muchas cosas, entre ellas, que todo infiel se debe convertir al Islam. Mahoma recibió, como respuesta natural, la indiferencia de las religiones, entre ellas el cristianismo. La quimera de Mahoma fracasó en vida del profeta, por lo que antes de morir cambió su discurso para indicar a sus seguidores que la conversión al Islam, de todos los “perros infieles” debía lograrse, si no por el convencimiento pacífico, entonces mediante la fuerza de la espada, hasta llegar, si fuese preciso, a una gran guerra, la guerra santa, la Yihad. Al mundo islámico le comenzó a hervir la sangre, al punto de que lo iniciado como una propuesta religiosa, se transformó en un sanguinario movimiento de terror que acabó clavando su mirada en las demás religiones. El Islam se armó y preparó su primera gran incursión de terror contra la cristiandad en Europa. El mundo cristiano temblaba ante la perspectiva de la invasión fundamentalista islámica que prometía saqueo, tortura, violación, esclavitud y muerte; todo urdido por los inventores y artífices de la tortura en sus formas refinadamente especializadas en alargar la agonía, todo eso en el nombre de Alá y en obediencia al dictado de su profeta Mahoma. Pero apareció un monje en Francia, de nombre Bernardo, quien en Cluny convocó al rescate de los santos lugares, principalmente del sepulcro de Cristo. Como los monarcas europeos encontraban en esa propuesta la oportunidad de incursionar en Palestina, para cuando San Bernardo volteó la cara, ya tenía junto a los ejércitos de Europa dispuestos a acompañarle en su afán. Fue así como se configuraron las cruzadas, al aplicarse el viejo adagio que dicta: “el que pega primero pega dos veces”. Para evitar excesos entre los ejércitos, se configuró un tipo de soldado desconocido hasta entonces: los “monjes guerreros” o “los caballeros”, y con ellos, las órdenes militares de la Iglesia, con votos de obediencia, pobreza y castidad a fin de evitar violaciones, saqueos y traiciones. Destacaron por su observancia la Orden del Temple y la Orden del Hospital. Las cruzadas habían logrado detener la invasión musulmana durante poco más de 450 años hasta que llegó 1565, cuando Solimán “el Magnífico” sitió la isla de Malta, en el centro del Mediterráneo, puerta natural de acceso a Europa, entre Sicilia y África, al mando de la flota naval más poderosa del momento. La isla estaba en manos de los caballeros de Malta, quienes heroicamente la defendieron del asedio por más de tres meses. Narran los historiadores que los enfrentamientos fueron de diez musulmanes por cada cristiano. El Islam, con sus sueños de conquista de la cristiandad, no llegó más allá de Malta, y encontró su ulterior aniquilamiento durante la Batalla de Lepanto en 1571, en la que murió Solimán. Transcurrieron, luego del sitio a Malta, 430 años durante los que la cristiandad olvidó la amenaza musulmana, hasta que un 13 de mayo de 1981, un hijo de Alá, seguidor de Mahoma, un mercenario fedayín terrorista turco, de nombre Mehmet Alí Agca, sacó entre sus ropas una pistola y balaceó al Papa Juan Pablo II en la Sede de la Iglesia, centro de la cristiandad. Una religiosa que estaba junto al agresor, se le echó encima para evitar que disparara más proyectiles al cuerpo del Pontífice, quien caía ensangrentado ante la mirada de su secretario Stanislaw Dziwisz. En la cárcel de Rebbibia, en Roma, ya sometido, el terrorista dio la razón del atentado cuando dijo: “Vine a matar al jefe de los cruzados”. El mundo estaba sorprendido pero no entendía el contenido histórico y religioso de la respuesta de Agca. Pasaron 20 años y llegó el 11 de septiembre de 2001 cuando terroristas fundamentalistas y extremistas islámicos estrellaron dos aviones en Nueva York para declarar su odio al mundo occidental.

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Ese dios de los extremistas islámicos, el dios del odio es un dios pequeño que necesita que sus seguidores ataquen Malta, disparen al Papa, estrellen aviones y decapiten cristianos por televisión para demostrar su poder. En enero de 2006, Mehmet Alí Agca salió de su prisión y pretendió que le fueran entregados cinco millones de dólares para que dijera quién lo envió a matar al Papa. Es más valioso el perdón que le otorgó Juan Pablo II, que escucharle decir lo que ya sabemos: que quien le envío, lo hizo hace más de mil años en el nombre de Alá, que se llamaba Mahoma y que sigue siendo escuchado por fanáticos que pretenden convertir a todo cristiano en musulmán mediante una contracruzada islámica.

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“Las caricaturas de Mahoma” No es creíble que las caricaturas del profeta Mahoma, publicadas en varios periódicos europeos en febrero de 2006, hayan sido un incidente desafortunado, pues todo parece indicar que alguien le puso el cascabel al gato. En efecto, sólo miramos la punta del iceberg que esconde por debajo del agua segundas intenciones que pretenden desatar un choque de culturas y un odio entre religiones. El Corán tiene por ofensa grave la representación gráfica de Mahoma, más grave si se le muestra con una bomba a manera de turbante en la cabeza. No se pueden estimar esos dibujos como travesura inocente de un caricaturista, sino como un acto irresponsable de provocación. De haber sido un incidente, con pedir disculpas y sancionar al autor, se resuelve el conflicto. No, desgraciadamente no fue un descuido sino una agresión bien calculada. Regaron la pólvora y le prendieron fuego. Estalló el peligroso conflicto, creció exponencialmente y provocó crisis entre naciones. Las embajadas de Dinamarca y Suecia en Damasco fueron incendiadas por islamistas que también destrozaron la embajada de Chile, en el mismo edificio. La de Noruega corrió la misma suerte y las autoridades de estos países comenzaron a evacuar a sus ciudadanos de Siria. Hubo cientos de heridos y varios muertos, pero la causa del conflicto se quiso minimizar bajo el pobre argumento de “libertad de expresión” como si esa libertad pudiese justificar la falta de consideraciones hacia la diversidad de culturas y de creencias. Las caricaturas de Mahoma ofendieron a millones de personas y desataron la ira del mundo islámico. Entonces, ¿Por qué no se aclaró el asunto y se dijo que a ningún musulmán se le quiso ofender y punto? Pues porque ése no era la cuestión, ya que el plan era provocar su furia con el objetivo de ganar un pretexto para que un inminente ataque a Irán no sólo fuera justificado sino aceptado con gratitud por esas naciones europeas involucradas sin darse cuenta. El primer ministro libanés, Fuad Siniora dijo que “estos actos de violencia forman parte del plan de desestabilización que sufre el Líbano desde hace varios meses… quienes cometen estos actos no tienen nada que ver con el Islam ni con el Líbano”. En contraste, los líderes de Alemania, Italia, Portugal, Hungría, Austria, Finlandia y Letonia, reunidos en Dresde, invitados por el presidente Horst Koehler, condenaron la violencia que estalló contra las caricaturas. “El combate y las amenazas son inaceptables, independientemente de las circunstancias”, afirmó el presidente alemán. Dese usted cuenta de la forma en que se quiso minimizar el insulto y cómo en lugar de aclarar una “ignorancia cultural e ideológica” para enviar a todos a sus casas en santa paz, protestaron por la reacción provocada. El plan incluía involucrar al mundo cristiano, por lo que se pidió a la Santa Sede que precisara su posición frente a las representaciones que ofenden los sentimientos religiosos de personas o de comunidades, a lo que el sábado 4 de febrero respondió a través de su Sala de Prensa, lo siguiente: 1) “El derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, sancionado por la Declaración de los Derechos del Hombre, no puede implicar el derecho de ofender el sentimiento religioso de los creyentes. Este principio, obviamente, es válido para cualquier religión”. 2) “La convivencia humana exige, además, un clima de mutuo respeto para favorecer la paz entre los hombres y las naciones. Asimismo, algunas formas de crítica exasperada o de burla de los demás denotan una falta de sensibilidad humana y puede constituir, en algunos casos, una provocación inadmisible. La historia nos enseña que no es ese el camino para curar las heridas existentes en la vida de los pueblos”. 3) “Hay que precisar que las ofensas efectuadas por un individuo o por un medio de comunicación no pueden imputarse a las instituciones públicas de ese país, cuyas autoridades podrán y deberán, 19

eventualmente, intervenir según los principios de la legislación nacional. Por tanto, igualmente deplorables son las acciones violentas de protesta. Para responder a una ofensa no se puede arrinconar el espíritu verdadero de toda religión. La intolerancia, real o verbal, venga de donde venga, sea como acción o como reacción, constituye siempre una amenaza seria a la paz”. Como respuesta, al día siguiente, domingo 5, un joven de 16 años asesinó en Turquía al sacerdote católico Andrea Santoro luego de Misa. Dijo que lo hizo motivado por la publicación de caricaturas del profeta Mahoma en varios periódicos europeos. El día que Estados Unidos ataque a Irán, confirmaremos de quién es la mano que mece esta cuna, pues caricaturizar a Mahoma no es la primera vez que ocurre pero sí la primera que prende.

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“Infinitamente superior al cáncer” “Todo es posible para quien cree” es una expresión de Jesús, registrada en el Evangelio según san Marcos, que alienta pero que obliga, porque el mayor problema del creyente es no creer. César era un joven-niño de 16 años que usaba una gorra para ocultar la falta de pelo a consecuencia de las radiaciones que recibía. Llevaba la cuarta parte de su vida enfermo de cáncer. Raptiomiosarcoma alveolar fue el diagnóstico. Supimos que ya no podía hablar porque le había brotado un tumor en la tráquea. Primero una “bolita” que creció como un limón y luego como una naranja. César se estaba asfixiando lentamente. Pensé en Juan Pablo II cuando intentó hablar con la traqueostomía que le evitó asfixiarse al final de su vida. Recordé la agonía del Señor clavado en la cruz esforzándose por jalar aire para expresar sus últimas palabras. Le presentamos a César en nuestras oraciones y le pedimos un milagro “si quieres, puedes darle el don de la vida, puedes curarlo”. En el hospital público en el que lo habían tratado decidieron ya no radiarlo más, pues había llegado a la fase terminal. Pero César se estaba asfixiando cada día, cada hora, cada minuto, él solito a sus 16 años, mantenía una lucha por jalar aire a través de una rendija junto al tumor. El tiempo transcurría rápido. De pronto apareció una oncóloga que aseguró que sí se podría radiar nuevamente y sin riesgo, que ella no cobraría honorarios y que podría conseguir que un hospital particular sólo cobrase el costo de las radiaciones. Era lunes cuando se conoció el presupuesto. Sin dinero, el martes se hicieron los trámites para iniciar las terapias. El miércoles comenzó a llegar ayuda económica proveniente de los grupos que estudian el Evangelio según San Marcos en tres parroquias. Fue entonces cuando se hizo evidente el proceso del milagro, pues así como Jesús, con cinco panes y dos peces que los discípulos le dieron, alimentó a cinco mil hombres, así se reunió la cantidad suficiente para iniciar el tratamiento, justo al día siguiente, el jueves por la tarde. El domingo la familia acudió a Misa con César y escucharon el Evangelio de San Marcos donde se narra que la suegra de Simón estaba en cama con fiebre y cómo Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Habían escuchado la Palabra de Dios que les decía lo que habría de suceder. En la primera plana de la hojita de la Misa, Vida del Alma, estaba una fotografía de Juan Pablo II sosteniendo un evangeliario. César se la llevó a su casa. Muchos estuvimos en oración para implorar a Juan Pablo II que obtuviera de Dios ese milagro. En conventos y monasterios, en la Basílica de Guadalupe y en la de Nuestra Señora de Zapopan, solos y en familia, muchos oramos en espera del milagro para que César viviera. Un martes supimos que ya podía respirar y hablar, que el tumor se había reducido de 10 a 7.5 centímetros, que seguía recibiendo las radiaciones, que serían 20 ó 30, y que la terapia duraría un mes. En casa de César se vivió un ambiente de dicha, la esperanza regresó a la familia, Dios se hizo presente en su historia, los mantuvo en el hueco de su mano. César respiraba, y sus papás y su hermano, también. Su mamá, con los ojos mojados platicaba que ya no contaba con que su hijo viviera por aquellos días y ya no tenía que darle el medicamento que lo mantenía sin dolor pero durmiendo. Ella había pensado que así se quedaría algún día, dormido para siempre. El martes siguiente César estuvo jugando con Ricardo, su amigo de siempre. Juntos pasaron la tarde riendo al recordar años de escuela, pues el Señor de la Historia se había acercado a su cama para tomarlo de la mano y levantarlo. Faltaba que el tumor de cáncer cediera. Aquella fue una de nuestras mejores tardes, jamás la olvidaremos. El sol brillaba por la ventana de la casa y por los ojos de César. ¡Su mirada era un sol!

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César vivió unas semanas más y luego murió reposando dormido en los brazos de su abuela, sin dolor, sin asfixia, sin desesperación. El Padre Eterno quiso librarlo de lo malo del mundo y regresarlo a casa sin que conociera el mal, en la inocencia de los 16 años de edad. Aquí en la Tierra sólo vemos el fin de la vida, pero porque confiamos en la resurrección sabemos que César ya no morirá jamás, sabemos que obtuvo un milagro mejor, el don de la vida eterna, que siempre será infinitamente superior al cáncer.

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“Laicidad no es laicismo” No es lo mismo el Estado laico que un estado laicista, aunque algunos discordantes no puedan establecer la diferencia ni quieran aceptar que luego de añejos antagonismos entre las estructuras religiosas y de gobierno, se ha estipulado que el Estado mexicano es un Estado laico, no confesional, y que la Iglesia goza de personalidad jurídica. No obstante, todavía prevalecen algunas manifestaciones de intolerancia hacia la Libertad Religiosa y de exigencias fuera de contexto hacia el Estado en su laicidad. La laicidad del Estado no implica el desprecio hacia las iglesias. Hay estados que siendo confesionales mantienen una respetuosa Libertad Religiosa y de credo hacia su Pueblo, como sucede, por ejemplo, en Inglaterra, donde la Iglesia anglicana y la Corona mantienen una relación mucho más estrecha de lo que parece. El soberano inglés es quien nombra al arzobispo de Canterbury así como a todos y a cada uno de los obispos anglicanos. A su vez, los arzobispos de Canterbury y de York, y el obispo de Londres, son quienes coronan a los monarcas. Además, 24 obispos forman parte del Parlamento inglés y el Estado es confesional, pues la religión oficial es la anglicana. En el siglo XVI el entonces rey de Inglaterra, Enrique VIII, había recibido del Papa Clemente VII (1523-1534) el título de Defensor de la Fe a raíz de unos escritos en defensa de los sacramentos, que el propio Rey había elaborado en contra de las propuestas de reforma protestante de Martín Lutero. Al rey Enrique no le incomodó recibir tal título y luego en 1535, siendo Romano Pontífice Paulo III (1534-1549), el rey se otorgó a si mismo el nombramiento de “Cabeza de la Iglesia”. Enrique VIII deseaba divorciarse de su esposa, la reina Catalina de Aragón, para casarse con la cortesana Ana Bolena y legitimarla en el trono, pero como el Papa se rehusó a la declaratoria de nulidad matrimonial, el Rey rompió con la Iglesia de Roma y de paso mandó decapitar a Sir Thomas Moore, uno de sus mejores amigos y servidores, por oponerse igualmente al adulterio del rey. A Enrique VIII lo sucedió en el trono su hijo Eduardo VI, hijo también de Jane Seymour, tercera esposa de Enrique. A Eduardo lo sucedió su media hermana María Tudor, hija de Ana Bolena, quien restableció relaciones con la Iglesia de Roma y confirmó que “la cabeza de la Iglesia” es el Papa. Después de María ocupó el trono su hermana Isabel I, quien rompió de nuevo con Roma pero también rechazó, en 1559, el título de “cabeza de la Iglesia”. Desde entonces, los soberanos ingleses, al igual que la actual monarca, Isabel II, no son considerados cabeza de la Iglesia de nómina, aunque los son, de facto. El caso de la Corona británica es útil para entender que el Estado mexicano es laico, que los obispos integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano no ocupan sitios en el Congreso, que el Arzobispo primado no coloca la banda al Presidente de la República, quien a su vez no es ni cabeza de la Iglesia ni defensor de la fe; que el Jefe del Ejecutivo no nombra obispos ni escribe documentos sobre los sacramentos, ni tiene que confirmar que la cabeza de la Iglesia es el Papa. Desde el Concilio ecuménico Vaticano II prevalece la prohibición pontificia para todo obispo, presbítero y sacerdote, de ocupar cargos públicos en los gobiernos de los estados. La Constitución mexicana inscribe la libertad ideológica, religiosa y de culto y destaca que ninguna confesión puede tener carácter estatal. En México están definitivamente separados la Iglesia y el Estado, tanto en sus obligaciones como en sus ministerios. Más claro no puede ser. El problema es que ahora algunos grupos de raíces liberales y jacobinas, en añoranza de la persecución religiosa, proponen que las Iglesias sean relegadas y apartadas de la vida pública, situación que no puede ser, pues el Estado garantiza la libertad religiosa y de creencia. No sólo en privado, también en público.

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El Estado laico garantiza la convivencia pacífica y parte importante de esa convivencia es la conciencia que, de Dios, cada persona tiene en su interior. El buen gobernante, que conoce las bondades que al ser humano le aporta su vivencia de la fe, y que se sabe servidor en un Estado laico, puede y debe recomendar, con toda tranquilidad, la experiencia religiosa y la atención en Dios pues, como lleva por nombre la Encíclica del Papa Benedicto XVI, se sabe que “Dios es amor” y de eso precisamente, de amor, es de lo que está necesitado México para extirpar a la violencia. Un laicismo persecutor no es lo mismo que laicidad pacífica.

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“Yo estuve en Auschwitz” Era una tarde lluviosa y fría cuando llegué, luego de haber pasado por Varsovia, Cracovia y Wadowice. El trecho no dura más de cinco horas. Ya cerca se reconoce a Birkenau, el campo para mujeres, por la torre y por el arco bajo el que ingresaban los trenes repletos de seres humanos apiñados de pie dentro de sus vagones. A unos metros de Birkenau está Auschwitz, el campo de concentración para hombres, que a la entrada muestra el letrero de hierro con la irónica frase “Arbeit macht fret” o “el trabajo los hará libres”. Vi las cercas de alambre electrificadas, las literas de madera en las barracas, las cámaras de gas y los hornos crematorios. La permanencia en aquellos campos de concentración consistía en trabajar, construyendo con ladrillos, más edificios para alojar a más prisioneros. La jornada comenzaba al amanecer y terminaba con la puesta del sol. La ración alimentaria consistía en un plato de sopa y un pan, inferiores en su aportación calórica al consumo mínimo de energía requerido, lo que sumando al frío invernal eslavo, al calor sofocante del verano, a las enfermedades, la incertidumbre y la angustia, se traducía en un promedio de vida de dos semanas. Unos prisioneros llegaban muertos en el ferrocarril y otros sobrevivían hasta por tres meses. Los intentos de fuga eran castigados en el “pabellón de la muerte”, un patio donde se colgaba a los reos por debajo de las axilas y con los brazos amarrados por detrás de unas tablas en forma de “T” para abandonarlos en medio de calambres y dolores hasta que muriesen. Otras veces eran fusilados en el mismo patio. Otro castigo era encerrar en un pequeño cuarto a tres o cuatro prisioneros, que sólo cabían de pie, hasta morir asfixiados. Cuando los trenes llegaban a Auschwitz y a Birkenau, a los prisioneros se les despojaba de sus pertenencias, se les metía a los cuartos de desinfección, se les rasuraba la cabeza y se les proporcionaba el traje a rayas blancas y azules con el numero que les daba su nueva identidad, perdido su nombre. A los campos de concentración fueron enviados varios dirigentes de Polonia, pensadores, escritores, judíos, cristianos y católicos, además de gitanos y homosexuales. Parte del plan de Adolfo Hitler era acabar con la cultura e identidad polacas para sojuzgar y dominar al pueblo. Ya había bombardeado durante tres días, sin parar, la ciudad de Varsovia y luego había mandado a destruir los escombros con bombas terrestres. Se trataba de aplastar Polonia. El 28 de mayo de 1941 los nazis se presentaron en Niepokalanov, la ciudad edificada por el sacerdote franciscano Maximiliano María Kolbe, para detenerlo y llevarlo a Auschwitz con otros frailes, pues eran líderes de opinión en ese pueblo creyente. El prisionero 16670 murió el 14 de agosto al recibir una inyección letal luego de haber sido encerrado en una celda durante 10 días sin comer ni beber. Había cambiado su vida por la de un judío sentenciado a morir con otros nueve prisioneros, en represalia por la fuga de otro reo que vivía en su misma barraca. El 16670 murió en esa celda, la misma en la que el Papa Juan Pablo II celebró Misa durante uno de sus encuentros con su natal Polonia, y en donde colocó un cirio que permanece hasta nuestros días, en el lugar donde murió mártir San Maximiliano Kolbe. En algunos muros de Auschwitz se ven cruces talladas por cristianos que allí murieron. El aire huele a quemado, el ánimo se derrumba, las lágrimas escurren, la garganta se cierra y el corazón se enjuta. Solamente estuve en Auschwitz un solo día de julio de 2004, pero al salir elevé a Dios la súplica de que aquello jamás se olvide para que nunca se repita, para que el hombre no vuelva a tomar la vida de otro hombre, ni cristiano, ni gitano, ni judío, porque la vida es de Dios. Que no se olvide también, para que a nadie se le encierre en otra celda, ahora en el pabellón “C” de la prisión de Joseffdadt de Viena, por revisar el Holocausto. Me refiero al escritor David Irving.

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Es necesario que se revise lo acontecido en aquellos campos de concentración entre 1939 y 1944, porque quisiéramos saber que los cuartos con regaderas eran para desinfectar y matar piojos y pulgas con gas Cyclon-B y no para exterminar a una parte de la humanidad; porque todavía cabe la esperanza de que en los hornos se quemaban ropas y no cadáveres. Es fundamental investigar Auschwitz, a fin de escudriñar en la verdad para conocerla sin impedimentos, en memoria de cristianos y judíos muertos allí.

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“Masonería inconciliable con la Fe” Hay dos tipos de masonería: la que es aparente y de rostro visible, y la auténtica, de rostro invisible y oculta. Incluso hay masones que ignoran en qué consiste la segunda y dentro de algunas logias se desconoce el fundamento auténtico y el fin último del trabajo masónico. Los masones dicen pertenecer a una organización que busca el bien común, que practica la filantropía y que promueve un crecimiento personal mediante el estudio de la filosofía y del pensamiento, pero una cosa es lo que la masonería dice ser y otra lo que es; una cosa son las logias, ceremonias, ornamentos y ritos con los mandiles, el triángulo y la escuadra, y otra cosa es su actuación real en el acontecer histórico, social y político. Hoy es secreto sabido que muchos gobernantes de México han sido masones; se conoce que las revoluciones han sido inspiradas por la masonería, a diferencia de las guerras civiles; hoy se acepta y hasta se promueve que Benito Juárez era masón al igual que Maximiliano de Habsburgo; se conocen los signos masónicos impresos en los billetes norteamericanos como la pirámide con “el ojo que todo lo ve” en la cúspide. Son signos evidentes entre muchos otros, pero forman parte de lo que de la masonería se ve y se conoce. México fue la arena en la que se libró una lucha entre los ritos escocés y yorkino cuando se disputaban el control del territorio nacional. Estados Unidos y Francia anhelaban quedarse con México y las evidencias comenzaron a manifestarse a partir de la Constitución de 1857, luego con las leyes de Reforma, después con la Constitución de 1917, para luego caer en acciones de abierto enfrentamiento a la Iglesia con la persecución a la Fe, cierre de iglesias, exclaustración de conventos y supresión del culto durante los años 20 y 30 del siglo pasado cuando la presidencia la ocuparon los masones Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. Antes de expresar en qué consiste la masonería oculta e invisible, reproduzco enseguida el documento presentado el 26 de noviembre de 1983 por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y firmado por su Prefecto, el cardenal Joseph Ratzinger, bajo el título “Declaración sobre la masonería” en cuyo texto íntegro se expresa lo siguiente: “Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior. Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias. Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la Santa comunión. No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981 (cf. AAS 73, 1981, págs. 230-241; L´Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de marzo de 1981, pág.4). El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique”.

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Si el entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, firmaba en 1983 la Declaración anterior que claramente se entiende como una severa condena a la masonería, a sus instituciones y a sus militantes, y como un decreto de excomunión latae sentenciae, es decir sin juicio canónico previo, es claro que la masonería es un asunto gravísimo, que aunque la Iglesia no entra en detalles sobre su naturaleza, sí alerta a los fieles hacia su filiación que los llevaría a la condenación. ¿Por qué la masonería es tan grave, por qué la Iglesia no da a conocer la causa de su gravedad y por qué las instituciones masónicas guardan el secreto de sus objetivos, incluso hacia sus militantes? Porque la masonería oculta se fundamenta en la lucha del mal contra el Bien, porque la masonería invisible tiene al demonio por dios, a quien le llaman “ser supremo y arquitecto del Universo”.

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“El Evangelio de Judas” Los estudiosos de la Sagrada Escritura, en análisis exegéticos, coinciden en que Judas Iscariote habría sido uno de los amigos de Jesús, si no es que el mejor, como lo demuestra el gesto, de clara tradición judía, de invitarle a mojar el pan en su plato. Judas era un Zelota, integrante del grupo de la resistencia que se oponía a la dominación romana y que esperaba la llagada de un Mesías libertador que en una gran batalla venciera a los invasores y que luego implementara un nuevo reino soberano. Iscariote gozaba de la amistad y simpatía de Jesús, amistad que fortalecía la causa que ambos buscaban ver coronada y cuyo fondo era el mismo, pero que en su forma era esencialmente distinta. Cristo-Jesús trajo, en su propio ser, la salvación a la humanidad mediante el Plan de Dios, consistente en hacerse hombre para entregar la vida por las creaturas. “Nadie ama tanto como aquél que da vida por los que ama” dice la Sagrada Escritura. Judas, por su parte, había empeñado su vida en la obtención de armamento, estamentos y recursos económicos y militares para robustecer la resistencia y conquistar la libertad para su pueblo. La propuesta de Jesús era divina y la de Judas era humana. La del carpintero era pacífica pero la del Zelota era bélica. La propuesta de Dios es reconciliadora aunque la del hombre es libertaria. Judas entendía el fondo de la propuesta de Jesús pero no pudo aceptar la forma pacífica de realizarla. Discutía mucho con su amigo y le impulsaba a lanzar el inicio de la rebelión. Jesús le explicaba pero Judas no lo entendía. Llegó el momento en que el Zelota decidió realizar su propio plan. Se presentó en el templo ante los sumos sacerdotes, Caifás y Anás, y los engañó diciéndoles que él les diría dónde y cuándo encontrarían solo a Jesús para capturarle. Para que el engaño fuese creíble pidió a cambio 30 monedas como pago de la aparente traición. La estrategia de Judas consistía en desatar una trifulca que arrojase como consecuencia el inicio de una batalla, justo al momento de la aprehensión de Jesús. Con tantos seguidores con los que para ese momento contaba el Señor, y luego de su entrada mesiánica y apoteósica a Jesuralén, el levantamiento era sencillo y todo parecía indicarle a Iscariote que había llegado el momento preciso de obligar a Jesús a hacer lo que él mismo estaba deteniendo. El fracaso de Judas inició cuando el mismo Jesús pide a sus discípulos que guarden las armas y se entrega en manos de sus captores, tal como estaba escrito y como Él mismo había predicho en tantas ocasiones, “el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores, le azotarán, le insultarán y le matarán, pero al tercer día resucitará”, profecías que el mismo Judas nunca quiso escuchar y menos aceptar. Cuando Iscariote ve a su amigo siendo juzgado y torturado en el Sanedrín, se da cuenta de la fatalidad de su error y trata de repararlo devolviendo las 30 monedas para deshacer la conjura. Era demasiado tarde pues el mal ya tenía al Bien en sus garras. Judas no puede soportar la consecuencia por él provocada y se suicida colgándose de un árbol, muriendo como un maldito de Dios, según consideraban las leyes judías de su tiempo. Hasta aquí la historia real. Lo demás es fantasía escrita en un papiro datado hacia el año 200 de nuestra era. El Evangelio de Judas, hoy propiedad de National Geographic, no es más que otro de los evangelios apócrifos que fueron escritos por cualquier narrador de su tiempo empleando nombres, como era tradición en aquellos años, de personajes cercanos a Jesús. Judas Iscariote no es el autor del documento dado a conocer en abril de 2006. Sucede lo mismo con los evangelios de Pedro, María Magdalena, Tomás y otros muchos, pues Jesús era el centro de reflexión de aquellos primeros cristianos que, fascinados, escribían de Él y sobre Él. Los antiguos escrituristas, como San Ireneo, obispo de Lyon, ya lo conocían y fue clasificado, 29

entre varios, como apócrifo, precisamente por ser fantasioso y sin confirmación en la Tradición de los apóstoles. La manera en que fue presentado ese papiro estuvo rodeada de mercadotecnia y publicidad con frases atrayentes como “el evangelio prohibido” o “las conversaciones privadas entre Jesús y Judas” a fin de recuperar los altos costos en los que National Geographic incurrió considerando que tiene en sus manos un gran tesoro, sin saber que desde hace siglos había sido considerado como un grande engaño fruto de los gnósticos, un grupo que no había entendido la dualidad cuerpo-alma.

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“El código que Da Vinci nunca ideó” “El que no conoce a Dios donde quiera se anda hincando” dice la sabiduría popular, que ha encontrado una nueva aplicación a partir del éxito editorial de El código Da Vinci, novela de suspenso que, como tal, es pobre aún en su género con frases enlatadas como “el Mercedes negro se deslizaba ronroneando sobre el pavimento mojado” y de las que Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o George Simenon se reirían al leer expresiones usadas por ellos mismos en sus novelas desde hace ya varios lustros, pero retomadas por un autor “contemporáneo”. El refrán aplica también al desconocimiento de los caballeros templarios, el Opus Dei, Santa María Magdalena, la Santa Sede, el Vaticano, las catedrales góticas, la historia universal y para colmo, del mismísimo Leonardo Da Vinci, el genio florentino de las ciencias y las artes. El lector de esa novela, escrita por Dan Brown y plagiada de dos anteriores cuya trama gira en torno al Santo Grial, que considere que tiene ante su vista la revelación del mayor secreto de la humanidad, resguardado y oculto por una organización fantasma denominada el Priorato de Sión, fue también, con certeza, lector asiduo del “Libro Vaquero” que publicaba en sus mejores tiempos Novedades Editores; pero cuando acuda a ver la película protagonizada por Tom Hanks, podría encontrarse con cine-aficionados a películas de “Santo el enmascarado de Plata” y que creen que la lucha contra mujeres-vampiro, hombre-lobo y enanos, refleja la verdad sobre el Misterio del Bien y del mal. Aunque se les haga notar, no quieren ver los hilitos de los que cuelgan murciélagos de hule ni el peluche de los trajes de los “mostros”. En efecto, aunque hoy parezca extraño, aquellas películas de “el Santo” grabadas en un dizque castillo de Drácula que no era otra cosa sino el Desierto de los leones, a la luz del día y quesque era a media noche y las sombras dizque eran provocadas por la luna llena, acompañada siempre su imagen a cuadro por un quesque aullido de lobo, eran hechas “en serio” y había espectadores que cuando veían acercarse a paso vacilante a la Momia, quesque rugía, se espantaban y luego salían del cine diciendo algo así como “caray, que buena estuvo la película y la verdad es que qué haría el mundo sin hombres como el Santo, que luchan por la Justicia” e impactados por la comunicación entre el héroe y la PGR de entonces cuando, vía reloj como el de Dick Tracy, se escuchaba lo siguiente: -Santo llamando a Profesor, Santo llamando a Profesor(cambio de escena); y luego: -aquí Profesor, adelante Santo, aquí Profesor, hay interferencia… bbzzz bbzzz… pero lo escucho-. Leer un libro y ver una película por entretenimiento y diversión es una cosa, pero creerse todo lo que ahí se escribe, sin documentación histórica, es otra. Hoy nos reímos de lo que hacía “en serio” el cine de antaño, como mañana se van a botar de la risa nuestros nietos cuando vean el “Código Da Vinci” y alguien escriba, en un artículo como éste, que la generación de los años 2005 y 2006 nos tragamos toda esa trama como verdad histórica. Leí el libro y vi la película sin pena ni gloria. No me siento privilegiado por conocer el “descubrimiento del siglo” pero disfruté las escenas del Museo del Louvre y las actuaciones de Jean Reno. Encontré, eso sí, los hilitos y los peluches con los que esta producción trató de embaucar a nuevos incautos. Me quedo con el contenido que a los relatos del Evangelio y a la tradición de los apóstoles le han permitido prevalecer por dos mil años, con que María Magdalena no era noble ni rica ni diosa, solamente una más del grupo de discípulos que siguieron al Señor, santa, por supuesto, por recibir el anuncio de la Resurrección, no por ser privilegiada, sino porque fue la primera que acudió al sepulcro aquel domingo, tan dichoso, de Semana Santa. Por lo demás, la historia del arte nos muestra cómo el mismo Leonardo, al pintar el fresco de “La última cena” dejó escritos en sus bocetos al carbón, los nombres de los doce apóstoles que acompañaban a 31

Jesús al momento del anuncio de la traición de Judas y antes de instituir la Sagrada Eucaristía. El boceto indica claramente que quien está sentado a su derecha es el apóstol San Juan, y no María Magdalena, como dice en su novela el autor de El código Da Vinci al escribir un invento fruto de su fantasía y no el hallazgo de un supuesto código que Da Vinci nunca ideó. Es ficción, nada más que ficción.

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“Los más estúpidos de los hombres” Lo mínimo que podría hacer, para mostrar un poco de respeto hacia la tercera parte de la población mundial, la compañía productora de la película El Código Da Vinci, es colocar la típica leyenda “cualquier similitud entre el contenido del presente filme y sus personajes, con la realidad, es mera coincidencia”, no al final, sino al principio de la proyección. La ofensa de la trama no consiste en sus cuestionamientos hacia la castidad de Jesús, hacia el origen del cáliz sagrado, el destino de los caballeros de la orden militar del Temple o el carisma del Opus Dei. Ofende la agresión al centro de la Fe del cristianismo, que es la Eucaristía y la Resurrección del Señor, de la que ya San Pablo afirmaba que “si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe”. Han sido adecuados los silencios guardados por Juan Pablo II y por Benedicto XVI hacia la novela y sus contenidos, tanto por la falsedad de la trama como por el nivel de conocimientos históricos y teológicos del autor Dan Brown, quien no tendría la capacidad de sostener una discusión, ni siquiera en la definición de la minuta, con el filósofo Karol Wojtyla o con el teólogo Joseph Ratzinger. Tampoco con algún catedrático de las Facultades de Historia, Filosofía o Teología de cualquiera de las universidades pontificias, luteranas, anglicanas o presbiterianas de la cristiandad. En marzo de 2005 fue el cardenal Tarcisio Bertone la única voz, procedente de la Iglesia de Roma, que se manifestó hacia la novela, aunque para ese entonces ya no era funcionario curial, pues había terminado su cargo como Secretario de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, y ya ocupaba su nuevo ministerio como Arzobispo de Génova. Monseñor Bertone comparó entonces el libro con los “viejos panfletos anticlericales del siglo XIX” y dijo que el escrito buscaba “desacreditar a la Iglesia y su historia a través de manipulaciones toscas y absurdas”. Los creyentes quisiéramos conocer, aunque podamos suponerla, la opinión del Romano Pontífice sobre el escrito. Pero el Papa, en su sabiduría y experiencia, conoce que en su carácter de “Siervo de los siervos de Dios” cualquier manifestación suya equivaldría a darle una importancia mayor a la que merece. Es mejor guardar un silencio similar al que mantuvo Jesucristo ante la soberbia de Herodes, el cretino que no mereció, del Señor, ni una palabra. Benedicto XVI ha hablado, en cambio, de lo útil y verdadero, de lo auténtico y de lo honesto, de lo único que justifica a nuestras vidas. Durante el tradicional rezo del Regina Coelli, en este tiempo pascual que celebra la Resurrección de Cristo, se refería el domingo 30 de abril de 2006, al Resucitado: “La liturgia en el tiempo pascual nos ofrece múltiples ocasiones para reforzar nuestra fe en Cristo resucitado”, y citó el Evangelio de San Lucas que narra el encuentro de Jesús con sus discípulos de Emaús y como éstos lo reconocieron al partir el pan. “En éste relato y en otros -explicó el Santo Padre- se nos invita continuamente a vencer la incredulidad y creer en la resurrección de Cristo, pues los discípulos están llamados a ser testigos precisamente de este acontecimiento extraordinario. La resurrección de Cristo es el dato central del cristianismo, verdad fundamental que hay que reafirmar con vigor en todo tiempo, ya que negarla de diferentes maneras como se ha tratado y se sigue tratando de hacer, o transformarla en un hecho puramente espiritual es hacer vana nuestra fe, […] como afirma San Pablo”. El Papa concluyó confiando a María “las necesidades de la Iglesia y de todo el mundo, especialmente en este momento caracterizado por no pocas sombras”. Jesús realmente murió en la cruz. El centurión romano le traspasó el costado y le partió el corazón con una punta de lanza que medía medio metro, lo que le permitió afirmar ante Pilato que, en efecto, había

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muerto. Jesús realmente resucitó y se comprueba cotidianamente cuando somos objeto de las diversas formas en las que actúa en nuestras vidas, quienes creemos en Él, por supuesto. Concluyo con la cita completa de San Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe, y nosotros somos los más estúpidos de los hombres”. Estúpidos, aunque parezca tosca la expresión, por creer en un cadáver que cuelga de una cruz, en lugar de creer en Dios Vivo, en Cristo Resucitado, en el Dios que todavía no ha querido conocer el autor de El código Da Vinci, cosa que evidencia por su desconocimiento y falta de fe, que tristemente le definen como uno de esos hombres descritos por San Pablo, para quienes vana es la Fe.

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“28 escalones” En la ciudad de Roma, a dos cuadras de la Vía Merulana y frente a la Basílica de San Juan de Letrán, se encuentra una capilla que en su interior contiene el llamado Sacnta Sanctorum y que a su vez guarda una imagen de Cristo denominada Akeropyta, que significa “no pintado por mano humana”. Es una de las reliquias más antiguas y veneradas de la cristiandad. Cada Semana Santa es sacada de su sitio para trasladarla al Vaticano y colocarla en el presbiterio de la Plaza de San Pedro para la Solemne Celebración eucarística del Domingo de Pascua en la que se celebra la Resurrección del Señor. Dos puertas repujadas en plata cubren la particular imagen de este Cristo tan venerado en la Pascua florida cuando la Plaza de San Pedro se convierte en un florido jardín de la Resurrección. Todos los peregrinos que acuden a Roma pueden contemplar el Akeropyta al visitar la capilla del Sancta Sanctorum. Pero para llegar hasta allí se tiene que subir por una escalera monumental compuesta por 28 escalones de mármol blanco y flanqueada por dos escaleras laterales. Estas dos se suben a pie, pero la central sólo puede escalarse de rodillas. Los escalones de mármol están cubiertos por otros de madera de nogal ya muy desgastados, por lo que eventualmente, se sustituyen por nuevas cubiertas de madera que resguardan a los escalones originales de mármol. Me refiero a la Scala Santa, la reliquia cristiana más grande, por su tamaño, de todo el mundo. Santa Elena, la madre de emperador Constantino, había peregrinado a Tierra Santa en busca de las principales reliquias de la cristiandad. Así encontró la cruz y también la Escalera, bien conservada porque formaba parte de Pretorio romano, en la fortaleza Antonia, la residencia de Poncio Pilato, el Pretor que se desempeñaba como gobernador del César en el territorio de Israel. Por esos escalones subió Jesús durante el juicio romano y en la parte superior, arriba del último escalón, fue presentado por Pilato, mientras pronunciaba la fatalmente triste expresión ecce homo o “he ahí al hombre” a un pueblo que, enardecido, pedía más sangre luego de la flagelación con flagrum y la coronación de espinas, exigiendo su crucifixión y obligando al Pretor a “lavarse las manos” ante la imposibilidad de ejercer autoridad, no obstante que él era la Autoridad. En el año 326 la Escalera Santa se trasladó a Roma por gestiones de Santa Elena. Más tarde, cuando el Papa Sixto V mandó demoler el antiguo palacio apostólico para edificar uno nuevo, determinó que la Scala Santa fuese trasladada al sitio que ocupa en la actualidad. Durante la Edad Media era más conocida como la Scala Pilati o “Escalera de Pilato”. En 1908 el Papa San Pío X concedió Indulgencia plenaria a quien, con devoción, ascienda los escalones. Nos son pocos los Papas que la han escalado. Cuando decidí acudir al Sancta Sanctorum me detuve frente a la Scala y vi a muchos peregrinos que, de rodillas, se encontraban distribuidos por los escalones. Calculé lo difícil de la tarea, no me animaba y me ganó la curiosidad de contemplar el Akeropyta. Subí a pie por la escalera lateral derecha y llegué hasta arriba en menos de un minuto. Luego recorrí los pasillos y llegué a una tienda de recuerdos en la que adquirí una oración impresa para rezarla mientras se sube por la Scala Santa. Volví a bajar, me coloqué ante la monumental reliquia, me decidí a subir y comencé. Las rodillas me dolían y no encontraba postura que aliviase el dolor. Repetía las oraciones que traía en mano y comencé a meditar en la Pasión del Señor. Cada escalón invitaba a una reflexión y empezó a suceder algo que no puedo explicar, pues el dolor cesó y ya no sentía prisa por llegar hasta arriba y terminar. Cada vez permanecía más tiempo en cada escalón, meditando en la Pasión e implorando por mis familiares. Al llegar hacia la mitad de la escalera habían transcurrido varios minutos. Ya no sentía las rodillas y me descubrí postrado en el escalón inmediato superior, mientras continuaba subiendo, hincado y postrado a

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la vez. Casi para llegar al final, a sólo tres escalones de terminar, ya no quería separarme de allí y me percataba de que otros me pasaban de largo por ambos lados, todos ascendiendo de rodillas. Luego de un tiempo llegué arriba, al mismo lugar en el que estuvo Jesús, desangrándose ante el Pueblo. Allí estaba yo de pie, estupefacto y como en un éxtasis que me hizo escuchar “!ecce homo!”. Miré el reloj, habían transcurrido más de dos horas en las que fui cautivado por 28 escalones.

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“Apariciones de la Virgen” La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede, en el Vaticano, está conformada por cuatro secciones. Una de ellas es la “Sección Disciplinar”, cuya función consiste en emitir su dictamen sobre apariciones marianas. Uno de los signos de nuestro tiempo, parecen ser las noticias sobre apariciones que se están multiplicando en el mundo, razón por la que a la Sección Disciplinar llegan constantemente informes, sobre supuestas apariciones, que proceden de todos los continentes. Las apariciones marianas que la Iglesia ha aprobado oficialmente son: Guadalupe, en México; Lourdes, en Francia y Fátima, en Portugal; y ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en los últimos siglos. El cardenal Joseph Ratzinger, como es sabido, antes de ser electo Romano Pontífice se desempeñaba en la Curia Romana como Prefecto de la Sagrada Congregación, cargo que ocupó durante 22 años, tiempo durante el que dependió, de él también, la mencionada Sección Disciplinar. El cardenal Ratzinger se ha referido a este tipo de apariciones de la siguiente manera: “Ninguna aparición es indispensable para la fe; la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación, pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Muestran, entre otras cosas, que la Revelación, aun siendo única, plena y, por consiguiente, insuperable, no es algo muerto; es viva y vital”. Cuando el vaticanista Vittorio Messori le preguntó al cardenal Ratzinger, hace 20 años, sobre los criterios en los que se apoya la Sagrada Congregación para emitir un juicio ante la multiplicación de apariciones, le respondió que “La paciencia es un elemento fundamental de la política de nuestra Congregación y uno de nuestros criterio es distinguir entre la sobrenaturalidad de las apariciones y sus frutos espirituales”, con lo que, el entonces Prefecto, se refería a los beneficios que los creyentes reciben como resultado de las revelaciones entregadas en las apariciones y los cambios de conversión que suscitan en sus vidas. En 1996, mientras se encontraba en Fátima para la celebración de un aniversario más de las apariciones, en cardenal Ratzinger explicaba que “la Virgen no se ha aparecido ante personas sencillas y desconocidas en el gran mundo, para hacer sensacionalismos, sino para reclamar, a través de los sencillos, el mundo de la simplicidad, lo esencial: la conversión, la oración, los sacramentos. Estoy seguro de que la Virgen no hace sensacionalismo, la Virgen no crea miedo, la Virgen no da visiones apocalípticas, sino que guía hacia el Hijo, esa es la esencia del mensaje”. Es interesante conocer, ahora que Joseph Ratzinger se ha convertido en el Papa Benedicto XVI, la manera en que ha definido este tipo de apariciones cuando, en referencia al tercer secreto de Fátima, explicaba que: “La antropología teológica distingue tres tipos de percepción o visión: la visión con los sentidos, o sea la percepción externa corpórea, la percepción interior y la visión espiritual. En las visiones de Lourdes y Fátima, no se trata de la normal percepción externa de los sentidos, pues las imágenes y las figuras que se ven, no se encuentran exteriormente en el espacio, como se encuentran por ejemplo un árbol o una casa. Esto es totalmente evidente para todas las visiones, sobre todo porque no todos los presentes las veían, sino sólo los videntes. De igual modo es claro que no se trata de una visión intelectual sin imágenes, como se encuentra en los otros grados de la mística. Se trata pues de la categoría de en medio, la percepción interior,

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que claro está, tiene para el vidente la fuerza de una presencia, que para él equivale a la manifestación externa, sensible. Ver interiormente no significa que se trata de fantasía, que sería sólo una expresión de la imaginación subjetiva. Significa más bien que el alma es rozada por el toque de algo real aunque supersensible y adquiere la facultad de ver lo no sensible, lo no visible a los sentidos, una visión con los sentidos interiores. Se trata de verdaderos objetos que tocan el alma, si bien éstos no pertenezcan a nuestro habitual mundo sensible”. En los años recientes se ha extendido la noticia de supuestas apariciones de la Virgen en Cleveland, Estados Unidos, con del surgimiento de la “Confraternidad de los corazones unidos”, un grupo que se dice ser ecuménico y que, por tanto, evita la aprobación eclesiástica de la Sección Disciplinar de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe. En el siguiente artículo daré cuenta de ello.

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“La virgen de Cleveland” Dicen que la Virgen María se está apareciendo en Cleveland, Estados Unidos, y que cotidianamente entrega revelaciones y mensajes a una mujer norteamericana de la localidad, de nombre Maureen Sweeney Kyle, casada por segunda ocasión, que vive con su marido en el lugar donde dicen que ocurren las supuestas apariciones. Viajé a Cleveland el 23 de junio de 2006. Antes había concertado una entrevista con el Canciller de la Diócesis, el Padre Ralph Wiatrowky. Al día siguiente, por la mañana, acudí a la cita en la Curia, junto a la iglesia Catedral. Amable y dispuesto, me explicó que el nuevo obispo, Monseñor Richard Gerard Lennon, había tomado posesión de su cargo hacía apenas un mes, como sucesor de Monseñor Anthony M. Pilla, por lo que resultaba preferible mi entrevista con él en lugar del obispo. Ese mismo día fui al sitio de las supuestas apariciones, un campo verde abierto, muy grande, en el que hay estatuas de resina blanca y un lago del que dicen que se formó con lágrimas de la virgen. Allí algunos meten los pies descalzos o se mojan el rostro y la cabeza. Otros embotellan “las lágrimas”. Hay un segundo lago donde dicen que al estar allí, y pedirlo, todo visitante recibe un segundo Ángel de la Guarda. A la entrada al campo que han dado en llamar “Santuario de Maranathá” se encuentra un salón al que le nombran “capilla” y en él no hay ni sagrario ni altar; sin embargo, los visitantes se arrodillan frente a una imagen, también de resina blanca, de la Virgen María en su advocación de la Medalla Milagrosa. Dentro de la “capilla” se encuentra el “Cuarto de las Apariciones” en donde han colocado, en un relicario que a su vez está dentro de un marco con cristal, un “cabello de la virgen” que dicen que la Virgen María se lo entregó personalmente a la supuesta vidente durante una de las apariciones. Afuera de la “capilla” hay una tienda de camisetas, chamarras, gorras, medallas, rosarios, estampas y videos. Por la noche regresé al “santuario” pues dijeron que la Virgen había anunciado, por medio de la supuesta vidente, que a la media noche se aparecería para entregar un mensaje. Sobre el pasto se había congregado un grupo que, sin llegar a ser multitud, tampoco eran pocos; tal vez serían unos mil. Inició una especie de “procesión de ingreso” (sin ser Misa) integrada por adeptos que cargaban estandartes con imágenes de diversos santos, como ocurre con las cofradías y archicofradías en los verdaderos santuarios. Después comenzó el rezo del Rosario, en inglés, hasta que una voz pronunció la orden de arrodillarse porque supuestamente era el momento en que la Virgen se le estaba apareciendo a Maureen y le entregaba el mensaje mientras la supuesta vidente lo repetía en inglés por un micrófono. Tres o cuatro minutos después continuó el rezo del Rosario. Durante el momento de la supuesta aparición tiene lugar una lluvia de flashes porque los presentes toman fotografías al cielo con deseos de hallar figuras y luces extraordinarias en las fotos. Vi a mis acompañantes que señalaban hacia unos árboles indicando el sitio en el que habían visto a un perro negro. Luego vimos un letrero que decía “no pets allowed” para prohibir la presencia de mascotas en el lugar. Al día siguiente conversé con la supuesta vidente, sin haberlo yo solicitado, durante una hora en la que no escuché más que acusaciones violentas en contra de la Diócesis, del Obispo y del personal de la Curia. Nada me dijo de la Virgen ni de los mensajes que recibe, y cuando le preguntaba al respecto, con habilidad lograba cambiar de tema. Me entregaron, ella y su esposo, fotocopias de documentos que pretenden asentar un rechazo de la Iglesia, del que se dicen víctimas. Le dije que el Padre Canciller me había mostrado su disposición a recibirlos, pero ella me respondió que la Virgen le ha pedido que no acudan. Cabe decir que ellos mismos se definen como un movimiento ecuménico que como tal no requiere de aprobación eclesiástica. Se llaman a sí mismos “Holy love ministries” y “Confraternidad de los corazones unidos”. 39

Antes de retirarme le manifesté que donde está Cristo hay unión y comunión, mientras que en donde actúa el demonio hay división y odio. Le dije que no comprendo cómo pretenden “reconciliar al mundo” cuando ellos mismos desprecian la comunión con su Diócesis. Ella me volteó a ver con ojos encendidos de ira, y con odio me respondió que el demonio está en la Curia. También dice que se le aparece Jesucristo, el arcángel Miguel, el Padre Pío y varios santos.

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“Los medios deteriorados” Aunque de manera cotidiana se les llama “los medios”, su nombre completo es el de “Medios Masivos de Comunicación Social” porque verdaderamente son el medio para hacer llegar a la población, de manera masiva, un beneficio social. El Estado por su parte, como garante y procurador del bien social, les entrega una concesión, emanada de la misma sociedad, para que cumplan con ese objetivo que se traduce en su razón de ser; con la consigna especificada a las leyes, de que si no lo hicieren, se les retire la concesión. Con el paso del tiempo, se relajan los medios en el cumplimiento de su objetivo, el Estado se torna tolerante en la vigilancia y aplicación de las sanciones y la sociedad se olvida de su capacidad de exigir que se cumpla puntualmente con la entrega de sus satisfactores. Los beneficios sociales que, según los acuerdos asumidos en el otorgamiento de concesiones para la explotación y uso de espectros electromagnéticos en el espacio nacional, son cuatro: informar, educar, entretener y formar. En una evaluación que cualquier radio-escucha y televidente puede hacer por sí mismo, sin requerir de análisis de contenidos mediáticos, resulta evidente, que las horas de transmisión de radio y televisión, son más abundantes en entretenimiento y diversión, quedando el resultado del análisis, más o menos, con los siguientes porcentajes en sus contenidos: De entretenimiento 70%, Informativos 20%, Educativos 9% y Formativos 1%. En México existen más de 1,500 radiodifusoras y once televisoras en canales abiertos. Cada uno y todos en conjunto, influyen en la sociedad a partir de los contenidos de sus cartas programáticas. Esa influencia ha provocado que la sociedad de hoy demande, en la misma proporción, ese tipo de contenidos, pero en la vida real. Hoy lo mexicanos convivimos, y formamos parte de ello, con un población que busca como prioridad el entretenimiento y la diversión de un 70% de sus conductas y objetivos, que se mantiene pobremente informada, que no tiene educación más que para cubrir las mínimas formas de comportamiento y que ha desdeñado la necesidad de formarse para ser mejores personas y mejor sociedad en su conjunto. En efecto, aunque hoy prevalece un común acuerdo de la necesidad de fomentar los valores, se encuentran tan olvidados, que ya pocos saben, siquiera, cuáles son. Si acaso recuerdan algunos como el respeto, la honestidad y la responsabilidad. Pero el catálogo universal de los valores humanos supera el número de 60, entre los que están algunos tan olvidados como: nacionalidad, fortaleza, sabiduría, templanza, perdón, castidad, justicia, reconciliación, caridad, sabiduría, esperanza, misericordia, y muchos más. Hoy la sociedad ha olvidado que la formación consiste en “todo aquello que promueve las características de la persona humana” lo que se traduce en contar con mejores individuos en la sociedad; y los medios, por su parte, ya no tratan esos temas. Los contenidos educativos y formativos, en los medios, no son ajenos al entretenimiento ni a la diversión, pero se carece de talento y de voluntad para realizar producciones que, en forma amena, se dirijan al mejoramiento de la propia historia, al desarrollo de la inteligencia y al fortalecimiento de la voluntad, con contenidos entretenidos que logren poner la atención en la fe, para conocer más; en la esperanza, para ser productivos; y en el amor, para vivir en concierto. Los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de todo lo que es sabio, justo, bueno y verdadero. Tienen el poder de convocatoria y la suficiente penetración para lograrlo. Si no lo han hecho es porque ha faltado esa exigencia que el público debe presentar, para hacerles un llamamiento a la responsabilidad que tienen de satisfacer la necesidad colectiva del bien común. Pero los mueve el lucro, las

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utilidades y la competencia por los niveles de audiencia, muchas veces bajo el argumento mediocre de que “los medios son, ante todo, un negocio”. Si esta realidad continúa, a la sociedad conformada por esta generación y la siguiente, los medios sólo sabrán entregar sofisticadas y nuevas formas de entretenimiento y de diversión, que ya han iniciado con las primeras manifestaciones consistentes en la exhibición de las carencias, porque hoy ya sucede que “el comercio se encuentra en la explotación de las miserias humanas para el regocijo del espectador” aunque el espectador mismo no se haya percatado de que él ya forma parte de ese espectáculo. Los anunciantes, por su parte, han desdeñado las pocas iniciativas de programas formativos, a partir de una callada complicidad que busca llegar a una mayor cantidad de espectadores, suponiendo, esa misma complicidad, que la cantidad no camina con la calidad... y sólo se exhiben en los medios deteriorados.

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“La Iglesia en los medios masivos” A los medios masivos de comunicación los define la Iglesia como “maravillosos” a partir del documento del mismo nombre Inter-mirifica del Concilio Vaticano II. La Iglesia cuenta con grandes medios masivos de comunicación como la Radio Vaticana, el periódico L´Osservattore Romano y el Centro Televisivo Vaticano. La Sala de Prensa de la Santa Sede atiende a prácticamente todos los medios del mundo y el Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales tiene como tarea fundamental el Anuncio del Evangelio con los medios de comunicación. A los organismos vaticanos de información, se suman los de algunos episcopados nacionales y los de diversas diócesis. El servicio de los laicos en los medios de comunicación también ha representado, hasta ahora, considerables iniciativas en materia de evangelización mediática, aunque a veces se les abandona en sus esfuerzos. Es posible distinguir dos tipos de presencia de la Iglesia en los medios: uno es a partir de la información que se les entrega para sus programas noticiosos, y el otro consiste en la producción de programas con contenido reflexivo y formativo sustentado en el anuncio del Evangelio. En el primero, de carácter informativo, se da a conocer la actividad de la Iglesia de Roma y de las Iglesias locales, en tanto que en el segundo, de orden formativo, se profundiza en la doctrina que la Teología enseña. Los costos de producción de programas formativos, en radio y televisión, no son menores que las emisiones cotidianas y a veces superan los costos cuando se requiere de enlaces satelitales o de traducciones simultáneas al español. Los productores y conductores deben contar con una formación profesional en medios, además de un profundo conocimiento de la Fe y de la Iglesia, para realizar programas ricos en contenido de imágenes y con comentarios adecuados, lo que eleva los costos pero garantiza calidad. Los directores de medios, por su parte, consideran a este tipo de programas como poco interesantes para su público y no muestran disposición de abrir los espacios que se requieren, pues los miran como “baches” en sus programaciones, aunque a veces entreguen información de la actividad de la Iglesia, pero sólo en sus noticiarios y muchas veces equivocada en las interpretaciones. Algunos anunciantes suelen lamentarse de que en los medios no haya programas formativos dónde colocar sus anuncios, pero también consideran, equivocadamente, que las emisiones de contenido católico deben estar exentas de publicidad, cuando que es precisamente éste el modo más eficaz y honesto para sustentar los altos costos de producción y de enlaces satelitales. Si el anuncio publicitario muestra los beneficios que un producto otorga a la sociedad que lo consume, conformada en un 85% por católicos, “el pastel”, como lo llaman los mercadólogos, no es nada despreciable. Sin embargo se les soslaya en sus gustos y preferencias. Pareciera que para el mercado de consumo los católicos no cuentan, cuando que la presencia de una marca comercial o de productos de consumo, en una emisión católica y de carácter formativo, es apreciada por el público como una marca “confiable y sana”, por ejemplo: de bancos, aseguradoras o productos alimenticios. En México, como consecuencia de la añeja restricción legal a programas de Fe, prevalece una falta de cultura además de una tibieza en algunos empresarios, lo que les impide anunciar sus productos en este tipo de emisiones, no obstante que se alcanzaran altísimos índices de audiencia durante las transmisiones de las diversas visitas pontificias a México, de los funerales del Papa Juan Pablo II y de la elección de Benedicto XVI. El documento Inter-mirifica dice textual: “Préstese asimismo una ayuda eficaz a las emisiones radiofónicas y televisivas honestas; sobre todo, a aquellas que sean apropiadas para las familias. Foméntense con todo interés las emisiones católicas que induzcan a los oyentes y espectadores a participar en la vida de 43

la Iglesia y a empaparse de las verdades religiosas”. Luego presenta a los empresarios la obligación de sostener y ayudar a “las transmisiones radiofónicas y televisivas cuyo objetivo principal sea divulgar y defender la verdad y promover la formación cristiana de la sociedad humana”. En el documento “Anunciar a Cristo en los Medios de Comunicación al Alba del Tercer Milenio”, con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 2000, el Papa Juan Pablo II expresaba: “Que Dios bendiga abundantemente a todos aquellos que honran y proclaman a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en el vasto mundo de los medios de comunicación social”. Algunas iniciativas, producciones y emisiones ya están al aire en México. Falta que, tanto los medios, que se dicen comprometidos, como los anunciantes, sepan responder a la solicitud que la Iglesia les ha presentado con claridad y firmeza.

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“Un poderoso amigo intercesor” Recuerdo que mis papás, Carlitos y Lupita, siendo yo niño, encomendaban con alguna frecuencia, las necesidades que les inquietaban, a la intercesión de “San Rafaelito”, como le decíamos en casa. Recuerdo que muchas de aquellas necesidades, incluida la salud de uno de mis hermanos, eran bien escuchadas, y presentadas a Dios por tan poderoso intercesor, pues nunca vi que mis padres quedasen decepcionados de sus ruegos. Así fue como San Rafaelito se fue haciendo bien conocido en casa, tanto, que también yo le pedía pequeños favores como aprobar exámenes o pasar de año. Con el tiempo pude conocer más de la figura de Monseñor Rafael Guízar y Valencia. Supe, entre otras cosas, que su cuerpo se conservaba incorrupto y que en una ocasión en que tuvo que ser movido de su sitio de reposo, a consecuencia de un descuido se le rasguño el rostro y de la herida brotó sangre fresca, como si estuviese vivo o como si apenas acabara de morir. Aquello me impresiono mucho, tanto como cuando me enteré de que al momento de ser beatificado, su cuerpo dejó de estar incorrupto. Me quedó la impresión de que el tiempo se había detenido en espera de aquel acontecimiento de nuestra Fe. Monseñor Guízar y Valencia fue beatificado por Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 en la Plaza de San Pedro del Vaticano, en una mañana fría pero soleada, y se refirió a él como un ejemplo de Pastor abnegado y héroe de las virtudes cristianas, para luego decir que “Basó toda su espiritualidad en la devoción eucarística y en el amor a la Virgen María. Promovió las vocaciones sacerdotales y la administración de los sacramentos, especialmente los de la penitencia y el matrimonio. Se prodigó en la difusión de la Palabra del señor, y sus días estaban marcados por una asidua oración. Era un hombre de fe y de acción, siempre atento a la salvación de las almas”. El día 15 de octubre de 2006 el Beato Rafael Guízar y Valencia fue canonizado por Benedicto XVI, también en la Plaza de San Pedro, en la que nuevamente era una mañana soleada y calurosa. Ya desde el pasado 1º de julio de ese año el Papa Ratzinger había fijado la fecha para su canonización. Rafael Guízar nació el 26 de abril de 1878. Ingresó al Seminario de la Diócesis de Zamora en el año de 1894, en donde permaneció hasta 1901. Recibió la Ordenación Sacerdotal cuando contaba con 23 años de edad y el 6 de junio del mismo año celebró su Primera Misa en su tierra natal. Para el Padre Guízar, “ganar almas para Dios”, era el gran reto para su vida, cosa que lograba mediante sus misiones en territorio mexicano y en Cuba, Guatemala, Colombia y el sur de Estados Unidos. A los pueblos que llegaba predicaba la Doctrina cristiana inspirado en un sencillo Catecismo que él mismo compuso y escribió, adaptado sobre todo para los sencillos de corazón. Muchas generaciones aprendieron la Doctrina con su catecismo, que perdura hasta nuestros días como una forma de instrucción de fe. Durante los conflictos bélicos, por la revolución de 1910, pudo atender a los enfermos y moribundos que ocasionaba el movimiento armado, pues disfrazado de vendedor de baratijas en medio de los enfrentamientos, se acercaba a los heridos que agonizaban y les ofrecía la reconciliación con Dios, les impartía la Absolución Sacramental y les daba la Comunión que traía consigo de manera oculta para que no lo descubrieran como sacerdote. Estando desterrando en Cuba, y siendo misionero apostólico, recibió el nombramiento de Obispo de Veracruz y recibió la consagración episcopal en la ciudad de La Habana el 30 de noviembre de 1919. El 1º de enero de 1920, partió rumbo a Veracruz y después de llegar al puerto, se dirigió a la ciudad de Xalapa, sede de su obispado, del que tomó posesión el 9 de enero del mismo año. Como obispo sufrió los estragos de la persecución religiosa y padeció calumnias, vejaciones, destierros y hambre. Tuvo que esconderse en la ciudad de México, donde murió afectado de diabetes, flebitis, insuficiencia cardiaca y otros padecimientos, el día 6 de junio de 1938. 45

Como en todo proceso de canonización, se tuvieron que presentar algunos milagros obtenidos por su intercesión, de los que varios fueron aprobados. Supe de algunos cuando yo era niño, me consta, y estoy seguro de que es un poderoso intercesor ante Dios, especialmente para los mexicanos, que ahora necesitamos tanto de un milagro cercano, a quien ya bien podemos llamarle “San Rafaelito” y contarlo en la lista de los santos que han regresado con el Creador.

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“Los pequeños de Dios” Como cada semana, llegué a los estudios de televisión para grabar, en el foro, los programas que producimos en México en colaboración con el Centro Televisivo Vaticano, cuya sede está en Roma y cuyo Director es el Padre Federico Lombardi. Son tres producciones las que aquí hacemos: “El pulso del Papa”, “El pulso de la Fe” y “La libertad de creer”. Se transmiten por tres televisoras nacionales y se graban en tres diversos foros de tres diferentes instalaciones. Al llegar ahí estaba el Staff integrado por maquillistas, camarógrafos, microfonistas, iluminadores, operadores y demás colaboradores. En esa ocasión, especialmente se hizo notoria la presencia de Luz María, la señora que se hace cargo del aseo, con su trapo húmedo sobre el hombro y su uniforme a rayas rojas con el logotipo de la empresa prestadora de servicios de limpieza. La saludé, y mientras esperaba en los camerinos la llegada de los invitados para las entrevistas, platiqué con ella. Me preguntó: -“¿Por qué tú eres de los pocos conductores de programas que me saluda y que platica conmigo? ¿Por qué unos sí y otros no? ”-. No le pude responder pronto porque sentí cómo me emocionaba en lo interior, pero animoso le dije: -“Luzma, porque tu uniforme es igualito a la ropa que hoy vestiría Jesús si acaso lo pudiésemos ver en este foro, porque Él no tiene corbatas ni smockings ni mancuernillas; porque lavó los pies de sus apóstoles con un trapo parecido al que traes colgando del hombro; porque los poderosos, ricos y petulantes tampoco a Él lo saludan-“. Luego la abracé, la besé en la mejilla y le dije: -“Porque además, de todos los de aquí, tú eres la más amable-“. Se le mojaron los ojos y me dijo: -“¿Sabes que siempre oro por ti, para que Dios bendiga tu trabajo en los programas que haces?”-. Ese día decidí que mis invitados, para muchos de los siguientes programas, serían los amigos de Jesús. Invitaría a mi hijo Robbie y a sus compañeros con discapacidad intelectual. También a Mauricio, que tiene síndrome de Dawn; a Lolita y a Cristina, que apenas pueden hablar. Otro día mis invitados serían Lalo, que trabaja en Burger King limpiando mesas y ventanas y que es mudo; y a Luz María, mi amiga, la que limpia el foro del canal de televisión. No les indicaría qué decir ni hacer pues serían, con certeza, los mejores programas que se habrían hecho, porque los televidentes podrían ver el rostro de la sencillez, de la inocencia y de la pureza. He de mostrar a los que en el Antiguo Testamento de la Sagrada Escritura son llamados los Anahuim de Yahvé o “los pequeños de Dios”, a los que fueron creados a imagen y semejanza suya, a los que saben amar sin condición, a los pobres por pequeños, a los que nadie quiere, a los que nacieron como en un pesebre y han vivido como en una cruz, despreciados por muchos. Habremos de ver en televisión a los que nunca son noticia porque nadie los toma en consideración. He de presentar a los que no pecan porque no tienen conciencia de pecado, ni malicia. He de mostrar a los inocentes. He de mostrar el rostro humano de Dios. Al día siguiente tomé las Obras completas de San Juan de la Cruz y encontré esto: “Para mortificar las pasiones naturales, aprovecha lo siguiente: - Procurar siempre inclinarse no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso. - No a lo más sabroso, sino a lo más desabrido; no a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto. - No inclinarse a lo que es descanso, sino a lo más trabajoso. - No a lo que es consuelo, sino a lo que no es consuelo; no a lo más, sino a lo menos. - No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado. - No a lo que es querer algo, sino a lo que es querer nada. - No andar buscando lo mejor de las cosas, sino lo peor, y traer desnudez y vacío y pobreza por Jesucristo, de cuanto hay en el mundo.”

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Este texto lo había escrito San Juan de la Cruz hace 450 años, en pleno Siglo de Oro de la literatura española, pero en un ambiente conventual que requería de una inmediata reforma que retomase la Regla inicial de pobreza y humildad. San Juan se hallaba empeñado, con Santa Teresa de Jesús, en la reforma de la Orden del Carmen, entre otras razones, porque el llamado Siglo de Oro Español, se había olvidado de “los pequeños de Dios”.

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“Las profundidades de Satanás” Le pregunté al Dr. Luciano Barp Fontana (investigador de la Universidad La Salle y quien diseñara el programa de la carrera de Ciencias Religiosas de la misma casa de estudios, además de gran teólogo), sobre la existencia verdadera y auténtica del demonio. Llanamente me respondió: “no dudes de ello”. Su respuesta me dejó sin más preguntas. Antes del Dr. Barp, años atrás, le había cuestionado sobre el mismo asunto a un obispo mexicano, cuando de manera concreta le pregunté sobre por qué, si Cristo había vencido al mal en la cruz con su Pasión, Muerte y Resurrección, el demonio continuaba actuando en el mundo con gran poder. Me respondió con las palabras de otro obispo, san Agustín de Hipona, quien en una especie de parábola afirma que “el demonio es como un perro rabioso encadenado en un rincón e imposibilitado para hacer daño, pero a quien se le acerque e intente tocarlo, es seguro que le pueda arrancar la mano de una mordida”. El 12 de enero de 2005 el Papa Juan Pablo II, casi tres meses antes de morir, durante la Audiencia General de aquel miércoles en el Vaticano, comentando el libro del Apocalipsis, dijo algo que resultaba inusual en su pontificado, pues se refería al demonio, cuando textualmente dijo: “el incremento de la violencia y de la injusticia en el mundo es el trabajo de un furioso Satanás al que no le queda mucho tiempo y que pronto será derrotado”. La existencia del demonio no se concreta únicamente a la doctrina de la Iglesia católica, pues se halla presente en todas las iglesias cristianas, en la tradición judía y prácticamente en todas las religiones. El trabajo de los teólogos, por su parte, se ha centrado, mediante sus diversos tratados de demonología, en explicar los orígenes del demonio, sus acciones y su destino, marcado siempre por su aniquilamiento; sin embargo, no son pocos los que niegan su existencia como creatura personal actuante en el devenir humano. El creyente, por su parte, no sabe bien qué considerar y desconoce los textos de la Sagrada Escritura que consigna sus orígenes como ángel rebelde y caído. En algunos programas de televisión, durante varias entrevistas con exorcistas y demonólogos, tratamos el tema de la existencia del diablo. Les cuestioné sobre el tema de la autenticidad de la personificación del mal y todos coincidieron en que uno de los más refinados engaños del demonio consiste en hacer pensar que no existe, a fin de actuar con mayor libertinaje al pasar inadvertidas sus tentaciones y acciones destructivas hacia la creatura humana. Paradójico es que en estos tiempos, en los que se vive una creciente impostura religiosa que excluye a lo sagrado de la vida pública, de manera proporcional crezca la credibilidad en lo esotérico y en la brujería, tanto como que parece que hoy se cree más en el poder del mal que en el poder del Bien, incluso entre bautizados. Estos demonólogos y exorcistas, a partir del desempeño de su ministerio, afirman que el demonio es un ser real, que odia al Creador y a la creatura humana, y que su principal característica es la mentira. Aseveran también que en la historia de la humanidad se ha ido filtrando el “humo del infierno” por cada resquicio que afecta la vida humana, y que es tal la negrura del ambiente, que el hombre se ha acostumbrado a vivir en las tinieblas, sin advertir el gran peligro que acecha y, mucho menos, discernir los golpes que el demonio continuamente asesta a la humanidad entera. La reacción de incrédulos es de desdén hacia lo que en el fondo perciben como una realidad en la que ya viven inmersos de manera creciente. En los Estados Unidos se conoce de la existencia de sectas satánicas que se han extendido desde allí hasta llegar a varios países de Europa, entre ellos a Italia, donde se han encontrado, tirados en los bosques,

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cuerpos de hombres y de mujeres que murieron asesinados durante rituales satánicos. En México también hay sectas diabólicas que están provocando obsesiones demoniacas en la población. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma, en su párrafo 2851, que “el mal no es una abstracción, sino que designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios”. San Juan declara, en su Evangelio, que “Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno” y san Pablo nos hace saber que “Quien confía en Dios, no tema al demonio” pues “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”, lo que nos llena de esperanza y fortaleza para no caer en las profundidades de Satanás.

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“Tiempo de espera” Un romano de nombre Philocalus elaboró en el año 354 d.C. una compilación del calendario en la que dejó grabada la anotación: “El 25 de diciembre Cristo nació en Belén de Judá”. En otro calendario romano, el de la Iglesia, que fija las celebraciones del año, se afirma que el Adviento es “un tiempo de preparación para la Navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del hijo de Dios y es también un tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo, a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos”. Así, el Adviento es un tiempo de espera a la vez que un tiempo de esperanza gozosa y espiritual. Al encontramos en medio del Adviento a la tarde de cada año que casi concluye, y por ser un tiempo que mueve a la reflexión, es evidente que como humanidad y como individuos vivimos en una constante espera. De niños esperamos crecer, luego casarnos para después esperar a los hijos con la esperanza de conocer a nuestros nietos. La secuencia se repite minuto tras minuto en el orbe y en la historia. Pero hay algo más en qué esperar y es la espera en Dios y la espera de Dios. Israel esperaba al Mesías y lo sigue esperando pues Jesús no les pareció el adecuado. La cristiandad, por su parte, vive esperando la segunda venida de Cristo. El Adviento pues, como tiempo de espera, no es solamente cuatro semanas al año, sino un tiempo adecuado para meditar en que vivimos en una espera y percatarse de que las perspectivas del pasado, del presente y del futuro aparecen entremezcladas en este tiempo. Tres personajes me parece que son fundamentales en el Adviento, además de Cristo que es el centro, para meditar mejor en esta esperanza. Me refiero a María, a José y a San Juan Bautista. Maria la Virgen, la Theotokos en griego, “la Paridora o La que pare a Dios”, no únicamente la Christotokos que dio a luz a Jesús, vivió en una espera continua y de manera especial durante los nueve meses en los que en su seno se formaba el Verbo encarnado de Dios. Ese adviento la llevó, paso a paso, hasta la gruta de Belén, donde a la sazón había unos animales durmiendo en el establo, para llegar al momento tan esperado que la convirtió, más que en testigo, en la protagonista del Nacimiento del Mesías. Luego esperó la llegada de los magos y el regreso a su casa en Nazaret. Esperaba, viendo crecer al Niño, el momento de la redención en la cruz para después aguardar la Resurrección y finalmente esperar su Asunción a los cielos. San José le pidió a Dios, luego de ser cuestionado sobre qué anhelaba se le concediese por ser tan casto y justo esposo de la Madre del Señor, “pasar inadvertido” y Dios se lo concedió. No se conoce palabra alguna que José pronunciase pero se conocen sus acciones, todas buenas. “Toma al Niño y a su Madre y llévalos a Egipto” le ordenó Dios en sueños y claro le quedaba a José que el Niño no era hijo suyo. Pero lo había esperado tanto durante los mismos nueve meses, aunque con dudas y temores de desengaños que, superados, esa espera le permitió lanzarse al acontecimiento de tener por esposa a María y por hijo a Jesús. Al final de sus días, esperó la muerte tranquilo y la recibió recostado y como nadie más, con María a un lado y Jesús al otro. Es de notar que cuatro Basílicas patriarcales hay en Roma: San Pedro, San Pablo, San Juan y Santa María, pero ninguna hay dedicada a San José. San Juan Bautista fue la voz de Dios que clama en el desierto y desde donde llama a todos a su encuentro. En el desierto se escucha a Dios y se sacia el ansia divina. “Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestra alma no descansará hasta que a Ti regresemos” dice San Agustín y así es. El Bautista esperó que iniciase su momento de preparar el camino del Mesías. No me miren a mí, me imagino que decía, cuando con el dedo mostraba a Jesús mientras repetía “El es el Cordero de Dios”. San Juan fue el único hombre que logró impresionar a Jesús, al grado de afirmar que “no ha habido ni habrá, hombre nacido de mujer, mayor que Juan el Bautista”. Por Jesús perdió la cabeza y por Jesús ganó la vida eterna. 51

El Adviento de María, José y Juan los llevó al encuentro con Dios en una espera dificultosa. Nuestro Adviento es más sencillo, aunque ese Dios, es el mismo...

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“En la noche dichosa” “¡Oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!” escribe San Juan de la Cruz y define así lo que sucedió aquella noche, la más brillante del año, la más dichosa, la noche que fue testigo del acontecimiento que nadie todavía puede comprender. Es la noche que une el Cielo con la Tierra, lo Divino con lo humano. En aquella noche de Navidad en Belén de Judá un rey que no era rey, de nombre Herodes, se trastornaba por la furia que le provocaba que otro rey naciera en su territorio; unos pastores platicaban con los ángeles, una virgen daba a luz, un hombre recibía a un hijo que no era suyo, unos magos se desplazaban desde oriente y una estrella brillaba en el firmamento como nunca se había visto. El Creador se hacía creatura, el Eterno se hacía finito, el que Es se hacía existente, Dios se hacía hombre y nacía como todo niño, quedando envuelto entre pañales y rodeado de la fragilidad humana que Dios nunca había experimentado. Dios, el Innombrable, el tres veces santo, el Santo, Santo, Santo, el distante, el del Cielo, se hacía cercano y se hacía vecino. Dios se había humillado (del latín humus que significa “suelo”) para caminar por esta tierra. La Palabra de Dios, en aquella noche, bajó del Cielo para sembrarse en la Tierra. La Natividad del Señor es un misterio insondable, no porque esté oculto sino porque es incomprensible pues supera la razón y va más allá de toda capacidad humana de entendimiento. No puede comprenderse pero sí puede aceptarse. Sin embargo, no siempre es así. “Vino a los suyos y los suyos no lo quisieron y lo rechazaron” es una realidad en muchos hombres y mujeres, los de hace dos mil años y los de ahora. Aquéllos, porque no lo quisieron aceptar y, los de ahora, porque no lo quieren conocer, aunque también hay otros que lo excluyen, lo niegan, lo insultan. Éste es un misterio también, por incomprensible, pero además por necio y por absurdo. La Navidad es la celebración de quienes creemos y por esto es necesario que en esta Navidad los creyentes creamos más que nunca, en un esfuerzo por re-crear y re-novar esta Fe en el Dios-hombre. Se presenta ahora la oportunidad de hacer una breve pausa en medio de la agitación de las fiestas de fin de año para fijar la atención en quien es el centro de la Navidad, en el Dios-niño, en Jesús, el hijo de María, la esposa de José. Hoy se puede lograr, como dijo el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia del miércoles 13 de diciembre de 2006, que la Navidad “no encuentre a los creyentes distraídos en adornar y embellecer sus casas” sino que se “adorne el alma y la familia para que sean una digna morada donde Jesús se sienta acogido con fe y amor”. El Santo Padre también alertó sobre los “falsos profetas que continúan proponiendo una salvación a bajo precio y que terminan por generar grandes desilusiones”. En Navidad nadie puede sentirse solo ni abandonado, aunque de hecho lo esté, pues desde aquella noche Dios es cercano más que nunca y de manera especial hacia los que la soledad les ha invadido la vida. Jesús, quien es también el gran abandonado, especialmente se hace cercano con los que sufren del abandono, con los que nada tienen y nadie son, con los sencillos, los pequeños, los humildes y los pobres. El Dios que se ha hecho pobre excluyendo de su humanidad las riquezas y los poderes temporales y efímeros, se hace solidario con todos aquellos que como Él, son humildes. Hacia los ricos, los poderosos, los petulantes y arrogantes, el Dios-niño también dirige su mirada, con lástima o compasión a veces, pero también les mira, directo a los ojos y con la esperanza de que ellos, algún día, puedan mirarle a fin de comprender que las grandes cosas son las más pequeñas; que lo sencillo, por simple, es grandioso, como el Todopoderoso que se despoja a sí mismo de toda riqueza de Dios cuando nace niño.

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En esta Navidad podemos nosotros igualmente, en medio de nuestra cotidianeidad, aunque parezca increíble, platicar con los ángeles, contemplar a la Virgen que da a luz, ver cómo José recibe antes que todos al hijo que no es suyo porque es Hijo de Dios, levantar la mirada al cielo y contemplar una y millones de estrellas que brillan, y finalmente ser como los pastores que aun sin comprender pueden aceptar, postrarse y adorar a Aquél que nació en la noche dichosa.

