De alta. Elio Palencia

¿Whisky? CHACKTI.— Me dijo Antxón que hace mucho que no comparten una, que se lo debían, así que esta noche, si se queda
842KB Größe 32 Downloads 74 Ansichten
teatroautorexprés

ELIO PALENCIA DE ALTA

Sin la autorización por escrito de la editorial, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra ni tampoco su tratamiento o transmisión por ningún medio o sistema. De igual manera, todos los derechos que de ella dimanen, cualquiera que sea la naturaleza de estos, así como las traducciones que puedan hacerse, incluyéndose igualmente las representaciones profesionales y de aficionados, las películas de corto y largo metraje, recitación, lectura pública y retransmisión por radio o televisión, quedan estrictamente reservados. Se pone un especial énfasis en el tema de las lecturas públicas, cuyo permiso deberá asegurarse por escrito. Las solicitudes para la representación de esta obra, de cualquier clase y en cualquier lugar del mundo, habrán de dirigirse a Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI número 4, 28004 Madrid, España.

DE ALTA Primera edición, 2017

© De De alta: Elio Palencia Navarro © Para esta edición: Fundación SGAE, 2017

Coordinación editorial: Pilar López. Diseño de cubierta: El Taller de GC. Maquetación: José Luis de Hijes. Corrección: Susana Pulido. Imprime: Estugraf Impresores, S. L.

Edita: Fundación SGAE Bárbara de Braganza, 7, 28004 Madrid / [email protected] www.fundacionsgae.org EDICIÓN PROMOCIONAL. PROHIBIDA SU VENTA D. L.: M-12007-2017

De alta Fue estrenada el 3 de febrero de 2017 en la sala Espacio Plural del Centro Cultural Trasnocho de Caracas, en el marco del III Festival de Jóvenes Directores.

Reparto Diego Antxón Fede Chackti Enfermeras

Fernando Azpúrua Omar Lugo Irvin Gutiérrez Shakti Maal Rosana Mottola / Nerea Fernández

Dirección

Juan Bautista

Ficha técnica Iluminación

Marisol Martínez

Musicalización

Juan Bautista

Vestuario

Camila Uribe

Escenografía Producción

Asistencia de Dirección

Marianery Amin Marcos Purroy (Centro de Directores para el Nuevo Teatro/ CDNT) Johana Villafranca Reinaldo Rivas

Personajes Diego: En los veinte Antxón: Cincuenta y tantos Fede: Pisando los cincuenta Chackti: Cruzando los veinte

Espacio Habitación y pasillo de clínica

I Habitación. Diego, con dispensador de suero, duerme. Tras un instante, entra Antxón, algo azorado, con un pequeño bolso de viaje y un libro. Los deja en el sofá y se apresura a contemplar al convaleciente. Le sorprende y preocupa su aspecto. Una caricia en la frente. Suspira preocupado. Antxón.— Muchachito… muchachito, ¿qué vamos a hacer contigo? Del baño sale Fede secándose el rostro con una toalla. Está algo ojeroso y sin afeitar. Fede.— ¿Antxón? Antxón.— (Sin dejar la preocupación, pero muy gratamente sorprendido) ¡Hombre, Fede! Lo abraza con efusividad. Fede, algo inquieto pero sinceramente contento, responde al abrazo. ¡Qué sorpresa! ¡Qué gusto verte, hombre! Fede.— A mí también me alegra verte, aunque sea… así. Antxón.— ¡Qué vaina, chico! Menos mal que encontré vuelo. No sabes la desesperación que nos entró anoche cuando recibimos la llamada de esta muchachita…

8

ELIO PALENCIA

Fede.— ¿De Chackti? Antxón.— De Chackti, sí. Hasta pensé en agarrar el carro y pegarme las doce horas. Gloria y Tere me convencieron de que esperara hasta la mañana porque ese perol lleva días jodiendo… Fede.— ¿Cómo están ellas? Antxón.— Te imaginarás. Gloria, empeñada en venir, pero Tere está en pasantías y alguien tenía que quedarse en el negocio. Yo le dije que podíamos cerrar, pero ya sabes cómo es ella. (Mirando a Diego) ¡Otra vez este chamo, pana! Y justo el fin de semana comentaba con Gloria que parecía que por fin estaba… no sé, madurando, que venirse a Caracas le había hecho bien y estos casi dos años aquí… ¡Y fíjate! Qué flaco. Un poco más y… parece un cadáver. ¡Qué buena vaina! Me recuerda a hace años cuando tuve que irlo a recoger como a un pordiosero por un barrio de allá de Mérida. Te conté, ¿no? (Fede asiente) ¡Horrible! ¡Ver a tu chamo con catorce años vuelto…! Y ahora, otra vez… qué cagada. (Suspira) Y tú, ¿cómo andas? Lo último que esperaba era poder verte. Suponía que entre unas cosas y otras no me iba a dar ni tiempo a llamarte. Pero qué bueno. Te ves muy bien, incluso con esas ojeras y esa barba sin afeitar. ¿Cómo te enteraste? Fede.— (Asiente) También me avisó la muchacha… Antxón.— ¿Chackti? (Algo extrañado) ¿A ti? Fede.— Estudia en la facultad. Antxón.— No sabía. ¿Otra con vocación de morirse de hambre? Fede.— Tú y yo seguimos vivos. Antxón.— ¡Excepciones que confirman la regla, profesor! Jamás hubiera pensado que esa chamita se iría por las Letras.



