El kirchnerismo propicia el Far West El plan secreto de

la candente actualidad del kirchnerismo en un salón de arte contem- poráneo, podríamos crear una instalación con una cos
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OPINIÓN | 31

| Domingo 6 De abril De 2014

El kirchnerismo propicia el Far West

Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

O

bligados a representar la candente actualidad del kirchnerismo en un salón de arte contemporáneo, podríamos crear una instalación con una cosechadora que quiebra y un cohete que no despega. No es posible explicar el drama de los últimos tres años sin aludir a esa desdichada combinación de ampulosidad marketinera con incompetencia funcional. Para la aventura espacial viajaron un ministro y un secretario de Estado hasta la plataforma de lanzamiento con la idea de vivir un hecho histórico y quedar retratados en la estampita. Hay que imaginar sus caras cuando vieron elevarse dos metros a la saeta, y una fracción de segundo después, cuando la vieron estrellarse contra el suelo. Toda la argentinidad está cifrada en esa tragicómica escena, puesto que los científicos que trabajan en el proyecto Tronador II son eficientes y honestos, pero la política que los envuelve es oportunista y banal. Un ensayo frustrado sin la presencia del ocupadísimo gabinete nacional hubiera sido sólo eso: una prueba errada de la que sacar algún aprendizaje. Con esos figurones se transforma en la repetida historia de la Argentina Potencia, presta prematuramente a despegar y lista para hacerse pedazos. El acontecimiento tiene un innegable aire de familia con aquel prototipo de cosechadora que le estacionaron a la presidenta de la Nación en la explanada de la Casa Rosada. Cristina Kirchner fue llevada de la mano a ese show mediático por Sergio Urribarri, y lo que pretendían transmitir era la idea de un gobierno que fomentaba la tecnología de avanzada y que se aprestaba a conquistar el Continente Negro. El periodismo le advirtió que esa empresa entrerriana, que prometía 18 cosechadoras a Angola, tenía algunos problemitas operativos y financieros. Pero claro: la prensa miente y siempre está buscando el pelo en la leche. Pequeña digresión: ¿y para qué podría estar el periodismo si no fuera para señalar lo que anda mal? ¿Para qué quiero un inspector de lácteos si no me advierte que puedo tragarme un pelo, para hacerle propaganda al tambo? El asunto es que esta semana un juez decretó la quiebra de la compañía que nos iba a ayudar a seducir al África profunda. Es interesante revisar las opiniones técnicas que tenía sobre la cosechadora de Cristina el principal proveedor de esa firma: “Era un infierno de piezas, con bajísimo nivel técnico. El diseñador no tenía ni un solo plano. No les importaba nada, era un mejunje de masilla y cartón, todo para llegar a la fecha de la presentación. La cosechadora se caía sola, se empezaba a descascarar. Era una vergüenza”. No creo que le salga gratis este blooper al ambicioso Urribarri. Si yo fuera la gran dama, y me viera ridiculizado por culpa de esta pícara operación, llamaría por teléfono al delfín, le llenaría la cabeza de rayos y centellas, y luego lo tacharía de la nómina. Pero es difícil creer que ella sea del todo inocente en este traspié: el episodio lleva el sello de una administración enviciada por el excelso arte de vender humo y acostumbrada a autoinfligirse tiros en los pies. Esa misma ineficiencia ramplona, siempre oculta detrás de un discurso pomposo, explica la impotencia kirchnerista para articular una política de seguridad. El kirchnerismo osciló durante estos diez años entre la demagogia de las leyes de mano dura (Blumberg) y las prácticas de mano fofa (Zaffaroni), y últimamente quiere hacernos creer que no hay nada entre la estación del linchamiento y el gatillo fácil, y la estación de la inmovilidad y la anomia. Lo que no hay son ideas, voluntad política y capacidad gestionaria. La inseguridad es un fenómeno planetario, pero existen muchos países que despliegan estrategias eficientes y democráticas. El tren tiene muchas estaciones intermedias sin necesidad de apagarse en el andén o descarrilar en la terminal.

