Debate sobre la inflación en Argentina (3)

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Rolando Astarita                                                                      Debate sobre la inflación en Argentina (3)

Debate sobre la inflación en Argentina (3) (Continúa la segunda parte) La tesis de la puja distributiva Al terminar la segunda parte de esta nota, señalé que la explicación de Kalecki sobre la inflación conecta con la sostenida por Crespo y Fiorito. Aunque Kalecki no dejó un estudio sistemático, trató, en diversos escritos tres casos típicos (sigo a Sawyer, 1985). El primero, la inflación por demanda, que ocurre cuando existen límites a la capacidad de aumentar el output. No es la inflación por demanda de los neoclásicos (caso, los monetaristas), ya que Kalecki supone condiciones excepcionales, como ocurren en una economía de guerra, cuando hay restricciones en la oferta y suben el empleo y los salarios. En condiciones normales de reproducción del capital, según Kalecki, el aumento de la demanda debe inducir al aumento del output, que puede expandirse a costos relativamente constantes (es la situación habitual en el capitalismo contemporáneo). Un segundo caso analizado por el economista polaco es la hiperinflación, que no vamos a tratar. El tercero, y el más general, es la inflación que puede generarse en las economías que están operando en niveles cercanos al pleno empleo, a partir de una tendencia espontánea al aumento de los salarios nominales. Dada la constancia del mark up, los aumentos de salarios entonces se trasladan a precios. Aunque es importante recordar que Kalecki pensaba que para que ocurriera este tipo de inflación debía existir una oferta monetaria acomodaticia. Puede decirse entonces que Kalecki es uno de los pioneros de la amplia variedad de economistas que atribuyen la inflación al conflicto distributivo. El núcleo de esta idea es explicado por CyF: un aumento inicial de precios (o salarios) es sucedido por aumentos compensatorios de salarios (o precios), que a su vez son seguidos de nuevos aumentos de precios (o salarios), y así continuamente. Según estos autores, ésta sería la razón fundamental de la inflación argentina en los 2000. En términos más generales, es la tesis que encontramos en los poskeynesianos, estructuralistas y otros “heterodoxos”. Paul Davidson, por ejemplo, sostiene que la inflación “es un síntoma de la lucha en torno a la distribución del ingreso”, cuando las corporaciones y las multinacionales, los sindicatos y otros grupos organizados, tratan de “obtener una mayor 1

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porción del ingreso nacional o mundial disponible para ellos” (1991, pp. 89 y 91). En la misma dirección, Lance Taylor afirma que “si la participación de los salarios es baja, los trabajadores responderán presionando por aumentos más rápidos... de sus salarios”, lo que desata una “core” inflación (1985, p. 389). Precisemos que la tesis de la inflación por conflicto distributivo también ha sido, y es, defendida por buena parte de la ortodoxia mainstream. Por ejemplo, en los años 1960 y 1970 el keynesianismo “oficial” establecía una relación inversa entre la desocupación y los salarios (curva Phillips); y una relación directa entre los salarios y el nivel de precios, a través del mark up (descontando productividad). Actualmente, la curva Phillips de los nuevos keynesianos también vincula el nivel de precios con los salarios, a través de la tasa de desempleo (aunque a diferencia de la curva tradicional, incluye la “tasa natural de desempleo” y la inflación esperada). Por eso, explicaciones del tipo “inflación por demanda” son, en esencia, explicaciones por “costo salarial”. Por ejemplo, una secuencia es: aumenta la demanda (provocada por el gobierno, o un shock inexplicado); en consecuencia aumenta la producción; lo que lleva a la disminución del desempleo por debajo de la tasa “natural”; lo que provoca aumento de salarios; que genera el aumento del nivel de precios. En definitiva, no se puede decir que la tesis de la inflación por puja distributiva sea específica de la “heterodoxia”. Una tesis que no es neutra La idea de que el alza de los salarios es la impulsora de la inflación, juega un rol central para legitimar políticas de contención salarial. A través de los mensajes vertidos por “expertos en economía” (y si visten de “heterodoxos”, tanto mejor), se va estableciendo la idea en la sociedad de que los “excesos” sindicales de los trabajadores necesariamente llevan a la suba generalizada de precios. Además, si se agrega la idea de que los mayores perjudicados con la inflación son los asalariados, se llega a la muy conveniente conclusión de que es en interés de los asalariados poner topes a las discusiones salariales. En última instancia, y de acuerdo a esta lógica, el gobierno le haría un favor al movimiento sindical al presionar por “moderación en los reclamos salariales” e imponer “topes” a las alzas. Sin dudas, el tema es de candente actualidad en Argentina. Por ejemplo, en 2012 los salarios de los trabajadores estatales aumentaron, en promedio, un 17%, contra una 2

