De los autores: Nibaldo Calvo Buides (Cuba, 1972). Actualmente ...

pueblo natal: Jagüey Grande, provincia de Matanzas, Cuba. Con “Gente de mi pueblo” pretendemos rendirle un homenaje perp
237KB Größe 6 Downloads 113 Ansichten
De los autores:

Nibaldo Calvo Buides (Cuba, 1972). Actualmente reside en Estados Unidos. Periodista, Economista Internacional.

y

Ajedrecista

con

Rating

Arnaldo Calvo Buides (Cuba, 1972). Actualmente vive en Chile. Periodista, Abogado y Ajedrecista con Rating Internacional. Ambos son hermanos gemelos, oriundos del municipio de Jagüey Grande, en la provincia de Matanzas, quienes han sido varias veces premiados en concursos de Periodismo.

Prólogo:

“Gente de mi pueblo” recoge anécdotas, la mayoría humorísticas, de personajes, amigos y conocidos de nuestro pueblo natal: Jagüey Grande, provincia de Matanzas, Cuba. Con “Gente de mi pueblo” pretendemos rendirle un homenaje perpetuo a nuestro Jagüey Grande natal y a su gente. Sirvan estas crónicas para reír, para reflexionar, para volver a vivir.

Contenido

DE NIBALDO ¡Macho juru juru!-----------------------------------------6 Mi mochilita verde---------------------------------------8 Aldito------------------------------------------------------13 Mahoma--------------------------------------------------15 Mi abuelo-------------------------------------------------18 ¡Primero dame pan, primero dame pan!---------19 Aquella profesora de baile---------------------------22 La inteligencia de Chuchi----------------------------25 Vilató------------------------------------------------------27 Calificación: 199 puntos------------------------------28 El de los zapatos de dos tonos---------------------30 Y entonces….y entonces----------------------------31 Y le gritamos…-----------------------------------------33 El Negro Mora ------------------------------------------35 Un invitado especial-----------------------------------37 Lore--------------------------------------------------------39 El Tiburón------------------------------------------------41 El Tiburón y...¿la mujer de quién?-----------------43

DE ARNALDO

Mingo-----------------------------------------------------44 ¿Quién apagó la luz?--------------------------------48 De cuando mi abuelo perdió la cabeza----------51 El Americano-------------------------------------------54 El tomeguín de Tore----------------------------------58 La certeza de Boris-----------------------------------59 JIMENE!!!…JIMENE!!!-------------------------------62

DE NIBALDO

¡Macho juru juru!

Cuando yo era un chamaquito, de unos 6 ó 7 años, en mi pueblo había un hombre que no estaba muy cuerdo y los niños le gritaban “¡Macho, juru juru!”. Según mi abuela, ese apodo para ese hombre que vendía gallinas surgió un día, cuando un comprador, quien era un guajiro cerrado (que no entiende explicaciones), se “olió” alguna trampa con la relación “peso real de la gallina y precio”. Entonces decidió revisar debajo de las alas de la gallina que pretendía comprar y, para su sorpresa, descubrió que allí se escondían un par de piezas de plomo, por lo que la gallina pesaba más. Entonces este guajiro se encolerizó y sacó su machete y rápidamente el vendedor de gallinas, con principios de tartamudez y completamente nervioso comenzó a decir repetidamente: “Yo yo yo yo…so so..soy Macho y juru juru que no le pu pu pu puse plomos a la gallina”. Luego, en el juicio, Macho juru juru repitió el mismo estribillo. Al decir Macho se refería que era hombre, varón, masculino. Y al decir juru juru, se refería a juro juro. A partir de entonces se le quedó el apodo de Macho juru juru y en la calle los chamaquitos así le gritaban para que Macho juru juru se encolerizara. ¡Ah!, y el arma favorita de Macho juru juru para enfrentar a sus insultantes era agarrar lo primero que encontrara en su camino y lanzarlo contra

ellos como si fuera un pitcher de grandes ligas…..si era un par de piezas de plomo, mejor.

Mi mochilita verde

Ese día, como ya era costumbre en mí, salí de mi pueblo natal, Jagüey Grande, provincia de Matanzas, con destino a La Habana, donde estudiaba en la Universidad de igual nombre. Como era costumbre en mí, además de mi maletincito con algo de ropa, cargaba una mochilita verde, con limones para vender. Tenía que ganarme la vida de alguna manera. Con la venta de los limones, no me hacía rico; pero al menos me servía ese dinerito para comprar algunas necesidades y antojos de estudiante. Ese día, me dirigí a un populoso barrio habanero, mochilita en mano. Me aposté en una esquina y comencé a vender mis limones: “Arriba, compra tu limón aquí”, “Oye, mira que sabrosos limones traje para ti”. Así, con más necesidad que pena, Nibaldo gritaba. Todo iba bien. Las ventas iban subiendo. El peso de la mochila descendía, mientras que se incrementaban los pesos en mis bolsillos, hasta que de repente sentí una mano sobre mi hombro izquierdo, y al voltearme vi ante mí a un hombre, blanco, flaco y vestido con un uniforme más verde que mis limones. “Muéstreme su carnet de identidad”, esa fue su carta de presentación. Y yo, sin titubear, obedecí. ¡Tenía que hacerlo!, porque este hombre estaba acompañado por un mulato fortachón, quien me miraba con deseos de que yo quisiera darme a la fuga, para atraparme y darme un