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“Gracias, Ayuda y Perdón” El fin de un año y el inicio de otro nada significan para la liturgia. El acontecimiento se sucede en medio del tiempo litúrgico de la Navidad y la atención de las celebraciones se centra en el gran acontecimiento de la encarnación del Verbo de Dios. Sin embargo, la Iglesia no deja pasar el momento propicio para presentar al Señor la gratitud por el año vivido, la solicitud de ayuda hacia el nuevo ciclo que comienza y la petición de perdón por las faltas cometidas. Ya los discípulos le habían pedido a Jesús que les enseñara a orar. Él les respondió con la oración del “Padrenuestro”, que viene a ser la oración cristiana más antigua y que nos enseña cómo hablar con Dios, llamándole igual que lo hizo Jesús cuando solía decirle Abbá, mi muy querido Papá. Cada quien, en familia o en soledad, logra cada año concretar este rito. Los muchos, al menos con el deseo manifestado al orar, de que el año que inicia, acompañado casi siempre de incertidumbre, pueda desarrollarse amablemente, sin accidentes ni incidentes que lamentar, con la garantía que sólo Dios puede dar y con la esperanza puesta en quien todo lo puede. ¿Cómo dar gracias, solicitar ayuda y pedir perdón? Presento enseguida tres posibles formas de hacerlo: -Gracias, Señor, por la paz y alegría; por los que con ternura y comprensión me miraron, por quienes me levantaron, por las palabras y sonrisas que me alentaron, por los que me escucharon; por la amistad, el cariño y el amor que recibí. Gracias también por el éxito que me estimuló, por la salud que me sostuvo y por la comodidad y diversión que me proporcionaron descanso. Y aunque me cueste trabajo decirlo, gracias por la enfermedad, los fracasos, las desilusiones, los insultos, los engaños, las injusticias y la soledad. Por la muerte y la distancia del ser querido. Tú sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo pues estaba desesperado, pero ahora me doy cuenta de que todo esto me acercó más a Ti. ¡Tú sabes lo que hiciste y lograste! Gracias, Señor, por la fe que me has dado en Ti y en los hombres, una fe que se tambaleó pero que Tú nunca dejaste de fortalecer cuando tantas veces me permitió constatar que aunque todo decía que no, Tú siempre dijiste que Sí. -Ayuda te pido para el año que recién comienza pues desconozco lo que en el futuro me espera. No me gusta vivir en la incertidumbre ni en la duda pues me molesta y hace sufrir, pero sé que Tú siempre me ayudarás. Yo te puedo dar la espalda porque soy libre, pero Tú nunca lo harás porque eres fiel. Yo sé que contaré con tu ayuda aunque Tú sabes que no siempre cooperaré. Yo sé que me tenderás la mano aunque Tú sabes que no siempre la tomaré. Por todo esto, hoy te pido que me ayudes a dejarme ayudar, que llenes mi vida de esperanza y generosidad. No abandones la obra de tus manos, Señor. -Perdón te pido ahora que no he pronunciado esta palabra que tantas veces te debería haber dicho, pero que por negligencia o por orgullo he callado. Así que, perdón Señor, por mis negligencias, descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad, por mi necedad y caprichos, por mi silencio y excesiva elocuencia. Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos; por mi falta de alegría y entusiasmo; por mi falta de fe y confianza en Ti; por mi cobardía y temor de compromiso. Perdón porque me han perdonado y yo no he sabido perdonar. Perdón por mi hipocresía y dualidad; por la apariencia que con tanto esmero cuido, pero que sé que en el fondo no es más que un engaño a mí mismo. Perdón por mis labios que no supieron sonreír, por las palabras que callé, por la mano que no tendí, por las miradas que desvié, por la escucha que no presté, por la verdad que omití; por mi corazón que no supo amar y por mi propio Yo que muchas veces preferí sobre el de los demás. Antes de terminar de rezar se puede agregar, en nombre de todos aquellos que no saben hacerlo, lo siguiente: 55

“Señor no te he dicho todo, así es que te pido que llenes con tu amor mi silencio y cobardía. Gracias, por todos los que no te dan las gracias. Ayuda, a todos los que no imploran tu ayuda. Perdón, por todos los que no te piden perdón”. Dichoso año nuevo, que venga abundante de Fe, de Esperanza y de Amor, así como son todos los años que se viven en Dios.

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“Pobreza, Castidad y Obediencia” Hoy ya casi no se comprenden estos tres votos de la vida religiosa y consagrada que configuran una forma de vida que no se entiende y que con dificultad se vive. No obstante, muchos se habilitan para opinar, sin conocer, sobre lo que no es otra cosa que renunciar a la riqueza, al placer y al poder. Para acercarnos, aunque sea a través de palabras y líneas escritas, a lo que se ha establecido como una forma de vida desde hace mil años, primero es preciso establecer que consiste en asumir un compromiso con Dios, expresado, más que con palabras, con formas y gestos concretos que permiten seguir a Cristo muy de cerca, otorgar a Dios un gran espacio en la vida y ofrecer a los demás un servicio generoso que no conozca límites ni reservas. En efecto, con el voto de pobreza se renuncia a poseer cualquier cosa como propia y en su lugar se elige el compartir con todos. Con el voto de castidad se renuncia a tener una familia propia para, en su lugar, tener a Dios y a los demás. Con el voto de obediencia se renuncia a tener proyectos propios para asumir los proyectos de la Iglesia. Estos tres votos que resumen la “regla de San Benito” para la vida monástica o vida en comunidad, son los grandes sustitutos de la forma de vida secular (del siglo) que tiene por objeto alcanzar lo que el mundo, y el siglo en que se vive, ofrecen. Me parece que sería similar, equitativo y justo, el reclamo que los seglares puedan presentar a los religiosos que no han observado el cumplimiento de la pobreza, de la castidad y de la obediencia, al reclamo que, en reciprocidad, pudiesen presentar los religiosos a los seglares que no han alcanzado ni riqueza ni poder, que no atienden a sus familias y que han fracasado en la conquista del dinero, del placer y del poder. Siempre será posible argumentar, y con verdad, que no es lo mismo porque los religiosos así lo han querido hacer y que han establecido un compromiso con Dios, que es mayor; aunque tampoco deja de ser cierto que los seglares también así lo quisimos hacer y que hemos fijado un compromiso con nuestras familias y con los hijos que el mismo Dios nos ha confiado. Lo anterior no es más que una justa reflexión a fin de moderar opiniones y juicios y para recordar que tiene más posibilidades de arrojar piedras quien se encuentra libre de culpa. Pero a su vez es una especie de reconocimiento para los frailes y monjas, sacerdotes y religiosas que, en el silencio de sus vidas y en el encierro de sus monasterios y conventos viven una vida de sigilo en diálogo con Dios orando y pidiendo por el mundo que se agita fuera de sus muros. Es también un reconocimiento para los esposos, padres y madres que, en la observancia de su vida familiar bajo el techo de sus hogares y en el cumplimiento de sus trabajos y afanes, saben cumplir calladamente cuando llevan el sustento para sus hijos y les educan con el ejemplo de la fidelidad. Así como hay monjas que no tienen en la vida más que el hábito que visten y el rosario que les cuelga a la cintura y que sólo comen carne en los días de fiesta, así hay papás que sostienen a sus hijos con el sueldo mínimo que se merma por el gasto en transporte para ir al trabajo y que apenas comen un taco para llevar a sus casas algo más. Ni los unos ni los otros alcanzan el éxito en un mundo cada vez más exigente en la presentación de modelos de vida que triunfan cuando alcanzan la riqueza, obtienen el placer o conquistan el poder. No triunfan en esa propuesta de vida pero en cambio son los grandes héroes del callado silencio que trae la paz, el que no conoce títulos honoríficos ni obtiene preseas ni recibe honores de un mundo que de todas formas es ingrato, porque la riqueza, el placer y el poder son, las más de las veces, inalcanzables. El papá y la mamá que optan por la pobreza personal, entregan a sus hijos la riqueza de un hogar. Los esposos que eligen la castidad cuando rechazan la infidelidad, se entregan mutuamente un amor que no 57

conoce final, y la familia que opta por la obediencia mutua crece en medio de una armonía cotidiana que les trae respeto y concordia. Tan incomprendidos pero tan útiles, son todavía hoy, estos tres votos de Pobreza, Obediencia y Castidad.

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“De Amor herido” Una bella frase mística, que no recuerdo de dónde la saqué, pero que mucho me gustó desde que la leí, dice así: “Muchos van, de amor heridos, y yo también”. La expresión “herido de amor” no significa otra cosa que “enamorado”. Así pues, esta frase quiere decir que “muchos van, enamorados, al igual que yo”. Pero por ser un texto místico, se refiere plenamente a Dios. Es decir que hay algunos a quienes Dios ha herido de amor, y que por lo tanto ya caminan por la vida estando enamorados de Él. La parte que expresa “y yo también” es lo que más me gusta porque me hace feliz saberme uno de ésos que andan con el corazón y la atención puestos en Dios. San Juan de la Cruz le escribe al Señor “¿Por qué, habiendo llagado aqueste corazón, no le sanaste?” pues entre los místicos es común la expresión “llagar” o “herir” referida a una personal experiencia de Dios que siempre recrea y que además enamora. María, la virgen Madre de Dios, contemplaba una tarde a San José mientras dormía, abatido por el cansancio del viaje a Belén y vencido por el sueño, cuando de su boca salió un suspiro que, alternando con palabras, alcanzó a decir: “Hijo mío: tendrás a un hombre bueno y honesto para criarte, un hombre que renunciará a sí mismo y se dará a los demás”. Ese San José, esposo de la Madre de Dios y padre de un hijo que no era suyo, ha sido el hombre más herido de amor por Dios. Por ello supo renunciar a sí mismo y por eso pudo darse a los demás. Para quien cree, yo me cuento entre ellos, San José es un gran modelo a seguir, más si tenemos esposa, si somos papás y si intentamos sostener con nuestro trabajo un hogar y una familia, porque una de las grandes lecciones que San José nos hereda consiste en que él, teniendo por esposa a María y por hijo al Redentor, no dejó de trabajar un solo día. Con sus manos los mantuvo y los sostuvo; crió al Hijo de Dios y le enseñó a ser, a su vez, un gran hombre. Murió José tranquilo, en su propia cama, teniendo sentado a un lado a Jesucristo y al otro a la Virgen María, como bien lo muestra la pintura al óleo que luce en el muro izquierdo de la iglesia de San Jacinto en San Ángel. Por esto comparto hoy a San José, lo recomiendo como modelo y como guía, como proveedor de todas las familias, como custodio del hogar y asistente de nuestros trabajos y afanes, en un mundo en el que cada vez resulta más trabajoso alcanzar el sustento cotidiano, pero como mis palabras son pobres para contar cuán generoso ha sido y es San José, cito a Santa Teresa de Jesús, fundadora del Carmelo descalzo, quien desde España y hace 450 años lo recomendaba ya de la siguiente manera: “Tomé por abogado y Señor a San José, y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas las cosas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre le podía mandar así en el cielo cuanto le pide. Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Parece ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”. 59

San José: un santo “de amor… herido”.

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“La tumba de Jesús” Hombre respetable y miembro del Sanedrín (el Consejo de Ancianos) era José de Arimatea, aquél que, armándose de valor, fue ante Poncio Pilato para pedirle que le concediera el cuerpo muerto de Jesús. Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando a un centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, habiendo comprado una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro mientras María Magdalena y María la de Josét se fijaban dónde era puesto. El acontecimiento había tenido lugar el viernes 7 de abril del año 30 en Jerusalén, por la tarde, a unos minutos de la puesta del sol en el horizonte y de que las trompetas del templo de Salomón anunciaran el inicio del Shabbát, el sábado, el séptimo día de la semana que había sido santificado por Dios y reservado por las leyes del judaísmo a rituales de culto que excluían cualquier otra tarea. Todo crucificado era considerado un “maldito de Dios” como lo consignaba también la ley, por lo que descolgarles implicaba una afrenta y, mucho más, lo era sepultarles, pues los cuerpos de los condenados permanecían colgados hasta ser devorados por las fieras y aves de rapiña. La tarea de José de Arimatea no debió ser sencilla, por lo comprometedor hacia su persona, de las circunstancias que lo hacían parecer ante Pilato como un simpatizante del agitador acusado de incitar al pueblo a no pagar el tributo debido al César, y ante el Sanedrín como un seguidor de ese Jesús que tan inconveniente había resultado, por sus predicaciones, hacia el centro del poder judío. Era común la práctica del curifragium consiste en fracturar, a golpe de garrote, las piernas de los crucificados a fin de acelerar su muerte al perder el tercer punto de apoyo, el de las piernas, que les permitía alargar la agonía al incorporarse en la cruz para jalar aire y respirar. Cuando el centurión acudió al Gólgota por orden de Pilato, para constatar la muerte del nazareno, en lugar de fracturarle las piernas, tomó su lanza romana y con el brazo derecho encajó la punta de hierro de 40 centímetros en el costado izquierdo de Jesús, tal y como tantas veces le habían enseñado durante los entrenamientos para las batallas: “la lanza debe dirigirse hacia el corazón para matar de inmediato al contrincante”. Era un movimiento automatizado que al instante hizo brotar la sangre del corazón de Jesús y que le permitió al centurión afirmar que, sin lugar a dudas, había muerto. Al domingo siguiente, el primer día de la semana, muy de madrugada, las mujeres que habían visto el lugar en que José de Arimatea había colocado el cuerpo muerto del Señor, se dirigieron al sitio para encontrarse con que la piedra había sido removida y con que el sepulcro estaba vacío. Corriendo fueron a dar la noticia a Pedro y a los demás discípulos. El hallazgo del sepulcro vacío le costó la vida a muchos de los seguidores de Jesús, pues acusados de haber robado y ocultado su cuerpo, morían durante las torturas que pretendían arrancarles la verdad sobre el sitio donde le habían ocultado, según los verdugos, para forzar el acontecimiento de la Resurrección. Ni el riesgo corrido por José de Arimatea, ni la lanzada del centurión romano, ni los martirios de los apóstoles y discípulos, ni las muertes de los primeros cristianos en el Circo de Nerón, ni la ulterior debacle de Pilato, exiliado, abandonado y despojado de su carrera política y de sus posesiones por la injusticia perpetrada, coinciden con recientes aseveraciones de que “Jesús no murió en la cruz, se casó con María Magdalena, tuvieron hijos y sus cuerpos fueron hallados, hace veinte años en una tumba”. Es cosa de sentido común (el menos común de los sentidos las más de las veces) no dejarse envolver por fascinaciones diseñadas para incautos dispuestos a “tragarse” un cuento, inventado por individuos 61

astutos que se presentan como poseedores de secretos ancestrales, cuyo descubrimiento “viene a alterar el rumbo de la historia y a cambiar el destino de la humanidad”. De la difamación que apareció a la mitad de la Cuaresma de 2007, como sucediera también en años pasados con intentos similares de inquietar a los creyentes en la Resurrección del Señor, lo que cae en lo ridículo es la aseveración de que al supuesto hijo que concibió con Magdalena, Jesús le haya puesto por nombre: Judas. Eso sí que ya es cosa de risa.

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“Un río de sangre” Federico Lombardi es el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, considerado también, por su cargo, como el vocero del Papa. A diferencia de su antecesor, el Dr. Joaquín Navarro Valls, el Padre Lombardi desempeña dos cargos más al servicio de la Iglesia de Roma, pues es simultáneamente Director General de la Radio Vaticana y del Centro Televisivo Vaticano. El desempeño de sus funciones al frente de este último organismo le hace escribir un editorial semanal, lo que permite a los observadores conocer muy de cerca lo que ocupa la mente del Vocero del Papa, pero también lo que atrae la atención de Benedicto XVI. El editorial semanal de Federico Lombardi se caracteriza por ser profesionalmente informativo y libre de exaltaciones de personalidades y de exageraciones de las realidades y situaciones que analiza y explica. Por esta razón me sorprendió al grado del temor, leer que uno de sus editoriales del mes de marzo de 2007 se titulaba “Un río de sangre”. Conociendo el trabajo sereno del Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el título de su escrito me hizo leerlo con prisa para conocer lo que había sucedido que merecía recibir tal adjetivo. Me encontré con que el editorial describe los sucesos ocasionados por la guerra de Irak, lo que me tranquilizó porque es algo muy ajeno a México y muy distante del Vaticano, pero luego me avergoncé de mi tranquilidad porque, como dice Federico Lombardi: “estamos empezando a habituarnos a esos actos horribles”. Enseguida reproduzco, textualmente, el editorial: “Durante los últimos dos meses la violencia en Irak ha seguido sin tregua: a diario oímos noticias que hablan de atentados que causan decenas, incluso hasta más de cien muertos en un solo día. Son actos horribles, pero estamos empezando a habituarnos incluso a ellos. Es gravísimo. No podemos acostumbrarnos. Toda guerra causa un número excesivo y absolutamente injustificado de víctimas, pero lo que nos turba todavía más -en este nuevo tipo de guerra- es que los atentados se perpetran a menudo en los lugares más frecuentados por la gente normal, por personas inocentes e indefensas. Se busca el horror, el odio manifiesta su absurda manía homicida, su sed de muerte, y se alimenta de sangre, con mayor avidez de sangre inocente. Si hacía falta una prueba de que la guerra -como repite el Papa- no resuelve los problemas, sino que generalmente los empeora, ésta es ciertamente una prueba concluyente. Pero el que estaba en contra de la guerra de Irak debe resistirse a la tentación, sutil y horrenda, de alegrarse. Aquí, ante todo, debemos alimentar un profundo sentido de compasión y de voluntad de reconciliación a toda prueba, porque la voluntad humana flaquea ante este alud cotidiano de odio. Tenemos que ser capaces de esperar “contra toda esperanza”, para poder ser solidarios y ayudar a las víctimas materiales de la violencia y a los que han sido heridos de una manera devastadora en su espíritu. El tiempo de lucha espiritual de la Cuaresma, en camino con el Señor inocente que afronta y acepta sobre sí mismo la pasión y la muerte, es un tiempo en que tenemos que medirnos con este desafío crucial para el futuro de la humanidad de hoy, para la búsqueda de caminos auténticos para la paz”. La reflexión de Lombardi termina con un aliento de esperanza cuando dice: “Que la espera de la Resurrección sostenga e ilumine nuestro caminar”. Hasta ahí la cita textual del editorial, bien relacionado con el tiempo litúrgico de la Cuaresma de 2007, que se vivió con muertes diarias en Irak, fruto de una injustificable guerra surgida, como se pretextaba, para buscar armas de destrucción masiva, las que jamás fueron halladas.

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Es evidente que el Papa conoce muchas cosas que nosotros ignoramos, tantas como obvio es que su visión de los acontecimientos humanos es muy diferente a la nuestra. Sólo si partimos del hecho auténtico de que las fuentes informativas del Papa son mucho más verídicas y confiables que las generadas por las agencias de noticias internacionales, solamente en consideración a ese hecho, es posible afirmar que el Papa goza de una información que es privilegiada y de un concepto de la realidad presente y futura, sumamente distinta a la que se presenta en los noticiarios de los medios de comunicación comerciales. Por ministerio, el vocero del Papa conoce mucha de esa información. ¿Qué tanto sabe Benedicto XVI de la guerra de Irak, qué tanto conoce Federico Lombardi de los móviles, las acciones y los planes para el estallido, sostenimiento y proyección de esta guerra absurda, como para afirmar que ya es “un río de sangre”?

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“El 666 según Joseph Ratzinger” De los libros que la Biblia contiene, es el Apocalipsis el que cuenta con un número grande de curiosos que con premura leen las Sagradas Escrituras en búsqueda de datos que les darían a conocer lo que en el futuro le sucederá a la humanidad. No están lejos de la verdad en su apreciación, aunque el resultado es parcial, pues el libro no revela fechas y se encuentra lleno de simbolismos teológicos que requieren de conocimientos previos para entender sus significados. Los cuatro jinetes del Apocalipsis, la Mujer rodeada por el sol con la luna bajo sus pies, los siete sellos, el anticristo, la bestia y su número que es el 666, son personajes rodeados de un misterio atrayente cuyo atractivo se frustra al enterarse de que las contenidas en el Apocalipsis son narraciones de hechos ya consumados y otras de acontecimientos que están por suceder pero sin que se logre establecer de manera definitiva cuáles ya tuvieron lugar y cuáles todavía no. Sin embargo, hay una parte en el libro que no deja dudas. Es el concerniente a la Parusía, la segunda venida de Cristo, en la que derrotará al anticristo, con el soplo de su aliento, en el Valle de Armaggedon, para luego iniciar el tiempo de paz en su reinado universal. Previo a la Parusía, se sabe que habrá una Gran Tribulación y que muchos serán marcados con el número de la bestia en la frente o en la mano, y quienes no tengan su sello no podrán vender ni comprar. A dos años del pontificado de Benedicto XVI, resulta ilustrativamente interesante conocer lo que sobre la bestia y su número, el 666, predicó el entonces Padre Joseph Ratzinger, durante la Cuaresma del 1973 en la iglesia de San Emmermam, de Ratisbona: “¿Qué significa, entonces, nombre de Dios? Tal vez podamos comprender de la manera más breve de qué se trata, partiendo de lo opuesto. El Apocalipsis habla del adversario de Dios, de la bestia. La bestia, el poder adverso, no lleva un nombre, sino un número: 666 es su número dice el vidente (13, 18). Es un número y convierte a la persona en un número. Los que hemos vivido el mundo de los campos de concentración sabemos a qué equivale eso: su horror se basa precisamente en que borra el rostro, en que cancela la historia, en que hace de los hombres números, piezas recambiables de una gran máquina. Uno es lo que es su función, nada más. Hoy hemos de temer que los campos de concentración fuesen solamente un preludio; que el mundo, bajo la ley universal de la máquina, asuma en su totalidad la estructura del campo de concentración. Pues si sólo existen funciones, entonces el hombre no es tampoco nada más. Las máquinas que él ha montado le imponen ahora su propia ley. Debe llegar a ser legible para la computadora, y eso sólo resulta posible si es traducido al lenguaje de los números. Todo lo demás carece de sentido en él. Lo que no es función no es nada. La bestia es número y convierte en número. Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama por nuestro nombre. Es persona y busca a la persona. Tiene un rostro y busca nuestro rostro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón. Nosotros no somos para él función en una maquinaria cósmica, sino que son justamente los suyos los faltos de función. Nombre equivale a aptitud para ser llamado, equivale a comunidad. Por eso Cristo es el verdadero Moisés, la culminación de la revelación del nombre. No trae una nueva palabra como nombre; hace algo más: él mismo es el rostro de Dios, la invocabilidad de Dios en cuanto tú, en cuanto persona, en cuanto corazón. El nombre propio de Jesús lleva hasta el final el enigmático nombre de la zarza; ahora es evidente que Dios no lo había dicho todo aún, sino que había interrumpido provisionalmente su locución. Pues el nombre de Jesús contiene la palabra Yahvé en su composición hebrea y añade a ella algo más: Dios salva. Yo soy el que soy, se convierte ahora, por propia iniciativa, en Yo soy el que los salva. Su ser es salvar”.

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A 40 años de distancia de la predicación del Padre Ratzinger, queda la sensación de que el horizonte se percibe cada día más cercano, sobre todo a partir de su expresión: “la bestia es número y convierte en número”. Pero aunque se abre una esperanza con su frase “Yo soy el que los salva” queda evidenciado que hoy ha crecido el número de quienes viven la vida como si todo fuese un número.

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“Así como roedores” Entre las ratas, cuando su población crece o cuando disminuyen las oportunidades de obtener alimentos, surgen conductas repugnantes. La primera reacción animal ante la falta de sustento alimenticio consiste en que las ratas, que se encuentran en periodo de gestación, devoran ellas mismas a sus hijos al momento de nacer. El espectáculo es espeluznante pues siempre quedan restos de fragmentos de los cuerpos de los recién nacidos en medio de su propia sangre. Si la crisis de alimento persiste, aparece la segunda reacción animal consistente en la implementación de prácticas homosexuales entre las ratas adultas en edad reproductiva. De continuar la escasez de alimentos o las situaciones adversas que la provocan, esa misma comunidad de roedores pasa a la aplicación de la tercera reacción durante la que las ratas jóvenes matan a las ratas viejas, a veces aislándolas del acceso al alimento, otras veces segregándolas de la comunidad y otras, las más de las veces, con la práctica del asesinato para devorarlas en vida. La última reacción no conoce límites pues se lanzan unas contra otras, las ratas sobrevivientes, en una masacre que termina por exterminar a toda esa comunidad, de la que solamente quedan los restos del salvajismo animal, ajeno a la civilización y a la moral, que suelen ser reguladoras de la convivencia. La observación de la naturaleza conviene a la creatura humana para el conocimiento de su entorno, para medir sus posibilidades y para evitar las conductas que, sumadas a su carácter de ser contingente expuesto a accidentes y vicisitudes, pudiesen desviarlo hacia su propia destrucción, pues un principio creacional dicta que “todo ser quiere ser”, excepto, claro está, las ratas. El aspecto siempre repugnante de las ratas no obedece sólo a su apariencia; los seres humanos percibimos su crueldad en su forma animal, en sus puntiagudos hocicos con afilados dientes, en sus largas colas lampiñas que les equilibran en sus recorridos entre la inmundicia de cloacas, coladeras y basureros húmedos, en medio de la putrefacción, donde el gusano no muere y donde se reproducen las bacterias que les sirven de alimento. Viven de los desechos, de ellos se nutren y a sí mismas se convierten en desecho y en alimento para las demás. Conocido el comportamiento de esos roedores conviene poner distancia de prácticas similares y evitar toda conducta de “tipo rata” aunque sea presentada como “conveniente para la humanidad”. Las leyes que protegen al individuo, de los abusos de otros más poderosos, tienen como el más penado al homicidio, pues la eliminación del que no conviene a los fines del homicida es un impulso al que suele recurrir. Desde la civilidad se llama “delito” y desde la Fe se le denomina “pecado” a lo que siempre resulta en homicidio, la acción mediante la cual una persona le quita la vida a otra. La derogación de la ley que protege, se deriva en el abandono del que, sujeto a la ley, estaba por ella protegido. Las propuestas de despenalización del aborto, del suicidio asistido y de la eutanasia han proliferado en varios países, no son soluciones a necesidades emanadas de algunas culturas y pueblos en particular, es evidente que obedecen a una estrategia que ha sido diseñada con anterioridad para su ulterior aplicación, y que en estos momentos se ha llegado a la etapa de la acción. A partir de que los controles de crecimiento poblacional no han conseguido los resultados calculados, se ha pasado a la segunda fase de la estrategia, consistente ya en la eliminación de los seres humanos que no son productivos, los que se hallan en periodo de gestación, los ancianos y los enfermos. Una forma de evitar el nacimiento de más personas es mediante la novedad quirúrgica del aborto, un modo de impedir la reproducción humana es la promoción de la práctica de la homosexualidad y una modalidad que permita la eliminación de los que sobran se llama eutanasia. Pero la gestación, el matrimonio y los ancianos están protegidos por las leyes. Como hasta hoy no se les puede eliminar, pues la ley es 67

poderosa y la fuerza pública, tribunales y jueces vigilan su cumplimiento y observancia, se ha tornado imprescindible su modificación si no es que su eliminación. De continuar con la implementación estratégica de este nuevo tipo de control poblacional, la humanidad se arriesga a adoptar las conductas repugnantes de las ratas. Cuando se tiene aprobado y protegido por la ley el asesinato de los hijos antes de nacer mediante un aborto, cuando la práctica de las relaciones homosexuales se eleva a categoría de matrimonio y cuando se aprueba el asesinato de los mayores mediante la eutanasia, se puede ser así como roedores.

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“Dios ha muerto” Las semanas del calendario inician en domingo y terminan en sábado aunque la semana laboral comience en lunes; pero en el Calendario gregoriano, que rige nuestros días, el primer día de la semana es domingo, y el último es sábado, es decir, el Séptimo día de la semana, el Shabbát que en la tradición escriturística de origen judío es el Día que bendijo Dios y que luego santificó. En el judaísmo el sábado es el día reservado al encuentro para el diálogo con Dios. Así, los judíos observantes cumplen con la norma de suspender en sábado toda actividad que no contenga referencia al culto. El cristianismo, de raíces hebreas, tiene al domingo, de Domus = Señor, como el día de la semana reservado al encuentro con Dios. Es el Día del Señor, y la norma, en la figura de un mandamiento, establece como obligatoria la celebración de la Eucaristía. En el Islam es el viernes el día que los musulmanes han dedicado de manera exclusiva a Dios. Judaísmo, cristianismo e Islam, aseguran así que en cada una de las 52 semanas del año, no falte un día en el que la atención de la creatura sea puesta en el Creador. San Juan de la Cruz lo expresa bien cuando dice: “Tenga la atención amorosa en Dios; aprenda a amar como Dios quiere ser amado, y deje su condición”. Pero el cristianismo va más allá, pues de esas 52 semanas que conforman el año, a una la ha llamado “Santa”. Precedida por cuarenta días que dura el tiempo litúrgico de la Cuaresma y que concluye el Domingo de Ramos, los tres días siguientes, lunes, martes y miércoles, son introductorios al llamado “Triduo Pascual” que se celebra los otros tres días siguientes, jueves, viernes y sábado, de Semana Santa. El domingo inmediato es el primer día de la semana que inicia, que ya no es la Semana Santa, y se le llama Domingo de Pascua. En el cristianismo todo se celebra, hasta la muerte, pues es considerada, a partir de lo dicho por Cristo, como “el paso de esta vida al Padre”. El regreso al Padre Creador no es motivo de pena sino de alegría. Quedan tristes los deudos por la ausencia terrena del difunto, pero el resucitado experimenta una alegría gozosamente inexplicable, por misteriosa, al retornar a su origen que no es otro sino el Creador de la vida, del cosmos y de la historia. Si hasta la muerte es motivo de celebración en el cristianismo, tanto más la muerte de Cristo, el Dios hecho hombre que se sujeta a la muerte para luego vencerla al resucitar. El teólogo Joseph Ratzinger, 32 años antes de ser elegido Sucesor de Pedro, afirmaba que: “Ser hombre significa ser para la muerte. Ser hombre es tener que morir, ser contradictorio: morir por necesidad biológica y natural, y al mismo tiempo albergar en su bios un centro espiritual abierto que pide eternidad; desde ese centro, la muerte no es natural sino, ilógicamente, una expulsión del ámbito de la vida, ruina de una comunicación llamada a durar.” Su reflexión sobre la muerte, el Padre Ratzinger la llevaba hasta Cristo al afirmar que “En este mundo, vivir quiere decir morir. Se hizo hombre significa, por consiguiente, también esto: fue a la muerte. La contradicción propia de la muerte humana adquiere en Él su máxima agudización. Pues en Él, que consiste íntegramente en la comunidad de intercambio con el Padre, la soledad absoluta de la muerte es pura incomprensión. Por otra parte, la muerte tiene en él también su especial necesidad. Pues precisamente para Él estar con el Padre era al mismo tiempo no ser comprendido por los hombres, de ahí su soledad en medio de las gentes”. En efecto, Dios ha muerto, misteriosamente ejecutado por su creatura y experimentando la infinita soledad en el abandono de los suyos. Murió incomprendido hasta el punto del fracaso. Sus amigos le dejaron colgado de una cruz mientras huían en busca de otro motivo para vivir. Su muerte fue el último acto de la

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incomprensión humana. La contemplación de Cristo crucificado muestra el rechazo hacia Dios hasta la zona de un silencio hipócrita. Pero no quedó muerto. Llegada la estupidez humana hasta su consecuencia final, el mismo Dios intervino de nueva cuenta en la historia y resucitó a Cristo para reconstruir lo destruido, para restaurar lo derrumbado, para sacar de la muerte la vida, pero sobre todo para rescatar al mismo traidor que lo había intentado matar y evitarle a él también que luego de morir quedase muerto. Pero por sobre todo, Cristo resucitó para que nadie afirme en tiempo presente que “Dios ha muerto”.

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“Esta es la mejor noticia” El sepulcro vacío del Señor es la mejor noticia que como humanidad hemos recibido. Difícil de entender, imposible de comprender, pero fácil de aceptar por la vía de la Fe. “Pasado el sábado -dice San Marcos en su relato del Evangelio-, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?». Y levantando los ojos vieron que la piedra estaba ya retirada, a pesar de que era muy grande. Al entrar en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dijo: «No se asusten. Buscan a Jesús de Nazareth, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Vean el lugar donde le pusieron. Pero vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán, como les dijo.» Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo...” Las mujeres no dijeron nada a nadie (en ese momento) porque tenían miedo. Pero yo no tengo miedo alguno de decirlo, de anunciarlo, de proclamarlo cuantas veces pueda y a cuantos llegue, pues como he dicho, ésta es la mejor noticia que como humanidad hemos recibido y por eso es la mejor noticia que puedo dar a conocer. Tal vez pueda sentir temor de que no me crean, pero eso de creer ya no es asunto mío, sino de Cristo. Por lo que a mí respecta, cumplo con la tarea que el Señor nos ha confiado a todos los creyentes y que consiste en ir a anunciar el Evangelio a toda la creación; por eso me resuenan las palabras de San Pablo: “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!”. El joven sentado en el lado derecho del sepulcro y vestido con una túnica blanca puede explicarse sencillamente diciendo que fue una Angelofanía, es decir, la manifestación de un ángel, pero para una Fe profunda, esa explicación no es suficiente. El sepulcro vacío es, por sí sólo, todo el mensaje que necesitamos; habla por sí mismo y se expresa sin más. Ese joven vestido de blanco, para San Marcos, era él mismo. El evangelista se colocó allí en su relato porque él se dio a la tarea de anunciar el Evangelio antes que nadie, por eso escribió el primer relato hacia el año 64. Pero en el caso de todos los creyentes, el joven vestido de blanco puede ser uno mismo, todos y cada uno de los que en Cristo creemos. No conoció Juan Marcos personalmente a Jesús. El Evangelio lo escribió a partir de narraciones de Pedro y de los discípulos. Conoció el sepulcro vacío por lo que le contaron, pero llegó a creer en ello de manera tan vehemente que en su escrito se situó allí para dar la noticia por su propia voz, tal y como lo ha logrado al cabo de dos mil años de Iglesia. Lo que a esta noticia le da fundamento, resulta claro: que a pesar de su muerte real y terrible, Jesús de Nazareth no ha sido aniquilado; que, al contrario, de una manera nueva y misteriosa, sigue más vivo que antes y plenamente glorioso; que no se ha desentendido de los suyos, sino que continúa presente y acompañándolos desde su trascendencia divina; y que lo en él sucedido abre esa misma esperanza para nosotros, que tampoco seremos aniquilados por la muerte. Yo también, como San Marcos, me coloco en el sepulcro vacío. No preciso de trasladarme a Jerusalén ni de entrar al sitio de la sepultura y de la Resurrección para ver, comprender y aceptar lo que fundamenta mi Fe, a la vez que es fundamento de mi Iglesia. Por lo que a mí respecta, ese joven “sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca” soy yo, y puedo afirmar que Cristo no está ahí, que ha resucitado, y puedo también invitar a todos los que me escuchen decirlo, a que vuelvan al inicio, a Galilea, para recorrer juntos el camino del Señor de la mano del Señor, y descubrir que el camino es Él mismo.

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Algunos, como en Emaús, no lo reconocerán, otros lo dejarán pasar de largo, unos continuarán el camino sin él, pero otros lo seguirán y éstos estarán en el grupo de quienes porque le siguieron, se salvaron, de aquéllos que podemos afirmar que Cristo ha resucitado y que ésta ha sido, sin dudar, la mejor noticia.

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“María y el demonio” María se mantenía firme al pie de la cruz a la que había sido fijado con clavos su propio hijo, luego de que Poncio Pilato se lavara las manos ironizando el gesto judío de purificación, a pesar de que minutos antes había declarado, como juzgador, que no encontraba culpa en él. María no estaba sola, aunque sí abandonada de los amigos de su hijo, hacia quienes él particularmente había procurado su bien y entregado su amor. Sólo la acompañaba Juan, el más joven y dócil de ellos. Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset y Salomé. El grupo no se encontraba solo pues con ellos estaban los acusadores judíos y los ejecutores romanos. Con todos, ninguno de los presentes estaba solo, pues sin que se percatasen, les rodeaba el mal; ahí se encontraba Satanás, el responsable de mucho de lo que allí acontecía. El demonio vigilaba a Jesús clavado en la cruz y contaba los minutos de su vida pues con su muerte vería coronada su victoria. Dios habría sido ejecutado por mano de su creatura, la más amada, que lo había clavado en una cruz para matarlo. El demonio le demostraría al Padre Celestial que la creatura humana no merecía ni sus atenciones en los ángeles destinados por Él a su servicio, ni su amor al encarnarse y hacerse uno de ellos. La batalla entre el bien y el mal se libraba en esos minutos; Dios y el demonio contemplaban a los hombres, incluyendo a Jesús, quien era el más fuerte, pero hacia quien todo indicaba que estaba a punto de morir. De pronto Jesús habló y pidió a Dios perdón para todos: -pues no saben lo hacen-, dijo. -¿Perdonarlos por estúpidos?-, se preguntó a sí mismo el demonio, luego de escuchar ese ruego de perdón por quienes tanto lo lastimaban. Aquello había sido algo que el diablo no conocía y que comenzó a debilitar su certeza del triunfo. No obstante, Satanás se irguió recuperando la confianza en su trabajo malévolo cuando escuchó que el Señor preguntaba: -“Padre ¿por qué me has abandonado?”-. Entonces el demonio tuvo certeza de que el mal ganaría la batalla, pues al parecer, el mismo Dios había abandonado su obra salvífica. En eso, Jesús exclamó: -“Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo: ahí tienes a tu madre”-. Y luego, lanzando un fuerte grito, expiró… Triunfó el bien. Dios ganó. El demonio recordó aquellas palabras consignadas en el libro del Génesis cuando, dirigiéndose a la serpiente, el Creador le dijo: “Enemistad pondré entre ti y la Mujer; ella te pisará la cabeza y su descendencia te dominará”. Aquella “Mujer” como Cristo la llamó desde la cruz no es otra sino María, su descendencia es Jesús, su propio hijo fruto de sus entrañas, su descendiente en primer grado. El señor la entregó por madre a la humanidad y su descendencia creció exponencialmente. Desde entonces todos aquellos que tenemos a María por madre, somos su descendencia para que, mientras ella pisa la cabeza al mal, podamos dominarle con el poder que Cristo nos otorgó al compartir con la humanidad esa filiación que procede de la misma maternidad divina cuando ya desde la casa de Nazaret le había respondido a Dios: “Hágase en mi según tu Palabra”. Que Jesús haya encargado a Juan, desde la cruz, que se ocupara de su Madre, es perfectamente comprensible, pero no lo es el encargo paralelo a María diciéndole que cuide a Juan, pues parece innecesario, ya que si Juan se va a encargar de María, la correspondencia de ella era evidente. Insistir en ello parece superfluo y poco delicado porque toda mujer no necesita que se lo digan, lo hace espontáneamente. El encargo del Señor supone, pues, un contenido teológico trascendental que consiste en que en Juan estamos todos representados. Además, allí presente estaba la madre de Juan, y encargar a Juan a María, sería ofensivo para su madre María Salomé. En las palabras de Jesús hay un sentido mucho más profundo de lo que parecen indicar, pues lo que hace el Señor es entregar una Madre a la Humanidad. Sus palabras tienen un sentido trascendental, se dan en relación a todos los hombres. Tienen un sentido universal. 73

Tener devoción a María es, pues, prenda de salvación para quienes en ella creemos y para los que la amamos, devoción que no consiste en un afecto estéril ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios, la mujer que nos sostiene para vencer al demonio.

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“La complejidad del Tercer Secreto” El Secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Tarcisio Bertone, ha publicado su libro “La última vidente de Fátima” que asegura la lectura ávida de quienes anhelan conocer más sobre ese tema tan vinculado al “Tercer secreto”. El puesto curial del autor despierta un gran interés, aunque no mayor al que provoca la carta que el Papa Benedicto XVI le dirigiera con motivo de su publicación, en mayo de 2007, pues en ella expresa que “el capítulo que trata de la publicación de la tercera parte del Secreto de Fátima lo vivimos juntos [...] Juan Pablo II vio que había llegado el momento de disolver el halo de misterio que recubría la última parte del secreto entregado por la Virgen”. En la carta, el Papa menciona que el año dos mil, cuando se dio a conocer el secreto “fue un tiempo de luz, no sólo porque el mensaje pudo así ser conocido por todos, sino también porque se desvelaba de esta manera la verdad en el confuso marco de las interpretaciones y especulaciones de tipo apocalíptico que circulaban en la Iglesia, creando turbación entre los fieles”. Para entender la visión descrita por la vidente Lucía el 3 de enero de 1944, es preciso leer el significado de la misma, que redactó seis días después. La existencia de ambos documentos la confirmó la Hermana Lucía en una nota que envió al obispo Da Silva, quien le había ordenado escribir sus revelaciones y que está acreditada por varios testigos. En las páginas que Lucía escribió el 9 de enero se encuentra descrito, con detalle, lo que sucederá al inicio y durante una “Gran Tribulación”. Pero también se da a conocer la gravísima crisis que sufrirá la Iglesia, fruto de un complot interno contra el Papa. Éste es el llamado “Tercer Secreto de Fátima”. El 18 de noviembre de 1980, Juan Pablo II reveló, durante una rueda de prensa con motivo de la Reunión de la Conferencia del Episcopado alemán que, en efecto, la Iglesia y el mundo están por iniciar la más grave prueba de su historia. Un periodista le preguntó si era auténtico el Tercer Secreto filtrado por el periódico Neues, en Europa, el 15 de octubre de 1963, y por qué no se había publicado en 1960, como lo había solicitado la Virgen María durante las visiones. La respuesta del Pontífice fue publicada en el periódico alemán Stimme des Glaubens: “Por su contenido impresionante [...] debería bastar a todo cristiano saber que el secreto habla de que océanos inundarán continentes enteros, de que millones de hombres se verán privados de la vida repentinamente, en minutos. Con esto en mente, no es oportuna la publicación del secreto. Muchos quieren saber sólo por curiosidad y sensacionalismo, pero olvidan que el saber lleva consigo también la responsabilidad. Ellos pretenden solamente satisfacer su curiosidad, y esto es peligroso. Probablemente ni siquiera reaccionarían, con la excusa de que ya no sirve de nada”. Inmediatamente le preguntaron: -¿Y qué sucederá en la Iglesia?- a lo que el Papa respondió: “Debemos preparamos a sufrir, dentro de no mucho tiempo, grandes pruebas que nos exigirán estar dispuestos a perder inclusive la vida y a entregamos totalmente a Cristo y por Cristo. Por vuestra oración y la mía es posible disminuir esta tribulación, pero ya no es posible evitarla, porque solamente de esta manera puede ser verdaderamente renovada la Iglesia. ¡Cuántas veces la renovación de la Iglesia se ha efectuado con sangre! Tampoco será diferente esta vez. Hemos de ser fuertes...”. De las palabras de Juan Pablo II surgen preguntas: ¿En qué consistirá esa “tribulación” que “no es posible evitar” y que constituye la única vía para renovar a la Iglesia? ¿Cuáles son esas “grandes pruebas que nos exigirán estar dispuestos a perder inclusive la vida”? La interpretación presentada en el año dos mil por la Santa Sede, que habla de un obispo vestido de blanco que huye de una ciudad en ruinas y es atacado y muerto, no se puede referir, como se quiso hacer creer, al atentado a Juan Pablo II en la Plaza San Pedro, porque difiere de lo descrito por Lucía y porque no hay razón para esperar veinte años para hacerlo público. 75

Es evidente que el Papa Ratzinger continúa apoyando la tesis de que el Tercer Secreto se refiere al atentado contra su antecesor, pero él sabe que el texto que escribió Sor Lucía en 1944, nada tiene que ver con su interpretación publicada el 26 de junio de 2000. A las interpretaciones se suma ahora el cardenal Bertone para confirmar la complejidad de las profecías apocalípticas reveladas a una humanidad que vive en el “ya, pero todavía no”.

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“La secta de Cleveland” Envuelto en falso ropaje católico, el grupo autodenominado “Confraternidad de los corazones unidos de Jesús y de María” desempeña actividad proselitista en algunas ciudades de la República mexicana, entre ellas la Ciudad de México, sin contar con registro como Asociación Religiosa, sin estar debidamente constituida como tal ante las autoridades civiles y sin ser tampoco un movimiento cristiano reconocido por las autoridades eclesiásticas. Su actividad consiste en impartir conferencias sobre supuestos mensajes de origen divino, a fin de enrolar incautos, para luego venderles viajes, bajo aspecto de peregrinaciones, con destino a un falso santuario en fechas previamente establecidas en las que, aseguran, la Virgen les ha comunicado que se aparecerá a una vidente que allí reside con su esposo. A partir de esas supuestas revelaciones entregadas por la Virgen María a una mujer norteamericana de nombre Maureen Sweeney Kyle, en una localidad cercana a Cleveland, en los Estados Unidos, en un lugar de nombre “Maranathá” falsamente llamado “santuario”, pues no lo es, han surgido dos sectas de tipo cristiano: una en Estados Unidos con el nombre de “Holy Love Ministries” que se dice ser ecuménica, y la otra asentada en México de nombre “Confraternidad de los corazones unidos de Jesús y de María” que se dice ser católica. Los adeptos, en sus comunicados internos, se extienden unos a otros la “Unción de San Miguel”, una cosa que ni es litúrgica ni devocional, pues San Miguel es el Arcángel que expulsó del Cielo a los ángeles caídos; en su iconografía representa el triunfo de la Iglesia sobre las fuerzas del mal y nunca ha ungido a nadie. Cleveland es una diócesis con Catedral y con Obispo como lo establece el Código de Derecho Canónico, pero el obispo nunca ha reconocido como “católico” a ese grupo que opera en su sede eclesiástica. A su vez, la secta desprecia a la autoridad episcopal, y sus seguidores afirman que la Virgen los ha elegido como “su Resto Fiel” y les ha recomendado a través de la supuesta vidente guardar distancia, tanto del obispo como de la curia. El actual obispo de Cleveland es Monseñor Richard Gerard Lennon, quien lleva en el cargo trece meses pues desde finales de mayo de 2006 sucedió a Monseñor Anthony M. Pilla. El canciller de la diócesis ha sido, durante el gobierno pastoral de ambos obispos, el Padre Ralph Wiatrowsky. Tanto los Holy Love Ministries como la Confraternidad se quejan de que Monseñor Pilla no quiso recibirlos jamás y le culpan de desconocerlos por razones que atribuyen a su carácter; aunque tampoco han querido establecer lazos con Monseñor Lennon. Ambas sectas dicen a sus seguidores que no requieren de la autorización del obispo de Cleveland porque los desprecia, pero les ocultan el contenido de una carta fechada el 23 de febrero de 2004, dirigida al Padre Lawrence Jurcak, de la diócesis de Cleveland, con copia al obispo Anthony M. Pilla, al Padre canciller Ralph Wiatrowski y a la secretaria Rita Mary Harwood, firmada por quien se presenta como el abogado de Maureen Sweeney Kyle y del grupo Holy Love Ministries, en la que asevera que el Obispo no tiene derecho a fijar normas a una organización religiosa que “no está afiliada a la Iglesia Católica Romana de Cleveland” y que aún si el grupo deseara identificarse como católico, el obispo tampoco tendría autoridad sobre ellos, pues la palabra “católico”, se afirma en la carta, “no es una marca registrada de la Iglesia Católica Romana”. Luego el texto amenaza cuando dice que “mis clientes no tienen opción sino tomar acciones legales [...] y dados los muchos problemas en la diócesis de Cleveland, una embarazosa situación más no la necesitan ni la Iglesia de Cleveland ni el obispo Pilla” y, finalmente, establece un ultimátum cuando menciona que “si no escuchamos de ustedes o de sus abogados para el 8 de marzo de 2004 no tendré alternativa sino la de seguir instrucciones de mis clientes para tomar las apropiadas acciones legales”.

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Es difícil comprender que una vidente, que dice recibir mensajes celestiales de amor y fraternidad, disponga de un abogado que amenaza al obispo de su diócesis. El desmoronamiento de la secta inició hacia junio de 2007, cuando el sacerdote católico que habían involucrado en la secta con el título de “líder espiritual de la Confraternidad” les fue retirado por el Superior de los Oblatos de María Inmaculada, legítima congregación a la que pertenece. Mientras la secta continúa derrumbándose, todavía algunos seguidores y adeptos se siguen impartiendo en sus comunicados la Unción de San Miguel, en tanto que la vidente dice tener visiones de varios santos, de Jesucristo, y últimamente, de Dios Padre, el Creador del Universo.

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“Voz en el desierto” Sabemos de un solo hombre que verdaderamente impactó a Jesús de Nazaret. Ni Poncio Pilato, investido de poder romano con los ejércitos del César a sus órdenes e implacable con la cruz; ni Herodes Antipas, respaldado y sostenido por Roma como Tetrarca de Galilea; ni Anás y Caifás, sumos sacerdotes del templo de Jerusalén, investidos del poder divino del Todopoderoso. Ninguno de ellos impresionó al Hijo del carpintero. A Pilato, Jesús le respondió que en sus manos nada tenía, luego de que le advirtiera que poseía el poder de salvarle la vida o de arrancársela en una cruz; a Herodes no le dirigió una palabra cuando le exigió un milagro o un prodigio; a los sumos sacerdotes les echó en cara que habían convertido la Casa del Padre en una cueva de bandidos. ¿Qué dijo o qué hizo, en cambio, aquel hombre, como para impactar al Señor al grado de arrancarle la expresión: “-Yo les aseguro que no ha habido, ni habrá hombre nacido de mujer, mayor que Juan el Bautista”-? Juan vestía una piel de camello con un cinturón de cuero y era vecino de Nazaret. En el desierto había vivido una experiencia extraordinaria de Dios y allí mismo supo que él sería el último de los profetas para que a su término comenzara el tiempo mesiánico. Dios así le reveló que crecería mucho pero que después tendría que descender para diluirse en la historia de Cristo. Juan era voz de “Aquél que clama en el desierto”, era la voz de Dios, voz del llamado silencioso y de la música callada de quien desde el desierto llama al encuentro de la intimidad divina y humana entre Creador y creatura. Siglos atrás, Dios había liberado a su Pueblo del cautiverio en Egipto. Guiados por el profeta Moisés, los israelitas habían pasado en medio de las aguas del mar para después ser conducidos a la cita del desierto. Así cumplió Dios fielmente la Alianza pactada con el pueblo que siempre le había sido infiel. Algunos siguieron a Moisés, mientras que otros se quedaron instalados en la seguridad que Egipto, mal que bien, les ofrecía. Los que le siguieron se encontraron en el desierto con Dios, luego de purificarlos en las aguas del mar, para acompañarlos de la mano hasta la tierra prometida, tierra de libertad. Después pasaron los siglos y con ellos la fidelidad a la Alianza y a Dios. Esta vez acomodado en la seguridad que Israel ofrecía, pero con su religiosidad corrompida por sus sacerdotes, el Pueblo se veía excluido por una amplia diversidad de normas, sentencias y ritualismos. Era preciso desarrollar un nuevo éxodo liberador de una esclavitud que surgía desde el interior del Pueblo mismo, una caminata hacia el desierto que provocara la vivencia de una renovada experiencia purificadora a través de las aguas que lavan el cuerpo pero también el espíritu de quien se deja envolver por ellas. Así apareció Juan para convocar al desierto a todos los que se dejaran guiar en seguida de hundirse en el río Jordán, confesar sus caídas y pecados para luego, recién bautizados, adentrarse en la experiencia desértica del encuentro con Dios allí donde nada hay, allí donde sólo hay desierto, pero allí donde Dios suele hablar al oído y ser escuchado cuando dice: “Eres mi hijo, siempre te he esperado con los brazos abiertos desde antes de que a mí regresaras, pues te amo con infinita ternura y así te amaré por siempre”. El Bautista pasó por encima de la autoridad del templo, sin siquiera mirar a los sumos sacerdotes, provocando un conflicto con el centro del poder. Los sacerdotes vieron amenazada su autoridad, se apresuraron a notificarle a Herodes del acontecimiento rebelde en su territorio y el Tetrarca obtuvo el apoyo de la autoridad romana para mantener cautivo a Juan como un preso político inconveniente a la hegemonía del imperio.

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Antes de morir decapitado en las mazmorras del Herodium, Juan el Bautista logró hacer lo que tanto impactó a Jesús: expresar que él no era más que la voz de Dios en el desierto, señalar al Mesías que llegaba a dar plenitud al tiempo, hacer notar que él había bautizado con agua pero que el Redentor lo haría con el fuego del amor de Dios, hacerse pequeño para que Dios hecho hombre engrandeciera al hombre, decir lo conveniente que es disminuirse a fin de que Cristo crezca, y finalmente... perder la cabeza por Aquél que clama en el desierto. San Juan Bautista es el único santo, además de san José, que se celebra en dos fechas del año litúrgico: su martirio, el 29 de agosto; y su natividad, el 24 de junio.

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“Un no sé qué” Por la estricta observancia del ministerio sacerdotal, por la amable manera de vivir la común unión con Dios, por el diálogo que siempre re-crea y enamora y por la profunda espiritualidad que contiene como legado ancestral de Orden contemplativa, el Carmelo es uno de los tesoros que la Iglesia guarda. El 16 de julio se celebra la Fiesta de Nuestra Señora la Virgen del Carmen y las festividades se extienden todo el mes, considerado ya como mes del Carmelo, en nuestros días. Ya desde siglos atrás, la tradición escriturística del Antiguo Testamento relaciona íntimamente al Monte Carmelo, en Israel, con el profeta Elías. Para el siglo XII algunas comunidades ya se habían establecido en las faldas de la montaña a fin de vivir una vida de ermitaños regidos por una regla común que sería aprobada por el Romano Pontífice en el año 1209. Así había nacido la Orden del Carmelo y los carmelitas, siempre bajo la protección de la santísima Virgen María de Nazaret, Madre de los contemplativos. La historia de la Orden alcanzaría las cumbres de su preciado Monte durante el tiempo de la Contrarreforma cuando, vistiendo hábitos color café con capas en tono marfil, surgieron de la contemplación las dos grandes figuras descalzas que han dado a la mística el mayor esplendor en dos mil años de cristianismo: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. España les vio nacer y les tiene, con gran gloria, por hijos suyos. Ella nació en Ávila en 1515 y él en Fontiveros en 1542. Teresa murió 47 años después de nacida y Juan a los 49. El Siglo de Oro español fue testigo de que las palabras podían transformarse en pinturas que ilustran imágenes y en notas musicales que crean armonías con las plumas convertidas en pinceles y en batutas en las manos de Juan y de Teresa. San Juan de la Cruz, como místico de altísimos alcances, narra su personal experiencia de Dios a través de sus escritos, en los que nos hace gustar su propio gusto, por ejemplo, de la siguiente manera: “Hace tal obra el amor después que le conocí, que, si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor, y al alma transforma en sí; y así, en su llama sabrosa, la cual en mí estoy sintiendo, apriesa, sin dejar cosa, todo me voy consumiendo.” Pero con toda la vasta riqueza de su prosa y de su poesía, el Primer Descalzo se halla incapaz de definir con palabras lo que la experiencia de Dios deja como huella perenne en la creatura, y sólo alcanza a expresar que consiste en “un no sé qué”: “Por lo que por el sentido puede acá comprehenderse, y todo lo que entenderse, aunque sea muy subido, ni por gracia y hermosura yo nunca me perderé, sino por un no sé qué que se halla por ventura.” Santa Teresa, tocada en alma y en cuerpo por Dios, plasmada su experiencia mística de la “transverberación” por Lorenzo Bernini el escultor, y expuesta para su contemplación en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias en Roma, así describe con palabras la experiencia del infinito amor de Dios, vivida por ella misma, pues todos sus textos aleccionan sobre el gran amor que profesó en vida, pues toda ella siempre quiso ser de Dios y solamente de Dios, que en respuesta, la llena y la enamora: “Tirome con una flecha enherbolada de amor, y mi alma quedó hecha una con su Creador. Yo ya no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado, y mi Amado es para mí, y yo soy para mi Amado.” Con seguridad, de los escritos de La Santa, como le llaman en Ávila, su tierra natal y amurallada, el que es conocido por todos es aquél en el que afirma que “Sólo Dios basta”. En un pequeño verso ella logra expresar la paz que de Dios emana para confortar a su creatura, y el mismo escrito lo solía recomendar para pedir a Dios paciencia en las adversidades: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.”

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San Juan y Santa Teresa se entregaron en todo a Dios, en un abandono de vida entera, y el mes de julio contiene la particularidad, para quien pone su atención amorosa en Dios, de predisponerlo a comprender, con un acento especial en el día 16, Fiesta de la Virgen del Carmen, que sólo Dios basta y que se hace gustar justamente como un no sé qué, que se halla por ventura.

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“Discriminación por creer” México es un país que suele presentarse ante la Comunidad de las naciones como un Estado respetuoso de los derechos humanos y de las garantías individuales. Se ostenta como una nación en la que a nadie se discrimina por su raza, estrato social, educación, cultura o creencias; en la que el Estado se dice garante de un respeto igual, sin distinciones e imparcial hacia todos sus ciudadanos, a quienes les reconoce todos y cada uno de sus derechos, por el sencillo acontecimiento de ser personas nacidas en su territorio. La nación mexicana se hace incluir en el grupo de los países que forman parte del proceso de globalización, y así goza del reconocimiento del consenso de las naciones, porque se hace considerar como uno de países integrados al llamado Primer Mundo, como grupo de elite entre los demás, porque han superado las antiguas formas de gobierno totalitarias, despóticas y dictatoriales de siglos pasados. Sin embargo de lo anterior, México es una nación cuyo gobierno mantiene vigente una ley que se llama “Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público” hacia la que acaba de manifestar su indisposición a modificar los artículos que notoriamente son violatorios de derechos humanos y discriminatorios, no obstante que la misma ley expresa en su artículo 2º inciso C que “El Estado Mexicano garantiza a favor del individuo... ...no ser objeto de discriminación u hostilidad por causa de sus creencias religiosas”; que en su inciso F dice garantizar el derecho y libertad de “Asociarse o reunirse pacíficamente con fines religiosos” y que en su artículo 6º dice que las asociaciones religiosas “podrán gozar igualmente de personalidad jurídica” y que “son iguales ante la ley en derechos y obligaciones”. Pero esta ley discrimina a mexicanos cuando establece en su artículo 14 que queda prohibido a “los ministros de culto asociarse con fines políticos” así como “realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna” en lo que claramente constituye un candado a la manifestación de sus ideas y convicciones por el único hecho de ser sacerdotes o religiosos. Discrimina igualmente la ley a los mexicanos cuando en su artículo 15 les prohíbe, sólo por sus creencias y actividad, lo siguiente: “Los ministros de culto, sus ascendientes, descendientes, hermanos, cónyuges, así como las asociaciones religiosas a las que aquellos pertenezcan, serán incapaces para heredar por testamento, de las personas a quienes los propios ministros hayan dirigido o auxiliado espiritualmente y no tengan parentesco dentro del cuarto grado” pero discrimina también a todos aquellos mexicanos que deseen heredar sus bienes a quienes mejor les plazca. Queda discriminado, sin razón alguna establecida, aparte de sus creencias y actividad religiosa, todo mexicano que debe acatar la prohibición del artículo 16 cuando establece que “Las asociaciones religiosas y los ministros de culto no podrán poseer o administrar, por sí o por interpósita persona, concesiones para la explotación de estaciones de radio, televisión o cualquier tipo de telecomunicación, ni adquirir, poseer o administrar cualquiera de los medios de comunicación masiva”. Luego, el mismo artículo excluye de la prohibición las publicaciones impresas de carácter religioso, seguramente porque la intolerancia a la garantía de imprenta es muy representativa de los regímenes dictatoriales. Discrimina la ley a los mexicanos que desempeñan un servicio público cuando, en su artículo 25 establece que las autoridades “no podrán asistir con carácter oficial a ningún acto religioso de culto público, ni a actividad que tenga motivos o propósitos similares” no obstante que todos los jefes de Estado acudieron a la Misa de exequias por el fallecido Papa Juan Pablo II. Vuelve a discriminar a los mexicanos que desempeñan su trabajo en el Servicio Exterior cuando establece que “En los casos de prácticas diplomáticas, se limitarán al cumplimiento de la misión que tengan encomendada” a pesar de que todo el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede debe acudir a las celebraciones eucarísticas, a las que son invitados como tales, que preside el Romano Pontífice. 83

El quehacer del Estado mexicano, en materia de asuntos religiosos se dice guiar por los principios de libertad religiosa y se llama a sí mismo congruente con la codificación internacional en materia de derechos humanos. Igualmente presume que su carácter laico le permite garantizar la inmunidad de coacción de la persona frente al Estado en la esfera de la conciencia, que es donde nacen y trascienden las convicciones religiosas. No obstante lo que afirma el Estado, su Ley presenta severas discriminaciones, todavía a principios de la segunda década del siglo XX, hacia algunos mexicanos sólo por creer en el Dios en quien aseveran, con valor, creer. Es necesario, por congruencia y por justicia, modificar esta ley.

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“Akeropyta” En el barrio de Tlaxpana en la ciudad de México, sobre la calle Axayácatl, a unos metros del Circuito Interior y a cinco cuadras de la calzada México-Tacuba, se encuentra la Capilla del Divino Rostro, una iglesia neogótica de airosas y espigadas torres, que en su interior contiene una copia fiel, tocada al original que es mundialmente conocido como el lienzo de la Verónica, que muestra el Santo Rostro de Jesucristo. Esta valiosa pieza fue regalada a la nación mexicana por el Papa San Pío X en 1913, gracias a una piadosa mujer que había viajado a Roma para obsequiarle al Santo Padre una imagen de la Virgen de Guadalupe y a pedir sus oraciones pues México se hallaba inmerso en la guerra con motivo de la revolución. El Papa correspondió al gesto con el obsequio del Divino Rostro. Una vez llegado a México el regalo pontificio, se inició la edificación de su capilla en 1924 para concluirse en 1954. Hoy, a casi cien años de su presencia en la Nación, allí permanece tal tesoro, recientemente sometido a trabajos de conservación por manos expertas y luego colocado nuevamente, enmarcado en plata, en lo alto del retablo principal de la capilla de la que es capellán el Padre Miguel Camín Garnica. Al otro lado del mar se encuentra Manopello, un poblado de Italia sumergido entre las espléndidas y verdes montañas del valle del Abruzzo, lugar donde se refleja en la naturaleza la grandiosidad de Dios. Allí hay una capilla de frailes capuchinos que contiene una de las reliquias más importantes de la cristiandad. Esa capilla es el Santuario del Santo Rostro, donde desde hace cinco siglos se conserva un velo de tela que en los últimos años ha captado la atención de estudiosos e investigadores que han intentado develar el misterio de esta imagen, idéntica por ambos lados, que presenta el rostro de Cristo resucitado. Sobre la tela no se han encontrado restos de pigmentos o pinturas ni de tejidos o bordados, por lo que puede afirmarse que es una imagen de tipo akeropyta, es decir (en griego), no hecha por mano humana. Allí acudió el Papa Benedicto XVI, en septiembre de 2006, para postrarse de rodillas ante la imagen. Dos extraordinarios personajes de nuestro tiempo se han convertido en grandes expertos y conocedores del Santo Rostro de Manopello. Uno de ellos es la monja trapense Blandina Paschalis Schloemer y el otro es el jesuita alemán Heinrich Pfeiffer, quien fuera por más de nueve años Director de Arte Sacro de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, reconocido ampliamente por sus magníficos trabajos de investigación en las obras de Rafaello y de Miguel Ángel y quien en el próximo mes de octubre presentará en los Museos Vaticanos su libro más reciente, fruto de sus investigaciones sobre el contenido teológico y litúrgico de los frescos de la Capilla Sixtina. Ambos expertos conocen de la coincidencia exacta del rostro de la Sábana Santa con el Rostro de Manopello. Sor Schloemer afirma que cualquier punto del velo de Manopello coincide con un punto exacto de la Sábana Santa de Turín pues todo punto corresponde a un punto concreto y si ambas imágenes, akeropytas las dos, se sobreponen, se pueden hacer coincidir los dos rostros en mil puntos. El Padre Pfeiffer afirma que la tela de Manopello corresponde al lienzo que se colocó sobre la Sábana Santa en el sepulcro y en el que quedó impresa la imagen de Cristo en el momento en que despertó de la muerte. Asevera que las fotografías utilizadas durante las investigaciones solamente logran destacar la transparencia del velo o las características del Rostro, pero que cuando uno se encuentra delante del original puede mirarse tanto la transparencia como el Rostro por ambas caras de la tela y dice que al verlo “se tiene la impresión de que hay un hombre vivo detrás del velo. Es una cosa impresionante por maravillosa, divina y humana al mismo tiempo. Es un rostro que te mira en tu interior y te cambia el alma”.

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El Padre Miguel Camín, capellán de la Capilla del Divino Rostro en México, convocó al Padre Heinrich Pfeiffer, quien suele vivir en Roma en atención a sus cargos en la Universidad Gregoriana, para que expusiera en conferencia, en la misma Capilla, el resultado de sus vastas investigaciones. También son akeropytas las imágenes de la Sábana Santa de Turín y la de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, y a dos mil años del acontecimiento de la Muerte y Resurrección del Señor todavía sorprenden y continúan bajo investigaciones de teólogos y de científicos cada una de esas imágenes que se muestran a sí mismas como... akeropytas.

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“Lenguaje encriptado” Al final de la guerra fría, las minorías poderosas que llevan el timón de la gobernabilidad mundial desde 1989, arropadas bajo las siglas de la Organización de las Naciones Unidas y mostrando siempre ese rostro, el único que es institucionalmente visible, han puesto en marcha una revolución cultural global consistente en sustituir los tradicionales valores cristianos de occidente por la llamada “Nueva ética mundial”. Se trata de un sistema ético postmoderno que pretende ser radicalmente postjudeo-cristiano a partir de imponer la idea de que la Tradición de la Fe ha quedado en el pasado y que ha llegado el tiempo de superarla con novedosas normas. En pocos años ha proliferado al grado de que ya rige a las diversas culturas del mundo. La llamada Nueva Ética Mundial amalgama nuevas palabras, nuevos paradigmas, normas, valores, estilos de vida, métodos educativos y procesos de gobernabilidad que ya se han extendido e impuesto por todo el mundo. Para lograr poliferar utiliza un lenguaje habilidosamente encriptado que encierra un segundo sentido y que por debajo de la mesa contiene su verdadera expresión con un concepto que es totalmente distinto al que en apariencia expresa. Es apenas la primera fase de un proceso que promete ser creciente. La segunda fase consiste en la desvirtualización de los valores esenciales para sustituirlos por los nuevos paradigmas, fase que ya ha iniciado. Durante la guerra fría el marxismo-comunismo y el socialismo habían perseguido a las Organizaciones No Gubernamentales que entonces surgían como reclamos del respeto a los Derechos Humanos, tan desdeñados por los regímenes totalitarios, y luego las calificaron como “aberraciones” liberales. Pero hoy muchas de las llamadas Organizaciones No Gubernamentales se han convertido en caldo de cultivo para la proliferación de esta nueva ética mundial, sin que estén enteradas de ello, pues el nuevo lenguaje encriptado se presta para que pueda ser utilizado por muchas organizaciones, que si bien pretenden actuar de buena fe, tienden a seguir las nuevas normas sin analizar cuidadosamente su origen ni sus implicaciones. La mayoría de las ONG´s ni siquiera han hecho un ejercicio de discernimiento adecuado de términos y expresiones. Estos nuevos paradigmas post-modernos desestabilizan a los anteriores paradigmas al grado de que, como he mencionado, rigen ya las culturas y han “superado” a los precedentes conceptos y valores. Enseguida algunos ejemplos de este lenguaje encriptado: De Gobierno se pasa a Gobernabilidad, de Democracia representativa a Democracia participativa, de Autoridad a Autonomía y luego a Derechos individuales, de Esposos a Pareja, de Felicidad a Calidad de vida, de La Familia a Uniones de convivencia, de Padres a Reproductores, de La Caridad a Los Derechos, de La Identidad cultural a La Diversidad cultural, de Voto mayoritario a Consenso de la población, de Confrontación a Diálogo, de Seguridad internacional a Seguridad humana, de Embrión humano a Embarazo no deseado, de Control poblacional a Salud reproductiva, de Dios a Energías cósmicas, de Libertad religiosa a Laicidad del Estado, de Valores Universales a Ética mundial. Como puede apreciarse en forma tan evidente, se trata de una nueva escala de valores impuesta a todos con la magnitud de una revolución cultural mundial. De aquí la sorpresa constante de muchos que no hallan explicaciones a lo que está sucediendo y sus intentos variados por definir a este fenómeno. El Papa Benedicto XVI le ha llamado “Dictadura del relativismo” y su predecesor, Juan Pablo II, se refería a todo este fenómeno con el término muy descriptivo de “Cultura de la muerte”. Las implicaciones de este lenguaje encriptado son complejas y se han transformado en principios dinámicos de acción que ya han llevado a transformaciones concretas e irreversibles en todos los sectores de 87

la vida socioeconómica y política. Las aparentes formas de sus contenidos semánticos, maquillados como recientes formas de “apertura a la modernidad” y enmascarados como novedosísimos modos de ingreso a una nueva “fiesta de la humanidad”, provocan que muchos, con la inocencia que la ignorancia proporciona, los acepten de inmediato como avances ideológicos y se sumen con inusitado entusiasmo a lo que es presentado como maduras conquistas. La verdad es que el objeto inmediato de la nueva ética mundial es la erosión de la Fe y el descrédito hacia todas las instituciones religiosas, la Iglesia de Roma como primer objetivo. Nunca, tan sutilmente como ahora, la espiritualidad había sido el blanco a destruir, pues se trata de presentar los valores cristianos como caducas formas de relación y de convivencia. En México, durante el desarrollo del Forum Universal de las Culturas Monterrey 2007, del 20 de septiembre al 8 de diciembre, se efectuaron los primeros intentos de infiltración, para gestar desde allí, la inducción a la sociedad mexicana de este novedoso lenguaje encriptado.

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“El Sumo Sacerdote” Se hacía llamar Caifás aunque su nombre era José. Fue el sumo sacerdote judío del año 18 al 36, cuarto sucesor de su suegro Anás y quien hizo que se decidiera el arresto y condenación de Jesús. Era considerado en su tiempo como la máxima autoridad religiosa. En aquellos años había dos principales escuelas teológicas: la del rabino Shammai, más rigurosa, que interpretaba las palabras del Deuteronomio en sentido restrictivo, y la del rabino Hillel, más generosa y piadosa en la interpretación de las escrituras y más bondadosa en el trato hacia todos. El sumo sacerdote simpatizaba con la enseñanza de Shammai porque la dureza en la estricta observancia de los textos sagrados y de la ley le permitía mantener una postura de desdén hacia el pueblo, de quienes recibía, en cambio, toda clase de ofrendas y de muestras de admiración. Aquel pueblo teocéntrico podía hacer lo que fuera con tal de estar bien con Dios. Sin percatarse de ello, su fe se había transformado en una pleitesía que entregaba al Sumo Sacerdote, quien, por su parte, había ido convirtiendo su sacerdocio en una monarquía. La ciudad Santa de Jerusalén, hundida en el valle de Tyropeón, se dominaba con la vista desde el borde de una gran pendiente que la predecía, lugar donde surgían dos palacios espléndidos, muy cerca uno del otro y rodeados por un muro. Ambos pertenecían al Sumo Sacerdote. La entrada estaba vigilada por guardias, nadie podía entrar y era común escuchar, entre los pobres creyentes fieles a aquel “grandioso sacerdote” que decía servirles pero que en verdad “se servía” del pueblo a su cuidado confiado, este diálogo: -¿Estás loco? ¿Pretendes ir a ver al Sumo Sacerdote? La gente como tú no entra allí, no te permitirán entrar y te echarán como a un perro. Él es grande y rico, saca dinero de todas las ofrendas que la gente lleva al Templo, todos los comerciantes tienen que pagar. Él no puede perder su tiempo con un pobre como tú, él sólo recibe a magnates y políticos. Solamente tiene amigos poderosos-. Roma había ocupado Israel; César era el nuevo soberano y había enviado como Pretor a Poncio Pilato para gobernar su recién conquistada provincia, administrar la justicia y cobrar el tributo debido ahora al emperador romano. Pilato se había caracterizado por su sanguinaria manera de gobernar con el empleo constante de la cruz como instrumento de tortura y muerte para quienes no podían pagar el tributo o se oponían a ello. El pueblo se encontraba pobre y hambriento pero no perdía su fe en Dios. Los romanos habían establecido un pacto con Herodes quien, a cambio de permanecer como una especie de “rey” en la provincia de Galilea, aseguraba la recolección del tributo y la estabilidad pacífica manteniendo al pueblo en orden. Caifás también llamado “el Honorable” solía decir que los romanos eran unos “perros paganos e idólatras”, que Herodes era un “perro rabioso”, y los herodianos “su jauría”. Sin embargo, aquel Sumo Sacerdote había sabido relacionarse con todos y debía ser consecuente con todo. En lo secreto era amigo de Pilato y en lo oculto era amigo de Herodes. Bebía y comía con ambos, aunque por separado pues, como una zorra, solía expresarse mal de los unos en ausencia de los otros. A todos complacía y con todos se complacía, con todos menos con el pueblo, porque su estrado tenía sus orígenes allí mismo, por eso sentía tanto desprecio por los pobres y pequeños, ante quienes él se engrandecía y por quienes era endiosado. El Sumo Sacerdote había ido perdiendo la capacidad de mirar a los ojos a la gente del pueblo. Cuando se animaban a saludarlo, luego de una celebración religiosa, les extendía la mano para que le besaran el anillo que, como gran jerarca, le ungía; siempre sin mirar a los ojos. En su enseñanza se había olvidado de Dios, sólo hablaba de la hegemonía que ejercía y que no quería perder. Ya a nadie escuchaba y a todos excluía. Se había constituido a sí mismo como administrador del amor de Dios. Se había concentrado más en ser gobernante que en ser Pastor. 89

Un día apareció en el desierto Juan, un hombre llamado “el Bautista” que a todos convocaba, a partir del verdadero Amor de Dios, preparando al Pueblo para la llegada del Mesías tan esperado. Caifás, en contubernio con Herodes, lo mandó matar. El 7 de Abril del año 30 tuvo frente a él a Jesús, a quien preguntó si era el hijo de Dios. Cuando le escuchó responder firmemente que sí, en contubernio con Pilato le mandó crucificar. En el año 70 su espléndido palacio fue destruido.

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“El Anticristo” Con el Anticristo sucede lo que con los ángeles o con el demonio, cuando son considerados simplemente como la creaturización de un concepto o de una idea de la que se ha elaborado una imagen, a fin de representarles mediante su personificación simbólica. Así, un ángel sería Mensaje de Dios, en tanto que el demonio sería presencia del mal; ambos personalizados por su creaturización previamente elaborada. En el caso del Anticristo, buena parte de los teólogos coincide en que sería una representación de aquellas realidades o circunstancias que se oponen al cristianismo y al plan salvífico de Dios. En este esquema encajarían, sin problema, personajes históricos como César Nerón, Napoleón o Adolph Hitler, porque por sus acciones parecen llenar las características del Anticristo. Pero teólogos más conocedores de los contenidos escatológicos y apocalípticos en las Sagradas escrituras de la tradición judeo-cristiana, encuentran fundamento para afirmar que tanto los ángeles como el demonio son “verdad de fe” porque no está sujeta su existencia a interpretaciones que les niegue su personalidad real y auténtica, y que el Anticristo será, igualmente, una persona. Graduado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, José Alberto Villasana Munguía acaba de presentar una investigación sustentada en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio de la Iglesia, que sobre el tema del Anticristo, es lo más reciente hasta nuestros días. Publicada en dos tomos, Parusía, el inminente retorno de Cristo e Israel y los últimos tiempos, la investigación no se queda en la definición de lo que el Anticristo es, pues trasciende el concepto y llega a definir sus características, su tarea, su desempeño y también su derrota y fin. El Catecismo de la Iglesia Católica, documento de carácter “oficial” que no admite ya interpretaciones adicionales, pues el Catecismo es, de suyo, la interpretación, manifiesta en sus incisos 675 y 676 lo siguiente: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el -misterio de iniquidad- bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne. Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo, sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, -intrínsecamente perverso-”. Por su parte, José Alberto Villasana explica, con fundamento escriturístico, que “el Anticristo será una persona con las siguientes características: recibirá el poder de Satanás (Ap 13, 2); se hará adorar como Dios (2 Ts 2, 4); será abatido de muerte y al tercer día se levantará (Ap 13, 12 y 14); su reinado durará tres años y medio (Ap 13, 5); realizará prodigios embaucadores, promoverá la unión de las religiones y el número de su nombre es 666” y destaca que el Anticristo será el líder de “el Nuevo Orden Mundial que pretende integrar todas las tendencias culturales y religiosas en una silenciosa revolución económica y política que reduce los valores cristianos al denominador común de un humanismo reductivo y horizontal”. Durante el gobierno del Anticristo tendría lugar la “impostura religiosa” a la que se refiere el Catecismo de la Iglesia Católica hasta llegar a una “apostasía de la verdad”, entendiendo ambas expresiones como una postura ante la vida desligada de formas religiosas auténticas así como negar con insistencia todo lo que es la verdad. 91

Villasana destaca que: “Previo a las acciones del Anticristo se prepara el ambiente para su llegada en cuatro fases: 1) Rechazo de religiones tradicionales, sobre todo el cristianismo, bajo la fórmula Cristo sí, Iglesia no. 2) Promoción de disciplinas orientalistas bajo la fórmula Dios sí, Cristo no. 3) Promoción de la religiosidad sin un Dios personal bajo la fórmula Religión sí, Dios no. 4) Sustitución de lo sagrado por novedosas pseudo disciplinas religiosas como el esoterismo, el gnosticismo y la magia bajo la fórmula Lo sagrado sí, la religión no.” Por como ya algunos reniegan ahora de la verdad, con dosis de impostura religiosa, se pudiera percibir como probablemente cercana “la fecha que nadie conoce” así como la profetizada llegada del Anticristo.

