El miedo a la política

8 may. 2009 - más que el progreso. La ciudadanía que integró el nutrido cortejo que acompañó a Alfonsín hasta su sepultu
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NOTAS

Viernes 8 de mayo de 2009

El miedo a la política

JULIO CESAR MORENO

Y

SANTIAGO KOVADLOFF

PARA LA NACION

© LA NACION

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AL EX PRESIDENTE LO HORRORIZA LA BUSQUEDA DEMOCRATICA DE CONSENSO

El diluvio es hoy A en pleno otoño, las elecciones legislativas de fines de junio se acercan, aunque siguen inciertas en materia de candidaturas, alianzas y programas. Como se sabe, no habrá cambio de gobierno, ya que no se eligen presidente y vicepresidente de la República ni la mayoría de los gobernadores. El 29 de junio se renovará la mitad de la Cámara de Diputados la Nación; y ocho provincias, un tercio del total, elegirán tres senadores nacionales cada una (dos por la mayoría y uno por la primera minoría). No tendría por qué, pues, estar afectada la gobernabilidad, aunque Néstor Kirchner dijo algo así como “después de mí, el diluvio”, en una parodia de Luis XIV. Y para él, en la hipótesis de la derrota del kirchnerismo, el diluvio sería volver a la crisis de 2001. Pero no es la crisis de 2001 la que anda dando vueltas, sino la crisis financiera internacional, que estalló en octubre del año pasado e hizo impacto en la economía de todo el mundo. Esta crisis, la actual, ya ha frenado la onda de crecimiento económico, que en nuestro país había alcanzado un promedio del 8% anual en los últimos cinco años. Este es el problema de fondo con el que deben enfrentarse el gobierno nacional, el Congreso, las provincias y el conjunto de la sociedad argentina. Lo ideal hubiera sido, como lo proponía Raúl Alfonsín, un gobierno de unidad nacional que impulsara políticas de consenso. Pero, lamentablemente, lo que se advierte es exactamente lo contrario: un estado de crispación y fragmentación política nada propicio para sobrellevar la crisis. Desde una perspectiva optimista, podría decirse que en medio de una campaña electoral no se puede pretender una luna de miel entre los políticos y que, en todo caso, después de las elecciones habrá oportunidad de hablar de unidad nacional y consenso. Ojalá, pero la lucha por el poder se plantea entre nosotros en forma tan desaforada que no deja mucho margen para el optimismo. El kirchnerismo sacó otro conejo de la galera: que en el país está en marcha un proyecto de “restauración conservadora” que es preciso detener en las urnas y en todos los escenarios de la vida política, social y cultural. Esto, que suena a desvarío, lo dicen con mucha seriedad los voceros de Carta Abierta y otros grupos afines a Kirchner, y no sólo eso, también le dan a la convocatoria el carácter de un “llamado a la lucha”. Pero la ciudadanía sabe y tiene conciencia de que ese riesgo no existe: ni el de una involución conservadora u oligárquica ni el de un brote guerrillero o revolucionario. Sabe que los problemas del país son muy otros, que no hay grandes diferencias ideológicas o programáticas entre los partidos y que de lo que se trata es de apuntalar la cultura democrática y republicana, evitar los desvíos del autoritarismo y hacer que el gobierno y las instituciones funcionen mejor. A veces las cosas son más simples de lo que parecen.

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PARA LA NACION

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AUL ALFONSIN fue el dirigente político que concentró en su figura las más altas expectativas de redención democrática surgidas en la Argentina moderna. A la vez, fue su gobierno el que evidenció, de manera incomparablemente dramática, las dificultades estructurales que impedían al país convertir esas expectativas en realidad. Mucho antes de que él muriera, ya resultaba evidente que los pocos, pero fundamentales, pasos que había logrado dar en la dirección deseada estaban lejos de haber dejado una huella perdurable en el espíritu de quienes, tras él, ejercieron la presidencia de la Nación. Es más que improbable que a un hombre de su sagacidad se le haya escapado la evidencia de que el retroceso había podido más que el progreso. La ciudadanía que integró el nutrido cortejo que acompañó a Alfonsín hasta su sepultura no sólo estaba allí para rendir tributo a quien había resucitado la esperanza de reconciliar la política con la justicia social y las instituciones de la República. También estaba allí para dejar testimonio de que esa esperanza, si bien mancillada por tanta frustración, a la que no fue ajeno el propio Alfonsín, seguía tercamente viva en el corazón de millones de argentinos. Alfonsín dejó esta vida en un país reconquistado por el autoritarismo, la instrumentación

