El eterno retorno de la vuelta a los clásicos

26 sept. 2014 - Curada por Giacinto Di. Pietrantonio y organizada conjuntamente con el Museo de Calcos de Buenos Aires,
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Viernes 26 de septiembre de 2014 | adn cultura | 17 muestras

El eterno retorno de la vuelta a los clásicos Fundación Proa propone un contrapunto entre obras contemporáneas y otras creadas en los siglos XVI y XVII

Daniel Gigena la nacion

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Las bocas abiertas se multiplican en Bocanadas (arriba, izquierda)

Cualquier salida puede ser un encierro invita a avanzar pese al vértigo (arriba, derecha) Miradas anónimas e inquietantes en la serie Tensión admisible (abajo)

expulsiones masivas, parecen insinuar estas obras. Los desplazamientos actuales –nos recuerdan– transcurren acicateados por el vértigo del no lugar, el pánico a lo diferente o una violencia que la pieza Espacio mínimo vital traduce en contenida pulsión expulsiva. Un cubo escenifica ese metro cuadrado que rige los precios de la vivienda en las principales capitales del mundo (están las cotizaciones de Barcelona, París, Tokio, entre otros objetos del deseo). Este espacio mínimo a partir del cual se decide quiénes ingresan a las grandes urbes o se quedan en las periferias míseras se convierte, en una de las enormes salas del Hotel de Inmigrantes, en un metro cúbico, azulíneo y plástico, flotando sobre el asombro de los visitantes. Hasta llegar a Cualquier salida puede ser un encierro, donde lo escenográfico se da la mano con lo conceptual y un cubículo de espejos, luz azul y rumor de mar instala opresión e ilusión de apertura. Ante todo, la necesidad de atravesarlo pese al vértigo: en esta muestra, todos están en tránsito. “Sabemos que cada imagen lleva en su tiempo ahora una infinidad de otros presen-

tes que permanecen latentes hasta que la mirada del espectador los active”, escribe Wechsler en el texto curatorial. Así ocurre con Bocanadas, un video donde bocas voraces se comen entre sí; imágenes de huella heliográfica, esas mismas bocas, devoradoras de espacio, aire, ¿discursos?, plasmadas en carteles que supieron estar en otras intervenciones y cucharas que trazan circuitos casi coreográficos en diversos rincones de la sala. La sensación de estar frente a objetos donde el tiempo se encapsula y promete un despliegue incierto se reitera en obras como las de las series Tensión admisible o Cuerpo a cuerpo. Aquí, la reflexión sobre la violencia política se articula con las búsquedas en el plano de lo formal y de la técnica: imágenes de manifestaciones callejeras que, de un modo u otro, pertenecen a la memoria colectiva, traducidas a la sugerente textura heliográfica, aplicadas sobre soportes de madera o vidrio y, además, trabajadas con una fragmentación que por momentos recuerda las investigaciones sobre la descomposición del movimiento realizadas a fines del siglo XIX. Atravesadas por la luz, apenas temblorosas sobre la pared, articulándose y desarticulándose según un mínimo de aire roce los soportes, las sombras de los manifestantes asumen la paradoja de ser temporales y urgentes a la vez. Un joven arroja una piedra y su gesto se descompone en las mismas capas en que, en otra sala, el calzado de un migrante emerge como pura huella. Tránsitos del conflicto y de lo territorial; efímeros, pero también agudamente testimoniales. C Ficha. Nada está donde se cree… de Graciela Sacco en el Hotel de Inmigrantes (Av. Antártida Argentina 1355), hasta el 10 de noviembre.

ué tienen en común Abbas Kiarostami, Kiki Smith, Miguel Ángel y el artista multimedia Sam Durant? Curada por Giacinto Di Pietrantonio y organizada conjuntamente con el Museo de Calcos de Buenos Aires, la Academia Carrara y la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Bérgamo, Lo clásico en al arte rastrea en Fundación Proa ciertos motivos que perforan la historia del arte occidental y que podrían emparentar, en un conveniente movimiento retrospectivo, a artistas de distintas épocas. El cuerpo como vehículo de sentidos religiosos (del que La piedad sería un emblema), el retrato como dador de prestigio y, por esa razón, factor de usos revolucionarios (como los bustos en mármol de un grupo de anarquistas italianos hecho por Durant, rodeados de réplicas de las cajas que contenían la dinamita para sus acciones) y la estética del fragmento como vértice de la modernidad artística y de la participación plena del público (lo que deconstruye la noción de autor de una obra) son algunas de las entradas posibles a la nueva exposición de Proa. Si bien la muestra, al plantear contrapuntos con calcos y copias de obras de los siglos XVI y XVII, produce la impresión de que se está recorriendo un bazar del arte de Occidente, ese efecto se atenúa por la magnitud del montaje de las piezas contemporáneas. La instalación de la Sala 2, con las máscaras de goma tan sugestivas como (en una segunda mirada) aterradoras de Alfredo Pirri; los óleos sobre cinc de Valerio Carruba en los que una maraña de cabello anula los rostros de los retratados o las obras de Vanesa Bee-

croft y Michelangelo Pistoletto (una Venus ante un montón de jirones de ropa apilada, en la Sala 3) provocan una estimulante ambivalencia. Al final del recorrido, Shirin, el film de Kiarostami, registra a los espectadores durante una proyección imaginaria: el público, figurado en rostros femeninos atentos y dúctiles, desplaza el centro de la obra y toma su lugar. Lo clásico, según el curador de la muestra, se perfila como una instancia del arte contemporáneo, un material incombustible y ya probado en su eficacia que genera, mediante usos perturbadores y nudos conceptuales con la historia y la política, sentidos insurrectos. También curada por Di Pietrantonio, Fabio Mauri constituye un panorama antológico de la obra del artista italiano (19262009) y, sobre todo, una carta de presentación de una figura casi desconocida en la Argentina. Artista complejo y ambicioso –sus trabajos oscilan entre la instalación a gran escala, el teatro de objetos, la pancarta, el video y las performances–, Mauri desmonta los mecanismos de la ideología a través del lenguaje (como en No era nuevo, el felpudo que presentó en la Documenta de Kassel 2012), los objetos cotidianos (la serie de jabones con nombres de los campos de concentración nazis) y las lúcidas y desalentadoras reflexiones de sus videos y performances, como El Muro Occidental de los Lamentos y ¿Qué es el fascismo? La triple propuesta de Proa se completa con Final del juego (enésimo homenaje a Julio Cortázar), en el Espacio Contemporáneo del último piso, con obras de Alexandra Kehayoglou, Guillermo Rodríguez y Luciana Rondolini curadas por Laeticia Mello. C Ficha. Lo clásico en el arte, Fabio Mauri y Final del juego en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929), hasta noviembre.

Venus de los jirones, Michelangelo Pistoletto, 1967

gentileza fundación proa