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“El Padre Pío” -¿Quién es este pequeño fraile?- es la pregunta de peregrinos y turistas que, de visita en Roma, se encuentran con una estatuilla que inunda tiendas y calles de la Ciudad Eterna, y que muchos adquieren, con devoción, para llevarla a sus hogares o en cumplimiento de algún encargo. Se trata de una figura encorvada, canosa, barbada, bañada por el hábito franciscano y con manos cubiertas por guantes que dejan libres los dedos. A la pregunta, la respuesta suele ser sorpresiva, porque quien preguntó no le conoce, pero animosa y con alegre entusiasmo: -¡Es el Padre Pío, san Pío de Pietrelcina, un gran santo que canonizó Juan Pablo II! ¡Muy milagroso! ¡Muy querido en toda Italia!-. En efecto, fue canonizado el 16 de junio de 2002, luego de que fuera beatificado, también por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. La fecha de su celebración es el 23 de septiembre. La figura del Padre Pío es atractiva por la manera en que se fue santificando en vida, pero su historia se rodea de muchas cosas que son atrayentes para quien comienza a conocerle. Se dice de él que profetizó que el joven seminarista Karol Wojtila sería Papa; se cuenta que en el confesionario conocía los pecados antes de escucharlos; que mantenía una batalla personal contra el demonio; que podía decir a los familiares de los soldados en la guerra si continuaban con vida o si ya habían muerto; que logró obtener de Dios varios milagros de curaciones; que comenzó la construcción de un hospital, con capacidad para ocho mil camas, con tan sólo una moneda; que tenía el don de bilocación; que se les aparecía a los moribundos en la guerra; que hoy se sigue apareciendo a varios enfermos en los hospitales y que sigue siendo un poderoso intercesor, ante Dios, de quienes sufren y a él se confían. Su nombre en el siglo (como se dice en ambientes conventuales) fue Francesco Forgione. Nació en Pietrelcina, Italia, el 25 de mayo de 1887 y murió en su convento de San Giovanni Rotondo 81 años más tarde, a las 2:30 horas de la madrugada del 23 de septiembre de 1968, al caer el rosario que sostenía en sus manos, luego de recibir el sacramento de la Unción y después de que pidiera a su confesor, fray Pellegrino, con voz lenta y cansada: -“Si el Señor me llama hoy, pídeles perdón, en mi nombre, a mis hermanos del convento y a todos mis hijos espirituales por las molestias que les di y pídeles una oración por mi alma”-. Al momento comenzaron a tocar las campanas del convento. En pocos minutos la ciudad estaba iluminada. Enseguida la noticia se difundió por todo el mundo. De día y de noche permanecieron abiertas las puertas de la iglesia para acoger a las más de cien mil personas que acudieron a San Giovanni Rotondo para verlo por última vez. Los funerales tuvieron que durar varios días pues la asistencia fue multitudinaria. El Padre Pío ya era considerado, en vida, un Santo. Se llama “olor” de santidad. Tres días antes de morir, el 20 de septiembre, se había celebrado el 50 aniversario de la aparición de los estigmas de Jesucristo en sus pies, manos y costado. El día 22 celebró la Misa y los estigmas habían desparecido, lo que le hizo saber que se encontraba en la noche de su vida. Cada paso que daba implicaba un ataque de tos que le hizo decir a sus hermanos capuchinos, que lo tenían que llevar en silla de ruedas: “dentro de poco ya no tendrán que molestarse para acompañarme a decir Misa”-, pues esa misma noche regresaría a la Casa del Padre Eterno. Su vocación al sacerdocio la tuvo a los diez años de edad y a los 15 ingresó al convento de los frailes capuchinos en Morcone. Al año siguiente tomó el hábito de San Francisco y el nombre de Pío de Pietrelcina. Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de agosto de 1910 y celebró su primera Misa en la Catedral de Benevento. Decidió ofrecer su vida por el bien de la humanidad, sufrir por ello y buscar en la oración el verdadero alivio de las penas de los hombres. Los estigmas fueron la respuesta que Dios le dio, y con ellos vivió, tal como San Francisco de Asís. 93

Los estigmas habían provocado una rigurosa investigación por parte de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, de la Santa Sede. Su continuo sangrado y los procesos de indagación habían sido sus mayores dolores, pero la obediencia prometida y su gran amor a Cristo fueron su inquebrantable fortaleza.

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“Libertad religiosa para México” Un carrito de juguete, de esos que se conocen como “de fricción” requiere de dos o tres talladas contra el piso para poner en funcionamiento un mecanismo que, al colocar el cochecito en el suelo, lo hace desplazarse con notoria velocidad, pues la fuerza del impulso ha sido activada y sólo logra detenerse hasta terminar su carrera o topar con pared. Un resorte, mientras más fuerza de presión recibe, más alto y fuerte es su salto, pues cuanto mayor es la opresión que recibe, mayor es su respuesta para liberarse de la fuerza opresora. En ambos ejemplos, la fuerza liberada se ve y se siente en su carrera y en su salto, aunque la fuerza motora que les impulsa se mantenga invisible pues es ley científica de la que trata la Física. La libertad religiosa funciona de manera similar: cuando se le oprime o se le “talla contra el suelo” la respuesta de su reclamo también es siempre mayor a la fuerza opresora. La historia sabe dar cuenta de esta verdad, que ha incidido en los últimos años y con mayor demanda a partir del inicio del nuevo siglo, bajo el concepto universal de Libertad Religiosa que ya ha conseguido importantes espacios en los consensos internacionales sobre derechos humanos. La Oficina de Libertad Religiosa Internacional del Departamento de Estado de los Estados Unidos, en su último Informe Anual sobre Libertad Religiosa Internacional, luego de examinar la salvaguarda de la Libertad Religiosa en 197 países y territorios, y después de que en una introducción que acompaña el Informe, observa “avances significativos” en cuanto al respeto a la Libertad Religiosa, designa a ocho países como de “particular preocupación” porque se han visto implicados o han tolerado violaciones particularmente graves de la libertad religiosa. Estos países son: Birmania, China, Corea del Norte, Eritrea, Irán, Arabia Saudita, Sudán y Vietnam. A los ocho se suman, como de “preocupación” en menor grado: Cuba, Tíbet, Laos, Uzbekistán, Georgia e India. Las violaciones que el Informe considera como graves son: largas sentencias en prisión; azotes corporales; arrestos; discriminación en empleos; acceso a educación y a vivienda; restricciones a la libertad de expresión; limitaciones a las prácticas religiosas en lugares cerrados; hostigamiento a ministros de culto; restricciones a importación y distribución de literatura y material religioso; controles a publicaciones de las iglesias; restricciones de acceso a radio y televisión; prohibiciones a la educación religiosa y hostigamiento a laicos que tienen lazos con grupos religiosos. Sin embargo, y no obstante los avances significativos en varios países, como ha dejado claro el Informe, la Libertad Religiosa sigue ausente en muchos otros. En la lista de esos países discriminatorios de Libertad Religiosa, México habría ocupado fácilmente uno de los primeros lugares en el primer tercio del siglo pasado, cuando durante los gobiernos de Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón y Lázaro Cárdenas, se vivió una intolerancia religiosa que se desató en una persecución a la Fe cuando a sacerdotes y religiosos se les fusilaba o expulsaba del país y cuando las iglesias tuvieron que cerrarse y se celebraba Misa en la clandestinidad. Hace 16 años México también habría figurado en la lista, pues las leyes contenían severas prohibiciones hacia las prácticas religiosas. Si hoy México no aparece entre los países en los que se atenta contra la Libertad Religiosa se debe, entre otras cosas, a las reformas constitucionales de 1992, acontecimiento del que se celebra, en estos días, su 15º aniversario. El 21 de septiembre de 1992 la Secretaría de Relaciones Exteriores daba a conocer el siguiente comunicado conjunto adoptado por la Secretaría de Estado de la Santa Sede: “El gobierno de México y la Santa Sede, deseosos de promover relaciones de mutua amistad, han decidido establecer relaciones

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diplomáticas a nivel de embajada por parte de México y de nunciatura apostólica por parte de la Santa Sede”. El clima que hoy se vive en México entre leyes, gobierno e Iglesia, se define como de “tolerancia” aunque prevalecen severas prohibiciones en materia religiosa a la libertad de expresión de ministros de culto de las diversas iglesias, además de otros derechos civiles y políticos. Las opresiones a la religiosidad de un pueblo teocéntrico, como siempre ha sido México, se han traducido en motivos suficientes que con velocidad y fuerza reclaman eliminar de manera definitiva, a partir de una auténtica Reforma de Estado, las caducas conceptualizaciones de “libertad de culto”, “libertad de credo” y “tolerancia religiosa”, para dar paso a una auténtica “Libertad Religiosa”, aunque su fuerza sea invisible porque emana de la Ley Natural que es creación de Dios, pero que se hace evidentísima por la fuerza de su impulso.

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“Santa Teresa y Santa Teresita” Se les suele confundir porque se llamaban igual, porque ambas fueron monjas carmelitas, porque son santas y porque son Doctoras de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús era española y se le ubica en la historia hace más o menos 450 años, en tanto que santa Teresa del Niño Jesús era francesa y se le ubica hace poco más de cien. Algunos las distinguen gracias al diminutivo, y así diferencian a santa Teresa, de santa Teresita; otros las identifican por su origen y así distinguen a santa Teresa de Ávila, de santa Teresa de Lisieux; en tanto que otros más, especialmente quienes así se llaman, por las fechas de sus celebraciones, y así ubican a santa Teresa de Jesús el 15 de octubre y a santa Teresa del Niño Jesús el primero de octubre. Teresa de Cepeda y Ahumada, española, nació en Ávila el 12 de marzo de 1515. Como monja tomó el nombre de Teresa de Jesús y murió en Alba de Tormes el 15 de octubre de 1582. Fue beatificada por Paulo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622 y proclamada Doctora de la Iglesia por Paulo VI el 27 de septiembre de 1970. Teresa Martín Guerin, francesa, nació en Alencon el 2 de enero de 1873. Como monja tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz y murió en Lisieux el 30 de septiembre de 1897. El Papa Pío XI la beatificó en 1922, la canonizó en 1925 y la proclamó Patrona de las Misiones en 1927. Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia Universal el 19 de octubre de 1997. Santa Teresa de Jesús, en sus intentos por reformar al Carmelo para volver a la Regla inicial de estricta pobreza, fundó el Carmelo Descalzo, junto con san Juan de la Cruz. Sus escritos han sorprendido a creyentes y a no creyentes por su prosa y su poesía, pero seguramente lo que más distingue a Teresa fue la íntima relación de amor que estableció con Dios, al grado de experimentar la transverberación en su alma pero también en su cuerpo, como buena cuenta da de ello la escultura de Bernini que se contempla en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, en Roma, con una Teresa que yace, en medio de un éxtasis de harta contemplación, medio viva y medio muerta, medio despierta y medio dormida, medio en este mundo y medio en el otro, pero tocada por el amor de Dios, quien le entrega su divino mensaje a través de un ángel portador de un amoroso dardo que le traspasa el corazón. Leer a santa Teresa de Jesús asegura entrar a lo que no se conoce, para luego conocerlo. Escribe de manera tan deliciosa que hace reír a sus lectores a la vez que les ilustra y engrandece con sus descripciones místicas de su estrecha relación con Dios. Con absoluta certeza y vehemencia escribe: “Tengo experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la cruz y confiar en Él que en ella se puso. Hállole amigo verdadero y hállome con esto con un señorío que me parece podría resistir a todo el mundo que fuese contra mí, con no me faltar Dios”. Es ella la misma quien escribió que “Sólo Dios basta”. Santa Teresa del Niño Jesús ingresó al Carmelo a los 15 años de edad y moría nueve años después, luego de grandes dolores provocados por la tuberculosis, sin el auxilio de oxígeno proporcionado y sin paliativos para aminorar el dolor. Luego de una larga agonía miró al crucifijo que sostenía en sus manos y dijo: – ¡Le amo, cuánto le amo!-, para luego afirmar: – ¡No muero, entro en la vida!-. Teresita había dicho que con su muerte haría caer “una lluvia de rosas sobre la Tierra” y que pasaría “su cielo haciendo el bien en la Tierra”, y así es. Basta con buscarla para encontrarse con ella y responde con tal dedicación, entereza y amor, que empiezan a aparecer rosas rojas en el entorno de quien se le acerca para conocerla. Teresita alcanzó a comprender que la pequeñez y sencillez son gratas a la mirada de Dios, y que por eso los pequeños todo lo pueden en Él, porque les hace grandes. Escribió que “Vivir de amor es darse sin medida, sin reclamar salario aquí en la Tierra”, invitó a recibir a Dios, de manera tan dulce, como decirlo así: “¡Almas, que el amor os queme, al ver que el Dios inmortal se hace mortal por vosotras!” 97

Octubre es el mes dedicado a santa Teresa de Jesús y a santa Teresa del Niño Jesús.

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“Juan Cardenal Sandoval Íñiguez” Es cosa que gratamente sorprende constatar el cariño que el Pueblo de Guadalajara le tiene a su Arzobispo, quien en el año 2007 celebró su 50 aniversario de ordenación sacerdotal con Misa Solemne en la que de propia voz renovó sus promesas sacerdotales, las mismas que pronunciara hace 50 años, un 27 de octubre de 1957, en Roma. Es grato también constatar que en la Santa Sede se le considera como un hombre de especialísimas cualidades y capacidad de servicio, pues el Papa le ha ido confiando tareas y ministerios cada vez mayores en responsabilidad. Actualmente el cardenal Sandoval Iñiguez es consejero de los siguientes dicasterios: la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, la Congregación para la Educación Católica, el Pontificio Consejo de la Cultura, la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, la Comisión Pontificia para América Latina, el Consejo Postsinodal del Sínodo de América y la Fundación Populorum Progressio. Al cardenal Sandoval le gusta más celebrar el día de su Santo Patrono, san Juan de Capistrano, el 23 de octubre, que el día de su cumpleaños. Nació el 28 de marzo de 1933 en Yahualica, Jalisco. En 2011 cumple 78 años de edad y se encuentra en estupendo estado de salud. Muchos le dicen con afecto “El güero de Yahualica”. Yo le he dicho que lo más famoso de su pueblo natal es él mismo y la salsa picante “Yahualica” que se envasa en botellitas que nunca faltan en su mesa. Algunos me han dicho que su gesto es duro, que impone respeto y, a veces, hasta miedo, pero sus seminaristas me han platicado que para ellos es como un padre que los cuida y protege, de quien sienten cotidianamente su cercano afecto. Él mismo me respondió una vez que le sugerí suavizar su expresión: -Pues mira, ésta es la única cara que tengo, ni modo-. A lo que le dije: -Pues sí don Juan, pero también tiene usted un corazón dulce y ese nadie se lo ve, aunque quienes le conocemos así lo sentimos. Ojalá que todos le conocieran de cerca-. Es que sus ojos claros siempre entregan miradas de bondad y de fraternal afecto. Es que es un “hombre de Dios” y de eso ni duda cabe. Don Juan le tiene un valor a la amistad como nunca lo he visto en nadie. He sido testigo de muestras calladas de amistad hacia sus amigos. No ha perdido ni a uno solo, a todos los conserva a su lado, de todos está pendiente y todos le queremos mucho, con fraternal afecto. La amistad de este Cardenal es como un abrazo silencioso que envuelve sin decir palabra, y que hace sentirse importantes a quienes estamos con él, aunque seamos muy pequeños, él siempre nos levanta. En la comida personalmente está pendiente de que a todos les sirvan, de que a nadie le falte su tequila de entrada, como debe ser en Jalisco, y su pan blanco de agua, de esos bolillitos típicos de Guadalajara, que saben a gloria. Juan Sandoval Íñiguez estudió humanidades y Filosofía; en Roma obtuvo los grados de Licenciatura en Filosofía y Doctorado en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana. Regresó a México en 1961 y fue asignado al Seminario de Guadalajara como Director Espiritual; en 1971 fue nombrado Vice-rector y en 1980 Rector, al tiempo que impartía clases de Filosofía y de Teología Dogmática, lo que le ha permitido ser formador de gran cantidad de sacerdotes y de obispos. Yo mismo he escuchado decir de muchos: -Don Juan me formó en el Seminario-. La última vez que escuché esto fue el pasado sábado 27, en el estadio 3 de marzo de Guadalajara, durante su Misa Solemne en la que dio gracias a Dios por sus 50 años de sacerdote y en la que la homilía la pronunció el Arzobispo de Monterrey e inminente cardenal, Francisco Robles Ortega, originario de Jalisco. En su homilía dijo: -Don Juan me formó en el Seminario-. En 1988 fue nombrado Obispo Coadjutor de Ciudad Juárez y, en 1992, Obispo Residencial. El 21 de abril de 1994 recibió el nombramiento de Arzobispo de Guadalajara y el 26 de noviembre de 1995 el Papa Juan Pablo II lo creó Cardenal de la Santa Iglesia. Fue Relator General del Sínodo especial para América, en 99

Roma, en 1997. Fungió como Presidente del 48º Congreso Eucarístico Internacional en 2004 con sede en su propia arquidiócesis. Fue Presidente Delegado para el Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía en Roma, en octubre de 2005. También es mi amigo y lo será siempre, por ese alto valor que a la amistad le tiene.

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“El Padre Pro” Hace 80 años mataron al Padre Pro, en la ciudad de México. En el patio de la estación de policía lo fusilaron, luego de haberlo tenido prisionero por seis días, en medio de la incertidumbre, donde se respiraba miedo, donde cada día la tortura hacía culpable al inocente, cuando las oficinas de la policía, al mando de Roberto Cruz, tenían facultades omnipotentes, allí murió Miguel Agustín Pro Juárez, sacerdote jesuita. Diez días antes de su martirio, el 13 de noviembre de 1927, en plena persecución religiosa desatada por el Gobierno en contra de la Iglesia y contra el pueblo de México, por su fe, cuatro inconformes con la política antirreligiosa decidieron ejecutar su plan de matar al entonces presidente re-electo, Álvaro Obregón. Ellos eran Luis Segura Vilchis, José González, Juan Tirado Arias y Nahum Ruiz. El general Obregón acostumbraba acudir a la corrida de toros. Aquel día, Segura Vilchis aguardaba en un automóvil marca Essex, con sus compañeros conspiradores, el paso de Obregón, sobre quien dispararon y arrojaron bombas a su automóvil, con tan mala puntería que fracasaron en su intento. Los guardaespaldas hirieron a Ruiz y a Tirado, haciendo que se estrellaran en la esquina de Liverpool e Insurgentes de la colonia Juárez. En las investigaciones la policía encontró que el Essex había pertenecido a Humberto Pro, hermano del Padre. Este hallazgo les permitió aseverar que los tres hermanos Pro, incluidos Roberto y el Padre, eran los responsables del atentado. Los capturaron el 17 de noviembre. Cuando Segura Vilchis se enteró de que se estaba inculpando a tres inocentes, se entregó como único responsable del atentado, esperando que se liberara a los tres hermanos, pero no fue así, porque Calles y Obregón tenían en sus manos el instrumento para escarmentar a la Iglesia, atemorizar al pueblo y vengarse de un sacerdote que había ejercido su Ministerio en la clandestinidad. Si verdaderamente el Padre Pro hubiese sido responsable del atentado, con gran promoción se le habría entablado un juicio público que habría servido para desprestigiar a la Iglesia y a sus sacerdotes, pero como tampoco se podía condenar a un inocente, pues su culpabilidad no había podido demostrarse, se optó por dar un escarmiento con la muerte del inocente, por lo que decidieron fusilarlo sin previo juicio y adelantando la hora de la ejecución para evitar cualquier acción legal en su favor. Miguel Agustín Pro había nacido el 13 de enero de 1891 en Zacatecas. Ingresó a la Compañía de Jesús a la edad de 19 años y tuvo que concretar sus estudios sacerdotales en Estados Unidos y en Europa, pues la persecución en México lo impedía. Fue ordenado sacerdote en Bélgica en 1925 y enviado a México por su frágil salud. Llegó en el peor momento de la persecución, con las iglesias cerradas y con prohibiciones de celebrar la Misa, incluso en casas particulares. El Padre Pro tuvo que disfrazarse para poder ejercer el ministerio sacerdotal. Se trasladaba en bicicleta con aspecto de obrero, oficinista, mecánico y hasta de “catrín”. Apoyaba a las madres solteras, ayudaba a los más pobres y necesitados, regalaba sus ropas, compartía su calidad humana, daba afecto, llevaba la Comunión a los enfermos y celebraba Misa en las casas. Agustín Lara, luego de una noche bohemia, para aliviar su conciencia al día siguiente, fue a Misa a casa de una familia conocida. Años después escribió en su libreta de notas para su programa de radio en que narraba cómo conoció a diversas personalidades, que fue transmitido el 13 de enero de 1956, lo siguiente: “Llegó la policía, dejaron a las damas en libertad, pero los caballeros caminamos a la Inspección, con las consiguientes humillaciones y fuimos a parar a un cuarto en el segundo piso. Oiga usted, El Bote es algo horrible. Dos ventanas muy altas daban a un patio lleno de ratas enormes, en cuyo fondo había una figura de metal que servía de blanco a los tiradores de la policía.

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Pues bien, una mañana, asomados a aquellos boquetes de infamia, vimos fusilar al Padre Pro, que había compartido con nosotros la desolación del cautiverio por unos días y que jamás demostró la menor zozobra, ni en sus palabras, ni en su actitud. El pavor ahogó, calló los gritos de nuestra rebeldía [...] Después de la descarga y del tiro de gracia, el silencio fue nuestro mejor crespón [...] Hay cosas que no es posible comentar [...] Así conocí al Padre Pro”. El 23 de noviembre de 1927 lo fusilaron con los brazos abiertos en cruz. Antes había rezado, de rodillas, ofreciendo su vida por México. Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988 y pronto será canonizado.

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“Ya casi es Navidad” Faltan pocos días para celebrar, como lo hacemos año con año, el gran acontecimiento de la Natividad del Señor. Dios vino a los suyos hace ya más de dos mil años, no ha dejado de hacerlo, y por ello el mundo aún es mundo; pero falta que crean en este sublime Misterio más, muchos más, y no me refiero a quienes no creen, me refiero a quienes sí creen. En efecto, es necesario, para un mayor bien de todos, que en esta Navidad los creyentes verdaderamente crean en lo que sigue sucediendo. Necesario porque todavía apenas en el siglo pasado las guerras se interrumpían en Navidad, los hombres se reconciliaban, los ausentes regresaban, los hijos volvían con sus padres y los abandonados eran visitados. Ahora ya casi no, ahora se dice “felices fiestas” en lugar de “Feliz Navidad” y los personajes son menos sagrados y más invernales. Ahora se busca más un regalo en las tiendas que al Niño Jesús en el pesebre. Hace ya casi medio milenio que san Juan de la Cruz tomó una figura de la Virgen María y otra de san José; las colocó sobre una charola y se dio a la tarea de tocar, puerta por puerta, las celdas de los frailes, sus hermanos en el Carmelo. Cada vez que uno de ellos abría su celda para atender a quien había llamado, fray Juan de la Cruz recitaba el siguiente verso: “Del Verbo Divino, la Virgen preñada, viene de camino, si le dais posada.” Fray Juan de la Cruz le llamó “Letrilla de Navidad” a tan armonioso dicho que, adornando de sonido a su idea, al paso de los años se convirtió en la devoción piadosa de “pedir posada” mientras los creyentes cargan a los peregrinos, también en una charola. Aquellos frailes carmelitas, los primeros descalzos, quedaban revestidos de amor al recibir tan dichosa visita mientras escuchaban la música formada por las palabras de la letrilla navideña, porque entendían bien el regalo de que, precisamente en la noche de Navidad, ellos mismos podían compartir, a más de 1500 años de distancia, los apuros de San José por encontrar un lugar, el más digno posible, en medio de los dolores del inminente alumbramiento, para que la Madre de Dios pudiese dar a luz a Dios que se había encarnado en su vientre virginal para nacer hombre y ser contado entre nosotros. Dios había querido que su Hijo naciese así, y aquellos frailes comprendían que su pequeña y austera celda era lugar digno para recibir a la Sagrada Familia de Nazaret. Quienes somos papás conocemos algo de los apuros de san José, especialmente cuando los recursos escasean, cuando buscamos un lugar, el más digno que se pueda, para albergar a nuestra familia, cuando nos percatamos, en una dichosa noche de todas las de nuestra vida, que esos hijos nuestros, a quienes un día dio a luz nuestra esposa, son hijos de Dios, y es entonces cuando los afanes de san José se convierten en nuestros afanes, los dolores de la Virgen se convierten en nuestros dolores, y la dicha de ver al Hijo de Dios nacido entre nosotros, se convierte también en dicha nuestra. Las celdas de unos frailes carmelitas de hace casi medio siglo se convirtieron en la pequeña gruta de la Natividad, los frailes mismos se transformaron en los pastores que acudieron a contemplar el milagro del divino nacimiento y escucharon a su vez el anuncio de los ángeles que con alegría cantaban que “hoy, en la ciudad de Belén les ha nacido el Salvador”. Así como sucedió en aquel convento carmelitano, así también san José toca a la puerta de nuestras casas y de nuestra historia, porque las considera lugar digno donde su esposa la Virgen María pueda dar a luz al Salvador. La Sagrada Familia sigue peregrinando desde Galilea a todos los rincones del mundo, también a donde hemos establecido nuestra morada y en el que vivimos con nuestra familia. ¿Por qué no habría de llegar hasta allí nuestro amado Niño Jesús? Dejémonos entonces revestir de amor en esta Navidad y permitámonos escuchar el toque en nuestra puerta, levantémonos y abrámosla de par en par para dejarnos 103

también seducir por tan hermosa letrilla de Navidad y escuchar que: “Del Verbo Divino, la Virgen preñada, viene de camino, si le dais posada.” Seamos nuevos pastores que dialogan con ángeles y acudamos a contemplar, ¡Oh, maravilloso misterio! a Dios que nace en nuestra casa, en nuestro hogar, en nuestra historia, en nuestra vida; pues aunque nos parezca que es muy pequeño todo eso, para san José es el mejor lugar donde descargar sus fatigas, porque ya casi es Navidad.

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“María Magdalena” No conocemos con certeza las actividades a las que se dedicaba María, aunque sabemos que procedía de la región de Magdala de la antigua Judea, donde vivía antes de conocer a Jesús. Para algunos escrituristas se trataba de una prostituta; para otros, era la mujer que derramó perfume de nardo puro, contenido en un frasco de alabastro, sobre la cabeza de Jesús; para varios teólogos había sido la mujer sorprendida en flagrante adulterio y luego arrojada a los pies del Señor; para otros, era la hermana de Martha y de Lázaro, aquél a quien Jesús revivificó al ordenarle salir del sepulcro; ciertos investigadores creen que María era una mujer de origen noble poseedora de riquezas de las que se desprendió para seguir a Jesús; otros piensan que era esclava de un romano que, enamorado de ella, le concedió su libertad; en tanto que para determinados analistas se trata de la que con sus lágrimas y cabellos lavó los pies del Maestro. No importa tanto el origen histórico de Magdalena, ni su actividad antes de conocer al Hijo del Carpintero como lo que de ella narran los relatos del Evangelio, pues la ubican como una discípula suya y como la mujer que permaneció junto a la cruz durante su agonía y muerte, en compañía de María su Madre y de Juan, aunque con certeza se puede afirmar que, de María Magdalena, su tarea principal consistió en ir al sepulcro muy de madrugada, el primer día de la semana, luego de comprar aceites y perfumes para lavar, purificar y ungir el cuerpo de Jesús, y encontrarse conque allí no estaba, conque el sepulcro estaba vacío pues Jesús de Nazaret, el crucificado, había resucitado. Pero su tarea no terminaba allí, pues luego de ser recipendaria del anuncio gozoso de la resurrección, fue enviada a decir a Pedro y a los demás que el Señor estaba vivo, que había resucitado y que le verían en Galilea tal y como Él les había anunciado antes de su muerte. Siendo cual fuere el origen de Magdalena y la actividad a la que se haya dedicado, lo cierto es que personalmente conoció a Jesús y eso cambió su vida. En ella todo se juntó, como en quienes le conocieron, pues los que le siguieron se salvaron, como sigue sucediendo desde hace ya dos mil años. De María expulsó siete demonios y con ello la arrancó de las garras del mal para luego insertarla en la vida, en una vida rodeada del Bien, en una vida plena. Del carpintero, mucho tuvo qué ver su mirada amable, la verdad de sus palabras, la providencia de sus manos y la caricia de su voz; aunque sobre todo ello, lo que obró el milagro de su conversión fue su gran capacidad divina para perdonar, sobre la capacidad humana para caer, pues en Él siempre puede más su disponibilidad de amar que la disposición humana de pecar. Es posible que un día María Magdalena fuese despertada con violencia por manos que la golpeaban y voces que la insultaban diciendo de ella lo peor que de una mujer se puede decir. Arrancada de su sueño fue arrastrada por las calles pedregosas de la ciudad mientras muchos la golpeaban descargando puñetazos y patadas en todo su cuerpo, bofetadas en sus mejillas y escupitajos en su rostro. Algunos se habrían quedado con mechones de sus cabellos en las manos mientras la seguían golpeando en la cabeza, en los brazos, en el pecho, en las piernas. Sus dos manos eran incapaces de cubrir su cuerpo de tantos golpes pues apenas lograban sostener su propia cabellera, de la que tiraban a fin de arrastrarla por las calles. Pensó que la sacarían de la ciudad para despeñarla pero vio que no era así cuando la condujeron hacia el centro de la ciudad, hasta llegar ante un hombre que estaba sentado en el suelo, delante de quien la arrojaron con fuerza. Luego, escuchó de qué la acusaban: -Esta perra ha sido sorprendida en flagrante adulterio, la ley nos dicta apedrearla hasta matarla, tú ¿qué dices?-. Él no dijo nada, solamente escribía en el suelo mientras sus acusadores y verdugos se iban retirando uno a uno hasta que quedó ella sola con Él. Vio cómo se ponía en pie y dirigía sus pasos hacia ella, abatida sobre el charco de su propia sangre, hasta que por primera vez le escuchó: -¿Dónde están, mujer, los que te acusaban? Yo tampoco te acuso, vete en paz... y no peques más-. 105

Desde aquel día decidió seguir a Jesús, quien la había levantado, luego de sufrir la sentencia de muchos, Santa María Magdalena.

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“Los que en Cristo creemos” Se sabe que Cristo fundó una sola Iglesia, que pidió a sus seguidores que se amaran unos a otros y que eso les distinguiría de los demás; pero también se sabe que con los años hubo diferencias entre ellos, que acabaron en discusiones, enfrentamientos, rompimientos y separaciones, primero entre las iglesias de oriente y de occidente y luego en el seno de la Iglesia. A todo seguidor de Cristo se le llama “cristiano”, pero a consecuencia de las divisiones, se ha tenido que agregar el nombre de la iglesia o grupo al que se dicen pertenecer. Así, hay cristianos católicos, ortodoxos, presbiterianos, luteranos, anglicanos, pentecostales y muchos otros. A partir de la proliferación de diversos grupos de inspiración cristiana en México, el término que fuese adoptado por los primeros discípulos de Jesús, se ha derivado equivocadamente en una denominación que se entiende como de tipo protestante y no católica, al grado de que “cristiano” ha llegado a ser una expresión peyorativa empleada por algunos grupos católicos fundamentalistas con cierto desdén hacia lo que es “cristiano” pero no “católico”. En Europa y en Palestina, por el contrario, las comunidades cristianas conviven de manera ecuménica y se diferencian notoriamente de judíos y musulmanes, quienes les identifican como “cristianos” sin necesidad de establecer la diferencia de sus ritos o su pertenencia a determinadas iglesias. Hace cien años, el padre Paul Wattson, un ministro protestante episcopaliano de Estados Unidos, tuvo la dichosa intuición de introducir el llamado “Octavario de oración” para la unidad de la Iglesia. Sesenta años después se transformó en la “Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos” que cada año es preparada conjuntamente por la Santa Sede y por el Consejo ecuménico de las Iglesias. La primera vez que se celebró la Semana fue del 18 al 26 de enero de 1908 y desde entonces el movimiento ecuménico ha recorrido un largo camino sin que su inspiración deje de ser la oración, porque la unión de los cristianos no puede ser más que un don de Dios, que hay que pedir con insistencia, razón por la que para la celebración de la Semana de Oración de 2008, del 20 al 27 de enero, se eligió el tema “Oren continuamente”, sacado de la Primera Carta a los Tesalonicenses de San Pablo, quien subraya que la vida de la comunidad sólo prospera mediante una vida de oración que contribuye a su crecimiento espiritual, moral, social, cultural y que construye puentes de amor, de paz y de esperanza. Durante la Audiencia General del miércoles 16 de enero, previa a la Semana de Oración, Benedicto XVI indicó que “es necesario orar sin descanso pidiendo con insistencia a Dios el gran don de la unidad entre todos los discípulos del Señor. Que la fuerza inagotable del Espíritu Santo nos estimule para un compromiso sincero de búsqueda de la unidad, para que podamos profesar todos juntos que Jesús es el único Salvador del mundo”. Por su parte, el Subsecretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, monseñor Eleuterio Francesco Fortino, aclaraba en entrevista concedida al Centro Televisivo Vaticano, que “se han dado muchos pasos en las relaciones entre los cristianos, pero no hemos llegado todavía a la plena unidad. Por eso, es necesario orar por la unidad. Juan Pablo II, en la encíclica Ut unum sint dijo que la oración por la unidad debe tener la primacía en las relaciones ecuménicas. Porque la unidad va más allá de nuestras posibilidades, es una gracia de Dios, es un don del Espíritu Santo”. Al iniciar la Semana de Oración, el lunes 21, el Arcipreste de la Basílica de San Pablo extramuros, el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, presentó el programa para la celebración del Año Paulino, a celebrarse del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, así como las iniciativas que tendrán lugar en la Basílica romana. Entre ellas destaca que “la capilla destinada al baptisterio, que se encuentra entre la Basílica y el claustro, se transformará en Capilla Ecuménica, manteniendo la característica de baptisterio con pila bautismal por una parte, pero se destinará a ofrecer a los hermanos cristianos que lo soliciten un 107

lugar especial de oración, tanto para rezar en grupo como para orar unidos a los católicos, sin celebración de sacramentos”. Mientras tanto, queda como tarea para México, que tanto los católicos como los no católicos, aunque todos cristianos, logremos abandonar desdenes y aversiones mutuas a fin de experimentar que una unión con Dios profunda y verdadera es el camino más seguro para volver a crear la unión entre todos los que en Cristo creemos.

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“Caballeros Hospitalarios” Han muerto dos auténticos Caballeros, de carne y hueso, no de literatura ni fantásticos, sino Caballeros profesos de una Orden de Caballería, Militar y Hospitalaria. Uno murió en México el 5 de febrero de 2007 y el otro en Roma dos días después. Para los funerales, y para así ser sepultados, sus cuerpos fueron revestidos con sus hábitos de color negro con la cruz de cruzados en el pecho, de ocho puntas, blanca, y con un crucifijo en la mano derecha. El primero en morir era Presidente de la Asociación Mexicana de la Orden de Malta; el otro era el 78º Gran Maestre de la misma Orden Soberana, Militar y Hospitalaria. Ambos pelearon batallas, vencieron enemigos y obtuvieron victorias, aunque ya sin espadas, sin violencia, sin matar. Su campo de batalla fue la Asistencia Humanitaria en tragedias y desastres; los enemigos a vencer fueron la pobreza, miseria y enfermedad; sus victorias se dieron en la Defensa de la Fe y en la atención a, como ellos mismos les llamaban, “Nuestros Señores los Pobres y los Enfermos”. Su objetivo de vida fue el Tuitio Fidei et Obsequium Pauperum según el juramento que pronunciaron cuando fueron investidos Caballeros de una de las más antiguas órdenes de la Iglesia, fundada alrededor del año 1050 y reconocida formalmente como Orden religiosa en el año 1113 por el papa Pascual II. El Ilustrísimo Señor don José Barroso Chávez y Su Alteza Eminentísima el príncipe Frey Andrew Willoughby Bertie, títulos que les correspondían en la Orden pues el primero era Caballero de Gracia Magistral y el segundo era Príncipe de Malta y Cardenal laico de la Iglesia, se dedicaron al ejercicio de la caridad cristiana y se empeñaron en servir al prójimo, especialmente al pobre y al enfermo, pues siendo ambos Caballeros de la única Orden Militar y Hospitalaria prevaleciente hasta nuestros días, no podían ser sus vidas de otra manera. La Orden de Malta, de origen Hospitalaria, en sus inicios tuvo que emprender acciones militares para defender los territorios cristianos en Tierra Santa junto con otros Caballeros, los Templarios, a fin de proteger a peregrinos, heridos y enfermos. Al término de las Cruzadas en 1291, los Caballeros Hospitalarios se instalaron en Chipre y luego, en 1310 en Rodas, isla que tuvieron que amurallar para poder resistir los muchos ataques musulmanes, además de formar una potente flota naval para patrullar el Mediterráneo oriental en defensa de la cristiandad. En 1523 y después de seis meses de asedio y combates con la flota y el ejército otomano del emperador Solimán el Magnífico, los Caballeros se vieron obligados a rendirse y a abandonar la isla. La Orden quedó sin territorio hasta 1530 cuando tomó posesión del archipiélago de Malta, cedido a los Caballeros por el emperador Carlos V, con aprobación del Papa Clemente VII, estableciendo que la Orden permanecería neutral en las guerras entre naciones cristianas. En 1565 la isla de Malta fue sitiada por Solimán, quien nuevamente atacaba a los Hospitalarios para luego, con el camino abierto y sin Caballeros que se lo impidiesen, poder invadir Europa; pero la Orden, bajo el mando del Gran Maestre Jean de la Vallette, logró defender la isla durante el asedio que se prolongó por tres meses. Seis años después la flota de la Orden, en aquel momento la más grande del Mediterráneo, contribuyó a la destrucción definitiva del poderío naval de los otomanos en la Batalla de Lepanto de 1571. Dos siglos después, en 1798, Napoleón Bonaparte necesitaba la isla de Malta durante su campaña contra Egipto, debido a su situación geográfica estratégica en el centro del Mediterráneo, y la mandó sitiar. Los Caballeros observaron fielmente la Norma de la Orden de no alzar las armas contra naciones cristianas, teniendo que salir de su isla, y aunque los derechos soberanos de la Orden sobre la isla de Malta habían sido reconocidos en el Tratado de Amiens de 1802, la Orden nunca pudo hacerlos valer para recuperarla. Los Caballeros quedaron nuevamente sin territorio hasta que, luego de residir temporalmente en Messina, Catania y Ferrara, en 1834 la Orden se estableció en Roma, en el exilio, donde posee, en 109

extraterritorialidad, el Palacio Magistral en Via Condotti, y la Villa del Aventino. Desde entonces la misión originalmente Hospitalaria volvió a ser la actividad principal de la Orden. En la actualidad, los nobles ideales de servicio al prójimo son norma de vida de los 12,500 Caballeros y Damas de Malta que, con presencia en casi todos los países del mundo, continúan sirviendo a “Nuestros Señores los Pobres y los Enfermos” hasta dar por ellos la vida, como lo pudieron concretar Don José Barroso y Frey Andrew Bertie, Caballeros Hospitalarios.

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“Nos enteraríamos después” Luego de pasar del decir al hacer, cuando les demostró que el mayor de todos es el último y el servidor de los demás, en un acto de humildad cuando les lavó los pies a cada uno de sus amigos, comenzaron a cenar, tal y como lo hacían todos cada año, según su fe y su cultura, siempre en la misma fecha celebrativa, la mayor de todas, la más grande y solemne, consistente en el memorial del momento en que Dios les había liberado de la esclavitud extranjera con mano firme y brazo fuerte. Durante la cena tuvo que darles a conocer la noticia amarga de que uno de ellos le engañaría. -El que come conmigo- les dijo. Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: -¿Acaso soy yo?-. Entonces les confirmó la traición: -Uno de los Doce, a quien acostumbro convidarle de mi plato, compartirle de mi comida, el que moja su pan en mi plato me traicionará, porque piensa que su plan para la salvación del pueblo es mejor que el mío-. El aviso del traidor en el grupo ensombreció la celebración, tanto más porque se trataba, con certeza, de uno de sus amigos más queridos si no es que el más; pero el Hijo del Carpintero les tenía reservada una noticia fuera de serie, algo que superaría a la Pascua que estaban celebrando, y así, mientras comían tomó pan, lo bendijo, lo partió, se los dio y dijo: -Tomen, éste es mi cuerpo-. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, les dio de beber a todos de ella. Y les dijo: -Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos-. Con ello convirtió el recuerdo del paso de Dios por el mundo en un nuevo memorial de su nuevo paso, la Pascua renovada. El Creador se había hecho hombre para pasar junto a su creatura; ahora debía ir de regreso al Padre y tenía que concretarse lo pendiente, terminar la tarea para llevarla hasta su culminación. Cuando terminaron de cenar salieron hacia el monte de los Olivos y por el camino les dijo que todos le abandonarían, ya que estaba escrito “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” y estableció una cita con ellos: -Pero después de mi resurrección, iré delante de ustedes a Galilea-. Pedro, seguro de su fuerza, le dijo que aunque todos le abandonaran él jamás sería capaz de hacerlo, pero Jesús, conocedor de su debilidad, le respondió: -Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú ya me habrás negado tres-. Pero Pedro insistía en que aunque fuese preciso morir, él no le abandonaría jamás; y lo mismo le decían también todos. Al fin del breve trayecto llegaron a Getsemaní, un terreno plagado de frondosos árboles cargados de olivos, y les dijo que le aguardaran mientras Él se entregaba a hacer oración. Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Les dijo: -Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen conmigo-. Y lleno de mil sentimientos y de emociones extremas, abatido en su interior se dejaba caer sobre la tierra mientras suplicaba a Dios que de ser posible pasara de Él aquella hora. Le llamaba con inmenso cariño y con cercana intimidad: -¡Padre, mi muy querido Papá!, todo es posible para ti, aparta de mí esta copa, pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú.Su pavor obedecía a que vislumbraba lo que podría suceder después: que una vez colgado de una cruz, su entrega no pudiese tener significado para nadie; su angustia crecía sólo de pensar que algunos, muchos o pocos, se perderían a pesar del sacrificio de su entrega por ellos mismos. Tenía miedo de que su Pasión y Muerte únicamente se tradujera en un espectáculo del que algunos sólo fuesen espectadores y no más. Luego se levantó, decidido a hacer lo que tenía que hacer, pues su sacrificio se traduciría en vida para los muchos o pocos que se sumaran a Él, y aproximándose a sus amigos, que le aguardaban, les dijo: -Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vámonos! Miren, El que me va a entregar está cerca-.

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Todos pensaron en ese momento que se refería al traidor, a su mejor amigo, pero Judas carecía de la dignidad necesaria para ser quien lo entregara. Eso sólo le correspondía a Dios, al autor de todo, a quien entregó al Hijo en manos de los pecadores para rescatar al pecador. De eso nos enteraríamos después.

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“Ya sé qué quiero ser de grande” Los asaltantes solían esconderse en cuevas, zanjas y en vericuetos de los caminos por los que se desplazaban los viajeros de buena voluntad, que fieles a las tradiciones de sus ancestros, se encaminaban en peregrinaciones que partían desde múltiples y distintos lugares pero siempre hacia el mismo destino. Los delincuentes se aprovechaban de la fe de los creyentes y los asaltaban para robarles las pocas cosas que llevaban para el viaje. Los dejaban apaleados y malheridos pero otras veces los golpeaban hasta matarlos para después, más fácilmente, despojarlos de cuanto traían consigo. Para protegerse de los salteadores, los peregrinos, siempre con la causa común del encuentro con Dios como destino, se hacían fuertes viajando en grupos que formaban largas caravanas. En ocasiones se servían de guardias especiales de protección, cuyos servicios eran bien pagados por los integrantes de la caravana, a fin de contar con un resguardo adecuado durante el peregrinaje de ida y durante el regreso. Finalizadas las celebraciones, tenía lugar un gran movimiento de acomodo de equipaje y de viandas para el retorno. Caballos, asnos y camellos recibían la carga que incluía buenas cantidades de agua para resistir el abrasador sol de primavera y frazadas para cobijarse del frío nocturno que todavía se acompañaba de vientos que soplaban los últimos alientos del invierno. Toda previsión debía observarse para mayor seguridad y tranquilidad de los peregrinos. Pero aquel año en particular la angustia se apoderó de María y de su esposo José. Habían transcurrido doce años después de la noche en Belén, en la que una gruta que era usada como establo sería el primer hogar del niño que allí había visto la luz por vez primera. Apenas recién nacido había sido visitado por unos pastores; había sido ricamente regalado por unos sabios que acudieron a adorarlo; pero también, a unas pocas horas, ya era perseguido por un rey que, temeroso de perder poder, daba la orden de buscarlo para matarle. Ya hacía doce años que José había tenido que tomar al Niño y a su madre para escapar al país de Egipto, a donde no pudiera alcanzarlos la persecución del rey. Tuvieron que convertirse en migrantes y vivir en tierra extraña. José se las había ingeniado para sostener a su familia con el fruto de su trabajo que, como buen carpintero, sabía desempeñar y que le había obtenido clientes satisfechos; hasta que un día, una vez muerto el rey Herodes, pudieron regresar con los suyos, a su patria, al hogar. De regreso en Nazaret todo era tranquilidad; la alegría y la paz se habían instalado con ellos. De nuevo se encontraban entre familiares y amigos y era momento propicio de visitar al Buen Dios que jamás les había dejado de su mano. La fiesta de la Pascua era oportuna para acudir a mostrarle su gratitud por tantas gracias recibidas. Así llegaron al templo en Jerusalén y allí le presentaron los sacrificios que su fe les prescribía, pero durante el regreso a casa la angustia les invadió cuando se percataron de que Jesús no iba con ellos, y cuando luego de buscarlo a lo largo de la caravana, entre los grupos de familiares y amigos, pudieron darse cuenta de que el Niño se había perdido. María y José regresaron apresuradamente sobre el trayecto andado buscando en las cuevas, en zanjas y entre los vericuetos del camino. Su angustia crecía mientras avanzaban hasta que llegaron de vuelta al templo, ciertos de que a Jesús ya no lo tendrían otra vez con ellos. ¿Lo habrían asaltado, se lo habían robado para venderlo como esclavo a los romanos? Esas y otras preguntas se hacían mientras José intentaba en vano calmar a María que, desesperada, ingresó al templo para implorar a Dios que le recuperara a su hijo. La respuesta llegó de inmediato. El Niño estaba en medio de los escribas inmerso en un profundo diálogo teológico. De vuelta a Nazaret, en casa, Jesús entró al taller de José y le dijo: -ya sé qué quiero ser de grande-. José pensó, a consecuencia del incidente en Jerusalén, que le manifestaría su deseo de ser un escriba, pero el 113

Niño agregó: -de grande quiero ser carpintero como tú-. Entonces José, viendo que aún no tenía conciencia plena de su filiación divina, le indicó que él había nacido para algo mucho más grande, y que un carpintero era insignificante. Jesús le dijo: -No entiendo cómo me dices que tu trabajo es pequeño, cuando tú me has alimentado, educado, formado y sostenido siendo tú un carpintero-. Luego afirmó: -José, quiero ser carpintero, ya sé qué quiero ser de grande, quiero ser como tú-.

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“Y se lavó las manos” El flagelum azotaba la piel provocando dolorosas laceraciones que dejaban cicatrices permanentes pero el condenado continuaba con vida luego del castigo; en cambio, el flagrum desangraba, descarnaba y provocaba la muerte del condenado en un feroz traumatismo consecuencia de deshidratación, cuantiosa pérdida de sangre y múltiples heridas de las porciones de carne arrancadas del cuerpo. El flagrum romano era un látigo de tres correas que en cada extremo tenían a su vez tres puntas a las que en sus terminaciones les eran amarrados unos huesos de borrego, llamados astrágalos, a manera de mancuernas, huecos, de forma cóncava y filosos en sus orillas. En ocasiones los astrágalos eran sustituidos por bolas de plomo moldeado que imitaban la forma de los huesos pero que eran más pesadas para lograr un impacto más fuerte en el cuerpo del condenado. Luego de impactarse, por lo filoso de su contorno, las mancuernas cortaban y se hundían en la carne que llenaba sus cavidades. Al ser retirado el flagrum por el verdugo, arrancaba carne dejando profusos sangrados y oquedades de tejido. Otro tipo de flagrum, usado solamente para desangrar y no para descarnar, era uno que tenía navajas atadas en sus extremos en lugar de los astrágalos. Las sentencias a la flagelación eran diversas y se especificaba el instrumento de castigo a utilizar, flagelum, o flagrum con navajas o con mancuernas. Se dictaba un número de azotes, que tenía que ejecutarse obligatoriamente; hubo ocasiones en las que se seguía azotando al cadáver pues el condenado moría antes de terminar la ejecución. Algunas sentencias consistían en azotar alguna parte del cuerpo con el flagrum romano, por ejemplo, flagelación de piernas o de brazos hasta desnudar los huesos. Era algo más que terrible. Se sabe que Jesús fue flagelado antes de su crucifixión, que fue víctima del flagrum romano hasta quedar desangrado y descarnado, que fue presentado por Poncio Pilato ante un pueblo sediento de sangre que al escuchar del procurador la expresión “¡ecce homo!” no le resultó suficiente verle hecho pedazos y que gritó, clamó y exigió, como si en ello le fuese su razón de existir, su muerte en cruz: -¡Crucifícale Pilato, crucifícale!-. El Pretor romano, sabedor de que a Jesús lo habían llevado ante él por envidia y con falsas acusaciones, había visto la oportunidad de conceder alguna de las dos clases de amnistía que contemplaba el Derecho romano, la Abolitio, consistente en la liberación de un preso aún no sentenciado, y la Indulgentia, cuando se concedía indulto a un condenado; así que les ofreció elegir entre la Abolitio a Jesús o la Indulgentia a Barrabás, un sedicioso que había cometido un asesinato durante uno de tantos motines contra la opresión romana. Los sumos sacerdotes, al escuchar la amnistía que ofrecía Pilato con motivo de la fiesta de Pascua, incitaron al pueblo para que pidiera que les soltase a Barrabás, por lo que el Procurador preguntó: -Y, ¿qué voy a hacer con el que ustedes llaman el Rey de los judíos?-. A lo que respondieron otra vez: -¡Crucifícale, crucifícale!-. Pilato entonces les dijo: -Pero, ¿qué mal ha hecho? -Y luego de sentarse en el litóstrotos, su sede de juez en el tribunal, lo entregó a la terrible flagelattio romana con flagrum, para después crucificarlo. ¿Por qué, si después de la flagelación con flagrum Jesús habría muerto invariablemente, los judíos exigieron a Pilato que le crucificara? ¿Qué intenciones ocultas de muerte escondían bajo la falsa acusación en su contra? Previamente, en el Sanedrín, de noche, los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas habían determinado que muriese, pero colgado de un madero para confirmar con la ley mosaica que moriría como “un maldito de Dios” y borrar así de la fe del pueblo todo rasgo mesiánico hacia su persona. El Procurador, que no había encontrado culpa en Jesús, había sido presionado por las autoridades judías, que buen cuidado tuvieron de amenazarle con que le acusarían ante el César de no condenar a quien 115

se hacía llamar “Rey de los judíos”, y provocaron que el pueblo gritara: -¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!-. El grito sentencioso del pueblo, exigiendo la muerte en cruz de un inocente, provocó que Pilato se llenara de temor y, perdiendo toda la autoridad que por el emperador romano le había sido dada, arrinconado y reducido de Gobernador de Judea y Procurador de Justicia a una grotesca marioneta manipulada por intereses extraños, pidió que le acercasen una palangana llena de agua. El mismo Pilato, que había asegurado a Jesús tener poder para salvarle la vida, ya sólo pudo ironizar el ritual judío de purificación... y se lavó las manos.

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“Para vencer el mal con el Bien” Luego de lavarse las manos, haciendo ironía del ritual judío de purificación, el Pretor romano entregó a Jesús, después de hacerlo azotar, para que fuera crucificado... y allí se desató el infierno. Dios Creador se había hecho hombre para vencer al mal con el bien, actuando como hombre, y para sembrar en la Tierra la verdad cristiana de que “no se puede vencer el mal con el mal, antes bien, sólo se puede vencer el mal con el bien” demostrando a su creatura que las armas con las que el mal combate son incompatibles con la humanidad, en tanto que la coraza que recubre al Bien es invencible. Pero las fuerzas del mal no dejaron pasar la oportunidad de derrotar a Dios, pues siendo hombre era vulnerable. En el trayecto que Jesús caminó desde la fortaleza Antonia (la residencia de Poncio Pilato) hasta el monte Gólgota, conoció a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo y que fue obligado por los romanos a cargar el patibulum de la cruz, pues resultaba evidente para sus verdugos que Jesús no podría ya con tanto esfuerzo y contemplaron la posibilidad de que desfalleciese en el trayecto o, todavía peor, que muriese antes de ser crucificado, cosa que el verdugo tenía que cuidar porque la sentencia del condenado debía concretarse en vida; no podían crucificar un cadáver. Obligado por los verdugos romanos a cargar la cruz de un condenado, Simón el cireneo procuró advertir a quienes miraban, que él, siendo un inocente, cargaría el instrumento maldito de muerte que la ley mosaica repudiaba, pues estaba consignado en las escrituras que moriría como maldito de Dios quien fuese colgado de un madero. Maldito era el sentenciado, maldita la cruz y maldito todo lo que tocara el madero. Simón, siendo obligado, tuvo cuidado de conservar su pureza repudiando al condenado; pero durante el camino las cosas darían un giro. Jesús había sido abandonado por quienes le seguían, excepto por algunas mujeres que desde lejos observaron cuanto con Él hicieron. ¿Dónde estaba el leproso a quien limpió? ¿Dónde el ciego, el sordo y el paralítico? ¿Dónde se encontraban Jairo y su hija a la que revivió? Mientras Judas, uno de sus amigos, se ahorcaba en un árbol cuando no pudo manejar el choque de sentimientos de rebeldía y de arrepentimiento, y moría él sí como un impuro ante Dios, colgado de un madero, Simón el de Cirene era el acompañante del nazareno. Nada le dijo Jesús pero lo acarició con su mirada agradecida, ni una palabra, pero cuando juntos llegaron al lugar donde estaba colocado el estípite que recibiría encima el mismo patibulum que cargó Simón, ya no quería separarse de Jesús. Los verdugos tuvieron que retirarlo a jalones y con amenazas de crucificarlo a él también si no se alejaba. Fijaron sus manos al madero con clavos y también sus pies, colocaron un letrero sobre su cabeza con la causa de su condena Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, se jugaron sus vestiduras, le acercaron vinagre para darle de beber cuando dijo que tenía sed, le oyeron implorar perdón por quienes le habían despedazado el cuerpo entero porque no sabían lo que hacían, le escucharon lanzar un fuerte grito y lo vieron expirar. Jesús murió. Parecía que las fuerzas del mal hubiesen triunfado. Las tinieblas cubrieron el sol, se desató una tormenta, la Tierra tembló y un centurión que estaba junto a la cruz, al ver cómo había muerto, dijo: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Su cuerpo fue colocado en un sepulcro propiedad de José de Arimatea, miembro respetable del Consejo de Ancianos, quien se armó de valor para pedir a Pilato que le permitiese descolgarle de la cruz. Simón de Cirene, que había permanecido junto a Él en el Calvario hasta después de su muerte, se fue hacia donde se dirigía luego de regresar del campo, para encontrarse con sus hijos, pero ya jamás olvidaría al nazareno a quien ayudó a cargar su cruz, al inocente que había sido condenado a morir.

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Pasado el sábado, muy de madrugada, el primer día de la semana, tres mujeres acudieron al sepulcro para lavar y purificar su cuerpo, pero no lo encontraron: el sepulcro estaba vacío. Dios había escuchado el ruego de su Hijo para que les perdonara porque no sabían lo que hacían; Dios quiso tomar por bueno lo que resultaba ser un acto de ignorancia, que no de maldad, y entonces nos lo resucitó. Dios Creador sabía que la muerte no puede vencerse con muerte, sino con vida, y resucitó a Cristo... para vencer el mal con el Bien.

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“Estaré con ustedes siempre” Dios óptimo, máximo, sabedor de que el mal no se debe vencer con el mal, sino con el Bien, resucitó a Jesús, quien a su vez venció a la muerte con su propia vida. No debía prevalecer su asesinato, no podía quedar muerto quien desde su agonía en la cruz había pedido perdón por los que le mataron porque no sabían lo que hacían. Conviene suponer que no sabían lo que hacían y conviene concederles el beneficio de la duda, pero no es posible suponer que hayan pasado inadvertidos a la mirada escrutadora de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos, su nacimiento del seno de una virgen, en Belén; su descendencia de David, por su filiación adoptiva con José; su coloquio con los escribas en el templo a los doce años; sus milagros, que hacían a los ciegos ver, a los sordos oír y a los paralíticos caminar; las revivificaciones de Lázaro, de la hija de Jairo y del hijo de la viuda; así como su impresionante conocimiento y manejo de las Sagradas escrituras. Pero Jesús resucitó para algo más que para vencer al mal y a la muerte. Resucitó para quedarse entre sus amigos, como Él mismo aseveró cuando a sus discípulos les dijo que “estaré con ustedes siempre, todos los días de su vida” y, en efecto, así ha sido. Jesús se apareció a los suyos, resucitado, en varias ocasiones: a María Magdalena, que lloraba junto al sepulcro, y que al verlo pensó que era un jardinero; a las mujeres que habían ido a su sepultura para ungir su cuerpo, les salió al encuentro y ellas se le acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante Él cuando les dijo que avisaran a los demás que fueran a Galilea y que allí le verían; a los discípulos que se les apareció con otro aspecto cuando iban caminando por el campo; a los once que estaban a la mesa cuando les reclamó su incredulidad; a los que iban hacia un pequeño pueblo llamado Emaús, que no le reconocieron al principio sino hasta que, sentados a la mesa bendijo el pan, lo partió y se los dio, y se dijeron uno al otro: -¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?-; cuando se presentó en medio de todos y les mostró las manos y los pies y les pidió de comer; cuando reunidos en casa de Tomás le dijo que mirara sus manos y tocara sus heridas, que metiera la mano en su costado, que no fuera incrédulo y luego le dijo –Porque me has visto, has creído, dichosos los que crean sin haber visto-; cuando estaban pescando y les pidió que arrojaran las redes a la derecha de la barca y luego comieron todos juntos; y cuando preguntó a Pedro tres veces si lo quería, para cambiar sus tres negaciones por una confirmación de amor y de fe, y luego le dijo que lo siguiera. De aquellas ocasiones en las que se apareció resucitado, unos pudieron reconocerlo de inmediato y otros después, hasta que su atención creció cuando les abrió los ojos y reconocieron algunos de sus gestos. Ya en la escritura antigua, de Él se había profetizado que “no tenía aspecto ni presencia que pudiésemos estimar, le vimos y no le tuvimos en cuenta”. Es posible que algo similar pueda estar sucediendo hoy mismo, a dos mil años de distancia. Si es verdad que Jesús dijo que estaría con nosotros siempre, todos los días de nuestra vida, si es cierto que esto sucede, entonces es posible que se esté perdiendo la capacidad de reconocerlo. Si aquéllos que convivieron con Él, que lo miraron a los ojos, que le escucharon hablar y que conocían su voz, que le siguieron y acompañaron, encontraron dificultad para reconocerle, dos mil años después no resulta más sencillo. Pero si María Magdalena lo vio como un jardinero y si a los dos discípulos que iban de camino hacia el campo se les apareció con otro aspecto, entonces es evidente que Jesús suele adquirir diversas formas de hacerse presente. Todo momento es oportuno para tener la atención puesta en verlo pasar y reconocerlo, pero de manera particular el tiempo de Pascua, porque es cuando en forma más intensa se celebra su resurrección, su vuelta a la vida para continuar haciendo lo que tantas veces demostró: servir y no ser servido.

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En Pascua es posible reconocer fácilmente a Jesús resucitado en todos aquellos que sirven. Haga la prueba y mire a los ojos a las personas que lo sirven de tan diversas maneras, luego recuerde la promesa que hizo cuando aseveró: Estaré con ustedes siempre.

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“Templarios I” En torno a los caballeros templarios existe la historia, con narraciones veraces, y la leyenda, rodeada siempre de fantasías. Algunos afirman, sin sustento histórico, que la Orden fue una sociedad secreta poseedora de poderes emanados de reliquias halladas por los caballeros en el antiguo Templo de Salomón, como serían el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Las leyendas en torno a los templarios han crecido con el surgimiento de sectas y de grupos esotéricos, que con anhelo de obtener arraigo histórico, se presumen herederos del Temple con pretensiones de posesión de conocimientos secretos que nada tienen que ver con la historia verídica de la fundación, crecimiento y abolición de lo que en verdad fue una Orden de la Iglesia, una Orden militar observante de la Fe, que puso a sus más refinados estrategas militares al servicio de los cristianos peregrinos en Tierra Santa. Entre las fantasías se encuentra una que asevera que la Orden del Temple se derivó, siglos después, en la frac-masonería. Hoy fascinan las obras de los templarios, como las catedrales góticas con sus vitrales de cristales “al temple” o el acero “templado” de las espadas empleadas para las batallas, pero se olvida la virtud de la “templanza” como medida ante el exceso, tal y como lo indica la “Regla del Temple” que dicta: “Porque de nuestra vida sólo ves la corteza de fuera... pero no sabes de los fuertes mandamientos que se encuentran en el interior”. La historia de los templarios, más que entre pasadizos ocultos y tesoros escondidos, se encuentra en el surgimiento, hace 900 años, de las novedosas órdenes religioso-militares, de las que la primera fue la Orden del Hospital, fundada en el año 1099 y la segunda, la Orden el Temple, fundada hacia el año 1120. Con historias o con leyendas, siempre provoca curiosidad conocer a una de las órdenes más poderosas de las cruzadas, que después de gloriosas batallas e innumerables triunfos contra los infieles, se encontrase al fin de sus días perseguida por el rey de Francia Felipe IV, disuelta por bula pontificia del Papa Clemente V y que viese a su último Gran Maestre, Jacques De Molay, morir abrazado por el fuego de la hoguera, peor que el peor de los infieles, contra quienes él mismo combatió, en favor de la cristiandad. La vigencia de esta Orden monástico-militar abarcó solamente dos siglos: del año 1118 al 1314. Su fundación se relaciona estrechamente con San Bernardo de Claraval, quien dictara las pautas principales de la Regla que regiría a los caballeros, normas que se basaban en la forma de vida benedictina, muy similar a la Orden del Cister. El 25 de diciembre de 1118, siete nobles cristianos acudieron ante Balduino II, rey de Jerusalén, para ofrecerse a fundar una Orden de monjes-soldados que se encargaría de proteger con armamentos a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa, a la par de los Caballeros Hospitalarios que ya tenían albergues y hospitales, aunque no todavía estamentos militares. El rey les concedió un lugar sobre las ruinas y los alrededores del Templo de Salomón, donde permanecieron por nueve años, tiempo durante el que se les sumaron dos caballeros más. En sus inicios se llamó Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, luego Orden de los Caballeros del Templo de Salomón y, finalmente, Orden del Temple cuando en el año 1128 el papa Honorio II reconoció a la Orden, a sus nobles fundadores y a su primer Gran Maestre, Hughes de Payens, quien muriera en 1136 legándole a su Orden su escudo de armas, consistente en una cruz Paté roja sobre fondo blanco. Poco se sabe sobre lo que los nueve caballeros hicieron durante su estancia de nueve años en las ruinas del Templo. Nadie podía entrar sin su consentimiento y durante ese tiempo ellos no salieron a cumplir su misión de proteger peregrinos o combatir al enemigo. Se puede suponer que se dedicaron a rezar, meditar y vivir bajo la Regla aprobada, pero hay quienes afirman que excavaron la zona en busca de reliquias 121

sagradas. A partir de ello, se cree que alguna de las reliquias les revelaría un conocimiento que les ayudó a convertirse en la fuerza económica y militar más poderosa de la cristiandad. Si acaso hallaron el Arca de la Alianza, el Cáliz Sagrado, o la lanza del centurión Longinos, eso no lo sabe nadie. De lo que sí se tiene comprobación histórica es que conservaron en su poder, durante años, la Sábana Santa, la tela que cubriera el cuerpo del Señor en el sepulcro y la que traspasara justo al momento de su Resurrección, la misma que hoy se venera en Turín, Italia.

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“Templarios II” Durante sus dos siglos de existencia, del XII al XIV, la estructura religioso-militar más poderosa de la cristiandad tuvo a 23 Grandes Maestres, desde el primero, Hughes de Payen, hasta el último, Jacques De Molay, quien muriera sentenciado a la hoguera. El Gran Maestre, aunque dependía directamente del Papa, tomaba decisiones militares y diplomáticas propias, pero requería de la aprobación del Capítulo General de la Orden. El Temple logró reunir una gran fortuna debido a sus conquistas en Tierra Santa y a las donaciones de reyes, príncipes y nobles que querían gozar del privilegio de ser sepultados como templarios y entre quienes con rapidez se extendió la costumbre de heredar sus bienes a los caballeros templarios, luego de morir. La Orden, que contaba con grandes estamentos militares y que gozaba del privilegio de exención de impuestos y del diezmo, pudo convertirse en una auténtica potencia financiera, lo que le permitió ser la organización más fiable que encontrara la nobleza medieval para la protección de sus posesiones. Los caballeros, por su parte, resultaron idóneos para transportar el dinero entre Oriente y Occidente, gracias a su poderío militar terrestre y naval. Así, la monarquía francesa encomendó, durante muchos años, las labores de tesorería y contabilidad a los templarios. La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, que inició su razón de ser bajo ideales marcados por la humildad y pobreza, se vio en poco tiempo convertida en una entidad que practicaba el servicio de Banca, resultando ser los primeros banqueros de la historia cuando crearon lo que en la actualidad son los cheques, pues utilizaban documentos que debían ser pagados al portador al ser presentados, en clave, en cualquier encomienda templaria del mundo. Todo esto le dio a los templarios el inmenso poder que alcanzaron, pero fue también, paradójicamente, lo que más tarde los hundiría en la peor persecución protagonizada por un rey que supo aprovecharse de la debilidad de un Papa. Hacia 1273, la situación en Tierra Santa atravesaba por su peor momento para la cristiandad, lo que obligó al último Gran Maestre templario, Jacques de Molay, guerrero valeroso pero sin cualidades políticas, a estimar que el Temple podría tener continuidad siempre y cuando trasladara su sede a Francia, donde la Orden tenía extensas posesiones y donde residía un buen número de caballeros. La presencia de la Orden en Francia despertó recelos en el rey Felipe IV, pues el poderío de los templarios era mayor al de toda la nación. Francia estaba en bancarrota y pronto el rey se encontró con grandes deudas económicas contraídas a favor de la Orden, que además constituía una especie de ejército privado dentro de la nación francesa. El Gran Maestre Jacques De Molay, como la mayoría de los caballeros, no sospechó nada cuando en 1305 Felipe IV empezó a implementar un plan para desmantelar a la Orden, arrestando a antiguos templarios para extraerles, bajo tortura, confesiones que utilizaría para ulteriores difamaciones de prácticas heréticas y homosexuales entre ellos. El martes 13 de octubre de 1307 las tropas del rey cercaron la sede de los templarios en París, quienes no se resistieron respetando el antiguo pacto de no levantar la espada contra naciones cristianas. Los esbirros y sicarios del rey torturaron en París a 138 templarios ancianos con terrible saña, de quienes 135 confesaron los crímenes que pretendían escuchar sus inquisidores. Los otros tres murieron antes. Las torturas se llevaron a extremos infames contra templarios ancianos y todavía convalecientes de las heridas sufridas en Tierra Santa. El Papa Clemente V veía con horror lo que sucedía contra una Orden Religiosa de la Iglesia e intentó salvarlos a través de la bula Pastoralis Praeminentiae del año 1307, en la que había ordenado, el mismo Clemente V, la captura de los templarios, por lo que Felipe IV tuvo que entregárselos al Papa. Parecía que 123

los caballeros habían sido salvados, pero el 22 de marzo de 1312 el rey francés se presentó a las puertas de Roma con todo su ejército. El Papa, temeroso, abolió la Orden del Temple con la bula Vox Clamantis aquel mismo día y regresó a los caballeros a manos del rey para su ulterior aniquilación. Derrotado en su empeño final de salvar a los templarios, el Papa se vengó del rey francés con la bula Ad providam Christi en la que ordenaba repartir los bienes del Temple a la Orden del Hospital. El 18 de marzo de 1314 murió en la hoguera Jacques de Molay con otros tres caballeros templarios. El último Gran Maestre de la Orden del Temple, antes de morir emplazó al Tribunal de Dios al Rey Felipe IV y al Papa Clemente V, quienes murieron ese mismo año.

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“El árbol de la vida” El libro del Génesis, que relata la obra de la creación, de la creatura humana y de su caída ante Dios, dice que luego de que el hombre se acercó al árbol del conocimiento del bien y del mal, y comió de su fruto, vino a ser como Dios en cuanto a conocer el bien pero también en cuanto a conocer el mal. Dios calculó la posibilidad de que el hombre quisiera después tomar el fruto del árbol de la vida y lo expulsó del paraíso y “puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida”. El mismo libro narra en su capítulo 6 la siguiente cita que es incomprensible todavía para muchos: “Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre el haz de la tierra y les nacieron hijas, vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres les venían bien, y tomaron por mujeres a las que preferían de entre todas ellas. Entonces dijo Yahvé: -No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean 120 años-. Los nefilim existían en la Tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: estos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos. Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvé de haber hecho al hombre en la Tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahvé: «Voy a exterminar de sobre el haz del suelo al hombre que he creado, -desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo porque me pesa haberlos hecho.» Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahvé”. Mucho se ha estudiado el texto citado, del que salta a la vista que cuando “los hijos de Dios” se unieron con “las hijas de los hombres” engendraron a los “nefilim” y la maldad se extendió por toda la Tierra, provocando en Dios el exterminio de esa especie, pero cuidando mantener a su propia creación en Noé y en el arca de los sobrevivientes del Diluvio universal. Esto viene a reflexión porque se ha destapado lo que ya se sospechaba, que en diversos laboratorios se manipula la vida mediante clonaciones y por obtención de embriones. Pero lo nuevo es que ahora se crean embriones híbridos de hombre y animal. En efecto, se está introduciendo ADN humano en óvulos de animales, cosa que se acaba de conocer gracias a la información proporcionada por el obispo Ellio Sgreccia, Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, cuando confesaba su consternación al recibir la noticia de la decisión del Parlamento británico de permitir la creación de embriones híbridos, pues los diputados británicos aprobaron la medida como una “propuesta para promover el desarrollo de la medicina” cuando la Cámara de los Comunes rechazó una enmienda que pretendía prohibir la creación de este tipo de embriones. La propuesta, según monseñor Sgreccia es extremadamente grave, pues “ante todo se une a través de la clonación el núcleo humano que fecunda el óvulo animal. Esta unión busca una fecundación utilizando el elemento masculino, que es el núcleo, y el elemento femenino, que es el óvulo, uno del hombre y el otro del animal. Este procedimiento constituye una ofensa para la dignidad del hombre. Es un intento de fecundación entre especies que hasta ahora estaba prohibido por todas las leyes sobre fecundación artificial. La unión hombre-animal, aunque no sea sexual, representa uno de los horrores que siempre han provocado el rechazo de la ética pues cada vez que se ha roto la barrera entre el hombre y el animal se han visto consecuencias muy graves, incluso involuntariamente”. Según la ley aprobada, los embriones híbridos a base de material genético humano y animal deben ser destruidos al cabo de 14 días de desarrollo y su implantación en el útero de una mujer está prohibida. Esto significa, aclara el presidente de la Pontificia Academia para la Vida, que los embriones que tienen menos de quince días “no valen nada, algo que es falso desde el punto de vista científico, y si se decidiera

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dejarles en vida, podrían dar lugar a monstruosidades, o promover infecciones, pues el paso del ADN humano al ADN animal puede crear incógnitas”. Si a esas “monstruosidades” les llamáramos “Nefilim” en lenguaje bíblico, tal vez también diríamos que ahora el hombre quiere tomar el fruto del árbol de la vida.

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“Los soberbios” En el trato cotidiano de las relaciones humanas se están presentando con reciente frecuencia reacciones inesperadas que confunden, decepcionan y defraudan. Se encuentra dificultad para llamarlas por su nombre y se termina por calificarlas como actos de egoísmo o de traición por parte de quien reaccionó de esa inesperada manera. A lo que provoca esas extrañas reacciones, que tienen siempre por desenlace el desengaño, desde la perspectiva de la Fe se le llama Soberbia. Dios, como dicta el libro de los Proverbios de la Sagrada Escritura, “aborrecerá a todos los orgullosos y soberbios” pues no sólo son abominables ante Él sino que son la abominación misma. La causa única de la rebelión de los ángeles fue, precisamente, la soberbia. Luzbel, el más hermoso de ellos, inflamado de orgullo y embriagado de soberbia, se rebela a Dios y le dice non serviam en advertencia de que no le obedecerá ni servirá a la creatura humana, según su mandato y disposición. Cae luego ante su propio Creador y se transforma en lo que la soberbia misma es, en un ser abominable que no desea el bien para nadie y que a todos quiere destruir. Así también es el soberbio. Luego de un tiempo de relacionarse con quienes parecen ser amigos, con compañeros de trabajo que simulan afecto o con los que prometen que es amor lo que en verdad no lo es, viene la caída acompañada del desengaño con el descubrimiento de la traición. Entonces, y a partir de que se sabe que aquél en quien se confió pertenece al grupo de los soberbios, es cuando resulta útil aplicar esta sabiduría y no desilusionarse ni dejarse invadir por la tristeza, menos deprimirse ni caer en el abatimiento. Jesús de Nazaret sabe bien de esto, pues personalmente conoció a uno de los soberbios, a quien tuvo por amigo y a quien confió su amistad y le entregó todo su cariño. Algunos escrituristas aseveran que llegó a ser uno de sus mejores amigos, si no es que el mejor; se llamaba Judas Iscariote y concretó su engaño con un beso. La oración mariana del Magnificat reza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho grandes obras por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. El Padre Carlos Triana desmenuza en explicaciones esta oración en su análisis llamado “El cántico del corazón de María” y en la parte que dice “dispersa a los soberbios de corazón” los describe de la siguiente manera: “No respetan los mandamientos ni la voluntad de Dios. A las advertencias responden con murmuraciones y rebeliones insolentes; quieren ser los primeros en todas partes; se burlan de la simplicidad y de la humildad de los demás; rechazan y desprecian cualquier servicio que se les ofrece; quieren igualarse a los sabios y maduros; no tienen respeto para con nadie en sus acciones ni modestia en sus discursos ni disciplina en sus costumbres. Su espíritu está lleno de obstinación, su corazón de dureza y su boca de jactancia. Su humildad no es sino hipocresía, sus burlas son picantes y mordaces, su odio es pertinaz; les son insoportables la humildad, la sumisión y la obediencia; quieren siempre mandar; sienten odio a las personas de bien; son perezosos y negligentes cuando de hacer el bien se trata. Están prontos a hablar de lo que ignoran y siempre listos a suplantar a los otros y a destruir la unión fraterna; temerarios para emprender lo que está por encima de sus fuerzas, groseros en palabras, presumidos en sus enseñanzas, desdeñosos en sus miradas, disolutos en sus risas, pesados con sus amigos, desconocen los beneficios que han recibido, son arrogantes en sus mandatos”.

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Los soberbios suelen expulsar a Dios de sus vidas o conservarlo apenas como una ilusión religiosa que les satisface, aunque falsamente, lo poco de espiritualidad que en ellos pueda todavía quedar. Pero Dios, siempre respetuoso de la voluntad humana, por la libertad por Él concedida, se silencia, aunque no se ausenta, y abandona a sus ídolos a quienes persisten en sus idolatrías; ídolos que suelen ser las adicciones, el poder, el dinero y las pasiones, y que acaban por destruir a quienes los adoran. Esto es precisamente lo que, tarde o temprano, también le sucede a los soberbios.

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“Vaciar el Purgatorio” Con el inicio del Año Paulino, la propuesta del Papa Benedicto XVI, que corrió del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, para conmemorar el bimilenario del nacimiento de San Pablo, comenzó también la gran oportunidad de obtener la Indulgencia Plenaria para el perdón de todos los pecados y para la remisión total de las culpas. La Indulgencia es un signo del infinito amor misericordioso del Padre celestial, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, porque la verdad nos hace libres y porque no fuimos creados para la destrucción de la muerte sino para la plenitud de la vida, que se prolonga eternamente con la resurrección, ganada por los méritos de Cristo. Según el decreto promulgado por la Penitenciaría Apostólica, para ganar la Indulgencia se debía visitar a lo largo del Año Paulino, con un sentido piadoso de peregrinaje, la Basílica de san Pablo extramuros, que se encuentra en la ciudad de Roma; pero también podía ganarse en todas las iglesias del mundo los días de la inauguración solemne y de la clausura del año Paulino, es decir, los días 28 y 29 de junio de 2008 y el 29 de junio de 2009. La Indulgencia también pudo ganarse en todas las iglesias dedicadas a San Pablo y en los lugares sagrados que designara el obispo de cada diócesis, como las catedrales, santuarios y vicarías. Como sucede habitualmente para ganar la Indulgencia plenaria, era requisito estar excluido de todo afecto al pecado, practicar la confesión sacramental, la Comunión eucarística y orar por las intenciones del Romano Pontífice, además de rezar el Credo e invocaciones piadosas a la Virgen María y a los apóstoles San Pedro y San Pablo. La Indulgencia pudo ganarse una vez al día para uno mismo y para los difuntos, los del Purgatorio, pues por los condenados al infierno, ya nada puede hacerse. El Purgatorio, más que en un lugar, es un estado de purificación en el que se tiene la vivencia personal de todos y de cada uno de los dolores, penas, tristezas y angustias que uno mismo provocó a los demás durante su paso por la vida terrena, pues experimentar lo que se provocó a los otros ayuda a purificar, como lo expone el Catecismo de la Iglesia Católica cuando en su párrafo 1030 dice que “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque estén seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” y en el párrafo 1031 explica que “La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados”. Por su parte, San Juan Crisóstomo afirma que “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro, frase de la que podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el futuro”. El Purgatorio, que más que un castigo divino es la consecuencia de la Misericordia de Dios, con mucha posibilidad quedó vacío gracias a los que ganaron la Indulgencia Plenaria para los difuntos durante ese Año de Gracia que proclamó el Papa, como un grande signo del amor del Padre Providente que hace una fiesta cuando regresa a casa el hijo que estaba perdido. Salieron muchas almas del purgatorio, seguro que sí, aunque luego han entrado otras muchas. Si se fue la oportunidad otorgada durante el Año de San Pablo de sacarlas de allí, nuevas posibilidades se presentan cada vez que el Papa concede la gracia de la Indulgencia Plenaria. Basta con estar atentos y aprovechar este tesoro fruto del perdón amoroso de Dios.

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Durante el año paulino, luego de la Misa votiva de San Pablo en la iglesia de La Sagrada Familia, en la colonia Roma de la ciudad de México, fuimos a cenar para compartir las experiencias, y a la pregunta “¿Para quién de tus difuntos obtuviste de Dios la Indulgencia Plenaria?” un amigo dijo que la había ganado por la última alma del Purgatorio, por la más sola y la más olvidada de los suyos en la Tierra, por aquél por quien ya nadie reza, por esa alma a quien ninguno le dedicaba ya una Misa, porque el olvido, nos dijo, es uno de los principales sufrimientos en el Purgatorio.

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“San Pablo y el Areópago” En Atenas, así como en Roma el Pantheon, se había destinado hace más de dos mil años un lugar para adorar, y dar culto ahí mismo, a todos los dioses, sitio en el que los griegos erigieron una estatua y un altar para cada uno de ellos. Allí se instalaron las imágenes en mármol de los doce principales dioses del Olimpo: Zeus, Hera, Hefesto, Artemisa, Apolo, Atenea, Afrodita, Hades, Poseidón, Ares, Hermes, Dionisio; y las de todos los otros. Pero los griegos, escrupulosos de que algún dios pudiese haber quedado ignorado, le levantaron estatua y altar a quien llamaron “El Dios desconocido” colocando ese nombre en su pedestal. San Pablo había llegado él solo a Grecia, procedente de las ciudades de Filipos, Tesalónica y Berea, donde habían tenido que quedarse Silas y Timoteo, sus acompañantes. Mientras Pablo les esperaba en Atenas recorrió la ciudad y pudo ver la cantidad de dioses que allí recibían culto. Entró a la sinagoga de los helenitas, los judíos que residían en Grecia, y les habló de Jesús el Cristo. También les habló de Él, diariamente en el ágora, a los filósofos griegos de las dos escuelas de su tiempo, los estoicos y los epicúreos, pero ellos le acusaron, utilizando los mismos términos de la acusación que habían lanzado contra Sócrates, de ser un predicador de divinidades extranjeras, porque les anunciaba la resurrección del Señor, que ellos confundieron con la diosa “Anástasis” cuyo nombre tiene un significado similar a “resucitar”. Entonces tomaron a Pablo y lo llevaron al Areópago. En Grecia el nombre de Areópago se refería a una colina situada al sur del ágora, pero también designaba al Consejo Supremo de Atenas que en esa colina solía reunirse siglos atrás. Puede entenderse, o que Pablo fue llevado a la colina como un lugar aparte para escucharle detenidamente, o que fue presentado ante el Consejo del Areópago para que allí declarara sobre lo que predicaba. -“¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? pues te oímos decir cosas extrañas y queremos saber qué es lo que significan”, le cuestionaron. Pablo, de pie en medio del Areópago, con inspirada elocuencia les dijo: “Atenienses, veo que ustedes son, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar sus monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que adoran sin conocer, eso les vengo yo a anunciar. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por mano de hombres; ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado. Él, que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas.” Hacia la parte final de su predicación les habló de cómo ese Dios, al que ellos tenían por desconocido, había dado a todos los hombres una garantía de su justicia al resucitar a Cristo. Todo había ido bien para Pablo hasta que habló de la resurrección, pues debido a la confusión con la diosa Anástasis, se burlaron de sus palabras, aunque algunos se le adhirieron y le creyeron. A dos mil años del nacimiento del “Apóstol de los gentiles” o “Apóstol de los que no creen”, los modernos areópagos siguen siendo lugares donde se proclama a Cristo, “el Dios desconocido” todavía por muchos. Los medios masivos de comunicación electrónica y escrita han venido a ser esos areópagos que logran hacer que algunos crean pero que provoca en otros manifestaciones de burlas hacia Jesucristo, pues todavía se confunde su triunfo sobre la muerte, ya no con la diosa Anástasis, pero sí con otras realidades de poder y de riqueza. A dos mil años, como Pablo, los propagadores actuales de la Buena Noticia somos también despreciados por dar a conocer al Dios que algunos no quieren que se conozca, al Dios desconocido, al Dios de San Pablo. Pero también podremos decir, como dijo San Pablo a la tarde de su vida, hallándose preso y poco antes de concretarse su martirio en el año 67, cuando le escribía a Timoteo, en lo que bien puede entenderse ahora como su testamento, las siguientes palabras: 131

“Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento”.