DE ALTA

9

Fede.— Estuvo aquí hasta hace un par de horas. Le dije que se fuera a descansar, a ducharse… Antxón.— Me extrañó que fuera esa niña quien llamara. Hace mucho que Diego y ella no están juntos, terminaron cuando ella se vino a estudiar y él se quedó allá para perder el tiempo en dos años de Física y guitarra, que al final fueron de todo menos de… Fede.— Siguen siendo amigos. Tienen conocidos en común. Uno de ellos lo encontró en la residencia, la llamó y… Antxón.— Borracho, seguro. Fede.— (Asiente) Y con pepas. Antxón.— ¿Pepas? Fede.— (Tras un instante, con tono grave) Intentó suicidarse, Antxón. Antxón.— ¿Cómo es la vaina? Fede.— Le hicieron un lavado estomacal. Está muy débil. Antxón.— ¡No me jodas! Quería hablar con el médico, pero no regresa hasta la noche, me dijeron. No se puede fumar aquí, ¿no? Fede.— (Niega) Va a estar dormido por varias horas. Antxón.— ¿Suicidarse? Pero… ¡si estaba estupendamente! En vacaciones, cuando estuvo allá, parecía otro: formal, sosegado. ¡Hasta pintó su cuarto, que lo tenía lleno de dibujos de calaveras, cadenas y pendejadas de cuando chamo! Prefería quedarse ¡leyendo! o metido en internet a salir con los amigos… Me sorprendió verlo tan motivado… Gloria y yo… ¡no lo podíamos creer! ¿Qué le habrá pasado? (De pronto, cae en la cuenta. Apenado) Disculpa, Fede, ni siquiera te he preguntado por ti, por tu vida. Fede.— Tranquilo. Ya habrá tiempo. Y nosotros estamos muy hablados.

10

ELIO PALENCIA

Antxón.— No tanto, en los últimos años siempre te he visto estando con la familia, no nos hemos podido echar unos palos juntos, ni conversar como antes. Y mira que lo he echado de menos. Fede.— Te aseguro que no más que yo. Pero ahora el tema es… Antxón.— ¡El pendejito este! ¿Qué le pasó? Bueno, qué pregunta, como si no hubiéramos tenido crisis nosotros hace… mil años. Fede.— ¿Hace mil años nada más, Antxón? Antxón.— Tú porque no tienes hijos, Fede… Desde el momento en que te nace uno, ya no tienes tiempo de plantearte peos y crisis existenciales o vocacionales o… ¡Echar adelante y nada más! Fede.— No me jodas. No te la vengas a dar de pequeñoburgués ahora, que tú tendrás ese negocio pero, aunque lo intentes, nunca serás solo un tendero. ¿Estás escribiendo? Antxón.— (Asiente) Pero cada vez me resulta más difícil. Fede.— La universidad, el negocio, los chamos… Antxón.— (Asiente) ¿Y tú? ¿Andas en algo? Fede.— (Asiente) Desde la muerte de Augusto y la patada que me dieron en la Agencia de Publicidad, la investigación y la escritura han sido mi cable a tierra. Sí, ando en varios borradores por ahí. Antxón.— Qué suerte. ¿Y de amores? ¿Sigue difícil la cosa? Fede.— (Cierta incomodidad) Ya sabes: después de los cuarenta… Antxón.— No me vengas, que para ustedes… es diferente. Fede.— No te creas.

DE ALTA



11

Antxón.— Los gays tienen menos rollos, sus sitios de levante, sus encuentros exprés… Y ahora que vives solo… Fede.— Estás hablando de sexo. Preguntabas por amores. Antxón.— (Divertido) Tienes razón. Fede.— Pero tampoco: nunca se me dio bien la gimnasia sexual. ¿Y tú? Antxón.— ¿Sexo, amor? (Vacilón) ¿Qué es eso, viejo? ¡Ilústrame! Ambos ríen. Por un momento, Fede aligera su tensión. Fede.— Entonces ¿a ti también te han caducado los condones? Antxón.— (Vacilón) ¡Uff! ¡Y ni idea de cuánto están costando! Fede.— Mírale las ventajas: un ahorro, y “¡El ahorro… Fede y Antxón.— (En la ironía) … es la base de la riqueza!”. (Ríen) Antxón.— Si fuera por gastar en condones, te juro que no me importaría estar endeudado. Fede.— Debemos parecer patéticos. Antxón.— ¡Tú! Tú lo parecerás: yo lo soy. (Ríe) Fede.— (Sonríe) ¿Tan mal estamos? Antxón.— Hombre… entre ese vivir con Gloria sin nada de aquello, el taller y la tienda, los chamos, las clases e intentar escribir algo, la castidad está servida. ¡Encima, en una ciudad donde casi todos saben quién es quién! ¿Recuerdas cuando vivimos en aquella pensión del centro? Fede.— (Bromea serio) ¿Cuándo? Eso nunca existió.

12

ELIO PALENCIA

Antxón.— (Divertido en el recuerdo) ¡Tener que elegir entre comprar cigarrillos o un cuarto de kilo de queso! ¡Llegamos a compartir un pan con mantequilla, ¿recuerdas?! Fede.— Hay que aprender a tachar, profesor: eso no existió. Antxón.— ¡No seas pendejo! ¡Estábamos pelando como nunca, pero jamás he tirado, ni me he enamorado ni se han enamorado de mí tanto como entonces! Y tú también: si comienzo a enumerarte los tipos con los que te vi entrar o me tropecé en la mañana… Fede.— Y yo: la cantidad de chamas a las que me tocó servirles café. Rellenitas, anoréxicas, hiposas, formalitas, tímidas o incontinentes, melenudas o rapadas… Antxón.— Bueno, tampoco tanto plural… Rapada una, que además era incontinente y rellenita, así que… Fede.— (Asiente) Fue una época… divertida. Antxón.— Mucho. Entrañable. Fede.— No nos caducaban los condones. Antxón.— Ni de vaina. (Suspira) ¿Cómo que nos hemos hecho un par de señores burgueses, profesor? Fede.— Ya no derrochamos juventud, profesor. Solo eso. Antxón.— (Entrañable) A ver si este pendejito se mejora y nos podemos tomar unos whiskies. Hablar de lo divino y de lo humano. Son ya años sin hacerlo y nos lo debemos. Entra Chackti con una bolsa de panadería. Se ve muy femenina, con una sensualidad muy original y sutil. Sin intencionalidad. Chackti.— (Gran sonrisa) ¡Señor Antxón!