partir del mes de diciembre próximo, como vocero de una discusión imprescindible: la de un proyecto de nación capaz de revertir la parálisis que sufre la Argentina. El Parlamento debe construir esa alternativa. Es imperioso, por eso, que la oposición amplíe su espacio participativo y logre mayor protagonismo en la función legislativa. Lo que está en juego es la producción de nuevos escenarios sociales; la renovación conceptual que permita abordar de manera innovadora los problemas comunes. Sólo así será posible volver a reconciliar el sentimiento colectivo con la valoración de la política. Si hacia 2010 se contara con un escenario de acción parlamentaria saneado, se le rendiría al Bicentenario de la Patria el mejor de los homenajes que el presente puede tributar al pasado y al porvenir. Es cierto que, a lo que todo indica, ese mismo escenario impondría a Néstor Kirchner un desafío inaceptable. Gobernar en minoría, tener que consensuar pareceres y proyectos con sectores disidentes, romper con el monólogo es una práctica totalmente ajena a sus costumbres políticas. Todo acotamiento de su monolítica suficiencia constituye para él una demanda intolerable. Convivir, para él, es dejar de vivir. Subordinarse a las leyes del juego democrático equivale a desaparecer de la escena política. Se entiende que llame caos a lo que entonces

La desesperación de Kirchner se justifica. No es su esposa la que no podrá gobernar si pierde el oficialismo: es él el que no podrá hacerlo...

Si hacia 2010 se contara con un escenario de acción parlamentaria saneado se le rendiría al Bicentenario el homenaje más adecuado

perversa de la ley, el envilecimiento de las instituciones, el descrédito de la educación, la indefensión de la salud, la ruina de los partidos políticos, la expansión de la pobreza y la parálisis del trabajo productivo. Obra, toda esta catástrofe, de una dirigencia sin escrúpulos ni cultura nacional. Así, una democracia anémica y de cartón pintado en órdenes decisivos ha hecho de la Constitución un pretexto para el abuso del poder. La vida ha vuelto a perder valor entre nosotros. Ya no menoscabada por el terrorismo de Estado sino por un Estado sin responsabilidad social, tergiversador de la verdad, manipulador de las cifras y de los hechos, de los dineros públicos y de las necesidades irresueltas de los más necesitados. También ha perdido valor entre nosotros la palabra, esa herramienta decisiva de la construcción política democrática. El Gobierno hoy la agita como un estandarte del miedo. Con ella amenaza, con ella pretende atemorizar; de ella se vale en un intento desesperado de reducir la realidad a su diagnóstico apocalíptico. No hay, para los que mandan todavía, más que réprobos y elegidos. Y réprobos, claro, son todos aquellos que no coinciden con el discurso en llamas de un ex presidente que jamás se resignará a serlo mientras pueda instrumentar las instituciones como lacayos de su omnipotencia. La desesperación de Néstor Kirchner se justifica. No es su esposa la que no podrá gobernar si el oficialismo pierde fuerza en las próximas elecciones legislativas. Es él quien ya no podrá hacerlo con la impunidad con que hasta ahora procedió. ¿A qué llama caos el ex presidente? ¿Al empeño puesto en devolver al Parlamento una dignidad perdida? ¿Al fin de la obediencia debida? ¿A la necesidad de dejar de ignorar de una buena vez el drama social, laboral, productivo y sanitario que vive un país congelado en el tiempo? ¿A la agonía del caudillismo que se propone como modelo de conducción? ¿Al límite que se le quiere fijar a la impunidad con que se