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“Los carmelitas” Es tradición que Julio sea mes del Carmelo porque a la mitad, el día 16, se celebra la solemnidad de la Virgen del Carmen. El Carmelo es un monte, pero es también una Orden de la Iglesia, además es un forma de vivir la Fe y de dar razón de ella, es un espacio de desierto en medio de la agitación cotidiana, es silencio, soledad, interiorización para encontrar a Dios callado que inhabita en toda creatura humana y es contemplación de este misterio, es una “dichosa soledad, silencio amado, páramo de amor, lugar querido, a donde se perdió todo cuidado, a donde se ganó todo el sentido”, como lo expresa el místico cuyo nombre no conocemos, y complementa: “¡Qué áspero es tu temor para pensado! ¡Qué blando tu rigor cuando advertido! ¡Solitaria mansión, sol sin eclipses! ¡Oh silencio de amor, y cuánto dices!”. El Carmelo tiene su origen en los ermitaños que, a ejemplo del profeta Elías, llevaban vida contemplativa en el Monte Carmelo, en Palestina, y que entre los años 1205 y 1214 redactaran su Regla de la Orden. En 1238 los carmelitas emigraron a occidente, siendo su primer Superior General Simón Stock, quien recibiera de manos de la Virgen María el escapulario, como signo de protección personal a la Orden y a todos los carmelitas, en la que fuera la primera aparición mariana que tuvo lugar en Inglaterra el 16 de julio de 1251. En Europa los carmelitas no fueron muy bien recibidos por todos, razón por la que su Superior General suplicaba con insistencia la ayuda e intercesión de la Virgen María con las siguientes palabras, que hoy forman parte de la devoción carmelitana: “Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del Cielo, Virgen fecunda y singular. ¡Oh madre tierna!, intacta de hombre, a los carmelitas proteja tu nombre, Estrella del mar”. Según la tradición cuenta, la respuesta que diera la Virgen a las súplicas de San Simón Stock, fue de la siguiente manera: “Se le apareció la Bienaventurada Virgen María, acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo que –éste será el privilegio para ti y todos los carmelitas: quien muriere con él no padecerá el fuego del infierno, pues quien con él muriese, se salvará-”. A partir de esta aparición mariana es que se tiene en el Carmelo por gran verdad y en referencia directa a la Virgen del Carmen, que “En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo”. Entre 1562 y 1568, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz reformaron la Orden a fin de recuperar la regla original, pero lograron más que la reforma que buscaban, pues el Papa les concedió Bula de fundación de una nueva Orden. España vio nacer así al Carmelo Descalzo. Los carmelitas llegaron a México entre las primeras órdenes evangelizadoras del nuevo continente y fundaron el Colegio de San Ángel, que ahora da nombre al antiguo pueblo de Tenanitla al sur de la ciudad de México y cuyos terrenos se extendían hasta lo que hoy se llama “Olivar de los padres” en alusión al sitio en el que los padres carmelitas tenían sembrados los olivos para la elaboración de aceite de olivo como concesión de la corona española; el Santo Desierto de Santa Fe, mal llamado “de los leones” y que también da nombre a la zona de Santa Fe; el convento de San Joaquín, que a su vez nombraba al río San Joaquín y a su actual colonia, zona de panteones, donde hoy se halla el Panteón francés, en lo que originalmente fuera el huerto de los frailes carmelitas. Acercarse a los carmelitas asegura aprender la oración contemplativa para recorrer “los valles solitarios nemorosos”, conocer “las ínsulas extrañas”, adentrarse en “los ríos sonorosos” y escuchar “el silbo de los aires amorosos” en “la noche sosegada en par de los levantes de la aurora” con “la música callada, la

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soledad sonora” en “la cena que recrea y enamora”, como define San Juan de la Cruz la experiencia de la íntima comunicación de unión de amor con Dios, que suele hablar en el silencio. Karol Wojtyla, fascinado por el Carmelo y por los descalzos, estudió la lengua española para poder leer en su texto original a San Juan de la Cruz, sobre quien escribió su tesis doctoral, misma que se encuentra en la biblioteca del Instituto Teresianum en Roma. Hasta el día de su muerte Juan Pablo II nunca dejó de vestir el escapulario de la Virgen de Carmen, el que le entregara la Madre de Dios a San Simón Stock, en Inglaterra, hace ya más de 750 años.

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“Pare de sufrir” La oferta es atrayente y atractiva porque nadie quiere sufrir, porque el que sufre lo que más desea es que el sufrimiento le abandone de inmediato, porque mucho de lo que es el sufrimiento consiste en su rechazo. Sin embargo, la propuesta de Cristo es diferente. El sufrimiento no es otra cosa sino un estado prolongado de dolor físico o moral. Cada individuo tiene un límite de resistencia que, toda vez que es rebasado, se convierte en sufrimiento. Una secta de denominación cristiana, que ha comprado antiguos cines y teatros para transformarlos en foros donde se proclama la Palabra de Dios dando lectura a la Biblia, presenta a sus seguidores la propuesta de vivir una vida sin sufrimientos. Para promoverse y hacer proselitismo entre los incautos, compran tiempos de transmisión en radiodifusoras y televisoras. Sus líderes, originarios de Brasil, se presentan como “obispos” aunque sólo son predicadores laicos. Ya en la reunión piden a los asistentes dar dinero, luego más dinero, y finalmente sus medallas, cadenas y relojes, para presentarlos a Dios como “ofrenda”. Los pobres incautos, en su deseo de “parar de sufrir”, pero sin comprometerse seriamente en el cristianismo, se dejan estafar en ese mercado de las religiones sin compromiso, como si fuera posible comprar la amistad de Dios, su cercanía o sus milagros y favores. El Catecismo de la Iglesia establece en su párrafo No. 385 que “Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza, que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? “Buscaba el origen del mal y no encontraba solución” dice San Agustín, y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque . La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia. Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor.” El sufrimiento, aunque es inadmisible desde la perspectiva humana, a la luz de la fe se torna aceptable porque trascendiendo la razón logra conseguir la aceptación de lo que parecía inaceptable. Pero el problema del sufrimiento de los inocentes, el problema del mal en general, es la más grave de las objeciones que se oponen a la fe, aunque sepamos que Jesús salvó al mundo no solamente tomando nuestra carne (según la teoría física de la redención por la encarnación), sino también sufriendo y muriendo por nosotros. El sufrimiento del cristiano, la cruz que Jesús anuncia a todos sus discípulos, encuentra su único sentido en la unión con la pasión del Salvador. Por lo anterior, y abrazado con fuerza a la experiencia de la salvación a través del sufrimiento, es que San Pablo afirma: “Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” y luego profundiza, reconociéndose partícipe del sufrimiento redentor de Cristo, en lugar de ser sólo un espectador de su Pasión, cuando afirma que “ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” y logra concluir lo siguiente: “Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo que los amó hasta entregarse por ustedes a Dios como ofrenda y sacrificio de aroma agradable.” El sufrimiento encuentra en el cristianismo un sentido nuevo que viene a ser la participación en la obra salvífica de Jesús, aunque el mundo relativista parezca con frecuencia estar muy lejos de lo que la fe asegura, pues las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte, parecen 135

contradecir la propuesta cristiana al grado de estremecer la fe hasta la tentación de despreciarla, y por ende, en lo que se refiere al sufrimiento, rechazarlo. Hacerle saber a quien sufre que su sufrimiento encuentra su único sentido en la obra salvífica de Dios a través del sufrimiento de su Hijo, y que por ello tiene la oportunidad de configurarse con Él, es entregarle la llave de la aceptación, para que logre sufrir menos. Esto es lo que alivia, no la propuesta simplona de decirle que ya pare de sufrir.

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“Destrucción de uno mismo” Hay desviaciones que suelen ir llevando a la creatura humana a situaciones de deterioro de sí mismo y de destrucción de quienes viven en su entorno. Adicciones y dependencias son las más sencillas de identificar, pero hay otras que, aunque parezca que no provocan daño, mientras más se arraigan en las costumbres más se fortalecen hasta que llegan a formar parte de la cotidianeidad, luego toman control de los impulsos, después de las decisiones y, finalmente, de la voluntad. Una de estas desviaciones, de tan tenue apariencia que hasta pasa inadvertida, es la presunción que algunos tienen de sí mismos, mayor de lo que en realidad es. Es la arrogancia, que hace caer al arrogante ante sí cuando no encuentra sustento, en sus propias conductas, a sus pretensiones. La vaciedad le inunda el espíritu, debilita su conciencia y lo convierte en presa fácil de conductas que le llevarán al deterioro de su persona. Son las conductas inadecuadas. La reiteración, incluso leve, de conductas inadecuadas, engendra vicios por la repetición de los actos que esas conductas provocan. De los vicios resultan nuevas desviaciones que progresivamente van oscureciendo la conciencia y corrompiendo la valoración concreta del bien y del mal. Las inclinaciones desviadas también tienden a reproducirse y a reforzarse de manera progresiva, ocasionando un deterioro creciente de la persona. Su variedad es amplia: discordia, avaricia, celos, ira, rencillas, soberbia, divisiones, envidia, odio, libertinaje, idolatrías, hechicerías, adicciones, pereza, adulterio y lujuria. Éstas, a su vez, generan otros vicios. Se les puede distinguir según su objeto, como en todo acto humano, según las virtudes a las que se oponen, o según las normas que quebrantan. Algunas provocan el deterioro de uno mismo en tanto que otras provocan el deterioro de los demás. Hay desviaciones de pensamiento, de palabra, de acción o de omisión. La opción por las desviaciones es un acto personal, pero se tiene responsabilidad en las que son cometidas por otros cuando se coopera participando directa y voluntariamente, ordenándolos, aconsejándolos, aprobándolos, no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo, lo que equivale a proteger a los que hacen el mal. Así es como las desviaciones convierten a los hombres en cómplices unos de otros, hacen reinar entre ellos la maldad, la violencia y la injusticia, luego provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad, y después aparecen agrupaciones o bandas criminales que no son otra cosa sino expresión y efecto de las desviaciones personales que se han agrupado y que inducen a cometer a su vez el mal. Así aparece el “mal social”. La mayor gravedad de las desviaciones consiste en que destruyen la voluntad del hombre apartándolo de su opción por el bien y haciéndole optar por un bien inferior. Como consecuencia de su práctica se entraña un afecto desordenado por poseer todas las cosas y se impide el progreso de la voluntad en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien. Las más graves son las que se cometen por malicia, por elección deliberada del mal, pues se cometen con pleno conocimiento y con deliberado consentimiento. A las desviaciones se les llama “pecados” desde el pulso de la fe, pero por un uso frecuente y ligero que se les ha dado en el lenguaje cotidiano, el término se ha desgastado y ha perdido su valor descriptivo y significativo. No obstante, el pecado es “amor de sí hasta el desprecio de Dios” como afirma San Agustín. La raíz de los pecados se encuentra en el corazón humano, en su libre voluntad, según la enseñanza de Jesús: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre”. En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los 137

discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo, el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de los pecados. Pero como el pecado no puede destruir al Bien hasta su raíz, y como en el corazón reside también el amor, principio de las obras buenas y puras, a las que el pecado lastima severamente, es por lo que Dios ha querido intervenir en nuestra historia, para rescatar a la creatura humana de esas estructuras de pecado, es decir, de la destrucción de uno mismo.

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“La buena muerte” En el interior de la iglesia de San Jacinto, en San Ángel, en la ciudad de México, sobre el muro izquierdo de la nave, a la altura del crucero central, está colocada una pintura, óleo sobre tela, que muestra el llamado “Tránsito” o muerte de san José. El artista lo presenta agonizante, recostado sobre el lecho, y junto a él, uno a cada lado, le acompañan Jesús y María. La escena la complementan varios ángeles, arcángeles y querubines que llenan los espacios de la habitación. El rostro de san José muestra una elegante tranquilidad ante la inminencia de su muerte, la satisfacción que proporciona la vivencia de una vida justa y buena, y la paz que le allega la particular compañía de su hijo adoptivo y de su esposa, quienes juntos se transforman en la fuerza que necesita José para vivir el último acto de la vida, que es morir. San José es el Santo Patrono de una Buena Muerte, y con razón lo es, pues ya quisiera, cualquiera de los que en Cristo creemos, dejar este mundo como lo dejó el carpintero José, el esposo justo y fiel, custodio del Redentor, el que con su trabajo lo crió, quien con sus consejos lo educó, aquél que le inspiró llamar al Padre Eterno, al Creador del Universo, tal y como lo llamaba a él cuando le decía “Abbá”, mi muy querido papá, en la humilde casa de Nazaret. No son menos de mil las ocasiones en que he visto “el Tránsito de san José” que está ahí en la iglesia de San Jacinto. De ellas, son muchas las que lo he contemplado mientras me recreo en el texto del Evangelio apócrifo de nombre “José el Carpintero”, que se cree fue escrito hacia el año IV, un texto del que se conservan dos versiones, una escrita en copto y la otra en árabe, y que narra precisamente el momento que retrata el cuadro al óleo, cuando Jesús, acercándose a José, le dice lo siguiente: “La fetidez de la muerte no tendrá ningún poder sobre ti, ni ningún olor cadavérico ni ningún gusano saldrá de ti. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un solo cabello de tu cabeza caerá. Ninguna parte de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino que permanecerá intacta hasta los mil años. A todo hombre que cuide de hacerte sus ofrendas el día de tu aniversario, yo le bendeciré y le retribuiré en la congregación de los primogénitos. Y al que haya dado alimento a los indigentes, a los pobres, a las viudas y a los huérfanos y les haya distribuido del fruto de su trabajo el día que se celebre tu memoria, te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Y a todo el que haya tenido cuidado de hacer sus ofrendas el día de tu conmemoración, yo le daré el treinta, el sesenta y el ciento por uno. Y el que escriba tu historia, tus obras y tu partida de este mundo y las palabras salidas de mi boca, lo confiaré a tu custodia por todo el tiempo que permanezca en esta vida. Y cuando su alma abandone su cuerpo y tenga que dejar este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo atormentaré con ningún suplicio el día del juicio; y haré que atraviese sin dolor ni quebrantos el mar de fuego; todo lo contrario de lo que le ocurrirá a todo hombre duro y codicioso que no cumpla lo que está prescrito. Y aquél al que le nazca un hijo, y le ponga el nombre de José, yo haré que en su casa no entre el hambre ni la peste”. Otros mueren en medio de la desesperanza, rodeados por la angustia de la incertidumbre en lo que les espera al otro lado de la vida. No conocen a san José, no saben confiar en tener una buena muerte. La Iglesia ha establecido la conmemoración de los fieles difuntos el 2 de noviembre de cada año. Es el día de todos los bautizados, de los creyentes que han muerto pero que ya no morirán. Algunos pudieron gustar de una buena muerte como san José, otros no, pero a todos los ha esperado el Padre Eterno a la puerta de la Gloria celestial, revestido de infinita misericordia y bañado de amoroso perdón, para recibirles con un 139

abrazo mientras al oído les dice “Bienvenido a casa, mi hijo amado, llevo tiempo esperando tu regreso”. Luego ha mirado hacia adentro del Reino de los cielos y a todos ha dicho: “¡Hagamos una fiesta, porque mi hijo ha regresado!”.

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“Los muertos” En las tradiciones de nuestra mexicanidad solemos nombrarle “Día de muertos” a la misma celebración que en la liturgia es conocida como Memoria de todos los “Fieles Difuntos”, y que la Iglesia ha establecido que se celebre en el día 2 de noviembre. Entre ambas denominaciones hay grandes diferencias, pues no es lo mismo un muerto, que un difunto, ya que aunque de forma pueda parecer que sí, de fondo no lo es. Desde el pulso de la Fe sabemos que Dios quiere que todos los hombres se salven; que la salvación consiste en vencer a la muerte; que la muerte es vencida por Cristo con su Pasión, muerte y Resurrección; y que por Él seremos resucitados todos aquéllos que hayamos vivido las virtudes evangélicas logrando dar con nuestras propias vidas testimonio del amor de Dios. Por lo tanto, no todos los que han vivido, aunque hayan muerto, están muertos. De lo anterior se deduce que, de quienes ahora vivimos, luego de morir, algunos resucitaremos para vivir eternamente. Estos son los Fieles Difuntos, los que han cesado sus funciones en esta vida pero continúan con otras funciones en la vida eterna. La palabra “difunto” significa, precisamente, dejar de funcionar o cesar en sus funciones. El difunto es, pues, el que ya no funciona, pero para la Fe es el que ya no funciona aquí en la Tierra y sigue funcionando allá en el Cielo. Con respecto al respeto que debe guardarse a los cuerpos de los difuntos, el Catecismo de la Iglesia Católica explica que: “deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y en la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio”. La Iglesia permite la incineración de los cuerpos de los muertos “cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo”. Con respecto al suicidio, el Catecismo indica que: “Cada cual es responsable de su vida, que Dios le ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella. El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es el contrario al amor del Dios vivo. Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida. No se debe separar de la salvación eterna a aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida”. Acerca de la “reencarnación” la Iglesia enseña, en el Catecismo, que “La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin el único curso de nuestra vida terrena, ya no volveremos a otras vidas terrenas. Está establecido que los hombres mueran una sola vez. No hay reencarnación después de la muerte”. 141

Jesucristo revela en el Evangelio que “no es otra cosa la muerte, sino el paso de esta vida al Padre” y la Iglesia anima a todos los creyentes a prepararse para la hora de la muerte, a pedir a la Madre de Dios su intercesión por nosotros, y a confiarse a san José, quien es Patrono de la buena muerte. Conviene tener presente que “Dios quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad”, como explica san Juan en el Evangelio, pero que, para que nos salve de la muerte eterna, requiere de nuestra colaboración en la vivencia de una vida buena. Finalmente, siempre es bueno recordar que en la Iglesia celebramos a los “Fieles” difuntos, es decir, a los bautizados, a los que creyeron en Cristo, a quienes vivieron la Fe, a los que iban a Misa, se confesaban y comulgaban, a los que vivieron los sacramentos.

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“La porquería” Jesús había llegado a Guedhara, una ciudad de paganos que se dedicaban a la cría de puercos, entre quienes vivía un hombre poseído por el demonio, quien se acercó a Jesús, para rogarle que no le atormentara, porque antes le había exigido al demonio que saliera de él. La descripción que San Marcos evangelista hace de este endemoniado es dramática cuando asevera que estaba fuera de sí, que andaba unas veces entre los montes y otras entre los sepulcros, que se golpeaba con piedras haciéndose daño a sí mismo, que los habitantes de Guedhara le habían encadenado pero que él había roto las cadenas y los grilletes, que andaba dando alaridos por todas partes y que nadie podía ya contenerle. Luego, el evangelista explica a detalle el exorcismo practicado por Jesús y narra un extraño diálogo entre el Señor y el demonio, que después vienen a resultar varios demonios, pues a la pregunta de Jesús de cuál es su nombre, responde “mi nombre es Legión porque somos muchos”, y le piden que para dejar al hombre les permita entrar a los cuerpos de varios puercos que por allí estaban. Es un diálogo extraordinario, fuera de lo normal, es un texto único en toda la Sagrada Escritura, que describe lo bien que el mal conoce al Bien. Posteriormente de la particular conversación entre Jesús y los demonios, les concede entrar en los puercos, los que, como alma que lleva el diablo, se arrojan por un acantilado hasta ahogarse en el mar. Dice san Marcos que eran dos mil. El cuadro siguiente es el hombre sentado junto a Jesús en su sano juicio, tranquilo, limpio, liberado del mal, como si nada en su vida le hubiese atormentado antes. Están solos Jesús y él. La paz de la escena la alteran los guedharenos cuando irrumpen para ver lo sucedido, pues había corrido la voz, tanto del milagro, como de la pérdida de los puercos. Dos mil puercos eran muchos puercos, mucha carne, muchos kilos, mucho dinero que se había perdido a cambio de recuperar la salud y la tranquilidad de un hombre. Por eso, aunque impresionados por el poder de Jesús, los guedharenos le pidieron que se retirara de allí, que se fuera de su ciudad, pues al parecer preferían conservar a los puercos que verse librados de la porquería. Mientras tanto, el que había estado endemoniado, al ver que no puede contener a sus paisanos, ni retener a Jesús, le pide que lo lleve con Él, a lo que le responde que le tiene preparado algo mejor, que regrese a su casa y les cuente a todos las maravillas que Dios ha obrado en él. Luego Jesús se embarcó de nuevo y regresó a territorio de Judea, en tanto que aquel hombre recorrió la Decápolis (diez ciudades griegas) proclamando cómo Jesús lo había arrancado de las garras del mal para insertarlo en la vida del Bien. Luego de lo asombroso del relato, quedan deseos de saber más acerca del exorcismo practicado por Jesús y lo de los puercos. Eso no es otra cosa que la acción salvífica de Dios, que arroja la porquería a su lugar, al basurero, a donde le corresponde perecer, ahogada en las fuerzas del mal, lejos del Hombre, lejos de las ciudades, fuera de su entorno. El nombre de los muchos demonios que se habían ido adueñando de aquel hombre, hasta arrojarlo a vivir entre sepulcros, vuelto un loco, era “Legión” porque eran muchos. Hoy los demonios tienen otros nombres como Fraude, Robo, Violencia, Corrupción, Secuestro, Narcotráfico y otros más que, aunque diversos, siguen siendo muchos y siguen provocando los mismos males que arrojan al hombre a procesos de autodestrucción con los que se hiere a sí mismo. El relato evangélico de san Marcos tiene especial vigencia cuando se descubre que siguen en acción los promotores de todo aquello que daña y esclaviza al ser humano. Primero lo llevan a situaciones que inician con un grave deterioro moral y luego lo arrojan a procesos que acaban con su vida. 143

Como en Guedhara, hoy también se ha expulsado a Dios de los hogares, de escuelas y universidades, de empresas e instituciones, de los gobiernos y de la cosa pública. Precisamente porque Cristo es incómodo e inconveniente para los promotores del mal, porque su mensaje es poderoso y liberador de esclavitudes y dependencias, por eso se le está excluyendo con mayor fuerza y frecuencia de los ambientes en los que el ser humano debe crecer. La lucha contra el crimen es hoy la muestra de modernos guedharenos que prefieren al hombre enloquecido, aunque encadenado con grilletes que no lo contienen, antes que perder su porquería.

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“Seguramente los ángeles existen” Un matrimonio que había salido de viaje dejó encargada su casa a la hermana de uno de ellos, quien al salir del trabajo, se dirigía por la noche a supervisar la casa a su cuidado. Una de esas noches la esperaban, ocultos en la oscuridad, tres criminales que habían planeado entrar al momento en que ella abriera y forzarla a que les entregara las llaves de los automóviles y demás posesiones de valor. Luego quién sabe qué harían con ella. Cuando llegó, los delincuentes hicieron lo planeado, pero al momento del asalto surgió de la oscuridad un joven que la defendió con extraordinaria fuerza, desarmó a los asaltantes y buscó apoyo de la policía; después tranquilizó a la muchacha, quien se esmeraba en agradecimientos mientras le preguntaba de dónde había salido tan oportunamente. Él le respondió que vivía en la casa de enfrente, y luego se hundió en la noche mientras se retiraba. Al día siguiente ella tocó a la puerta de la casa en busca de su salvador, para agradecerle su oportuna intervención, pero quien abrió le dijo que allí no vivía nadie más. Entonces se lanzó a buscarlo en las casas cercanas, pero resultó que nadie le conocía, no vivía en el vecindario y nadie le había visto jamás. El domingo fue a Misa para agradecer a Dios y escuchó, durante la proclamación del Evangelio de san Mateo, lo siguiente: “Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?”. Días después regresaron de su viaje los propietarios de la casa, quienes al saber lo ocurrido dijeron que nunca habían visto a ese vecino, que no conocían en el vecindario a ningún joven fuerte, de trato amable, de voz suave aunque profunda, de cabello largo y que vistiera una gabardina. Desde entonces ella está segura de que la salvó un ángel. En efecto, la existencia de los ángeles es dogma de fe y así lo establece el Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo número 328: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición”. Las narraciones angélicas se encuentran en prácticamente todas las religiones y no faltan en el cristianismo, judaísmo, ni en el Islam. En la angelología cristiana, en la obra “La jerarquías celestes” el Pseudo Dionisio establece nueve coros angélicos: ángeles, arcángeles, serafines, principados, virtudes, potestades, dominaciones, tronos y querubines. Hace como quince años, una tarde, cuando daba yo una conferencia en la universidad La Salle, que habían organizado los jóvenes de Pastoral Universitaria como parte de una Semana de celebraciones por ya no recuerdo qué motivo, al final se acercó un joven y me entregó un papel con unas anotaciones hechas a mano. Lo vi y leí que tenía escritas unas letras seguidas de unos números que decían Jn 12, 14. Luego tenía un nombre y otros números. Le pregunté qué era eso y me dijo que era su nombre, su teléfono y una cita de la Sagrada Escritura. Guardé el papelito en la bolsa de mi saco y al día siguiente busqué, por curiosidad, la cita en la Biblia. La abrí en el Evangelio según san Juan, en el capítulo 12 y leí que el versículo 14 dice textual: “Y Jesús, habiendo encontrado un burrito se sentó en él”. El texto forma parte del relato de la entrada mesiánica a Jerusalén, cuando el Señor fue recibido con exclamaciones jubilosas. Cuando lo leí ocurrió, de manera vertiginosa, algo que en menos de un segundo comprendí, o supe, o entendí, no sé qué fue, pero me hizo saber que yo debía ser una especie de burrito que llevara a Jesús a cuantos lugares pudiese. Fue muy rápido pero fue definitivo, tanto, que pronuncié una oración y dije algo así como: “Señor, estoy dispuesto a llevarte a donde digas, súbete a mi espalda, quiero ser, aunque sea, tu burrito, cuentas conmigo, quiero servirte”. Luego reaccioné, vi el papel, el nombre escrito 145

era Ángel; no lo podía creer, así que marque el número en el teléfono, pregunté por Ángel y me dijeron que allí no vivía. Volví a marcar y me dijeron que allí no era. Marqué otras veces para cerciorarme y constatar que, en efecto, allí no conocían a Ángel. Desde entonces soy el burrito del Señor e intento acercarlo y presentarlo a muchos. Pienso que me envió a uno de sus mensajeros. Seguramente los ángeles existen.

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“Por eso Dios se hace esperar” El Año litúrgico termina con la festividad de “Cristo Rey del Universo” y el nuevo año de la liturgia comienza en el primer domingo de Adviento, con el que inicia este tiempo que se caracteriza por ser un Tiempo de Espera y que tiene duración de unas cuatro semanas con énfasis en los cuatro domingos previos a la Navidad. La vivencia y celebración del Adviento permite prepararse para el gran acontecimiento de la llegada de Dios al mundo, quien, niño, muestra a todos los hombres su humanidad adquirida. En efecto, Dios se hace hombre engendrado en el seno inmaculado y virginal de María que le da la existencia terrena. Así, “El que es” se hace existente, “el Eterno” se hace temporal, “el Inmortal” se hace mortal por nosotros, el “Innombrable” se hace llamar Jesús, “el Altísimo” se hace vecino de Belén, y el “Creador” se pone en manos de la creatura cuando es envuelto en pañales. El pueblo de Israel llevaba siglos en espera del Mesías que habría de liberarle. Como pueblo teocéntrico, todos sus actos culturales y cultuales giraban alrededor de la llegada del esperado tiempo mesiánico. Los israelitas vivían así en una constante espera de la intervención del Altísimo, que se haría presente en su historia en la figura del Redentor, el esperado Salvador que nacería de una Virgen y que sería descendiente de la dinastía del rey David. El Adviento nos muestra la espera de Dios en tres personajes: -Juan Bautista, el Bautizador, el Anunciador, el Preparador, el que había esperado silencioso en casa de su madre Isabel y de su padre Zacarías el momento de iniciar la última gran predicación del último profeta. Bautiza en el nuevo tiempo glorioso que perdona los pecados luego de la purificación en las aguas del río Jordán, anuncia que ha llegado el tiempo del arrepentimiento y de la conversión, prepara el camino del Señor, y termina con su espera, para lanzarse a la clausura de los tiempos proféticos en los inicios de los tiempos de la plenitud o de la plenitud de los tiempos, el tiempo del Mesías, los tiempos mesiánicos. -La Virgen María, quien a lo largo de nueve meses sintió en su ser los latidos de dos corazones en espera del nacimiento de su hijo, el Hijo de Dios. Ya desde que María había pronunciado su “hágase” al arcángel Gabriel en la Anunciación, los nueve meses que siguieron se tradujeron en un continuado tiempo de espera en su maternal Adviento. -San José, quien luego de despertar del sueño en que Dios le dio a conocer que no temiera recibir a María, le abre los brazos, a ella y a su hijo, y se suma a ese tiempo de espera, en familia, en la casa de Nazaret; luego emprende el viaje a Belén de Judá, después encuentra un sitio en una gruta y allí, entre algunos animales, guarecidos del frío de la noche, espera el momento del alumbramiento. José recibió al niño con sus manos, lo arrulló con sus brazos y lo cubrió con su fuerza, la fuerza del hombre justo, la fuerza del esposo de la Madre de Dios. A dos mil años de aquel advenimiento maravilloso que se concretó en la noche santa de Navidad, en el Adviento de cada año, los que en Cristo creemos y confiamos, somos nuevos personajes del Tiempo de la espera. A Israel se suma México, a José los esposos y padres de familia, y a María las mamás que permiten a su hijo nacer aunque todo parezca decirles que no pero Dios les grita, desde su interior, que sí. Debemos aprovechar este tiempo de espera para poner la mirada en el que vino en Belén y sigue viniendo todos los días a morar en nuestra propia vida para que cada hombre y mujer seamos una historia personal del Dios que se hace responsable de nosotros, y que vendrá, como lo prometió, a reinar en este mundo para establecer el Reino de paz.

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Dios quiso que su pueblo elegido viviera en su espera. El mismo Dios ha querido que su nuevo Pueblo, conformado por todas las naciones, viva en la espera de su inminente regreso en la Parusía, de cuya fecha y hora nadie sabe cuándo será, aunque estamos ciertos de que en algún momento sucederá. El Adviento ofrece, pues, la oportunidad de celebrar la llegada del Señor bajo sus tres diversas formas: su nacimiento en Belén, su presencia en el tiempo litúrgico del Adviento y la Navidad, y su regreso escatológico en la Parusía. Los tres advenimientos del Señor nos llenan de esperanza; por eso es que Dios siempre se hace esperar.

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“Juantzin, Juan Diegotzin” Los mexicanos tenemos a la Virgen de Guadalupe por madre nuestra. También la tenemos por Madre de Dios, “del Verdaderísimo Dios por quien se vive”, “del Creador de las personas”, como ella misma se presentó a san Juan Diego, el vidente del acontecimiento guadalupano. El relato de las apariciones, escrito por Antonio Valeriano, narra de bellísima manera el suceso cuando explica: “Aquí se narra, se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María madre de Dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe. Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga. Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios. En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo. Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatilolco.” Entre nuestros antepasados los aztecas se hablaba en expresiones diminutivas para expresarle muy alto respeto al interlocutor. El diminutivo se usaba además para referirse a la divinidad y a los dos principales dones concedidos a los hombres: la familia y a la comida. Así, en México les llamamos a nuestros familiares: papá, mamá, abuelitos, hijitos, hermanitos y primitos; y lo que comemos es: sopita o caldito, arrocito, pollito, frijolitos, tortillita con salecita y salsita, cafecito, y luego un tequilita o de una cervecita con chicharroncito. Sólo al terminar de comer es cuando se fuma un cigarrito. El Nican Mopohua narra que cuando Juan Diego estaba cerca del cerrito llamado Tepeyac, al amanecer, oyó cantar como el canto de muchos pájaros finos (lo que para los aztecas era eco de las voces de los dioses), sobremanera suaves y deleitosos, por lo que se detuvo a ver qué era y se dijo: “¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?” pues sintió tal paz y alegría que pensó que estaba en el Cielo. Después oyó “que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: -Juanito, Juan Dieguito-. Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella. Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza: su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro. En su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra, que era extremadamente glorificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho. Le dijo: -Escucha, Hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?-. Y él le contestó: -"Mi Señora, Reina, Muchachita mía...”.

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Así es cómo desde aquel año dichoso de 1531, los mexicanos nos relacionamos con el Dios de Jesucristo, y con todo lo suyo, y le hablamos de Papá Diosito, Virgencita, Niñito Jesús, San Josecito, San Martincito de Porres, Angelito de la Guarda... y a los sacerdotes les decimos “Padrecito”, a las monjas “Monjita” y a las religiosas “Madrecita”. Bien dijo de México el papa Benedicto XIV, en alusión al milagro guadalupano, en mayo de 1754, con motivo de la Jura del Patronato Pontificio de la Virgen de Guadalupe como Patrona de toda la Nueva España que “Non fecit taliter omni nationi” es decir “No hizo cosa igual con ninguna nación”.

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“Familia formadora en valores” Con motivo de la celebración del VI Encuentro Mundial de las Familias, del 14 al 18 de enero de 2009, en la ciudad de México, que llevó por lema “La familia formadora en los valores humanos y cristianos”, se manifestaron algunos grupos de inconformes para expresar, desde una postura de rechazo al concepto eclesial de Familia, que “la familia no es la única institución que tiene la capacidad de formar en valores”. Esta afirmación es parcial, pero tampoco puede desdeñarse que la familia, por ser “célula de la sociedad” es la institución fundamental en la formación del ser humano, desde pequeño, desde que nace. En un momento histórico en el que la humanidad reconoce la urgencia de retomar los valores para recuperar la paz y el Bien, este Encuentro propuesto por el Papa Juan Pablo II y continuado por su inmediato sucesor, nos recuerda cuáles son esos valores formativos, a partir de su propuesta temática: La Dignidad se aprende en el hogar cuando los padres se tratan mutuamente con respeto. El Bien trae paz interior, gozo y madurez. La Honestidad es actuar conforme a la voluntad divina y a la propia conciencia. La Responsabilidad es cumplir con las obligaciones sin presiones inmediatas. La Verdad es la adecuación de la realidad y el pensamiento. La capacidad de Servir explica la grandeza del amor paternal que convierte a los padres en servidores de sus hijos. La Fidelidad es tener fe, y confiar en Dios, pero también en los demás. La Justicia es dar a cada quien lo que se le debe dar. La Generosidad es dar lo que todavía se desea. La Paciencia es tranquilidad de espera en situaciones difíciles. La Bondad es el esfuerzo por la felicidad propia y de los demás. La Lealtad es actuar de acuerdo con la ley de la amistad y de las instituciones. La Gratitud es gratuita y reconoce a quien hace un bien sin estar obligado a hacerlo. La Honradez es respeto por los bienes ajenos y esfuerzo por conseguir los propios. El Perdón es ignorar la culpa pues nace del amor que se tiene a quien la cometió. La Amistad es afecto que se tiene hacia otro y que hace procurar su bien. La Alegría es manifestación del gozo ante un bien y expresión de la felicidad. La Solidaridad consiste en hacerse “sólido” con los demás para satisfacer juntos las necesidades mutuas. La Coherencia es actuar de acuerdo con los principios buscando la verdad. La Prudencia es pensar antes de emprender una acción. Fortaleza es constancia en la búsqueda del bien. La Templanza es equilibrio en el uso de los placeres y ayuda a vencer el abuso. El Respeto es reconocer la dignidad propia de los demás. La Tolerancia es dar la importancia debida al que la tiene, por su dignidad, no por sus circunstancias. La Misericordia es la consecuencia de tener un corazón compasivo. Sinceridad es actuar con verdad, limpiamente, sin hipocresías. La Abnegación es sacrificio voluntario de los propios intereses en servicio de Dios o del prójimo. La Escucha es la disposición para atender y entender a los demás. La Obediencia es hacer la voluntad del que manda. El Pudor es el respeto a la dignidad del cuerpo y derecho a la intimidad. La Amabilidad es disponibilidad al trato benévolo con los demás. La Confianza es la seguridad que se tiene de la rectitud de los demás. La Unidad nace del amor a la comunidad con quienes se convive. La Libertad es la autodeterminación ante el bien o el mal. El Bien común es la búsqueda de la felicidad de todos. La Igualdad es un trato libre de impunidad y corrupción. La Compasión es amar al que padece y padecer con él. Religiosidad es la práctica de las obligaciones hacia Dios. La Esperanza hace anhelar, sin desaliento, la felicidad. La Voluntad es la facultad de entender y desear lo que debe hacerse. La Hospitalidad es acoger a quien está en desgracia. La Paternidad es procurar el bien de los hijos, y Saber ser hijo consiste en honrar a los padres y en cuidar de ellos en la vejez. Concluido el VI Encuentro Mundial de las Familias, se dio a conocer cuáles son los retos para toda familia que, verdaderamente, quiera ser formadora en los valores. Esos retos consisten en conocer, en enseñar y en practicar esos 43 valores: Dignidad, Bien, Honestidad, Responsabilidad, Verdad, Servicio, 151

Fidelidad, Justicia, Generosidad, Paciencia, Bondad, Lealtad, Gratitud, Honradez, Perdón, Amistad, Alegría, Solidaridad, Coherencia, Prudencia, Fortaleza, Confianza, Respeto, Tolerancia, Misericordia, Sinceridad, Abnegación, Escucha, Obediencia, Pudor, Amabilidad, Confianza, Unidad, Libertad, Bien común, Igualdad, Compasión, Religiosidad, Esperanza, Voluntad, Hospitalidad, Paternidad y Saber ser hijo.

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“El Papa y nuestras familias” Ante la imposibilidad de estar en México para el VI Encuentro Mundial de las Familias, Benedicto XVI se hizo cercano a las familias mediante un mensaje que fue transmitido vía satélite gracias a la tecnología del Centro Televisivo Vaticano. Primero habló a los mexicanos, con las formas y expresiones de la cultura con que en México se habla, cuando nos dijo que “los mexicanos saben bien que están muy cerca del corazón del Papa. Pienso en ellos y presento a Dios Padre sus alegrías y sus esperanzas, sus proyectos y sus preocupaciones. En México el Evangelio ha arraigado profundamente, forjando sus tradiciones, su cultura y la identidad de su noble gente. Se ha de cuidar ese rico patrimonio para que siga siendo manantial de energías morales y espirituales para afrontar con valentía y creatividad los desafíos de hoy y ofrecerlo como don precioso a las nuevas generaciones”. Luego precisó los objetivos de esta celebración mundial cuando indicó que “el Encuentro ha querido alentar a los hogares cristianos a que sus miembros sean personas libres y ricas en valores humanos y evangélicos, en camino hacia la santidad, que es el mejor servicio que los cristianos podemos brindar a la sociedad actual. La respuesta cristiana ante los desafíos que debe afrontar la familia y la vida humana en general consiste en reforzar la confianza en el Señor y el vigor que brota de la propia fe, la cual se nutre de la escucha atenta de la Palabra de Dios”. Después explicó la necesaria defensa de la familia cuando dijo que “es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Como puso de manifiesto Jesús honrando a la Virgen María y a San José, la familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Nadie se ha dado el ser a sí mismo. Hemos recibido de otros la vida, que se desarrolla y madura con las verdades y valores que aprendemos en la relación y comunión con los demás. En este sentido, la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral” El Papa previno hacia lo que dificulta la labor educativa familiar cuando señaló que se trata de “un engañoso concepto de libertad, en el que el capricho y los impulsos subjetivos del individuo se exaltan hasta el punto de dejar encerrado a cada uno en la prisión del propio yo”. En cambio, indicó, “la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello debe ejercerse con responsabilidad, optando siempre por el bien verdadero para que se convierta en amor, en don de sí mismo. Para eso, más que teorías, se necesita la cercanía y el amor característicos de la comunidad familiar. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto”. Al término de su mensaje fijó las tareas que deja el VI Encuentro: “Hoy más que nunca se necesita el testimonio y el compromiso público de todos los bautizados para reafirmar la dignidad y el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio de un hombre con una mujer y abierto a la vida, así como el de la vida humana en todas sus etapas. Se han de promover también medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en sus derechos inalienables, necesarios para llevar adelante su extraordinaria misión”. Finalmente aseguró su oración por las familias que dan testimonio de fidelidad en circunstancias arduas y confió a las familias del mundo a la protección de la Virgen Santísima, “tan venerada en la noble

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tierra mexicana bajo la advocación de Guadalupe. A Ella, que nos recuerda siempre que nuestra felicidad está en hacer la voluntad de Cristo.” Para quienes somos familia, cuando esposos, padres, hijos y hermanos seguimos compartiendo en el hogar los proyectos de cada uno, y los impulsamos como propios, porque somos familia; y cuando la fidelidad conyugal, el apoyo paternal, la solidaridad filial y el amor fraternal, ya no suelen aparecer en las primeras planas de los periódicos como buenas noticias; fue consolador recibir la cercanía del Papa y su bendición para nuestras familias.

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“Milagroso Cese al fuego” El pasado 13 de enero de 2009 hice una entrevista al Sr. Said Hamad, embajador de Palestina en México, para un programa de televisión en el que se analizó el conflicto suscitado desde el 27 de diciembre de 2008 en la Franja de Gaza. Luego de la entrevista le platiqué que en el año 2006, mientras Israel bombardeaba a Líbano, el obispo de la Iglesia Maronita en México, George Saad Abi Younes, celebró Misa en la parroquia de San Agustín para pedir a Dios, por intercesión de san Charbel, el cese al fuego. Le dije que al día siguiente, en forma milagrosa, cesó el bombardeo. El embajador me dijo que necesitaba lograr algo similar para Gaza. Cinco días después, el domingo 18, el obispo Abi Younes celebró la Misa solicitada, en la iglesia de Nuestra Señora de Líbano, junto con tres obispos libaneses y uno de Egipto que se encontraban en México por el VI Encuentro mundial de las Familias. Acudieron los embajadores de Palestina, Líbano, Egipto, Arabia Saudita, Algeria e Iraq, y el cónsul del Congo. Reproduzco en seguida extractos de la homilía: “Hoy nos reunimos con un anhelo en el corazón: rezar por la paz en Medio Oriente, por la paz en la tierra de la paz; rezar por los pueblos de Líbano, Palestina e Iraq, que sufren desde décadas las consecuencias de la guerra y del odio. Hemos visto en estos días cómo el odio y el sentimiento de venganza han vuelto a derramar la sangre de inocentes en Palestina y nos duele en nuestros corazones ver tanto odio y destrucción, el sufrimiento de todo un pueblo. El mundo actual se debate entre el odio y la guerra; entre la superficialidad y la superstición, fenómenos que nos llevan a concluir, con el Papa Benedicto XVI, que una buena parte de nuestras familias, sociedades y naciones han desterrado a Dios de sus vidas. Vivimos en un mundo contradictorio en el que hay países y gobernantes que perdieron la sensibilidad, el amor y el respeto a los derechos de otros pueblos. La pasión de matar a un pueblo, a inocentes, a niños y mujeres, de invadir un territorio y destruir un Estado se ha convertido en una lucha que destruye el interior del hombre y la claridad de tomar decisiones justas a favor de la paz. Se ha despreciado “el Tesoro”, “la Perla de gran valor” que es la paz, y se han hecho esclavos de los dioses que ofrece el mundo. No podemos ser indiferentes ante el dolor de los demás. Cristo, con su sacrificio redentor, ha querido hacer de nosotros la Familia de Dios entregada al Bien, para vernos y tratarnos como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Esto es lo que trae la paz al mundo. Por eso desde aquí elevamos nuestra oración por todos aquellos que sufren los terribles dolores de la guerra. Decimos y gritamos, con toda la seriedad y confianza: ¡Ya basta de agresiones! ¡Ya basta de matar inocentes! ¡No más guerras! ¡No más odio entre pueblos! Todos pertenecemos a la raza humana, y todos fuimos creados por el mismo Autor de la Vida. No existe otra solución a los problemas de violencia, guerra, terrorismo y muerte que estamos viviendo, fuera de Dios, porque quien practica el amor de Dios en su vida, piensa en los demás y construye la paz en su familia y en su entorno. Que nuestro compromiso sea orar por la paz y trabajar por ella con nuestro ejemplo para heredarla a las futuras generaciones. Pedimos, desde este momento, la poderosa intercesión de la Madre de Dios, Nuestra Señora de Guadalupe, y de san Charbel, para que cese de inmediato el fuego en Gaza y se restaure pronto la paz en todo el Medio Oriente. Pedimos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de las organizaciones internacionales, y de los países amantes de la paz, que se tomen las medidas necesarias a fin de lograr el paro inmediato de las agresiones contra el pueblo palestino y un acuerdo de paz global. Exigimos que el Consejo de Seguridad

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cumpla con su responsabilidad de mantener la paz y la seguridad internacionales pues esta guerra absurda está causando grandes sufrimientos a todos los pueblos de la región. Imploremos a Dios que derrame el Espíritu de sabiduría a los gobernantes de la Tierra, para que todos podamos trabajar y vivir en la paz, a la que tenemos derecho, como hijos de Dios. Así sea”. Ese mismo domingo 18 de enero de 2009, luego de la Misa por la paz en Palestina, se decretó un milagroso Cese al fuego en la Franja de Gaza.

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“Martirizan a mexicano en Japón” El 5 de febrero murió en Japón, por órdenes del emperador, el mexicano Felipe de las Casas Martínez, hijo de Alonso de las Casas y de Antonia Martínez, dos inmigrantes españoles residentes de la ciudad de México, donde nació Felipe, el mayor de sus once hijos. Murió ejecutado en Nagasaki, en la colina Tateyama, fijado a una cruz mediante argollas que le sujetaban el cuello, las manos y los tobillos, y traspasado con dos lanzas que atravesaron su tórax, una el costado derecho y otra el pecho, y que luego de cruzarse en el corazón, salieron por sus hombros. Felipe nació el primero de mayo de 1572. De niño fue alumno del Colegio de San Pedro y San Pablo, de donde fue expulsado debido a su mala conducta, para luego ingresar al noviciado franciscano de Santa Bárbara en Puebla, de donde se escapó para regresar a su casa. Su padre, entonces, lo metió a trabajar a un taller de platería, de donde lo despidieron por su inconstancia. En cuanto cumplió 18 años su papá lo hizo trabajar en sus negocios de comerciante y lo embarcó a Filipinas para que allí fuese su agente de compras en Manila. Luego de un tiempo de llevar una vida de excesos en diversiones, sufrió una vacuidad existencial que le arrojó a un proceso de conversión hacia Dios, que le hizo ingresar al convento franciscano de Santa María de los Ángeles, en Manila, donde se entregó con disciplina a la vida conventual. Hizo su Profesión el 22 de mayo de 1594 y tomó el nombre, como fraile, de Felipe de Jesús. Dos años después se le dio a conocer que podría ordenarse sacerdote en su ciudad natal, en México, en compañía de sus padres y amigos, pero en aquellos años del siglo XVI el viaje de Manila a Acapulco se hacía en ocho meses bajo tempestades y grandes riesgos. No obstante, se embarcó el 12 de julio de 1596 en el navío “San Felipe”, al que atacaron tres furiosas tempestades que lo despedazaron y arrojaron a las costas de Japón tres meses después. Desembarcaron en Shikoku para encontrarse con un gobierno militar presidido por el “Shogún” Toyotomi Hideyoshi, quien gobernaba a espaldas del emperador Taiko Sama, quien vivía en el palacio de Kyoto ajeno a las responsabilidades de su imperio. Cinco ciudades del Japón vivían bajo el control shogunal: Kyoto, Tokyo, Osaka, Sakai y Nagasaki; y como los náufragos, entre ellos Felipe de Jesús, decidieron viajar a Kyoto para encontrarse con otros frailes franciscanos que allí vivían y pedirle juntos a Taiko Sama que les permitiera reparar su barco que había sido confiscado por el Shogún, se encontraron con que el 8 de diciembre de 1596 el emperador había ordenado la aprehensión de los frailes del Convento de Santa María de los Ángeles en Kyoto, influido por el Shogún Hideyoshi, quien le engañó al hacerle creer que los frailes eran enviados por España para conquistar el Japón. Felipe de Jesús pudo haberse librado de la sentencia de muerte, pues era un náufrago como los otros, quienes lograron salvar sus vidas llegando al Japón, y luego seguir su camino una vez reparado el barco, pero prefirió acompañar al martirio a sus hermanos franciscanos hasta Nagasaki, a 900 kilómetros de distancia, a donde fueron enviados el 30 de diciembre para ser ejecutados, luego de recorrer todo Japón como escarmiento. El primero de enero se unieron al grupo unos catequistas japoneses capturados en Osaka y luego otros dos japoneses conversos, lo que hizo crecer el grupo a 26 prisioneros. El 3 de enero les cortaron una oreja a cada uno de ellos como marca de los condenados. Llegados a Nagasaki los colgaron en las 26 cruces dispuestas en la colina para el sacrificio. Los pies de Felipe se resbalaron de las argollas hasta quedar colgando del cuello, por lo que, ahogándose, sólo pudo decir “Jesús, Jesús, Jesús”, lo que provocó que los verdugos le atravesaran el cuerpo con tres lanzas. Era el 5 de febrero de 1597.

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El enfurecido Taiko Sama había indicado que los cuerpos quedaran colgados indefinidamente como testimonio y escarmiento, pero a un mes después del martirio, los cuerpos estaban incorruptos, por lo que el emperador ordenó que fueran descolgados. Era tarde, pues para entonces toda la ciudad de Nagasaki ya era cristiana. Treinta años después de su martirio, el 14 de septiembre de 1627, fue beatificado. Pío IX lo canonizó el 8 de junio de 1862 y lo nombró Patrono de la ciudad y de la Arquidiócesis de México. Sobre la colina Tateyama en Nagasaki hay una iglesia dedicada al mexicano que murió mártir en Japón.

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“Despedirse de la carne” Los tiempos litúrgicos fuertes de las celebraciones importantes de la Iglesia tienen lugar en domingo porque es el Día del “Domus” o del Señor. El Año litúrgico termina el domingo previo al inicio del Adviento con la celebración de Cristo Rey del Universo y el Adviento inicia el domingo siguiente a la festividad de Cristo Rey. La Cuaresma termina el sábado previo al Domingo de Ramos, con el que inicia la Semana Santa, que termina el Sábado Santo por la noche, porque al domingo siguiente se celebra la Resurrección del Señor e inicia la Pascua que dura 50 días hasta el Domingo de Pentecostés. La Cuaresma, un tiempo penitencial oportuno para la meditación que lleva a la conversión, no está exento de la norma dominical, por lo que inicia el primer Domingo de Cuaresma para terminar el sábado previo al Domingo de Ramos. ¿Qué hay entonces con el Miércoles de Ceniza, acaso la Cuaresma inicia ese miércoles o comienza hasta el domingo siguiente, el primer domingo de Cuaresma? La respuesta se encuentra en la manera de contar los cuarenta días de la Cuaresma, o sus seis semanas que van del Primero al Sexto Domingo de Cuaresma. Como los domingos son día de Resurrección, y por lo tanto de fiesta, porque son el Día del Señor, durante la Cuaresma, que es tiempo penitencial, no se cuentan, por lo que el número cuarenta se obtiene de multiplicar las seis semanas por los 6 días de cada semana (6x6=36), y para alcanzar el número 40, que completa la Cuaresma, se agregan cuatro días, llamados en la liturgia, “días de ceniza”, que son los que van del Miércoles de Ceniza al Sábado previo al Primer Domingo de Cuaresma (36+4=40). De lo anterior, se concluye que la Cuaresma dura cuarenta días de seis semanas, que inicia el primer Domingo de Cuaresma, que se ve precedida por cuatro días introductorios, y que termina el Sábado Santo de Semana Santa. Un caso curioso, de origen pagano, pero que no por ello desatiende el precepto cuaresmal, es que los carnavales tienen lugar el fin de semana previo al Miércoles de Ceniza porque “Carnaval” significa “fiesta de la carne” y viene a ser una festividad que tiene por objeto despedirse de la carne (de todo tipo), con alegría desbordada y con excesos en la comida, bebida, y en algo más, para después disponerse (con una mayor entrega) al tiempo penitencial de la Cuaresma. El origen del Carnaval es pagano y continúa siendo una festividad pagana. El más conservador, fino y elegante es el de Venecia, en Italia, y el de mayores excesos es el de Río de Janeiro, en Brasil. En el medio quedan los carnavales de nueva Orleáns, Veracruz, Campeche y Mazatlán. La privación de la carne y de sus excesos se hace presente durante la Cuaresma, con sus viernes de ayuno y de abstinencia, y se prolonga durante Semana Santa. A partir de años recientes la Iglesia ha establecido el ayuno obligatorio para el Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, y abstinencia de carnes para los viernes de la Cuaresma y Viernes Santo. La Conferencia del Episcopado Mexicano ha establecido que en México el ayuno no obliga a menores de edad ni a ancianos, y que la abstinencia de carne puede dejar de observarse a cambio de hacer alguna obra piadosa de ayuda al prójimo. La Cuaresma es un Tiempo de Conversión que predispone a meditar para conocer que un auténtico y profundo proceso de Conversión consiste es volver la atención hacia otros aspectos de la existencia para transformarse o convertirse en una mejor persona, en un auténtico y legítimo cristiano. Pero la traducción de “conversión” tomada directamente del griego Metanoia es más significativa, pues la raíz Meta que significa “más allá” o “lo que está por alcanzarse”, unido a la raíz Noia que se traduce como “mentalidad” o “actitud”,

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expresan que la auténtica conversión consiste en adquirir una forma de pensar y de vivir tales, que permiten alcanzar todo lo que se encuentra más allá de lo que hasta ahora se ha logrado. La Cuaresma, como el Tiempo de Conversión o Metanoia que es, proporciona al creyente la oportunidad de hacer un alto en el camino recorrido a lo largo de su propia existencia, a fin de visualizar su trayecto pendiente, para facilitarle que logre adecuar sus futuras conductas en el tramo faltante de la vida ajustándose a la propuesta cristiana de amar a Dios, además de amar al prójimo. Cristo-Jesús enseña que no hay mandamiento mayor al de amar a Dios y al prójimo. La Conversión en Cuaresma permite meditar en ello y aplicarlo en la propia vida.

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“Es cosa que espanta...” Hay un día del año que es esperado de manera especial. Mientras más se acerca más alegre se vuelve la espera de ese gran día. Es el 19 de marzo, cuando se celebra la festividad de san José, un día en el que quienes le profesamos devoción y cariño podemos alcanzar infinitas gracias celestiales que él sabe obtenernos. San José puede conseguirnos favores y milagros porque es el hombre fiel a quien el Señor puso al frente de su familia, y porque a través de su silencio logró asombrar al Padre Eterno cuando aceptó todo lo que en sueños le hizo saber y le encomendó. Santa Teresa de Jesús, fundadora del Carmelo Descalzo, Orden que tiene por protector a san José, describe en su “Libro de la Vida” sus experiencias con este grande santo cuando refiere que “tomé por abogado y Señor a san José, y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer”. Santa Teresa agrega, para que nadie dude de ello, que “es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas cosas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la Tierra, que como tenía nombre de padre –siendo ayo- le podía mandar, así en el Cielo le hace cuanto le pide”. Y así es, verdaderamente no hay cosa que san José le pida al Señor, que no se la conceda. La misma santa Teresa recomienda acercarse a san José a fin de solicitarle favores para mayor bien nuestro, en su día, el 19 de marzo, cuando escribe que “querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más un bien mío” y agrega, convencida, que “sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”. El Evangelio apócrifo llamado “José el Carpintero” narra lo que Jesús le promete a san José antes de morir: “A todo hombre que cuide de hacerte sus ofrendas el día de tu aniversario, yo le bendeciré y le retribuiré en la congregación de los primogénitos. Y al que haya dado alimento a los indigentes, a los pobres, a las viudas y a los huérfanos y les haya distribuido del fruto de su trabajo el día que se celebre tu memoria, te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Y a todo el que haya tenido cuidado de hacer sus ofrendas el día de tu conmemoración, yo le daré el treinta, el sesenta y el ciento por uno. Y el que escriba tu historia, tus obras y tu partida de este mundo y las palabras salidas de mi boca, lo confiaré a tu custodia por todo el tiempo que permanezca en esta vida. Y cuando su alma abandone su cuerpo y tenga que dejar este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo atormentaré con ningún suplicio el día del juicio; y haré que atraviese sin dolor ni quebrantos el mar de fuego; todo lo contrario de lo que le ocurrirá a todo hombre duro y codicioso que no cumpla lo que está prescrito. Y aquél al que le nazca un hijo, y le ponga el nombre de José, yo haré que en su casa no entre el hambre ni la peste”. Ahora hagamos la prueba cada 19 de marzo encomendando a san José todo aquello que tenemos y de lo que él es Santo Patrono y pidámosle por nuestro trabajo, matrimonio, familia, hijos y economía, y

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constatemos, por experiencia, lo que ya daba a conocer santa Teresa, cuando escribía que “es cosa que espanta...”

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“La oración de san Patricio” El primer obispo y evangelizador de Irlanda, cuya fiesta se celebra el 17 de marzo, logró la conversión de los celtas, el eclipse de sus sacerdotes, los druidas, y la expulsión de las serpientes, símbolo pagano celta. Atacado de manera conspicua por hechicerías druídicas, san Patricio compuso una poderosa oración para que le protegiera diariamente. Es “La coraza de san Patricio”. La reproduzco enseguida: “Me levanto hoy con una fuerza poderosa: la invocación de la Santísima Trinidad, la fe en las tres Divinas Personas y la confesión de la Unidad del Creador de la creación. Me levanto hoy con la fuerza de Jesucristo, hijo de María siempre virgen, con la fuerza de su bautismo, la fuerza de su crucifixión y su sepulcro, la fuerza de su Resurrección y Ascensión, y con la fuerza de su retorno, en la Parusía, para hacer Justicia. Me levanto hoy con la fuerza del amor de los querubines, de la obediencia de los ángeles y del servicio de los arcángeles; con la fuerza de que mi esperanza en la Resurrección hallará recompensa, y con la fuerza de las oraciones de los patriarcas, las profecías de los profetas, las palabras de los apóstoles, la fe de los mártires, la inocencia de las santas vírgenes y las buenas obras de los confesores. Me levanto hoy con la fuerza del amor maternal y de la pureza virginal de María santísima, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo. Me levanto hoy con la fuerza del poder del Cielo, de la luz del sol, del brillo de la luna y de los demás astros, del resplandor del fuego, la velocidad del rayo, la rapidez y ligereza del viento, la profundidad de los mares, la estabilidad y firmeza de la tierra y de la solidez de la roca. Me levanto hoy con la fuerza de Dios que me conduce, del poder de Dios que me sostiene, de la sabiduría de Dios que me guía, de la mirada de Dios que me previene, de la atención de Dios que me escucha, de la palabra de Dios que habla por mí, de la mano de Dios que me guarda, del camino de Dios para recibir mis pasos, del escudo de Dios que me protege, y de las legiones de Dios que me salvan de las trampas de los demonios, de las tentaciones de los vicios, y de todos aquellos que me deseen el mal, lejanos o cercanos, estando yo solo o entre la multitud. Invoco en este día a todas estas fuerzas poderosas, que están entre mí y el maligno, contra los despiadados poderes que se opongan a mi cuerpo y alma, contra los conjuros de los falsos profetas, contra las leyes negras de los paganos, contra las leyes falsas de los herejes, contra las obras y fetiches de la idolatría, contra los conjuros de brujas, brujos y hechiceros, y contra cualquier conocimiento que dañe el cuerpo y el alma. Invoco a Jesucristo para que me proteja hoy contra venenos, quemaduras, asfixias y heridas, para que pueda alcanzar su recompensa en abundancia. Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo en mí, Cristo sobre mí, Cristo debajo de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo alrededor de mí, Cristo en la anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura, Cristo en la profundidad, Cristo al descansar, Cristo al levantarme, Cristo en el corazón y en la mente de cada persona que piense en mí, Cristo en la boca de todos los que hablen de mí, Cristo en todo ojo que me mire, Cristo en todo oído que me escuche. Me levanto hoy con una fuerza poderosa: la invocación de la Santísima Trinidad, la fe en las tres Divinas Personas y la confesión de la unidad del Creador de la creación. Del Señor es la salvación, de Cristo es la salvación. Que tu salvación, Señor, esté siempre con nosotros. Amén.” No obstante que en Irlanda llueve once meses del año, a pesar de la intensa y constante humedad, no existe en la isla un solo reptil. La iconografía de san Patricio lo muestra revestido de obispo, con casulla 163

verde, báculo en una mano y la otra con el dedo señalando hacia el mar como el lugar al que deben ir las serpientes. Rodeando sus pies se alejan varios reptiles que emprenden la huída. Esta imagen de san Patricio y su poderosa oración, su “coraza”, son significativas de aquello que hoy debemos expulsar de nuestra vida y de nuestro entorno, y son reveladoras de la fuerza divina que de todo eso nos protege.

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“Los dos muros” Particularmente significativa resultó la aparición del Papa Benedicto XVI en el muro de las Lamentaciones en la ciudad santa de Jerusalén, el martes 12 de mayo de 2009 por la mañana, durante su viaje a Tierra Santa que tuvo lugar del 8 al 15. Todas las miradas estaban sobre él cuando cruzó la puerta de San Esteban para descender al muro occidental de Jerusalén y colocarse frente al único vestigio del que fuera el gran templo, luego lo tocó y después introdujo un papel, con una oración escrita, en una de las hendiduras. Lo que ese documento dice es lo siguiente: “Dios de todos los tiempos, en mi visita a Jerusalén, la -Ciudad de la Paz-, morada espiritual para judíos, cristianos y musulmanes, te presento las alegrías, las esperanzas y las aspiraciones, las angustias, los sufrimientos y las penas de tu pueblo esparcido por el mundo. Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escucha el grito de los afligidos, de los atemorizados y despojados; envía tu paz sobre esta Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y el amor. -Bueno es el Señor con el que en él espera, con el alma que le busca-”. Ese mismo gesto de cercanía y fraternidad hacia el pueblo y la fe judía lo había tenido Juan Pablo II en marzo de 2000 cuando durante las celebraciones del Gran Jubileo por los dos mil años del nacimiento de Jesucristo estuvo también en Jerusalén, oró en el muro de los Lamentos y dejó un pergamino con un texto escrito de su puño y letra en el que se lee lo siguiente: “Dios de nuestros Padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones. Nos duele profundamente el comportamiento de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a éstos tus hijos, y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza”. Ese pergamino de Juan Pablo II después fue trasladado al Museo del Holocausto, donde permanece hasta nuestros días. Dos pontífices, dos documentos, dos oraciones, dos acercamientos extraordinarios con el pueblo judío, dos gestos fraternales, dos muestras de amistad, dos manifestaciones de adoración al Dios de Abraham y de Jesucristo, dos súplicas presentadas a Dios en el Muro de las Lamentaciones; pero no es el único muro en Tierra Santa... Al día siguiente el Papa Benedicto XVI visitó el Campo de Refugiados Aída, que en Belén alberga a cinco mil cristianos y musulmanes dentro de un Territorio que da cabida a casi un millón y medio de palestinos. El Papa les dijo que “sus aspiraciones legítimas a una patria permanente, a un Estado Palestino independiente siguen sin cumplirse mientras ustedes se sienten atrapados, como muchos en esta región y en el mundo, en una espiral de violencia, de ataques y contraataques, de venganzas y destrucciones continuas. Todo el mundo desea ardientemente que se rompa esta espiral, anhela que la paz ponga fin a la hostilidad perenne. Percibimos, mientras estamos aquí reunidos esta tarde, la dura conciencia del punto muerto al que parecen haber llegado los contactos entre israelíes y palestinos, el muro”. En efecto, Benedicto XVI habló del otro muro, el que ha construido el Estado Israel a fin de aislar a los palestinos que no son judíos, un muro que ha separado a comunidades y familias. “En un mundo donde las fronteras se abren cada vez más al comercio, a los viajes, a la movilidad de las personas, a los intercambios culturales, -agregó el Papa- es trágico ver que todavía se levantan muros. ¡Cómo aspiramos ver los frutos de la tarea mucho más difícil de edificar la paz! ¡Cuánto rezamos para que se terminen las hostilidades que han causado la construcción de este muro!”.

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El primer muro, el de las Lamentaciones todo el mundo lo conoce y habla de él, pero del segundo muro, el de la división y el odio, nadie habla y sólo lo conocen los que lo construyeron y los que lo sufren día tras día, por eso el Papa agregó que “de una y otra parte del muro hace falta un gran valor para superar el miedo y la desconfianza si se quiere contrarrestar el deseo de venganzas a causa de pérdidas o heridas. Hace falta magnanimidad para buscar la reconciliación después de años de enfrentamientos armados”. Dos pontífices oraron en el muro del perdón, ahora esperamos un acto de reciprocidad que derribe al muro del odio.

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“Mensaje en Tierra Santa” La palabra más empleada por el Santo Padre durante su viaje a Tierra Santa, del 8 al 15 de mayo de 2009, fue la palabra “Paz”, y en los 30 discursos por él pronunciados, el mensaje constantemente pronunciado fue el de la paz; una palabra y un mensaje que repitió una y otra vez, sin cansarse, como si en ello hubiese consistido toda la misión de su viaje. Hemos constatado que el objeto central del viaje apostólico fue el de llevar paz a una región de la que se dice que es Santa pero que lleva ya 60 años siendo centro de conflictos armados que arrojan más mal que bien, más maldiciones que bendiciones, más maldad que santidad. La Tierra Santa es considerada santa tanto por cristianos como por judíos y musulmanes, pero la paz que puede emanar de una tierra que es santa para las tres grandes religiones reveladas, se ha transformado en una tierra que es zona de conflictos bélicos porque judíos e islamitas no están dispuestos a aceptar que la paz no es privilegio de algunos, sino de todos los hombres. Precisamente por el añejo conflicto árabe-israelí es que el Papa dijo, luego de la primera etapa de su viaje en Jordania, apenas tocando suelo de Israel, que “como muchos otros antes que yo, vengo a rezar en los lugares santos para rezar de una manera especial por la paz, paz aquí, en la Tierra Santa, y en todo el mundo”. Benedicto XVI quiso hacerse voz de muchos, de millones de seres humanos, y así imploró paz entre israelíes y palestinos; entre judíos, musulmanes y cristianos; entre las iglesias cristianas de diversas confesiones y ritos; en la sociedad y en la familia; entre Dios, el hombre y las creaturas; en los corazones; en Oriente Medio y en el mundo. El Papa se refirió allí a la necesidad de reconocer intereses afines entre los creyentes de diferentes credos para alcanzar la paz entre ellos mismos cuando dijo que “Judíos y cristianos están igualmente interesados en asegurar el respeto a la sacralidad de la vida humana, la centralidad de la familia, una válida educación de los jóvenes, la libertad religiosa y de conciencia para una libertad sana. Estos temas de diálogo representan sólo la fase inicial de lo que esperamos que sea un sólido y progresivo camino hacia una mejor comprensión recíproca”. En Jerusalén el Santo Padre oró ante el Muro de las Lamentaciones, el único vestigio que queda del gran Templo de Jerusalén que fuera arrasado por el emperador romano en el año 70, un lugar sagrado para los judíos. Luego celebró la Santa Misa entre los olivos del Valle de Josafát, a la sombra de los muros de la Ciudad Santa, y allí resaltó que “esta ciudad, si quiere vivir su vocación universal, tiene que ser un lugar que enseñe la universalidad, el respeto por los otros, el diálogo y la comprensión recíproca; un lugar donde el prejuicio, la ignorancia y el miedo que los alimenta, sean superados por la honestidad, por la integridad y por la búsqueda de la paz”. En el campo de refugiados de Amán, al otro lado del muro de concreto de ocho metros de alto construido por Israel para separar a los palestinos de los territorios ocupados por ellos mismos, Su Santidad pidió “edificar una cultura de paz” en lugar de la edificación de muros de separaciones y de odios y suplicó “a todas las partes involucradas en este antiguo conflicto que aparten cualquier rencor y diferencia que todavía se interponga en el camino de la reconciliación, para llegar a todos igualmente con generosidad y compasión, sin discriminación”. El conflicto en Tierra Santa es complicado porque mezcla elementos extremistas religioso-políticos, desde que en 1948 los judíos regresaron a Israel a partir de un decreto de la ONU; pero como en esos territorios ya residían musulmanes y cristianos, el Estado de Israel ha ido ocupando más territorios con el desplazamiento de poblaciones palestinas. Por esto es que el Papa expresó que “una coexistencia justa y 167

pacífica entre los pueblos de Oriente Medio sólo puede realizarse con un espíritu de cooperación y respeto mutuo, en el que los derechos y la dignidad de todos sean reconocidos y respetados”. Hacia el final de su viaje, el Papa Ratzinger levantó una voz enérgica para poner límites a los agentes que vulneran la paz: “¡Nunca más derramamientos de sangre! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra!”. Así terminó el viaje apostólico a Tierra Santa, luego de que el Papa entregara un mensaje con la constante de la paz, en un momento crucial para la Tierra Santa, la Tierra de la Paz.

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“¡No lo pongas de cabeza!” San Antonio de Padua es, como sabemos, buscado por jovencitas, y por otras ya no tanto, para que les consiga un pretendiente que sea buen novio y luego buen esposo. Le piden que sea bien parecido y fiel; que tenga patrimonio, y que si no lo tiene, al menos que sea trabajador dedicado y esmerado; que no tenga vicios; que sea buen padre de sus hijos. Sabemos también que las jovencitas, y las otras ya no tanto, pronto se desesperan y recurren al infundado recurso de voltear de cabeza una imagen de san Antonio que ya tienen, o que se consiguen para ello, porque piensan que si lo ponen de cabeza él les obtendrá pronto eso que le piden. Busqué a un fraile franciscano para saber si funciona eso de poner a san Antonio de cabeza, porque pienso que, habiendo sido tan grande santo y buen predicador entregado al anuncio del Evangelio, san Antonio no miraría con agrado esa banalidad de ponerlo de cabeza para obtener lo que se busca, por bueno y noble que sea. Fray Manolo me respondió: “Mira, sí les consigue un novio, pero malo, y sí les obtiene un marido, pero irresponsable y golpeador”. No estoy seguro de que el fraile me haya respondido en broma, o si porque queriendo hacerle un favor a su hermano de Hábito y de Orden, me haya dado una respuesta que, evidentemente, evita que se siga poniendo de cabeza a su cofrade. Sólo reproduzco lo que me dijo, pero mejor que arriesgarse, es conocer más de este santo a quien celebramos el 13 de junio y quien nació en Lisboa, Portugal, en 1195, y quien a los 17 años ingresó a un monasterio agustino, alcanzando ya desde joven un alto grado de santidad dedicado a la oración y al estudio de las sagradas escrituras. Quiso conocer a san Francisco de Asís, por lo que se separó de los agustinos para hacerse franciscano a los 27 años tomando el nombre de Antonio en recuerdo de san Antonio Abad. San Francisco le dijo que su oficio sería el de predicador, por lo que, en obediencia, recorría pueblos y ciudades predicando. Su predicación conmovía corazones y transformaba voluntades. Las multitudes lo seguían. En 1221 el superior le encargó predicar ante los religiosos que serían ordenados sacerdotes, y brilló de tal manera su saber en aquel sermón, que el provincial lo dedicó únicamente a predicar. Antonio poseía las cualidades de un buen predicador: ciencia, elocuencia, poder para conmover, deseo de salvar almas, y una voz sonora y agradable que llegaba hasta muy lejos. Horas antes de que empezaran sus sermones ya las iglesias estaban repletas, y muchas veces tuvo que predicar en las plazas porque en las iglesias no cabía la gente. En Padua todos lo amaban. Las multitudes cambiaban de conducta al oírlo predicar, la paz volvía a quienes estaban peleados y los ladrones devolvían lo que se habían robado. Luchó para que los prestamistas no cobraran intereses altos y obtuvo que a los pobres no los encarcelaran por deudas. Murió el 13 de junio de 1231 a los 35 años. Un año después fue canonizado por Gregorio XI. San Antonio es conocido por conseguir un buen esposo, a quien con devoción se lo pide, pero también es un poderoso intercesor ante Dios para conseguir milagros, hacer cumplir los derechos humanos, encontrar lo perdido, proteger a los huérfanos y desamparados, y ablandar los corazones endurecidos. Le podemos llamar “San Toñito” porque “murió chiquito”, como me dijo otro franciscano, el historiador de la Orden en México, y quien me enseñó una letanía que le podemos rezar para encontrar las cosas perdidas: “Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad. Por los que hemos perdido… (a cada intención se repite “San Antonio, ruega por nosotros”): Nuestra salud. La salud de un ser querido. Nuestra 169

paz. La paz en nuestra familia. La paz en nuestra sociedad. Nuestra casa. Nuestra seguridad económica. Nuestro trabajo. Un ser querido. Una amistad. Nuestro amor. Nuestra templanza. Nuestra fe. La esperanza. Nuestra dignidad. Nuestra inocencia. Nuestra libertad. Nuestra confianza en otros. Nuestra virtud (decir aquí la pérdida personal). Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Dios, todo Amor y Bondad, que nos has dado a san Antonio como santo patrono de las cosas perdidas, suplicamos por medio de este glorioso intercesor Tu misericordia. Escucha su voz cuando clame a Ti a favor nuestro, y concédenos aquello que nos ayude a crecer en Tu amor. Amén.” Pídele a san Antonio de Padua, pídele a San Toñito, con fe, y por piedad… ¡no lo pongas de cabeza!

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“Predicatore” A veces, cuando debo dar una conferencia o una clase, cuyo tema no domino, le rezo a san Antonio de Padua y le pido que me preste su lengua para que yo pueda hablar bien, de lo que Dios quiere, de manera adecuada. Otras veces, cuando veo que el auditorio está disperso, le pido a san Antonio que me obtenga de Dios el favor de predicar de tal manera que pueda lograr la atención de los oyentes para mover sus corazones y provocar su conversión. San Antonio, el gran predicador, nunca me ha fallado; y ¡cómo habría de fallarme si su ministerio entre los franciscanos siempre fue el de predicar! ¡Ah, San Antonio, il Predicatore, prega per me! le diría yo en italiano si estuviera en Roma, pero aquí en México pocos días hay en los que no le diga: ¡Oh, san Antonio, el Predicador, ora por mí! Eso de voltear de cabeza su figura es una banalidad que en nada conviene, ni para quien lo hace; pues el novio que suelen pedirle a san Antonio puede resultarles malo, o el esposo puede ser irresponsable y golpeador; ni para el gran santo y predicador de Padua ni para el crecimiento en la Fe, que tanta falta nos hace. Eso de buscar magia en lo sagrado no va con Dios ni con sus amigos los santos. En cambio, dado que nuestro san Antonio es el Santo Patrono de las cosas perdidas, y dado que suele encontrarlas para quien con devoción se lo pide, y como entre lo perdido se cuentan a veces la salud, amor, economía, prestigio, amistad, paz, alegría, y tantas de esas cosas que aunque no se ven, duele perderlas, san Antonio es el gran aliado para, al fin, recuperarlas. Sé de una oración infalible para encontrar eso que no se ve, y también lo que se ve, sé y me consta que al momento aparecen las llaves que estaban perdidas, el celular que no aparece, la cartera que se salió del bolsillo y… todo lo que suele perderse... Esta oración la conozco por herencia de un sacerdote, el padre Francisco Boluda, a quien se la enseñó su propio padre y luego él se la dio a conocer a sus amigos. Sin magias ni cosas raras, y sí con devoción y fe, la oración se reza así: “San Antonio de Padua, que en Padua naciste, que en Lisboa te criaste, y en el templo de nuestro señor Jesucristo predicaste; y estando predicando, oíste una voz que te decía: -Beato Antonio, beato Antonio, a tu padre lo llevan a ahorcar-, y del susto que tomaste, el breviario perdiste, y el Niño Jesús se lo vino a encontrar; y dijiste –“Señor, tres cosas me has de dar: sea lo perdido encontrado, lo olvidado acordado y lo lejano acercado. Y para esto, cuatro señas me has de dar: perros ladrar, niños llorar, gallos cantar, puertas abrir y cerrar-”. Esta oración se reza tres veces agregando al final de cada una tres padres nuestros, tres aves marías y tres glorias. No son pocas las ocasiones en las que antes de terminar se escucha alguna de las tres señas y luego las cosas aparecen o regresan o recordamos dónde están. La Provincia Franciscana de san Pedro y san Pablo, de Michoacán, acaba de publicar con la editorial Buenaventura, los “Sermones de san Antonio de Padua, obra completa” en tres tomos, obra que es, de suyo, un documento valiosísimo, pues además de que son escritos que datan de hace casi 800 años, permiten constatar que san Antonio era, en efecto, un gran Predicatore. He tomado de sus sermones, una parte en la que explica la insistencia en la oración: “Yo les digo: Pidan y se les dará-. Dice el profeta Zacarías: -Pidan al Señor la lluvia de la tarde, y el Señor les enviará la nieve; y les enviará lluvia abundante, para que florezca la hierba en el campo de cada uno-. En la nieve, que es cándida y fría, está indicada la pureza de la castidad; en la lluvia abundante, la devoción acompañada de las lágrimas; en la hierba, la compasión por las necesidades de los demás, que siempre debe ser lozana en el campo de nuestro corazón. Estas tres cosas debemos pedir al Señor, no por anticipado, o sea, en primer lugar, sino al menos por la tarde, o sea, en segundo lugar, porque ante todo, deberíamos buscar el reino de Dios y su justicia. Los mundanos piden por anticipado las cosas terrenas, y por último las eternas, mientras, 171

ante todo, deberían comenzar del Cielo, donde esta nuestro tesoro, y allí debería estar nuestro corazón, y también nuestra petición”.