Reconocida puertas adentro esa grave falencia, vienen los adornos y coartadas. La seguridad depende de cada gobernador y distrito, y las excarcelaciones son culpa del Poder Judicial. Esta fórmula tranquilizadora coloca al gobierno federal, que es el más unitario de toda la era democrática y que actúa de hecho a la manera de una aspiradora de fondos provinciales, como un actor secundario. Poncio Pilatos se lava las manos al ritmo de Fuerza Bruta. Pero eso no es todo: además compra por conveniencia ideologías del “buenismo progre”. Veremos que de progre eso no tiene nada, y que las socialdemocracias del mundo no discuten la firmeza con que el Estado debe intervenir para que la sociedad no recaiga en la ley del más fuerte. Este kirchnerismo de última generación es un peronismo inédito que les habla a las minorías. Específicamente, a ese grupo seudointelectual que mira la pobreza desde Palermo Hollywood. Ellos creen que la delincuencia es hija de la inequidad del sistema capitalista. Por lo tanto, los delincuentes son víctimas de la desigualdad. ¿Qué derecho moral tenemos entonces de castigarlos? Lo único que podemos hacer es seguir luchando por la inclusión y la educación: esto nos permitirá reducir la miseria. Toda represión es una forma de acción derechista; las cárceles no arreglan nada y la policía genera violencia. Y este terror, el “medio pelo” se lo tiene merecido, por aferrarse a su mercancía y a su propiedad, y desinteresarse por los pobres. Estos argumentos no carecen de alguna razón. Es cierto que la desigualdad promueve el delito, pero ¿no es desastroso que después de una década de crecimiento a tasas chinas éste no haya menguado? El modelo nacional y popular propició la consolidación de la marginalidad, y permitió que la penetraran el clientelismo, la barrabravización y el narcotráfico. También es responsable de que sus policías continuaran pegadas a las mafias y de que sus cárceles siguieran siendo indignas. La educación tuvo una fuerte inyección presupuestaria, pero la escuela pública cada vez tiene menos calidad y expulsa más alumnos. Odiadores folclóricos de clase media, a la que pertenecen en el mejor de los casos (sus dirigentes

El modelo nacional y popular estimuló la consolidación de la marginalidad, y permitió que la penetraran el clientelismo, la barrabravización y el narcotráfico son multimillonarios y andan en helicópteros y autos blindados de alta gama), estos muchachos tienen además una visión tilinga de la pobreza. Mucho antes de que los linchamientos llegaran a Palermo, se ejecutaban casi a diario en las zonas más pauperizadas del conurbano. Claro, los medios no llegaban a esos sitios poco glamorosos y entonces los hechos aberrantes permanecían invisibilizados. No hay nadie más impiadoso con los delincuentes que un trabajador pobre a quien lo asaltan, vejan y aventajan, y quien decide defenderse por las suyas o con ayuda de sus vecinos. El kirchnerismo propicia el Far West. Distintas encuestas realizadas esta semana demuestran que quienes tienen las posiciones más irreductibles contra el delito se encuentran en el proletariado. En la Zona Metropolitana, el 80 por ciento considera que los linchamientos se deben a la ausencia del Estado y el 77% opina que el Gobierno está perdiendo el control de la situación. Este grupo ideológico ha aislado a Cristina del sentido común, y la ha hecho caer en una política paradójica. En materia de seguridad, el cristinismo es hoy anarcoliberal: que cada uno se arregle como pueda. El error es tan flagrante que da pasto a oportunistas de sentido contrario. No podemos engañarnos ni comprar en esta materia cohetes que no despegan o cosechadoras que no cosechan. Esta será la peor herencia que recibirá el nuevo gobierno. Y no habrá curas mágicas. Sólo décadas de inteligencia, tesón y cuidado. ¿Podrá la Argentina chapucera con semejante desafío? ß

sinceridad por Nik

El plan secreto de Cristina Kirchner

Joaquín Morales Solá —LA NACION—

Viene de tapa

las palabras

En el horno Graciela Guadalupe “O frenamos la cultura de la violencia o estamos en el horno.” (Del padre Juan Carlos Molina, titular de la Sedronar).

A

l padre Juan Carlos Molina puede sobrarle voluntad para luchar contra las drogas, pero le falta timing político. Preocupado como muchísimos argentinos por los linchamientos a delincuentes, el sacerdote a cargo de la Sedronar opinó: “O frenamos la cultura de la violencia o estamos en el horno”. Buena advertencia para el púlpito, pero pésima lectura de la última década. Lo bien que le vendría a este cura patagónico, guía espiritual del pingüinismo gobernante, tomar clases de cocina con Donato de Santis o Maru Botana. Con ellos aprendería que es imposible que haya cocción sin materia prima. Dicho de otra forma: la masa de violencia, que a su juicio nos pone a las puertas del horno, viene siendo leudada con tesón por el gobierno que él mismo integra. Tan sólo con insumos kirchneristas se podrían armar varios volúmenes de recetarios agresivos. Van algunas “desproporciones” para ir tomando nota: ● las trompadas de Luis D’Elía a un cacerolero, y los gritos y patoteadas de Guillermo Moreno, que hasta se hacía escoltar en la calle