sobrevendría. Donde hay lugar para otro, no hay lugar para él. ¿Quién iba a sospechar que la rígida retórica del ex presidente Bush ejercería tamaño ascendiente sobre Néstor Kirchner? El periodista norteamericano Michael Freedman escribió en la revista Newsweek: “El mensaje de Obama, de respeto y aprecio, supone una marcada diferencia con el discurso de «amigos o enemigos» de George W. Bush, que sugería implícitamente que Estados Unidos estaba en el camino correcto y los demás países, no”. Al igual que su maestro texano, Kirchner vive en un mundo de clara demografía: no hay en él más que leales y traidores, promotores del caos o del cosmos, fieles e infieles. Un mundo insular que debe ser gobernado por un solo hombre. Rosas, seguramente, no le hubiera retaceado su simpatía. Si la salud del sistema político argentino depende exclusivamente de aquel que concentra en sus puños el poder, el mensaje enviado a la sociedad es que la República, para verse preservada, no necesita contar con instituciones sólidas, sino con hombres iluminados. No obstante, el ejercicio solapado de la presidencia de la Nación le ha brindado a Néstor Kirchner, de 2007 a esta parte, menos rédito del esperado. Baste decir, para probarlo, que, por obra de su propio desenfreno, desdibujó sus posibilidades de reconquistar abiertamente la primera magistratura en el año 2011. Y así como hoy se vale de su esposa para ejercer su implacable intendencia sobre el país, así ha empezado a buscar a alguien de quien valerse para ese entonces y preservar, de ese modo, el poder indirectamente ejercido, arte en cuya confección y práctica ha demostrado ya idoneidad. El hombre providencial no retrocede, no se retracta, no se rectifica. Lo suyo es avanzar. No hay para él otro horizonte que el configurado por su inagotable ambición. Suponiendo que estuviéramos ante un lector de Sófocles, estaríamos, a no dudarlo, ante un mal lector del desenlace de sus tragedias. © LA NACION

procede en el uso de los fondos públicos? Nadie más apropiado que el ex presidente Kirchner para hacer suyas las palabras que hace cuatrocientos años supo emplear John Locke para retratar el espíritu cerril del despotismo: “Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad”. Se equivoca quien, desbordado por la indignación y el desaliento, se niegue a reconocer que Néstor Kirchner es un hombre inteligente. Pero, además de equivocarse, se priva de una explicación indispensable si desconoce hasta qué punto una autosuficiencia enfermiza puede instrumentar en una dirección perversa las aptitudes de la inteligencia. Sólo si se recurre a la psicopatología podrá entenderse por qué tuvo lugar, en la forma en que lo tuvo y tiene,

la contribución del hombre fuerte de Santa Cruz al empobrecimiento moral y cívico de la República, para no hablar de los pesares de toda índole acarreados a un país donde educarse, trabajar, invertir y desarrollarse parecen aspiraciones sobrenaturales y no derechos legítimos que el Estado debería respaldar. A medida que junio se aproxima, se hace más y más evidente por qué resulta indispensable acotar al oficialismo en el uso indiscriminado que hace de las atribuciones parlamentarias. Pero, para eso, los sectores de la oposición deben llegar a ser emisarios de una verdadera alternativa. La oposición de por sí no es más que mera negación. El debate en ambas cámaras debe perfilarse, a

Las listas testimoniales constituyen delito E

N estos días, a raíz de las llamadas listas de candidatos “testimoniales”, novísimo invento de quien manda en el país, se han escuchado infinidad de manifestaciones de periodistas, políticos y juristas, que han emitido diversas opiniones, casi todas ellas de carácter ético o moral. Pero nadie ha dicho que se trata lisa y llanamente de un delito; concretamente, el de falsedad ideológica de documento público. Considero que la boleta electoral oficializada es un documento público –quizás el más público de los documentos–, pues prueba nada menos que la voluntad del candidato de presentarse ante los electores, siendo que aspira a la representación popular en la integración del Poder Legislativo, ya sea en el ámbito nacional, provincial o municipal. Nosotros tenemos un gobierno de representantes, y así funciona nuestra democracia. La introducción de elementos falsos en la boleta electoral, que es un instrumento público electoral, constituye el delito de falsedad ideológica de instrumento público, que está tipificado en el artículo 293 del Código Penal. Si en una de estas boletas se altera algo, es decir, borrando o sustituyendo un nombre, o el orden de los candidatos, o el nombre del partido

político que lleva, eso se llama falsedad material y está contemplado por el artículo 292, 2º párrafo del Código Penal o en las disposiciones especiales del Código Electoral, en sus artículos 138 y 139. Pero si lo que se introduce es una falsedad, como lo es el nombre de una persona que no va a asumir el cargo para el que se postula, pues ya ocupa otro cargo al que no va a renunciar, la falsedad es ideológica, ya que materialmente nadie la alteró, la raspó, la