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“Purgatorio” En cuanto se toca el tema del Purgatorio no falta un protestante que salta en defensa de la negación de un concepto que él mismo no conoce, y si es Testigo de Jehová la cosa se pone peor porque defiende lo que ignora pero con extremismo religioso. Y ¿cómo no?, si uno de los mayores puntos de fricción entre protestantes y católicos es precisamente la doctrina de la Iglesia sobre el Purgatorio, porque esta fricción parte desde los orígenes mismos del protestantismo, cuando Martín Lutero apareció a la luz pública presentándose como un reformador y sosteniendo que las indulgencias no sirven para nada. Para entender qué es lo que la Iglesia enseña sobre el Purgatorio se necesita conocer qué son las indulgencias, a las que también se les suele llamar “Los tesoros de la Iglesia”, pero que si las llamáramos “Cómo librar el Purgatorio” pudiéramos entender desde el principio para qué sirven. En efecto, las indulgencias son poderosas herramientas que podemos emplear en vida para no caer en ese estado intermedio entre la muerte y la Parusía, o entre el Cielo y la Tierra, y de las que podemos valernos para que nuestros difuntos salgan de allí y se encuentren con Dios, con quien tanto anhelan estar, pero que por no poder hacer nada para lograrlo, sufren al saberse privados del abrazo del Padre que entrega su amor infinito. El cristianismo protestante afirma que la existencia del Purgatorio no tiene sustento escriturístico, afirmación que es falacia porque sí se encuentran en las sagradas escrituras citas que se refieren a él y que suponen su existencia. Conozco una que es contundente: “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio a favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 Mac. 12, 14), como contundente es que el Purgatorio no es consecuencia de la justicia divina, y menos un castigo de Dios, sino fruto y consecuencia de su infinita misericordia que es amorosa. Conozco una cita que es todavía mejor porque la dijo Jesucristo cuando le indicó a Simón Pedro que lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y que lo que desatara en la Tierra quedaría desatado en el Cielo, cita que hace evidente que el Señor entrega al apóstol la capacidad de perdonar o de retener los pecados, cosa que se logra con una herramienta que se llama amnistía en el mundo secular, pero que también recibe el nombre de Indulgencia. El mismo César, emperador de Roma, gustaba de presentarse ante los habitantes de las provincias romanas como un gobernante indulgente, y así lo conocemos cuando Poncio Pilato, el Pretor romano en Judea, queriendo evitar la condenación de Jesús al darse cuenta de su inocencia, hace uso de esa figura jurídica romana cuando ve la posibilidad de indultarlo y lo presenta ante el pueblo como opción alternativa junto con un sedicioso asesino de nombre Barrabás. Pilato estuvo cerca de conceder la indulgencia a Jesús. Si el César podía ser indulgente, ¿Dios no puede serlo también y borrar las culpas del pecador? La existencia del Purgatorio tiene su fundamento en la revelación, con pocos textos en la escritura, aunque fundamentado en hechos, pensamientos y conceptos que contenidos en la Biblia, dan lugar a la reflexión, y con la reflexión se desarrolla el trabajo teológico y, luego, la Teología. No obstante, para el protestantismo las obras humanas no cuentan para la salvación porque considera sólo la acción de Dios y olvida la cooperación del hombre, como si en la historia salvífica el único protagonista fuese Dios; pero como con Dios no convive nadie que no sea totalmente de Dios, toda historia humana se convierte en una historia de maduración que nos puede llevar hacia Él, historia que puede alcanzar la relación humano-divina y llegar a la perfección, como explica san Juan de la Cruz: “Vida de Dios viviría”, o no alcanza tal estado y es cuando Dios permite el paso por el Purgatorio como la concesión misericordiosa que otorga al hombre para que pueda alcanzar esa maduración a partir del momento de morir. Las escrituras evidencian con frecuencia que nada manchado puede ver al Creador, pero Jesús proclama que son “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, de donde se deduce que podemos buscar en la vida cotidiana esa pureza de corazón como un ideal a alcanzar, y además obtenerla 173

para los difuntos, gracias a esa afirmación del Señor. Por ello, y para librar el Purgatorio, propongo la práctica de la siguiente oración: “Señor, concede a todos cuantos están muriendo y decidiéndose por ti la gracia de la maduración rápida para que, una vez purificados, puedan abrirse totalmente a ti”.

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“Decor Carmeli” Hacia finales del siglo XII nació en el monte Carmelo, en Palestina, la Orden de los Carmelitas, frailes contemplativos que dedicaban su vida ascética a la oración, y quienes, por la violencia que las Cruzadas habían desatado en Tierra Santa, tuvieron que salir de allí y trasladarse a Europa para luego instalarse en Inglaterra. Algunos de ellos habían sido caballeros, de la Orden de San Juan o de la Orden del Temple, que habían depuesto las armas a fin de vivir el cristianismo de una manera más cercana a la propuesta de Jesús. En Inglaterra no habían sido bien recibidos por quienes les miraban como desertores de guerra no comprendiendo el cambio que sus vidas habían experimentado al renunciar a la Regla del Monje-Militar para asumir una Regla en la que la oración era el centro de la vida en comunidad para entrar en diálogo con Dios. El Superior General, en aquel momento Simón Stock, clamaba a la virgen María su protección y amparo en el nuevo sitio de residencia para que les obtuviera seguridad y permanencia, además de unión entre todos ellos, con esta oración: “Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del Cielo, Virgen fecunda y singular, ¡Oh Madre tierna! intacta de hombre, a los carmelitas proteja tu nombre, Estrella del mar”. En el año de 1251, el 16 de julio, la virgen María le respondió al Superior General con un grande prodigio cuando se le apareció ante sus ojos acompañada de una multitud de ángeles y llevando en sus manos el escapulario de la Orden. Además de hacérsele presente, le habló y le dijo: “Este será el privilegio para ti y todos los Carmelitas: quien muriere con él no padecerá el fuego del infierno, el que con él muriese se salvará”. Es en memoria de ésta, que es la primera aparición mariana, que el 16 de julio de cada año se celebra la fiesta de Nuestra Señora la virgen del Carmen y las celebraciones se viven durante todo el mes, por lo que es tradición que julio sea mes del Carmelo. Muchos siglos después, en 1950, el Papa Pío XII, gran devoto de la virgen del Carmen y del santo Escapulario, confirmaba la gracia concedida por la virgen a los Carmelitas cuando estableció que “No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen. Es ciertamente el santo escapulario una vestimenta mariana, prenda y señal de protección de la Madre de Dios” pero también alertaba sobre su uso cuando aclaraba que: “No piensen los que visten esta vestimenta que podrán conseguir la salvación eterna abandonándose a la pereza y a la desidia espiritual”. Ese mismo año de 1950 Pío XII confirmó la “Indulgencia sabatina”, propia de los Carmelitas y de quienes visten el escapulario, cuando estableció que: “Ciertamente, la piadosa Madre no dejará de hacer que los hijos que expían en el Purgatorio sus culpas, alcancen lo antes posible la patria celestial por su intercesión, según el llamado privilegio sabatino, que la tradición nos ha transmitido”. El Papa se refería a las palabras pronunciadas por la virgen del Carmen a san Simón Stock durante la aparición, cuando le aseguró que “Yo, su Madre de Gracia, bajaré el sábado después de su muerte y a cuantos (carmelitas religiosos, seglares y cofrades) hallare en el purgatorio los libraré y los llevaré al monte santo de la vida eterna”. Durante el tratamiento de las líneas del Concilio Vaticano II, el papa Paulo VI dijo que entre las diversas formas de expresión mariana “el escapulario del Carmen, por su misma sencillez y adaptación a cualquier mentalidad, ha conseguido amplia difusión entre los fieles dando inmensos frutos espirituales”. Juan Pablo II, quien de joven fue carmelita seglar e hizo su tesis doctoral sobre San Juan de la Cruz, fundador del Carmelo Descalzo, en varias ocasiones hizo notar que él siempre vistió desde niño el escapulario carmelita, y luego bajo la sotana blanca pontificia.

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Durante el mes de julio se puede vivir la experiencia de acudir a alguna iglesia de carmelitas descalzos, adquirir allí mismo un escapulario y solicitarle a uno de los sacerdotes o de los frailes que lo imponga. Él, dentro de la fórmula de imposición dirá: “Recibe este hábito bendito, suplicando a la Santísima Virgen que, por sus méritos, lo lleves sin mancha, te defienda contra todas las adversidades y te conduzca a la vida eterna”. Con el escapulario recibimos la protección de la virgen del Carmen y podemos confirmar que ella es la “Hermosura del Carmelo” o “Decor Carmeli” como dicen los Carmelitas en latín.

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“Caritas in veritate” La tercera Carta Encíclica de Benedicto XVI, que lleva por nombre “La caridad en la verdad”, fue preparada por el Papa durante dos años hasta que la firmó el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo. Fue presentada el 7 de julio, víspera de la reunión del G-8 con la intención de que pudiese ser una influencia moral de peso en las decisiones económicas y sociales que allí serían tomadas por los jefes de Estado de las naciones más ricas del mundo. Este documento pontificio consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión. En la Introducción se establece que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”, doctrina que analiza a la justicia y al bien común como los dos criterios que deben orientar la acción moral. En el capítulo Uno, que revisa el “Mensaje de la encíclica Populorum Progressio de Paulo VI”, Benedicto XVI dice que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material” porque se encuentran “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”. En el capítulo Dos, que analiza “El desarrollo humano en nuestro tiempo”, el Papa enumera algunas distorsiones del desarrollo, entre ellas la actividad financiera especulativa, los flujos migratorios frecuentemente provocados y la explotación sin reglas de los recursos de la tierra, hace notar que son problemas ligados entre sí y que son la razón por la cual “crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades y nacen nuevas pobrezas”. Agrega que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” porque “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre” y establece que otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa porque “la violencia frena el desarrollo auténtico” como “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”. En el capítulo Tres, titulado “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil”, denuncia una “visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad”, explica que “el desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, señala una “necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y advierte que hacen falta nuevas “formas de economía solidaria” porque “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”. En el capítulo Cuatro, que estudia el “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes” el Santo Padre hace notar que los Estados “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”. En el capítulo Cinco, titulado “La colaboración de la familia humana”, luego de establecer que el cristianismo puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”, el Papa Ratzinger exhorta a las naciones ricas a “destinar mayores cuotas de su Producto Interno Bruto para el desarrollo”, pues afirma que cuando se cede “al relativismo, se convierte en más pobre” todo individuo y toda sociedad. En el capítulo Seis, que trata del “Desarrollo de los pueblos y la técnica” el Santo Padre hace notar que aunque “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los prodigios de la tecnología”, en realidad “la técnica no puede tener una libertad absoluta”, establece que “el campo primario de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre, es hoy el de la bioética”, previene que “la razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia” y manifiesta su temor hacia “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.

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En la Conclusión de la Encíclica, el Papa indica que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, también de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”. Es notorio que Benedicto XVI conoce el pulso de la humanidad y que, consciente del momento histórico que se vive, entre las líneas de su Encíclica hizo notar “la urgencia de la reforma” de la ONU y de lo que él llamó “la arquitectura económica y financiera internacional”. Es claro que el Papa prevé inminentes conflictos internacionales y por eso deslizó la idea de que urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial que goce de poder efectivo”. El resto de la Encíclica será escrito por la historia de los inminentes acontecimientos mundiales.

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“El juicio del futuro” Yo no sé si sólo me ocurre a mí o si es algo que sucede a todos los hombres en uno o en varios momentos de sus vidas. La cosa es que a veces pienso en el juicio que los habitantes del futuro harán de nosotros, los que para ese entonces seremos la humanidad del pasado, aquella que viviera los inicios del siglo XXI; y lo que pienso es que, o se van a atacar de risa o se van a morir de vergüenza. De risa, si es que nos verán ignorantes o hasta inocentes, como ahora vemos a los trogloditas; pero de vergüenza, si resulta que nos mirarán como una humanidad relativista y egoísta al grado de ser despiadada hacia los demás, como ahora vemos a los nazis de la II guerra mundial. En efecto, la nuestra podría ser considerada en el futuro como la humanidad del consumo desmesurado hasta el desperdicio, del gasto en lo superfluo hasta la banalidad, de la búsqueda de placer hasta el vicio, pues esta humanidad se ha convertido en la vivencia cotidiana de la gula, del egocentrismo y de la lujuria; es una humanidad que acude a sus médicos por trastornos alimentarios, por adicciones, depresiones, neurosis y psicosis; es la humanidad cuyas cárceles están pobladas por políticos corruptos, secuestradores y narcotraficantes, es la humanidad que mata a sus hijos antes de nacer y que busca a la muerte antes del momento de su llegada natural. Hace 40 años ya que el hombre puso por primera vez sus pies en la Luna; hace 40 años que el Papa Paulo VI dedicó numerosas intervenciones a aquel prodigio de la técnica. Aquel 20 de julio de 1969, durante el rezo del Angelus dominical en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa dijo: “¡Hoy es un día grande, un día histórico para la humanidad, si de verdad esta noche dos hombres pisan la Luna, nosotros, con todo el mundo tembloroso y exultante, esperamos que pueda ocurrir felizmente!”. Era evidente el entusiasmo que sentía el Papa, pero más adelante y en el mismo discurso dirigió su atención a los problemas sin resolver de la humanidad –el hambre y las guerras- y dijo: “¿Dónde está la auténtica humanidad, dónde la fraternidad y la paz? Que el progreso, cuya sublime victoria festejamos hoy pueda dirigirse hacia el verdadero bien, temporal y moral, de la humanidad”. Entonces resultó evidente que el Papa tenía el corazón puesto en el sorprendente contraste entre la técnica que lograba llegar a la Luna y la ausencia de fraternidad que se hacía presente en ese momento histórico a través de guerras y de hambre. Paulo VI había publicado la encíclica Populorum Progressio con la esperanza de que la inteligencia humana y la prodigiosa capacidad de la ciencia y de la técnica se pusieran al servicio del bien. El Papa Benedicto XVI nos entregó una encíclica más, de nombre Caritas in veritate o “La Caridad en la verdad” que es la tercera de su pontificado, una encíclica más de doctrina y de desarrollo social, pero que retrata de manera dramática a la humanidad de hoy, porque en este documento, que el Papa ha dedicado íntegramente a lo que es el auténtico desarrollo, establece que “la humanidad no debe ser esclava de una nueva ideología que consiste en la omnipotencia de la técnica, sino que debe perseguir con responsabilidad el desarrollo integral que tiene su fuerza impulsora en la caridad y en la verdad”. Hoy estamos parados en un momento en el que orgullosamente volvemos la mirada cuarenta años atrás para afirmar que nos hemos parado sobre la Luna concretando lo que para Julio Verne había sido ciencia ficción, pero también estamos parados en un tramo histórico en el que si miramos hacia el futuro podemos sentirnos avergonzados ya desde ahora por lo que se dirá de nosotros, pues hoy sabemos que no hemos conseguido eliminar el hambre, que ya hemos alcanzado la espantosa cifra de un billón de seres humanos hambrientos en el planeta, y que esta cifra crece cada día porque tres cuartas partes de la población mundial se alimenta con sólo una cuarta parte de la producción de alimentos mientras una cuarta parte de la humanidad se alimenta con las tres cuartas partes de los alimentos que se producen en el mundo.

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La tercera encíclica de Benedicto XVI ha venido a proponer una revolución en el modo desproporcionado en el que estamos conviviendo los hombres en este inicio de siglo, un siglo caracterizado por un exagerado consumismo. Es, pues, necesario, leerla, analizarla y aplicarla, pues así como vamos seremos una vergüenza en el juicio del futuro.

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“Pollo a la carta” Entran dos chicas de aspecto filipino a un restaurante de comida rápida del tipo de Kentucky Fried Chicken y piden en la barra lo que gustan comer. Después de recibir su pedido se van a una mesa mientras platican entre ellas y con sus amigas por medio de sus celulares. Ambas son alegres y joviales. Luego salen del restaurante, dejando sus platos con sobras porque no terminaron lo que habían pedido, en tanto que el joven encargado de la limpieza recoge los platos, limpia la mesa y tira los deshechos en un bote grande que está en la cocina. Nada extraño en la escena, todo parece normal, pero por la noche… Aparece un hombre en la oscuridad tripulando una bicicleta de carga, de esas que se usan para distribuir el pan a las panaderías, transitando por un callejón hasta que se detiene ante una pequeña puerta, la que toca con los nudillos y por la que aparece otro hombre que le permite entrar. Es la cocina del restaurante, donde está el bote de desperdicios hacia el que se dirige el hombre de la bicicleta para destaparlo y vaciar su contenido en otro bote que él mismo traía consigo. Al tiempo que pasa el contenido, de un bote al otro, con cuidado va separando algunas piezas de pollo, las que tienen más carne pegada al hueso; unos trozos de pan, los más completos; rebanadas de papas fritas a la francesa y unos fideos. Todo esto que separa lo pone en una bolsa amarilla de plástico que cierra con un nudo. Luego sale por la misma puerta de atrás, coloca su bote lleno de desperdicios en su bicicleta y emprende la marcha pedaleando pesadamente hasta que… Llega al amanecer, transportando su carga de desperdicios de comida, los de las dos chicas y los de otros muchos clientes, a una pobrísima aldea mientras con dificultad rueda sobre el piso de tierra entre hondonadas y baches. De pronto, al verlo, se lanzan corriendo hacia él varios niños, todos descalzos pero con las caritas vestidas de alegría y adornadas con sonrisas. ¿Cómo no han de estar alegres? ¡Ha llegado la comida! Se acercan al bote, lo destapan e inicia el festín. Todos sacan comida, se la llevan a la boca y se la reparten entre ellos mismos. Un pequeñito hasta se mete al bote para sacar más. La escena es triste, porque se alimentan de desperdicios, pero se ilumina con la felicidad de esos alegres comensales. Es la colonia en la que vive el hombre de la bicicleta. Es un lugar pobre que por todos lados muestra su miseria rodeada de cubetas que evidencian la falta cotidiana del agua. Es una colonia en la que no se cuenta con qué comer ese día, como todos los días. El hombre de la bicicleta deja a los niños saboreando su “banquete” mientras él se dirige hacia una pequeña vivienda de madera. Empuja la puerta y entra a esa que es su propia casa en la que le esperan dos niñitos, ya sentados a una mesa vieja y desvencijada, y su esposa que carga a un bebecito. Es su familia. La mamá coloca un plato frente a cada uno mientras que el papá pone al centro la bolsa amarilla de plástico en la que había apartado las mejores piezas de pollo, las que tienen más carnita, los panes, las papas y los fideos. Cuando desata el nudo de la bolsa desata también la señal de que pueden servirse en los platos, cosa que todos hacen apresuradamente aunque de manera equitativa. Los dos hermanitos se llevan a la boca unas piernitas de pollo para empezar a comer pero su papá se los impide… Con una seña de la mano les indica que no deben comer y moviendo la cabeza confirma que todavía no ha llegado ese momento. Los chiquitos dejan sus huesos de pollo sobre sus platos y voltean a ver a su papá quien les hace una nueva indicación al juntar las manos, gesto que imitan todos. Luego el papá se persigna, cierra los ojos y eleva una oración al Cielo mientras su esposa y sus hijos hacen lo mismo: dar gracias a Dios por el don recibido. Lo anterior es mi narración de un video que me hizo llorar. Es un cortometraje de seis minutos, del realizador Ferdinand Dimadura, que bien podría considerarse como la puesta en video de la encíclica “Caritas in veritate” del Papa Benedicto XVI porque precisamente de eso trata esta encíclica.

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Ahora busque en Youtube el video “Chicken a la carte” y lea la encíclica. Seguro que tendrá que limpiarse algunas lágrimas provocadas por la emoción.

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“Catálogo de valores I” Se ha generalizado la idea de que la sociedad vive apartada de los valores y que urge retomarlos por bien de la humanidad. La misma percepción se aplica a la familia, la escuela, el Estado y los medios de comunicación. Unido a esta idea, investigué en ambientes familiares, académicos, políticos y eclesiásticos, en los que prácticamente todos sus integrantes están de acuerdo en la urgencia de recuperarlos. La excepción se da en varios medios de comunicación en los que productores y conductores, la mayoría, parecen despreciar la idea tachándola de anticuada bajo el argumento de que “eso ya ha sido superado”. Concluí que, aunque todos confirman la necesidad de retomar los valores, pocos saben qué son y cuántos, por lo que elaboré un catálogo de 60 valores, de los que, enseguida entrego la primera parte: 1) La vida: Es el bien por esencia, por lo que es bueno todo aquello que la propicia, la fortalece y la prolonga. 2) La libertad: Dentro de la capacidad de desarrollar todas sus potencialidades, el hombre es susceptible de labrarse a sí mismo y de realizarse mediante un quehacer constante, mediante su propia acción. 3) La familia: Es el entorno doméstico, el estado de quienes viven entera y conjuntamente. 4) La sociedad universal: Consiste en la interacción, para el bien común, de todos los seres humanos. Consigna el deber de igual tratamiento de todos los miembros de la comunidad mundial y de búsqueda de beneficio colectivo. 5) La Nación: Garantiza que cada individuo conserve su absoluta independencia, y posea su gobierno, territorio, leyes y costumbres propias. 6) Fortaleza: Modera las pasiones y exalta la voluntad para que no desista de conseguir un bien, difícil de alcanzar, a pesar del peligro. Ataca y resiste, tolera lo desagradable y acomete lo que debe hacerse pese a las dificultades que entrañe. 7) Magnanimidad: Es la parte de la fortaleza que se caracteriza por acometer grandes cosas con prontitud de ánimo y confianza en el fin. 8) Magnificencia: Permite alcanzar objetivos, sin desistir, pese a los grandes gastos que puedan ocasionar. 9) Paciencia: Permite tolerar, sin tristeza ni abatimiento, padecimientos físicos y morales. 10) Longanimidad: Anima para tender a algo bueno aun cuando se encuentre lejos. 11) Perseverancia: Habilita a persistir en el ejercicio del bien a pesar de las molestias que ello pudiera ocasionar. 12) Constancia: Relacionada con la perseverancia, robustece la voluntad para que no se desvíe del camino de la virtud a pesar de los obstáculos o impedimentos exteriores.13) Templanza: Modera la inclinación hacia los placeres de los sentidos, especialmente los del tacto y los del gusto, manteniéndola dentro de los límites de la razón. 14) Vergüenza: Hace temer el oprobio y la turbación que se siguen de una acción torpe o desordenada. 15) Honestidad: Es el amor al decoro procedente de la práctica de la virtud. 16) Abstinencia: Aligera el uso de los alimentos del cuerpo según el dictamen de la razón. 17) Sobriedad: Mesura el uso de bebidas embriagantes de acuerdo con la razón. 18) Castidad: Refrena el apetito de la reproducción y conserva temporalmente la integridad del cuerpo. 19) Virginidad: Es la firme intención de conservar perpetuamente la integridad del cuerpo. 20) Continencia: Robustece la voluntad para resistir las concupiscencias desordenadas. Se refiere a los placeres de la comida y de la generación cuando se suscitan con demasiada energía. 21) Mansedumbre: Permite moderar la ira según la recta razón. Es ausencia de cólera. 22) Clemencia: Inclina al superior a moderar, según la recta razón, el rigor del castigo debido al culpable. 23) Modestia: Orienta al hombre a conducirse en los movimientos internos y externos, y en su aparato exterior dentro de los límites que imponen su estado, ingenio y fortuna. 24) Humildad: Contenida en la modestia, aplaca el apetito desordenado hacia la propia excelencia. 25) Estudiosidad: Modera, según la recta razón, el deseo o apetito de saber. 26) Modestia corporal: Arregla los gestos y los movimientos corporales. 27) Eutrapelia: Mesura, con apego a la recta razón, los juegos y diversiones. 28) Modestia en el ornato: Inclina a observar decoro en el vestido y arreglo en el cuerpo y en el aparato exterior. 29) Justicia: Es la voluntad 183

constante y perpetua de dar a cada quien lo que estrictamente le corresponde. Para la existencia cabal de la justicia deben cumplirse siempre los dos elementos: hacer el bien y evitar el mal. 30) Justicia general: Insta a los miembros de la sociedad a brindar lo que es debido a fin de procurar el bien común. En el siguiente artículo se encuentra la definición de qué son los valores y los otros 30 que completan el catálogo de 60.

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“Catálogo de valores II” Generalizada la idea de que la sociedad se ha apartado de los valores, se tiene la percepción de que al retomarlos como norma de vida, las conductas inapropiadas pudieran ser corregidas; sin embargo, hay grupos que parecen despreciar esa idea bajo el argumento de que “eso ya está superado” e intentan resolver el problema con un rápido desdén. Ya poco se conoce que los valores enaltecen las características de la persona al permitirle mejorar propia historia, su inteligencia y su voluntad, pues la desarrollan como un ser humano más pleno. Para recordar cuáles son, elaboré un catálogo de 60 valores, de los que, enseguida, entrego la segunda parte: 31) Justicia distributiva: Inclina al gobernante a distribuir entre los miembros de la sociedad los bienes comunes en adecuada proporción a sus necesidades y dignidad. 32) Justicia conmutativa: Es el respeto del patrimonio del otro. 33) Religión: Facilita a la voluntad del hombre dar a Dios el culto debido como principio de todas las cosas. 34) Piedad: Permite tributar el honor y reverencia debidos a los padres y a la patria. 35) Servidumbre: Consiste en el honor que se debe a cualquier persona constituida en dignidad. 36) Obediencia: Hace pronta la voluntad para ejecutar las órdenes y mandatos del superior. 37) Gratitud: Inclina a recompensar por los beneficios recibidos. 38) Justo castigo: Su objetivo es sancionar las injurias recibidas o los delitos cometidos. 39) Veracidad: Orienta al individuo a decir siempre la verdad y a manifestarse exteriormente tal como es en el interior, expresando con sinceridad lo que se siente. 40) Fidelidad: Obliga a cumplir las promesas hechas, adecuando así las palabras a los hechos. 41) Simplicidad: Relacionada con la veracidad, inclina a apartarse de la doble intención por la que el hombre suele manifestarse en lo exterior contrariamente a sus verdaderas intenciones. 42) Afabilidad: Induce a hacer amable y agradable el trato con los semejantes. Se manifiesta mediante palabras y movimientos exteriores. 43) Liberalidad: Ayuda al desprendimiento de riquezas y cosas exteriores en beneficio de los demás. 44) Equidad: Inclina a apartarse de la letra de la ley que, en la interpretación benigna, aunque justa, del legislador, no tiene aplicación a un caso no previsto. 45) Prudencia: Es la recta razón del obrar. Su objetivo es dictar lo que debe hacerse en todo caso. 46) Memoria de lo ocurrido: Se refiere a la orientación que se obtiene de la experiencia de hechos pasados. 47) Discernimiento: Habilita para determinar si lo que ha de hacerse es bueno o malo, lícito o ilícito, conveniente o inconveniente. 48) Docilidad: Induce a pedir y aceptar el consejo de los sabios y experimentados. 49) Sagacidad: Habilita para resolver por los propios medios los casos urgentes, en momentos en que no es posible solicitar consejo. 50) Razón: Es la prontitud para resolver por sí mismo los casos o situaciones particulares que no son urgentes y en los que se dispone de tiempo para su examen a la luz de la reflexión. 51) Providencia: Consiste en tener en cuenta el fin lejano que se intenta, a manera de ordenar a él los medios oportunos, y anticipar las consecuencias que se seguirían del acto realizado. Es una previsión que permite adelantarse a las consecuencias de la acción concreta. 52) Circunspección: Es la consideración y atención de las circunstancias en orden a juzgar de la conveniencia o no de realizar una acción determinada. 53) Cautela: Apercibe sobre los impedimentos exteriores que pudieran obstaculizar una acción que se intenta realizar. 54) Prudencia gubernativa: Corresponde al gobierno en su papel de dirigir a la sociedad al bien común, y cuyo acto principal consiste en legislar. 55) Prudencia cívica: Permite al hombre conducirse rectamente en el seno de una colectividad humana como miembro de la sociedad civil. 56) Prudencia familiar: Compete a los miembros de la familia para conducirse rectamente entre sí mismos. 57) Prudencia militar: Corresponde al jefe o líder del ejército para dirigir a éste con rectitud durante su desempeño en una guerra justa. 58) Buen Consejo: Permite al hombre encontrar, por si mismo, los medios más convenientes para el fin pretendido y permite prevenir el obrar con temeridad y precipitación. 59) Sensatez: También llamado sentido común, inclina al hombre a juzgar con rectitud en las 185

circunstancias concretas comunes y ordinarias. 60) Juicio equitativo: Al igual que la sensatez, inclina a juzgar con rectitud, sólo que en los casos excepcionales o imprevistos. Si esto es lo que los valores permiten alcanzar porque enaltecen las características de la persona, es de imaginar lo que pueden lograr la Fe, la Esperanza y el Amor, que son las virtudes que Dios ha compartido con la creatura humana.

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“Levantamiento en Querétaro” Es innegable que fueron dos sacerdotes mexicanos quienes lograron que México se independizara de la corona española para constituirse en nación soberana, fueron dos sacerdotes. Tanto Miguel Hidalgo y Costilla, como José María Morelos y Pavón, nacieron en México. Hidalgo nació el 8 de mayo de 1753 en la hacienda de Corralejo, en Pénjamo, Guanajuato, y Morelos 12 años después, en 1765, el 30 de septiembre, en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, en Michoacán. Cuando Miguel Hidalgo tenía doce años marchó al colegio de San Nicolás Obispo, en junio de 1765, junto con su hermano José Joaquín, a estudiar letras latinas con los jesuitas. Allí mismo dio clases de Filosofía y de Teología cuando apenas tenía 17 años, y se ordenó sacerdote a la edad de 25, en septiembre de 1778. A los 39 años de edad ya ejercía su ministerio sacerdotal como párroco en el Curato de Dolores de la ciudad del mismo nombre (hoy Dolores Hidalgo, en memoria suya). Morelos ingresó a la edad de 24 años al seminario de Valladolid (ciudad que luego cambió su nombre por el de Morelia, en su honor) y se ordenó sacerdote a los 32. Fue en el seminario donde conoció al padre Miguel Hidalgo cuando era el rector. En 1799, recibió el nombramiento de párroco para ejercer el ministerio sacerdotal en Carácuaro, donde permaneció hasta 1810. La invasión francesa a España, de 1808, había producido una crisis política que se extendió hasta la Nueva España, por lo que la Arquidiócesis de Zaragoza, encargada de los asuntos religiosos en el virreinato, para contrarrestar los efectos de la inestabilidad ordenó a los párrocos del territorio novohispano predicar en contra de Napoleón, el invasor de España, y quien mantenía prisionero al soberano español. Tanto Hidalgo como Morelos observaron puntualmente la indicación incitando en el pueblo la antipatía hacia el invasor. Iniciaba así lo que luego se convertiría en el anhelo de la independencia del invasor español en tierra mexicana. Mientras tanto, en Querétaro se gestaba una conspiración coordinada por el Corregidor Miguel Domínguez y por su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, en la que participaban los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Allende había convencido a Hidalgo de unirse a su movimiento, y aceptó, fijando como fecha de inicio de la insurgencia el 1 de diciembre, día de la Virgen de San Juan de los Lagos. Doña Josefa Ortiz, quien no tenía ni un tercio de la edad que aparenta en sus representaciones, y quien gozaba de particular y notable belleza, casada con el Corregidor, él sí viejo y sobrado de peso, había logrado la atención del capitán Ignacio Allende hasta establecer una íntima relación que había llegado más allá de lo romántico. Uno de aquellos días de conspiración, el Corregidor, descubriendo la infidelidad de su mujer, la encerró en una habitación. Ella envió a una sirvienta para que avisara a Allende que habían sido descubiertos (en sus amoríos), pero él, militar con la mente puesta en la insurgencia, entendió que lo que había sido descubierto era el movimiento independentista, lo que le hizo adelantar el levantamiento, de diciembre a septiembre de 1810. Hidalgo se había unido a la conspiración queretana ese mismo año y Morelos lo había buscado para ofrecerse como capellán de la insurgencia, pero Hidalgo lo convenció de ocupar un cargo mayor (luego de pensarse todos descubiertos) nombrándolo Jefe insurgente en el sur de México, el 20 de octubre de 1810, con el encargo de tomar ciudades importantes, para lo que organizó el Congreso de Anáhuac, el primer cuerpo legislativo mexicano, que sesionó en Chilpancingo y en el que presentó sus célebres “Sentimientos de la Nación”. Miguel Hidalgo murió fusilado en el patio del antiguo Colegio de los Jesuitas en Chihuahua, entonces habilitado como cuartel y cárcel, el 30 de julio de 1811, sosteniendo un crucifijo en las manos.

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José María Morelos fue capturado el 5 de noviembre de 1815 en Temalaca y pasado por las armas el 22 de diciembre, luego de rezar el salmo 51, también con un crucifijo en las manos, y luego de exclamar: “Señor, si he obrado bien, Tú lo sabes, pero si he obrado mal, yo me acojo a tu infinita misericordia”. Los restos de ambos reposan desde 1925 en la columna del Ángel de la Independencia, en la ciudad de México. Una parte de esta historia provoca incredulidad, pero es lo que se cuenta Querétaro; y como les han sido inventadas leyendas varias a los padres Hidalgo y Morelos, como la de que murieron excomulgados, siempre será sano revisar, a la luz de la verdad, la gran figura de estos dos sacerdotes héroes de México.

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“Para vencer a Satanás” El odio que el demonio mantiene hacia Dios y hacia la creatura humana lo explican la soberbia y los celos. En efecto, cuando Luzbel, el ángel más hermoso, observó cuánta dedicación y amor depositaba Dios en la creación de un nuevo ser viviente, luego de haber creado los animales, se sintió atacado por los celos y experimentó por primera vez ese sentimiento que es la envidia y que se deriva en tristeza o en dolor por el bien del otro. Ahora, se percató el ángel, había otra creatura a la que el Creador amaba. Dios le hizo saber a Luzbel que tendría que servir al hombre, y él entonces, ya enardecido de rabia respondió Non serviam, no lo serviré, y a Dios le gritó que en eso no le obedecería. Así cayó ante Dios transformándose en Lucifer, y no cayó sólo… le acompañaban en su envidia y soberbia muchos ángeles más, todos los que evitaron constituirse en servidores de los hombres y negaron obediencia al Creador. Desde entonces esos ángeles caídos suponen que Dios es protagonista de un error y que el hombre no merece su atención, menos su amor. Caídos los ángeles, y transformados en demonios, se mantienen ocupados en demostrar al Creador la bajeza de la creatura humana. Arrastrándolo al mal le demuestran a Dios su equivocación y llevándole a la perdición le arrebatan el objeto de su amor. En verdad las acciones diabólicas dirigen un doble ataque: contra Dios cuando lo hieren en quien más ama, y contra el hombre cuando lo privan de responder con amor a quien con amor le creó. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “La escritura habla de un pecado de estos ángeles” y que “esta caída consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino”, por lo que en el libro del Génesis de las sagradas escrituras “encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: -serán como dioses-”. Las escrituras afirman también, en el evangelio de San Juan que el diablo es “pecador desde el principio” y “padre de la mentira”. En su párrafo 393 el Catecismo establece lo siguiente: “Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte”. El Catecismo agrega, en el párrafo 394 que “la escritura atestigua la influencia nefasta de aquél a quien Jesús llama -homicida desde el principio- y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre” pero “el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. La más grave, en consecuencias, de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios”. En el párrafo 395 el Catecismo explica, para tranquilidad nuestra, que: “Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la Divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos (como escribe San Pablo en Rm 8, 28) que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”. Lucifer no contaba con que el amor de Dios llegaría al extremo de hacerse uno de nosotros al encarnarse en María, lo que vino a aumentar su odio, pues Dios no se hizo ángel, sino hombre, con lo que

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inicia la promesa salvífica del Génesis cuando le hizo saber a la serpiente que una mujer le pisaría la cabeza mientras su descendencia la dominaría. Satanás odia a Dios, aborrece al hombre y se odia a sí mismo porque no puede amar, porque su naturaleza quedó transformada en odio desde que renunció al amor. Ahora engaña a los hombres con prácticas de magia y de hechicería que ofrecen poder sobrenatural sobre el prójimo, pero eso no es verdad. El verdadero poder es el amor, única arma para vencer a Satanás, porque solamente el amor es un sentimiento que logra traducirse en servicio práctico a los demás.

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“Thérèse de Lisieux” Luego de una prolongada agonía, con intensísimos dolores que provenían de sus pulmones ya deshechos por la Tuberculosis, y que recorrían con espasmos su cuerpecito mermado, inhaló todo el aire que pudo, que ya fue poco, para pronunciar la frase inmortal: “No muero… entro en la vida”. Luego miró el crucifijo que sostenía entre sus manos replegadas sobre sí misma, y suavemente dijo: “Te amo, cuánto Te amo” y cayó exhausta sobre la almohada, muriendo… Era el 30 de septiembre de 1897, estaba en la enfermería del convento de carmelitas descalzas de la ciudad francesa de Lisieux. Ella no se imaginaba que la ciudad le daría su propio nombre y que sería conocida por siempre como Teresa de Lisieux; tampoco sospechaba que sería beatificada, canonizada, nombrada Patrona de las Misiones, proclamada Doctora de la Iglesia Universal y, que para los franceses, sería su más grande tesoro junto con Santa Juana de Arco. Thérèse Martin Guerin había entrado al convento de Lisieux apenas a la edad de 15 años en respuesta al anhelo que desde su interior le inspiraba ser monja carmelita para casarse con Cristo. Era la más chica de la casa, lucía como toda una monjita, pequeña y revestida de ternura. Su mirada profunda ya reflejaba la presencia de Dios que la inhabitaba y que desde su interior la llamaba para sí. Ella tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Parece que con su breve vida quiso abarcar toda la vida del Salvador, desde su nacimiento en Belén hasta su muerte en el Gólgota. Ella quiso coexistir en el mundo con Cristo, desde que era niño arrullado por la virgen María, hasta que fue mostrado como el Ecce Homo de rostro doliente. Él se lo concedió. Nació en Alencón, en la Normandía francesa, el 2 de enero de 1873 y murió 24 años después. En el convento pasó sus últimos 9 años en esta vida, pero esos pocos años le obtuvieron de Jesús, su más grande amor, la vida eterna. Ella lo esperaba, por eso un día les hizo saber a sus hermanas que “con mi muerte haré caer una lluvia de rosas” y luego prometió: “Pasaré mi Cielo haciendo el bien en la Tierra”. Así ha sido, verdaderamente así es. La manera en la que esta hermosa Santa se hace presente en la vida de quien la busca es una cosa que impresiona pues le llena la vida de rosas con su bondadosa presencia. Teresita logra cambiar las espinas que todos llevamos por suaves pétalos que transforman las penas en dulce perfume de flores con aroma a rosas. Le llamamos santa Teresita para distinguirla de santa Teresa de Jesús, la fundadora del Carmelo, Teresa de Ávila, aunque con lo de “Teresita” no le hacemos ningún favor porque pareciera que la empequeñecemos. Sin embargo, no creo que a ella esto le importune, pues supo encontrar la grandeza en su pequeñez, de allí que en sus escritos en la Historia de un alma desarrollara toda una doctrina, el caminito espiritual. Santa Teresita explica así su pequeña doctrina: “Comprendo y sé muy bien por experiencia que el reino de los cielos está dentro de nosotros. Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. Él, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras… Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien en medio de las ocupaciones del día…” Cuando Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz entraba en la vida desde la enfermería de su convento, a la brevísima edad de 24 años, no imaginaba que sus restos-reliquia recorrerían México, llenando de flores este suelo desde el norte hasta el sur, desde que llegara al aeropuerto el 17 de enero, recibida en el Salón Oficial, hasta que su urna fuera embarcada para volar de México a París el 30 de marzo de aquel 2001. 191

Desde dentro de esa urna hermosa en forma de capilla, de madera con bronce y marfil, esta niña mía hizo que en México exclamáramos “Una flor del Cielo visita nuestra tierra” mientras veíamos la conversión de millones de corazones que, luego de haber estado endurecidos por años, al tocar una rosa a sus reliquias, quedaban inflamados de amor, créame, de una inexplicable e inmediata manera.

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“La Fe de santa Teresa” Estábamos en medio de la grabación del programa de televisión que normalmente nos lleva una hora y media grabar, pero ese día ya llevábamos cuatro horas y no podíamos terminarlo. Como nunca, había sucedido de todo en la producción: se fundían lámparas, se apagaban los micrófonos, se brincaban las notas que corrían desde videoteca, o no corrían… Habíamos tenido no pocos incidentes en esa grabación hasta que les dije a los cuatro sacerdotes que estaban como comentaristas invitados, los cuatro, exorcistas: “Padres, debemos orar, porque evidentemente el demonio está furioso por lo que estamos haciendo y no deja de ponernos trabas. Pidamos al Señor que nos ayude, pues estamos trabajando para Él”. Luego de una breve oración pudimos terminar ya sin interrupciones. Era uno de los dos programas en el que cuatro exorcistas dieron respuesta a las casi 500 preguntas que durante un mes los tele-espectadores habían enviado mediante correos electrónicos. Este suceso puede provocar miedo porque supone una capacidad del demonio, con cierta libertad de acción, para irrumpir en la actividad humana; pero teniendo conocimiento de Dios y cercanía con Él, ese miedo no debiera ser otra cosa que un sentimiento de alegría al constatar que nada puede contra nosotros más allá de apagar lámparas y micrófonos. En efecto, santa Teresa de Jesús, cuya fiesta celebramos el 15 de octubre, ya escribía hace 450 años lo siguiente: “Si este Señor es poderoso (Dios), como veo que lo es, y sé que lo es, y que son sus esclavos los demonios –y de eso no hay que dudar, pues es fe-, siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden hacer ellos a mí? ¿Por qué no he de tener yo fortaleza para combatirme con todo el infierno? Y así dije: ahora venid todos, que siendo sierva del Señor yo quiero ver qué me podéis hacer”. Teresa de Cepeda y Ahumada había nacido en Ávila, España, el 12 de marzo de 1515 y a los 20 años ingresó al convento de monjas carmelitas, donde tomó el nombre de Teresa de Jesús. Tenía 47 años cuando recibió la aprobación del papa Pío IV para reformar la Orden del Carmen a fin de retomar la observancia estricta de las constituciones. Fundó el Convento de San José en Ávila, además de muchos por toda España, y con Juan de la Cruz impulsó la reforma de los frailes. Teresa murió el 15 de octubre de 1582, cuando tenía 67 años, fue beatificada en 1614 por Paulo V, canonizada en 1622 por Gregorio XV y proclamada Doctora de la Iglesia por Paulo VI. Santa Teresa de Jesús, o santa Teresa de Ávila es, pues, fundadora de los Carmelitas Descalzos, y como fundadora que es, hermosea la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, con su imponente estatua que se identifica desde el ingreso, a la derecha, por la pluma que en una mano sostiene, pluma que nos hace saber que era escritora y que desarrolló una doctrina espiritual a través de sus escritos en los que nos habla de su personal experiencia de Dios, una experiencia mística de altos vuelos que la llevó a gozar la Transverberación en la que Cristo la atraviesa con su infinito amor. La Santa Madre es determinante en su conocida frase “Sólo Dios basta” y en su inalterable esperanza en la vida eterna cuando hace saber que “he hecho a Dios mi prisionero” y que “muero porque no muero”, pero sobre todo cuando escribe, con determinada determinación, que “Todo se pasa tan presto que más habíamos de traer el pensamiento en cómo morir que no en cómo vivir” No es sencillo hallar en la Iglesia a una mujer que logre manifestar de tan profunda manera la prontitud de Cristo al perdón, como lo hace Teresa: “¡Oh, Dios de mi alma, qué prisa, qué prisa nos damos a ofenderos y cómo os lo dais Vos mayor a perdonarnos! ¿Qué causa hay, Señor, para tan desatinado atrevimiento?; ¿si es el haber ya entendido vuestra gran misericordia y olvidarnos de que es justa vuestra justicia?” ni sencillo es hallar a quien pueda expresar la inefable constante humana de ofenderlo: “¡Oh, qué

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grave cosa es el pecado que bastó a matar a Dios con tantos dolores; y cuán cercado estáis, mi Dios, de ellos! ¿A dónde podéis ir que no atormenten?, de todas partes os dan heridas los mortales”. ¡Ah!, pero es más difícil hallar a quien se ría, como ella, de los embates del demonio, pues teniendo por Dios a tan poderoso Señor, como nos ha dicho, sabe que tiene fortaleza para combatirse ella sola contra todo el infierno. ¡Eso es Fe!

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“Laudetur Iesus Christus” La primera vez que entré en contacto con Radio Vaticana fue en 1994 para una transmisión radiofónica con motivo de un Consistorio Público para la creación de cardenales. Fui recibido por Sor Denise e introducido a la oficina del padre Pasqualle Borgomeo, Director General de la Radio del Papa. Nunca había sido recibido tan bien en alguna radiodifusora como lo fui en la radio del Vaticano, como sucesivamente ha ocurrido, siempre que he tenido que estar allí. Radio Vaticana es la primera radiodifusora del mundo, constituida como tal. Fue implementada personalmente por el mismísimo inventor de la radio y del telégrafo, Guillermo Marconi, a pedido del Papa Pío XI e inaugurada el 12 de febrero de 1931 con el mensaje radial Qui arcano Dei en voz del Santo Padre. Como si estuviera en casa he usado las instalaciones de la Radio del Papa, sus cabinas, las unidades de control remoto, los micrófonos y sus salvo-conductos para tener acceso a los puestos de transmisión en directo establecidos dentro de la Basílica de San Pedro a un lado del Aula de las Bendiciones. Las oficinas centrales, que se encuentran al inicio de la Vía de la Conciliación frente al Castel Saint Angelo, se caracterizan porque sus pasillos son recorridos por locutores y técnicos de todas las nacionalidades, lenguas y razas. La amabilidad y bondad les caracteriza a todos ellos. Como lo establece su Estatuto, Radio Vaticana es la estación transmisora de la Santa Sede, situada legalmente en el Estado de la Ciudad del Vaticano. Es un medio de comunicación y evangelización creado para servir al Ministerio del Papa. Su tarea principal es proclamar el mensaje Cristiano libremente, de manera fiel y eficiente, y tener el centro del Catolicismo en contacto con los diferentes países del mundo difundiendo la voz y las enseñanzas del Romano Pontífice; informando acerca de las actividades de la Santa Sede; dando información sobre la vida y las actividades de la Iglesia Católica en el mundo y ayudando a los fieles a evaluar los problemas actuales a la luz de las Enseñanzas de la Iglesia. Además, Radio Vaticana ofrece consejos y cooperación a las Diócesis y Conferencias Episcopales en el campo de la radiodifusión y tiene también la tarea de grabar, amplificar y distribuir el sonido de todas las actividades oficiales Vaticanas del Santo Padre y ejercer y proteger, en modo exclusivo, los derechos de propiedad intelectual de las grabaciones de la voz del Romano Pontífice. En aquella primera ocasión en la que tuve el gusto de ser huésped de la “Voz de la Iglesia católica en el mundo” el Director de Programación era el padre Federico Lombardi, quien actualmente es su Director general, y sucesor inmediato del padre Borgomeo, desde el 5 de noviembre de 2005. Federico Lombardi ocupa otros dos cargos en las comunicaciones vaticanas pues es también el Director del Centro Televisivo Vaticano y Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede. En alguna ocasión de plática amable le pregunté al Padre Lombardi porqué todos los directores de la radiodifusora del Papa han sido jesuitas y me dijo lo siguiente: “Desde sus inicios Radio Vaticana fue confiada por Pío XI a los jesuitas, al padre Jean Franceschi que era profesor y rector de la Universidad Gregoriana y también presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias, un buen científico que colaboró con Marconi para construir la primera Radio y después continuó a gestionarla. Después de él fueron siempre jesuitas nombrados directores de la Radio, porque la compañía de Jesús era una orden dispuesta a recibir las misiones universales de los Papas, Pío Once, Pío Doce dieron muchas misiones a la Compañía de Jesús. En particular la Radio Vaticana era una misión que necesitaba competencia científica, para usar los instrumentos científicos y tecnológicos nuevos y después apertura universal, conocimiento de diversas lenguas para hacer programas, noticieros sobre la vida de la Iglesia para transmitir hacia países diversos, sobre todo en el tiempo del totalitarismo, en el tiempo de la guerra mundial y después también en el tiempo del comunismo y de la falta de libertad religiosa en tantos países. Por lo tanto, la vocación de Radio Vaticana 195

fue siempre una vocación universal, y entonces, la Compañía de Jesús como Orden religiosa de apertura y respiro universal les pareció a los Papas apta para realizar esta misión en fidelidad a la enseñanza del Papa y al servicio del Papa para la Iglesia en el mundo de hoy”. La identificación internacional de Radio Vaticana o su “llamado mundial” es Laudetur Iesus Christus o “Alabado sea Jesucristo”. En el siguiente artículo trataré la fascinante historia y la cobertura mundial de Radio Vaticana.

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“Alabado sea Jesucristo” El llamado mundial de Radio Vaticana, Laudetur Iesus Christus o “Alabado sea Jesucristo”, identifica a la primera radiodifusora del mundo constituida como tal, e implementada personalmente por el inventor de la radio y del telégrafo, Guillermo Marconi. El Papa Pío XI le había presentado su petición a Marconi tras los tratados de Letrán en 1929. Fue inaugurada el 12 de febrero de 1931 con la emisión de la voz del Santo Padre en amplitud modulada, y para 1933 ya iniciaba transmisiones en Onda Corta. Tras la muerte de Pío XI, ocurrida el 9 de febrero de 1939, la Radio del Papa transmitió el cónclave y la posterior ceremonia de coronación de Pío XII con comentarios en nueve lenguas. Hubo necesidad de habilitar nuevas oficinas y estudios en el Palacete León XIII, que hasta 1936 había sido la sede del Observatorio Astronómico Vaticano. Con el estallido de la guerra, en septiembre de ese mismo año, Radio Vaticana se constituyó en un medio precioso de información libre a pesar de la censura que la guerra implicaba. El equipo de redacción estaba formado por sacerdotes jesuitas y transmitía en nueve lenguas. En enero de 1940 nació en Radio Vaticana la Oficina de Informaciones a fin de hacer llamamientos para encontrar a civiles y militares desaparecidos y transmitir a los prisioneros mensajes de sus familias. De 1940 a 1946 fueron enviados 1’240,728 mensajes equivalentes a 12,105 horas de transmisión. Con el fin de la guerra, las transmisiones de Radio Vaticana se fueron enriqueciendo con otros idiomas, se necesitaron transmisores más potentes y una red de antenas direccionales. En 1954 empezó la construcción del centro transmisor en Santa María de Galeria, que Pío XII inauguró el 27 de octubre de 1957. En 1958, año de la elección de Juan XXIII, se instalaron más estudios y oficinas en el que fuera el Museo Petriano, para soportar las más de 3,000 horas de transmisión, en 30 lenguas, con motivo de los trabajos del Concilio Ecuménico Vaticano II que se prolongara hasta el siguiente pontificado. El 1963 fue la elección de Paulo VI, quien con su peregrinación a Tierra Santa, en enero de 1964, inauguró la serie de viajes apostólicos. Iniciaba un nuevo compromiso para los periodistas y técnicos de la Radio, que desde entonces serían enviados especiales en el séquito que acompaña al Romano Pontífice en cada viaje. El 29 de enero de 1970 el cardenal Jean Villot, secretario de Estado, inauguró en el Palazzo Pio, frente al Castel Saint Angelo, al inicio de la Via de la Conciliación, la nueva sede de la Radio, que ya para entonces transmitía 20 horas al día en 32 lenguas distintas y disponía de un conjunto de transmisores de más de mil kilowatts. El personal estaba constituido por 260 personas de 38 diversos países. En el año 1978, tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I, fue elegido Juan Pablo II, quien pronto quiso visitar la sede de su propia radiodifusora en sus instalaciones en el Palazzo Pio. El Papa de las grandes peregrinaciones apostólicas a Italia y al extranjero, quiso rezar el Rosario cada primer sábado de mes a través de la radio, en vivo y en directo, para estar en unión espiritual con todo el mundo. Para ello se implementó una capilla dentro de la Radio Vaticana acondicionada con micrófonos especiales para hacer realidad, cada mes, el deseo del Papa de rezar empleando a la radio como un novedoso e ideal medio de alcances mundiales. Con Juan Pablo II la Radio Vaticana celebró la meta de su sexagésimo aniversario, y en esa ocasión el Papa Wojtyla volvió a visitar el Centro transmisor de Santa María di Galeria. El 19 de abril de 2005 el cardenal Ratzinger fue elegido Sucesor de Pedro, y el 3 de marzo de 2006 Benedicto XVI visitó la Radio Vaticana; estuvo en las cabinas de transmisión y desde allí sostuvo una entrevista que se convirtió en gran momento para la Radio del Papa pero también para la Radio mundial.

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Hoy en día se han sobrepasado las 67 horas de transmisión diarias en 5 canales, en 40 lenguas, con un equipo de más de 400 personas provenientes de todos los países el mundo, la mayoría laicos, un micromundo multiétnico que se desempeña al servicio del Papa, y de la Iglesia. Radio Vaticana transmite sus programas en los cinco continentes, no sólo en directo, sino también a través de más de mil radiodifusoras situadas en muchos países, excepto en México, porque aquí los radiodifusores mexicanos no han sabido valorar todavía el gran tesoro que implica hacer sonar diariamente, a través de la radio, la expresión que dice: “¡Alabado sea Jesucristo!”.

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“El purgatorio del Tenorio” “-Llamé al Cielo, y no me oyó; y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el Cielo, no yo.” Así termina la primera parte del drama “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, considerada la obra más excelsa del teatro español. En su expresión, don Juan presenta a Dios un reclamo por no haberle concedido que el padre de doña Inés de Ulloa le entregue a su hija en matrimonio. Inés es una novicia de 16 años de edad que ha tomado los hábitos en un monasterio de clausura y se encuentra cercana a hacer su profesión perpetua, pero don Juan la ha sacado con engaños para fingir que la enamora y así ganar una apuesta: “-Dicho está; sólo una mujer como ésta me falta para mi apuesta; ved, pues, que apostada va”. Desde el inicio se aprecia la furia del protagonista cuando desde una taberna exclama para sí: “¡Cuál gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si, en concluyendo la carta, no pagan caros sus gritos!”, pues le molestan las risas del pueblo de Sevilla que se haya en pleno carnaval. Él ha acudido a la cita, establecida hace un año, con don Luis Mejía para revisar el cumplimiento de una apuesta. Ambos simulan ser caballeros honorables, pero no es así. Este es su diálogo: Don Juan.- La apuesta fue… Don Luis.- Porque un día dije que en España entera no habría nadie que hiciera lo que hiciera Luis Mejía. Don Juan.- Y siendo contradictorio al vuestro mi parecer, yo os dije: -Nadie ha de hacer lo que hará don Juan Tenorio- ¿No es así? Don Luis.- Sin duda alguna; y vinimos a apostar quién de ambos sabría obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año; juntándonos aquí hoy a probarlo.” Ambos demuestran que han matado a varios hombres en duelo y que han conquistado y engañado a gran cantidad de mujeres. Deciden que la apuesta es casi un empate y se lanzan un nuevo reto, cuyo precio será la vida, que consiste en enamorar a una mujer próxima a casarse (que para el efecto será doña Ana, la prometida de don Luis Mejía) y a una novicia de inminente profesión perpetua (quien será doña Inés): “Con que lo dicho, don Luis, van doña Ana y doña Inés en apuesta”. Doña Inés, una vez secuestrada, se halla en casa de don Juan y allí, con inocencia y pureza, con bondad y sin maldad, se enfrenta sola a quien no piensa más que en seducirla, pero la fragilidad de la joven novicia y su corazón limpio provocan en Juan Tenorio sentimientos que él nunca había conocido y cae, ante ella, rendido de amor. En la casa irrumpe don Gonzalo de Ulloa, desesperado por encontrar a su hija, y escucha a don Juan, quien ya derrotado por el amor, le explica lo siguiente: “-Comendador, yo idolatro a doña Inés, persuadido de que el Cielo me la quiso conceder para enderezar mis pasos por el sendero del bien. No amé la hermosura en ella, ni sus gracias adoré; lo que adoro es la virtud, don Gonzalo, en doña Inés. Lo que justicias ni obispos no pudieron de mí hacer con cárceles y sermones, lo pudo su candidez. Su amor me torna en otro hombre, regenerando mi ser, y ella puede hacer un ángel de quien un demonio fue. Escucha, pues, don Gonzalo, lo que te puede ofrecer el audaz don Juan Tenorio de rodillas a tus pies”. El Comendador nada le cree, saca la espada y muere por mano de don Juan, quien ante la tragedia, reclama: “-Llamé al Cielo, y no me oyó; y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el Cielo, no yo.” Pasan 20 años y don Juan regresa de su exilio para encontrarse con que doña Inés regresó a su convento donde murió de tristeza. Irónico, invita a su casa a dos antiguos compañeros de parranda y ellos allí lo matan. 199

La escena siguiente es en el panteón, donde ante el fantasma de don Gonzalo aparece el de doña Inés, quien ha transcurrido su Cielo implorando perdón a Dios para don Juan. Viéndose librado del infierno, por el amor puro, aunque no de la purificación en el purgatorio, exclama arrepentimiento y gratitud por el don de la penitencia: “-¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí. Mas es justo; quede aquí al universo notorio que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de don Juan Tenorio”.

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“Anglicanos católicos” La iglesia anglicana, que surgiera en Inglaterra por decreto del rey Enrique VIII en 1539, cuando ordenara la separación religiosa de su país de la obediencia del Papa, ha experimentado en años recientes cambios que se han derivado en aceptación de unos y en rechazo de otros de sus fieles, al punto de que ya existe una clara línea divisoria entre el anglicanismo tradicional y el moderno. Uno de los principales problemas que enfrenta la moderna iglesia anglicana es la ordenación sacerdotal y episcopal de mujeres, que ha ocasionado el rechazo de muchos observantes de la tradición, pero lo que más contrariedades le ha atraído es la reciente aceptación de sacerdotes y de obispos homosexuales y el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Son ya cientos de miles de tradicionalistas los que reniegan de esta visión progresista de su iglesia y son comunidades enteras las que han acudido a la Iglesia católica, en varios intentos por ser admitidos en ella, buscando la comunión con el obispo de Roma aunque tengan de romper con el arzobispo de Canterbury. En consecuencia, el Papa Benedicto XVI puso, desde del 20 de octubre de 2009, las bases para que esas comunidades de anglicanos puedan ser admitidos en la Iglesia sin que tengan que renunciar a su propia liturgia, gesto que puede apreciarse como una muestra más del ecumenismo que está caracterizando a este pontificado, a pesar de que en sus inicios no fueron pocos los críticos que presagiaron un pontificado muy cerrado hacia adentro de la iglesia de Roma con un Papa ensimismado. Las bases de la nueva estructura fueron presentadas por el cardenal William Joseph Levada, prefecto sucesor de Joseph Ratzinger en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el mismo día 20, cuando explicó que así se “responde a numerosas peticiones por parte de clérigos y fieles anglicanos procedentes de diversas partes del mundo que quieren entrar en plena comunión con Roma”. Para plasmar su apertura a los tradicionalistas anglicanos, Benedicto XVI ve la posibilidad de elaborar una Constitución Apostólica, documento pontificio de altísimo rango, en el que se contemple la creación de prelaturas personales para las comunidades anglicanas que decidan entrar en la Iglesia católica dependiendo de un obispo particular y no del que les corresponda territorialmente en función de la diócesis en la que residan. Esta propuesta se vislumbra como excepcional en la Iglesia aunque no deja de estar bien fundamentada en el Derecho Canónico. En la presentación, el cardenal Levada afirmó que esa Constitución Apostólica representaría “una respuesta razonable y necesaria a un fenómeno global y ofrece un único modelo canónico para la Iglesia adaptable a diversas situaciones locales”. Por su parte, Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, quien se reuniera con el Papa en 2005, y Vincent Nichols, primado católico de Inglaterra y Gales y arzobispo de Westminster, han emitido una carta conjunta en la que ambos celebran la iniciativa porque, como establecen en ella, “pone fin a un periodo de incertidumbre para aquellos grupos que han alimentado esperanza de nuevas vías para abrazar la unidad con la Iglesia católica”. Sin embargo, Rowan Williams, caracterizado por su progresismo, no ha podido ocultar cierto enfado porque el Vaticano no sólo no le haya consultado sobre sus planes, sino que se haya limitado a darle aviso con antelación de apenas dos semanas previa a la presentación que hiciera el cardenal Levada. Lo anterior, además de ser signo claro del ecumenismo de Benedicto XVI, como he dicho, vislumbra algunas consecuencias: - Un mayor equilibrio entre anglicanos y católicos en el Reino Unido, donde hay 25 millones de anglicanos y cinco millones de católicos. - Un debilitamiento del número de fieles anglicanos, que suman 77 millones en todo el mundo, y especialmente de sacerdotes. 201

- Apertura para más ordenaciones episcopales de mujeres en la moderna iglesia anglicana, ya sin consideraciones hacia la iglesia de Roma. - Aceptación en la iglesia católica de sacerdotes casados, aunque los obispos anglicanos que se acojan a la nueva estructura no serán reconocidos como obispos y los sacerdotes anglicanos que entren en ella siendo solteros no podrán casarse posteriormente. El paso de anglicanos a la iglesia romana no es nuevo. En 1845 tuvo lugar la conversión del pastor John Henry Newman, a quien el Papa León XIII creó cardenal en 1879 y quien pudiera ser beatificado en breve, pues su causa se encuentra muy avanzada, lo que le permitiría ser el primer Santo católico en el Reino Unido, procedente del anglicanismo. La adhesión más reciente a la Iglesia es la de Tony Blair, ex primer ministro británico, quien acudió en 2007 ante el Papa para anunciar su conversión a la Fe.

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“Anglicanorum coetibus” Anunciada desde el 20 de octubre, finalmente se presentó, el 9 de noviembre de 2009, la exhortación apostólica de Benedicto XVI en la que se establecen las condiciones para la institución de ordenariatos personales para los anglicanos que ingresan a la plena comunión con la Iglesia católica. El documento fue bien recibido como una muestra del ecumenismo que ha caracterizado a este pontificado. Entrego, enseguida, un resumen: “En estos últimos tiempos el Espíritu Santo ha empujado a grupos de anglicanos a pedir en varias ocasiones e insistentemente ser recibidos, incluso corporativamente, en la plena comunión católica y esta Sede Apostólica ha acogido benévolamente su petición. El sucesor de Pedro de hecho, que tiene del Señor Jesús el mandato de garantizar la unidad del episcopado y de presidir y tutelar la comunión universal de todas las Iglesias, no puede dejar de predisponer los medios para que este santo deseo pueda ser realizado. La única Iglesia de Cristo de hecho, que en el Símbolo profesamos una, santa, católica y apostólica, permanece en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica. A la luz de estos principios eclesiológicos, con esta constitución apostólica se ofrece una normativa general que regula la institución y la vida de los ordinariatos personales para aquellos fieles anglicanos que desean entrar corporativamente en plena comunión con la Iglesia católica. Los ordinariatos personales son erigidos por la Congregación para la Doctrina de la Fe dentro de los confines territoriales de una determinada conferencia episcopal. Cada ordinariato es jurídicamente equiparable a una diócesis. El ordinariato está formado por fieles laicos, clérigos y miembros de institutos de vida consagrada o de sociedades de vida apostólica, originariamente pertenecientes a la Comunión Anglicana y ahora en plena comunión con la Iglesia católica, o bien aquellos que reciben los sacramentos de la iniciación en la jurisdicción del ordinariato mismo. El Catecismo de la Iglesia Católica es la expresión auténtica de la fe católica profesada por los miembros del ordinariato. El ordinariato personal se rige por las normas del derecho universal y de la presente constitución apostólica y está sujeto a la Congregación para la Doctrina de la Fe y a los demás dicasterios de la Curia Romana según sus competencias. Sin excluir las celebraciones litúrgicas según el Rito Romano, el ordinariato tiene la facultad de celebrar la Eucaristía y los otros sacramentos, la Liturgia de las Horas y las demás acciones litúrgicas, según los libros litúrgicos propios de la tradición anglicana aprobados por la Santa Sede, con el objetivo de mantener vivas en el interior de la Iglesia católica las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales de la Comunión Anglicana. Un ordinariato personal se confía al cuidado pastoral de un ordinario nombrado por el Romano Pontífice. Quienes han ejercido el ministerio de diáconos, presbíteros u obispos anglicanos, pueden ser aceptados por el ordinario como candidatos para las sagradas órdenes en la Iglesia católica. Los ministros casados han de observar las normas de la encíclica de Pablo VI Sacerdotalis Coelibatus, No. 42, (que establece que sí podrán ser admitidos a las funciones sacerdotales) y de la declaración In June. Los ministros no casados deben atenerse a la norma del celibato clerical.

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El ordinario, en plena observancia de la disciplina del celibato clerical en la Iglesia latina, admitirá sólo a hombres célibes al orden del presbiterado. Podrá pedir al Romano Pontífice, como una derogación del canon 277, No. 1, admitir caso por caso al Orden Sagrado del presbiterado también a hombres casados, según los criterios objetivos aprobados por la Santa Sede. Los candidatos a las sagradas órdenes en un ordinariato se formarán junto a los otros seminaristas, especialmente en los ámbitos doctrinal y pastoral. Institutos de vida consagrada provenientes del anglicanismo y ahora en plena comunión con la Iglesia católica, pueden ser sometidos a la jurisdicción del ordinario por mutuo acuerdo. Tanto los fieles laicos como los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que provienen del anglicanismo y desean formar parte del ordinariato personal, deben manifestar esta voluntad por escrito. El ordinario debe ir a Roma cada cinco años para la visita ad limina Apostolorum y debe presentar al Romano Pontífice un informe sobre el estado del ordinariato”. Firmada en Roma el 4 de noviembre, la exhortación apostólica Anglicanorum coetibus pasará a la historia como un signo del amor de Dios, presentado por Jesús en forma de parábola en el relato del “Hijo pródigo”, que nos habla de regresar a la casa paterna.

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“Opulencia y derroche” Así, con estas vivas palabras lo expresó Benedicto XVI, haciendo énfasis en esa horrible realidad que se vive hoy, cuando en la sede de la FAO, la agencia de las Naciones Unidas que se ocupa de la alimentación, dijo que “El hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando opulencia y derroche, cuando el drama del hambre alcanza dimensiones cada vez mayores”. El Santo Padre estuvo en la sede romana de la FAO, el histórico lunes 16 de noviembre de 2009, en la apertura de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, y allí con fuerza denunció el dramático crecimiento del número de personas que padecen hambre y que supera los mil millones de personas. Allí, ante una comunidad internacional que promete nuevas ayudas para la lucha contra el hambre pero que después no le dedica ni un dólar, el Papa exigió que se rediseñe la ordenación de las relaciones internacionales, para establecer “una relación paritaria entre países que se encuentran en un grado diferente de desarrollo”. Esa, dijo, es “la única manera de erradicar la miseria, aunque el compromiso asumido en el año 2000 de reducir a la mitad el número de hambrientos en el mundo antes de 2015 parece cada vez más irrealizable”. En el año 2000, durante la mayor cumbre de Jefes de Estado de la historia, se proclamó la “Declaración del Milenio”, que enumeraba los objetivos más urgentes para el bien de la humanidad, que tendrían que alcanzarse antes del año 2015. El primero consistiría en desterrar la pobreza extrema y el hambre. En aquel entonces, el número de “hambrientos”, como se les llamó a quienes no tienen asegurado el alimento diario, era de 800 millones de personas. El propósito consistía en reducir ese número a la mitad, a 400 millones, para el 2015, pero nueve años después del compromiso, nos encontramos con que el número trágico no sólo no ha descendido, tampoco se ha mantenido, sino que ¡ha crecido a 1,200 millones! Hoy la humanidad está viviendo una tragedia horrible de la que no nos hemos percatado y que se ha traducido en impulso para las migraciones y en una amenaza gravísima para la paz. Ahora el Papa da a conocer que “no basta con legislaciones y planes de desarrollo, si no hay un cambio en los estilos de vida personal y comunitario, en el consumo y en las necesidades efectivas, y en descubrir las vínculos de comunión que unen a la persona y la creación. Porque la tierra tiene recursos para alimentar a todos sus habitantes. Así, la solidaridad entre los pueblos debe nacer de la pertenencia común a la familia humana, y no debe excluir la dimensión religiosa con su potente fuerza espiritual y de promoción de la persona humana”. Además, Benedicto XVI estableció dos necesidades apremiantes como vía de solución a esta tragedia: 1) “Involucrar a las comunidades locales en las opciones y en las decisiones relativas al uso de la tierra, porque el desarrollo humano integral requiere opciones responsables por parte de todos y exige un comportamiento solidario que no considere la ayuda o la emergencia en función de quien facilita los recursos o de grupos elitistas presentes entre los beneficiarios”. 2) “Sustraer las reglas del comercio internacional a la lógica del beneficio como fin en sí mismo, orientándolas a favor de la iniciativa económica de los países que necesitan más desarrollo, los cuales, al disponer de mayores entradas, podrán avanzar hacia la autosuficiencia, que es preludio de la seguridad alimentaria”. Del valioso y valeroso mensaje pronunciado por el Papa, hay dos conclusiones que irremediablemente nos involucran a todos nosotros:

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I) “Reconocer el valor trascendente de cada hombre y de cada mujer sigue siendo el primer paso para favorecer esa conversión del corazón que puede sostener el compromiso para erradicar la miseria, el hambre y la pobreza en todas sus formas”. II) “Si el respeto de la dignidad humana se hiciera valer en la mesa de negociaciones, de las decisiones y de sus actuaciones, se podrían superar obstáculos de otra manera insuperables, y se eliminaría el desinterés por el bien ajeno”. Salta a la vista la urgencia de articular un plan operativo eficaz a medio y largo plazo para erradicar el hambre en el mundo y para hacer frente en breve plazo a la emergencia que ha creado el rápido aumento del precio de los alimentos, pero lo que es responsabilidad de todos es la cita de la antigua tradición cristiana con la que el Papa cerró su discurso: “Da de comer al que está muriendo de hambre, porque si no le das de comer, le habrás matado”.

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“Orar con 28 escalones” La reliquia más grande, por su tamaño, de la cristiandad, es la Escalera Santa. Se halla dentro del Santuario pontificio construido expresamente para ella frente a la Basílica de san Juan de Letrán, en la ciudad de Roma. Se trata de la escalera que formara parte del pretorio de Pilato, la misma que subió el Señor después de la flagelación para ser mostrado al pueblo y luego condenado a muerte en cruz. La emperatriz santa Elena, madre del emperador Constantino, hizo que se trasladara desde Jerusalén hasta Roma en el año 335. Esta escalera sólo puede subirse de rodillas, y mientras se suben los 28 escalones que la componen, puede rezarse la siguiente oración que induce a meditar en la Pasión del Señor. La reproduzco en seguida: “Inspírame Señor por los méritos de tu Pasión vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad. Perdóname mis pecados y yo, en cambio, dispuesto a enmendarme, subiré esta escalera, venerando en ella un recuerdo de tu sacrificio y una prenda de tu misericordia. Amén. 1) Por la angustia que te oprimió al despedirte de tu Madre y de tus discípulos, ten piedad de mí. María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo las llagas del crucifijo y que en mi corazón las grabe. 2) Señor, por la mortal congoja que te hizo sudar sangre en el huerto, ten piedad de mí. 3) Señor, por la amargura que significó para ti la traición de Judas, ten piedad de mí. 4) Señor, por la confusión sufrida en las calles de Jerusalén ante los insultos del pueblo, ten piedad de mí. 5) Señor, por la mansedumbre que brilló en ti frente a tus jueces, ten piedad de mí. 6) Señor, por los vilipendios sufridos la noche de tu prisión, ten piedad de mí. 7) Señor, por tus fatigosas subidas y bajadas por esta escalera, ten piedad de mí. 8) Señor, por el silencio con que respondiste a los falsos testigos ante Pilatos, ten piedad de mí. 9) Señor, por la humildad con que aceptaste las burlas y el disfraz de loco ante Herodes, ten piedad de mí. 10) Señor, por la vergüenza que te embargó al ser desnudado y atado a la columna, ten piedad de mí. 11) Señor, por el estrago causado en tu cuerpo por la despiadada flagelación, ten piedad de mí. 12) Señor, por los espasmos agudos que te causó la corona de espinas, ten piedad de mí. 13) Señor, por las humillaciones soportadas al ser cubierto con el manto púrpura, y hecho rey de burlas, ten piedad de mí. 14) Señor, por el dolor que hirió tu alma al ser aclamado reo de muerte por tu pueblo, ten piedad de mí. 15) Señor, por la afrenta que te hicieron al posponerte a Barrabás, ten piedad de mí. 16) Señor, por la resignación con que abrazaste la cruz y te encaminaste al Calvario, ten piedad de mí. 17) Señor, por la aflicción que te agobió en el encuentro con tu Madre, ten piedad de mí. 18) Señor, por tu penoso viaje al Calvario cargando la cruz, ten piedad de mí. 19) Señor, por la desazón que probaste al gustar el vino mezclado con hiel, ten piedad de mí. 20) Señor, por el desgarramiento de tu carne ensangrentada al ser brutalmente desnudado, ten piedad de mí. 21) Señor, por la fortaleza con que te tendiste en la cruz dejándote clavar en ella, ten piedad de mí. 22) Señor, por el infinito amor con que perdonando, rogaste por tus verdugos, ten piedad de mí. 23) Señor, por tu liberalidad en prometer el paraíso al Buen Ladrón y darnos a María por Madre, ten piedad de mí. 24) Señor, por la cruel sed que agravó tu agonía en la cruz, ten piedad de mí. 25) Señor, por el horror experimentado al sentirte abandonado del Padre y maldecido por los hombres, ten piedad de mí. 26) Señor, por el amoroso sacrificio de tu vida para reconciliarme con Dios y salvarme, ten piedad de mí. 27) Señor, por tu costado herido de donde nació la Iglesia, nuestra Madre y Maestra, ten piedad de mí. 207

28) Señor, por las lágrimas de tu Madre al estrecharte muerto entre sus brazos y depositarte en el sepulcro, ten piedad de mí. Te adoramos, ¡Oh! Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. ¡Oh! Señor, en cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor traspasó el alma purísima de tu Madre, haznos alcanzar los frutos de tu Pasión mediante el recuerdo amoroso de tus dolores. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.”

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“Que ya ninguna otra cosa te angustie” En el Nican Mopohua, el escrito del acontecimiento guadalupano en náhuatl de Antonio Valeriano, se da cuenta de cómo, en la tercera de sus cinco apariciones, la Virgen de Guadalupe curó al tío de Juan Diego, a quien luego, con infinita ternura, le dijo que quería que eso quedara muy grabado en su corazón, lo que es desde entonces su maternal deseo para todos sus hijos de México. Así es como se narra: “A la mañana siguiente, lunes, cuando Juan Diego fue a llegar a su casa, a un tío suyo, de nombre Juan Bernardino, se le había asentado la enfermedad, estaba en las últimas, por lo que se pasó el día buscando médicos, todavía hizo cuanto pudo al respecto; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Y al anochecer, le rogó su tío que, antes del alba, le hiciera el favor de ir a Tlatelolco a llamar a algún sacerdote para que viniera, para que se dignara confesarlo, se sirviera disponerlo, porque estaba del todo seguro que ya era el aquí para morir, que ya no habría de levantarse, que ya no sanaría. Y el martes, todavía en plena noche, de allá salió, Juan Diego, a llamar al sacerdote, allá en Tlatelolco. Y cuando ya vino a llegar a la cercanía del cerrito Tepeyac, donde sale el camino, se dijo: -Si sigo de frente por el camino, no vaya a ser que me vea la noble Señora, porque como antes me hará el honor de detenerme para que lleve la señal al jefe de los sacerdotes, conforme a lo que se dignó mandarme. Que por favor primero nos deje nuestra aflicción, que pueda yo ir rápido a llamar respetuosamente al sacerdote religioso. Mi venerable tío no hace sino estar aguardándolo-. En seguida le dio la vuelta al monte por la falda, por un lado, para ir a llegar rápido a México, para que no lo demorara la Reina del Cielo. Se imaginaba que por dar allí la vuelta, de plano no iba a verlo Aquélla cuyo amor hace que absolutamente y siempre nos esté mirando. Pero la vio cómo hacia acá bajaba de lo alto del montecito, desde donde se había dignado estarlo observando, allá donde desde antes lo estuvo mirando atentamente. Le vino a salir al encuentro del lado del monte, vino a cerrarle el paso, se dignó decirle: -¿Qué hay, Hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas a ver?-. Y él, ¿acaso un poco por eso se apenó, tal vez se avergonzó? En su presencia se postró, con gran respeto la saludó, tuvo el honor de decirle: -Mi Virgencita, Hija mía la más amada, mi Reina, ojalá estés contenta; ¿Cómo amaneciste? ¿Estás bien de salud, Señora mía, mi Niñita adorada? Causaré pena a tu venerado rostro, a tu amado corazón: Por favor, toma en cuenta, Virgencita mía, que está gravísimo un criadito tuyo, tío mío. Una gran enfermedad en él se ha asentado, por lo que no tardará en morir. Así que ahora tengo que ir urgentemente a tu casita de México, a llamar a alguno de nuestros sacerdotes, para que tenga la bondad de confesarlo, de prepararlo. Puesto que en verdad para esto hemos nacido: vinimos a esperar el tributo de nuestra muerte. Pero, aunque voy a ejecutar esto, apenas termine, de inmediato regresaré aquí para ir a llevar tu venerable aliento, tu amada palabra, Señora, Virgencita mía. Por favor, ten la bondad de perdonarme, de tenerme toda paciencia. De ninguna manera en esto te engaño, Hija mía la más pequeña, mi adorada Princesita, porque lo primero que haré mañana será venir a toda prisa-. Y tan pronto como hubo escuchado la palabra de Juan Diego, tuvo la gentileza de responderle la venerable y piadosísima Virgen: -Por favor presta atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna? Por favor, que ya ninguna otra cosa te

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angustie, te perturbe, ojalá que no te angustie la enfermedad de tu honorable tío, de ninguna manera morirá ahora por ella. Te doy la plena seguridad de que ya sanó-”.

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“Ya vino… pero vendrá…” El Adviento es el tiempo de la espera en el Señor que viene todos los días de nuestras vidas, desde que vino del Cielo a la Tierra en la noche de Navidad, y de la espera en el Señor que vendrá de nuevo para reinar en la Tierra en su reinado de paz. En efecto, el Adviento celebra tres momentos: en el pasado, en el presente y en el futuro, fundamentados en la búsqueda que ha emprendido Dios por su creatura. El Adviento se presenta como un tiempo propicio para disponernos a celebrar la Natividad del Señor. La disposición a la Navidad despierta el deseo de buscar a Dios en respuesta a su iniciativa y aviva el anhelo de mirar hacia el pesebre para encontrarlo en la tierna figura de un niño. Al inicio del Adviento del año 2009, Benedicto XVI quiso hacernos reflexionar sobre el significado de esta palabra. Para ello, durante la celebración de las primeras vísperas del Adviento, inicio del nuevo año litúrgico para la vida de la Iglesia, el Papa explicó que desde antaño “los cristianos la adoptaron para expresar su relación con Jesucristo” y que además “comprende el significado de visita. En este caso, -dijo- se trata de una visita de Dios, que entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”. Luego profundizó al manifestar que “todos experimentamos, en la existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba siendo absorbidos por el quehacer. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo a la diversión y a todo tipo de distracciones? El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada uno de los eventos de la jornada son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que tiene para con cada uno de nosotros ¡Con qué frecuencia Dios nos hace percibir algo de su amor! Mantener, por decir así, un diario interior de este amor sería una tarea bella y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos?”. Benedicto XVI señaló que el elemento fundamental del Adviento es “la espera, espera que es, al mismo tiempo esperanza. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz”. Luego de indicar que “hay formas muy distintas de esperar”, el Papa indicó que “si el tiempo no se llena con un presente que tenga sentido, la espera corre el riesgo de volverse insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada -es decir si el presente se queda vacío- cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro queda totalmente en la incertidumbre. Sin embargo, cuando el tiempo está dotado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y válido, entonces la alegría de la espera hace que el presente sea más precioso”. Ya desde el inicio de este tiempo de Adviento, el Papa nos alienta a vivir “intensamente el presente donde ya nos llegan los dones del Señor, proyectados hacia el futuro, un futuro cargado de esperanza” y a percatarnos de que el Mesías, “viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vicisitudes de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto dependiendo si detrás de ella está Él, o si es ensombrecida por la niebla de un origen incierto o de un futuro incierto”.

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Nuestra participación en el Adviento, explicó el Papa, consiste en que “nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, nuestra impaciencia, las inquietudes que brotan de nuestro corazón ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, ya no existe ningún tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando, aún cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, aún cuando el presente es costoso”.