por un campeón de kick boxing, ● la arenga de Hebe de Bonafini a tomar la Corte Suprema por “turra” y “cómplice de la dictadura”, ● el “Callate, atorranta” del “Cuervo” Larroque a la diputada macrista Laura Alonso, en el Congreso, ● las apretadas morales y laborales a jueces y fiscales no alineados, ● los escraches K –sillazos y golpes incluidos– en la Feria del Libro, y el silencio oficial sobre las acciones violentas de Quebracho, ● la institucionalización de los piquetes feroces como una forma más de reclamo democrático, ● el abandono y ninguneo de los pueblos originarios, ● las frases de Cristina cuando llamó “abuelo amarrete” a un jubilado; “buitres y caranchos” a los que reclaman judicialmente, o cuando le puso “fecha de vencimiento a la cadena ilegal del desánimo y el temor”, dirigida a la prensa no oficialista, ● la incontinencia pendenciera de muchos funcionarios. La división entre “ellos y nosotros” y entre el patriotismo K y el golpismo ajeno. ● Y un ingrediente más, bien fresquito, al que la Presidenta no censuró en el último acto oficial por Malvinas. “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés”, le gritaban en la Rosada los pibes para la liberación. Si éste no es el horno, ¿el horno dónde está?ß

El cepo fue un fracaso sin atenuante. Ahuyentó la inversión, provocó nuevas fugas de dólares, aisló innecesariamente al país del mundo y condenó a la Presidenta a una mayor distancia con importantes sectores sociales, sobre todo los que son o quieren ser de clase media. La ortodoxia de los heterodoxos ha descubierto ahora las bondades del liberalismo cambiario, pero el momento es el más difícil de todos. El presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, y el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, creen, no obstante, que ya es hora de abandonar las viejas extravagancias de Guillermo Moreno. Algo debe reconocerse: Echegaray es el más antiguo crítico de ese falso método de atesorar dólares que, al final, se van. Cristina Kirchner tiene, además, un optimismo que no necesita de pruebas. Está segura de que entregará una economía en expansión dentro de un año y medio. Es cierto que su equipo económico está negociando en absoluto secreto créditos internacionales por unos 6000 millones de dólares, que es la condición para levantar el cepo. Participan bancos y conocidos fondos de inversión. Han hecho promesas, por ahora, pero no han concretado nada. Sin embargo, los mensajes van y vienen desde el exterior hasta el núcleo duro del poder cristinista. El conflicto de la nueva política económica de Cristina consiste en que les ajustó el cinturón a todos, pero no ajustó el suyo. La quita de subsidios en agua y gas (que en el caso de este último aumentará considerablemente las facturas del invierno) significa sólo el 10 por ciento de la masa total de subsidios del Estado. El otro obstáculo de los cambios económicos lo levanta la virtual prohibición de girar dividendos (en dólares, obvio) al exterior. Mientras esté vigente esta decisión, la inversión sólo se asomará a la Argentina, pero nunca llegará. Y la falta de inversión genuina es una de las llamas que alimentan el fuego de la inflación. Cristina no quiere irse del poder para criar a sus nietos. Una mujer política espera seguir haciendo política. Influir, opinar, conducir aunque sea a una franja minoritaria de la política argentina, liderar un bloque de diputados en el Congreso Nacional. En ese proyecto no entra Sergio Massa; a él sólo le dedica el odio que merecen los traidores. Massa juega su partido, consciente de que nunca será el delfín del régimen. Rápido y astuto, está cazando en el aire los problemas de la sociedad. El proyecto de reformas al Código Penal o el mínimo no imponible para el pago de Ganancias, que, espoleado por la inflación, suele devorar hasta los mejores aumentos salariales. Se pavonea, desafiante, con esas críticas al corazón del gobierno cristinista. ¿Y Macri? Macri está creciendo en las encuestas en los últimos tiempos. Es muy distinto del kirchnerismo entre lo que hay en oferta. Sería el adversario ideal de una Cristina fuera del poder. La izquierda buena contra una derecha dura y gobernante. Ése no sería Macri, pero es el retrato que el cristinismo va construyendo ya en el imaginario colectivo. No tiene solución para un problema: ni el peronismo, ni mucho menos el cristinismo militante le perdonarían jamás una eventual ayuda a un político que no es ni peronista ni de izquierda y que, encima, amenaza con barrer de la política las viejas prácticas peronistas. Macri deberá, definitivamente, contar con él mismo si quiere llegar al poder presidencial. Queda Scioli. El gobernador no tiene las formas, ni los gustos, ni la historia, ni las ideas que al cristinismo le gustan. Pero es el más conocido por la Presidenta; ella sabe que detrás del gobernador no se esconden ni el rencor ni el destrato. Sin embargo, no le construirá ella el camino presidencial; de hecho, Scioli no recibe ni un peso más que el estrictamente legal. A pan y agua. Los que oyen a la Presidenta tienen una certeza esencial para los tiempos sin poder que les esperan: Scioli respetará la jefatura

