Desde Francia, con ayuda argentina

Les Sacqueboutiers ofreció, para Festivales Musicales, un placentero concierto del Barroco temprano y medio. Les Sacqueb
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Espectáculos

Página 8/LA NACION

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Jueves 29 de octubre de 2009

CLASICA Opinión

Desde Francia, con ayuda argentina

Por Pola Suárez Urtubey

Les Sacqueboutiers ofreció, para Festivales Musicales, un placentero concierto del Barroco temprano y medio Muy bueno ((((

Les Sacqueboutiers. Integrado por Adriana Fernández, soprano; Manfredo Kraemer, violín barroco; Jean-Pierre Canihac, cornetto; Jean Imbert, trompeta; Daniel Lassalle, sacabuche tenor; Fabien Dornic, sacabuche bajo; y Federico Ciancio, clave y órgano. Obras de Vejvanovsky, Monteverdi, Schmelzer, Donati, Tarquinio Merula, Johann Theile, Haendel y Heinrich Schütz. Teatro Avenida. Festivales Musicales.

Les Sacqueboutiers es un ensamble historicista de Toulouse, con más de treinta años de existencia, que está conformado, como originalidad sustantiva, por músicos que tocan cornetti, trompetas y sacabuches. Pero ésta es una verdad a medias. Flexibles y adaptables, los sacabucheros, cuatro en total, incorporan voces y otros instrumentos para encarar diferentes repertorios. Así, para su presentación en el Avenida, incluyeron en la plantilla, supuestamente toulousiana, a Adriana Fernández, Manfredo Kraemer y Federico Ciancio, tres argentinos de pura cepa que fueron esenciales para los buenos resultados alcanzados. Más aún: la soprano fue, indudablemente, la que se llevó todas las admiraciones. No es ninguna novedad que los instrumentos de boquilla son de afina-

(Acordes) N Bruno Gelber, en Europa. Entradas agotadas y ovaciones de pie recibió Bruno Gelber en su actual gira por Alemania, Dinamarca, Italia y Francia. La crítica de su concierto con la Orquesta Nacional de Lille, bajo la batuta de Jean-Claude Casadesus –en la célebre Salle Pleyel de París–, se refirió al “legendario Gelber” como el dueño de un talento intacto cuyas manos recuerdan a las de Arrau. El conocido Michel Le Naour destacó: “Orgánica, su memorable interpretación del concierto de Grieg tiene la vastedad de los espacios enormes. El tempo intencionalmente lento en el Allegro inicial permite multiplicar los fulgores de un devenir rapsódico que evoca a Liszt y Brahms. Soñador en el Adagio, sin concesiones ni afectaciones, Gelber se permite el tono de una confidencia. Este teclado que habla sin cesar se desencadena hacia el final, conservando los rasgos de un cantabile que hace brotar las lágrimas en los pasajes más etéreos”.

VICTORIA CONCI

El desempeño de la soprano Adriana Fernández fue uno de los puntos más altos del concierto

ción dificultosa. Sin embargo, salvo algunos deslices de la trompeta, no fue éste ningún inconveniente. Más complicado fue resolver el balance entre la potencia de los cuatro vientos y el violín barroco de Kraemer. Y tal vez problemático haya sido aceptar la peculiar sonoridad del sacabuche como realizador del bajo continuo o cierta reiteración en un mismo tipo de sonido general aun cuando las variantes del orgánico fueron constantes, de principio a fin.

El programa presentado fue un resumen amplio y muy equilibrado de los géneros musicales que podían ser escuchados en la Venecia de los comienzos del Barroco y en otros centros europeos del siglo XVII. Con la peculiaridad, y no es poca cosa, que incluían aerófonos de boquilla y no únicamente cuerdas, como era lo habitual. Desde una Serenada, muy tonal y “moderna” del checo Pavel Vejvanosky, hasta la última fanfarria concertada de Schütz, fueron des-