DE ALTA



13

Antxón disimula la impresión que le causa, impostando la sorpresa. Antxón.— ¡¿Chackti?! ¡Chamita, cuánto tiempo! Chackti.— ¡Uff! Más de cuatro años. Antxón.— ¡La última vez no… no tenías todo eso! Chackti.— Lo tenía, pero iba de murciélago, de Emo, por la vida. Antxón.— Igual al pendejito este. Qué bueno que al menos tú saliste a la luz, porque por lo visto este… Chackti.— No se crea. A lo mejor esto no es sino un exceso de voltaje. (Medio mira a Fede, que se tensa. Se dirige a Diego) Al menos ya pasó lo peor. Qué bueno que vino. Llevo meses pensando en llamarlo. Antxón.— (Muy sorprendido) ¿A mí? Chackti.— (Da la bolsa a Fede) Le traje esto, profe. Seguro no ha comido nada desde anoche. Antxón.— (A Fede, extrañado) ¿Tú estás aquí desde anoche? Chackti.— (Antes de cualquier respuesta de Fede, a Antxón) Pues voy a entrar en tesis y he estado pensando en meterme con usted. Antxón.— (Ríe nervioso, desconcertado) ¿Conmigo? Chackti.— Bueno, con su obra. Iba a comentárselo a Diego, pero cuando nos vimos hace dos meses él tenía tantas “urgencias” que… (Medio mira a Fede) Me entusiasma mucho estudiar sus relatos y sus novelas. Sobre todo me llama la atención su tratamiento del “otro”. Antxón.— ¿El inmigrante?

14

ELIO PALENCIA

Chackti.— En parte. Yo pienso que su discurso va mucho más allá del tema de los europeos que vinieron en la posguerra. Hay una voluntad de visibilización, de comprensión del “otro” en general, del diferente, del que no detenta el poder. Me parece interesantísimo. Va más allá de lo anecdótico… Además, ¡el lenguaje! Escribe tan rico. Fede permanece como espectador mientras toma su merienda, pescando la entrelínea de una mutua seducción que fluye. Antxón.— (Abrumado) ¿Te parece? Chackti.— Me encanta. Antxón.— ¿Qué tal, Fede? Nunca se me habría pasado por la cabeza que hoy me fuera a encontrar con tanto halago. Fede.— Para que veas, sorpresas te da la vida: compensaciones. Chackti.— Pensar que llevaba años conociéndolo y tuve que venir a Ca­ racas, dejarlos de ver a usted y a su familia para encontrarme con su obra. He leído todo. Bueno, menos el primer libro, que no se consigue. Fede.— Yo lo tengo. Antxón.— No te has perdido nada: es pupú de perro. Chackti.— No le creo. Suena a falsa modestia, no me decepcione. Fede.— (Sonriendo) Buen derechazo, Chackti. Gracias por dárselo tú y no yo: ningún amigo mío –que son tres– escribe pupú de perro. Chackti.— ¡Qué cómico! Mis compañeros no me creen cuando les digo que fue “mi primer suegro”. Antxón.— Qué palabra más fea esa, ¡suegro! Chackti.— Y que hasta lo he visto en interiores.

DE ALTA



15

Antxón.— (Ríe nervioso) ¿A mí, en interiores? Chackti.— (Asiente) Hará, no sé, ¿seis, siete años? De madrugada. Me había quedado en la habitación con Diego. Lo vimos entrar a la cocina en sus interiores de cuadritos… Antxón.— ¡¿De cuadritos?! Fede.— ¡Qué horror! Chackti.— Tropezando con todo. ¡Nos reímos tanto al verlo dormido y hambriento buscando comida en los potes plásticos! Antxón.— ¡De las cosas que uno se entera! Chackti.— (Intención soterrada) ¡Y de las que no! Leve tensión en Fede. Un silencio. Chackti se acerca a Diego. ¿Ha venido el médico? ¿Han dicho algo? (Fede niega) El chamo de la residencia que lo encontró y me llamó, me dijo que llevaba semanas sin ir a la facultad, encerrado en su cuarto, que creían que ni comía. Solo beber y fumar. (Pausa) Me asusté mucho. Busqué el carnet del seguro en la cartera. Vi los tres números para llamar en caso de emergencia, le avisé al profesor y luego a usted… Antxón.— (A Fede) ¿Puso tu nombre para las llamadas en caso de emergencia? Fede asiente, intentando trascender la incomodidad. Chackti.— (Saliendo al paso, llana) Y qué bueno, porque así los dos nos acompañamos en el susto, que ya pasó. Menos mal. Antxón.— Sí, menos mal. Y no saben cuánto les agradezco. Fede.— (Por la merienda) Gracias, Chackti. Estaba bueno. (Yendo al baño) Permiso, voy a botar esto y a lavarme.

16

ELIO PALENCIA

Antxón.— Tú que no has tenido hijos, Fede, y el diablo te viene a fastidiar con sobrinos putativos. Fede medio sonríe asintiendo y sale. Un silencio. Chackti.— (Mirando a Antxón, escrutadora. Casi para sí) Es tan extraña la sensación de verlo ahora, señor Antxón. Pero no, de pronto me doy cuenta: siempre estuvo ahí… no es tan diferente. Antxón.— ¿Diferente de qué? Chackti.— Al leer sus libros… se me cruzaba ese señor grande y siempre de buen humor que fumaba y fumaba y leía y leía todo el domingo, y dejaba a su hijo en mi casa o me llevaba y, a veces, hablaba con la loca de mi mamá. No me pegaba nada con el escritor que me transportaba a la España franquista y a la Caracas de los setenta y los ochenta, haciéndome reír y conmoviéndome… además de otras cosas. Antxón.— ¿Otras cosas? Chackti sonríe, con cierto rubor. (Divertido e intrigado) Dime, qué otras cosas. ¡A ver! Chackti.— No sé… bueno… el amor… sí, el amor o, más bien, el erotismo, o las dos cosas. Eso y… la vulnerabilidad… Sí, un tipo que no tiene rollos en exponer su vulnerabilidad resulta… A ratos, dudaba de si el que había escrito eso sería el mismo señor que yo conocí. Antxón.— El señor “suegro”. Chackti.— ¡Buscando en la nevera! Antxón.— En calzoncillos de cuadritos… (Risita nerviosa. Ve venir a Fede) ¿Qué te parece, Fede? De vez en cuando parece que tiene sentido lo que hacemos.