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inflación del 23%. En 2013 se están firmando de nuevo convenios salariales -docentes universitarios es un ejemplo- muy por debajo de la inflación real. Esto es, el gobierno está realizando “el ajuste” a través del apriete a los salarios. Lo cual ha llevado al incremento de los reclamos de los trabajadores. Se comprende entonces por qué la tesis de la inflación por puja distributiva debilita ideológica y políticamente la lucha sindical por salarios. Aunque, por supuesto, nunca se pone en discusión la ley económica según la cual el aumento de salarios debe generar el aumento de precios. Incluso no lo hacen aquellos que objetan parcialmente la tesis de la inflación por salarios. Por ejemplo, cuando argumentan que los precios no deben subir en igual proporción que los salarios “porque los costos salariales constituyen sólo una mínima parte de los costos de la empresa”. Con esto están asumiendo que los precios “deben” aumentar si aumentan los salarios. El debate parece ser sobre el “cuánto”, no sobre el “porqué”. Por eso, la crítica debe ir a la médula, la relación social de producción sobre la que se levanta la civilización burguesa, y sobre la que echa luz la teoría de la plusvalía de Marx. Salarios, plusvalía y precios Desde Adam Smith, las teorías del valor y del precio reconocen dos vertientes fundamentales: por un lado, las que sostienen que los salarios, los beneficios y las rentas son variables independientes que conforman el valor (con orígenes en el trabajo, el capital y la tierra, respectivamente). Por otro lado, las que sostienen que el trabajo es la fuente única del valor, y éste se divide en salarios, beneficios y renta. Según el primer enfoque, todo aumento de una de las partes se traduce, inevitablemente, en aumento del precio. Las presentaciones habituales de la tesis “inflación por puja distributiva” tienen como base esta concepción. De acuerdo al segundo enfoque, el aumento de una de las partes no necesariamente debe llevar al alza de precios; es lo que sostuvieron Ricardo y Marx. Según Ricardo, si los salarios aumentan, y si el valor del dinero no se altera, deben aumentar los productos de las ramas intensivas en trabajo, y disminuir los precios de los productos intensivos en “capital constante”, sin modificación del nivel general de precios. La cuestión se ve aún más claro en Marx. La fuerza de trabajo, que el capitalista adquiere en el mercado laboral, tiene un valor que está determinado por los medios de 3

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subsistencia de la fuerza de trabajo, y un valor de uso (que es el trabajo vivo) que posee la propiedad de generar nuevo valor. Esta distinción es central, ya que no es el valor de la fuerza de trabajo, como variable independiente, la que se traslada al valor de la mercancía, sino el valor agregado por el trabajador a los medios de producción consumidos. Ese valor agregado, a su vez, se divide en plusvalía (ganancia más renta, pero a partir de ahora dejaremos la renta de lado) y salario, que repone el valor de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, un aumento de salarios no tiene por qué traducirse en aumento de precios, si bajan las ganancias. Vemos la cuestión con un ejemplo. Suponemos un aumento de salarios, y que el valor del dinero permanece constante. Suponemos que la mercancía A se produce en una hora de trabajo, en la que entran $10 por capital constante, y que el trabajador agrega $6 de valor, siendo la tasa de plusvalía del 100%. Esto significa que el salario es $3 por hora (y por producto A) y la plusvalía es también $3 por hora. De manera que 10c + 3v + 3s = 16. Suponemos ahora que el salario sube el 20%, esto es, a $3,6. El razonamiento común dice que el precio de A debe aumentar. Alguno dirá que el precio tiene que subir el 20%, aunque el crítico observará que el costo salarial solo representa el 23% del costo total del empresario, y por lo tanto el aumento del precio debe ser menor. Sin embargo, el análisis marxista afirma que no hay razón alguna para que aumente el precio, ya que si aumenta el salario lo único que sucede es que el valor agregado, $6, se reparte de distinta manera entre salarios y plusvalía: el salario pasa a $3,6 y la plusvalía a $2,4. El precio sigue en $13, y hubo una redistribución del valor agregado a favor del trabajo, y en contra del capital. La cuestión tiene relevancia en Argentina, un país en el cual la distribución del ingreso es extremadamente desigual. Los salarios pueden aumentar en términos reales, incluso sin aumentos de productividad, si el trabajo obliga al capital, y al Estado capitalista, a aceptar una nueva y más progresista distribución del ingreso (por supuesto, una distribución más igualitaria del ingreso no significa que se termine con la explotación). Precisemos también que cuando los asalariados reclaman aumentos iguales al alza de precios (es la exigencia en las actuales discusiones de convenios laborales), están luchando para que no empeore la distribución del ingreso. Interludio teórico con Marx 4