(Allegro)

filando madrigales, motetes y sonatas para diferentes combinaciones instrumentales, en los que se pudo percibir la utilización de un sinnúmero de recursos compositivos. Y, mayormente, en muy buenas recreaciones. La única invitada extemporánea a este festival del Barroco temprano y medio fue Occhi miei, che faceste, una cantata de Haendel que fue uno de los momentos más logrados de la noche, con una fantástica interpretación de Fernández, sólo acompañada por Federico Ciancio. Llegados a este punto, no puede sino destacarse, una vez más, a esta soprano porteña de amplia actividad en el exterior. Adriana posee una voz clara y muy bien timbrada, y su canto, afinadísimo y de vibratos escasos y muy bien aplicados, fue una verdadera clase magistral de canto barroco. Puestos a recordar algunos momentos de un recital de alta calidad, habría que señalar un motete en eco de Donati, junto al cornetto de Canihac, un madrigal sobre basso ostinato, de Merula, y Lettera amorosa, un bellísimo madrigal en estilo representativo de Monteverdi, en este caso, nuevamente, con la única compañía de Ciancio.

Pablo Kohan

Por Pablo Kohan

Una extraviada en la gran aldea Desde 1856, en que arribó a Buenos Aires desde su Italia natal, La traviata de Verdi se quedó entre nosotros para siempre. Han transcurrido 153 años y no se le notan: es joven, bella, sensual al extremo, apasionada sin medida, con una atracción vital que parece acrecentarse con el paso de los años. Y esto viene a cuento porque a partir de mañana estará por varias fechas en el teatro Avenida, convocada por Juventus Lyrica. Su primera aparición en el país se produjo en el Teatro de la Victoria, en 1856, pero al año siguiente abría otras puertas, las de un gran teatro, el Colón, el “viejo Colón”, en aquellos tiempos de la presidencia de Urquiza. Sensacional pórtico sin duda para inaugurar una suntuosa sala de ópera, con capacidad para 2500 personas, con una araña central ostentosa, orgullo de la ciudad porque era, además, el primer teatro en el país en incorporar la iluminación de gas, y todo ello con el valor agregado de la ele“Con «Semgancia de un público dispuesto a escuchar ópepre libera...» ras grandiosas y fogosos intérpretes. Ese públidebió nacer co reflejado en la famosa litografía de Pallière un nuevo realizada en la década de 1860, donde festeja a feminismo” aquellas quince mujeres de la cazuela del Colón, algunas jóvenes, bellas y pícaras; otras más reposadas, pero todas igualmente coquetas, orgullosas de exhibir con elegancia su look último modelo.

Gluck descubrió el personaje

* * *

En abril de 1774 se acercaba la fecha para el estreno de Iphigénie en Aulide, en la Opera de París, y Christoph Willibald Gluck estaba preocupado. No lo inquietaban los asuntos musicales, sino las cuestiones teatrales. Estaba muy bien Sophie Arnould, la Ifigenia en cuestión, pero sentía que Henri Larrivée hacía el papel de Agamenón como si fuera un pastor paseando por una pradera. La crispación le subía por oleadas. En un ensayo, ya agotado de dar órdenes, Gluck se asumió como profesor de mitología, historia, actuación y psicología y se sentó para hablar con el gran barítono francés. “Mire, Larrivée, su trabajo no es, únicamente, cantar las notas y armar las melodías. Agamenón es el gran rey de Grecia y está al mando de una flota descomunal y de un ejército poderoso. ¡Troya y la gloria lo aguardan! Pero Artemisa lo castigó por haber

matado a un ciervo sagrado y le retiró los vientos. Los barcos están detenidos y la única alternativa para apaciguar la ira de la diosa y poder seguir avanzando es ofrecer en sacrificio a Ifigenia, su hija. ¿Se da cuenta, Larrivée? ¡Usted es Agamenón y debe matar a su propia hija! Usted debe transmitir los conflictos y el dolor que lo aflige!” “No se preocupe –le contestó Larrivée–, lo he entendido. Espere a que me vista de Agamenón.” Y lanzó, desafiante: “¡No me reconocerá!”. Algunos días más tarde, tuvo lugar el primer gran ensayo con vestuario. Apenas concluida la obertura, Agamenón ingresó al escenario para cantar “Diane impitoyable”, su primer gran monólogo. Pasados unos pocos segundos, Gluck interrumpió la música y como jugando a las adivinanzas, aunque más pesaroso que victorioso, exclamó: “Oh, Larrivée, ya lo descubrí. ¡Ahí está usted!”.