DE ALTA



17

Entra Fede desde el baño. Chackti.— Por supuesto que lo tiene, ¿lo duda? Antxón.— Intermitentemente. Qué haríamos sin la duda, ¿verdad, Fede? ¿Cómo avanzaríamos? Y pensar que a veces he estado convencido de que mi trabajo difícilmente podía interesarle a estos carajitos, a la generación de mis hijos. Chackti.— ¿“Generación”? Por Dios, eso suena a cajoncito etiquetado, sellado y archivado. Antxón.— Suena a eso, tienes razón. Chackti.— Y no es así. (Intencional, a Fede) ¿Verdad, profesor? (Fede no contesta) El arte y el pensamiento, ¡la poesía!, pueden llegar a donde sea y a quien sea, y si uno se desentiende del dichoso cajoncito ese de “generación”… Si quiere y está abierto, claro. Antxón.— (Cada vez más fascinado) Claro… El que escribe no puede controlar adónde ni a quién llega o deja de llegar, es verdad. Chackti.— Ni el que lee, dejarse llevar por la imagen de quien escribe… Porque ahora lo veo y sí, es el mismo, aunque a la vez no lo sea. (Mirándolo fijamente) No lo sé, me contradigo, pero es como si aquel suegro de mi adolescencia se hubiera juntado con el que aparece en la contraportada de los libros que he disfrutado. No hay desfase, las piezas encajan… Siempre estuvo ahí. Fede.— Tu mirada, que ha cambiado. Chackti.— Sí. Antxón.— Y que ya no eres la chipilina loca por lucir los pantalones rotos, las greñas moradas y los pearcings. Por cierto, ¿qué los has hecho? Chackti.— Solo conservo el del ombligo. (Lo muestra, espontánea, sin conciencia de provocación)

18

ELIO PALENCIA

A Antxón no le queda otra que mirar, aunque traga grueso. Un silencio. Fede sigue atento, en sobria e inevitable diversión. (Rompe el silencio) La señora Gloria, ¿cómo está? Antxón.— Bien, bien… Quería venir, pero… el negocio. Chackti.— ¡Ah, verdad, el taller y la tienda! Estará preocupada, y Tere también, ¿no? Antxón.— Mucho. (Mira el reloj) Tengo que llamarlas. Un silencio incómodo. Hace años, cuando nos enteramos de que Diego y tú habían terminado, lo lamentamos mucho. Chackti.— (Ríe) Yo no. Ni él. Ahora somos los mejores amigos. Silencio. Antxón la mira como descubriéndola. (Lo nota. Sonríe abiertamente) ¿Qué? Antxón.— Te has hecho una mujer muy… Chackti.— ¿Atractiva? ¡Gracias! Antxón.— (Riendo desconcertado) Iba a decir perspicaz, interesante… Pero sí… creo que “atractiva” es más preciso. Chackti.— Menos eufemístico. Mucho más coherente con eso que se le escapa por los ojos: no sabe si mirarme las tetas o no. Antxón abre los ojos y sonríe, cortado, en cierta complicidad con Fede, que le sonríe cáustico en su tensión. Un silencio. Antxón.— ¿Tardará en despertar?

DE ALTA



19

Fede.— Varias horas. Eso dijeron. Antxón.— ¿Nos tomamos un café? ¡No aguanto las ganas de fumar! ¡Además, tengo que recargar el teléfono para…! Fede.— Llama desde la casa. (Saca unas llaves) Anda, te duchas y te sacudes del viaje. Ya empiezas a oler a guaralito de colgar chorizo; gallego, por supuesto. Mejor dicho, vasco. (Saca otras llaves) Llévate mi carro, Chackti sabe cuál es y dónde está. No creo que despierte antes, pero si eso pasa, los llamo y listo. Antxón.— Pero… Fede.— En serio, vayan, y de paso me traen algo para cambiarme… (A Chackti) Buscas en mi biblioteca el primer libro de este y si te huele a que puede ser “pupú de perro”, te doy permiso para echárselo de abono a mis matas. Tras un instante de duda, Antxón toma su bolso, medio sonríe con una mirada cómplice a Fede y sale junto a Chackti. Antxón.— (Saliendo, a Chackti) ¿En serio huelo a chorizo? Fede se queda pensativo, con cierta sonrisa triste. Avanza hacia Diego. Fede.— ¿Qué vamos a hacer contigo, muchachito? Una caricia. Suspira preocupado. Va al sofá, toma un libro y lee.

II Horas después. Fede duerme con el libro en la mano. Diego sigue en la cama. Entran riendo Chackti y Antxón, que parece renovado, más fresco. Traen algunas bolsas. Fede despierta. Chackti.— (Entrando) ¡En serio, vamos al País Vasco! ¡Pasamos por Madrid, Barcelona, Bilbao… Visitamos tu pueblito…! ¡Anímate! Antxón.— (Riendo divertido) ¡Estás completamente soyada! Fede.— ¿Qué hora es? Antxón.— Pasada la una. No has comido, ¿no? ¡Te trajimos el almuerzo! Chackti.— Y una botella de whisky. Fede.— ¿Whisky? Chackti.— Me dijo Antxón que hace mucho que no comparten una, que se lo debían, así que esta noche, si se quedan cuidando a Diego… ¿Sigue dormido? (Cae en la cuenta) ¡No te trajimos de beber! Bajo un segundo, ¿qué prefieres: agua, refresco, un jugo…? Fede.— Un té frío o agua está bien. Ten… Chackti sale sin recibirle el dinero. Antxón va a ver a Diego.