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Nunca se insistirá bastante en que las cuestiones involucradas en este debate se refieren, esencialmente, a distintas teorías del valor. Por eso, en este apartado presento la crítica de Marx a la idea del precio como “suma de partes” (véase Marx, 1999, pp. 1095 y ss.). Según Marx, el problema fundamental con la tesis del precio como suma de partes es que su explicación se remite “hacia atrás”, sin que sea posible encontrar una determinación última de cada uno de los precios. Por ejemplo, se sostiene que el precio de una mercancía está conformado por lo que se pagó por salarios, por el capital y por el uso de la tierra. Entonces se plantea la cuestión de cómo se determina el “precio del trabajo” (esto es, el salario). La respuesta es que se lo determina por la oferta y demanda en el mercado de trabajo. Lo cual deja abierta la pregunta de qué determina la demanda de trabajo. Si se responde que depende de la oferta de capital, se vuelve a plantear la cuestión de qué depende el valor del capital. Si se responde que depende del valor de las mercancías que conforman el capital, queda abierta la pregunta de qué depende el valor de esas mercancías. Si se responde que del precio del trabajo, volvemos a qué determina el valor del capital que demanda trabajo, y así indefinidamente. Por otra parte, si se nos dice que el precio del trabajo está determinado por los precios de los medios de subsistencia, estamos en el mismo problema, ya que los precios de los medios de subsistencia a su vez se determinan por el precio del trabajo. Algo similar ocurre cuando vamos a la ganancia. Si se nos dice que la ganancia está determinada por la competencia entre los capitalistas, esta competencia ya supone la existencia de la ganancia. Por lo cual, la competencia no puede explicar por qué existe la ganancia, ni cuál es el nivel en torno al cual tienden a oscilar las diferentes tasas de ganancia. Llegado a este punto, “no queda más salida que explicar la tasa de ganancia, y por ende la ganancia, como un recargo, determinado de manera incomprensible, sobre el precio de la mercancía, que hasta aquí estaba determinado por el salario” (Marx, 1999, 1098, t, 3). Y ese “recargo determinado de manera incomprensible”, es el sustento de las teorías del precio por mark up, que a su vez subyacen a las tesis de la inflación por puja distributiva, o por formación oligopólica de precios (lo habíamos señalado en la parte 2 de la nota). Por eso, la indeterminación de la tasa de ganancia de la inflación por oligopolio es, en el fondo, la misma que está presente en la secuencia “aumentan los salarios, 5

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aumentan los precios, aumentan los salarios”. En definitiva, MyS y CyF discuten, pero no están tan alejados en lo que respecta a la sustancia teórica del asunto. Introduciendo las variaciones de la productividad En el modo de producción capitalista existe una tendencia más o menos permanente al aumento de la productividad, debido al progreso tecnológico. En las formulaciones “de manual” de formación de precios por mark up, el precio está relacionado positivamente con el costo salarial, y negativamente con la productividad. De manera que p = w – q, donde p, w y q son tasas de variación de precios, salarios y productividad. Según esto, si los salarios suben menos que la productividad, los precios deberían bajar; pero no es lo que sucede en la economía real. Veamos el asunto desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx. Supongamos que en la rama que produce el bien A del anterior ejemplo, se duplica la productividad, manteniéndose el costo de $10 en capital constante. Si el trabajador sigue generando $6 por hora, pero produce dos A por hora, agrega $3 de valor a cada bien. Si el salario se mantiene igual, la ecuación de valor (expresado en precio) de A es: 10c + 1,5v + 1,5s = 13. Si la jornada laboral es de 10 horas, el trabajador recibe $30 por día. Si a su vez A entra en la canasta salarial, y el salario nominal se mantiene constante, el salario real aumenta por la disminución del precio de A. Con su jornal diario el trabajador adquiría 1,875 A cuando A valía $16, y adquiere 2,308 A cuando vale $13. Esto es, si la expresión monetaria del valor se mantiene constante, los aumentos de la productividad permitirían aumentos de los salarios reales, sin que se afectara, en principio, la masa de plusvalía (en nuestro ejemplo, sigue siendo $3 por hora). Los aumentos de productividad deben reflejarse -si no varía el valor del dinero- en caídas de precios. Pero la situación que más interesa a Marx es aquella en la cual, en respuesta al aumento de la productividad, aumenta la plusvalía relativa. Según Marx, la plusvalía relativa aumenta porque disminuye el valor de la fuerza de trabajo debido a que se abaratan los medios de consumo salariales. Pero a fin de que el aumento de productividad redunde en aumento de plusvalía, los salarios nominales y los precios no pueden permanecer constantes. ¿Cómo variar entonces los salarios, de manera que las ganancias de productividad no recaigan única y exclusivamente en los asalariados?