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“Has superado nuestra capacidad” Navidad es una forma anticipada del encuentro con Dios, es una antelación del momento anhelado por quienes sabemos que seremos resucitados con Cristo para contemplar a Dios por la eternidad, para estar con Dios, para ser con Él. En efecto, la Navidad, este tiempo en que la paz inunda a los hombres de buena voluntad, permite anticipar, en un ciclo que se repite cada año, el encuentro con nuestro Dios que ahora se hace niño y que reposa en las pajas del pesebre, en Belén de Judá hace dos mil años, y en el corazón de todo aquél que se lo ofrece como pesebre para que allí nazca, repose, y crezca todos los días de su vida hasta que llegue el momento del encuentro definitivo y eterno. La Navidad nos supera, va más allá de toda lógica humana, rebasa todo entendimiento, toda explicación; es misterio que nos inunda porque proviene de lo Alto, que nos cubre con su trascendencia porque es eterna, y que nos llama a la contemplación porque es cercanía, inmediatez y vecindad de Dios entre nosotros. El Creador del Universo no deja de sorprender a su creatura porque, como dice la oración del Adviento: “Esperábamos la gloria deslumbrante del Señor y tú nos mandaste un tierno niño, en el silencio de la noche”. Dios se despoja de su divinidad y se reviste de nuestra humanidad, asume la carne y la sangre de María en su seno virginal y viene al mundo como venimos todos, luego de nueve meses, aunque es Dios, como un hijo de hombre. El Todopoderoso no cesa de maravillar al hombre porque, como reza la oración de la Espera: “Esperábamos un guerrero y tú nos has enviado un príncipe de la paz”. Nos desarma de toda pretensión de conquistar el mundo y gana para nosotros el Paraíso celestial, nos demuestra que la gloria de este mundo es transitoria, nos dice que de nada sirve al hombre ganar el mundo si deja perder su alma, y nos hace ver que el mal no puede vencerse con mal sino sólo con el Bien. El Altísimo no para de fascinar a su rebaño porque, como dice la alabanza del pesebre: “Esperábamos al Dios fuerte y omnipotente, y tú nos has dado un manso cordero”. Para formar parte del rebaño se hace una de las ovejas, para conocerlas de cerca, para ser como ellas, para ser dócil y manso, para permanecer callado mientras le trasquilan, para dar testimonio silente como el cordero que es degollado para el sacrificio. El que es el Amor no deja de enamorar a quienes ama tanto porque, como se reza en Navidad: “Teníamos mucho miedo y tú nos has dado el amor, la paz y la vida”. Siempre estaremos temerosos por la iniquidad que nos rodea, por la obra del mal que de continuo se manifiesta y que provoca un miedo cotidiano creciente y amenazador. Ese miedo, estos miedos, los echa afuera de nosotros la Fe, la capacidad de conocer que el tiempo de la plenitud ha comenzado, que sus signos son el amor, la paz y la vida; que la Fe no viene sola, que la acompañan la Esperanza y el Amor, porque Dios nos ha hecho capaces de Dios. El Dios Óptimo, Máximo, no cesa de regalarnos porque, como oramos en la Natividad: “Esperábamos recibir mucho de ti y tú has superado nuestra capacidad y deseo, tú mismo te nos has dado, todo entero y para siempre”. El Dios inmortal, el Verbo Eterno, se ha hecho mortal por nosotros, se nos ha avecindado para vivir en medio nuestro, para convivir en nuestra historia con su serena presencia, con su segura compañía, con su cumplida promesa. Se ha empeñado, a pesar de ser siempre ofendido, en regalarnos, en entregarse, en regalarse. Por todo esto es que la Navidad, más que un tiempo de regalar, es el tiempo de saberse regalado, de recibir el gran don de Dios que se regala en la entrega de su Hijo Jesús a nuestro mundo. Navidad es también el tiempo de corresponderle a Él en los demás. Así reza la hermosa oración de la Navidad: 213

“Esperábamos la gloria deslumbrante del Señor y Tú nos mandaste un tierno niño, en el silencio de la noche. Esperábamos un guerrero y Tú nos has enviado un príncipe de la paz. Esperábamos al Dios fuerte y omnipotente, y Tú nos has dado un manso cordero. Teníamos mucho miedo y Tú nos has dado el amor, la paz y la vida. Esperábamos recibir mucho de ti y Tú has superado nuestra capacidad y deseo, Tú mismo te nos has dado, todo entero y para siempre”.

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“Navidad es para todos” Al arzobispo de Guadalajara, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, siempre es ilustrativo escucharle predicar. He tenido la oportunidad de oírle en reuniones, discursos, ruedas de prensa y en homilías. Es un hombre de Dios a quien le ha sido dada una Fe como de roca, que sabe vivir al servicio del Señor y cuidar de la responsabilidad que Él le confió para que lo supiera mostrar a su rebaño. Las declaraciones del cardenal Sandoval, tanto en momentos dificultosos como en momentos amables, siempre han sido valiosas para normar los criterios entre quienes en Cristo creemos. Al escucharle resulta evidente por qué es que por muchos años fue profesor de Teología y formador en el Seminario de Guadalajara. Como sé que Don Juan es buen pastor y excelente formador, y porque sé que la catequesis de un obispo sabio siempre es necesaria, busqué su enseñanza sobre la Navidad. La comparto enseguida con quien esto lee, con la recomendación de que se lea con esmero para apreciar cada frase, pues el estilo que ha caracterizado a su catequesis es el de enseñar con frases breves y profundas, de alto contenido teológico: “La Navidad es para todos, para toda la humanidad, porque celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, que vino para salvar a todos los hombres. Es cierto que su venida se preparó en un pueblo determinado: Israel, que era exclusivista y cerrado, y los israelitas que pensaban que la salvación era sólo para ellos, pero cuando apareció el Señor, de inmediato hubo señales de universalidad. La primera señal se dio en el pesebre porque fueron a visitar a Cristo Nuestro Señor los pastores, representantes del pueblo de Israel, pero también los Magos venidos de Oriente, representantes de la gentilidad, de los no judíos. Además, cuando el Señor iniciaba su vida pública, con el bautismo, el Bautista que lo presentó oficialmente dijo: -Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo-. Nuestro Señor Jesucristo muchas veces habló durante su vida pública de la universalidad de su mensaje, y así, ante la fe del Centurión exclamó: -Vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse en la mesa del reino-. Cuando el Señor se despedía y se iba a los cielos, les dijo a los Apóstoles: -Vayan por todo el mundo, prediquen el Evangelio a todas las naciones-. El hecho que celebramos en Navidad, que es el nacimiento del Señor, es para toda la humanidad. San Pablo lo fundamenta de una manera muy sencilla y dice: es que hay un solo Dios y Padre de todos, que quiere la salvación de todos. Hay un solo Señor Jesucristo que murió por todos y una sola fe y un solo bautismo. La universalidad es el plan de Dios. Creo que hay varias razones por las cuales la Navidad se ha vuelto universal. Una de ellas es porque de alguna manera todos los seres humanos sienten algo de misterio cuando se trata de la Navidad. Les llama la atención que Dios venga del Cielo a la Tierra y que se haga niño para salvarnos. Hay una alegría no muy razonada, pero sí es como un anhelo del corazón de todos los hombres. Otra razón es que el nacimiento de Cristo, como está narrado en los Evangelios, es muy poético y así sucedió. Es hermoso, sencillo e inofensivo que Dios venga y se haga niño, débil, que nazca en un establo en las condiciones más humildes; es algo que enternece. La misma Navidad está rodeada, de por sí, de poesía. Tampoco hay que negar que la propaganda comercial haya llevado la noticia de la Navidad a los pueblos paganos. Por imitar lo que se hace en naciones ricas que promocionan a Santa Claus, los renos y esas cosas, hacen lo mismo en países paganos. A medida que perdemos el punto de vista religioso, vamos degradando las cosas que deberían ser religiosas, las alejamos de su verdadero significado. Si la gente no es muy religiosa, ¿cuándo se acerca Navidad, qué piensa celebrar? Sólo fiestas profanas: vacaciones, aguinaldos y todo tipo de excesos. Por eso es muy necesario tener presente lo que celebramos. No se nos debe olvidar que es la venida del Hijo de Dios, el nacimiento de Cristo El Salvador. Estas fechas las debemos de celebrar, sí, con esas manifestaciones externas legítimas, pero sobre todo de una manera personal e interior, disponiendo nuestro corazón para que 215

la salvación que nos trae el Señor llegue a nosotros. Tiene que haber una preparación interior, pero ésta se da sólo en la gente que vive religiosamente. Para la gente que vive alejada de Dios, la Navidad se convierte en exterioridades”.

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“Memoria apostólica de 2009” Enero: 1) Implora la paz para Tierra Santa. 3) Exige el cumplimiento de la Convención de los Derechos del Niño. 14 al 18) Celebración del VI Encuentro Mundial de las Familias en México. 18 al 25) Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. 18) Anuncia que Milán será sede del Encuentro Mundial de las Familias en 2012. 23) Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones “Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, diálogo y amistad”. Febrero: 1) Nombra Jefe de Oficina en la Congregación para la Doctrina de la Fe al sacerdote mexicano Pedro Miguel Funes Díaz. 2) Monseñor Richard Williamson pide perdón por negar el holocausto. 3) Es presentado el Mensaje para la Cuaresma 2009 “Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre”. 11) Conmemoración de los 80 años del Estado Vaticano. 18) Recuerda el deber de los políticos católicos de defender la vida humana. Marzo: 1) Ejercicios espirituales de Cuaresma con la Curia Romana. 9) Visita al Capitolio y encuentro con los administradores de Roma. 12) Carta a los obispos de la Iglesia sobre el levantamiento de excomunión a los obispos consagrados por Lefebvre. 16) Convoca al Año Sacerdotal de junio de 2009 a junio de 2010. 17 al 23) Viaja a África. 31) Ordena auditoría a los Legionarios de Cristo. Abril: 1) Pide no olvidar a los pobres en la cumbre del G8. 2) Cuarto aniversario de la muerte de Juan Pablo II. 5) Preside celebraciones de Semana Santa. 10) Bendición “Urbi et Orbi”. 16) Cumple 82 años. 20) Nombra presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud a monseñor Zygmunt Zimowski, tras aceptar la renuncia del cardenal Javier Lozano Barragán. Mayo: 8) Viaja a Tierra Santa. 9) Llamamiento a superar obstáculos para reconciliación entre judíos y cristianos. 12) Ora en el Muro de las Lamentaciones. 14) Pide a Dios la paz para Tierra Santa. 24) Visita Montecassino, Italia. 29) Pide a países ricos evitar que la crisis económica mundial se convierta en catástrofe. Junio: 4) Llamamiento a la humanidad para dar lo mejor a los menores. 7) Pide a la ONU ofrecer respuestas a crisis económica. 16) IV Encuentro de Líderes de las Religiones. 21) Visita San Giovanni Rotondo, Italia. 28) Clausura el Año Paulino. Julio: 7) Se presenta su Encíclica “Caritas in veritate”. 10) Recibe a Barack Obama. 13 al 29) Vacaciones en el Valle de Aosta. 17) Se fractura la muñeca derecha. 19) Ante la crisis económica animó a los fieles a la generosidad. Agosto: 25) Concede Indulgencia plenaria durante el Año Celestiniano. 30) Pide que no sean los pobres quienes paguen el precio del cambio climático. Septiembre: 6) Afirma que la Segunda Guerra Mundial “debe ser siempre advertencia para todos a no repetir tales barbaries”. 7) Establece que la Iglesia no puede buscar el poder, sino concentrarse en el anuncio de Cristo. 9) Recibe a la Vice-secretaria de la ONU. 13) Se confirma viaje a Malta en abril de 2010. 18) Bendición del nuevo Observatorio Vaticano en Castelgandolfo. 26 al 28) Viaje a República Checa. 29) Nombra arzobispo de Chihuahua a monseñor Constancio Miranda. Octubre: 4) Inaugura Sínodo de los Obispos de África. 8) Se confirma viaje a Fátima en mayo de 2010. 16) Se confirma visita, para el 17 de enero de 2010, a la Sinagoga de Roma. 20) Anuncio de la publicación de la constitución apostólica “Anglicanorum coetibus”. 25) Clausura del Sínodo para África. 28) Propone una nueva relación de colaboración entre fe y ciencia. Noviembre: 2) Reza en las Grutas vaticanas por los Papas fallecidos. 8) Visita a Brescia, Italia, cuna de Paulo VI. 15) Denuncia en la FAO que algunos viven en la opulencia mientras otros mueren de hambre. 21) Encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina. 28) Inaugura el nuevo Año litúrgico. 217

Diciembre: 6) Afirma que la Cumbre de Copenhague, constituye un llamamiento a un cambio de vida. 11) Pide a los católicos que se unan a sus oraciones por víctimas de abusos en Irlanda. 18) Firma la promulgación que reconoce las virtudes heroicas de Juan Pablo II y Pío XII. 24) Es derribado, durante la procesión de ingreso a la Misa de Gallo, por una desquiciada mental. Luego preside la Misa de Gallo en la Basílica de San Pedro. 25) Pronuncia su Mensaje de Navidad e imparte la bendición “Urbi et Orbi” desde el balcón principal de la basílica de San Pedro. 27) Acude al comedor social que la Comunidad de San Egidio tiene en la Vía Dandolo de Roma, para comer con los pobres. 31) Preside el “Te Deum” de acción de gracias por el año 2009 que termina.

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“Un buen inicio de año” Ahora que todo inicio de año se ve acompañado de encontrados augurios, unos optimistas y otros terribles, siempre ya en materia de economía, en política internacional y en cambios climáticos de un estado de tiempo extraordinariamente cambiante; cuando parece que debemos “enfrentar” un año “haciendo frente” al fracaso económico, a las amenazas de guerra provenientes de Estados Unidos y de Israel, y cuando se pronostica que tendremos el año más frío o el más caluroso o el más lluvioso “de las últimas décadas”; ahora que la institución del matrimonio es golpeada por legisladores; ahora que la vida se considera humana cuando se mide en semanas de gestación; ahora que la Fe en Dios es puesta a prueba por ateos; pero sobre todo, ahora que somos todavía muchos los que sabemos esperar contra toda esperanza y creer que sí aunque todo nos diga que no, ahora es cuando nos hace fuertes en nuestros fracasos y logros, caídas y esfuerzos, pesadillas y sueños, la figura de un hombre que supo esperar con determinada determinación, que trabajó con empeñoso esmero y que nos mostró que se puede amar más allá de las fronteras del amor cuando se entregó sin medida a la esposa de Dios y a su divino hijo. Propongo que al inicio de cada año miremos a la figura de san José, luego de más de dos mil años de que diera inicio su altísima misión en la Iglesia, para que veamos retratada en él nuestra necesidad de conseguir el pan y la alegría por darlo a nuestros hijos, el desvelo por terminar el trabajo y la dicha por recibir su justa retribución, las preocupaciones por la incertidumbre y la confirmación de que Dios nunca nos desampara. Si el nuevo año viene cargado de escasez económica y de deudas, miremos cómo san José, en la pobreza de la gruta de Belén, habiéndose quedado ya sin dinero por pagar el hospedaje, recibió la visita inesperada de los Reyes Magos que llegaron con oro entre los regalos que le entregaron, oro que sirvió para alimentar y vestir al niño Jesús y emprender el viaje de huida a Egipto. Si el año viene amenazante en el cumplimiento de las obligaciones con proveedores, con clientes, con el entorno laboral y con el pago de impuestos, veamos a san José en su trabajo de carpintero, constructor de techos, portales y ventanales, fabricante de mesas, sillas y muebles, pagando a sus proveedores de materia prima para entregar a tiempo los pedidos de sus clientes y cumpliendo con el tributo debido al César para evitarle problemas al desempeño de su oficio. San José supo trabajar pero también supo administrar sus recursos y su tiempo. Sabía que en el trabajo el hombre se convierte en co-creador con Dios y que es la oportunidad de desplegar la creatividad y la fuerza del empeño. Si el año nuevo se nubla por las amenazas de guerras y de conflictos entre naciones, observemos cómo san José pudo hacer lo que hizo, a pesar de ser descendiente del rey David, en una patria ocupada por los ejércitos romanos, dominada por la intromisión de un emperador extranjero y atacada por una cultura pagana. Si el año que inicia se presenta peligroso porque se pronostican huracanes, lluvias torrenciales, sequías, heladas, terremotos y tornados, tomemos la lección de san José cuando se desplazó con su esposa desde Nazaret hasta Belén cruzando el árido desierto bajo un ardiente sol, con un pequeño burrito por transporte y unas mantas por techo. En las noches les invadía la oscuridad acompañada de un frío que atravesaba la manta, calaba la ropa y dejaba rígidas las sandalias. A la edad de doce años Jesús le hizo saber a José que de grande quería ser carpintero, y como él le hiciera ver que un carpintero era insignificante en la sociedad de su tiempo, Jesús le había respondido: -No entiendo cómo me dices que tu trabajo es pequeño, cuando tú me has alimentado, educado, formado y sostenido siendo tú un carpintero-. Luego afirmó: -José, quiero ser carpintero, ya sé qué quiero ser de grande, quiero ser como tú-. 219

San José es Patrono de la familia, de la economía, de la paternidad, del trabajo, de la Iglesia y de una buena muerte. Encomendémonos a san José, confiemos a él todas estas necesidades y miremos el año que inicia, más que como un enfrentamiento con la vida, como un camino por recorrer, camino que se disfruta como en todo viaje que forma parte de las vacaciones y en el que su destino es el descanso, el encuentro, el reposo, la alegría y la satisfacción por el deber bien cumplido.

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“Haití… ¿Dónde estaba Dios?” Esta pregunta suele resonar en momentos catastróficos de la humanidad. Guardamos memoria reciente de desastres y tragedias cercanas en el tiempo: las dos guerras mundiales, las masacres comunistas, el holocausto judío, los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, la persecución religiosa en México, el terremoto de 1985, las inundaciones en Nueva Orleans y los bombardeos israelíes sobre Líbano. La catástrofe ha vuelto a oscurecer nuestras vidas; ahora sobre Haití, con el terremoto que devastara Puerto Príncipe el 12 de enero de 2010. La pregunta parece responsabilizar a Dios de tanto sufrimiento, dolor y pérdida de vidas, o cuanto menos, lo presenta como ausente de nuestra historia o indiferente ante lo que nos suceda. No deja de tener, la pregunta, cierto tono de desdén, cuando no de reclamo o de coraje, al Dios que pareciera habernos abandonado. Hoy el mundo está, con justicia, conmocionado por la tragedia que vive el pueblo de Haití, por sus permanentes testimoniales de dolor, por el creciente número de damnificados, por los cientos de millares de víctimas, pero especialmente porque esta tragedia ha venido a descubrirnos que esta parte nuestra de la humanidad ha vivido hundida, desde siempre, bajo la miseria callada de un hambre silente. ¿Es Dios culpable de estas desgracias? De que la Tierra se sacuda, no nos consta; pero de que unos vivan desnutridos y que mueran de hambre, mientras otros viven en medio de la opulencia y del derroche, de eso Dios es inocente. No es la mano del Creador la que sacude al planeta, pero sí es la mano de su creatura la que dispara armas, lanza misiles, arroja bombas nucleares y gasta desproporcionadamente en productos que son superfluos. El número de hambrientos en el mundo, es decir, de quienes no tienen asegurado su alimento para hoy ni para mañana, es ya de 1,200 millones de personas cuando en el año 2000 era de 800 millones. De esto tampoco es culpable Dios. Él mismo nos ha dado a conocer que “lo que a uno le falta es lo que a otro le sobra”. Sabemos que Dios es bueno y que no quiere el mal, pero también sabemos que lo permite, cosa que tampoco es causa del mal. El problema está en que Dios quiere la destrucción del pecado, pero no del pecador, porque nos ama con todo y nuestro pecado. Y así, permite que suceda lo que no debería suceder. Es el “misterio de iniquidad”, que acompañado del mal uso de la libertad, se deriva en la elección del mal en lugar del bien. A pesar de esto, Dios siempre sabe sacar de todo mal, un bien mayor. En Haití un sacerdote nos dijo: “Los haitianos estamos habituados a las catástrofes: cuando no son las naturales, son las políticas o las económicas, que sacuden el país desde siempre; pero el pueblo vuelve a esperar con paciencia, y esta es una esperanza cristiana. Para los haitianos, el amor es más fuerte”. El Papa ha levantado inmediatamente su voz con vibrantes palabras de participación espiritual y de llamamiento a la solidaridad, y a la suya se han unido innumerables voces más, desde todos los países, de manera que podemos esperar que también esta vez, como tantas otras en el pasado, la gravedad de la tragedia se convierta en ocasión de una enorme carrera de solidaridad y de amor. Y este amor generoso y auténtico es quizá el único verdadero consuelo, la única gran respuesta a este mar de dolor, como el amor de Cristo que muere en la cruz es la única respuesta auténtica al sufrimiento del hombre. Durante el rezo del Ángelus, el domingo 17 de enero, el Papa nos hizo mirar a Haití: “Sigo y animo los esfuerzos de las numerosas organizaciones caritativas, que se están ocupando de las inmensas necesidades del país. Rezo por los heridos, por los sin techo, y por cuantos han perdido la vida trágicamente”. Se le atribuye a la Madre Teresa de Calcuta la respuesta a la pregunta de ¿cuánto debe darse ante la evidencia de necesidad? cuando ella afirmó: “Se debe dar hasta que duela”. Esta es enseñanza 100%

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cristiana. El Señor, que entregó su vida en la cruz, antes nos hizo saber que “nadie ama tanto como aquél que da la vida por sus amigos”. Ahora pasemos del asombro, de la tristeza y del coraje, a la solidaridad, a la cercanía con los haitianos que han sufrido, a dar aunque duela desprendernos de algo de lo que no nos sobra. Pasemos, de ser espectadores, a ser operarios de esta tragedia, para responder, a la pregunta que suele resonar en momentos catastróficos, que “Dios está en cada hombre que ayuda”.

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“Católicos y judíos” El último siglo de judaísmo y de cristianismo está sirviendo, finalmente, para enmendar desencuentros, descalificaciones y persecuciones que han sido provocados y vividos tanto por judíos como por católicos. A inicios del tercer milenio se han dado adelantos, además de varias iniciativas que tuvieron lugar en el siglo XX, a fin de establecer un diálogo de encuentro y de comprensión mutuo. Este diálogo ha crecido mucho entre los líderes, pero poco entre ambos pueblos de Dios. Se dan serias y torcidas formas de desdén y de desprecio en judíos que siguen llamando “perros” a los cristianos y en cristianos que siguen llamando “asesinos de Dios” a los judíos. En 1986 Juan Pablo II visitó la Sinagoga de Roma. En marzo de 2000 estuvo en Jerusalén y oró en el Muro de los Lamentos en medio de un gran operativo de seguridad, pero también en medio de muestras de desdén y bajo una lluvia de gritos e insultos por parte de algunos judíos fundamentalistas. Eso no impidió que el Papa dejara un pergamino con un texto escrito de su puño y letra en el que al final se lee: “Queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza”. Su manuscrito después fue colocado en el Museo del Holocausto en donde permanece en exhibición, cosa que todavía debe ser ocasión de vergüenza para quienes le insultaron mientras concretaba tan noble gesto de cercanía. Ese desdén no detuvo a Juan Pablo II y continuó con más acciones de acercamiento hacia “los hermanos mayores en la fe” como él mismo llamó al pueblo de Israel. El 28 de mayo de 2006, durante su viaje a Polonia, Benedicto XVI visitó el campo de concentración de Auschwitz, donde explicó: “El objetivo de mi estancia hoy, aquí, es para implorar la reconciliación, con Dios, con los hombres que han sufrido y con todos aquellos que en esta hora de la historia sufren de nuevo bajo el poder del odio y bajo la violencia fomentada por el odio”. Por la mañana del 12 de mayo de 2009, durante su viaje a Tierra Santa, Benedicto XVI quiso acudir al Muro de los lamentos y él también depositó, en una hendidura, una oración. También a él le insultaron algunos extremistas judíos mientras escupían al suelo en señal de desprecio. En su oración el Papa pidió a Dios: “Despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y el amor”. Benedicto XVI ha tenido más muestras de cercanía hacia el judaísmo. Entre otras, estuvo en la Sinagoga de Colonia, en Alemania, en agosto de 2005 y en la de Nueva York en 2008. El 17 de enero de 2010 el Papa ha vuelto a entrar al templo judío, a la Sinagoga de Roma. Durante este encuentro, el presidente de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici, reconoció la ayuda prestada por el Papa Pío XII a los judíos perseguidos y acorralados durante el Holocausto, cuando dijo: “Si estoy aquí, hablando de este lugar sagrado, es porque mi padre y mi tío Raffaele encontraron refugio en el Convento de las Hermanas de Santa Marta en Florencia”. El rabino jefe de la comunidad judía de Roma, Riccardo Di Segni, dijo: “A pesar de una historia dramática, los problemas abiertos y las incomprensiones, hay que poner en primer plano los puntos de vista compartidos y los objetivos comunes. La imagen de respeto y de amistad que emana de este encuentro tiene que ser un ejemplo para todos los que nos observan”. Benedicto XVI, por su parte, estableció que “Cristianos y judíos tienen una gran parte de patrimonio espiritual en común, rezan al mismo Señor, tienen las mismas raíces, pero a menudo siguen siendo desconocidos los unos para los otros. Nos corresponde a nosotros, en respuesta a la llamada de Dios, trabajar para que permanezca siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento en la

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amistad, del testimonio común frente a los desafíos de nuestro tiempo, que nos invitan a colaborar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios, el Omnipotente y el Misericordioso”. Ahora faltan las manifestaciones que deben brotar de los corazones de los fieles judíos y católicos. Ambos decimos amar a Dios, y lo hacemos, pero falta que nos lo demostremos. Conozco a un rabino santo, Abraham Palti, quien me llevó a su Sinagoga en la noche de un viernes, luego a cenar a su casa con su familia. Solemos comentar las Sagradas Escrituras, siempre con respeto. Somos amigos fuertes y ambos lo sabemos, como sabemos que compartimos al mismo Dios, que es quien nos inspira.

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“Estado laico y enredado” Es urgente que en México se reduzca el embate de la violencia producida por las manos del crimen organizado, del narcotráfico y de gobernantes corruptos. Urge que la autoridad respete a los ciudadanos, es apremiante que los legisladores ya den muestra de que conocen y valoran, tanto el bien común, como la ley natural, que es la ley de Dios. En nuestros días se disparan más balazos y mueren más mexicanos por arma de fuego, que en tiempos de la Revolución. Se extorsiona por teléfono, se permite la pornografía en la vía pública, se cobra el consumo de electricidad sin previa revisión de medidores y se permite asesinar niños en gestación porque los legisladores afirman que antes de doce semanas no se trata de un ser humano. Pero hoy también el Estado ya es laico, a partir de la modificación al artículo 40 de la Constitución, una reforma ociosa que en nada detendrá toda esta violencia que mantiene a los ciudadanos amenazados y contra la pared. El 11 de febrero de 2010 los diputados aprobaron modificar el artículo constitucional para que se establezca que el Estado, en México, “es laico”. El dictamen de la Comisión de Puntos Constitucionales precisó que “el principio de laicidad en dicho artículo, implicaría el reconocimiento de que todos los seres humanos tienen derecho a la libertad de conciencia, adherirse a cualquier religión o corriente filosófica y su práctica individual o colectiva”, lo que, en principio, no suena mal, a menos que se conozca el artículo 30 del Reglamento de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, que establece que la transmisión, a través de medios masivos de comunicación no impresos, de los actos de culto religioso, sólo podrá realizarse “previa autorización de la Dirección General (de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación) y únicamente de manera extraordinaria y no podrán efectuarse permanentemente”. Este artículo evidencia que en México no existe la Libertad Religiosa, pues debe solicitarse que la Autoridad “autorice” lo que no requiere de autorización, porque el artículo 24 de la Constitución, por su parte, garantiza “la libertad de culto y creencia”. El Estado mexicano se complica y se enreda solo, pero en estos enredos evidencia ante la comunidad de las naciones que todavía no es una nación democrática sustentada en un Estado de Derecho cuyo fundamento es la justicia y la garantía de los derechos humanos, que son irrenunciables, inalienables e indivisibles, pues todo el mundo sabe que una democracia se consolida y se fortalece en la medida en que es capaz de garantizar todos los derechos humanos; y en México no es así, pues aunque la Constitución afirma “reconocer, respetar, garantizar y promover los derechos humanos” aún no reconoce que “la libertad religiosa es un derecho fundamental”, como lo indica en su artículo 18 la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Libertad Religiosa significa libertad para vivir la fe en público y en privado, de manera individual o asociada, en toda actividad y sector, sin ningún otro límite que el respeto al derecho de terceros; significa libertad para que los creyentes de todas las religiones puedan vivir con coherencia sus opciones de conciencia respetando las de otros; significa libertad para que la Iglesia pueda proclamar el valor que cada ser humano posee independientemente de sus convicciones políticas y de su situación económica, desde su inicio más frágil en la fecundación y hasta su muerte natural; significa que el hombre que cree pueda manifestar públicamente, en las calles y plazas, y en los medios masivos de comunicación, aquello en lo que cree, sin que la Autoridad le deba “autorizar” el ejercicio de un derecho que es fundamental en su vida, el derecho a la Libertad Religiosa.

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El Estado laico no puede limitarse a tolerar las expresiones religiosas de sus ciudadanos, sino que debe defenderlas, garantizarlas y promoverlas, porque así reconoce que la fe en Dios fortalece la conducta ética y moral de los ciudadanos, cosa que hace mucha falta hoy en medio de tanta violencia y corrupción. Ahora que el Estado “es laico” debe atender la modificación del artículo 24 de la Constitución y así mostrar que es laico porque respeta, da espacio y libertad a cualquier religión para que brinde su aporte a la sociedad; y que no es laicista porque no discrimina ni margina a quien tiene una convicción religiosa, como el comunicador que debe emplear los medios masivos para manifestar su fe. Ahora que el Estado “es laico” es indispensable que en la Constitución se reconozca la Libertad Religiosa además de la libertad de culto y de creencias. Entonces el Estado abandonará estas complicaciones que parece ignorar y que le enredan.

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“Sacerdotes digitales” Benedicto XVI ha pedido a los sacerdotes que utilicen los nuevos medios digitales para el desempeño de su ministerio. Al presentar su mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2010, titulado “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra”, el Papa ha recordado que “la tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos” para que se cumpla lo que dice la Escritura: “Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará”. Sin embargo, el Papa cuestiona, haciéndose eco de san Pablo en su Carta a los Romanos: -¿Cómo van a invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los envían?- y responde, en su mensaje, que “las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: -¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!-. Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una nueva historia, porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra”. En su Mensaje, Benedicto XVI hace saber que “el sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios, adquirido también en el período de formación, con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la red. También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente”. La Santa Sede siempre ha utilizado a los medios de comunicación como nuevos areópagos para anunciar el Evangelio. Su diario oficioso L’Osservatore Romano se publica desde 1861, el Papa Pío XI fundó en 1931 la Radio Vaticana, Juan Pablo II el Centro Televisivo Vaticano en 1983, y Benedicto XVI el canal del Vaticano en Youtube en enero de 2009. Hacia la parte final de su Mensaje, el Papa dirige su atención hacia quienes no creen en Dios y hacia los que no conocen a Cristo, cuando dice: Así, una pastoral en el mundo digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos, quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio como el patio de los gentiles del Templo de Jerusalén- también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido”. 227

El creyente que se aventura en las comunicaciones digitales utilizando las nuevas tecnologías debe conocer sus objetivos de búsqueda para no caer en superficialidades, falsedades y perversiones que pueblan la red. El objetivo es encontrarse con Dios en el ciberespacio, pues el año 2010 inició el tiempo, oportunamente novedoso, de la evangelización digital. Como respuesta inmediata implementamos el sitio en internet: www.verycreer.com

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“Jesús, el hijo del hombre” En 1928 Gibrán Khalil Gibrán escribió uno de los libros más bellos y profundos que se hayan escrito sobre Jesús. A lo largo de 76 relatos en los que da voz a diversos personajes que acompañaron al Señor en su vida y predicación, este pensador libanés logra que el lector se haga imágenes que le permiten ver al Nazareno, escuchar sus palabras y situarse dos mil años atrás en el tiempo. “Jesús, el hijo del hombre, sus palabras y sus acciones relatadas y recordadas por los que le conocieron” es una colección de dichos y hechos que provocan emociones de dicha, tristeza, compasión y triunfo; mueven a la alegría y al llanto consolador, y provocan nobles sentimientos de paz, reconciliación, de perdón y de amor. En labios de María Magdalena pone las siguientes palabras: “Y de nuevo me dijo: -Todos los hombres te aman para sí mismos; yo te amo para ti misma.- Y luego se alejó. Pero ningún hombre caminaba como Él. ¿Acaso fue una brisa de mi huerto que iba rumbo al oriente? ¿O fue una tempestad capaz de sacudir todas las cosas desde sus cimientos? No lo supe; empero ese día el crepúsculo de sus ojos aniquiló al dragón que había en mí y me convertí en mujer, en Miriam, Miriam de Magdala”. Gibrán nació en la ciudad de Becharre, Líbano, en 1883 y creció bajo una formación católicamaronita, de la que recibió la sabiduría y los conocimientos filosóficos y teológicos que le ayudaron a escribir la prosa y la poesía en los que refleja la misericordia de Dios y el amor al prójimo. En uno de los relatos, en el que hace hablar a san Lucas, pone en boca de Jesús este dicho: “-Los débiles, aquellos que tú llamas pecadores, son como los pájaros cuyas alas, aún débiles, los hacen caer del nido. Los hipócritas, en cambio, son los buitres que aguardan sobre la roca la muerte de su presa. Débiles son los hombres perdidos en un desierto. Pero los hipócritas no están perdidos, pues conocen el camino y se ríen entre la arena y el viento. Por ese motivo no los acepto-”. Luego Lucas medita lo siguiente: “Así habló el Maestro y no le entendí; pero ahora ya entiendo todo. Después, los hipócritas le aprehendieron y le condenaron; y con esto se creyeron justificados; porque citaron la Ley de Moisés en el Sanedrín como prueba inapelable en contra de él. Y ellos, que violan la ley al amanecer de cada día y vuelven a violarla al crepúsculo, son los que tramaron su muerte”. Gibrán Khalil Gibrán vivió en París entre 1908 y 1910, donde se formó como artista plástico, para luego residir en Boston, donde escribió buena parte de su obra en inglés. En otro relato de “Jesús el hijo del hombre” pone en labios de una de las mujeres que le siguieron, de nombre María, la siguiente apreciación: “Cuando sonreía, su sonrisa era como el hambre de aquellos verdaderamente ávidos de lo desconocido. Era como el polvo de los astros sobre los párpados de los niños y era como la gota de miel para el refinado paladar. Jesús era triste, pero de una tristeza que podía elevarse a los labios y ahí apagarse en una sonrisa. Y era como un velo dorado en la selva cuando el otoño envuelve al mundo. Y a veces, parecía como luz de luna sobre las orillas del lago”. En un relato en el que hace hablar a Barrabás narra lo siguiente: “Me soltaron a mí y escogieron a Jesús. Después él se elevó y yo descendí. Y le capturaron cual víctima de sacrificio para la Pascua. Fui libertado de las cadenas y caminé tras de Él con la multitud; pero yo era un vivo caminando hacia mi propia sepultura. Debí haberme fugado al desierto, donde la vergüenza es quemada por el sol, en lugar de acompañar la procesión que le había escogido para cargar con mi crimen”. En el relato del apóstol Felipe, él dice que: “Cuando nuestro Bienamado murió, toda la humanidad murió… Las estaciones se cansarán y los años pasarán antes que desaparezcan estas palabras: –Padre, perdónalos por no saber lo que hacen-”. Gibrán murió a los 48 años de edad, el 10 de abril de 1931, a causa de cirrosis hepática agravada por trastornos pulmonares. Su cuerpo fue trasladado a Líbano y sepultado en el antiguo monasterio carmelita de 229

Mar Sarkis. En sus propias palabras, en una carta, deja este mensaje a sus lectores: “No hablen de mi partida con lágrimas en la voz; cierren más bien los ojos y me verán entre ustedes, hoy y mañana”.

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“Ayuno, oración, limosna” El tiempo litúrgico de la Cuaresma es un tiempo que se presenta oportuno para vivir la práctica de la penitencia, por lo que verdaderamente debiera ser, para todos los creyentes en Cristo, un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio cristiano. “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto”. Así expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo 540, lo que inspira este tiempo de silencio, de reflexión y de interiorización que es útil para revisar las actitudes y conductas, los dichos pronunciados y los hechos vividos; tiempo de escucha de la Palabra de Dios, de atención al plan de vida que tiene diseñado para cada uno y para todos; tiempo de búsqueda, de deseo, de ansia de Dios; tiempo de desierto que empuja a la soledad, a la aridez, a donde no hay agua ni alimento, a donde nada hay, pero desde donde el Creador llama a su creatura para sostener un encuentro en el callado silencio de la soledad, que luego invade con su cercana y divina presencia, rompiendo el velo del encuentro entre lo humano y lo divino. La Cuaresma es el tiempo de la Conversión, de la Metanoia (en griego) que significa la oportunidad de experimentar un vuelco completo del corazón y del espíritu, que permita, a través de un cambio de mentalidad y de actitudes, llegar más allá de donde se está ahora, para alcanzar la meta del destino que es, para el creyente, el regreso al origen en Dios Creador. Esa Conversión o Metanoia no consiste en un mero deseo personal ni en una sencilla buena intención que pudiese quedar varada en la frontera de la trascendencia, sin concreción. La Cuaresma es un tiempo de Conversión a Dios porque es un tiempo de Dios, tiempo que se ve acompañado de su Gracia, del don gratuito de la búsqueda que emprende para encontrarse con todos aquellos que responden a esa búsqueda cuando acuden a la cita. El proceso de Conversión no surge de la mente para luego invadir las emociones; la propuesta de Conversión proviene de Dios, conquista el corazón, toca al espíritu y dispone a la mente porque en cada Cuaresma el Señor irrumpe silencioso en nuestra historia, en la de todos los hombres, en la de cada uno. Para que la Conversión ocurra es preciso propiciar que el cuerpo logre configurarse con el espíritu. Para conseguirlo se requiere de tres prácticas: ayuno, oración y limosna. El Ayuno expresa la conversión con relación a uno mismo. Modera las pasiones, disipa las tentaciones, fortalece la voluntad, permite adquirir el dominio sobre nuestros instintos y conquista la libertad de corazón. La Oración expresa la conversión con relación a Dios. El ser humano es la única creatura que tiene capacidad de Dios, y es con la oración como logra entrar en contacto con Él; con palabras, pero también con la escucha, porque Dios habla calladamente al corazón. Luego de callar se le puede escuchar y conocer cuánto tiene que decir para dar a conocer. La Limosna expresa la conversión con relación a los demás. La comunión de bienes, el acto de compartir, permite salir de uno mismo para encontrarse con los demás y entrar a su mundo, conocer sus sueños, sus afanes, sus ideales, sus carencias. El desapego de lo propio permite compartir y ser solidario, porque solidaridad, más que preocuparse del otro, es hacerse responsable de él. El Catecismo expresa, en su párrafo 1439, que: “El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso”: la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión 231

sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino de retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos éstos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y belleza”.

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“Perdón” El perdón es como el Alka Seltzer… nadie sabe cómo alivia, pero alivia. Aunque, a diferencia de la tableta efervescente, que cura dolores y malestares corporales, el perdón cura malestares emocionales y dolores del alma. En efecto, no hay psicoterapeuta que no recomiende saber perdonar, ni que olvide recetar a sus atormentados pacientes la práctica del perdón hacia quienes en el pasado les provocaron una llaga en el corazón, si en verdad se quieren curar. Durante una homilía que pronunciara el obispo Jonás Guerrero Corona, titular de la VI Vicaría de la arquidiócesis de México, dijo, a manera de parábola, que “el rencor es como un veneno que guardo para dañar al otro, pero que me bebo yo mismo”. Aquella homilía, con tan explícita enseñanza, evidencia la nocividad del rencor que suele derivarse en una enfermedad que puede provocar, en ocasiones, la propia muerte cuando no la del otro. La medicina, pues, la única cura contra el rencor, es el perdón. Dios, que nunca desea la destrucción del pecador, pero sí del pecado; el bondadoso Padre celestial, que nada hace para nuestro mal y que todo provoca para nuestro bien, que ama con infinita ternura, varias veces nos ha mostrado el altísimo valor del perdón, y lo ha hecho a través de Jesucristo, quien para ello se encarnó y quien, en su último minuto de vida pronunció una expresión que seguirá escuchándose mientras el mundo viva: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. El teólogo san Agustín, inmerso en su escudriñamiento de la causa del mal, llegó a la audacia de afirmar que el mal no existe, que lo existe es la ignorancia, pues si se supiera lo que el daño causa, nadie lo provocaría. Esto se conecta con la expresión del Señor en la cruz. Jesús nos enseñó, a pedido de los discípulos, a orar así: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. De esta oración, una de las últimas frases, la que dice “perdona nuestras ofensas” contiene un permanente clamor de la petición de Jesús antes de morir; es la práctica de lo que él mismo nos enseñó: pedir perdón. En la oración se pide perdón a Dios, lo que es una solicitud sublime, pues no es lo mismo pedir perdón a un amigo que pedir perdón a Dios. El perdón que se obtiene también es sublime, porque no es igual obtener el perdón de alguno que obtenerlo de Dios. A la pregunta del creyente que busca la salvación: ¿Qué puedo yo hacer, además de lo que hizo Jesús por mí desde la cruz, para obtener el perdón de Dios? La respuesta la da la misma oración del Padre Nuestro cuando afirma “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, lo que no significa que se da por hecho, sino que ya se hace, como lo que es cotidiano, y que por ello mueve a Dios a otorgar su perdón, es decir, en la misma medida en que perdono a los demás, así Él me perdona a mí. El Evangelio narra que Pedro le preguntó a Jesús qué tanto debía practicarse el perdón: ¿Siete veces? Pedro aludía al número siete, cuyo significado teológico es perfección y plenitud. Pero el Señor le respondió: -No Pedro, no siete veces, sino setenta veces siete-. Con ello le enseñó que para perdonar se debe sobrepasar la propia capacidad humana y alcanzar la capacidad divina. Se debe convocar a Dios para que Dios proporcione la fuerza sobrehumana que se requiere para conceder y vivir el proceso del perdón. El Padre Rafael López López, sacerdote Misionero del Espíritu Santo, un domingo mientras enseñaba el Evangelio que narra cómo Jesús salvó la vida de la mujer adúltera luego de que provocó que se retiraran sus acusadores, después de que le hiciera saber que Él tampoco la acusaba, le dijo “Vete en paz y no peques más”; explicó que la traducción más adecuada del griego original es “Vete en paz y no quieras volver a querer pecar”. Esto también garantiza el perdón de Dios, pues su deseo es que su creatura nunca tenga el deseo de ofender a su Creador. 233

El tiempo cuaresmal, la Semana Santa y la cincuentena pascual son tiempos propicios, aunque no los únicos, para traer a nuestra vida la capacidad de perdonar y el esfuerzo por obtener el perdón de los demás, para luego obtener el perdón de Dios.

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“¿Porqué atacan al Papa?” El escándalo mediático que tuvo en el centro a la Iglesia católica durante marzo y abril de 2010 tuvo como objetivo directo dañar a la figura del Romano Pontífice además de que los detractores suelen aprovechar el tiempo fuerte de la Cuaresma y de la Semana Santa para restar solemnidad a las celebraciones por medio de la implementación de este tipo de escándalos. Tres análisis, ajenos a la Iglesia, presentados en respuesta a esas calumnias, así lo aseguran: El primero, del senador italiano Marcello Pera, es un escrito titulado “La carta de un senador agnóstico” enviado al director del periódico Il Corriere della Sera el 17 de marzo, en donde afirma que “Está en curso una guerra que no va a terminar pronto, sino que seguirá arreciando cada vez más, pues se trata de un ataque del laicismo contra el cristianismo en donde lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento que afirma que: –los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego entonces el cristianismo es un engaño y un peligro-”. El escrito concluye que “en el fondo, es un embate relacionado con el relativismo y la pérdida de fe, con el aborto y el matrimonio homosexual”. El segundo, del escritor judío Jon Juaristi, es un artículo publicado en el periódico ABC el 4 de abril, que señala que “no es necesario ser católico para ver hacia dónde apunta la campaña mediática contra el Papa. Esos ataques tienen por finalidad sacar a los católicos de la esfera pública. Los actos de pedofilia son un puro pretexto para acorralar a Benedicto XVI. No soy católico (dice Juaristi) pero ni a mí se me escapa la inmensa talla moral del actual Pontífice”. Y añade: “el justicierismo supone siempre la corrupción del sentido de la justicia, y el blanco de los ataques ya no lo constituyen los curas pederastas y los obispos encubridores, sino el Papa, contra el que se ha movilizado la progresía justiciera”. Finaliza diciendo que “como en este caso no parece que vaya a funcionar el principio de que, herido el pastor se dispersarán las ovejas, es previsible que la campaña arrecie durante algún tiempo”. El tercero, del periodista italiano Andrea Tornielli, es un artículo publicado en el diario Il Giornale el 11 de abril, en el que desentraña los tres ámbitos diversos de donde provienen los ataques contra el Papa: “Del interior de la propia Iglesia, por parte de clérigos que no están de acuerdo con el pontificado de Benedicto XVI; de los medios masivos, que buscan escándalos para vender; y de los grupos que pretender limitar el poder de El Vaticano”. Afirma que hay un cobro de facturas contra Benedicto XVI por sus acciones conservadoras hacia adentro de la Iglesia y por sus diversos encuentros ecuménicos e interreligiosos. Todos estos ataques, finaliza Tornielli, “tienen por objetivo minar la credibilidad moral de la Iglesia en la opinión pública provocando que la sospecha llega hasta el entorno papal más cercano. Las denuncias no van a disminuir”. Un cuarto análisis, éste sí de génesis eclesiástica, y sorprendentemente valeroso, refiere que la fuente de los ataques procede del sionismo internacional y de sectores masónicos que quieren limitar la autoridad de la Iglesia desprestigiándola. El 16 de abril, el sitio de internet Pontifex publicó las declaraciones del obispo de Grosseto, Italia, Mons. Giacomo Babini, quien asegura que “está en acto una maniobra orquestada por los enemigos de siempre, es decir masones y sionistas, así como la intersección entre ambos, a veces no tan fácil de entender. Sostengo que es un ataque mayormente sionista, visto el poder y el refinamiento: ellos no quieren a la Iglesia, son sus enemigos naturales”. Al embate contra el Papa se sumaron dos enemigos de Joseph Ratzinger, y con ellos sus seguidores: el ex-franciscano Leonardo Boff, exponente de la Teología de la Liberación, y el teólogo Hans Küng, quien el 15 de abril envió una carta abierta a los obispos del mundo en la que invita a pastores y a fieles a rebelarse contra Benedicto XVI. En ella afirma que el Papa está en contra de la “autoridad suprema” de la Iglesia 235

porque ha reinterpretado de forma “retrógrada” los textos conciliares y ha apoyado la “misa medieval tridentina”, aunque no cita texto alguno. En su incitación, dirigida a pedir la renuncia del Papa, pretende eliminar el principio de autoridad apostólica. El Santo Padre no renunciará, por supuesto, y hará frente a estas calumnias y a otros retos contemporáneos, con la fuerza del Evangelio, donde reside la verdad y la fortaleza de la Iglesia.

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“Vicarius” Solamente es la persona del Romano Pontífice, en el seno de la Iglesia, la que puede ser llamada “Santidad” si se le habla directamente a él, o “Su Santidad” si se hace referencia de él. También se le suele llamar “Santo Padre” o “Padre Santo” dentro de una conversación sostenida con él, y “el Santo Padre” en referencia a su persona. De los diversos títulos acuñados para referirse al Papa, hay dos que particularmente explican su fundamento a la vez que su esencia. Uno es “Siervo de los siervos de Dios” y el otro es “Vicario de Cristo”. El Anuario Pontificio, documento que publica la Santa Sede, enumera, además, los siguientes: Obispo de Roma, Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo Metropolita de la Provincia Romana, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y Papa. La palabra Papa, que en griego significa Padre, en la tradición católica ha visto ampliado su significado al tomar las iniciales de las palabras latinas Petri Apostoli Potestatem Accipiens, que en español, sin perder sus iniciales originales, significa: Pedro Apóstol Pontífice Augusto. En la constitución dogmática Lumen Gentium, documento del Concilio Vaticano II, se establece que el Papa “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles. El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad”. De esta afirmación se evidencia que su potestad se deriva de la función que tiene como “Vicario de Cristo”. La palabra Vicario se deriva del latín Vicarius, término que da origen a “Vice” que significa “en vez de” o “en lugar de”. El Vice-Presidente, por ejemplo, es quien actúa en vez del Presidente, como sucede con el Vice-rector, quien actúa en lugar del rector. En el caso de la derivación directa del latín Vicarius, la palabra Vicario se ha reservado en su uso sólo para nombramientos eclesiales, como Vicario episcopal o Vicario parroquial, entre otros, y su significado literal equivale a “el que hace las veces de…” el obispo, o del párroco, en su caso, cuando no está presente en su diócesis, o en su parroquia. En lo que se refiere al título Vicario de Cristo, es reservado única y exclusivamente para designar al Papa, pues es él y sólo él “el que hace las veces de… Cristo, en la Tierra”. Cuando Jesucristo instituyó la Iglesia, le hizo saber a Simón Pedro que sería la piedra sobre la que la edificaría. Simbólicamente le entregó sus llaves, como lo constata san Mateo en el Evangelio, y lo instituyó pastor del rebaño, como da cuenta el Evangelio de san Juan. El Papa es, así, el depositario de las llaves de la Iglesia y pastor del rebaño que la constituye. “Lo que ates en la Tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los cielos” le indica Jesús a Pedro y así le da potestad para perdonar, en su nombre, los pecados de los hombres, o para retenerlos hasta un perdón posterior cuando surgiera la reconciliación. El teólogo inglés John Henry Newman, en su obra “A letter to the Duke of Norfolk” afirma que: “La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza. La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”. Esta última expresión de Newman “la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” nos explica que todo ser humano mantiene en su interior la voz de Dios, que hecha presente en nuestra toma de decisiones, viene a ser lo que en nuestro interior hace las veces de CristoJesús, el Salvador de los hombres. 237

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo 1778 indica que: “En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina” Cristo está presente, pues, en toda persona, como en el Papa, pero es él quien siempre habla, vivamente desde su enseñanza y catequesis, haciendo las veces de Cristo entre nosotros, porque él es su Vicario en la Tierra.

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“El Secreto de Fátima” Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a los hermanos Jacinta y Francisco Marto, y a su prima Lucía Dos Santos, les fue concedido por el Cielo el privilegio de ver a la Virgen María, en Cova de Iría, Portugal. Los videntes eran tres niños pastorcitos: Francisco vio a la Virgen a la edad de 9 años y murió a los 11, Jacinta vio a Nuestra Señora a la edad de 7 años y murió a los diez, y Lucía vio a la Madre de Dios a la edad de 10 años y murió hasta los 98. A partir de aquella experiencia sobrenatural, los niños tuvieron una sola aspiración: rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Virgen María. Durante las apariciones, soportaron con fortaleza calumnias, malas interpretaciones, injurias, persecuciones y hasta días de prisión. Los niños veían las visiones mostradas por la Virgen, pero solamente Lucía escuchaba sus palabras explicativas y hablaba con Ella. Jacinta veía y escuchaba pero no hablaba con la Virgen. Francisco sólo veía, pero no escuchaba a Nuestra Señora ni le hablaba. Durante la tercera aparición de 1917, el 13 de julio, la Virgen entregó a los tres niños videntes un secreto al que se le conoce, de manera general, como “El Secreto de Fátima”, pero fue hasta agosto de 1941 cuando la vidente Lucía Dos Santos mencionó por primera vez la división de este secreto en tres partes: - La primera es la visión del infierno y la designación del Corazón Inmaculado de María como el remedio supremo ofrecido por Dios a la humanidad para la salvación de las almas. - La segunda es la profecía concerniente a una paz milagrosa que Dios desea otorgar al mundo a través de la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María y la práctica de la comunión de los primeros cinco sábados de mes. - La tercera parte fue transcrita por Sor Lucía el 3 de enero de 1944 y se mantuvo en secreto hasta el año 2000, cuando lo promulgó Juan Pablo II el 13 de mayo durante la beatificación de Jacinta y de Francisco. El texto íntegro del tercer secreto de Fátima dice: “Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz que es Dios: 'algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él' a un Obispo vestido de Blanco 'hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre'. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”. Aquel 13 de Mayo de 2000, el Cardenal Ángelo Sodano, en nombre del Papa, reveló parte del secreto relacionándolo con su pontificado y afirmó, con la aprobación de Sor Lucía, allí presente, que Juan Pablo II es el Papa a quien hace referencia el secreto. Anunció además que todo el contenido sería revelado junto con un comentario, como ocurrió el 26 de junio del mismo año.

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Diez años después, el 13 de mayo de 2010, durante su viaje apostólico a Portugal, Benedicto XVI aseveró en Fátima que “Se engañaría quien pensase que la misión profética de Fátima haya concluido” y agregó que “El hombre pudo desencadenar un ciclo de muerte y de terror, pero no consigue interrumpirlo...”

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“Pecado en la Iglesia” En el viaje apostólico a Portugal en el mes mayo de 2010, el 15º viaje de su pontificado, Benedicto XVI entregó a los periodistas que viajaban con él, durante el vuelo, una expresión que no puede ser escuchada fuera del contexto de las recientes decisiones pontificias. A la pregunta expresa de un periodista sobre el significado de las apariciones de la Virgen María en Fátima, Portugal, el Santo Padre respondió: “…encontramos que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden de dentro, del pecado que existe en la Iglesia. Esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de una forma aterradora: que la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y por lo tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye a la justicia”. Ahora resulta evidente que el Papa ha actuado con sabiduría y bondad, aunque con enérgica justicia, en las decisiones emprendidas para erradicar el repulsivo atropello sexual de niños y de seminaristas por parte de clérigos depravados. Pero, ¿a quién o a quiénes, concretamente, se refiere el Papa en sus expresiones: “los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior”, “los sufrimientos de la Iglesia proceden de dentro”, “la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos” y “nace del pecado en la Iglesia”? ¿Qué pudiéramos pensar hoy si Juan Pablo I, el Papa Albino Luciano, antes de que ocurriese su extraña muerte el 28 de septiembre de 1978 a tan sólo 33 días de pontificado, hubiese expresado palabras semejantes a las que Benedicto XVI pronunció durante el vuelo a Portugal? ¿Hacia quién o hacia quiénes, en el interior de la Iglesia, podemos suponer, hoy, que se refería el Papa Paulo VI, cuando en alusión a los engaños del demonio a los hombres, durante su catequesis de la Audiencia General del 15 de noviembre de 1972 dijo: “Sabemos que este ser tan oscuro y perturbador existe realmente, y que con astucia traidora actúa, es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana”? El viaje de Benedicto XVI a Portugal se desarrolló en el vértice del dificultoso momento en que el Romano Pontífice ha hecho cuanto ha podido para atender el escandaloso problema de los abusos sexuales, que creció a pesar de silenciosos contubernios de años atrás, del callar palabras bajo engaños de falsa fidelidad en votos de silencio. En el pontificado del Papa Ratzinger ha sido sacudido el árbol para que caigan los frutos podridos, porque el Papa ha zarandeado las ramas a fin de que se viniera abajo la manzana putrefacta que se había enquistado como parte de ese árbol, pero también para exhibirla a quienes sí han sabido mantenerse ajenos al gusano que corrompe y fieles a pesar de la mentira, del engaño y los abusos. En Portugal, Benedicto XVI hizo saber que “hay hijos reacios e incluso rebeldes”, explicó que algunos se preocupan “afanosamente de las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe” y además denunció: “Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones”. ¿A quiénes se refiere, nuevamente, el Papa? ¿Acaso a una conocida congregación que se rigen por el poder y la riqueza? Durante la visita, el 12 de mayo, en Cova da Iria, en la capilla del sitio de las apariciones, el Papa leyó una oración ante la imagen de la Virgen, en la que dio gracias “por todos los que rezan cada día por el Sucesor de Pedro y por sus intenciones para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y diligente en el amor”.

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Luego, en la iglesia de la Santísima Trinidad, hizo un acto de consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María: “Ayúdanos con tu poderosa intercesión, a no faltar nunca a esta vocación sublime, a no ceder a nuestro egoísmo, a las tentaciones del mundo y a las sugerencias del diablo”. Las palabras de Benedicto XVI, en Portugal, conforman todo un testimonial que no pasa inadvertido para un observador, y también indican que el Papa anhela ser, como ya lo es, fuerte, audaz y diligente. Cada uno de los años de su pontificado lo va robusteciendo. Ahora es más necesario que antes orar por él, porque como se ve, no la tiene fácil con el pecado enquistado dentro de la Iglesia.

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“El rostro de Dios” Por primera vez, a mis 50 años, contemplé la Sábana Santa. Fue el 11 de abril, durante la ostensión de 2010, en la cincuentena pascual. Turín era un mar de lluvia, plagado de paraguas que simulaban ser sus embarcaciones, con la catedral como puerto principal. Había otro mar, el mar de gente que se agolpaba a la puerta para informarse sobre la fila que debían tomar. La catedral estaba inundada de solemnidad. En su interior, la luz tenue y un silencio profundo la hacían más solemne todavía. Del fondo, sobre el retablo principal, irradiaba una luz suave y extensa. Era la Sábana Santa. La solemnidad de la catedral palidecía ante ella. El silencio del entorno, la luz que irradiaba desde su contenedor, la pasividad con que allí estaba y su asombrosa inmovilidad, me hicieron dudar que estuviera ante ella, luego de dos mil años de cristiandad. Caminé hacia el frente y me postré ante la imagen de Cristo muerto al momento de resucitar. Contemplé al mismo tiempo dos misterios en uno mismo: la muerte de Jesús y la resurrección del Señor. Miré su cuerpo en toda su desnudez, así como fue crucificado luego de arrancarle sus vestiduras y sortearse su túnica: las huellas profusas de los flagelos romanos con que le habían azotado; sus pies, uno sobre el otro, y sus manos, una encima de la otra, perforados los cuatro; su costado, abierto y traspasado, mostrando la herida que provoca una punta de lanza romana, y la evidencia de una profusa hemorragia; vi su sangre, muchas huellas de sangre en toda la Sábana, por todos lados y en todas partes, más de 900; contemplé su cabeza con el pelo empapado en su propia sangre que escurrió de arriba a abajo. Esta imagen que muestra la síndone, una imagen acherophyta (no hecha por mano humana), y esta sangre que guarda, hacen de ella un lienzo sagrado, una sábana santa. Es la reliquia más grande y grandiosa de nuestra Fe, pues en ella está la sangre de Cristo-Jesús. Me pregunté: ¿Si esta no es la tela que compró san José de Arimatea para que fuese la mortaja del Señor, y cubriese su cuerpo desnudo bajado de la cruz, entonces de quién fue? Luego miré su rostro… golpeado, ensangrentado y ultrajado. Vi su frente chorreada por varios flujos de sangre, sobre sus propias arrugas de dolor; sus pómulos hinchados por varias bofetadas; la nariz inflamada y fracturada en el cartílago central exhibiendo la evidencia del golpe contundente de un bastonazo; su amplia barba arrancada en una de sus partes y el bigote también, ambos ultrajados en su extremo derecho. Pude apreciar que a pesar de tantas afrentas y de recibir tanto odio encima, es un rostro incólume y agradable que refleja paz y perdón. Observé su boca cerrada, apacible aunque golpeada y lastimada, y miré sus labios, también heridos. Los labios a los que acercaron una esponja empapada en vinagre como respuesta a su ruego en la cruz cuando dijo: “Tengo sed”. La misma boca que nadie se atrevió a besar por temor a callar estas palabras: “Llenen las vasijas de agua, hasta los bordes”, “Síganme y los haré llegar a ser pescadores de hombres”, “No he venido al mundo a llamar a justos sino a pecadores”, “Que arroje la primera piedra quien esté libre de pecado”, “Tus pecados te son perdonados”, “Vete a tu casa y no peques más”, “Quiero, queda limpio”, “Denles ustedes de comer”, “¿Por qué están con tanto miedo, cómo no tienen fe?”, “El hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores”, “Padre… perdónalos… porque no saben lo que hacen”. Contemplé sus ojos, cerrados por la muerte, los ojos que a tantos han acariciado con el toque delicado de una mirada rebosante de infinita ternura y de misericordia, esos mismos ojos que desde pequeños miraron a María y a José para aprender, ojos que limpiaron al leproso con la cadencia de su propia mirada, que devolvieron la vista a varios ciegos, que vieron venir a su amigo Judas Iscariote cuando lo besó en la mejilla en el huerto de Getsemaní, los ojos que desde la cruz miraron hasta lo más alto del Cielo para contemplar por entre las nubes el amor infinito del Padre Eterno en la entrega del Hijo amado para rescatar al esclavo. 243

Recordé que desde la cruz lo miró y luego le dijo: “Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y entonces recordé el salmo, antes de vibrar en lo profundo, aquel salmo que reza desde antiguo: “Muéstrame tu rostro… Señor”.

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“México no es bicentenario” No es lo mismo celebrar el bicentenario del nacimiento de México como Nación, que celebrar el bicentenario de la independencia de México de la corona española. No es igual. El 16 de septiembre de 1810 es la fecha histórica que marca la soberanía de México, que ya desde once años antes del “Grito de Dolores” se veía venir, pues el entonces obispo de Valladolid, Manuel Abad y Queipo, le advertía al rey de España sobre la necesidad de expedir leyes benéficas para indios y mestizos. En su informe escrito a finales de 1799, sobre la situación económica y social que prevalecía en la Nueva España, le explicaba a Carlos IV que la población era de cuatro millones y medio de habitantes, pero que sólo el 10%, conformada por españoles, poseía riquezas, propiedades y beneficios, en tanto que el 90% restante, constituido por indios y mestizos, era víctima de miseria y degradación social. En 1808 se vivía en España una situación de vacío de poder, pues Carlos IV había abdicado a favor de su hijo Fernando VII, quien a su vez abdicó en Napoleón, quien finalmente abdicó la corona española en su hermano José I Bonaparte, una patente inestabilidad política que había provocado el colapso de la hegemonía española. Mientras la monarquía se desmoronaba en España, en la Nueva España surgía un movimiento desordenado y violento proveniente de criollos, entre ellos Miguel Hidalgo, que protestaba contra la imposición napoleónica y reclamaba la reinstalación del rey Fernando VII. José María Morelos y Pavón organizó y disciplinó el levantamiento, pero tras su muerte, en 1815, la lucha cayó en decadencia hasta que en 1819 los cambios reformistas ocurridos en España fueron determinantes para consumar la independencia en México, pues quienes inicialmente se habían opuesto al movimiento, funcionarios del virreinato y españoles puros nacidos en México y en España, luego se pasaron a las filas de la insurgencia, con el propósito de protegerse de las reformas liberales, de inspiración masónica, que ocurrían en España. Fue hasta el 24 de febrero de 1821 cuando logró establecerse la absoluta independencia de la Nueva España con la promulgación del Plan de Iguala, y hasta el 24 de agosto cuando se consolidó mediante los Tratados de Córdoba firmados en Veracruz por Juan O’Donojú y Agustín de Iturbide. Pero México ya existía desde siglos atrás. En efecto, entre la consolidación de la Independencia en 1821, y la caída de la gran Tenochtitlán, en manos de Hernán Cortés, en 1521, habían transcurrido 300 años, tres siglos exactamente. Luego del destronamiento de Moctezuma, el último emperador azteca, los nativos mexicanos se encontraron desnudados de todo, desposeídos, deshechos, sin patria ni identidad, sin tierra propia, sin suelo, sin nación. Pero diez años después, en 1531, la Virgen de Guadalupe se apareció seis veces durante el mes de diciembre y se presentó así al indio Juan Diego Cuautlatoatzin: “Ten la bondad de enterarte, por favor pon en tu corazón, hijito mío el más amado, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, y tengo el privilegio de ser Madre del verdaderísimo Dios, de Ipalnemohuani, (Aquél por quien se vive), de Teyocoyani (el Creador de las personas), de Tloque Nahuaque (el Dueño del estar junto a todo y del abarcarlo todo), de Ilhuicahua Tlaltipaque (el Señor del Cielo y de la Tierra). Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”. Luego anunció el nacimiento del nuevo Pueblo, de la nación mestiza que es México, cuando afirmó: “Yo me honro en ser madre compasiva de todos ustedes, tuya y de todas las gentes que aquí en esta tierra están en uno, y de los demás variados linajes de hombres, mis amadores”.

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Miguel Hidalgo supo descifrar que la imagen de la Virgen de Guadalupe, plasmada en el ayate de Juan Diego, es el más vigoroso símbolo de la mexicanidad, y por eso enarboló esa misma imagen haciéndola ondear mientras con fuerte voz proclamó: “¡Viva México! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” A partir de la expresión “Todas las gentes que aquí en esta tierra están en uno”, considerada el primer anuncio del nacimiento de México, es que sabemos, y podemos afirmarlo con vehemencia, que los mexicanos somos un pueblo mestizo que nació hace 500 años, el 9 de diciembre de 1531.

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“La Virgen del Juicio Final” Contemplar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano es un privilegio. Al mirar su extraordinario colorido, y las formas de sus figuras, sabemos que se adelantó, por mucho, a su tiempo, y dejamos de mirarlos para empezar a admirarlos. Sus frescos muestran también que era poseedor de altos conocimientos teológicos, lo que revela en la imagen de Dios al momento de infundir en Adán sus virtudes teologales cuando extiende el dedo creador hacia el dedo del hombre. ¡Una cátedra de Teología impartida con pintura en el techo de una capilla! Michelangelo adornó la Sixtina, a pedido de Julio II, porque al Papa le resultaba evidente que la arquitectura de la capilla es de una simpleza absoluta. Sólo la componen cuatro paredes con un techo de dos aguas, eso es todo. Así es que con pintura se falsearon bóvedas, pilastras, hornacinas, nichos, pechinas y cornisas. Esto resulta hoy más sorprendente que si se hubieran elaborado con piedras, canteras y mármoles, pues el volumen lo simulan los trazos de supuestas sombras que provocan el efecto visual de que es real. También allí se pintaron cortinajes, telones y tapices que, por estar a nivel del piso, son más fáciles de identificar en su simulación. Buonarrotti decoró con pintura, a pesar de que él era arquitecto y escultor, que no pintor, el techo de la capilla y el retablo principal. El techo le sirvió para ilustrar relatos del Antiguo Testamento, principalmente el Génesis; y el retablo para ilustrar el apocalíptico Juicio Final. Desde hace 470 años estos frescos han sido estudiado por críticos de arte y por escrituristas; es el caso del Padre Stefano De Fiores, uno de los representantes más cualificados de la mariología contemporánea y catedrático en la Universidad Gregoriana, quien afirma que Miguel Ángel ofrece en el Juicio una interpretación feminista de los antepasados pintados en la cúpula de la Sixtina, entre los que destacan hasta 27 figuras de mujeres, frente a las cuatro que se nombran únicamente en la genealogía de san Mateo, pues el artista quiso resaltar lo femenino para luego condensarlo en la postura concreta con que representó a la Virgen María al lado de su Hijo Jesucristo. En su libro “La Virgen de Miguel Ángel” así lo explica: “Quien se acerque a la Virgen Sixtina del Juicio Universal tiene que saber que hay diseños preparatorios, en los que Miguel Ángel ve a María según la tradición: con los brazos extendidos frente a Cristo, implorando piedad y misericordia también en el día del juicio, y ésta es la tradición de la Iglesia. Sin embargo, en la realización se aleja completamente de esta María que intercede como abogada y pinta a María como encerrada en sí misma, en el dolor, porque manifiesta una gran amargura por parte de María”. Pero en el rostro de la Virgen, en el que Buonarrotti plasmó la sombra de la resignación, se vislumbra también la consciencia que ella misma tiene de que su tarea como Madre nuestra ha llegado a su fin, pues la escena trata, precisamente, del Juicio Final, tal y como el Dr. Antonio Paolucci, Director de los Museos Vaticanos, me hizo notar durante un viaje a Roma cuando me dijo que: “En ese momento termina la historia. Así, igual que San Pedro devuelve las llaves, porque la Iglesia ya no tiene ningún papel, ahora que el tiempo se ha acabado, así también la Virgen no va a desarrollar más su papel de Madre de misericordia. Por eso se abraza resignada a su Hijo, porque sabe que su papel de Madre de misericordia ha concluido, ha terminado”. El título del fresco de Miguel Ángel, “El Juicio Final”, nos arroja al apocalíptico momento en el que Cristo-Juez descarga sobre la humanidad su justicia divina, y al contemplarlo, con cuerpo atlético y brazo enhiesto para descargar su veredicto, entramos en el misterio del Fin de los Tiempos, lo que provoca preguntarnos si la escena de Buonarrotti se refiere al Fin de los tiempos con la derrota del Anticristo, o al Fin del mundo luego del reinado de paz de Cristo en la Tierra. Nos conviene entender, al observar el rostro de Cristo en el fresco de la Capilla Sixtina, que se trata del Fin de los Tiempos porque no se aprecia enojado. Está serio, sí, pero tiene la boca cerrada, para no 247

asustar a nadie, y su mano parece mostrar, a la altura de la cabeza, más que la descarga de un castigo, la señal de un nuevo inicio para el hombre nuevo, gracias a su Misericordia divina. Esperemos que así sea, oremos por ello y mejoremos nuestras conductas ante la vida.

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“Necesito descansar” El descanso, más que un derecho, es una obligación, tanto para quien debe descansar, como para quien tiene en sus facultades concederle el descanso. No es cualquier cosa pues el descanso tiene origen divino y sobre su observancia prevalece un mandato de Dios. En el libro del Éxodo se consigna este mandamiento con el texto: “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor”. La Sagrada Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, cuando en el libro del Deuteronomio explica: “Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado”. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo 2172 explica que “La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios tomó respiro el día séptimo, también el hombre debe descansar y hacer que los demás, sobre todo los pobres, recobren aliento. El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero”. La observancia del sábado en el judaísmo encuentra continuidad en el cristianismo, pero trasladado al domingo porque, como vuelve a explicar el Catecismo, ahora en el párrafo 2174, “Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana. En cuanto es el primer día, el día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el octavo día que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor, diez dominica, el domingo. El concepto de descanso fue desarrollado también por los antiguos griegos, no a partir de la concepción divina pero sí a partir de la razón. Le llamaron Ocio y era considerado como el tiempo dedicado, principalmente por filósofos, para reflexionar sobre la vida, las ciencias y la política. La observancia del Ocio les permitía desarrollar la creatividad pues encontraban tiempo libre para pensar. Este es hoy el fundamento del “Año sabático” en los investigadores y en los hombres de ciencia. El Ocio es considerado hoy como la cesación del trabajo, la inacción y una total omisión de la actividad. Suele confundirse con la ociosidad, que es el terrible vicio de no trabajar y que acarrea la pérdida del tiempo inútilmente. No es lo mismo el Ocio que ociosidad. En el tiempo que nos ha tocado vivir, un tiempo llamado “Postmodernismo”, marcado por un relativismo que pone en duda toda verdad y que es esclavo de los mercados, de la economía y de la actividad financiera mundial, el Ocio ha sido suprimido, se ha negado porque se considera que no es productivo en asuntos económicos. A esta negación del Ocio se le llama “Negocio”, no como juego de palabras, sino como algo real. El modelo de vida conocido como American way of life sólo considera a la persona humana como sujeto de interés en cuanto sea económicamente activa y potencialmente consumidora de los productos del mercado. Esto es un riesgo de deshumanización, es un peligro de amputación de las ideas, es un freno a la creatividad, un alto al proceso de pensar. Porque los griegos observaban y cuidaban del Ocio hubo al mismo tiempo en Grecia tantos sabios. Por las calles de Atenas caminaron a un mismo tiempo Aristóteles, Arquímedes, Platón, Sócrates… Hoy en las universidades no se encuentra a uno sólo que sea poseedor de tan prodigioso pensamiento, porque se ha negado el Ocio. Conocedor de esta verdad, san Agustín llegó a la conclusión de que “El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor cultiva el justo trabajo”.

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El periodo de vacaciones proporciona la oportunidad de pensar, de volverse creativo, de encontrarse con Dios, consigo mismo, con la familia y con los demás, y por ello, debe vivirse con alegría y entera disponibilidad de entrega al Ocio. Así, aunque muchos digan que no, siempre podremos responder que nos entregaremos a una o dos semanas de Ocio porque necesitamos descansar. ¡Ah! Y nunca olvidar que es también mandato divino que todos los creyentes en Cristo “que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria” como consigna también el Catecismo de la Iglesia, en su párrafo 2186. ¡Dichosas vacaciones!

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“México descompuesto” A unas semanas de que iniciaran los festejos con motivo del Bicentenario de la Independencia, la nación se encontraba tan descompuesta y alterada por criminales, desde asaltantes en las calles, hasta bandas organizadas, que se evidenciaba enormemente el mal. El anhelo es que en el combate al crimen ganen las corporaciones policiacas, que se restituya el orden, la paz, la seguridad, pero todo indicaba que el camino todavía es largo y está sembrado de abrojos. El 4 de agosto de 2010 el Presidente de la República, Felipe Calderón, se reunió con los dirigentes de las diversas iglesias y credos religiosos para solicitarles su ayuda. Nunca es tarde, queremos pensar, pero México ha sufrido severas agresiones a la Fe desde hace ya también 200 años. En nombre de un mal-entendido Estado Laico se han perpetrado persecuciones contra la Iglesia, contra sus ministros y contra los creyentes. Se han cometido graves ofensas a Dios. Se han avalado leyes expoliadoras. Se hace uso de la ley para matar sin vergüenza, sin remordimiento, sin castigo. El Estado se ha desentendido de proteger al ser humano en gestación. Esta criminalidad que se ha entrometido en nuestra historia es consecuencia de haber expulsado a Dios de la cosa pública, de las escuelas, de las industrias, del mercado, de la familia. Ahora se imponen sanciones a candidatos que nombran a Dios y se silencia la voz de los sacerdotes, se les relega al interior de sus iglesias, se les amordaza, se les injuria, se hace burla de ellos sin temor a una pena porque, bien se sabe, nada pueden hacer, pues, se dice, sólo son sacerdotes. Los conventos y monasterios que las monjas construyeron con sus propios recursos, antes de la Independencia, han sido saqueados, están todos convertidos en museos, en oficinas públicas, en salas de espectáculos, porque las monjas fueron exclaustradas, arrebatadas de sus casas, arrancadas de sus propiedades y relegadas por el Estado al olvido, silenciadas, también desde hace un bicentenario. A unas semanas de que iniciaran los festejos ya se vivían los prolegómenos de lo que se festejaría con mucha música, con profusión de quema de cuetes, con antojitos y cervezas, con “mucho ruido pero con pocas nueces” como solemos decir desde hace también un bicentenario. ¿Qué pensarían los héroes de la Independencia de México, a 200 años del inicio de la lucha por alcanzar los ideales de una patria propia y soberana, al contemplar la descomposición que alcanzó esta nación en sólo un bicentenario? ¿Qué pudiera sospechar el Padre Miguel Hidalgo al ver que de Santa María de Guadalupe, cuya imagen él mismo enarboló como bandera, los gobernantes de 200 años después nada quieren saber? ¿Qué diría el Padre José María Morelos al conocer en lo que se transformaron sus “Sentimientos de la Nación”, diría que en verdad valió la pena ofrendar su vida por la independencia de México o que tal vez hubiese sido mejor dejar las cosas como estaban? Los ministros de culto, entre ellos obispos y cardenales, que se reunieron con el Presidente Calderón se comprometieron a presentar propuestas prácticas, las que se les vayan ocurriendo, pero también prometieron orar mucho. En medio de toda esta descomposición y en respuesta a los acuerdos tomados con el Presidente de la República, apareció una primera propuesta de búsqueda de paz. Se trató de la “Jornada universal Santa María de Guadalupe, Escudo y Patrona de nuestra Libertad” que se celebró el 8 de septiembre, en la Basílica de Guadalupe, de las cinco de la tarde a las diez de la noche y que incluyó el rezo de un Rosario de ocho misterios mientras se recorrían los lugares de las apariciones de la Virgen de Guadalupe que ocurrieran en este suelo en 1531. Esta Jornada buscó que en México se respetara la vida y que cesara toda violencia, secuestros, crímenes, abortos e injusticias. Es así como se volvió a buscar refugio en el hueco de las manos de la Madre 251

de los mexicanos, en el cruce de sus brazos, en el año 2010, un año marcado por la violencia del crimen organizado. Todos los mexicanos fueron invitados a unirse en oración a Dios Misericordioso por medio de su madre María de Guadalupe, la Virgen fundadora y forjadora de esta Patria. México está descompuesto y es preciso retornar a la búsqueda de Dios, de lo sagrado, de lo divino, estar “juntito” a su Madre, reconocernos como hermanos con respeto y con gozo, caminar en el amor y construir juntos la “casita sagrada” de la civilización de la Cultura, del Amor, de la Vida. Hasta entonces podremos estar tranquilos, no mientras vivamos acosados, asaltados, robados, asesinados, inmersos en un México descompuesto.

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“El exorcista” El demonio existe, es un ser que odia a Dios, por soberbia, y al ser humano por envidia. Su existencia, que es una verdad de fe, está registrada en las sagradas escrituras y en la Tradición. El ser humano tiene que vivir amenazado por esta creatura de naturaleza espiritual, pues así como Dios creó buenos a los ángeles, pero algunos se rebelaron contra el designio divino de servir, así Dios también creó buenos a los hombres pero algunos han rechazado su amor optando por la vida sin Él. Es el misterio de la Iniquidad. ¿Por qué si el Creador nos hizo para el Bien somos proclives? ¿Por qué si Dios es bueno permite el mal? Con ocasión del Congreso Internacional de Exorcistas, tuve la oportunidad, que luego se derivó en toda una experiencia, de conocer al Padre Gabriele Nanni, presbítero de la diócesis de L’Aquila, Italia, doctorado en Derecho canónico por la Pontificia Universidad Lateranense de Roma y quien hizo su tesis doctoral centrada en el Canon 1172 del Código de Derecho Canónico, canon que establece que “Sin licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar (el obispo), nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos. El Ordinario del lugar concederá esta licencia solamente a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida”. El Padre Nanni es exorcista. Hice programas de televisión con él y lo presenté en conferencia. De entre variadas respuestas con las que nos ilustró, puntualizo las siguientes: - Mediante el pecado, el diablo pone un sitio al hombre, una especie de asedio, como la estrategia militar consistente en rodear una ciudad por afuera de sus muros para luego asaltarla. El demonio va cerrando su asedio, conforme su víctima va sumando pecados a su historia, hasta que logra alejarlo de Dios en tanto sigue tejiendo complicados amarres que le atan. -Con el sacramento de la Reconciliación la atadura del pecado queda totalmente rota. Cristo la diluye, la disuelve hasta que el pecado, que se había convertido en ruptura con Dios, desaparece. -Las prácticas de brujería y esoterismo son recursos de los que el demonio se sirve para fijar su asedio. De manera gradual se estrecha la cercanía diabólica mientras crece el distanciamiento de Dios. Así, el mal va infestando las cosas, los ambientes, las personas. -Mediante el pecado se establece con el demonio una alianza o pacto que, de manera consciente o inconsciente, provoca que se olvide, para luego rechazar, la alianza original con Dios. -Se le llama “infestación demoniaca” a la presencia del mal en algún lugar u objeto que fueron utilizados para la práctica de brujería o de esoterismo. El exorcista puede pronunciar oraciones y fórmulas de liberación para expulsar de allí la invasión demoniaca. -Se le llama “vejación diabólica” al daño físico que el demonio logra provocar en una persona. Pueden surgir diversas dolencias y aparecer evidencias de golpes, moretones, laceraciones o cortadas. En ocasiones, durante la práctica del exorcismo, pueden aparecen letras en algunas partes del cuerpo. -Se le llama “obsesión satánica” a las ideas propias que puede fabricarse en su mente quien ha participado deliberadamente en actos esotéricos o de brujería provocándose a sí mismo una perturbación que le hace considerar que está poseído por el demonio. También se le llama “obsesión” al asedio que Satanás establece contra su víctima. -Se le llama “exorcismo” a la intimación o mandato hecho al espíritu del mal, en nombre de Jesucristo, para que abandone a una persona o un objeto. El “exorcismo solemne” sólo debe realizarse cuando la posesión satánica es contundente. -En una posesión el demonio toma control del cuerpo, de la voluntad y de la voz de la persona a la que ha invadido. 253

-Durante las oraciones de liberación y durante los exorcismos el demonio puede manifestarse de diversas maneras. -Un endemoniado está imposibilitado para rezar, muestra aversión y odio por lo sagrado y es incapaz de recitar el Credo. Pero durante el exorcismo solemne, cuando por mandato del exorcista logra pronunciar una oración, puede considerarse que el demonio ha sido expulsado de su cuerpo. -Los sacramentales, como son el Escapulario de la Virgen del Carmen, la Medalla de San Benito, el Agua de San Ignacio y el Agua Bendita, son poderosos escudos contra la influencia demoniaca. -La mejor manera de impedir influencias y posesiones diabólicas es mantenerse en Gracia, rezar el Rosario, acercarse a los sacramentos, confesarse, comulgar y asistir frecuentemente a Misa. El exorcista, por su parte debe reunir, en su vida privada y de ministerio, tres características fundamentales para el desempeño de su función y para mantenerse a salvo del demonio: ser Sabio, Sano y Santo. El Padre Gabriele Nanni reúne las tres.