DE ALTA

21

Antxón.— ¡Está como una cabra! Fede.— Cosa que no parece preocuparte en absoluto. Antxón.— Me sorprende. Fede.— ¡Qué maravilla! Antxón.— No sé yo. Fede.— ¿Qué no sabes? Sorprenderse a la edad de uno siempre es una maravilla. Antxón.— Sí, pero… Fede.— ¿Encontraste condones en mi biblioteca? Antxón.— ¿Qué? (Suelta una carcajada) Fede.— Alguno habría que no se me hubiera caducado, supongo. Antxón.— ¡Por favor! Fede.— No sería la primera vez que estuvieras con una tipa en donde yo vivo, ¿no? Antxón.— Es una chama. Fue la novia de este carajito. Fede.— Fue. ¡Y de eso hace…! Antxón.— (Por Diego) ¿Y hasta cuándo va a dormir este? Fede.— Ese paso del “usted” al tuteo, me pareció revelador. Antxón.— (Sonríe y cambia de tema) ¿Ha venido el médico? (Fede niega) Hablé con Gloria, te mandó saludos. Le conté. Solo parte. Lo del intento de suicidio me lo guardé.

22

ELIO PALENCIA

Fede.— (Irónico) Esa transparencia conyugal me resulta admirable. Antxón.— ¿Entre gays no es igual? ¿No le ocultabas cosas a Augusto? ¿O él a ti? Fede.— Sí. Sobre amantes o flirteos, sí. Pero sobre hijos, no. Si los hubiera habido, se entiende. Antxón.— (Ríe) Pero no los tuviste, así que jamás podrás saberlo, pendejo. ¿Sabes? Creo que esta chama, Chackti, tiene ganas, o yo diría más bien… necesidad, de decirme algo sobre Diego pero… parece que no termina de atreverse. Es curioso. Fede.— ¿Y qué te hace deducir eso? Antxón.— Varias veces, al mencionarlo o al yo preguntarle por él, se quedó con frases colgadas, puntos suspensivos… Fede.— (Transponiendo su tensión) Los puntos suspensivos funcionan muy bien para la seducción. Tú lo sabes. Antxón.— Sí, pero… (Pensativo, sincero) Es guapa. Fede.— E inteligente. Antxón.— Peligrosa. Fede.— ¿Porque te despierta el deseo o porque te hace sentir deseado? Antxón.— (Pausa. Le abruma la pregunta) ¿De verdad crees que pueda… desearme? Fede.— ¿No te parece obvio? Antxón.— La admiración, sí, pero… Fede.— Van unidas, ¿o no?



DE ALTA

23

Antxón.— Puede enredarme… Mucho. Fede.— Eso es cierto. Antxón.— No es cualquier alumna fascinada con un profe, ni una Lolita embebida de sí misma y buscando un polvo. Fede.— Quién sabe. Antxón.— (Desestima) No, no, es… especial. Sí. Chama, pero con la cabeza muy bien amueblada… además del cuerpo… Y alguien así, a estas alturas… me pondría la vida al revés. Fede.— (Casi para sí, reflexivo) Qué cosa: echamos de menos que algo nos ponga la vida al revés, pero cuando lo tenemos enfrente… Antxón.— No somos unos muchachos. (Fede niega, confirmando) Uno tiene la vida muy armada. Mediana, resignada, aburguesada, una mierda o como sea, pero estructurada después de todo. Para ti debe de ser más fácil una situación así… Deseable, incluso. Fede.— Deseable, sí, pero… No te creas, no se trata de tener hijos o no, una familia al uso o no. Uno también tiene una vida estructurada, rutinas, relaciones, premisas… lealtades. Límites. Frenos, al fin y al cabo. Antxón.— ¿Sabes que le conté sobre mis viejos deseos de visitar el pueblo donde nací y me crie? Fede.— ¿Allá en el País Vasco? Antxón.— ¿Puedes creer que me dijo que le encantaría irse conmigo? “Vámonos de mochileros”, me dijo. ¡Y no era retórica, era auténtica disposición! Llevo años con ese sueño, mareando a todos en mi casa con esa asignatura pendiente. Fede.— ¡Y a mí! ¿Y sabes? A veces hasta he pensado que es una fantasía que tú mismo te saboteas, no sea que te decepcione.

24

ELIO PALENCIA

Antxón.— Siempre algo se ha impuesto: agrandar el negocio, la inicial de la casa, el colegio de los chamos, otro apartamento… Fede.— “Asegurar la vejez”… Antxón.— Y si te soy sincero, en el fondo, siempre he tenido la sensación de que ni Gloria ni los chamos han entendido jamás la importancia de ese sueño para mí. Sin embargo, esta chama, después de tres horas… Sí: podría ponerme la vida al revés. (Pausa) ¿Tú qué harías? Seguirías el impulso, ¿no? ¿Te montarías en ese tren, así tuvieras la casi certeza de que va a descarrilar? Te pasarías por el forro todo y te la jugarías, ¿no? Fede.— ¿Quieres que te diga que sí y te confirme tu idea de que como gay sin hijos, ni vocación de paternidad, tengo más fácil que tú elegir la libertad a la seguridad? ¿Y así poder justificar después que no te lanzas a un riesgo como el que esta niña te propone, por el profundo respeto que tienes a la institución familiar? No jodas. Antxón.— Te parece que me he vuelto muy conservador. Un miedoso, ¿no? Fede.— “Nos” hemos vuelto más cautos, viejo, menos impulsivos y, sí, a lo mejor más cobardes o menos valientes, qué sé yo… uno quiere sobrevivir. Eres mi amigo, un gran amigo, y no sabes hasta dónde puede llegar mi afecto por ti. Tal vez un día te lo diga, pero… Antxón.— Dímelo ahora, ¿cuál es el problema? Fede.— Que no estamos hablando de eso, Antxón, sino de las vidas muy armadas y de la capacidad de riesgo a estas alturas nuestras… Y créeme que te entiendo muchísimo, porque ante algo como lo que te está pasando con esa chama también tendría o tengo lealtades que atender, frenos… temores. Cosas que poner en la balanza. Así que no puedo juzgarte, hermano, ni por correr el riesgo ni por salir en estampida. Yo tampoco lo tengo claro.