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Salario real, plusvalía, inflación Llegados a este punto, empieza a entenderse el rol que puede jugar la inflación en el sistema capitalista. Planteemos el nudo del problema a través de una pregunta: ¿por qué todos economistas, incluidos los partidarios de la ortodoxia neoclásica, consideran que una cierta dosis de inflación es conveniente para el buen funcionamiento del capitalismo? La ampliamente aceptada regla de Taylor, por caso, establece que los bancos centrales deberían plantearse como objetivo una inflación del 2% anual. ¿Por qué no inflación cero? Para responder la pregunta, volvamos a la cuestión con que cerramos el punto anterior: cómo lograr que al menos una parte del aumento de la productividad no redunde en aumento del salario real, sino de la plusvalía apropiada por el capital. Naturalmente, una forma es mediante la caída en términos nominales del salario. Sin embargo, la experiencia enseña que este camino es conflictivo, y desata peligrosas presiones deflacionarias. Es lo que se vio en la década de 1880, en Europa y EEUU; de nuevo en los años 1920 y 1930, en Gran Bretaña; también en Argentina en los últimos meses de 2001; o ahora en Grecia. La baja de salarios por medio de la inflación es el otro camino. Volvamos al ejemplo anterior y supongamos que, a la par que aumenta la productividad, el dinero pierde un 20% de su valor; una hora de tiempo de trabajo se expresa en $7,2 y no en $6. De manera que el valor del capital constante se expresa en $12. Si los salarios también aumentan el 20%, nada ha cambiado en términos reales, sólo sus expresiones monetarias. El precio de A es 12c + 1,8v + 1,8s = 15,6. El trabajador sigue adquiriendo 2,308 A, y la tasa de plusvalía se mantiene en el 100%. Empero, si los salarios aumentan en menor medida que lo que se devalúa la moneda, digamos un 10%, el panorama cambia. El precio de A seguirá siendo $15,6 pero tendremos una redistribución del valor agregado en perjuicio de los asalariados. La ecuación del precio es 12c + 1,65v + 1,95s = 15,6. La tasa de plusvalía se ha elevado al 118%. En este ejemplo hemos supuesto que el salario real mejora porque una parte del aumento de la productividad beneficia al salario. En su análisis de la plusvalía relativa, Marx supone en cambio que el salario real permanece constante, de manera que todo el 7

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abaratamiento de los bienes salariales se traduce en aumento de la plusvalía. Nuestro caso registra más ajustadamente lo que ha ocurrido en el capitalismo contemporáneo: en el largo plazo, aumentaron los salarios reales. Aunque lo importante para lo que estamos discutiendo es el rol estructural que juega la inflación: es una forma en que los salarios son ajustados de manera que las ganancias de productividad fluyan, al menos en parte, al capital. No es el resultado de una “puja distributiva” que surge de una súbita y “excesiva” codicia de los trabajadores. La realidad es que una cierta dosis de inflación es conveniente para que la acumulación del capital se desarrolle con fluidez. Lo cual significa que la inflación, aun en dosis muy pequeñas, no es neutra, como se la presenta habitualmente. La restricción monetaria Además de su carácter mistificador, la tesis de la inflación en Argentina por puja distributiva no puede explicar por qué los precios están aumentando a una tasa superior al 22% anual, mucho más que en cualquier otro país medianamente desarrollado. ¿Acaso en Argentina la presión de los salarios es particularmente aguda? ¿La inflación es 4 o 5 veces superior a la de otros países porque sus empresarios o trabajadores son 4 o 5 veces más ambiciosos? Parece claro que por este camino no se llega a ningún lado. Todo apunta a que la inflación no se puede analizar al margen de la cuestión monetaria. Kalecki lo decía en sus escritos: la condición para que la puja distributiva resulte en inflación es que la oferta monetaria se acomode. Davidson se ha expresado en términos similares, y lo mismo reconocen otros keynesianos de diversos matices: existe una relación entre la expansión monetaria y la inflación, aunque la causalidad no vaya de masa de dinero a precios, como sostienen los monetaristas, sino de salarios a precios y masa monetaria. Esto es, debe levantarse, de alguna forma, la restricción monetaria. Asimismo en Marx esa condición es clara: sus análisis (de El Capital) en términos de valor presuponen que se mantiene el valor del dinero. Rowthorn lo clarifica en un texto de hace años: “Los capitalistas” (en la teoría de Marx) “están sujetos a una disciplina monetaria que les impide elevar arbitrariamente el nivel general de precios. … La 8