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“A 25 años del terremoto” Como si sobre la ciudad de México hubiesen sido arrojadas mil bombas atómicas de 20 kilotones cada una, así fue la fuerza con la que el terremoto, de 8.1 grados en la escala de Richter, y con una fatal combinación de movimientos trepidatorios y oscilatorios, arrasó parte de nuestra ciudad hace 25 años, en 1985. Eran las siete de la mañana con 19 minutos, de aquel jueves 19 de septiembre, cuando comenzaron a colapsarse, de manera simultánea, 757 edificaciones. El suelo se sacudió durante dos minutos, tiempo que fue suficiente para dejar 45 mil muertos, 40 mil lesionados, 150 mil damnificados y 50 mil familias sin hogar. Son cifras oficiales que, bien sabemos, intentaron reducir la tragedia. Tuvieron que pasar 40 dramáticas horas para que el Presidente de la República entregara un mensaje a la Nación. Las autoridades aplicaron un plan llamado DN-III, hasta entonces desconocido, y del que luego supimos, consistía en que el Ejército acordonara las zonas afectadas. Pero el pueblo de México dio la respuesta que se necesitaba. Desde las primeras horas de aquel día la población civil salió a las calles para remover escombros y buscar sobrevivientes. Muchos automóviles se convirtieron en ambulancias, muchas casas en albergues, las iglesias en hospitales, enfermerías y centros de acopio. Desde allí y en cada sitio devastado se levantaron oraciones y súplicas al Cielo. Al domingo siguiente de la tragedia, el 22 de septiembre, durante su visita pastoral en Génova, Italia, al rezar el Ángelus, el Papa Juan Pablo II encomendó nuestros sufrimientos a la Virgen de Guadalupe, pidiéndole en la oración que infundiera en nosotros la fuerza necesaria para levantarnos y para reconstruir, confiados en la Providencia divina, todo cuanto había quedado destruido. El Papa dijo lo siguiente: “Me siento particularmente cercano en el pensamiento, en el corazón y en la oración, al pueblo de México, haciéndome partícipe del inmenso dolor que ha infligido el catastrófico terremoto. Elevo a Dios mi oración de sufragio por todos los muertos y ruego también por el alivio de los heridos y por todos cuantos sufren a causa de esta tragedia: las familias de los desaparecidos, los que se han quedado sin casa y por quienes han sido afectados en sus trabajos y en sus actividades. Que el Dios de todo consuelo se haga cercano con su gracia a todos los corazones afligidos en esta hora terrible de la cruz común. A Nuestra Señora de Guadalupe, de la que los mexicanos son tan devotos, como yo mismo he podido constatar durante mi visita, encomiendo en este momento a cuantos están sufriendo, para que les infunda consuelo, esperanza y, sobre todo, la fuerza necesaria para que puedan recuperarse y reconstruir con fe y esperanza todo lo que ha quedado destruido. También deseo animar toda iniciativa emergente que acuda al encuentro de las necesidades de socorro, al tiempo que hago un llamamiento urgente a la solidaridad humana de todos los pueblos y de todas las naciones en este momento de tragedia. Que Dios conceda a todos los corazones humanos y a los responsables de las organizaciones privadas y públicas el espíritu de la caridad fraterna, de la generosidad, del deseo de socorrer a todos aquellos que se encuentran sufriendo este dolor tan grande. A todos los bendigo de corazón y ruego por todos”. Las palabras del Papa llegaron como una caricia hace 25 años porque estábamos deshechos, porque nuestra ciudad había sido visitada por la muerte. El silencio había invadido nuestras vidas, luego el sonar de sirenas, el golpe de martillos, el rugir de excavadoras… Pero también llegó la esperanza, no había día en que no se supiera de nuevos rescates de vidas humanas de entre los escombros. De debajo del concreto volvían a nacer los recién nacidos. Por estas fechas muchos cumplen 25 años de edad, otros 25 de haber vuelto a nacer. Fueron muchos los caídos pero fueron más los que les ayudaron a levantarse. Miles de muertos pero millones de manos que ayudaron, manos mexicanas, manos de todo el mundo. 255

El rostro de la ciudad se fue recuperando, se restauraron 3 mil edificaciones con daños estructurales y se reconstruyeron mil edificios en ruinas, aunque hubo edificios de los que ya sólo queda el recuerdo, como hubo mexicanos que pasaron a vivir en nuestros corazones. Desde hace 25 años los habitantes de la ciudad de México sabemos que somos solidarios, que podemos hacernos uno en la desgracia, porque lo que a unos les duele a todos nos duele. Sabemos que podemos ayudar. Así es como esta dolorosa experiencia nos ha logrado dejar este conocimiento: que de todo mal, Dios siempre sabe sacar un mayor bien.

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“La tristeza del Papa” A Benedicto XVI le ha correspondido ser, desde el inicio de su pontificado, el Papa del destape de los abusos sexuales de clérigos. Si bien la norma moral establece que cuando no puede elegirse el bien, porque no cabe otra opción, debe entonces optarse por el menor mal, el silencio que se había guardado ante los abusos dejó de ser el mal menor para convertirse en un mal mayor cuando se destaparon los escándalos que ya nadie pudo mantener bajo sigilo. Durante su visita apostólica a Gran Bretaña, del 16 al 19 de septiembre, el Papa volvía a referirse a los aberrantes sucesos cuando en rueda de prensa con los periodistas acreditados para cubrir el viaje, abrió sus sentimientos y explicó: “Antes que nada, he de decir que estas revelaciones fueron para mí un shock, no sólo una gran tristeza. Es difícil comprender cómo ha sido posible una tal perversión del ministerio sacerdotal. El sacerdote, en el momento de la ordenación, momento para el que se ha preparado durante años, dice que sí a Cristo para hacerse su boca, su mano, para servir con toda su vida, para que el Buen Pastor, que ama, ayuda y conduce a la verdad, esté presente en el mundo. Es difícil comprender cómo un hombre que ha hecho y dicho esto pueda caer después en esta perversión”. También reconoció la responsabilidad de la Iglesia, como autoridad, cuando dijo: “Es una gran tristeza; una tristeza también que la autoridad de la Iglesia no haya estado suficientemente vigilante ni suficientemente rápida, decidida, para tomar las medidas necesarias”. Además explicó que la Iglesia pasa por momentos difíciles que deben llevarla a la renovación: “Por todo esto estamos en un momento de penitencia, de humildad y de sinceridad renovada. Como escribí a los obispos irlandeses, me parece que tenemos que hacer ahora un tiempo de penitencia, un tiempo de humildad, y renovar y aprender de nuevo en absoluta sinceridad”. Luego pasó de la confesión de los hechos a la practicidad de las soluciones en el siguiente orden de prioridades: “En cuanto a las víctimas, diría que hay tres cosas importantes. El primer interés son las víctimas: ¿Cómo podemos reparar? ¿Qué podemos hacer para ayudar a estas personas a superar este trauma, a recuperar la vida, a volver a encontrar también la confianza en el mensaje de Cristo? Atención, compromiso por las víctimas, es la primera prioridad, con ayuda material, psicológica, espiritual. Segundo, el problema de las personas culpables. La pena adecuada es apartarlos de toda posibilidad de acceso a los jóvenes, porque sabemos que esto es una enfermedad y que la libre voluntad no funciona donde está esta enfermedad. Por eso, debemos proteger a estas personas contra ellas mismas y excluirlas de todo acceso a los jóvenes. El tercer punto es la prevención en la educación, en la elección de los candidatos al sacerdocio: estar atentos de manera que, según las posibilidades humanas, se eviten futuros casos”. De regreso de Gran Bretaña, durante la Audiencia General celebrada en la plaza de San Pedro, el miércoles 22, el Papa compartió las experiencias del viaje y relató que en la Nunciatura Apostólica en Londres se encontró con algunas víctimas de abusos por parte de clérigos y religiosos y dio a conocer que fue “un momento intenso de conmoción y de oración”. Los dichos y los hechos de Benedicto XVI, además de que confirman que es el Papa que ha sacudido el árbol para provocar la caída de los frutos podridos, son la respuesta contundente, que se esperaba desde hace varios años, a las perversas conductas de sacerdotes pedófilos que perpetraron sus perversiones en varios países, entre ellos México, noble nación cuyo nombre ha sido ensuciado por las desviaciones y delitos del fundador de una congregación, asunto que es más grave. Pero el Papa tiene todavía mucho por hacer, debe limpiar la casa por completo, sin dejar basura debajo de los tapetes. Sabe que el asunto mexicano debe quedar bien lavado y totalmente purificado y sabe que debe imponer enmiendas profundas para provocar una renovación permanente y completa. 257

¡Cuánta vergüenza ha sido arrojada sobre los hombros del Papa! ¡Cuánto desconsuelo se ha instalado en su corazón! ¿Habrán considerado esos curas pedófilos el pesar que caería sobre el Santo Padre, inocente de sus vicios, cuando utilizaron a niños como sus objetos de placer sexual desviado? Por sensatez, si no ya en obediencia a sus promesas de celibato o votos de castidad, es preciso que esos insensatos clérigos, dispersos por el mundo, abandonen la cobardía que en sus escondites crece y que salgan para siempre de la Iglesia. Esta es una exigencia en nombre del Papa.

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“Los ángeles” Porque no los vemos, es fácil que nos olvidemos de los ángeles, y luego, que dudemos de su existencia, cosa que puede hacer que desaprovechemos muchas gracias que Dios ha querido hacernos llegar a través de ellos. Es por esto que la Iglesia ha fijado dos fechas para celebrarlos en la liturgia: el 29 de septiembre se dedica a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, y el 2 de octubre a los santos ángeles custodios. Su existencia es verdad de fe. Son seres espirituales, no corporales, inmortales y dotados de una inteligencia y voluntad en grado superior a las de los seres humanos. Son servidores y mensajeros de Dios, son los agentes de sus órdenes y viven atentos a la voz de su palabra. San Agustín afirma respecto a ellos que “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Durante una serie de catequesis que el Papa Juan Pablo II dio a conocer durante las audiencias generales que celebró los miércoles de los meses de julio y agosto de 1986, afirmó que “según la Sagrada Escritura los ángeles, en cuanto creaturas puramente espirituales, se presentan a la reflexión de nuestra mente como una especial realización de la imagen de Dios, Espíritu perfectísimo, tal y como Jesús mismo recordó a la mujer samaritana con las palabras: -Dios es espíritu-. Los ángeles son, desde este punto de vista, las creaturas más cercanas al modelo divino. El nombre que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es sobre la verdad y sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres porque Ángel (Angelus) quiere decir, en efecto, mensajero, en tanto que el término hebreo malak, usado en el Antiguo Testamento, significa propiamente delegado o embajador. Los ángeles, creaturas espirituales, tienen función de mediación y de ministerio en las relaciones entre Dios y los hombres. Bajo este aspecto la Carta a los hebreos afirma que Cristo tiene un ministerio de mediación muy superior al de ellos. A los ángeles está confiado en particular un cuidado y solicitud especiales para con los hombres, a favor de quienes presentan a Dios sus peticiones y oraciones”. A los ángeles no los vemos con los ojos porque ellos no tienen cuerpo, aunque en determinadas circunstancias pueden manifestarse bajo formas visibles a causa de su misión a favor de los hombres. Como no tienen cuerpo, los ángeles no están sometidos a la ley de corruptibilidad que une todo el mundo material. Los ángeles también son imagen y semejanza de Dios porque son seres personales. Estos serespersonas, casi agrupados en sociedad, se subdividen en órdenes y en grados, correspondientes a la medida de su perfección y a las tareas que se les confían. Los autores antiguos de la Tradición, y la liturgia, hablan de nueve coros angélicos. La Teología, por su parte, no ha rechazado estas agrupaciones y ha tratado además de darles una explicación doctrinal y mística, pero sin atribuirles un valor absoluto. Santo Tomás prefirió profundizar en las investigaciones sobre la elevación espiritual de estas creaturas puramente espirituales, tanto por su dignidad en la escala de los seres, como porque en ellos pudo profundizar mejor en el conocimiento de las capacidades y actividades propias del espíritu en su estado puro. La jerarquía de los ángeles, dividida en grupos o grados se basa en los diversos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. Dentro de esta jerarquía, los superiores hacen participar a los inferiores de sus conocimientos. Cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquía y todos ellos forman la corte celestial. Han sido agrupados de la siguiente manera: Jerarquía Suprema.- serafines, querubines y tronos. Jerarquía Media.- dominaciones, virtudes y potestades. Jerarquía Inferior.- principados, ángeles y arcángeles. Los únicos nombres de arcángeles que constan en las Sagradas Escrituras son: Miguel, Gabriel y Rafael. Miguel aparece en la defensa de los intereses divinos ante la rebelión de los ángeles malos. Gabriel, 259

enviado por el Señor a diferentes misiones, anunció a la Virgen María el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su maternidad divina. Rafael acompañó al joven Tobías cuando cumplía un especial encargo y se ocupó de solucionar difíciles asuntos de su esposa. El Ángel Custodio o Ángel de la Guarda intenta guiarnos durante toda nuestra vida y nos acompañará ante la presencia de Cristo-Jesús, con el mayor anhelo, por su parte, de que alcancemos la salvación. Confiarnos a este ángel personal nos reportará grandes gracias celestiales y beneficios constantes y evidentes en la vida.

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“El Papa de los valores” Benedicto XVI se ha constituido en voz de los valores. Hablar de ellos se ha vuelto cotidiano para él, es su modo de hablar, de decir las cosas. El tema de los valores humanos es su discurso invariable, como si hubiera de decir muchas veces lo mismo para que quienes le oyen sepan escuchar, comprender, aprender… Habla de los valores fundamentales e indispensables, de los valores individuales y colectivos, de los personales y familiares, pero también habla, con particular insistencia, de los valores olvidados y desdeñados, de los menospreciados y criticados, de los que ahora suele ridiculizárseles. ¿Cuáles son los valores de los que habla constante, repetitiva, incansablemente el Papa? Es suficiente un solo discurso de Benedicto XVI para conocerlos, para acercarse a ellos, como el que pronunció en Palermo, capital de Sicilia, cuando estuvo allí de visita el 3 de octubre de 2010. Presento enseguida una selección de esos valores: “Aunque no faltan ni dificultades ni problemas; pienso, en particular, en quienes viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral y a causa del crimen organizado. Estoy aquí para darles un fuerte aliento para no tener miedo de testimoniar con claridad los valores humanos y cristianos”. “Que los valores más auténticos de la historia y tradición, sepan siempre lograr el auspicio de serenidad y de paz”. “Así como una palanca mueve mucho más que su propio peso, así la fe, inclusive una pizca de fe, puede realizar cosas impensables, extraordinarias. La fe, fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas, hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad”. “El sentido religioso siempre ha inspirado y orientado la vida familiar, alimentando valores como la capacidad de donación y de solidaridad hacia los otros, especialmente con los que sufren, y el innato respeto por la vida, que constituyen una preciosa herencia que se debe custodiar celosamente y se debe impulsar aún más en nuestros días. ¡Que sean siempre los valores cristianos los que guíen sus decisiones y sus acciones!”. “Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber hecho un servicio y por ello merece una gran recompensa”. “No tengan miedo de vivir y testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana, sobre todo en las más difíciles. La fe entrega la fuerza de Dios para ser siempre confiados y animosos, para seguir adelante con nuevas decisiones, para emprender las iniciativas necesarias”. “No se avergüencen del testimonio de nuestro Señor. Lo que es vergonzoso es el mal, lo que ofende a Dios, lo que ofende al hombre, lo que el mal produce a la Comunidad civil y religiosa con acciones que no aman salir a la luz”. “La tentación del desánimo, de la resignación, llega a quien es débil en la fe, a quien confunde el mal con el bien, a quien piensa que ante el mal, con frecuencia profundo, no haya nada que hacer. En cambio, quien está sólidamente asentado en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es capaz de llevar la fuerza avasalladora del Evangelio”. “Que los santos los custodien y que alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras y las obras, la presencia y el amor de Cristo. ¡Mira con esperanza tu futuro! ¡Vive con valentía los valores del Evangelio para hacer resplandecer la luz del bien! ¡Con la fuerza de Dios todo es posible!” “Sigan siempre a Jesús cueste lo que cueste, dando así testimonio de la belleza de ser cristianos”.

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“Es en la familia donde germina en el alma humana la primera percepción del sentido de la vida. Florece en la relación con la madre y con el padre, que no son dueños de la vida de los hijos, sino los primeros colaboradores de Dios para la transmisión de la vida y de la fe”. “No tengan miedo de contrarrestar el mal. No cedan a las sugestiones del crimen organizado, que es un camino de muerte, incompatible con el Evangelio”. “El mayor regalo que hemos recibido es ser Iglesia, ser en Cristo signo e instrumento de unidad, de paz, de verdadera libertad. ¡Nadie puede quitarnos esta alegría! ¡Nadie puede quitarnos esta fuerza! ¡Sean santos!”. Es valioso escuchar a Benedicto XVI y atender a lo que tiene que decirnos, denunciar o señalar, como es valioso también reconocer que si no es la voz del Papa, ¿cuál otra es la voz que se hace escuchar hoy para recordarnos la riqueza de los valores humanos y sociales?

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“La Iglesia se renueva” Benedicto XVI ha decidido crear un nuevo dicasterio, es decir, un nuevo organismo de gobierno de la Santa Sede. Se trata del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Lo creó el 21 de septiembre de 2010 mediante la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio de nombre “Ubicumque et semper” que fue dada a conocer el día 12 de octubre. El Papa puso al frente de este Consejo Pontificio al arzobispo Rino Fisichella en calidad de Presidente. El objetivo fundamental que busca el Santo Padre consiste en renovar las formas del anuncio del Evangelio en un momento de la humanidad en el que son muchos los creyentes que ya no logran entender el sentido de pertenencia a la comunidad cristiana. La situación histórica contemporánea la ha definido el Papa en varias ocasiones como “una dictadura del relativismo” que ha provocado un individualismo carente de responsabilidad pública y social. Este renovado anuncio del Evangelio debe responder a las nuevas exigencias que presentan las generaciones que ya son víctimas del subjetivismo de nuestro tiempo. Entre las competencias confiadas al Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización está la de promover el uso del Catecismo de la Iglesia Católica. Al respecto, Mons. Rino Fisichella se manifestó diciendo que “el Catecismo, de hecho, es uno de los frutos más maduros de las indicaciones conciliares, ya que recoge de forma orgánica la totalidad del patrimonio de la evolución del dogma y es la herramienta más completa para transmitir la fe de siempre ante los constantes cambios y los interrogantes que el mundo plantea a los creyentes. Para ello, el nuevo dicasterio utilizará todas las formas que los progresos de la ciencia de la comunicación han convertido en instrumentos positivos al servicio de la nueva evangelización”. Presento, enseguida, algunos extractos de la Carta “Ubicumque et semper” que por sí mismos explican esta renovación en la Iglesia: - “La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en cualquier lugar el Evangelio de Jesucristo. Esa misión ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestra época, uno de los rasgos característicos ha sido la confrontación con el fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde siglos estaban impregnadas del Evangelio”. - “Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en los últimos tiempos tienen causas complejas que hunden sus raíces en el tiempo y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. Y si por una parte la humanidad ha conocido los beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de la esperanza que lleva, por otro se ha verificado una preocupante pérdida de sentido de lo sacro que lleva a poner en tela de juicio fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo, único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del ser humano como el nacimiento, la muerte, la vida en una familia y la referencia a la ley moral natural”. - “Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II asumió entre las cuestiones fundamentales la de la relación entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Siguiendo las enseñanzas conciliares, mis predecesores han reflexionado ulteriormente sobre la necesidad de encontrar formas adecuadas para que nuestros contemporáneos escuchen todavía la Palabra viva y eterna del Señor”. - “El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II hizo de esta concienzuda tarea uno de los fundamentos de su vasto magisterio, sintetizando el concepto de nueva evangelización, que profundizó sistemáticamente en numerosas intervenciones, la tarea que espera hoy a la Iglesia, en particular en las regiones de antigua cristianización”.

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- “Por lo tanto, haciéndome cargo de las preocupaciones de mis venerados predecesores, creo oportuno ofrecer las respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un empuje misionero capaz de promover una nueva evangelización”. - “En las Iglesias de antigua tradición, a pesar de la progresión del fenómeno de la secularización, la práctica cristiana manifiesta todavía una buena vitalidad y un profundo enraizamiento en el ánimo de enteras poblaciones. Conocemos también, desgraciadamente, que hay zonas casi completamente descristianizadas donde la luz de la fe se confía a pequeñas comunidades: estas tierras, que necesitarían un primer anuncio renovado del Evangelio, se muestran particularmente refractarias a muchos aspectos del mensaje cristiano”. - “En la raíz de toda evangelización no hay un proyecto de expansión humana, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios nos ha dado, haciéndonos partícipes de su vida”.

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“El sucesor de Benedicto XVI” Es el Papa y solamente el Papa quien nombra y crea cardenales. Primero los nombra, cuando hace el anuncio de su decisión dando a conocer sus nombres; luego los crea, durante la celebración del Consistorio Público Ordinario que tiene lugar unos días después del nombramiento, tiempo suficiente para que se congregue en Roma el Colegio cardenalicio integrado por cardenales procedentes de todo el mundo. Benedicto XVI ha nombrado cardenales en tres ocasiones: el 24 de marzo de 2006, cuando creó a 14; el 24 de noviembre de 2007, cuando creó a 23; y el 20 de octubre de 2010 cuando nombró a 24, a quienes creó cardenales en el Consistorio Público Ordinario del 20 de noviembre. De entre los cardenales, son ellos mismos quienes eligen al Sucesor de Pedro. Así ocurre desde el año 1059. Lo eligen durante el periodo de “Sede Vacante”, cuando el Papa ha muerto, en el Cónclave de elección que se celebra en la Capilla Sixtina del Vaticano. Sólo participan los cardenales que tienen menos de 80 años de edad. Hasta principios de 2011, el Colegio cardenalicio está integrado por 179 cardenales, de los que 102 son electores; pero a partir del próximo Consistorio estará integrado por 203, de los que 121 serán electores y de entre quienes será elegido el sucesor de Benedicto XVI. Durante la Audiencia General del pasado 20 de octubre, el Papa dio a conocer los nombres de los 24 nuevos cardenales, de los que 20 serán electores. La lista de los nombramientos incluye a los siguientes arzobispos: Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos; Antonio Naguib, Patriarca de Alejandría de los Coptos (Egipto); Robert Sarah, Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum; Francesco Monterisi, Arcipreste de la basílica de San Pablo Extramuros; Fortunato Baldelli, Penitenciario Mayor; Raymond Leo Burke, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; Kurt Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos; Paolo Sardi, Vice camarlengo de la Santa Iglesia Romana; Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero; Velasio De Paolis, Presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede; Gianfranco Ravasi, Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura; Medardo Joseph Mazombwe, emérito de Lusaka (Zambia); Raúl Eduardo Vela Chiriboga, emérito de Quito (Ecuador); Laurent Monsengwo Pasinya, de Kinshasa (República Democrática del Congo); Paolo Romeo, de Palermo (Italia); Donald William Wuerl, de Washington (EE.UU); Raymundo Damasceno Assis, de Aparecida (Brasil); Kazimierz Nycz, de Varsovia (Polonia); Albert Malcolm Ranjith Patabendige Don, de Colombo (Sri Lanka) y Reinhard Marx, de Munich y Freising (Alemania). Además, el Papa elevó a la dignidad cardenalicia a dos prelados y a dos eclesiásticos que se habían distinguido “por su generosidad y dedicación al servicio de la Iglesia”, de más de 80 años de edad. Se trata de: el Arzobispo José Manuel Estepa Llaurens, castrense emérito de España; el Obispo Elio Sgreccia, presidente emérito de la Pontificia Academia para la Vida; Monseñor Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité de Ciencias Históricas (Alemania) y Monseñor Domenico Bartolucci, Maestro y director emérito de la Capilla Musical Pontificia Sixtina. De estos 24 cardenales, diez son italianos, cuatro africanos, dos sudamericanos, uno asiático, dos estadounidenses y el resto europeos. El más joven de ellos es Reinhard Marx, de 57 años, el arzobispo de Munich, diócesis de la que fue arzobispo el cardenal Ratzinger entre 1977 y 1981. El título de Cardenal fue reconocido por primera vez durante el pontificado de Silvestre I, entre los años 314 y 335, pero el Colegio cardenalicio fue instituido, en su forma actual, hasta el año 1150. El número de los cardenales ha ido en aumento con el paso del tiempo desde que durante los concilios de Constanza, de 1414 a 1418, y Basilea, de 1431 a 1437, el número se limitó a 24. Ahora llegará a 121, su máximo en la historia de la Iglesia. 265

Es de considerar que cuando el Papa crea cardenales está preparando, de alguna manera, su sucesión, aunque no deja de tener él mismo sus limitaciones porque hay sedes episcopales y dicasterios vaticanos de tradición cardenalicia, que el Papa no podría soslayar. Benedicto XVI tiene más de 83 años y su estado de salud es excelente, aunque últimamente lo he visto adelgazar, cosa que puede ser buena, porque conserva un peso saludable, o no tan buena, porque padece diabetes. De cualquier modo, el Colegio cardenalicio, renovado, no dejará de significar un grande e importante apoyo para el tiempo que resta del pontificado de Benedicto XVI, un Papa que de manera conspicua ha demostrado ser sabio, justo, bueno y enérgico. Justo el Papa que queremos.

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“En España” Cada vez que la Memoria litúrgica del apóstol Santiago cae en domingo, es Año Santo Compostelano, y el peregrino que acude en cualquier momento del año a la Catedral de Santiago, y recorre el camino de Compostela, recibe el don de la Indulgencia Plenaria con el perdón de sus pecados y remisión de sus culpas. Benedicto XVI estuvo en España, en Santiago el sábado 6 de noviembre de 2010, como peregrino. En el vuelo apostólico el Papa explicó que “estar en camino forma parte de mi biografía. Pero esto quizá es algo exterior; sin embargo, me ha hecho pensar en la inestabilidad de esta vida, en el hecho de estar en camino... Sobre la peregrinación uno podría decir: Dios está en todas partes, no hace falta ir a otro lugar, pero también es cierto que la fe, según su esencia, consiste en ser peregrino. En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, a Dios. Así es siempre la peregrinación. Basta decir que los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Peregrinando aquí se ha encontrado la identidad común europea, y también hoy renace este movimiento, esta necesidad de estar en movimiento espiritual y físicamente, de encontrarse uno con otro y de encontrar silencio, libertad, renovación, y encontrar a Dios”. Al día siguiente, domingo 7, el Papa estuvo en Barcelona para consagrar la iglesia obra del arquitecto Antonio Gaudí y elevarla al rango de Basílica. También, durante el vuelo, el Papa explicó que “esta catedral es también un signo para nuestro tiempo. En la visión de Gaudí, percibo sobre todo tres elementos. El primero es la síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad. Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales, de atreverse en su siglo, con una visión totalmente nueva. Presenta esta catedral como lugar del encuentro entre Dios y el hombre en una gran solemnidad. Tiene la valentía de estar en la tradición, pero con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y demuestra así la unidad y el progreso de la historia. Es algo hermoso. En segundo lugar, Gaudí buscaba este trinomio: libro de la naturaleza, libro de la Escritura, libro de la liturgia. Y esta síntesis es precisamente hoy muy importante. En la liturgia, la Escritura se hace presente, se convierte en realidad hoy, no es una Escritura de hace dos mil años, sino que debe ser celebrada, realizada. En la celebración de la Escritura habla la creación y lo creado encuentra su verdadera respuesta, porque -como nos dice san Pablo- la criatura sufre, y en lugar de ser destruida, despreciada, aguarda a los hijos de Dios, es decir, a quienes la ven en la luz de Dios. Esta síntesis entre el sentido de la creación, la Escritura y la adoración es precisamente un mensaje muy importante para la actualidad. Y finalmente hay un tercer punto: esta catedral nació por una devoción típica del siglo XIX: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret, pero esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque el problema de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad. Expresa el tema fundamental de la familia, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en una familia y nos llama a edificar y vivir la familia”. Ya en España Benedicto XVI habló de la extensión del relativismo y del secularismo por todo el mundo explicando que “la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, son universales, aunque el punto álgido sea el mundo occidental, con su secularismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe renovarse para ser la fe de hoy y responder al desafío de la

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laicidad”. Luego agregó que “por eso, el futuro de la fe y del encuentro -no del enfrentamiento, sino del encuentro- entre fe y laicidad, tienen un foco central.” Benedicto XVI estará nuevamente en España, por tercera ocasión en su pontificado, en 2011, para celebrar el Encuentro Mundial con la Juventud, un encuentro multitudinario que será oportunidad para cosechar con los jóvenes lo que en ellos ha sembrado.

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“Los fieles difuntos” No es lo mismo el día de los muertos que la festividad de los fieles difuntos. No es lo mismo, porque desde la mirada del incrédulo, los muertos están muertos, no hay nada que celebrar, pero mucho que lamentar, porque la muerte los arrancó del mundo de los vivos para llevarlos a la ausencia de toda vida. La perspectiva del creyente, en cambio, ve que la muerte no es otra cosa sino “el paso de esta vida al Padre”, como Jesús mismo la definió, y que los difuntos no están muertos sino vivos, en la vida de la que ya no morirán, en la vida eterna, en la vida de Dios. El difunto es todo aquel que ha dejado de funcionar porque han cesado sus funciones en la Tierra. Es un difunto, pero no es un muerto, porque con la resurrección vuelve a vivir, ahora con nuevas funciones, ahora en la eternidad. Hay una pequeña diferencia entre los términos “muerto” y “difunto” pero una grande diferencia que consiste en vivir o en morir, en estar vivo o en estar muerto. Quienes rezamos a diario, principalmente al inicio y al final del día, solemos pronunciar la oración que Jesús nos enseñó y en ella afirmamos: “Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”. Pues bien, la voluntad de Dios consiste en que luego de vivir en el mundo, después de dejar aquí a nuestra descendencia, muramos para el mundo, en la Tierra, para que enseguida vivamos en la Gloria del Cielo eternamente. ¿Alguien aquí tiene una mejor idea o un plan más brillante que este plan de Dios? Con la muerte termina toda posibilidad de santificación porque en eso consiste, precisamente, la vida, en la búsqueda del Reino de los cielos. Por esto es que Santa Teresa de Jesús afirma que “el hombre mortificado, por la negación de sí mismo, va muriendo progresivamente al propio yo, preparándose así ante el misterio de la muerte, cual despojo total de la propia vida. El cristiano no ha de temer la muerte. Gracias a ella alcanza a su Dios, al Amor tanto tiempo anhelado. La Fe y el amor de Dios no sólo ayudan a vivir alegres y felices la vida, sino que hacen llevadero el trance de la muerte. Cruzando el umbral de la muerte, alcanza la vida.” Por esto es que también escribe: “Todo se pasa tan presto, que más habíamos de traer el pensamiento en cómo morir que no en cómo vivir”. Lo escrito por Santa Teresa también lo expresa la sabiduría popular cuando dice “Vive siempre como quien ha de morir”, dicho que se refiere a que si de algo podemos estar ciertos es de que, antes o después, todos hemos de morir. Nadie sabe cómo, ni cuándo, ni dónde, pero sabemos que una vez pasado este trance no hay retorno porque el destino es eterno. Por esto tiene tanta importancia el morir en gracia de Dios, por la eternidad del destino, que sólo ofrece tres horizontes: Cielo, Infierno o Purgatorio. El Infierno es el tormento eterno de los que mueren sin arrepentirse de sus pecados. Es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Su existencia es dogma de fe y está definido en el Concilio IV de Letrán. “Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno”. El Purgatorio es el sufrimiento de las almas que no se condenan por no haber muerto en pecado mortal, pero tienen que purificarse, de algún rastro de pecado, antes de entrar al Cielo. Su existencia es dogma de fe. Está definido en los Concilios de Lyon Florencia y Trento. “Los que mueren en la gracia y amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios”. El Cielo es la felicidad con que Dios premia eternamente a los que mueren en Gracia. Es el conjunto de todos los bienes, sin mezcla de mal alguno. La Iglesia ha definido como dogma de fe su existencia y eternidad. Allí la felicidad es proporcional a los méritos contraídos en esta vida, pero todos allí son totalmente felices.

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En la festividad de los fieles difuntos, el 2 de noviembre, se puede ganar Indulgencia plenaria para las almas del purgatorio, y conviene saber que cuando logramos sacar a quien sea del Purgatorio, tendremos para siempre a una alma agradecida, un amigo en el Cielo que se interesará por nosotros y nos ayudará en nuestras necesidades.

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“La Medalla Milagrosa” En la ciudad de París, en la Rue du Bac, se apareció la Virgen María, en la capilla del convento de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, a una novicia de nombre Catalina Labouré, varias veces, en el año 1830. Se le apareció en la capilla, junto al altar, y se sentó frente a ella en una silla que aún se conserva en el mismo sitio de las apariciones. Catalina había nacido en 1806 en Bretaña, Francia. Sus papás, que eran agricultores, le pusieron por nombre Zoé. Su mamá murió cuando ella tenía apenas nueve años, pero Zoé no se imaginaba que el Cielo la tenía reservada para ser una vidente, para ver a la Madre de Dios y para platicar vivamente con ella. La primera aparición fue en julio de 1830, cuando ella vio a su Ángel de la Guarda y a la Virgen María, pero la más significativa ocurrió en noviembre… Zoé quiso ser monja, pero su papá se opuso y la envió a París para que, al conocer la gran ciudad, cambiara de parecer. Pero su voluntad era firme, porque luego de conseguir el permiso de su papá, ella dirigió sus pasos a la calle del Bac y entró al noviciado de las Hijas de la Caridad. Allí tomó el nombre de Catalina, como religiosa, allí atendió la cocina, el gallinero, la enfermería y la portería. Allí también atendió a los ancianos que buscaban frutos de caridad cristiana. El 18 de julio, a las 11:30 de la noche, su Ángel de la Guarda despertó a Catalina. Ella vio a un niño vestido de blanco que le dijo: “Levántate pronto y ven a la capilla, la Santísima Virgen te espera”. El ángel la llevó al presbiterio. Catalina oyó el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de exquisita belleza atravesaba majestuosamente el presbiterio. Entonces, mirando a la Virgen, se puso a su lado y se arrodilló con las manos apoyadas sobre las rodillas de la Santísima Virgen. Ella recuerda: “Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí”. De entre las diversas ocasiones en que la Virgen Madre de Dios se apareció a Sor Catalina, la más significativa fue el 27 de noviembre cuando le pidió que se acuñara una medalla con su imagen. Así es como ocurrió, según lo narró su confesor, el Padre Aladel: “La Virgen se le mostró en un retrato de forma oval. Estaba sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. De sus manos salían rayos resplandecientes que caían sobre la tierra. Arriba estaba escrito: ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti!... En el reverso del retablo estaba la letra M, sobre la que había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María. Después oyó estas palabras: Has de acuñar una medalla según este modelo. Los que la lleven puesta y recen devotamente está súplica, alcanzarán especial protección de la Virgen. Y desapareció la visión”. La Virgen María había posado sus ojos en la novicia haciéndole comprender que Ella derrama grandes gracias sobre quienes se las piden, como la misma Catalina explicó: “¡Cuán generosa es Ella hacia las personas que se las imploran; cuántas gracias otorga a los que se las piden; qué alegría Ella siente al dar estas gracias!”. También narra una promesa contundente de la Virgen: “Haz acuñar una medalla según este modelo; las personas que la lleven recibirán grandes gracias, sobre todo colgándosela del cuello. Las gracias serán abundantes para quienes la lleven con fe”. Dos años después, en 1832, su confesor, quien al inicio no creyó en las confidencias de la vidente, buscó a monseñor Quélen, arzobispo de París, para obtener su permiso de grabar la medalla, según la Virgen había manifestado. Catalina Labouré siguió viviendo su vida de religiosa, con humildad y en el anonimato, porque en el convento se decidió mantener bajo sigilo su identidad. La medalla se propagó por París con rapidez, luego 271

por toda Francia y pronto por el resto del mundo. El pueblo la llamó la Medalla Milagrosa por los muchos prodigios que obraba. Catalina murió en París en 1876. Su cuerpo fue encontrado incorrupto 56 años más tarde, conservando intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen María. Fue beatificada por Pío XI en 1923 y canonizada por Pío XII en 1947. Cada año, el 27 de noviembre, celebramos este acontecimiento de Gracia que ha quedado grabado para siempre en la Medalla Milagrosa.

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“El libro Luz del mundo” Del libro de Benedicto XVI “Luz del mundo, el Papa, la Iglesia y el signo de los tiempos, una conversación con Peter Seewald”, escrito a manera de entrevista con el periodista alemán, y presentado el 23 de noviembre de 2010 en la Sala de Prensa de la Santa Sede, los medios de comunicación recogieron y saludaron con inusitado entusiasmo solamente el final del capítulo 11 en el que el Papa responde a una pregunta sobre el uso del profiláctico en las relaciones sexuales como medio para el control del SIDA. Pero el libro trata otros muchos temas que no supo recoger ni difundir la prensa internacional; por lo tanto, presento en seguida una selección de algunos de ellos: Pederastia.- “Ha sido una crisis grande, es necesario decirlo. Ha sido terrible para todos nosotros. De repente toda esa suciedad. Pero lo sucedido no me ha cogido del todo por sorpresa. En la Congregación para la Doctrina de la Fe ya me había ocupado de los casos americanos; y había visto comenzar a generarse la situación en Irlanda. Pero las dimensiones fueron un enorme shock. Ver de repente el sacerdocio ensuciado de esta manera, y en la propia iglesia católica, ha sido difícil de soportar”. Abusos sexuales de Marcial Maciel.- “Por desgracia, afrontamos la cuestión con mucha lentitud y gran retraso. De alguna manera estuvo bien encubierta y sólo en el año 2000 comenzamos a tener puntos de referencia concretos”. Dimisión.- Cuando el peligro es grande no se puede huir. Es por eso por lo que seguramente no es este el momento de dimitir. Es justo en momentos como éste que resulta necesario resistir y superar las situaciones difíciles. Pero cuando un Papa alcanza la conciencia clara de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces, en algunas circunstancias, tiene el derecho y hasta el deber, de dimitir”. Vejez y cansancio.- “En realidad este es un esfuerzo casi excesivo para un hombre de 83 años. Gracias a Dios, tengo muchos buenos colaboradores. Todo viene ideado y realizado a través de un esfuerzo común. Confío en que el buen Dios me dé las fuerzas que preciso para hacer lo que es necesario. Pero me doy cuenta de que las fuerzas van disminuyendo”. Crisis económica.- Vivimos a costa de las generaciones futuras. De ese modo se advierte que vivimos en la falsedad. Vivimos orientados hacia las apariencias, y las grandes deudas se tratan como algo de nuestra propiedad, sin más. Todos se percatan en teoría de que haría falta una reflexión, reconocer de nuevo lo que realmente es posible, lo que se puede, lo que se debe”. Burka.- “No veo razones para una prohibición generalizada. Se dice que algunas mujeres no lo llevan voluntariamente sino que en realidad es una especie de violencia que se les impone. Está claro que con esto no puedo estar de acuerdo. Pero si una mujer lo lleva libremente, no veo por qué se le debe impedir”. Islam y el discurso de Ratisbona.- “Concebí ese discurso como una lección estrictamente académica, sin darme cuenta de que el discurso de un Papa no viene considerado desde el punto de vista académico sino público. Fue extrapolado y se le dio un significado que en realidad no tenía. Del debate público ha resultado claro que el Islam debe aclarar dos cuestiones: cuál es su relación con la violencia y con la razón”. Futuro del cristianismo.- El cristianismo quizás asumirá un rostro nuevo, quizás un aspecto cultural distinto. El cristianismo hoy no determina la opinión pública mundial, son otros los que están al mando. Pero, aún así, el cristianismo es la fuerza vital sin la cual incluso las otras cosas no podrán continuar existiendo. Por tanto, en base a lo que veo y a mi experiencia personal, soy muy optimista respecto al hecho de que el cristianismo se encuentra ante una dinámica nueva”.

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Homosexualidad.- “Va contra la naturaleza de aquello que Dios ha originalmente querido. La homosexualidad no es conciliable con el ministerio sacerdotal, porque entonces el celibato como renuncia no tiene ningún sentido”. Ordenación de mujeres.- “No se trata de no querer sino de no poder. No hemos sido nosotros los que hemos creado esta forma de la Iglesia, se ha constituido a partir del Señor. Seguirla es un acto de obediencia, en la situación actual quizás uno de los actos de obediencia más difíciles”. Otro de los temas, de gran interés, es en el que el Papa se pronuncia sobre la vigencia para el futuro de la tercera parte del Secreto de Fátima, pero este es un tema que requiere de una explicación escatológica minuciosa.

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“Tiempo de recibir” El mes de diciembre se ve marcado por tres grandes celebraciones: el Tiempo de Adviento, la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe y la Natividad del Señor, tres momentos propicios para disponernos a recibir abundantes gracias celestiales. El Adviento celebra los dos arribos de Cristo al mundo: el que ya tuvo lugar hace dos mil años, en Belén, en la noche de Navidad, y el que está pendiente, del que no conocemos el día ni la hora, pero del que estamos ciertos que ha de acontecer. El Adviento celebra la llegada de Dios a nosotros, a nuestro mundo, a nuestra historia, como un tiempo de espera, de espera en el Salvador. En su primer adviento el Señor nos rescata de la muerte y nos inserta en la vida porque Dios nos ha creado para Él, para regresar a Él, para estar con Él. En su segundo adviento seremos rescatados de todo lo maligno, luego de la última batalla en la que vencerá a las huestes del mal con el soplo de su aliento. El Adviento nos llena de esperanza, Dios lo sabe, y por ello nos hace esperar, nos mantiene en la incertidumbre del momento pero en la certeza del suceso. Las lecturas de los primeros dos domingos de la liturgia de Adviento son escatológicas y hablan del retorno de Cristo con poder y majestad en medio de radiantes nubes y rodeado de sus ángeles. Las lecturas de los últimos dos domingos recuerdan a Jesús Niño en el pesebre en la gruta de Belén de Judá, nacido en humildad y adorado por pastores que son iluminados por una radiante estrella. Las lecturas del Adviento nos hacen recordar que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, que el tiempo y la eternidad le pertenecen y que Él es la luz para iluminar el mundo. La Solemnidad de Santa María de Guadalupe recuerda y celebra las apariciones que tuvieron lugar en el cerrito del Tepeyac en diciembre de 1531. La Virgen María, Madre de Dios, se presentó ella solita, con el Niño Jesús en su seno, cerquita de su corazón, para darlo a luz en esta tierra, para que naciera también aquí en México. María de Guadalupe se presenta sin San José, su esposo, porque es ella quien viene a pedirnos posada, personalmente a cada mexicano que le quiera abrir su vida para entrar a vivir con él, para que su Hijo viva en él. La Virgen de Guadalupe, Patrona de México y de América, tiene rostro mestizo, muestra sus manos juntas que piden una casita para que nazca aquí su divino Hijo, la baña la luz del sol, el primitivo símbolo sagrado, y se presenta aposentada sobre la luna, nombre del México antiguo que en náhuatl significa “el ombligo (o centro) de la luna”. María de Guadalupe asegura ser madre compasiva de todos los que “aquí en esta tierra están en uno”, y como a Juan Diego, nos dice: “Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón… ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe”. La Navidad es Dios con nosotros. Celebramos la Noche Santa, la Noche Dichosa, la noche en la que quedaron unidos el Cielo y la Tierra, lo divino y lo humano. La Navidad nos recuerda que la locura de amor de Dios puede hacer cosas tan extrañas y dulces como que una virgen dé a luz, un carpintero reciba en sus brazos a un hijo que no es suyo porque es Hijo de Dios, unos pastores hablen con los ángeles, un rey se llene de celos por un recién nacido, una estrella guíe a unos sabios, unos reyes acudan a adorar al nuevo Rey, y una paz celestial e infinita abrace en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad. Diciembre no lo es, aunque se insista en ello en tiendas y en sus anuncios, un “tiempo para dar y regalar”. Diciembre es, al contrario, el tiempo de recibir: de recibir la esperanza en Cristo que regresará con su reino de paz, de recibir a María que toca la puerta de nuestra casa, de recibir a Dios que nace niño para 275

habitar entre nosotros. Navidad es el tiempo en el que Dios intenta abrir el corazón de nuestra humanidad para luego llenarlo de su divinidad.

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“Ipalnemohuani, Teyocoyani” ¿Cuál es la diferencia entre las diversas apariciones marianas, cuando todas parecen seguir un esquema similar? A toda aparición mariana corresponde un vidente, siempre hay una presentación por parte de la Virgen que da a conocer un mensaje, establece una tarea y entrega una promesa. Nuestra Señora del Monte Carmelo, o la Virgen del Carmen, se apareció a San Simón Stock, Superior General de los Carmelitas, en Londres, Inglaterra, el 16 de julio de 1251 y le entregó el santo Escapulario de la Orden diciéndole: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”. San Simón Stock dedicó el resto de su vida a rezar a la Virgen implorando protección para su Orden con esta oración: “Flor del Carmelo, Viña florida esplendor del cielo; Virgen fecunda y singular; oh! Madre dulce de varón no conocida; a los carmelitas, proteja tu nombre, Estrella del mar”. Nuestra Señora de Fátima se apareció durante seis meses seguidos a los tres niños pastores, Francisco y Jacinta Marto, y Lucía Dos Santos, en Cova de Iría, Fátima, Portugal, en 1917. Se presentó como la Virgen del Rosario, les mostró su Inmaculado Corazón y pidió “que no se ofenda más a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido” y que al rezar el rosario, se diga después de cada misterio: “Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas”. Prometió que muchas almas se salvarían y habría un periodo de paz con la devoción a su Inmaculado Corazón y pidió que Rusia le fuese consagrada. Nuestra Señora de Lourdes se apareció 18 veces a Bernadette Soubirous en la gruta de Masabielle, en Lourdes, Francia, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858. Las apariciones se caracterizaron por la sobriedad de las palabras de la Virgen y por una fuente de agua que brotó inesperadamente junto al lugar de las apariciones, que desde entonces es un sitio donde ocurren innumerables milagros y curaciones. Se presentó como la Inmaculada Concepción y pidió oraciones constantes y el rezo del rosario. La vidente narra así lo que ella vio: “sentí como un fuerte viento que me obligó a levantar la cabeza. Volví a mirar y vi que las ramas de espinas que rodeaban la gruta de la roca de Masabielle se estaban moviendo. En ese momento apareció en la gruta una bellísima Señora, tan hermosa, que cuando se le ha visto una vez, uno querría morirse con tal de lograr volverla a ver”. Nuestra Señora de Guadalupe se apareció en cinco ocasiones a Juan Diego en el cerrito del Tepeyac, México, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. Se presentó como la perfecta siempre Virgen Santa María de Guadalupe (La que pisa a la serpiente), y, hablando en náhuatl, sustentando su dicho en los atributos de Dios, dijo tener el privilegio de “ser Madre del verdaderísimo Dios, de Ipalnemohuani, (Aquel por quien se vive), de Teyocoyani (el Creador de las personas), de Tloque Nahuaque (el Dueño del estar junto a todo y del abarcarlo todo), de Ilhuicahua Tlaltipaque (el Señor del Cielo y de la Tierra)”. Luego explicó su deseo de dar a conocer a su hijo Jesucristo cuando dijo: “Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”. Luego entregó su promesa: “Porque allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores”. Son muchas y variadas las apariciones de la Virgen María, además de las que . En todas hay diferencias y también similitudes, pero en el caso de la Virgencita de Guadalupe, la del cerrito del Tepeyac, la Virgen Morenita, hay una diferencia que es única porque Ella quiso quedarse en México, en su sagrada imagen, en la impronta plasmada en la tela de la vestimenta de su vidente, Juan Diego. “No hizo cosa igual

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con ninguna otra nación” expreso sobre el prodigio el Papa Benedicto XIV el 25 de mayo de 1754 cuando confirmó el patronato de la Virgen de Guadalupe sobre México. Su imagen acherophyta (no hecha por mano humana) es venerada, desde el 12 de diciembre de 1531, en el sitio de las apariciones, en su Casita del Tepeyac, es la sagrada imagen de la Madre de Ipalnemohuani, de Teyocoyani.

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“Limosnero del Cielo” En el tiempo de Navidad, en 1895, en su convento de monjas Carmelitas Descalzas, en Lisieux, Francia, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, revestida toda del amor de Dios, escribió a sus hermanas de hábito, las demás monjas del convento, unas letras que son representación plena del misterio de la Navidad. Santa Teresita escribió lo siguiente: “Almas, ¡que el amor os queme, al ver que el Dios inmortal se hace mortal por vosotras!”. Esa delgada línea de escritura resume, en efecto, el misterio de la Natividad de Dios que nace niño. En Navidad el Creador se hace creatura, el Eterno se hace temporal, el Absoluto se hace histórico, Dios se hace hombre, el Inmortal se hace mortal; y todo esto lo hace por su creatura. En un siguiente renglón, en otra breve línea, Santa Teresa de Lisieux pudo representar con unas cuantas palabras el significado de este misterio de Navidad, cuando ella escribió, en una recreación piadosa, la siguiente expresión: “¡Oh, conmovedor misterio! ¡Viene a pediros limosna el que es Dios, el Verbo eterno!”. Aquella joven monja, pequeña en edad, pero grande en amor y en amar, que vivió una breve vida de sólo 24 años, hoy es Santa, Doctora de la Iglesia, Patrona de Francia y Patrona de las misiones. Teresa Martin Guerin ingresó al Carmelo de Lisieux a los 15 años y murió 9 años después, pero allí se encontró personalmente con Dios que se hace niño, con Dios que viene radiante de amor. Se encontró con Dios que se hace mortal, con Dios que pide limosna en la noche de Navidad, con nuestro Dios a quien ya le conocemos muy de cerca porque vino a nosotros como un limosnero del Cielo. Santa Teresa del Niño Jesús escribió esa recreación piadosa a la que llamó “El divino pequeño mendigo de Navidad pidiendo limosna a las Carmelitas” en la que narra cómo un ángel aparece llevando al Niño Jesús en sus brazos mientras canta lo siguiente: “En el nombre del que adoro os tiendo, hermanas, la mano, y canto por este Niño que todavía no habla. Para este Niño Jesús, el desterrado del Cielo, sólo he encontrado en el mundo indiferencia profunda. Por eso vengo al Carmelo. Que todas vuestras caricias, alabanzas y ternuras sean para el Niño Dios. ¡Almas, que el amor os queme, al ver que el Dios inmortal se hace mortal por vosotras! ¡Oh conmovedor misterio! ¡Viene a pediros limosna el que es Dios, el Verbo eterno!”. Luego del canto, el ángel deposita al Niño Jesús en el pesebre y presenta a la Madre priora, y luego a las demás Carmelitas, una cestita llena de papeletas que contienen escrita cada una de las limosnas que el Niño ha venido a pedir; cada religiosa toma una al azar, y sin abrirla se la entrega al ángel, que canta la limosna pedida por el Niño. Esas limosnas son las siguientes. Un trono de oro, leche, pajarillos, una estrella, una lira, rosas, un valle, segadores, un racimo de uvas, una hostia pequeña, una sonrisa, un juguete, una almohada, una flor, pan, un espejo, un palacio, una corona de lirios, bombones, una caricia, una cuna, pañales, fuego, un pastel, miel y un cordero. Cuando el ángel termina de cantar y explicar cada una de las limosnas que Jesús ha pedido, lo toma del pesebre, lo carga en sus brazos y canta lo siguiente: “Os da las gracias el Niño, va encantado de los bellos regalos que le habéis hecho, y en el Libro de la vida los pondrá con vuestros nombres. Ha encontrado sus delicias Jesús en vuestro Carmelo. Para pagar sacrificios, los sacrificios que hacéis, este Niño tiene un Cielo. Si fieles permanecéis en contentar a este Niño, alas os dará de amor para el más sublime vuelo. Un día en la santa patria, pasado ya este destierro, a María y a Jesús veréis. ¡Así lo deseo!” Esas son las limosnas que Santa Teresita vio que el niño Jesús venía a pedirles a ella y a sus hermanas de hábito. Conozco de otra limosna que se le ofrece en un villancico, es un tambor que trae otro niño que no tiene otra cosa que darle más que tocar su tambor. 279

En cada Navidad todos podemos unirnos a estas limosnas y buscar qué darle a este pequeño niño Jesús cada vez que es su cumpleaños. Yo procuro arroparlo, pero en mis brazos, como lo hiciera el ángel que vio Santa Teresita, y por ahora le regalo este escrito que he hecho para Él y para todos aquellos que, al leerlo, quieran sumarse a la propuesta de darle muchas limosnas en Navidad.

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“Recuento de 2010” Enero 1) XLIII Jornada Mundial por la Paz. 6) Benedicto XVI pidió a cinco obispos asesoraría en Pastoral de la Comunicación. 9) BXVI visitó al cardenal Roger Etchegaray, hospitalizado tras incidente provocado durante Misa de Gallo. 11) El Papa pidió al Cuerpo diplomático disminuir gastos en armamento nuclear. 17) Visita apostólica a Comunidad judía. 22) BXVI confirmó como Secretario de Estado al cardenal Bertone tras cumplir 75 años. 23) Llamamiento del Papa a sacerdotes para evangelizar por Internet. Febrero 4) Mensaje de BXVI para Cuaresma. 8) BXVI afirma que conseguir los alimentos es derecho de toda persona. 21-27) Ejercicios espirituales del Papa. Marzo 7) Visita apostólica a parroquia de San Juan de la Cruz en Roma. 8-12) Curso en Cancillería vaticana sobre Sacramento de la Penitencia. 14) Visita apostólica a Comunidad luterana. 20) Carta pastoral de BXVI a católicos de Irlanda. 25) Publicación de Actas de la Santa Sede durante Segunda Guerra Mundial. 28) XXV Jornada Mundial de la Juventud. 29) Misa por quinto aniversario de la muerte de Juan Pablo II. Abril 1) La Santa Sede pidió cancelar deuda de Haití. 4) Bendición Urbi et Orbi por la Pascua. 8) Portavoz vaticano desmiente acusaciones contra el Papa por encubrir a Maciel. 11) La Santa Sede saluda firma del tratado Start-2 para reducción de armas nucleares. 17-18) Viaje apostólico a Malta. 19) Quinto aniversario de elección de BXVI. 21) El Papa bendijo estatua de “la Virgen bombardeada” de Nagasaki. 22) Renuncia obispo James Moriarty a diócesis irlandesa de Kildare tras abusos a menores. 25) Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Mayo 1) Se informa que Legionarios serán reestructurados. 2) Visita pastoral a Turín por ostensión de la Sábana Santa. 3) BXVI expresó dolor por violencia en Iraq. 5) Renuncia obispo Walter Mixa a diócesis de Ausburgo, Alemania, tras acusaciones de maltratos a menores. 10) BXVI entregó a editores segundo volumen de “Jesús de Nazaret”. 11-14) Viaje apostólico a Portugal. 17) Los Pontificios Consejos para la Familia, y de Migrantes, exigieron políticas responsables de inmigración familiar. 23) BXVI afirmó que la Iglesia necesita permanecer autónoma del Estado para ser instrumento de unidad. 31) La Santa Sede manifestó preocupación por ataque israelí contra barcos de ayuda para Gaza. Junio 1) Renuncia arzobispo Richard Anthony Burke a arquidiócesis de Benin, Nigeria, acusado de abusos contra jovencitas. 2) Llamamiento de BXVI por la paz en Gaza. 4-6) Viaje apostólico a Chipre. 9-11) Encuentro internacional de sacerdotes en Roma. 15) Llamamiento de conferencias episcopales de América para proteger inmigrantes. 16) BXV declara que la crisis económica exige redescubrir sentido de la caridad. 17) BXVI cita al padre Álvaro Corcuera tras concluir auditoría a Legionarios. Julio 1) El Tribunal Supremo confirmó inmunidad de la Santa Sede. 4) Visita pastoral a Sulmona, Italia. 7) Iniciaron vacaciones del Papa en Castelgandolfo. 13) Tema para la Jornada Mundial de la Paz 2011, “Libertad religiosa, camino para la paz”. 15) Congregación para la Doctrina de la Fe publicó nuevas normas sobre delitos graves. 25) Velasio De Paolis, Interventor de Legionarios, recibió de BXVI plenas facultades. Agosto 2) Llamamiento de BXVI por la paz en Oriente Medio y Líbano. 6) Visita apostólica al santuario mariano de los Abruzzos. 12) BXVI envió al Cardenal Roger Etchegaray a Líbano para manifestar cercanía a la población. 24) El segundo tomo de “Jesús de Nazaret” será publicado en marzo. Septiembre 5) La Santa Sede detuvo lapidación de mujer iraní. 16-19) Viaje apostólico al Reino Unido. 22) BXVI pidió a católicos rezar por diálogo católico-ortodoxo. 27) Terminaron las vacaciones del Papa. Octubre 3) Encuentro Internacional de Oración por la Paz. 7) BXVI recibió bandera de Chile firmada por mineros atrapados. 10-24) Asamblea para Oriente Medio del Sínodo de Obispos. 12) BXVI creó el 281

Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. 20) BXVI nombra a 24 nuevos cardenales. 24) BXVI convocó al Sínodo de Obispos de 2012, “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Noviembre 6-7) Viaje apostólico a Santiago y Barcelona. 15) BXVI afirma que la Iglesia debe buscar lenguajes nuevos. 23) Publicación del libro “Luz del mundo”. Diciembre 2) Se revisarán sanciones y penas en el Código de Derecho Canónico. 4) BXVI recibió al Secretario del Consejo Ecuménico. 7) Gerardo de Jesús Rojas López fue nombrado obispo de Tabasco. 12) Se entronizaron imágenes de la Virgen de Guadalupe en Turín y Nueva York. 16) BXVI dedicará a cristianos perseguidos, parte del Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz. 24) BXVI presidió Misa de Gallo. 26) BXVI comió con los pobres de Roma en el Aula Paulo VI. 31) BXVI celebró el “Te Deum” de acción de gracias por el año que terminó.

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“Libertad religiosa, camino para la paz” Desde que Paulo VI lo propuso en 1968, el primer día de cada año se celebra la Jornada Mundial de la Paz, en la que el Papa entrega un mensaje específico. Para 2011 Benedicto XVI centró su reflexión en el tema “La libertad religiosa, camino para la paz”. La libertad religiosa es mucho más que tener libertad para creer o no creer, o creer en lo que cada quien prefiere. Consiste en que el Estado reconozca como derecho fundamental de la persona humana su libertad a creer en Dios y a manifestar libremente sus creencias. Por esto el Papa dijo, en su Mensaje para la Jornada, que “el derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de la persona humana, dignidad que debe ser reconocida como un Bien universal”, agregó que “cuando se niega la libertad religiosa, se ofende la dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la paz”, dejó en claro que “negar o limitar la libertad religiosa, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión, generar una sociedad injusta y hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para la humanidad” y fue determinante al establecer que “es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, su fe, para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos”. La Libertad Religiosa es un asunto pendiente en México porque hasta ahora continúa relegado, por el Estado y su aparato, el reconocimiento de este derecho fundamental de todo ser humano. Hasta ahora en la Constitución mexicana se reconoce la Libertad de credo pero no la Libertad religiosa. La diferencia consiste en que en México se limita la libre manifestación pública de las creencias religiosas al quedar sujeta a la solicitud de permisos a la autoridad, cosa que es lamentable, porque a pesar de que México es signatario de Carta de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, reconoce este derecho hacia afuera de sus fronteras pero lo restringe hacia adentro, lo que implica una discriminación hacia sus propios ciudadanos. Pero el caso de México no es el único en el mundo, por eso el Papa aclara en su Mensaje, que “como la libertad religiosa no es una creación del Estado, no puede ser manipulada, sino reconocida y respetada”, agrega que “en algunas regiones del mundo la expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos” y denuncia que “en algunas regiones del mundo la expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan también formas más sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los países occidentales se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos”. Benedicto XVI dirige además unas palabras hacia las manifestaciones de extremismos, tanto en las religiones, como en la laicidad, cuando explica que “el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad porque ambos absolutizan una visión reductiva y parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo”. El Papa fija su atención en zonas de conflicto religioso y político cuando se dirige a las comunidades cristianas que sufren “persecuciones, discriminaciones, actos de violencia e intolerancia, en particular en Asia, en África, en Oriente Medio y especialmente en Tierra Santa, lugar elegido y bendecido por Dios” y se hace cercano a ellos cuando les dice: “les renuevo mi afecto paterno y les aseguro mi oración, pido a todos los responsables que actúen prontamente para poner fin a todo atropello contra los cristianos que viven en esas regiones”. 283

Finalmente, el Papa establece que la Libertad Religiosa “permite alimentar la esperanza en un futuro de justicia y paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales y morales” y alienta a “que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa, camino para la paz”. Por nuestra parte, como mexicanos y como creyentes, esperamos y confiamos en que así suceda también en México. Nuestros gobernantes deben saber gobernar en justicia y en verdad, así que el reconocimiento de la Libertad Religiosa no puede postergarse más.

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“Demanda de Libertad Religiosa” Es tradicional que al inicio de cada año el Papa sostenga un encuentro con los miembros del Cuerpo Diplomado acreditado ante la Santa Sede, los embajadores de los países con los que se mantienen relaciones oficiales. Para este año que inicia la reunión tuvo lugar el pasado lunes 10 de enero en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano. Actualmente la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas plenas con 178 países y está presente en la Organización de las Naciones Unidas en calidad de “Estado observador”. En su Mensaje a los embajadores, Benedicto XVI volvió sobre el tema de la Jornada Mundial de la Paz, centrado en la Libertad Religiosa. Ambos mensajes hacen evidente que en 2011 el Papa va con todo para demandar y promover el reconocimiento, en todas las naciones, de este derecho de todo ser humano, que, como dijo, “no se aplica plenamente allí donde sólo se garantiza la libertad de culto, y además con limitaciones”, y pidió que “se promueva la plena salvaguarda de la libertad religiosa y de los demás derechos humanos”. En referencia al caso de México y de otras naciones, el Papa dijo que “en diversos países en que la Constitución reconoce una cierta libertad religiosa, la vida de las comunidades religiosas se hace, de hecho, difícil y a veces incluso insegura ya que el ordenamiento jurídico o social se inspira en sistemas filosóficos y políticos que postulan un estricto control, por no decir un monopolio, del Estado sobre la sociedad. Es necesario que cesen tales ambigüedades, de manera que los creyentes no tengan ya que debatirse entre la fidelidad a Dios y la lealtad a su patria”. Luego pidió de modo particular “que todos garanticen a la comunidad católica la plena autonomía de organización y la libertad de cumplir su misión, conforme a las normas y estándares internacionales” y profundizó en el tema cuando explicó: “Pienso, en primer lugar, en los países que conceden una gran importancia al pluralismo y la tolerancia, pero donde la religión sufre una marginación creciente. Se tiende a considerar la religión, toda religión, como un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social. Se llega así a exigir que los cristianos ejerzan su profesión sin referencia a sus convicciones religiosas o morales, e incluso en contradicción con ellas”. En Papa quiso mencionar un reciente caso de intolerancia religiosa en Europa cuando recordó: “El año pasado, algunos países europeos se unieron al recurso del Gobierno italiano en la famosa causa de la exposición del crucifijo en los lugares públicos. Deseo expresar mi gratitud a las autoridades de esas naciones, así como a todos los que se han empeñado en este sentido, episcopados, organizaciones y asociaciones civiles o religiosas, en particular al Patriarcado de Moscú y a los demás representantes de la jerarquía ortodoxa, y a todas las personas, creyentes y también no creyentes, que han querido manifestar su aprecio por este símbolo portador de valores universales”. Una vez más, en referencia a México y a otros países, Benedicto XVI denunció que “es preocupante que el servicio que las comunidades religiosas ofrecen a toda la sociedad, en particular mediante la educación de las jóvenes generaciones, sea puesto en peligro u obstaculizado por proyectos de ley que amenazan con crear una especie de monopolio estatal en materia escolástica, como se puede constatar por ejemplo en algunos países de América Latina. Mientras muchos de ellos celebran el segundo centenario de su independencia, ocasión propicia para recordar la contribución de la Iglesia católica en la formación de la identidad nacional, exhorto a todos los Gobiernos a promover sistemas educativos que respeten el derecho primordial de las familias a decidir la educación de sus hijos, inspirándose en el principio de subsidiariedad, esencial para organizar una sociedad justa”.

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El Papa terminó explicando, de manera firme, que “la promoción de una plena libertad religiosa de las comunidades católicas es también el objetivo que persigue la Santa Sede cuando establece concordatos u otros acuerdos” y que “la actividad de los representantes pontificios en los Estados y Organizaciones internacionales está igualmente al servicio de la libertad religiosa”, además de dejar en claro, que “la Iglesia no busca privilegios, ni quiere intervenir en cuestiones extrañas a su misión, sino simplemente cumplirla con libertad”, y concluyó su mensaje con una exhortación “a todos, responsables políticos, jefes religiosos y personas de toda clase, a emprender con determinación el camino hacia una paz auténtica y estable, que pase por el respeto del derecho a la libertad religiosa en toda su amplitud”.

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“El timonel de la barca” El 19 de abril de 2005 apareció en el Balcón de la Bendición de la Basílica de San Pedro, el cardenal Jorge Medina Estévez, entonces Camarlengo de la Santa Romana Iglesia Católica, para presentar al sucesor 264 de san Pedro e inmediato de Juan Pablo II, al pronunciar la conocida expresión Habemus Papam dentro del anuncio formal que daba a conocer que los cardenales electores, reunidos en cónclave, habían culminado su tarea. El Cardenal Camarlengo se tomó su tiempo a pesar del ansia de los espectadores que, presentes en la Plaza de San Pedro, o por televisión, clavaban en él sus miradas expectantes mientras que con una solemnidad ajena a cualquier otro anuncio de resultado de elecciones, dijo: Annunttio vobis gaudium mágnum ¡habemus papam! eminentissimum ac reverendissimum dominum ioseph sancte romane eclesie cardinalem ratzinger qui sibi nomem imposuit benedictum XVI. Luego apareció en el mismo balcón, muy sonriente, vestido ya con sotana y solideo blancos, con esclavina y estola rojos, aunque con las mangas del sweater negro que se hacían evidentes debajo de la sotana, el cardenal Joseph Ratzinger. Antes de que Benedicto XVI apareciera en el Balcón de la Bendición, el Maestro de Celebraciones Litúrgicas Pontificias le había solicitado su consentimiento de aceptar su responsabilidad como Vicario de Cristo cuando en latín le cuestionó: Acceptasne electionem de te canonice facta in summum pontificem o “¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice? Luego le preguntó: Quomodo vis vocari o “¿Cómo quieres ser llamado?” atendiendo a la tradición iniciada por Jesús cuando a Simón le llamó Pedro, tradición que se hizo definitiva a partir del año 533 cuando el Papa se hizo llamar Juan II debido a que su nombre era Mercurio. Han transcurrido ya seis años desde aquel anuncio, suficientes para hacer caer las suposiciones de que este sería un pontificado cerrado hacia adentro de los muros de la Ciudad-Estado del Vaticano, retirado del diálogo con otras religiones y ajeno a las relaciones humanas y públicas. Todo lo contrario, el Papa Ratzinger ha viajado; ha mantenido un incesante diálogo interreligioso; se ha encontrado con los representantes de las naciones y con los líderes de las religiones, y ha actuado con valor y firmeza en asuntos que han exigido su directa intervención, como el deleznable asunto de la pedofilia en el clero; ha viajado a Brasil, a Estados Unidos, y se dirigió a los pueblos del mundo desde la tribuna de la ONU, en Nueva York, en abril de 2008. También se ha desplazado, fuera de Italia, a Colonia, Valencia, Munich, Polonia, Turquía, Austria, Australia, Francia, Camerún, Angola, Tierra Santa, República Checa, Malta, Portugal, Chipre, el Reino Unido, Santiago y Barcelona. Benedicto XVI ha logrado establecer relaciones afectivas con el Islam y con el judaísmo, lo que nos permite conocer la vastedad de su tarea y las fronteras históricas, culturales y espirituales a las que se dirige porque “llevar a Dios a los hombres y a los hombres a Dios, el Dios que se ha manifestado en el rostro de Cristo, y traducir la fe en diálogo, en fuerza de unidad y en testimonio de caridad laboriosa” es el sentido de su pontificado, como lo ha reafirmado él mismo en una Carta al Episcopado mundial. Benedicto XVI, al igual que su antecesor, ha salido al encuentro de los jóvenes y los ha sabido reunir en torno suyo durante las Jornadas Mundiales de la Juventud. Se ha sabido ganar el respeto y el cariño de la juventud. El momento histórico que hoy vive la humanidad el Papa lo define como “un tiempo de escasez global de alimento, de desorden financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de preocupantes cambios climáticos, de violencias y miseria que obligan a muchos a abandonar su tierra en busca de una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante las incertidumbres del mañana”, afirma que “es urgente volver a descubrir perspectivas capaces de dar una 287

nueva esperanza” y anima a que “nadie se haga para atrás en esta pacífica batalla que inició la Pascua de Cristo”. Ahora es momento de mirar hacia adelante durante su sexto año de pontificado, pero con solidaridad humana y espiritual decidida, aunque también con merecido reconocimiento, porque el Papa Benedicto XVI, a sus 83 años de edad, es muestra fiel de que el timón de la barca de Pedro mantiene rumbo firme y decidido gracias a estos sus primeros cinco años de esmerado servicio como un “humilde trabajador en la viña del Señor”, tal y como él se definió a sí mismo aquel 19 de abril de 2005 cuando apareció en el Balcón de la Bendición de la Basílica de San Pedro.

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“Beatificación de Juan Pablo II” Juan Pablo II será beatificado. Es una noticia alegre y buena que nos alegra porque anuncia un acontecimiento que, de suyo, es bueno, además de ser una gran noticia, para la Iglesia, saber que por más de 25 años la barca de Pedro fue conducida por un hombre que, siendo justo y sabio, también supo ser bueno, muy bueno, cosa que confirmó el Cielo a través del milagro por él obtenido. El proceso de beatificación de Juan Pablo II concluyó con la aprobación de Benedicto XVI para la promulgación del Decreto precisamente sobre el milagro atribuido a su intercesión. El proceso pudo iniciarse a partir de que el Papa dispensó, el 9 de mayo de 2005, el tiempo canónico de cinco años de espera después de su muerte. Esta noticia, hemos visto, es alegre y buena para los creyentes, los bautizados, para quienes en Cristo creemos; es más alegre para quienes en varios momentos supimos recibir las oraciones y bendiciones del Papa Juan Pablo II cuantas veces estuvo en México, y es particularmente dichosa para quienes le conocimos. Pero también vimos que en respuesta a tan buena noticia se hicieron escuchar algunas voces disonantes que, sin haber jamás conocido al Papa, en ignorancia de lo que es la Teología del Milagro, sin saber siquiera diferenciar la santificación de la beatificación o canonización, pero sobre todo, sin creer en Dios y sin vivir la Fe de la Iglesia, alegaron que no es santo y que los milagros no existen. Esas voces suelen proceder de ateos que no creen o de renegados que cayeron en apostasía y que mantienen una impostura religiosa o un desprecio a lo sagrado, que traducen en la denostación de todo lo divino que se manifiesta en el mundo. Luego se presentan a sí mismos como libre-pensadores que desdeñan la religión porque dicen haber superado antiguas formas de pensamiento, cuando lo que verdaderamente sucede en ellos es que sufren un desprecio por todo lo sagrado, un padecimiento que la ciencia médica incluye en la clasificación de los miedos, fobias y odios. Esta perturbación se llama Hierofobia y consiste en “un anormal, persistente e injustificado odio a los sacerdotes y a las cosas litúrgicas”. La psicología explica que el malestar que las fobias provocan en quienes las padecen, es tan intenso, que llega a afectar sus vidas cotidianas, la relación con su entorno y con sus seres queridos. La Hierofobia trastorna la relación con Dios, porque como Dios es trascendente, eterno y Creador del mundo, aunque de un mundo efímero y sujeto a contingencias y tragedias, algunos se sienten amenazados por la contingencia y abandonados a su suerte, cosa que les hace desarrollar este trastorno que exacerba sus temores hasta despreciar y negar a Dios. Un hierofóbico que, ignorante de su perturbación y sin atención médica, se desempeña en medios de comunicación por su habilidad para escribir o leer noticias, se encuentra con la ocasión de informar sobre un acontecimiento concerniente a asuntos religiosos, no sabe contener su fobia, truena en su interior, explotan sus emociones y arroja su odio contra lo divino y lo sagrado en ese espacio mediático en el que normalmente se desenvuelve. La historia demuestra que así como la humanidad se denigra por las malas acciones de hombres malvados (el caso de Hitler siempre es ilustrativo), la humanidad se enaltece por los actos buenos de hombres buenos. Por esto se instituyó el Premio Nobel que con tanto orgullo se confiere sólo a quienes han aportado algo grande y bueno a la humanidad. Por esto mismo es que muchos estamos alegres por la beatificación de Juan Pablo II. Otros, unos cuantos, son víctimas de su propia hierofobia. Luego de que la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos diera a conocer el 14 de enero que el Papa había autorizado la publicación del Decreto sobre el milagro, se informó que Benedicto XVI presidirá el 1 de mayo, segundo Domingo de Pascua de la Divina Misericordia, en la plaza de San Pedro del

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Vaticano, el rito de beatificación de Juan Pablo II. La noticia, pues, incluye la fecha, a la que podemos agregarle también la hora: diez de la mañana. Lo sano y contundente es que a la luz de la Fe podemos saber que Juan Pablo II resucitó, goza de la presencia de Dios y se cuenta entre los santos. Pero muy alegre y bueno es saber que tenemos un amigo en el Cielo que ruega por nosotros los mexicanos, a quienes tanto quiso, y a quien podemos pedirle que nos obtenga de Dios un milagro que bien podría ser el regreso de la paz en México.

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“Que regrese la paz” La violencia que azota a México no parece disminuir, muy al contrario, crece a pesar de los esfuerzos de la autoridad. El clamor de los mexicanos ya es uno: el retorno de la seguridad a nuestra patria. Hoy se anhela, se exige, que se ponga fin a la corrupción, al crimen, extorsiones, tráfico de drogas, a las balaceras; que regrese la paz. Pero esto se ve muy lejano, si no es que incierto. El gobierno de México ha emprendido una guerra contra el crimen organizado. Es lo menos que puede hacer para evitar que se quiebre la autoridad, que impere la anarquía. Ha emprendido acciones endureciendo leyes, armando a las policías, sacando al ejército a las calles. Es patente que tiene por prioridad el empleo de la fuerza, pero a la luz de la historia se comprueba que todo esto no es más que la consecuencia de haber despreciado durante el siglo XX, la ética, la formación de las conciencias, la moral y lo religioso. Es también el efecto de haber expulsado a Dios de la cosa pública, de haber perseguido a la fe, especialmente a inicios del siglo pasado cuando el gobierno también sacó al ejército a las calles pero para abalanzarlo contra el pueblo creyente, contra los mexicanos católicos. Este tsunami de violencia no es exclusivo de México, ya el Papa Benedicto XVI denunciaba, desde el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006, que “El paso del tiempo nos permite reconocer en el siglo XX una época verdaderamente trágica para la humanidad: sangrientas guerras que sembraron destrucción, muerte y dolor como no había sucedido nunca antes; ideologías terribles que tuvieron en su raíz la idolatría del hombre, de la raza, del Estado, y que llevaron una vez más al hermano a matar a su hermano… …un camino de odio que nace cuando el hombre olvida a su Creador y se pone a sí mismo en el centro del universo”. Ya desde 1963, cuando la humanidad intentaba consolidar la paz luego de dos guerras mundiales, de bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 y de la guerra de Corea a inicios de la década de los 50, el Papa Juan XXIII presentaba la Carta Encíclica, Pacem in Terris o Paz en la Tierra. Ahora, a casi 50 años, sigue siendo un dinámico razonamiento que asegura la paz para el mundo y, por supuesto, para México. Pacem in Terris comienza por establecer los derechos del ser humano: Derecho a la existencia y a un decoroso nivel de vida, a la buena fama, a la verdad, a la cultura, al culto divino, a la propiedad privada, a intervenir en la vida pública, a la seguridad jurídica; derechos familiares, económicos, de reunión, asociación, de residencia y emigración. Pero también establece sus obligaciones: respetar los derechos ajenos, colaborar y actuar con sentido de responsabilidad. Además determina que los fundamentos de la convivencia son la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La carta encíclica reconoce, por supuesto, que la autoridad es necesaria, pero dispone que debe estar sometida al orden moral y que debe respetar el ordenamiento divino para poder obligar en conciencia, pues así como la autoridad obliga al ciudadano, obliga también al gobernante porque está ligado a la naturaleza humana. Desde hace casi 50 años Juan XXIII ya veía que “la autoridad política no es insuficiente para lograr el bien común universal”, por lo que propuso una “presencia activa de las virtudes morales y de los valores espirituales en todos los campos de la cultura, la técnica y la experiencia” para hallar congruencia entre la fe y la conducta. Luego presenta un llamamiento a esta “tarea gloriosa y necesaria” y concluye afirmando que “es necesario orar por la paz”. Pacem in Terris termina con esta exhortación: “Pidamos, pues, con insistentes súplicas al divino Redentor esta paz que Él mismo nos trajo. Que Él borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que Él ilumine también 291

con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus compatriotas el don hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión”. Hoy los gobiernos tienen por solución el empleo de la fuerza, pero debemos exigirles que retomen principios como los que propuso el Papa Juan XXIII.

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Anexo PACEM IN TERRIS CARTA ENCÍCLICA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

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PACEM IN TERRIS CARTA ENCÍCLICA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

A los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y otros Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica, al clero y fieles de todo el mundo y a todos los hombres de buena voluntad

INTRODUCCIÓN El orden en el universo 1. La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios. 2. El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio. 3. Pero el progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre. Dios hizo de la nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su bondad, por lo cual el salmista alaba a Dios en un pasaje con estas palabras: ¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra![1]. Y en otro texto dice: ¡Cuántas son tus obras, oh Señor, cuán sabiamente ordenadas![2] De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza[3], dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo, como el mismo salmista declara con esta sentencia: Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, 1e has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies[4]. El orden en la humanidad 4. Resulta, sin embargo, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse más que por 1a fuerza. 294

5. Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia[5]. Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado absoluto de perfección de que gozan[6]. 6. Pero una opinión equivocada induce con frecuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre. 7. Son, en efecto, estas leyes las que enseñan claramente a los hombres, primero, cómo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia humana; segundo, cómo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas de cada Estado; tercero, cómo deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, cómo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitución es una exigencia urgente del bien común universal. I. ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES CIVILES 8. Hemos de hablar primeramente del orden que debe regir entre los hombres. La persona humana, sujeto de derechos y deberes 9. En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto[7]. 10. Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna. Los derechos del hombre Derecho a la existencia y a un decoroso nivel de vida 11. Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de los derechos del hombre, observamos que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento[8].