DE ALTA



25

Antxón.— ¿Quieres decirme algo, Fede? Fede.— (Evasivo) Lo que quiero decirte, te lo estoy diciendo. Antxón.— (Mirándolo pensativo) Creo que hemos dejado demasiado tiempo sin compartir unos buenos whiskies. Fede.— Sí… (Suspicaz) ¿Será que me creo que no echaron un polvo en mi casa? (Antxón sonríe) ¿Pudiste encontrar los preservativos? Un silencio en el que Antxón, evasivo, mira a Diego. Se gira hacia Fede, que no ha dejado de mirarlo, interrogativo, hasta que… Antxón.— No hizo falta. Ella llevaba en su cartera. (Ríen) ¡Es asqueroso que a uno lo conozcan tanto! (De pronto, serio, preocupado) ¿Será que dejo que se me voltee la vida, Fede? Fede suspira, sin saber qué responder. Diego empieza a despertar. Diego.— (Débil) ¿Pa… papá? Antxón.— (Se acerca, tiernísimo) ¡Carajito! Diego.— (Medio mira el tubo y la bolsa de suero) ¿Dónde…? Antxón.— Una clínica, pero ya pasó, viejito, estás bien. Diego.— Tengo sed. (Antxón sirve agua) ¿En Mérida? Antxón.— En Caracas. Qué susto nos has dado, chamo. Diego.— ¿Y mamá también vino? Antxón.— Quería, pero… (Tierno) ¿Por qué hiciste eso, carajito? Entra Chackti con la bebida.

26

ELIO PALENCIA

Chackti.—¿Ya? (Da la bebida a Fede y se acerca a Diego. Cariñosa, desdramatiza) ¡Nada, chamo, no lo lograste: sigues vivo! Te toca seguir aguantándote y aguantándonos. Diego sonríe, muy débil, deprimido. Antxón.— (Lo abraza y acaricia, muy paternal) Ya pasó, hijo, ya pasó, todo está bien… todo va a estar bien. Diego.— Yo… papá… yo no… yo… Antxón.— Vivir… no es fácil, chamo… para nadie. Ni para ti, ni para mí, ni para Chackti, ni para el loco de Fede… Diego mira al fondo y repara en Fede. Se sorprende y una sonrisa ilumina su cara. Comienza a llorar. Diego.— Viniste. Fede le sonríe y asiente desde donde está, profundamente amoroso, conteniendo con dificultad una lágrima, tenso. Antxón.— (Sin reparar en Fede) ¡Claro que vino! ¡Él y Chackti te han estado cuidando desde anoche! ¡No se ha movido de aquí, ¿no le ves las ojeras?! Solo ahora, Antxón repara en la tensión y hondura del silencio de Fede, confuso. Chackti permanece a la expectativa. Diego.— (Sonríe) No me morí. Fede.— (Contenido, con esfuerzo) No… no te moriste. Fede le sonríe y, tras evitar la mirada de Antxón, sale. Un silencio. Antxón, desconcertado, mira a cada uno de los jóvenes intentando comprender qué sucede.

III Noche. Diego duerme. Antxón ha destapado el whisky y, pensativo, bebe mientras ve la televisión echado en el sofá. Chackti lee el viejo librito. Aunque no logra concentrarse. Chackti.— (Tras dudar) ¿Por qué no vas a su casa y hablas con él? Antxón.— Es que no lo tengo claro. Eso es lo que me tiene tan… desconcertado: que no lo tengo claro. Chackti.— Intenta verlo como si no se tratara de tu hijo sino… Antxón.— Eso es perder el tiempo, Chackti: el meollo del asunto está en que se trata de “mi” chamo… Desde hace un año… y yo, ¡ni idea! Doce meses cuando uno tiene la edad tuya y de Diego es ¡una vida! Mucha intensidad, casi un heroísmo. Chackti.— Doce horas, incluso. (Se miran en silencio) Hace doce horas que te re-conozco y… (Le besa en los labios) Sabes a whisky. ¿No era para compartirlo con tu pana? Llámalo o ve a su casa. Yo me quedo con Diego. Antxón.— ¿Vivían juntos? Chackti.— Casi. Si hubiera sido por Diego… Antxón.— ¿Y Fede lo echó?

28

ELIO PALENCIA

Chackti.— Ya lo oíste: desde el principio. Lo de antes de ayer no fue sino el recurso más desesperado. Diego insistía, buscaba cualquier excusa para estar con él, se le aparecía en la facultad, en su casa… Como él te dijo, el profesor casi lo echó como a un perro, lo insultó, le dijo que no lo quería ni lo podía querer así… Antxón.— Y el muy pendejo fue a atragantarse de pastillas. Suspiran. Silencio. Antxón bebe. Chackti.— Yo nunca había visto a Diego tan feliz, tan claro como en todo este año. Aunque el profesor lo evitara, aunque solo vieran películas o comentaran un libro, o salieran a ver un juego de pelota, estaba feliz. Engordó… Nos veíamos, me contaba. Parecía un personaje de novela antigua, un Romeo, un… Tal vez por eso… Antxón.— Romeo y Julieta se suicidan porque son chamos. Un tiempito más y no cometen esa bolsería. (Piensa) ¿Usarían condones? Chackti.— ¿Qué? Antxón.— Durante ese tiempo, ¿usarían condones? Eso es lo que me preocupa, que Diego se haya contagiado de… Chackti.— (Desconcertada) Pero ¿el profesor…? Antxón.— No lo sé. Nunca se lo pregunté directamente, pero Augusto, su pareja por muchos años, era seropositivo. Murió. No de sida, pero desde luego que si no hubiese… Es eso lo que… Lo único que podría echarle en cara a Fede sería eso… Chackti.— Pensé que… Antxón.— ¿Que mi hijo esté con un tipo? ¡Por favor! He sido amigo de Fede desde hace treinta años. Importan las personas, su humanidad, su coherencia, no con quién se van a la cama… Qué

