Economistas vs. antropólogos: ¿quiénes son los tipos

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economía | 3

| Domingo 10 De marzo De 2013

página tres

la semana que pasó

Martes

Miércoles

Decreto por Ganancias

El Gobierno publicó el decreto 244/2013, firmado por la presidenta Cristina Kirchner, que fija desde el primero de este mes la suba en el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, confirmando que, aunque la ley indique lo contrario, no devolverá las retenciones aplicadas durante los primeros dos meses del año.

Paritarias docentes

El gremio Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina y el Sindicato Argentino de Docentes Privados marcharon al Ministerio de Educación para reclamar la reapertura de la paritaria del sector, que el Gobierno cerró unilateralmente a fines del mes pasado tras fijar en 22% la suba salarial para este año.

ÁLTER ECO Sebastián Campanario PARA LA NACION

Economistas vs. antropólogos: ¿quiénes son los tipos más raros del mundo? a

l sudeste de Perú, en una zona de la Amazonia que comparten los departamentos de Cusco y Madre de Dios, habitan los machiguengas (o “matsiguengas”), integrantes de una etnia que vive de la horticultura, con producción de subsistencia en pequeñas granjas y poco contacto con el mundo exterior. Apenas comercian con otras tribus. Para los machiguengas fue toda una novedad cuando en 1995 un joven antropólogo estadounidense, recién recibido de UCLA, viajó a Perú para proponerles participar en una serie de estudios. Joe Henrich no tenía en mente una investigación etnográfica típica de su profesión, sino un experimento proveniente de un campo distinto, que estaba en pañales en ese momento: un esquema proveniente de la economía del comportamiento. Henrich reprodujo con los machiguenga un “juego” probado cientos de veces en universidades de países ricos de Occidente, cuyos resultados dieron como conclusión que la gente toma sus decisiones con una “demanda de justicia”, en forma más altruista y menos egoísta que lo que presupone la economía tradicional. Derivado del famoso “dilema del prisionero”, el “juego del ultimátum” tiene reglas simples: hay dos jugadores, a uno se le da una suma de dinero –supongamos, 100 pesos–

y al otro nada. Ambas personas no se conocen. Al primero se lo invita a ofrecerle una parte de la plata –la que él decida– al segundo, quien tiene que resolver si lo acepta o no. Si no da su OK, ambos se van con las manos vacías. Según la economía tradicional, que presupone agentes de una racionalidad extrema, que actúan siempre maximizando su propio bien, el primer jugador debería ofrecer una suma mínima (un peso, por caso) y el segundo aceptarlo, ya que un peso es mejor que nada. Sin embargo, un “sentido de justicia” hace que en Occidente, en promedio, los primeros participantes regalen entre un 40% y un 50% del dinero, que es aceptado como “justo” por la contraparte. Henrich no tuvo problema en reclutar a decenas de participantes para reproducir el juego en la Amazonia peruana. Ofrecía dinero real, equivalente a varios días de ingreso de los machiguengas. Fue más difícil para Henrich, en cambio, explicar las reglas de un esquema que a los integrantes de esta etnia peruana les resultaba tremendamente extraño. Y más insólitos le resultaron al antropólogo los resultados: los machiguengas se comportaban como predice la economía más tradicional, en forma estrictamente racional: el jugador afortunado regalaba una cantidad mínima y el otro la aceptaba (¿qué tontería es esto de no aceptar

algo que viene de arriba?). Un economista ultraortodoxo, de la escuela austríaca, se sentiría más que cómodo con machiguengas poblando sus modelos. El joven antropólogo detectó enseguida las implicancias de este resultado. Muchas de las conclusiones de la psicología moderna, de la economía y de la cruza entre ambas disciplinas (la economía del comportamiento) presuponen que determinados sesgos cognitivos (como el del instinto de justicia), que fueron corroborados en experimentos con participantes de Occidente, son comunes a toda la población mundial. Y que la cultura no influye en estas conductas. Henrich pensó que la realidad era más bien la opuesta, y ganó una beca de la fundación McArthur para replicar su experimento en 14 pequeñas sociedades de distintas partes del planeta, de Tanzania a Indonesia. El promedio de las ofertas del juego del ultimátum mostró enormes variaciones entre distintas culturas, lo cual destroza el supuesto básico de los economistas, que estudian las decisiones de un cerebro humano con un “cableado” similar en todo el mundo, y por lo tanto con comportamiento, cognición y percepciones comparables. Pero esto no es así: la cultura juega un papel definitorio.