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Derecho a la buena fama, a la verdad y a la cultura 12. El hombre exige, además, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos. 13. También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental común y una formación técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en su propio país. Con este fin hay que esforzarse para que los ciudadanos puedan subir, sí su capacidad intelectual lo permite, a los más altos grados de los estudios, de tal forma que, dentro de lo posible, alcancen en la sociedad los cargos y responsabilidades adecuados a su talento y a la experiencia que hayan adquirido[9]. Derecho al culto divino 14. Entre los derechos del hombre dé bese enumerar también el de poder venerar a Dios, según la recta norma de su conciencia, y profesar la religión en privado y en público. Porque, como bien enseña Lactancio, para esto nacemos, para ofrecer a Dios, que nos crea, el justo y debido homenaje; para buscarle a El solo, para seguirle. Este es el vínculo de piedad que a El nos somete y nos liga, y del cual deriva el nombre mismo de religión[10]. A propósito de este punto, nuestro predecesor, de inmortal memoria, León XIII afirma: Esta libertad, la libertad verdadera, digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión y ha sido siempre el objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. Esta es la libertad que reivindicaron constantemente para sí los apóstoles, la que confirmaron con sus escritos los apologistas, la que consagraron con su sangre los innumerables mártires cristianos [11]. Derechos familiares 15. Además tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una familia, en cuya creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o seguir la vocación del sacerdocio o de la vida religiosa[12]. 16. Por lo que toca a la familia, la cual se funda en el matrimonio libremente contraído, uno e indisoluble, es necesario considerarla como la semilla primera y natural de la sociedad humana. De lo cual nace el deber de atenderla con suma diligencia tanto en el aspecto económico y social como en la esfera cultural y ética; todas estas medidas tienen como fin consolidar la familia y ayudarla a cumplir su misión. 17. A los padres, sin embargo, corresponde antes que a nadie el derecho de mantener y educar a los hijos[13]. Derechos económicos 18. En lo relativo al campo de la economía, es evidente que el hombre tiene derecho natural a que se le facilite la posibilidad de trabajar y a la libre iniciativa en el desempeño del trabajo[14].

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19. Pero con estos derechos económicos está ciertamente unido el de exigir tales condiciones de trabajo que no debiliten las energías del cuerpo, ni comprometan la integridad moral, ni dañen el normal desarrollo de la juventud. Por lo que se refiere a la mujer, hay quedarle la posibilidad de trabajar en condiciones adecuadas a las exigencias y los deberes de esposa y de madre[15]. 20. De la dignidad de la persona humana nace también el derecho a ejercer las actividades económicas, salvando el sentido de la responsabilidad[16]. Por tanto, no debe silenciarse que ha de retribuirse al trabajador con un salario establecido conforme a las normas de la justicia, y que, por lo mismo, según las posibilidades de la empresa, le permita, tanto a él como a su familia, mantener un género de vida adecuado a la dignidad del hombre. Sobre este punto, nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII afirma: Al deber de trabajar, impuesto al hombre por la naturaleza, corresponde asimismo un derecho natural en virtud del cual puede pedir, a cambio de su trabajo, lo necesario para la vida propia y de sus hijos. Tan profundamente está mandada por la naturaleza la conservación del hombre[17]. Derecho a la propiedad privada 21. También surge de la naturaleza humana el derecho a la propiedad privada de los bienes, incluidos los de producción, derecho que, como en otra ocasión hemos enseñado, constituye un medio eficiente para garantizar la dignidad de la persona humana y el ejercicio libre de la propia misión en todos los campos de la actividad económica, y es, finalmente, un elemento de tranquilidad y de consolidación para la vida familiar, con el consiguiente aumento de paz y prosperidad en el Estado[18]. 22. Por último, y es ésta una advertencia necesaria, el derecho de propiedad privada entraña una función social[19]. Derecho de reunión y asociación 23. De la sociabilidad natural de los hombres se deriva el derecho de reunión y de asociación; el de dar a las asociaciones que creen la forma más idónea para obtener los fines propuestos; el de actuar dentro de ellas libremente y con propia responsabilidad, y el de conducirlas a los resultados previstos [20]. 24. Como ya advertimos con gran insistencia en la encíclica Mater et magistra, es absolutamente preciso que se funden muchas asociaciones u organismos intermedios, capaces de alcanzar los fines que os particulares por sí solos no pueden obtener eficazmente. Tales asociaciones y organismos deben considerarse como instrumentos indispensables en grado sumo para defender la dignidad y libertad de la persona humana, dejando a salvo el sentido de la responsabilidad[21]. Derecho de residencia y emigración 25. Ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio[22]. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres. Derecho a intervenir en la vida pública

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26. Añádese a lo dicho que con la dignidad de la persona humana concuerda el derecho a tomar parte activa en la vida pública y contribuir al bien común. Pues, como dice nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII, el hombre como tal, lejos de ser objeto y elemento puramente pasivo de la vida social, es, por el contrario, y debe ser y permanecer su sujeto, fundamento y fin[23]. Derecho a la seguridad jurídica 27. A la persona humana corresponde también la defensa legítima de sus propios derechos; defensa eficaz, igual para todos y regida por las normas objetivas de la justicia, como advierte nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII con estas palabras: Del ordenamiento jurídico querido por Dios deriva el inalienable derecho del hombre a la seguridad jurídica y, con ello, a una esfera concreta de derecho, protegida contra todo ataque arbitrario([24]. Los deberes del hombre Conexión necesaria entre derechos y deberes 28. Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y unos y otros tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible. 29. Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de conservarla; al derecho a un decoroso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar libremente la verdad, el deber de buscarla cada día con mayor profundidad y amplitud. El deber de respetar los derechos ajenos 30. Es asimismo consecuencia de lo dicho que, en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho fundamental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen. El deber de colaborar con los demás 31. Al ser los hombres por naturaleza sociables, deben convivir unos con otros y procurar cada uno el bien de los demás. Por esto, una convivencia humana rectamente ordenada exige que se reconozcan y se respeten mutuamente los derechos y los deberes. De aquí se sigue también el que cada uno deba aportar su colaboración generosa para procurar una convivencia civil en la que se respeten los derechos y los deberes con diligencia y eficacia crecientes. 32. No basta, por ejemplo, reconocer al hombre el derecho a las cosas necesarias para la vida si no se procura, en la medida posible, que el hombre posea con suficiente abundancia cuanto toca a su sustento.

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33. A esto se añade que la sociedad, además de tener un orden jurídico, ha de proporcionar al hombre muchas utilidades. Lo cual exige que todos reconozcan y cumplan mutuamente sus derechos y deberes e intervengan unidos en las múltiples empresas que la civilización actual permita, aconseje o reclame. El deber de actuar con sentido de responsabilidad 34. La dignidad de la persona humana requiere, además, que el hombre, en sus actividades, proceda por propia iniciativa y libremente. Por lo cual, tratándose de la convivencia civil, debe respetar los derechos, cumplir las obligaciones y prestar su colaboración a los demás en una multitud de obras, principalmente en virtud de determinaciones personales. De esta manera, cada cual ha de actuar por su propia decisión, convencimiento y responsabilidad, y no movido por la coacción o por presiones que la mayoría de las veces provienen de fuera. Porque una sociedad que se apoye sólo en la razón de la fuerza ha de calificarse de inhumana. En ella, efectivamente, los hombres se ven privados de su libertad, en vez de sentirse estimulados, por el contrario, al progreso de la vida y al propio perfeccionamiento. La convivencia civil Verdad, justicia, amor y libertad, fundamentos de la convivencia humana 35. Por esto, la convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros[25]. Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás. Más todavía: una comunidad humana será cual la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones; cuando estén movidos por el amor de tal manera, que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano. Ni basta esto sólo, porque la sociedad humana se va desarrollando conjuntamente con la libertad, es decir, con sistemas que se ajusten a la dignidad del ciudadano, ya que, siendo éste racional por naturaleza, resulta, por lo mismo, responsable de sus acciones. Carácter espiritual de la sociedad humana 36. La sociedad humana, venerables hermanos y queridos hijos, tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo. 37. El orden vigente en la sociedad es todo él de naturaleza espiritual. Porque se funda en la verdad, debe practicarse según los preceptos de la justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo, y, por último, respetando íntegramente la libertad, ha de ajustarse a una igualdad cada día más humana.

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La convivencia tiene que fundarse en el orden moral establecido por Dios 38. Sin embargo, este orden espiritual, cuyos principios son universales, absolutos e inmutables, tiene su origen único en un Dios verdadero, personal y que trasciende a la naturaleza humana. Dios, en efecto, por ser la primera verdad y el sumo bien, es la fuente más profunda de la cual puede extraer su vida verdadera una convivencia humana rectamente constituida, provechosa y adecuada a la dignidad del hombre[26]. A esto se refiere el pasaje de Santo Tomás de Aquino: El que la razón humana sea norma de la humana voluntad, por la que se mida su bondad, es una derivación de la ley eterna, la cual se identifica con la razón divina... Es, por consiguiente, claro que la bondad de la voluntad humana depende mucho más de la ley eterna que de la razón humana [27]. Características de nuestra época 39. Tres son las notas características de nuestra época. La elevación del mundo laboral 40. En primer lugar contemplamos el avance progresivo realizado por las clases trabajadoras en lo económico y en lo social. Inició el mundo del trabajo su elevación con la reivindicación de sus derechos, principalmente en el orden económico y social. Extendieron después los trabajadores sus reivindicaciones a la esfera política. Finalmente, se orientaron al logro de las ventajas propias de una cultura más refinada. Por ello, en la actualidad, los trabajadores de todo el mundo reclaman con energía que no se les considere nunca simples objetos carentes de razón y libertad, sometidos al uso arbitrario de los demás, sino como hombres en todos los sectores de la sociedad; esto es, en el orden económico y social, en el político y en el campo de la cultura. La presencia de la mujer en la vida pública 41. En segundo lugar, es un hecho evidente la presencia de la mujer en la vida pública. Este fenómeno se registra con mayor rapidez en los pueblos que profesan la fe cristiana, y con más lentitud, pero siempre en gran escala, en países de tradición y civilizaciones distintas. La mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana. La emancipación de los pueblos 42. Observamos, por último, que, en la actualidad, la convivencia humana ha sufrido una total transformación en lo social y en lo político. Todos los pueblos, en efecto, han adquirido ya su libertad o están a punto de adquirirla. Por ello, en breve plazo no habrá pueblos dominadores ni pueblos dominados. 43. Los hombres de todos los países o son ya ciudadanos de un Estado independiente, o están a punto de serlo. No hay ya comunidad nacional alguna que quiera estar sometida al dominio de otra. Porque en nuestro tiempo resultan anacrónicas las teorías, que duraron tantos siglos, por virtud de las cuales ciertas clases recibían un trato de inferioridad, mientras otras exigían posiciones privilegiadas, a causa de la situación económica y social, del sexo o de la categoría política.

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44. Hoy, por el contrario, se ha extendido y consolidado por doquiera la convicción de que todos los hombres son, por dignidad natural, iguales entre sí. Por lo cual, las discriminaciones raciales no encuentran ya justificación alguna, a lo menos en el plano de la razón y de la doctrina. Esto tiene una importancia extraordinaria para lograr una convivencia humana informada por los principios que hemos recordado. Porque cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos. 45. Cuando la regulación jurídica del ciudadano se ordena al respeto de los derechos y de los deberes, los hombres se abren inmediatamente al mundo de las realidades espirituales, comprenden la esencia de la verdad, de la justicia, de la caridad, de la libertad, y adquieren conciencia de ser miembros de tal sociedad. Y no es esto todo, porque, movidos profundamente por estas mismas causas, se sienten impulsados a conocer mejor al verdadero Dios, que es superior al hombre y personal. Por todo lo cual juzgan que las relaciones que los unen con Dios son el fundamento de su vida, de esa vida que viven en la intimidad de su espíritu o unidos en sociedad con los demás hombres. II. ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES POLÍTICAS La autoridad Es necesaria 46. Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país. Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene de Dios, según enseña San Pablo: Porque no hay autoridad que no venga de Dios [28]. Enseñanza del Apóstol que San Juan Crisóstomo desarrolla en estos términos: ¿Qué dices? ¿Acaso todo gobernante ha sido establecido por Dios? No digo esto -añade-, no hablo de cada uno de los que mandan, sino de la autoridad misma. Porque el que existan las autoridades, y haya gobernantes y súbditos, y todo suceda sin obedecer a un azar completamente fortuito, digo que es obra de la divina sabiduría[29].En efecto, como Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común, resulta necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor[30]. Debe estar sometida al orden moral 47. La autoridad, sin embargo, no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior. Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón. Por ello, se sigue evidentemente que su fuerza obligatoria procede del orden moral, que tiene a Dios como primer principio y último fin. Por eso advierte nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII: El mismo orden absoluto de los seres y de los fines, que muestra al hombre como persona autónoma, es decir, como sujeto de derechos y de deberes inviolables, raíz y término de su propia vida social, abarca también al Estado como sociedad necesaria, revestida de autoridad, sin la cual no podría ni existir ni vivir... Y como ese orden absoluto, a la luz de la sana razón, y más particularmente a la luz de la fe cristiana, no puede tener otro origen que un Dios personal, Creador

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nuestro, síguese que... la dignidad de la autoridad política es la dignidad de su participación en la autoridad de Dios[31]. Sólo así obliga en conciencia 48. Por este motivo, el derecho de mandar que se funda exclusiva o principalmente en la amenaza o el temor de las penas o en la promesa de premios, no tiene eficacia alguna para mover al hombre a laborar por el bien común, y, aun cuando tal vez tuviera esa eficacia, no se ajustaría en absoluto a la dignidad del hombre, que es un ser racional y libre. La autoridad no es, en su contenido sustancial, una fuerza física; por ello tienen que apelar los gobernantes a la conciencia del ciudadano, esto es, al deber que sobre cada uno pesa de prestar su pronta colaboración al bien común. Pero como todos los hombres son entre sí iguales en dignidad natural, ninguno de ellos, en consecuencia, puede obligar a los demás a tomar una decisión en la intimidad de su conciencia. Es éste un poder exclusivo de Dios, por ser el único que ve y juzga los secretos más ocultos del corazón humano. 49. Los gobernantes, por tanto, sólo pueden obligar en conciencia al ciudadano cuando su autoridad está unida a la de Dios y constituye una participación de la misma[32]. Y se salva la dignidad del ciudadano 50. Sentado este principio, se salva la dignidad del ciudadano, ya que su obediencia a las autoridades públicas no es, en modo alguno, sometimiento de hombre a hombre, sino, en realidad, un acto de culto a Dios, creador solícito de todo, quien ha ordenado que las relaciones de la convivencia humana se regulen por el orden que El mismo ha establecido; por otra parte, al rendir a Dios la debida reverencia, el hombre no se humilla, sino más bien se eleva y ennoblece, ya que servir a Dios es reinar[33]. La ley debe respetar el ordenamiento divino 51. El derecho de mandar constituye una exigencia del orden espiritual y dimana de Dios. Por ello, si los gobernantes promulgan una ley o dictan una disposición cualquiera contraria a ese orden espiritual y, por consiguiente, opuesta a la voluntad de Dios, en tal caso ni la ley promulgada ni la disposición dictada pueden obligar en conciencia al ciudadano, ya que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres[34]); más aún, en semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa. Así lo enseña Santo Tomás: En cuanto a lo segundo, la ley humana tiene razón de ley sólo en cuanto se ajusta a la recta razón. Y así considerada, es manifiesto que procede de la ley eterna. Pero, en cuanto se aparta de la recta razón, es una ley injusta, y así no tiene carácter de ley, sino más bien de violencia [35]. Autoridad y democracia 52. Ahora bien, del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad. De aquí que la doctrina que acabamos de exponer pueda conciliarse con cualquier clase de régimen auténticamente democrático[36]. El bien común

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Obliga al ciudadano 53. Todos los individuos y grupos intermedios tienen el deber de prestar su colaboración personal al bien común. De donde se sigue la conclusión fundamental de que todos ellos han de acomodar sus intereses a las necesidades de los demás, y la de que deben enderezar sus prestaciones en bienes o servicios al fin que los gobernantes han establecido, según normas de justicia y respetando los procedimientos y límites fijados para el gobierno. Los gobernantes, por tanto, deben dictar aquellas disposiciones que, además de su perfección formal jurídica, se ordenen por entero al bien de la comunidad o puedan conducir a él. Obliga también al gobernante 54. La razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común. De donde se deduce claramente que todo gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio bien común y ajustando al mismo tiempo sus normas jurídicas a la situación real de las circunstancias[37] Está ligado a la naturaleza humana 55. Sin duda han de considerarse elementos intrínsecos del bien común las propiedades características de cada nación[38]; pero estas propiedades no definen en absoluto de manera completa el bien común. El bien común, en efecto, está íntimamente ligado a la naturaleza humana. Por ello no se puede mantener su total integridad más que en el supuesto de que, atendiendo a la íntima naturaleza y efectividad del mismo, se tenga siempre en cuenta el concepto de la persona humana[39]. Debe redundar en provecho de todos 56. Añádase a esto que todos los miembros de la comunidad deben participar en el bien común por razón de su propia naturaleza, aunque en grados diversos, según las categorías, méritos y condiciones de cada ciudadano. Por este motivo, los gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el bien común redunde en provecho de todos, sin preferencia alguna por persona o grupo social determinado, como lo establece ya nuestro predecesor, de inmortal memoria, León XIII: No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva el interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de todos[40]. Sin embargo, razones de justicia y de equidad pueden exigir, a veces, que los hombres de gobierno tengan especial cuidado de los ciudadanos más débiles, que puedan hallarse en condiciones de inferioridad, para defender sus propios derechos y asegurar sus legítimos intereses[41]. Abarca a todo el hombre 57. Hemos de hacer aquí una advertencia a nuestros hijos: el bien común abarca a todo el hombre, es decir, tanto las exigencias del cuerpo como las del espíritu. De lo cual se sigue que los gobernantes deben procurar dicho bien por las vías adecuadas y escalonadamente, de tal forma que, respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu[42]. 58. Todos estos principios están recogidos con exacta precisión en un pasaje de nuestra encíclica Mater et magistra, donde establecimos que el bien común abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos e1 desarrollo expedito y pleno de su propia perfección [43].

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59. E1 hombre, por tener un cuerpo y un alma inmortal, no puede satisfacer sus necesidades ni conseguir en esta vida mortal su perfecta felicidad. Esta es 1a razón de que el bien común deba procurarse por tales vías y con tales medios que no sólo no pongan obstáculos a la salvación eterna del hombre, sino que, por el contrario, le ayuden a conseguirla [44]. Deberes de los gobernantes en orden al bien común 1. Defender los derechos y deberes del hombre 60. En 1a época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de 1a persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de 1a persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes debe ser oficio esencial de todo poder público [45]. 61. Por eso, los gobernantes que no reconozcan los derechos del hombre o los violen faltan a su propio deber y carecen, además, de toda obligatoriedad las disposiciones que dicten [46]. 2. Armonizarlos y regularlos 62. Más aún, los gobernantes tienen como deber principal el de armonizar y regular de una manera adecuada y conveniente los derechos que vinculan entre sí a los hombres en el seno de la sociedad, de tal forma que, en primer lugar, los ciudadanos, al procurar sus derechos, no impidan el ejercicio de los derechos de los demás; en segundo lugar, que el que defienda su propio derecho no dificulte a los otros 1a práctica de sus respectivos deberes, y, por último, hay que mantener eficazmente 1a integridad de los derechos de todos y restablecerla en caso de haber sido violada[47]. 3. Favorecer su ejercicio 63. Es además deber de quienes están a la cabeza del país trabajar positivamente para crear un estado de cosas que permita y facilite al ciudadano la defensa de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones. De hecho, la experiencia enseña que, cuando falta una acción apropiada de los poderes públicos en 1o económico, lo político o lo cultural, se produce entre los ciudadanos, sobre todo en nuestra época, un mayor número de desigualdades en sectores cada vez más amplios, resultando así que los derechos y deberes de 1a persona humana carecen de toda eficacia práctica. 4. Exigencias concretas en esta materia 64. Es por ello necesario que los gobiernos pongan todo su empeño para que el desarrollo económico y el progreso social avancen al mismo tiempo y para que, a medida que se desarrolla la productividad de los sistemas económicos, se desenvuelvan también los servicios esenciales, como son, por ejemplo, carreteras, transportes, comercio, agua potable, vivienda, asistencia sanitaria, medios que faciliten la profesión de la fe religiosa y, finalmente, auxilios para el descanso del espíritu. Es necesario también que las autoridades se esfuercen por organizar sistemas económicos de previsión para que al ciudadano, en el caso de sufrir una desgracia o sobrevenirle una carga mayor en las obligaciones familiares contraídas, no le falte lo necesario

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para llevar un tenor de vida digno. Y no menor empeño deberán poner las autoridades en procurar y en lograr que a los obreros aptos para el trabajo se les dé la oportunidad de conseguir un empleo adecuado a sus fuerzas; que se pague a cada uno el salario que corresponda según las leyes de la justicia y de la equidad; que en las empresas puedan los trabajadores sentirse responsables de la tarea realizada; que se puedan constituir fácilmente organismos intermedios que hagan más fecunda y ágil la convivencia social; que, finalmente, todos, por los procedimientos y grados oportunos, puedan participar en los bienes de la cultura. 5. Guardar un perfecto equilibrio en 1a regulación y tutela de los derechos 65. Sin embargo, el bien general del país también exige que los gobernantes, tanto en la tarea de coordinar y asegurar los derechos de los ciudadanos como en la función de irlos perfeccionando, guarden un pleno equilibrio para evitar, por un lado, que la preferencia dada a los derechos de algunos particulares o de determinados grupos venga a ser origen de una posición de privilegio en la nación, y para soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos de todos, incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de cada uno. Manténgase siempre a salvo el principio de que la intervención de las autoridades públicas en el campo económico, por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares, sino que, por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana [48]. 66. Idéntica finalidad han de tener las iniciativas de todo género del gobierno dirigidas a facilitar al ciudadano tanto la defensa de sus derechos como e1 cumplimiento de sus deberes en todos los sectores de la vida social. La constitución jurídico-política de la sociedad 67. Pasando a otro tema, no puede establecerse una norma universal sobre cuál sea la forma mejor de gobierno ni sobre los sistemas más adecuados para el ejercicio de las funciones públicas, tanto en la esfera legislativa como en 1a administrativa y en la judicial. División de funciones y de poderes 68. En realidad, para determinar cuál haya de ser la estructura política de un país o el procedimiento apto para el ejercicio de las funciones públicas, es necesario tener muy en cuenta la situación actual y las circunstancias de cada pueblo; situación y circunstancias que cambian en función de los lugares y de las épocas. Juzgamos, sin embargo, que concuerda con la propia naturaleza del hombre una organización de la convivencia compuesta por las tres clases de magistraturas que mejor respondan a la triple función principal de 1a autoridad pública; porque en una comunidad política así organizada, las funciones de cada magistratura y las relaciones entre el ciudadano y los servidores de la cosa pública quedan definidas en términos jurídicos. Tal estructura política ofrece, sin duda, una eficaz garantía al ciudadano tanto en el ejercicio de sus derechos como en el cumplimiento de sus deberes. Normas generales para e1 ejercicio de los tres poderes 69. Sin embargo, para que esta organización jurídica y política de la comunidad rinda las ventajas que le son propias, es exigencia de la misma realidad que las autoridades actúen y resuelvan las dificultades que surjan con procedimientos y medios idóneos, ajustados a las funciones específicas de su competencia y a la

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situación actual del país. Esto implica, además, la obligación que el poder legislativo tiene, en el constante cambio que 1a realidad impone, de no descuidar jamás en su actuación las normas morales, las bases constitucionales del Estado y las exigencias del bien común. Reclama, en segundo lugar, que la administración pública resuelva todos los casos en consonancia con el derecho, teniendo a la vista la legislación vigente y con cuidadoso examen crítico de la realidad concreta. Exige, por último, que el poder judicial dé a cada cual su derecho con imparcialidad plena y sin dejarse arrastrar por presiones de grupo alguno. Es también exigencia de la realidad que tanto el ciudadano como los grupos intermedios tengan a su alcance los medios legales necesarios para defender sus derechos y cumplir sus obligaciones, tanto en el terreno de las mutuas relaciones privadas como en sus contactos con los funcionarios públicos[49] . Cautelas y requisitos que deben observar los gobernantes 70. Es indudable que esta ordenación jurídica del Estado, la cual responde a las normas de la moral y de la justicia y concuerda con el grado de progreso de la comunidad política, contribuye en gran manera al bien común del país. 71. Sin embargo, en nuestros tiempos, la vida social es tan variada, compleja y dinámica, que cualquier ordenación jurídica, aun la elaborada con suma prudencia y previsora intención, resulta muchas veces inadecuada frente a las necesidades. 72. Hay que añadir un hecho más: el de que las relaciones recíprocas de los ciudadanos, de los ciudadanos y de los grupos intermedios con las autoridades y, finalmente, de las distintas autoridades del Estado entre sí, resultan a veces tan inciertas y peligrosas, que no pueden encuadrarse en determinados moldes jurídicos. En tales casos, la realidad pide que los gobernantes, para mantener incólume la ordenación jurídica del Estado en sí misma y en los principios que la inspiran, satisfacer las exigencias fundamentales de la vida social, acomodar las leyes y resolver los nuevos problemas de acuerdo con los hábitos de la vida moderna, tengan, lo primero, una recta idea de la naturaleza de sus funciones y de los límites de su competencia, y posean, además, sentido de la equidad, integridad moral, agudeza de ingenio y constancia de voluntad en grado bastante para descubrir sin vacilación lo que hay que hacer y para llevarlo a cabo a tiempo y con valentía[50]. Acceso del ciudadano a la vida pública 73. Es una exigencia cierta de la dignidad humana que los hombres puedan con pleno derecho dedicarse a la vida pública, si bien solamente pueden participar en ella ajustándose a las modalidades que concuerden con la situación real de la comunidad política a la que pertenecen. 74. Por otra parte, de este derecho de acceso a la vida pública se siguen para los ciudadanos nuevas y amplísimas posibilidades de bien común. Porque, primeramente, en las actuales circunstancias, los gobernantes, al ponerse en contacto y dialogar con mayor frecuencia con los ciudadanos, pueden conocer mejor los medios que más interesan para el bien común, y, por otra parte, la renovación periódica de las personas en los puestos públicos no sólo impide el envejecimiento de la autoridad, sino que además le da la posibilidad de rejuvenecerse en cierto modo para acometer el progreso de la sociedad humana[51]. Exigencias de la época

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Carta de los derechos del hombre 75. De todo 1o expuesto hasta aquí se deriva con plena claridad que, en nuestra época, lo primero que se requiere en la organización jurídica del Estado es redactar, con fórmulas concisas y claras, un compendio de los derechos fundamentales del hombre e incluirlo en la constitución general del Estado. Organización de poderes 76. Se requiere, en segundo lugar, que, en términos estrictamente jurídicos, se elabore una constitución pública de cada comunidad política, en la que se definan los procedimientos para designar a los gobernantes, los vínculos con los que necesariamente deban aquellos relacionarse entre sí, las esferas de sus respectivas competencias y, por último, las normas obligatorias que hayan de dirigir el ejercicio de sus funciones. Relaciones autoridad-ciudadanos 77. Se requiere, finalmente, que se definan de modo específico los derechos y deberes del ciudadano en sus relaciones con las autoridades y que se prescriba de forma clara como misión principal de las autoridades el reconocimiento, respeto, acuerdo mutuo, tutela y desarrollo continuo de los derechos y deberes del ciudadano. Juicio crítico 78. Sin embargo, no puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano, proviene la fuerza obligatoria de la constitución política y nace, finalmente, el poder de los gobernantes del Estado para mandar[52]. 79. No obstante, estas tendencias de que hemos hablado constituyen también un testimonio indudable de que en nuestro tiempo los hombres van adquiriendo una conciencia cada vez más viva de su propia dignidad y se sienten, por tanto, estimulados a intervenir en la ida pública y a exigir que sus derechos personales e inviolables se defiendan en la constitución política del país. No basta con esto; los hombres exigen hoy, además, que las autoridades se nombren de acuerdo con las normas constitucionales y ejerzan sus funciones dentro de los términos establecidos por las mismas. III. ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Las relaciones internacionales deben regirse por la ley moral 80. Nos complace confirmar ahora con nuestra autoridad las enseñanzas que sobre el Estado expusieron repetidas veces nuestros predecesores, esto es, que las naciones son sujetos de derechos y deberes mutuos y, por consiguiente, sus relaciones deben regularse por las normas de la verdad, la justicia, la activa solidaridad y la libertad. Porque la misma ley natural que rige las relaciones de convivencia entre los ciudadanos debe regular también las relaciones mutuas entre las comunidades políticas. 81. Este principio es evidente para todo el que considere que los gobernantes, cuando actúan en nombre de su comunidad y atienden al bien de la misma, no pueden, en modo alguno, abdicar de su dignidad natural, y,

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por tanto, no les es lícito en forma alguna prescindir de la ley natural, a la que están sometidos, ya que ésta se identifica con la propia ley moral. 82. Es, por otra parte, absurdo pensar que los hombres, por el mero hecho de gobernar un Estado, puedan verse obligados a renunciar a su condición humana. Todo lo contrario, han sido elevados a tan encumbrada posición porque, dadas sus egregias cualidades personales, fueron considerados como los miembros más sobresalientes de la comunidad. 83. Más aún, el mismo orden moral impone dos consecuencias: una, la necesidad de una autoridad rectora en el seno de la sociedad; otra, que esa autoridad no pueda rebelarse contra tal orden moral sin derrumbarse inmediatamente, al quedar privada de su propio fundamento. Es un aviso del mismo Dios: Oíd, pues, ¡oh reyes!, y entended; aprended vosotros los que domináis los confines de la tierra. Aplicad el oído los que imperáis sobre las muchedumbres y los que os engreís sobre la multitud de las naciones. Porque el poder os fue dado por el Señor, y la soberanía por el Altísimo, el cual examinará vuestras obras y escudriñará vuestros pensamientos[53]. 84. Finalmente, es necesario recordar que también en la ordenación de las relaciones internacionales la autoridad debe ejercerse de forma que promueva el bien común de todos, ya que para esto precisamente se ha establecido. 85. Entre las exigencias fundamentales del bien común hay que colocar necesariamente el principio del reconocimiento del orden moral y de la inviolabilidad de sus preceptos. El nuevo orden que todos los pueblos anhelan... hade alzarse sobre la roca indestructible e inmutable de la ley moral, manifestada por el mismo Creador mediante el orden natural y esculpida por El en los corazones de los hombres con caracteres indelebles... Como faro resplandeciente, la ley moral debe, con los rayos de sus principios, dirigir la ruta de la actividad de los hombres y de los Estados, los cuales habrán de seguir sus amonestadoras, saludables y provechosas indicaciones, sí no quieren condenar a la tempestad y al naufragio todo trabajo y esfuerzo para establecer un orden nuevo[54]. Las relaciones internacionales deben regirse por la verdad 86. Hay que establecer como primer principio que las relaciones internacionales deben regirse por la verdad. Ahora bien, la verdad exige que en estas relaciones se evite toda discriminación racial y que, por consiguiente, se reconozca como principio sagrado e inmutable que todas las comunidades políticas son iguales en dignidad natural. De donde se sigue que cada una de ellas tiene derecho a la existencia, al propio desarrollo, a los medios necesarios para este desarrollo y a ser, finalmente, la primera responsable en procurar y alcanzar todo lo anterior; de igual manera, cada nación tiene también el derecho a la buena fama y a que se le rindan los debidos honores. 87. La experiencia enseña que son muchas y muy grandes las diferencias entre los hombres en ciencia, virtud, inteligencia y bienes materiales. Sin embargo, este hecho no puede justificar nunca el propósito de servirse de la superioridad propia para someter de cualquier modo a los demás. Todo lo contrario: esta superioridad implica una obligación social más grave para ayudar a los demás a que logren, con el esfuerzo común, la perfección propia.

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88. De modo semejante, puede suceder que algunas naciones aventajen a otras en el grado de cultura, civilización y desarrollo económico. Pero esta ventaja, lejos de ser una causa lícita para dominar injustamente a las demás, constituye más bien una obligación para prestar una mayor ayuda al progreso común de todos los pueblos. 89. En realidad, no puede existir superioridad alguna por naturaleza entre los hombres, ya que todos ellos sobresalen igualmente por su dignidad natural. De aquí se sigue que tampoco existen diferencias entre las comunidades políticas por lo que respecta a su dignidad natural. Cada Estado es como un cuerpo, cuyos miembros son los seres humanos. Por otra parte, 1a experiencia enseña que los pueblos son sumamente sensibles, y no sin razón, en todas aquellas cosas que de alguna manera atañen a su propia dignidad. 90. Exige, por último, la verdad que en el uso de los medios de información que la técnica moderna ha introducido, y que tanto sirve para fomentar y extender el mutuo conocimiento de los pueblos, se observen de forma absoluta las normas de una serena objetividad. Lo cual no prohíbe, ni mucho menos, a los pueblos subrayar los aspectos positivos de su vida. Pero han de rechazarse por entero los sistemas de información que, violando los preceptos de la verdad y de la justicia, hieren la fama de cualquier país [55]. Las relaciones internacionales deben regirse por la justicia 91. Segundo principio: las relaciones internacionales deben regularse por las normas de la justicia, lo cual exige dos cosas: el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento de los respectivos deberes. 92. Y como las comunidades políticas tienen derecho a la existencia, al propio desarrollo, a obtener todos los medios necesarios para su aprovechamiento, a ser los protagonistas de esta tarea y a defender su buena reputación y los honores que les son debidos, de todo ello se sigue que las comunidades políticas tienen igualmente el deber de asegurar de modo eficaz tales derechos y de evitar cuanto pueda lesionarlos. Así como en las relaciones privadas los hombres no pueden buscar sus propios intereses con daño injusto de los ajenos, de la misma manera, las comunidades políticas no pueden, sin incurrir en delito, procurarse un aumento de riquezas que constituya injuria u opresión injusta de las demás naciones. Oportuna es a este respecto la sentencia de San Agustín: Si se abandona la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios?[56]. 93. Puede suceder, y de hecho sucede, que pugnen entre sí las ventajas y provechos que las naciones intentan procurarse. Sin embargo, las diferencias quede ello surjan no deben zanjarse con las armas ni por el fraude o el engaño, sino, como corresponde a seres humanos, por la razonable comprensión recíproca, el examen cuidadoso y objetivo de la realidad y un compromiso equitativo de los pareceres contrarios. El problema de las minorías étnicas 94. A este capítulo de las relaciones internacionales pertenece de modo singular la tendencia política que desde el siglo XIX se ha ido generalizando e imponiendo, por virtud de la cual los grupos étnicos aspiran a ser dueños de sí mismos y a constituir una sola nación. Y como esta aspiración, por muchas causas, no siempre puede realizarse, resulta de ello la frecuente presencia de minorías étnicas dentro de los límites de una nación de raza distinta, lo cual plantea problemas de extrema gravedad.

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95. En esta materia hay que afirmar claramente que todo cuanto se haga para reprimir la vitalidad y el desarrollo de tales minorías étnicas viola gravemente los deberes de la justicia. Violación que resulta mucho más grave aún si esos criminales atentados van dirigidos al aniquilamiento de la raza. 96. Responde, por el contrario, y plenamente, a lo que la justicia demanda: que los gobernantes se consagren a promover con eficacia los valores humanos de dichas minorías, especialmente en lo tocante a su lengua, cultura, tradiciones, recursos e iniciativas económicas[57]. 97. Hay que advertir, sin embargo, que estas minorías étnicas, bien por la situación que tienen que soportar a disgusto, bien por la presión de los recuerdos históricos, propenden muchas veces a exaltar más de lo debido sus características raciales propias, hasta el punto de anteponerlas a los valores comunes propios de todos los hombres, como si el bien de la entera familia humana hubiese de subordinarse al bien de una estirpe. Lo razonable, en cambio, es que tales grupos étnicos reconozcan también las ventajas que su actual situación les ofrece, ya que contribuye no poco a su perfeccionamiento humano el contacto diario con los ciudadanos de una cultura distinta, cuyos valores propios puedan ir así poco a poco asimilando. Esta asimilación sólo podrá lograrse cuando las minorías se decidan a participar amistosamente en los usos y tradiciones de los pueblos que las circundan; pero no podrá alcanzarse si las minorías fomentan los mutuos roces, que acarrean daños innumerables y retrasan el progreso civil de las naciones. Las relaciones internacionales deben regirse por el principio de la solidaridad activa Asociaciones, colaboración e intercambios 98. Como las relaciones internacionales deben regirse por las normas de la verdad y de la justicia, por ello han de incrementarse por medio de una activa solidaridad física y espiritual. Esta puede lograrse mediante múltiples formas de asociación, como ocurre en nuestra época, no sin éxito, en lo que atañe a la economía, la vida social y política, la cultura, la salud y el deporte. En este punto es necesario tener a la vista que la autoridad pública, por su propia naturaleza, no se ha establecido para recluir forzosamente al ciudadano dentro de los límites geográficos de la propia nación, sino para asegurar ante todo el bien común, el cual no puede ciertamente separarse del bien propio de toda la familia humana. 99. Esto implica que las comunidades políticas, al procurar sus propios intereses, no solamente no deben perjudicar a las demás, sino que también todas ellas han de unir sus propósitos y esfuerzos, siempre que la acción aislada de alguna no baste para conseguirlos fines apetecidos; en esto hay que prevenir con todo empeño que lo que es ventajoso para ciertas naciones no acarree a las otras más daños que utilidades. 100. Por último, el bien común universal requiere que en cada nación se fomente toda clase de intercambios entre los ciudadanos y los grupos intermedios. Porque, existiendo en muchas partes del mundo grupos étnicos más o menos diferentes, hay que evitar que se impida la comunicación mutua entre las personas que pertenecen a unas u otras razas; lo cual está en abierta oposición con el carácter de nuestra época, que ha borrado, o casi borrado, las distancias internacionales. No ha de olvidarse tampoco que los hombres de cualquier raza poseen, además de los caracteres propios que los distinguen de los demás, otros e importantísimos que les son comunes con todos los hombres, caracteres que pueden mutuamente desarrollarse y perfeccionarse, sobre todo en lo que concierne a los valores del espíritu. Tienen, por tanto, el deber y el derecho de convivir con cuantos están socialmente unidos a ellos.

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101. Es un hecho de todos conocido que en algunas regiones existe evidente desproporción entre la extensión de tierras cultivables y el número de habitantes; en otras, entre las riquezas del suelo y los instrumentos disponibles para el cultivo; por consiguiente, es preciso que haya una colaboración internacional para procurar un fácil intercambio de bienes, capitales y personas[58]. 102. En tales casos, juzgamos lo más oportuno que, en la medida posible, el capital busque al trabajador, y no al contrario. Porque así se ofrece a muchas personas la posibilidad de mejorar su situación familiar, sin verse constreñidas a emigrar penosamente a otros países, abandonando el suelo patrio, y emprender una nueva vida, adaptándose a las costumbres de un medio distinto. La situación de los exiliados políticos 103. El paterno amor con que Dios nos mueve a amar a todos los hombres nos hace sentir una profunda aflicción ante el infortunio de quienes se ven expulsados de su patria por motivos políticos. La multitud de estos exiliados, innumerables sin duda en nuestra época, se ve acompañada constantemente por muchos e increíbles dolores. 104. Tan triste situación demuestra que los gobernantes de ciertas naciones restringen excesivamente los límites de la justa libertad, dentro de los cuales es lícito al ciudadano vivir con decoro una vida humana. Más aún: en tales naciones, a veces, hasta el derecho mismo a la libertad se somete a discusión o incluso queda totalmente suprimido. Cuando esto sucede, todo el recto orden de la sociedad civil se subvierte; porque la autoridad pública está destinada, por su propia naturaleza, a asegurar el bien de la comunidad, cuyo deber principal es reconocer el ámbito justo de la libertad y salvaguardar santamente sus derechos. 105. Por esta causa, no está de más recordar aquí a todos que los exiliados políticos poseen la dignidad propia de la persona y se les deben reconocer los derechos consiguientes, los cuales no han podido perder por haber sido privados de la ciudadanía en su nación respectiva. 106. Ahora bien, entre los derechos de la persona humana debe contarse también el de que pueda lícitamente cualquiera emigrar a la nación donde espere que podrá atender mejor a sí mismo y a su familia. Por lo cual es un deber de las autoridades públicas admitir a los extranjeros que llegan y, en cuanto lo permita el verdadero bien de su comunidad, favorecerlos propósitos de quienes pretenden incorporarse a ella como nuevos miembros. 107. Por estas razones, aprovechamos la presente oportunidad para alabar públicamente todas las iniciativas promovidas por la solidaridad humana o por la cristiana caridad y dirigidas a aliviarlos sufrimientos de quienes se ven forzados a abandonar sus países. 108. Y no podemos dejar de invitar a todos los hombres de buen sentido a alabar las instituciones internacionales que se consagran íntegramente a tan trascendental problema. La carrera de armamentos y el desarme 109. En sentido opuesto vemos, con gran dolor, cómo en las naciones económicamente más desarrolladas se han estado fabricando, y se fabrican todavía, enormes armamentos, dedicando a su construcción una suma inmensa de energías espirituales y materiales. Con esta política resulta que, mientras los ciudadanos de tales

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naciones se ven obligados a soportar sacrificios muy graves, otros pueblos, en cambio, quedan sin las ayudas necesarias para su progreso económico y social. 110. La razón que suele darse para justificar tales preparativos militares es que hoy día la paz, así dicen, no puede garantizarse sí no se apoya en una paridad de armamentos. Por lo cual, tan pronto como en alguna parte se produce un aumento del poderío militar, se provoca en otras una desenfrenada competencia para aumentar también las fuerzas armadas. Y si una nación cuenta con armas atómicas, las demás procuran dotarse del mismo armamento, con igual poder destructivo. 111. La consecuencia es clara: los pueblos viven bajo un perpetuo temor, como si les estuviera amenazando una tempestad que en cualquier momento puede desencadenarse con ímpetu horrible. No les falta razón, porque las armas son un hecho. Y si bien parece difícilmente creíble que haya hombres con suficiente osadía para tomar sobre sí la responsabilidad de las muertes y de la asoladora destrucción que acarrearía una guerra, resulta innegable, en cambio, que un hecho cualquiera imprevisible puede de improviso e inesperadamente provocar el incendio bélico. Y, además, aunque el poderío monstruoso de los actuales medios militares disuada hoy a los hombres de emprender una guerra, siempre se puede, sin embargo, temer que los experimentos atómicos realizados con fines bélicos, si no cesan, pongan en grave peligro toda clase de vida en nuestro planeta. 112. Por lo cual la justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, controlado por mutuas y eficaces garantías. No se debe permitir advertía nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII- que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad[59]. 113. Todos deben, sin embargo, convencerse que ni el cese en la carrera de armamentos, ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la angustiosa perspectiva de la guerra. Esto, a su vez, requiere que esa norma suprema que hoy se sigue para mantenerla paz se sustituya por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca. Nos confiamos que es éste un objetivo asequible. Se trata, en efecto, de una exigencia que no sólo está dictada por las normas de la recta razón, sino que además es en sí misma deseable en grado sumo y extraordinariamente fecunda en bienes. 114. Es, en primer lugar, una exigencia dictada por la razón. En realidad, como todos saben, o deberían saber, las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad. 115. Decimos, en segundo lugar, que es un objetivo sumamente deseable. ¿Quién, en efecto, no anhela con ardentísimos deseos que se eliminen los peligros de una guerra, se conserve incólume la paz y se consolide ésta con garantías cada día más firmes?

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116. Por último, este objetivo es extraordinariamente fecundo en bienes, porque sus ventajas alcanzan a todos sin excepción, es decir, a cada persona, a los hogares, a los pueblos, a la entera familia humana. Como lo advertía nuestro predecesor Pío XII con palabras de aviso que todavía resuenan vibrantes en nuestros oídos: Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra[60]. 117. Por todo ello, Nos, como vicario de Jesucristo, Salvador del mundo y autor de la paz, interpretando los más ardientes votos de toda la familia humana y movido por un paterno amor hacia todos los hombres, consideramos deber nuestro rogar y suplicar a 1a humanidad entera, y sobre todo a los gobernantes, que no perdonen esfuerzos ni fatigas hasta lograr que el desarrollo de la vida humana concuerde con la razón y la dignidad del hombre. 118. Que en las asambleas más previsoras y autorizadas se examine a fondo la manera de lograr que las relaciones internacionales se ajusten en todo el mundo a un equilibrio más humano, o sea a un equilibrio fundado en la confianza recíproca, la sinceridad en los pactos y el cumplimiento de las condiciones acordadas. Examínese el problema en toda su amplitud, de forma que pueda lograrse un punto de arranque sólido para iniciar una serie de tratados amistosos, firmes y fecundos. 119.Por nuestra parte, Nos no cesaremos de rogar a Dios para que su sobrenatural ayuda dé prosperidad fecunda a estos trabajos. Las relaciones internacionales deben regirse por la libertad 120. Hay que indicar otro principio: el de que las relaciones internacionales deben ordenarse según una norma de libertad. El sentido de este principio es que ninguna nación tiene derecho a oprimir injustamente a otras o a interponerse de forma indebida en sus asuntos. Por el contrario, es indispensable que todas presten ayuda a las demás, a fin de que estas últimas adquieran una conciencia cada vez mayor de sus propios deberes, acometan nuevas y útiles empresas y actúen como protagonistas de su propio desarrollo en todos los sectores. 121. Habida cuenta de la comunidad de origen, de redención cristiana y de fin sobrenatural que vincula mutuamente a todos los hombres y los llama a constituir una sola familia cristiana, hemos exhortado en la encíclica Mater et magistra a las comunidades políticas económicamente más desarrolladas a colaborar de múltiples formas con aquellos países cuyo desarrollo económico está todavía en curso[61]. 122. Reconocemos ahora, con gran consuelo nuestro, que tales invitaciones han tenido amplia acogida, y confiamos que seguirán encontrando aceptación aún más extensa todavía en el futuro, de tal manera que aun los pueblos más necesitados alcancen pronto un desarrollo económico tal, que permita a sus ciudadanos llevar una vida más conforme con la dignidad humana. 123. Pero siempre ha de tenerse muy presente una cautela: que esa ayuda a las demás naciones debe prestarse de tal forma que su libertad quede incólume y puedan ellas ser necesariamente las protagonistas decisivas y las principales responsables de la labor de su propio desarrollo económico y social. 124. En este punto, nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII dejó escrito un saludable aviso: Un nuevo orden, fundado sobre los principios morales, prohíbe absolutamente la lesión de la libertad, de la integridad y de la seguridad de otras naciones, cualesquiera que sean su extensión territorial y su capacidad defensiva.

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Si es inevitable que los grandes Estados, por sus mayores posibilidades y su poderío, tracen el camino para la constitución de grupos económicos entre ellos y naciones más pequeñas y más débiles, es, sin embargo, indiscutible -como para todos en el marco del interés general- el derecho de éstas al respeto de su libertad en el campo político, a la eficaz guarda de aquella neutralidad en los conflictos entre los Estados que les corresponde según el derecho natural y de gentes, a la tutela de su propio desarrollo económico, pues tan sólo así podrán conseguir adecuadamente el bien común, el bienestar material y espiritual del propio pueblo [62]. 125. Así, pues, es necesario que las naciones más ricas, al socorrer de múltiples formas a las más necesitadas, respeten con todo esmero las características propias de cada pueblo y sus instituciones tradicionales, e igualmente se abstengan de cualquier intento de dominio político. Haciéndolo así, se contribuirá no poco a formar una especie de comunidad de todos los pueblos, dentro de la cual cada Estado, consciente de sus deberes y de sus derechos, colaborará, en plano de igualdad, en pro de la prosperidad de todos los demás países[63]. Convicciones y esperanzas de la hora actual 126. Se ha ido generalizando cada vez más en nuestros tiempos la profunda convicción de que las diferencias que eventualmente surjan entre los pueblos deben resolverse no con las armas, sino por medio de negociaciones y convenios. 127. Esta convicción, hay que confesarlo, nace, en la mayor parte de los casos, de la terrible potencia destructora que los actuales armamentos poseen y del temor a las horribles calamidades y ruinas que tales armamentos acarrearían. Por esto, en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. 128. Sin embargo, vemos, por desgracia, muchas veces cómo los pueblos se ven sometidos al temor como a ley suprema, e invierten, por lo mismo, grandes presupuestos en gastos militares. Justifican este proceder -y no hay motivo para ponerlo en duda- diciendo que no es el propósito de atacar el que los impulsa, sino el de disuadir a los demás de cualquier ataque. 129. Esto no obstante, cabe esperar que los pueblos, por medio de relaciones y contactos institucionalizados, lleguen a conocer mejor los vínculos sociales con que la naturaleza humana los une entre sí y a comprender con claridad creciente que entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor, porque ante todo es propio del amor llevar a los hombres a una sincera y múltiple colaboración material y espiritual, de la que tantos bienes pueden derivarse para ellos. IV. ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES MUNDIALES La interdependencia de los Estados en lo social, político y económico 130. Los recientes progresos de la ciencia y de la técnica, que han logrado repercusión tan profunda en la vida humana, estimulan a los hombres, en todo el mundo, a unir cada vez más sus actividades y asociarse entre sí. Hoy día ha experimentado extraordinario aumento el intercambio de productos, ideas y poblaciones. Por esto se han multiplicado sobremanera las relaciones entre los individuos, las familias y las asociaciones

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intermedias de las distintas naciones, y se han aumentado también los contactos entre los gobernantes de los diversos países. Al mismo tiempo se ha acentuado la interdependencia entre las múltiples economías nacionales; los sistemas económicos de los pueblos se van cohesionando gradualmente entre sí, hasta el punto de que de todos ellos resulta una especie de economía universal; en fin, el progreso social, el orden, la seguridad y la tranquilidad de cualquier Estado guardan necesariamente estrecha relación con los de los demás. 131. En tales circunstancias es evidente que ningún país puede, separado de los otros, atender como es debido a su provecho y alcanzar de manera completa su perfeccionamiento. Porque la prosperidad o el progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos. La autoridad política es hoy insuficiente para lograr el bien común universal 132. Ninguna época podrá borrar la unidad social de los hombres, puesto que consta de individuos que poseen con igual derecho una misma dignidad natural. Por esta causa, será siempre necesario, por imperativos de la misma naturaleza, atender debidamente al bien universal, es decir, al que afecta a toda la familia humana. 133. En otro tiempo, los jefes de los Estados pudieron, al parecer, velar suficientemente por el bien común universal; para ello se valían del sistema de las embajadas, las reuniones y conversaciones de sus políticos más eminentes, los pactos y convenios internacionales. En una palabra, usaban los métodos y procedimientos que señalaban el derecho natural, el derecho de gentes o el derecho internacional común. 134. En nuestros días, las relaciones internacionales han sufrido grandes cambios. Porque, de una parte, el bien común de todos los pueblos plantea problemas de suma gravedad, difíciles y que exigen inmediata solución, sobre todo en lo referente a la seguridad y la paz del mundo entero; de otra, los gobernantes de los diferentes Estados, como gozan de igual derecho, por más que multipliquen las reuniones y los esfuerzos para encontrar medios jurídicos más aptos, no lo logran en grado suficiente, no porque les falten voluntad y entusiasmo, sino porque su autoridad carece del poder necesario. 135. Por consiguiente, en las circunstancias actuales de la sociedad, tanto la constitución y forma de los Estados como el poder que tiene la autoridad pública en todas las naciones del mundo deben considerarse insuficientes para promover el bien común de los pueblos. Es necesaria una autoridad pública de alcance mundial 136. Ahora bien, si se examinan con atención, por una parte, el contenido intrínseco del bien común, y, por otra, la naturaleza y el ejercicio de la autoridad pública, todos habrán de reconocer que entre ambos existe una imprescindible conexión. Porque el orden moral, de la misma manera que exige una autoridad pública para promover el bien común en la sociedad civil, así también requiere que dicha autoridad pueda lograrlo efectivamente. De aquí nace que las instituciones civiles -en medio de las cuales la autoridad pública se desenvuelve, actúa y obtiene su fin- deben poseer una forma y eficacia tales que puedan alcanzar el bien común por las vías y los procedimientos más adecuados a las distintas situaciones de la realidad.

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137.Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes problemas solamente puede afrontarlos una autoridad pública cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance mundial, resulta, en consecuencia, que, por imposición del mismo orden moral, es preciso constituir una autoridad pública general. La autoridad mundial debe establecerse por acuerdo general de las naciones 138. Esta autoridad general, cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer medios idóneos para conducir al bien común universal, ha de establecerse con el consentimiento de todas las naciones y no imponerse por la fuerza. La razón de esta necesidad reside en que, debiendo tal autoridad desempeñar eficazmente su función, es menester que sea imparcial para todos, ajena por completo a los partidismos y dirigida al bien común de todos los pueblos. Porque si las grandes potencias impusieran por la fuerza esta autoridad mundial, con razón sería de temer que sirviese al provecho de unas cuantas o estuviese del lado de una nación determinada, y por ello el valor y la eficacia de su actividad quedarían comprometidos. Aunque las naciones presenten grandes diferencias entre sí en su grado de desarrollo económico o en su potencia militar, defienden, sin embargo, con singular energía la igualdad jurídica y la dignidad de su propia manera de vida. Por esto, con razón, los Estados no se resignan a obedecer a los poderes que se les imponen por la fuerza, o a cuya constitución no han contribuido, o a los que no se han adherido libremente. La autoridad mundial debe proteger los derechos de la persona humana 139. Así como no se puede juzgar del bien común de una nación sin tener en cuenta la persona humana, lo mismo debe decirse del bien común general; por lo que la autoridad pública mundial ha de tender principalmente a que los derechos de la persona humana se reconozcan, se tengan en el debido honor, se conserven incólumes y se aumenten en realidad. Esta protección de los derechos del hombre puede realizarla o la propia autoridad mundial por sí misma, si la realidad lo permite, o bien creando en todo el mundo un ambiente dentro del cual los gobernantes de los distintos países puedan cumplir sus funciones con mayor facilidad. El principio de subsidiariedad en el plano mundial 140. Además, así como en cada Estado es preciso que las relaciones que median entre la autoridad pública y los ciudadanos, las familias y los grupos intermedios, se regulen y gobiernen por el principio de la acción subsidiaria, es justo que las relaciones entre la autoridad pública mundial y las autoridades públicas de cada nación se regulen y rijan por el mismo principio. Esto significa que la misión propia de esta autoridad mundial es examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social, político o cultural, ya que estos problemas, por su extrema gravedad, amplitud extraordinaria y urgencia inmediata, presentan dificultades superiores a las que pueden resolver satisfactoriamente los gobernantes de cada nación. 141. Es decir, no corresponde a esta autoridad mundial limitar la esfera de acción o invadir la competencia propia de la autoridad pública de cada Estado. Por el contrario, la autoridad mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un ambiente dentro del cual no sólo los poderes públicos de cada nación, sino también los individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus deberes y defender sus derechos[64].

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La organización de las Naciones Unidas 142. Como es sabido, e1 26 de junio de 1945 se creó 1a Organización de las Naciones Unidas, conocida con la sigla ONU, a la que se agregaron después otros organismos inferiores, compuestos de miembros nombrados por la autoridad pública de las diversas naciones; a éstos les han sido confiadas misiones de gran importancia y de alcance mundial en lo referente a la vida económica y social, cultural, educativa y sanitaria. Sin embargo, el objetivo fundamental que se confió a la Organización de las Naciones Unidas es asegurar y consolidar la paz internacional, favorecer y desarrollar las relaciones de amistad entre los pueblos, basadas en los principios de igualdad, mutuo respeto y múltiple colaboración en todos los sectores de la actividad humana. 143. Argumento decisivo de la misión de la ONU es la Declaración universal de los derechos del hombre, que la Asamblea general ratificó el 10 de diciembre de 1948. En el preámbulo de esta Declaración se proclama como objetivo básico, que deben proponerse todos los pueblos y naciones, el reconocimiento y el respeto efectivo de todos los derechos y todas las formas de la libertad recogidas en tal Declaración. 144. No se nos oculta que ciertos capítulos de esta Declaración han suscitado algunas objeciones fundadas. Juzgamos, sin embargo, que esta Declaración debe considerarse un primer paso introductorio para el establecimiento de una constitución jurídica y política de todos los pueblos del mundo. En dicha Declaración se reconoce solemnemente a todos los hombres sin excepción la dignidad de la persona humana y se afirman todos los derechos que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad, respetar las normas morales, cumplir los deberes de la justicia, observar una vida decorosa y otros derechos íntimamente vinculados con éstos. 145. Deseamos, pues, vehementemente que la Organización de las Naciones Unidas pueda ir acomodando cada vez mejor sus estructuras y medios a la amplitud y nobleza de sus objetivos. ¡Ojalá llegue pronto el tiempo en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre!, derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inmutables. Tanto más cuanto que hoy los hombres, por participar cada vez más activamente en los asuntos públicos de sus respectivas naciones, siguen con creciente interés la vida de los demás pueblos y tienen una conciencia cada día más honda de pertenecer como miembros vivos a la gran comunidad mundial. V. NORMAS PARA LA ACCIÓN TEMPORAL DEL CRISTIANO Presencia activa en todos los campos 146. Al llegar aquí exhortamos de nuevo a nuestros hijos a participar activamente en la vida pública y colaborar en el progreso del bien común de todo el género humano y de su propia nación. Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad, deben procurar con no menor esfuerzo que las instituciones de carácter económico, social, cultural o político, lejos de crear a los hombres obstáculos, les presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así en el orden natural como en el sobrenatural. Cultura, técnica y experiencia 147. Sin embargo, para imbuir la vida pública de un país con rectas normas y principios cristianos, no basta que nuestros hijos gocen de la luz sobrenatural de la fe y se muevan por el deseo de promover el bien; se

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requiere, además, que penetren en las instituciones de la misma vida pública y actúen con eficacia desde dentro de ellas. 148. Pero como la civilización contemporánea se caracteriza sobre todo por un elevado índice científico y técnico, nadie puede penetrar en las instituciones públicas si no posee cultura científica, idoneidad técnica y experiencia profesional. Virtudes morales y valores del espíritu 149. Todas estas cualidades deben ser consideradas insuficientes por completo para dar a las relaciones de la vida diaria un sentido más humano, ya que este sentido requiere necesariamente como fundamento la verdad; como medida, la justicia; como fuerza impulsora, la caridad, y como hábito normal, la libertad. 150. Para que los hombres puedan practicar realmente estos principios han de esforzarse, lo primero, por observar, en el desempeño de sus actividades temporales, las leyes propias de cada una y los métodos que responden a su específica naturaleza; lo segundo, han de ajustar sus actividades personales al orden moral y, por consiguiente, han de proceder como quien ejerce un derecho o cumple una obligación. Más aún: la razón exige que los hombres, obedeciendo a los designios providenciales de Dios relativos a nuestra salvación y teniendo muy en cuenta los dictados de la propia conciencia, se consagren a la acción temporal, conjugando plenamente las realidades científicas, técnicas y profesionales con los bienes superiores del espíritu. Coherencia entre la fe y la conducta 151. Es también un hecho evidente que, en las naciones de antigua tradición cristiana, las instituciones civiles florecen hoy con un indudable progreso científico y poseen en abundancia los instrumentos precisos para llevar a cabo cualquier empresa; pero con frecuencia se observa en ellas un debilitamiento del estímulo y de la inspiración cristiana. 152. Hay quien pregunta, con razón, cómo puede haberse producido este hecho. Porque a la institución de esas leyes contribuyeron no poco, y siguen contribuyendo aún, personas que profesan la fe cristiana y que, al menos en parte, ajustan realmente su vida a las normas evangélicas. La causa de este fenómeno creemos que radica en la incoherencia entre su fe y su conducta. Es, por consiguiente, necesario que se restablezca en ellos la unidad del pensamiento y de la voluntad, de tal forma que su acción quede anima da al mismo tiempo por la luz de la fe y el impulso de la caridad. 153. La inconsecuencia que demasiadas veces ofrecen los cristianos entre su fe y su conducta, juzgamos que nace también de su insuficiente formación en la moral y en la doctrina cristiana. Porque sucede con demasiada frecuencia en muchas partes que los fieles no dedican igual intensidad a la instrucción religiosa y a la instrucción profana; mientras en ésta llegan a alcanzar los grados superiores, en aquélla no pasan ordinariamente del grado elemental. Es, por tanto, del todo indispensable que la formación de la juventud sea integral, continua y pedagógicamente adecuada, para que la cultura religiosa y la formación del sentido moral vayan a la par con el conocimiento científico y con el incesante progreso de la técnica. Es, además, necesario que los jóvenes se formen para el ejercicio adecuado de sus tareas en el orden profesional[65]. Dinamismo creciente en la acción temporal

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154. Es ésta, sin embargo, ocasión oportuna para hacer una advertencia acerca de las grandes dificultades que supone el comprender correctamente las relaciones que existen entre los hechos humanos y las exigencias de la justicia; esto es, la determinación exacta de las medidas graduales y de las formas según las cuales deban aplicarse los principios doctrinales y los criterios prácticos a la realidad presente de la convivencia humana. 155. La exactitud en la determinación de esas medidas graduales y de esas formas es hoy día más difícil, porque nuestra época, en la que cada uno debe prestar su contribución al bien común universal, es una época de agitación acelerada. Por esta causa, el esfuerzo por ver cómo se ajustan cada vez mejor las realidades sociales a las normas de la justicia es un trabajo de cada día. Y, por lo mismo, nuestros hijos deben prevenirse frente al peligro de creer que pueden ya detenerse y descansar satisfechos del camino recorrido. 156. Por el contrario, todos los hombres han de pensar que lo hasta aquí hecho no basta para lo que las necesidades piden, y, por tanto, deben acometer cada día empresas de mayor volumen y más adecuadas en los siguientes campos: empresas productoras, asociaciones sindicales, corporaciones profesionales, sistemas públicos de seguridad social, instituciones culturales, ordenamiento jurídico, regímenes políticos, asistencia sanitaria, deporte y, finalmente, otros sectores semejantes. Son todas ellas exigencias de esta nuestra época, época del átomo y de las conquistas espaciales, en la que la humanidad ha iniciado un nuevo camino con perspectivas de una amplitud casi infinita. Relaciones de los católicos con los no-católicos Fidelidad y colaboración 157. Los principios hasta aquí expuestos brotan de la misma naturaleza de las cosas o proceden casi siempre de la esfera de los derechos naturales. Por ello sucede con bastante frecuencia que los católicos, en la aplicación práctica de estos principios, colaboran dé múltiples maneras con los cristianos separados de esta Sede Apostólica o con otros hombres que, aun careciendo por completo de la fe cristiana, obedecen, sin embargo, a la razón y poseen un recto sentido de la moral natural. En tales ocasiones procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás compromisos que puedan dañar la integridad de la religión o de la moral. Deben, sin embargo, al mismo tiempo, mostrarse animados de espíritu de comprensión para las opiniones ajenas, plenamente desinteresados y dispuestos a colaborar lealmente en la realización de aquellas obras que sean por naturaleza buenas o al menos puedan conducir al bien[66] Distinguir entre el error y el que lo profesa 158. Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica. Porque el hombre que yerra no que da por ello despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que debe ser tenida siempre en cuenta. Además, en la naturaleza humana nunca desaparece la capacidad de superar el error y de buscar el camino de la verdad. Por otra parte, nunca le faltan al hombre las ayudas de la divina Providencia en esta materia. Por lo cual bien puede suceder que quien hoy carece de la luz de la fe o profesa doctrinas equivocadas, pueda mañana, iluminado por la luz divina, abrazar la verdad. En efecto, si los católicos, por motivos puramente

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externos, establecen relaciones con quienes o no creen en Cristo o creen en El de forma equivocada, porque viven en el error, pueden ofrecerles una ocasión o un estímulo para alcanzarla verdad. Distinguir entre filosofías y corrientes históricas 159. En segundo lugar, es también completamente necesario distinguir entre las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político, aunque tales corrientes tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas. Porque una doctrina, cuando ha sido elaborada y definida, ya no cambia. Por el contrario, las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza. Por lo demás, ¿quién puede negar que, en la medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos moralmente positivos dignos de aprobación? Utilidad de estos contactos 160. Por las razones expuestas, puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico que hasta ahora parecían totalmente inútiles, hoy, por el contrario, sean realmente provechosos o se prevea que pueden llegar a serlo en el futuro. Pero determinar si tal momento ha llegado o no, y además establecer las formas y las etapas con las cuales deban realizarse estos contactos en orden a conseguir metas positivas en el campo económico y social o en el campo cultural o político, son decisiones que sólo puede dar la prudencia, virtud moderadora de todas las que rigen la vida humana, así en el plano individual como en la esfera social. Por lo cual, cuando se trata de los católicos, la decisión en estas materias corresponde principalmente a aquellas personas que ocupan puestos de mayor influencia en el plano político y en el dominio específico en que se plantean estas cuestiones. Sólo se les impone una condición: la de que respeten los principios del derecho natural, observen la doctrina social que la Iglesia enseña y obedezcan las directrices de las autoridades eclesiásticas. Porque nadie debe olvidar que la Iglesia tiene el derecho y al mismo tiempo el deber de tutelarlos principios de la fe y de la moral, y también el de interponer su autoridad cerca de los suyos, aun en la esfera del orden temporal, cuando es necesario juzgar cómo deben aplicarse dichos principios a los casos concretos[67]. Evolución, no revolución 161. No faltan en realidad hombres magnánimos que, ante situaciones que concuerdan poco o nada con las exigencias de la justicia, se sienten encendidos por un deseo de reforma total y se lanzan a ella con tal ímpetu, que casi parece una revolución política. 162. Queremos que estos hombres tengan presente que el crecimiento paulatino de todas las cosas es una ley impuesta por la naturaleza y que, por tanto, en el campo de las instituciones humanas no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso desde el interior de las instituciones. Es éste precisamente el aviso queda nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII, con las siguientes palabras: No en la revolución, sino en una evolución concorde, están la salvación y la justicia. La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia[68].

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Llamamiento a una tarea gloriosa y necesaria 163. Por tanto, entre las tareas más graves de los hombres de espíritu generoso hay que incluir, sobre todo, la de establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad: primero, entre los individuos; en segundo lugar, entre los ciudadanos y sus respectivos Estados; tercero, entre los Estados entre sí, y, finalmente, entre los individuos, familias, entidades intermedias y Estados particulares, de un lado, y de otro, la comunidad mundial. Tarea sin duda gloriosa, porque con ella podrá consolidarse la paz verdadera según el orden establecido por Dios. 164. De estos hombres, demasiado pocos sin duda para las necesidades actuales, pero extraordinariamente beneméritos de la convivencia humana, es justo que Nos hagamos un público elogio y al mismo tiempo les invitemos con urgencia a proseguir tan fecunda empresa. Pero al mismo tiempo abrigamos la esperanza de que otros muchos hombres, sobre todo cristianos, acuciados por un deber de conciencia y por la caridad, se unirán a ellos. Porque es sobremanera necesario que en la sociedad contemporánea todos los cristianos sin excepción sean como centellas de luz, viveros de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada alma con Dios. 165. Porque la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en el interior de cada hombre, es decir, si primero no guarda cada uno en sí mismo el orden que Dios ha establecido. A este respecto pregunta San Agustín: ¿Quiere tu alma ser capaz de vencer las pasiones? Que se someta al que está arriba y vencerá al que está abajo; y se hará la paz en ti; una paz verdadera, cierta, ordenada. ¿Cuál es el orden de esta paz? Dios manda sobre el alma; el alma, sobre la carne; no hay orden mejor[69]. Es necesario orar por la paz 166. Las enseñanzas que hemos expuesto sobre los problemas que en la actualidad preocupan tan profundamente a la humanidad, y que tan estrecha conexión guardan con el progreso de la sociedad, nos las ha dictado el profundo anhelo del que sabemos participan ardientemente todos los hombres de buena voluntad; esto es, la consolidación de la paz en el mundo. 167. Como vicario, aunque indigno, de Aquel a quien el anuncio profético proclamó Príncipe de la Paz[70], consideramos deber nuestro consagrar todos nuestros pensamientos, preocupaciones y energías a procurar este bien común universal. Pero la paz será palabra vacía mientras no se funde sobre el orden cuyas líneas fundamentales, movidos por una gran esperanza, hemos como esbozado en esta nuestra encíclica: un orden basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad. 168. Débese, sin embargo, tener en cuenta que la grandeza y la sublimidad de esta empresa son tales, que su realización no puede en modo alguno obtenerse por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo. 169. Exige, por tanto, la propia realidad que en estos días santos nos dirijamos con preces suplicantes a Aquel que con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo borró los pecados, fuente principal de todas las divisiones, miserias y desigualdades, sino que, además, con el derramamiento de su sangre, reconcilió al

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género humano con su Padre celestial, aportándole los dones de la paz: Pues Él es nuestra Paz, que hizo de los pueblos uno... Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca[71]. 170. En la sagrada liturgia de estos días resuena el mismo anuncio: Cristo resucitado, presentándose en medio de sus discípulos, les saludó diciendo: «La paz sea con vosotros. Aleluya». Y los discípulos se gozaron viendo al Señor[72]. Cristo, pues, nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da os la doy yo[73]. /p> 171. Pidamos, pues, con insistentes súplicas al divino Redentor esta paz que El mismo nos trajo. Que Él borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que Él ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus compatriotas el don hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz. 172. Por último, deseando, venerables hermanos, que esta paz penetre en la grey que os ha sido confiada, para beneficio, sobre todo, de los más humildes, que necesitan ayuda y defensa, a vosotros, a los sacerdotes de ambos cleros, a los religiosos y a las vírgenes consagradas a Dios, a todos los fieles cristianos y nominalmente a aquellos que secundan con entusiasmo estas nuestras exhortaciones, impartimos con todo afecto en el Señor la bendición apostólica. Para todos los hombres de buena voluntad, a quienes va también dirigida esta nuestra encíclica, imploramos de Dios salud y prosperidad. Dado en Roma, junto a San Pedro, el día de jueves Santo, 11 de abril del año 1963, quinto de nuestro pontificado. IOANNES PP. XXIII

Notas [1] Sal 8,1. [2]Sal 104 (V. 103), 24. [3] Cf. Gén 1,26. [4] Sal 8,5-6. [5] Rom 2,15. [6] Cf. Sal 18,8-11. [7]Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24; Juan XXIII, discurso del 4 de enero de 1963: AAS 55 (1963) 89-91. [8]Cf Pío XI, Diυini Redemptoris: AAS 29 (1937) 78; y Pío XII, mensaje del 1 de junio de 1941, en la fiesta de Pentecostés: AAS 33 (1941) 195-202. [9]Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24. [10] Divinae Institutiones 1.4 c.28 n.2: ML 6,535.

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[11] León XIII, Libertas praestantissimum: AL 8,237-238 (Roma 1888). [12] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24. [13]Cf. Pío XI, Casti connubii: AAS 22 (1930) 539-592; y Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24. [14] Cf. Pío XII, mensaje del 1 de junio de 1941, en la fiesta de Pentecostés: AAS 33 (1941) 201. [15] Cf. León XIII, Rerum novarum: AL 11,128-129 (Roma 1891). [16] Cf. Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 422. [17] Cf. Pío XII, mensaje del 1 de junio de 1941,en la fiesta de Pentecostés: AAS 33 (1941) 201. [18] Cf. Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 428. [19] Cf. ibid., 430. [20] Cf. León XIII, Rerum novarum: AL 11,134-142 (Roma 1891); Pío XI, Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 199-200; y Pío XII, Sertum laetitiae: AAS 31 (1939) 635-644. [21] Cf. AAS 53 (1961) 430. [22] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1952: AAS 45 (1953) 33-46. [23] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1944: AAS 37 (1945) 12. [24] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 21. [25] Ef 4,25. [26] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 14. [27] Summa Theologiae I-II q.19 a.4; cf. etiam a.9. [28] Rom 13,1-6. [29] In Epist. ad Rom. c.13,1-2 hom.23: MG 60,615. [30] León XIII, Immortale Dei: AL 5,120 (Roma 1885). [31] Pío XII, radiomensaje navideño de 1944: AAS 37 (1945) 15. [32] Cf León XIII, Diuturnum illud: AL 2,274 (Roma1881). [33] Cf ibíd., 278; e Immortale Dei: AL 5,130 (Roma1885). [34] Hech 5,29. [35] Summa Theologiae I-II q.93 a.3 ad 2; cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1944: AAS 37 (1945) 5-23. [36] Cf. León XIII, Diuturnum illud: AL 2,271-272 (Roma1881); y Pío XII, radiomensaje navideño de 1944: AAS 37 (1945) 5-23. [37]Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943). 13; y León XIII, Immortale Dei: AL 5,120 (Roma 1885). [38] Cf. Pío XII, Summi Pontificatus: AAS 31 (1939)412-453. [39] Cf. Pío XI, Mil brennender Sorge: AAS 29 (1937) 159; y Divini Redemptoris; AAS 29 (1937) 65-106. [40] León XIII, Immortale Dei: AL 5,121 (Roma 1885). [41] Cf. León XIII, Rerum novarum: AL 11,133-134 (Roma 1891). [42] Cf. Pío XII, Summi Pontificatus: AAS 31 (1939) 433. [43] AAS 53 (1961) 19. [44] Cf. Pío XI, Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 215. [45] Cf. Pío XII, mensaje del 1 de junio de 1941, en la fiesta de Pentecostés: AAS 33 (1941) 200. [46]Cf. Pío XI, Mit brennender Sorge: AAS 29 (1937) 159; Divini Redemptoris: AAS 29 (1937) 79; y Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24. [47] Cf. Pío XI, Divini Redemptoris: AAS 29 (1937) 81; y Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 9-24. [48] Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 415. [49] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 21. [50] Cf. Pio XII, radiomensaje navideño de 1944: AAS 37 (1945) 15-16. [51] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1942: AAS 35 (1943) 12. 323

[52] Cf. León XIII, Annum ingressi: AL 22.52-80 (Roma 1902-1903). [53] Sab 6,2-4. [54] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1941: AAS34 (1942) 16. [55] Cf Pío XII, radiomensaje navideño de 1940: AAS33 (1941) 5-14. [56] De civitate Dei1.4 c.4: ML 41,115. Cf Pío XII, radiomensaje navideño de 1939: AAS(1940) 5-13. [57] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1941: AAS34 (1942) 10-21. [58] Cf. Juan XXIII, Mater et magistra: AAS53 (1961) 439. [59] Cf. Pío XII, radiomensaje de 1941: AAS 34 (1942) 25; y Benedicto XV, Exhortación a los gobernantes de las naciones en guerra, 1 de agosto de 1917: AAS 9 (1917) 18. [60] Cf. Pío XII, radiomensaje navideño de 1939: AAS31 (1939) 334. [61] Cf. AAS 53 (1961) 440-441. [62]62 Pío XII, radiomensaje navideño de 1941: AAS 34 (1942) 16-17. [63] Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 443. [64] Pío XII, alocución a los jóvenes de la Acción Católica Italiana, 12 de septiembre de 1948: AAS 40 (1948) 412. [65] Cf. Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 454. [66] Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 456. [67] Cf. Juan XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961) 456. Cf. etiam León XIII, Immortale Dei: AL 5,128 (Roma 1885); Pío XI, Ubi arcano: AAS14 (1922) 698; y Pío XII, alocución al Congreso internacional de mujeres católicas, 11 de septiembre de 1947: AAS39 (1947) 486. [68] Pío XII, alocución a los trabajadores italianos en la fiesta de Pentecostés, 13 de juniode 1943: AAS35 (1943) 175. [69] Miscelanea Augustiпiana...: Sancti Augustini, Sermones post Maurino reperti p.633 (Roma 1930). [70] Cf. Is 9,6. [71] Ef 2,14-17 [72] Responsorio de maitines del viernes de la semana de Pascua. [73] Jn 14,27.

324

Índice Agradecimiento a mis mejores amigos

3

Prólogo del cardenal Juan Sandoval Iñiguez

4

Prefacio de Arturo Rocha Cortés

5

La Ley de Dios y las leyes del César

7

No es lo mismo Eugenesia que Eutanasia

9

José, el Niño Mártir

11

En la noche de Navidad

13

Tiempo de corrección de ruta

15

La contracruzada islámica

17

Las caricaturas de Mahoma

19

Infinitamente superior al cáncer

21

Laicidad no es laicismo

23

Yo estuve en Auschwitz

25

Masonería inconciliable con la Fe

27

El evangelio de Judas

29

El código que Da Vinci nunca ideó

31

Los más estúpidos de los hombres

33

28 escalones

35

Apariciones de la Virgen

37

La virgen de Cleveland

39

Los medios deteriorados

41

325

La Iglesia en los medios masivos

43

Un poderoso amigo intercesor

45

Los pequeños de Dios

47

Las profundidades de Satanás

49

Tiempo de espera

51

En la noche dichosa

53

Gracias, Ayuda y Perdón

55

Pobreza, Castidad y Obediencia

57

De Amor, herido

59

La tumba de Jesús

61

Un río de sangre

63

El 666 según Joseph Ratzinger

65

Así como roedores

67

Dios ha muerto

69

Esta es la mejor noticia

71

María y el demonio

73

La complejidad del Tercer Secreto

75

La secta de Cleveland

77

Voz en el desierto

79

Un no sé qué

81

Discriminación por creer

83

Akeropyta

85

Lenguaje encriptado

87

El Sumo Sacerdote

89 326

El Anticristo

91

El Padre Pío

93

Libertad religiosa para México

95

Santa Teresa y Santa Teresita

97

Juan Cardenal Sandoval Íñiguez

99

El Padre Pro

101

Ya casi es Navidad

103

María Magdalena

105

Los que en Cristo creemos

107

Caballeros Hospitalarios

109

Nos enteraríamos después

111

Ya sé qué quiero ser de grande

113

Y se lavó las manos

115

Para vencer el mal con el Bien

117

Estaré con ustedes siempre

119

Templarios I

121

Templarios II

123

El árbol de la vida

125

Los soberbios

127

Vaciar el Purgatorio

129

San Pablo y el Areópago

131

Los carmelitas

133

Pare de sufrir

135

327

Destrucción de uno mismo

137

La buena muerte

139

Los muertos

141

La porquería

143

Seguramente los ángeles existen

145

Por eso Dios se hace esperar

147

Juantzin, Juan Diegotzin

149

Familia formadora en valores

151

El Papa y nuestras familias

153

Milagroso Cese al fuego

155

Martirizan a mexicano en Japón

157

Despedirse de la carne

159

Es cosa que espanta...

161

La oración de San Patricio

163

Los dos muros

165

Mensaje en Tierra Santa

167

¡No lo pongas de cabeza!

169

Predicatore

171

Purgatorio

173

Decor Carmeli

175

Caritas in veritate

177

El juicio del futuro

179

Pollo a la carta

181

Catálogo de valores I

183 328

Catálogo de valores II

185

Levantamiento en Querétaro

187

Para vencer a Satanás

189

Thérèse de Lisieux

191

La Fe de Santa Teresa

193

Laudetur Iesus Christus

195

Alabado sea Jesucristo

197

El purgatorio del Tenorio

199

Anglicanos católicos

201

Anglicanorum coetibus

203

Opulencia y derroche

205

Orar con 28 escalones

207

Que ya ninguna otra cosa te angustie

209

Ya vino… pero vendrá…

211

Has superado nuestra capacidad

213

Navidad es para todos

215

Memoria apostólica de 2009

217

Un buen inicio de año

219

Haití… ¿Dónde estaba Dios?

221

Católicos y judíos

223

Estado laico y enredado

225

Sacerdotes digitales

227

Jesús, el hijo del hombre

229

329

Ayuno, oración, limosna

231

Perdón

233

¿Porqué atacan al Papa?

235

Vicarius

237

El secreto de Fátima

239

Pecado en la Iglesia

241

El rostro de Dios

243

México no es bicentenario

245

La Virgen del Juicio Final

247

Necesito descansar

249

México descompuesto

251

El exorcista

253

A 25 años del terremoto

255

La tristeza del Papa

257

Los ángeles

259

El Papa de los valores

261

La Iglesia se renueva

263

El sucesor de Benedicto XVI

265

En España

267

Los fieles difuntos

269

La Medalla Milagrosa

271

El libro Luz del mundo

273

Tiempo de recibir

275

Ipalnemohuani, Teyocoyani

277 330

Limosnero del Cielo

279

Recuento de 2010

281

Libertad religiosa, camino para la paz

283

Demanda de Libertad Religiosa

285

El timonel de la barca

287

Beatificación de Juan Pablo II

289

Que regrese la paz

291

Anexo: Carta encíclica Pacem in Terris de Juan XIII

293

Índice

325

331