DE ALTA



29

curioso: una vez, antes de empatarse contigo, siendo adolescente, Gloria me llegó a confesar que temía que Diego fuera homosexual y… qué curioso, le dije: “Mientras sea inteligente, creativo y buena gente como Fede…”. (Piensa) Ahora me pregunto cómo se tomaría si supiera que… (Retoma) No, que sea gay, bisexual o… eso no es lo que me preocupa. Yo siempre he querido que mi hijo sea lo más feliz que pueda, lo mejor de él mismo. Acuéstese con quien se acueste. Chackti.— ¿La señora Gloria piensa lo mismo? Antxón.— Quizá no con tanta precisión, pero… En ella priva el amor… Aunque eso de que sea con Fede, no sé cómo lo pueda tomar. Ella también lo quiere y admira mucho, pero… Chackti.— (De pronto, pensativa) Tal vez sí. Antxón.— Tal vez sí, ¿qué? Chackti.— Tal vez sí usaron preservativo. Habla con él o con Diego. Pregúntaselo directamente y ya. Sales de la duda. Digo, si es solo eso lo que te preocupa. (Silencio) Si tú fueras Fede, ¿qué habrías hecho? ¿Lo mismo que él? ¿Sacudírtelo, cerrarle la puerta, optar por tu amigo y no por esa persona enamorada de ti? Antxón.— Tal vez. Chackti.— ¿Aunque estuvieras muy enamorado? ¿Aunque fuera un milagro que se te hubiera aparecido cuando creías que ya no sentirías eso nunca más? (Un silencio. Reflexiva) Es… complicado eso, ¿no? Tener que elegir entre un amigo y un amante. (Un silencio) Te queda buena parte de la botella, ¿por qué no vas y lo buscas? Antxón.— (Niega) Prefiero esperar. Dormir. Chackti.— ¿Crees que podamos mantenernos los dos en un sofá tan estrecho y dormir al menos un ratico?

30

ELIO PALENCIA

Antxón.— Probémoslo… ¿De verdad quieres? (Ella asiente, mimosa y segura) ¿Sabes que dormir es más comprometedor? ¿Que casi siempre tiene más implicaciones que tener sexo? Chackti.— A mí no me preocupa. ¿A ti? Antxón.— (Lo medita, y su tono es honesto) Sí, sí me preocupa, pero… Chackti.— ¿Pero…? Antxón.— Si digo que no me provoca, te mentiría. Chackti.— ¡Listo, hoy es hoy y ya! (Toma una manta y se mete en el sofá y la extiende) Tú duerme, que yo sigo leyendo tu libro que, por cierto, está lejísimos de ser “pupú de perro”, para que lo sepas. Duerme. Antxón sonríe, le da un besito suave en los labios, se acurruca sobre el pecho de ella, que lee mientras le acaricia el cabello. Tras unos instantes, Antxón se incorpora pensativo, indeciso. ¿Qué? Antxón.— ¿Cuánto dijeron que dormiría? Chackti.— Mucho. Hasta mañana. Un silencio. Antxón se incorpora. ¿Vas a salir a fumar? (Antxón niega) ¿Vas a llamar al profesor para hablar? Qué bueno… Antxón.— No… Vámonos a un hotel.

IV Nuevo día. El sofá con la manta. Diego, recién despertado, habla por teléfono con la bandeja de desayuno frente a sí. Diego.— (Abotargado, sin deseos de hablar) Sí, mamá, tranquila, todo bien. (…) Sí, me llamó para despedirse antes de irse a Argentina. (…) No, de ella no sabía, ¿a Barcelona? (…) ¿Casarse conmigo? ¿Te dijo eso, que como tengo el pasaporte…? (…) No, no, nada que ver, mamá. (…) Supongo que desayunando o arreglando papeles del seguro, la clínica. (…) Sí, mamá, todo bien. (…) No sé, tal vez hoy. (…) Ojalá. Yo me quiero ir ya. (…) Algunos remedios ahí, no sé. (…) Lo acaban de traer, pero no tengo hambre. (…) Te prometo que lo voy a probar pero… (…) Sí, okey. (…) Que no, mamá, lo menos en lo que pienso ahora es en irme, ¿y a España? No, si acaso de turisteo pero… (…) Dale. Bendición. (…) Un beso y dale otro a Tere. Cuelga. Mira la comida sin ningún apetito, cuando aparece Fede. Se miran en silencio. Fede.— Debería estar molesto contigo. Diego.— ¿No lo estás? Un silencio. Fede suspira. ¿Qué te dijo? ¿Hablaron?

32

ELIO PALENCIA

Fede.— No lo he visto. Diego.— ¿No te buscó? Fede.— (Niega) Y a ti, ¿qué te dijo? ¿Qué le dijiste tú? Diego.— La verdad, ¿qué más? Fede parece abrumado. Silencio. Fede.— ¿Todo? Diego.— No, todo no. Fede.— ¿Lo de…? Diego.— (Negando) Estuve casi a punto, pero… Fede.— Tal vez eso era… es lo más importante. Tú necesitas… Diego.— Con que lo sepan tú y Chackti, por ahora… Fede.— Pero ¡carajito…! (Retoma) ¿Y de lo demás qué te dijo? ¿Cómo se lo tomó? Diego.— Sorprendido, no sabía qué decir. Luego me pusieron otra inyección y me volví a dormir. Silencio. Fede.— Come. Diego.— No quiero, no tengo ganas. Fede.— Tienes que comer. Diego.— ¿Para qué?

DE ALTA



33

Fede.— Deja la tontería, Diego. Diego.— (Sonríe, mimoso) Dámela tú. En la boca. Fede.— (Serio) No juegues, chamo. Diego.— (Mirándolo serio) Yo no juego. Fede.— Claro que sí… Sí, juegas con asuntos muy delicados. Eso mismo de las pastillas y el aguardiente fue un jueguito… cruel. Diego.— ¿Te parezco cruel? Fede.— Lo que hiciste, no tú. Es muy diferente. ¿Qué querías? ¿Que me sintiera culpable? Pues no lo lograste. Diego.— ¿Tú crees que yo lo hice para…? Fede.— Si no, lo habrías hecho bien: suicidio de verdad. En cambio, aquí estás, siendo el centro de atención, levantándole las cartas a tu papá… Claro, las que tú le has querido levantar, no todas; sin importarte un carajo sino lo tuyo, lo que tú sientes, lo que tú deseas: yo, yo, yo, ¡yo! Silencio. Diego.— ¿Viniste para eso? ¿Para decirme cruel, torpe y egoísta? Fede.— (Tras mirarlo en silencio, niega) Para ver cómo seguías… Y si tu papá estaba dispuesto a hablar. Diego.— Ni se te ocurra decirle lo de… Fede.— Tú sabes que eso yo no lo haría. (Suave) Come. Diego niega, pero luego cede y, débil, toma el cubierto y empieza a comer. Fede se le acerca.