Un banco experimental b Una aldea peruana En la Amazonia del Perú, el antropólogo Henrich realizó varias pruebas con una etnia llamada machinguengas. b La regla general Según los resultados, la gente occidental toma las decisiones con una demanda de justicia, de forma más altruista y menos egoísta. b Una sorpresa La comunidad peruana actuó de manera muy distinta: usó la racionalidad y revivió los orígenes de la economía tradicional.

Un estudio realizado en 2008 por cuatro revistas especializadas de psicología mostró que las conclusiones acumuladas entre 2003 y 2007 por esta ciencia provenían de estudios con experimentos y entrevistas con ciudadanos que provenían, en un 93% de los casos, de países occidentales ricos, y un 70% del total eran estadounidenses. Henrich y sus colegas pronto comenzaron a descubrir que las respuestas de este grupo están en un extremo de la distribución cuando se los compara con otras culturas del globo. En otras palabras, que los “tipos raros” son los ciudadanos de Estados Unidos y los europeos, al lado de sociedades de África, América latina y Asia, que muestran estilos cognitivos más parecidos entre sí. En un paper seminal jugó con la palabra weird (“raro” en inglés) y el acrónimo de “occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos (“westerners…”, etcétera). Los trabajos de Henrich se suman a una amplia literatura que en las últimas tres décadas resalta el rol de la cultura en aspectos cognitivos tan básicos como son las percepciones ante ilusiones ópticas. Muchos de estos fundamentos no parten “desde cero” en nuestro cerebro, sino que comienzan a moldearse a partir de los de nuestros pares, en la infancia. La respuesta de los psicoecono-

mistas no se hizo esperar. Para ellos, los estudios de los antropólogos no invalidan el supuesto básico de la economía del comportamiento (que la racionalidad pura es una abstracción, que es más la excepción que la regla en las decisiones económicas de todos los días), sino que obligan a sacar conclusiones diferenciadas por país. Las recomendaciones del movimiento Nudge, que aplican conocimientos de esta nueva ciencia a las políticas públicas y que están tan de moda en Inglaterra y los Estados Unidos, no deberían importarse sin beneficio de inventario a la Argentina, por caso. Para cada país habría que tener una medición exacta de los “sesgos” que mira habitualmente la economía conductista (la aversión a perder, el exceso de confianza, el sentido de justicia, etcétera), que variarán en intensidad de acuerdo con cada cultura. La página oficial de IPA (Innovation for Poverty Action), un centro de innovaciones en el combate contra la pobreza, que reúne a economistas “experimentalistas”, criticó la visión de los antropólogos. “Todo depende de tener un buen diseño experimental”, dicen. Aunque reconocen que buena parte de los estudios de la economía del comportamiento adolescen de lo que en ciencias sociales se llama “problema del estudiante”: los alumnos no graduados son un recurso abundante y barato en los departamentos académicos donde se realizan las investigaciones. Pueden ser convencidos de participar fácilmente, a cambio de créditos y de puntaje en sus carreras. Y, después de todo, como dice el chiste, “hay cosas que las ratas, sencillamente, no están dispuestas a hacer”.ß [email protected]

Economía real

Crece el número de colombianos que trabajan en locales porteños eMpleo. Vienen al país por las ventajas educativas que les ofrece;

son contratados por su bajo costo y su buena predisposición Las automotrices confían en aumentar sus ventas

REUTERS

Economía internacional

El pacto con EE.UU. ilusiona a fabricantes de autos de la UE acuerdo. Barack Obama dio luz verde para

la firma de un tratado de libre comercio GINEBRA.– En momentos que se reúne la industria aquí para la muestra automotriz de Ginebra en medio de la peor baja de venta de autos en Europa en décadas, hay por lo menos un rayo de esperanza: la luz verde que dio recientemente el presidente Barack Obama a negociaciones para un pacto de libre comercio entre los Estados Unidos y la Unión Europea. Las perspectivas de un pacto comercial han alegrado a los fabricantes de autos al igual que a muchos otros tipos de compañías del continente. Y no sólo porque podría hacer más fácil competir a sus productos en el gigantesco mercado de consumo de los Estados Unidos. Las compañías automotrices europeas, en particular las alemanas, quieren facilitar la venta en sus mercados de autos que ahora producen en Estados Unidos. “Soy muy partidario de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”, dijo Norbert Reithoffer, CEO de Bayerische Motoren Werke el martes. Un acuerdo agregaría cientos de millones de euros anualmente a los ingresos de BMW, en parte reduciendo las restricciones,