Lo que les ofrecía Verdi desde La traviata era el destino de Violetta Valery, su vida y su muerte. Un tema de fuerte voltaje emocional en aquella época, al margen de que no haya perdido su fascinación en 2009: el de la redención por el amor y el de la fatalidad, ligado aquí a la imagen de una cortesana, de la mujer perdida, de la “extraviada”… Por primera vez, tanto en Venecia, donde Verdi la estrenó en 1853, como en Buenos Aires se quebraban los códigos establecidos dentro de los usos y costumbres del teatro lírico, porque La traviata reflejaba, en su rotunda modernidad, una sociedad sin los “travestimentos” históricos habituales. Por primera vez, el escenario de ópera reducía al mínimo la distancia que separa a esa misma sociedad de su propio reflejo. Un cronista de Buenos Aires escribió en su columna: “Esta noche Buenos Aires ha crecido. Se despide a la vieja aldea...”. Seguramente no podía imaginar que sus palabras llegarían mucho más lejos en el alma del público inmortalizado por Pallière. Porque la noche en que Vera Lorini les cantó “Sempre libera...” un nuevo feminismo debió nacer en la vieja aldea.

DANZA Favero, Mihanovich y Figaredo, tres de los protagonistas del musical Jazz ‘N Easy, que presentó en el Coliseo el ciclo Nuova Harmonia; el ciclo cerró su temporada anteayer con una función del Ballet del Colón para su abono

SOLEDAD AZNAREZ

Agradable y bailado fin de ciclo Una orquesta experta, una lista de temas inoxidables y un puñado de artistas de reconocidos nombres y probados talentos compartieron cartel en Nice ‘N Easy, el music hall con dirección de Ricky Pashkus que presentó Nuova Harmonia en el Coliseo, para empezar a redondear su temporada. Finalmente, el ciclo cerró sus actividades anteayer, con una función para su abono del Don Quijote que el Ballet Estable del Teatro Colón seguirá presentando este fin de semana. En suma, la docena de músicos de la Antigua Jazz Band; el piano de Alberto Favero; las voces de Sandra Mihanovich y Christian Giménez (El fantasma de la ópera, Swing Time); las primeras figuras del Ballet Argentino Eleonora Cassano, Cecilia Figaredo y Victoria Balanza; el grupo coral The Nice ’n Easy Singers, y cuatro parejas de bailarines desplegaron un paseo nocturno por el jazz

de la primera mitad del siglo XX. Del standard “Take the A train” a “It don’t mean a Thing” pasando por una interpretación de “Summertime” que puso a Mihanovich –y su segundo (pero no el último) vestido violeta– junto al piano de Favero –director musical del espectáculo–, los 50 minutos del tramo inicial alcanzaron para abordar una docena de clásicos de los años 30. Así, los cuadros de Nice ‘N Easy fluyeron del modo agradable y suave del título, ya sea exclusivamente musicales, con participación del dance ensamble o buscándole dar mayor protagonismo a las bailarinas principales. Si, a priori, la producción podía parecer inspirada en Nine Sinatra Song o A Tango y Jazz –ambas del repertorio del Ballet Argentino–, apenas hubo un perfume de aquéllos en algunas músicas. Cassano y Figaredo (luego, Balanza) no encontraron en las desabridas

coreografías de Elizabeth de Chapearouge más posibilidad de lucimiento que el de sus piernas en altos grand battements y un surtido de giros simples. A ellas, la posibilidad de lucimiento se las dio el vestuario de Pablo Battaglia. No obstante, el trabajo de la coreógrafa, especialista en tap, se destacó con el ensamble, en el cuadro inicial para “chapitas” y, más tarde, en el pasaje “Tiger Rag”. Como la Antigua tiene su humor, emprende aventuras divertidas para la platea. Un ejemplo de esto fue el duelo de vientos que abrió la segunda parte del show de jazz, lo más aplaudido de la noche. También en ese tramo, más dinámico y que avanzó a través de las décadas, la orquesta protagonizó otro momento aclamado, “Going Nuts”. El final fue con todos (muchos) marchando “When the Saints go Marching in”.

Constanza Bertolini