escarmiento. No le di ese gusto a ese tipo, porque yo obedecí y mostré mi carnet de identidad. “Por vender limones de manera ilegal, te pondré una multa de 300 pesos (cubanos). Firma este documento, toma el comprobante para el pago, agarra tu mochila y piérdete de aquí!”, esa fue la indicación suministrada por aquel hombre verde olivo. Cabizbajo y con cara de pocos amigos, doblé la primera esquina que vi. ¡Cómo yo iba a pagar esa multa si no tenía suficiente dinero para ello! Fue entonces cuando se me ocurrió una estupenda idea: concluir la venta de mis limones, porque el oficial había tenido la gentileza de devolverme mi mochilita con los que aún no había vendido. Escogí un barrio lejos de donde fui atrapado para dar inicio a mi segunda ronda de ventas. Nada de esquinas, nada de estar al descubierto. Elegí un edificio. Iba tocando de puerta en puerta, vendiendo de a poquito, pero seguro. Cuando toqué la puerta de una casa, apareció una mujer. Le propuse mis limones y tal vez al notar mi cara de lástima, con mucha alegría aceptó comprarme algunos. “Muchacho, ven, entra y siéntate”, así me dijo. Cuando entré a la casa, quedé estupefacto. A unos metros de mí, sentado ante una mesa e ingiriendo un exquisito almuerzo, se encontraba el hombre, blanco, flaco y aún vistiendo su uniforme de color verde.

Nos miramos. El movió su cabeza de un lado a otro como diciendo: “¡Te agarré otra vez!”, y yo, con la cabeza gacha, estaba como diciendo: “No más multas, por favor”. Ante tal comunicación muda, la mujer le preguntó al hombre de verde olivo, “Hijo, ¿Ustedes se conocen?”, y su hijo le explicó que una hora antes me había agarrado in fraganti y que me había puesto una multa. “Hijo, quítale la multa al muchacho, por favor”, así dijo ella, con ese convencimiento maternal difícil de eludir. “Está bien mamá. Dame el papel que te dí para pagar la multa”. Le di el papel, y el oficial lo hizo añicos delante de mí. ¡Uf!, ¡qué alivio! Me sentí tan agradecido que quise regalarle a la señora todos los limones restantes; pero ella se opuso y me pagó los que compró. Sí aceptó algunos de regalo. Dos meses después de este incidente, mientras me encontraba en mi Jagüey Grande natal, recibí una notificación de la policía, en la que me orientaba que mi multa había sido duplicada. ¿Cómo?, ¡No es posible!......Nibaldo piensa…Nibaldo piensa…… ¡ Ah!, ¡Ya! Resulta que el día que el hombre de verde olivo rompió ante mí el papel de la multa que yo debía pagar, no fue suficiente, porque yo permanecí registrado en el talonario oficial. Y de ahí nunca fui borrado. Cuando llegó el Lunes, día de mi regreso a La Habana, ese día, como era costumbre en mí, salí de mi pueblo natal,

Jagüey Grande, provincia de Matanzas; pero esa vez además de mi maletincito con algo de ropa, cargaba una mochilota grandototota y verde, con bastantes limones para vender.

El tomeguín de Tore

Orgulloso de su tomeguín recién comprado, así estaba Modesto, más conocido por Tore. Contemporáneo conmigo y mi hermano Nibaldo (teníamos entonces unos 9 ó 10 años), llegó a su casa con aquel ave endémica de Cuba, mientras algunos muchachos de la cuadra en nuestro Jagüey Grande natal (provincia Matanzas), comentaban sobre el tomeguín de Tore. Otro niño se lo había vendido relativamente barato, y Tore no perdió el chance. Y es que entonces estaba muy de moda en el pueblo criar tomeguines y otros tipos de pajaritos. Pero lo barato….resulta que el tomeguín de Tore no resultó ser tomeguín. ¡Era un gorrión pintado con los colores del tomeguín y se lo vendieron como tal! Lo increíble, niño entonces y muy ingenuo, a Tore le vendieron gato por liebre; digo, gorrión por tomeguín.