incluidos los aranceles a los autos que su compañía produce en Spartanburg, Carolina del Sur, pero envía para su venta en Alemania y otros países europeos. Mercedes enfrenta problemas similares con los vehículos que produce en Tuscaloosa, Alabama. En este momento, un sedán Mercedes Clase M que se fabrica allí paga un arancel del 10 por ciento de la Unión Europea que no se imponen a los sedán Mercedes fabricados en Rastatt, Alemania. Las compañías deciden sus planes de manufactura basadas en muchos factores, incluidos costos laborales, impuestos y riesgos cambiarios. Pero si se impone un pacto comercial, los aranceles y normativas pueden no ser más parte de ese cálculo. Los fabricantes europeos de autos en particular se beneficiarían del impulso. El mercado automotriz europeo prácticamente ha colapsado desde la crisis financiera y económica de 2007; el año pasado el número de vehículos vendidos en la Unión fue el menor desde mediados de la década de 1990.ß Traducción de Gabriel Zadunaisky

María del Pilar Assefh LA NACIóN

Damián llegó a la Argentina hace poco más de un año. El alto costo de la educación en su Colombia natal y el reconocimiento que las instituciones de aquí tienen allá es lo que propulsó su mudanza. Pero pronto los altos costos de vida en Buenos Aires hicieron que sus ahorros no duraran y, antes de lo que había anticipado, se vio en la necesidad de buscar trabajo. Lo encontró pronto en un bar en Recoleta, donde lo contrataron informalmente como mozo. “Mi horario era de 20 a 6 y me pagaban $ 100 por noche”, señaló. “A eso se sumaban las propinas, que no se repartían. Así, por noche, podía ganar entre $ 500 y $ 800”, añadió. El de Damián es uno de los tantos casos de jóvenes provenientes principalmente de Colombia, pero también de otros países de América latina, que son empleados en restaurantes y comercios de la ciudad.

Y si bien no hay cifras oficiales que lo verifiquen, éste es un fenómeno que parece estar en aumento. ¿Cuáles son las razones detrás de él? La afluencia de extranjeros responde principalmente a cuestiones educativas, como sucede en el caso de Damián. Pero las razones de la contratación casi masiva de estos jóvenes en comercios y restaurantes parece responder a dos variables distintas dependiendo del establecimiento. El responsable de un restaurante porteño admitió una de ellas en un estricto off. “Son mano de obra barata que trabaja muy bien y que jamás haría juicio”, afirmó. Otra de las razones es la expuesta desde el management de Tea Connection, una cadena de restaurantes de cocina deli y natural, en donde un alto porcentaje de los mozos proviene de países de América del Sur y Central: “Los chicos de estas nacionalidades tienen un excelente trato y absorben muy bien los discursos de venta. Son muy desinhibidos y cordiales, y, a

diferencia de los argentinos, son mucho más naturales en la venta sugestiva. Los mismos clientes destacan el buen servicio”. Para Damián también aquí está el quid de la cuestión. “Los colombianos tenemos mejor predisposición que los argentinos para este tipo de trabajo. Nosotros chequea-

En los comercios los llaman rápido porque la tonada atrae a los clientes mos todo: limpieza, seguridad, atención. Acá todo es un caos”, explicó. María Carolina, de 29 años, también colombiana y llegada a la Argentina con el propósito de hacer una maestría, conoció ambos tipos de empleadores. “En mi primer empleo aquí me pagaban menos de lo que les paga-

ban a mis compañeras argentinas y las condiciones eran malas”, recuerda. Ahora trabaja en el local de una reconocida marca de ropa, donde las condiciones son mucho mejores y equitativas, y recibe un buen salario. Sin embargo, ella entiende por qué a veces esto no sucede: “En Colombia, no se acostumbra hacer juicios por temas de trabajo y algunos empleadores se aprovechan de que no sabemos de ese tipo de cosas legales”. Tanto ella como Damián hace meses que buscan trabajo en sus respectivos campos profesionales, pero, hasta el momento, no han tenido éxito. “En los comercios nos llaman rápido porque la tonada atrae a los clientes, pero es más difícil encontrar trabajo en otras ramas porque siempre temen que nos vayamos”, explica María Carolina. Mariana, una joven de 25 años, nacida en la República Dominicana, también se mudó a la Argentina por motivos académicos. Al igual que María Carolina, ella trabaja en un local de ropa donde las condiciones de contratación son buenas, pero, a diferencia de ella, éste fue el único trabajo con el que contó desde su arribo tres años atrás. Ella también cree que la tonada favorece a los extranjeros en estas industrias: “Más que nada el colombiano tiene un dialecto formal que favorece a los locales. Parece formal para los argentinos”.ß