La introducción de elementos falsos en la boleta electoral es un delito de falsedad ideológica de instrumento público cercenó o sustituyó un candidato por otro, lo que generaría directamente una falsedad material. La falsedad ideológica está ínsita por la introducción del nombre, quien falsamente se postula a sabiendas de que es un engaño al pueblo, pues nunca asumirá el cargo al que aparenta aspirar. Para la confección y el formato de las boletas electorales se han establecido una serie de normas, con el objeto

JUAN CARLOS AGUINAGA PARA LA NACION

de que sean iguales, prohibiendo o aceptando escudos o fotografías de candidatos en diferentes épocas o momentos históricos. Pero el propósito es, lógicamente, evitar la aparición de elementos que confundan al pueblo. Si leemos las disposiciones del actual Código Electoral, especialmente los artículos 62 al 64, vemos de qué manera se regla todo lo referente a las boletas electorales, tanto en el material con el que se confeccionan, las dimensiones de las mismas, y el que éstas sean oficializadas. El carácter de instrumento público de las boletas electorales es indudable. De la misma manera, en el Código Electoral se legisla sobre los más variados aspectos de lo que significa la emisión de la voluntad popular. Puntualmente, se regula en los artículos 129 a 145 de los delitos electorales, y en el 138 incisos g) y h) de la falsificación de boletas electorales, junto con otros documentos, estableciendo la pena de uno a tres años, siempre que no fuera más severamente penado por otras disposiciones penales. Es evidente que no regla ni tipifica nada sobre la falsedad ideológica a la que vengo haciendo alusión, porque

las leyes suponen la existencia de una lógica y racionalidad por parte del legislador, que no puede contemplar que alguien se postule falsamente, testimonialmente o “truchamente” para no ser elegido; y esto porque ya tiene un cargo al que no puede renunciar para aceptar aquel nuevo, al que sólo amaga como postulante, pues ya tiene resuelto, y además dicho y de muchas maneras aseverado, que es sólo un

El artículo 293 del Código Penal pena con uno a seis años de prisión al que inserte en un instrumento público declaraciones falsas “testimonio”, un “compromiso”, una ayuda a un proyecto tan extraordinario de país que justifica introducir una falsedad en la boleta electoral, prestando su nombre para engañar al electorado. El artículo 293 al que me vengo refiriendo pune, con pena de uno a seis años, al “que insertare o hiciere insertar en un instrumento público declaraciones falsas, concernientes a un hecho que el documento debe probar de modo que pueda resultar perjuicio”. Es evidente que el candidato “tru-

cho” hace insertar –ya que la acción material no la realiza él– en un instrumento público (la boleta electoral) declaraciones falsas (en este caso su nombre como candidato) concerniente a un hecho que el documento debe probar (está claro que es su condición de candidato) de manera que pueda resultar perjuicio (y no hay duda de que hay perjuicio al trastocar la voluntad popular, por el engaño) en contra de la representación popular legítimamente expresada. El delito es formal, y se consuma con la oficialización de las boletas ante la justicia electoral, conforme indica el Código Electoral. Entiendo que podemos estar ante un delito con autoría pluripersonal, conforme el plan que han seguido todos los intervinientes en la maniobra, y por lo tanto generar una coautoría por distribución de funciones. Francamente, no creo que los que han maquinado esto vayan a interrumpir su iter criminis, y sí creo que todo quedará en un simple acto preparatorio impune. Seguramente irán hasta el final. Espero que les vaya mal, y que el pueblo los repudie. © LA NACION

El autor es profesor de Derecho Penal de la Universidad Nacional de Cuyo.