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moneda nacional está ligada al oro de acuerdo con una paridad fija, de tal forma que su capacidad de compra aumenta o cae de acuerdo con la del oro. (…) Marx argumentó que esto impondría una disciplina sobre los precios porque el oro tiene un valor intrínseco propio, regulador de su propio poder de compra y por lo tanto regula el poder de compra de la moneda nacional” (1984, pp. 128-9). Aunque Rowthorn presenta la relación entre el billete y el oro de manera demasiado mecánica (en otro lugar he argumentado que se trata de una relación simbólica compleja), acierta en lo fundamental: si el valor del dinero (o del signo de valor) se mantiene inalterado, los capitalistas no pueden elevar arbitrariamente los precios. Por eso, el análisis del fenómeno monetario es ineludible. Pensar que la inflación se puede estudiar como fenómeno solo “real” es incurrir en el error simétrico del que cometen los monetaristas que piensan que es un fenómeno puramente “monetario”. El tema de fondo es que el valor no existe como resultado mecánico del trabajo aplicado a la producción; para que haya valor, es necesario que exista la forma del valor, y su encarnación, el dinero. No hay valor sin trabajo, pero tampoco hay valor sin dinero. Por esto mismo, el análisis del fenómeno inflacionario no puede hacerse abstrayéndose de la dimensión productiva, ni de la monetaria; una cuestión que pasan por alto las dos posturas enfrentadas en el debate publicado por Página 12. Crisis capitalistas, inflación o deflación Además de su rol en la erosión de las ganancias de productividad, la depreciación del dinero (y la consiguiente suba general de precios) o, alternativamente, su apreciación, pueden jugar un papel importante en la dinámica y formas en que se resuelven las crisis capitalistas. Tengamos presente que las crisis capitalistas no son sino inmensas “revoluciones de valor” (Marx): la desvalorización de capitales y de la fuerza de trabajo son las vías por medio de las cuales tiende a restablecerse la tasa de rentabilidad del capital. Las formas -inflación o deflación- a través de las cuales se produce esa desvalorización del capital, también tienen una relación estrecha con el régimen monetario. Acerca de esta cuestión, los regulacionistas (Lipietz, 1983, por caso) han hecho un aporte innegable, al destacar las dinámicas deflacionarias de resolución de las crisis en regímenes de convertibilidad, o restricción monetaria, e inflacionarias, cuando esta restricción se levanta. La cuestión es relevante para el debate sobre la inflación en 9

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Argentina. Es imposible pasar por alto los efectos de la devaluación del peso durante la crisis 2001-2, como manera de elevar la competitividad del capital local, vía desvalorización de la fuerza de trabajo. Es lo que analizaremos en la cuarta parte de esta nota, vinculada a la inflación en Argentina en los 2000. Textos citados: Davidson, P. (1991): Controversies in Post Keynesian Economics, Aldershot, Inglaterra y Vermont, EE.UU. Lipietz, A. (1983): Le monde enchanté. De la valeur à l'envol inflationniste, París, La Découverte/ Maspero. Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI. Rowthorn, B. (1984): Capitalismo, inflación y conflicto, México, Nuestro Tiempo. Sawyer, M. C. (1985): The Economics of Michal Kalecki, Hampshire Londres, Macmillan. Taylor, L. (1985): “A stagnationist model of economic growth”, Cambridge Journal of Economics, vol. 9, pp. 383-403.

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