política de Cristina hasta el último día de su mandato. Ése es otro objetivo crucial de la Presidenta. Es probable que el candidato final del cristinismo sea Scioli, aunque nunca ningún cristinista dirá que lo quiere a Scioli. El resto de los candidatos presidenciales (Cobos, Binner, Carrió, Sanz) pertenecen a un mundo demasiado lejano del oficialismo. No hay un plan para el caso de que alguno de ellos fuera el sucesor de Cristina. Un conflicto enorme surge cuando las palabras contradicen a los hechos. La economía y la política están más unidas en el mundo que lo que cualquiera puede suponer. La denuncia de la Presidenta, por ejemplo, de que en las Malvinas hay una base de la OTAN carece de pruebas. Peor: al día siguiente de su exorbitante denuncia, un documento oficial del gobierno británico criticaba a la administración de Obama por su excesiva neutralidad en el caso de las Malvinas. La OTAN no es nada sin los Estados Unidos. En las Malvinas hay una muy importante base militar británica, pero sólo británica. La denuncia agredió a todas las grandes naciones occidentales, que están en la OTAN. Y que también están en el Club de París y en el Fondo Monetario; en ambos lugares el país necesita conquistar la comprensión. De la OTAN forma parte también España, país al que el gobierno argentino seduce para que lo acompañe en su pelea con los británicos. España tiene un viejo diferendo con Londres por el Peñón de Gibraltar, pero ni la historia ni la actualidad son las mismas comparadas con las Malvinas. España es socia de Gran Bretaña en la Unión Europea y en la propia OTAN. Madrid nunca se dejará llevar por el belicismo verbal del gobierno cristinista. A todo esto, ¿España no sería también, si todo fuera cierto, responsable de la base de la OTAN en las Malvinas? Desde ya que sí. Un representante español, Javier Solana, fue hace pocos años el jefe de la OTAN. Las Malvinas movilizaron la confusión intelectual de la Presidenta. Rindió homenaje a un operativo fugaz de ocupación de las islas, en 1966, por un grupo liderado por Dardo Cabo, que pertenecía a la más rancia derecha peronista, militante entonces de la ultranacionalista Tacuara. Cabo murió

La Presidenta necesita de un enemigo, externo o interno, tanto como de la división; ella es la única que habla de pobres y ricos, enfrentándolos muchos años después, durante la dictadura, como dirigente montonero, pero en la década del 60 era todo lo contrario de lo que Cristina quiere representar ahora. Aquel operativo secuestró un avión de línea, de Aerolíneas Argentinas, cargado de pasajeros. Los secuestradores le ordenaron al comandante del vuelo, a punta de pistola, que llevara el avión hasta las islas, donde desplegaron banderas argentinas por muy poco tiempo. Cristina colocó una de esas banderas de Cabo en el museo permanente de la Casa de Gobierno. ¿El secuestro de un avión puede ser hoy, después de tantas tragedias aéreas por secuestros de aviones, un acto heroico? Desde luego que no. Aferrada a las confusiones del pasado, Cristina se olvidó del presente que vive y gobierna. Todo, encima, para nada. La Argentina nunca negociará esas islas con los británicos si la forma de impulsar el indispensable diálogo es a través de empellones e imposiciones. Londres tiene la obligación de negociar, según el viejo mandato de las Naciones Unidas. Pero la Argentina tiene el deber moral de crear el clima propicio para esa negociación. Aquel objetivo político y esencial sobre el futuro de Cristina tropieza otra vez con los modos y con las palabras. La Presidenta necesita de un enemigo, externo o interno, tanto como de la división. Ella es la única que habla de pobres y ricos, enfrentándolos. Es la única que alude a enfrentamientos de clases en un país construido sobre una alianza implícita y admirable entre sectores sociales, religiosos y étnicos. Corre el riesgo de que el futuro no la extrañe. ß