34

ELIO PALENCIA

Casi no he dormido. Pensé mucho antes de venir. Tenía que sentirme preparado para encontrarme con Antxón. Diego.— Qué raro que no te buscó. Fede.— No, no es raro. Diego.— ¿Cómo se va a complicar porque yo…? Fede.— ¿De verdad crees que se ha “complicado” porque le anunciaste que habías salido del clóset? Diego.— (Niega) Porque es contigo. Fede.— Él sabe cómo murió Augusto y, aunque jamás hablamos abiertamente de mí, supongo que él dio por hecho que… Y es lógico, tú eres su muchachito. Diego.— Soy su hijo, que ya no es ningún muchachito, sino un tipo, y como tipo lo que yo quiero es… Fede.— No empieces. Ya lo hemos hablado. Diego.— Tú crees que yo soy un frívolo, ¿no? Fede.— Sí, pero no por lo que te imaginas, sino por haberte metido esas pepas. Fue una estupidez, Diego. Diego.— Al salir de tu casa, sentí tanto ¡tanto! dolor dentro que… Fede.— Pues se aguanta, se digiere el dolor y se sigue adelante. Eso es ser un hombre, un adulto. No es que yo esté en desacuerdo con la decisión de quitarse la vida, pero ¿por eso? ¡No! (Diego traga grueso, triste) Chamo… te lo expliqué, y muy detallada y sosegadamente… Tú eres ¡una maravilla, hijo…! Diego.— ¡No me digas “hijo”! (Silencio. Se miran) Tú te empeñas en decirme “hijo” pero te suena falso, forzado… ¿cuál es tu miedo?

DE ALTA



35

¡Tú estás encantado conmigo! Yo lo sé, lo he sentido… ¡Y yo contigo, ¿cuál es el rollo?! ¿Que puedes ser mi papá? ¡Puedes! ¿Y? ¿Que se me puede pasar? Es una posibilidad, pero ¿y? También podría haber un terremoto ahora mismo, ¿y por eso…? Fede.— Si un terremoto se pudiera prever… Diego.— ¿Tan desastroso me ves que me comparas con un terremoto y por eso…? Fede.— Oye, el terremoto lo nombraste tú, así que… Diego… Ya yo he pasado por muchas cosas en mi vida, y además… Diego.— Mi papá. ¡Deja a mi papá en paz con su vida, vive la tuya! ¿Eres un tipo mayor? Bueno, ¡me gustan los tipos mayores! Mejor dicho, me gusta uno: ¡tú! ¿Qué pasa? Fede.— Ya esto lo hemos hablado, Diego, y sabes lo que opino. Silencio. Diego come con desgana. Fede se levanta. Bueno, ya te vi. Me alegra que estés mejor. Dile a Antxón que si quiere hablar… Diego.— Díselo tú. Su relación es de ustedes, no me metan en su lío. Fede asiente con ironía y va hacia la puerta. Antes de salir… (Pensativo) Tienes razón. Fue una estupidez. Pensándolo bien, ¿cómo se va a hacer algo así por alguien incapaz de entender lo que el otro siente… por alguien con la autoestima tan baja como para creer que no se merece que lo quieran o que deseen acostarse y amanecer con él todos los días… por alguien con tanto miedo? Fede.— ¿Y no has pensado que tal vez “ese alguien” esté tan de regreso y agotado como para tener que volver a cuidar de otro que no sea él mismo?

36

ELIO PALENCIA

Diego.— ¡Mentira! ¡No es eso! Ya no es como antes, tú mismo no me lo has repetido. Si Augusto, que fue de los primeros, duró casi veinte años, ¿yo no puedo durar más todavía? Eso si no se descubre una cura definitiva. ¿Entonces? ¡De aquí a veinte, treinta años…! Fede.— ¿Y tú de verdad crees, carajito, que…? Diego.— ¡¿Por qué no? ¿Porque lo dices tú?! ¡Yo ahora quiero estar contigo, que además sabes mejor que nadie que tomando medidas no tengo por qué contagiarte nada! ¿Porque tú y mi papá y todos los ochentosos amigos de ustedes hayan necesitado acostarse con un gentío, quiere decir que todo el mundo…? Fede.— Eres un chamo, no tienes idea de lo que… Diego.— “¡De lo que tengo por delante para vivir!”. ¿Y tú? ¿Tú sí la tienes? Bueno, okey, a lo mejor de repente me vuelvo chupacabras y voy a echar polvos como loco en todos los cuartos oscuros y saunas. ¿Y? ¿Te importaría demasiado? ¡Hasta eso sé que lo podría vivir estando contigo! ¿O no? ¡No hay nada que quiera más ahora que eso: terminar la carrera, ser un güebopelao con la cámara, filmar, estar en proyectos y disfrutar mi vida contigo, hacer planes, viajar y hasta aburrirme al lado de ti y tus canas, pana, ¿no lo entiendes?! Se quiebra en pueril sollozo. Silencio. Fede, entre la conmoción y sus contradicciones. Fede.— ¿En serio no les piensas contar? A Antxón, a tu mamá, ¿no les vas a decir? Diego.— (Niega. Una pausa) No ahora. Fede.— Yo creo que debes hacerlo. Diego.— (Rotundo) Yo no.



DE ALTA

37

Fede.— Augusto nunca dijo a sus padres de su seropositividad. Y no sabes la carga que fue para él durante esos casi veinte años. Diego.— Sus razones tendría. Como yo. Fede.— Claro que las tenía: unos padres provincianos, de otra generación y católicos de rosario en familia que jamás se iban a preocupar por informarse, que solo sufrirían en su ignorancia y en la culpa por lo que considerarían una cruz, un castigo divino. Ese no es tu caso, a ti te arroparían, te entenderían. Mientras que los de Augusto, no, y él no quería que sufrieran. Por eso optó por tragarse su necesidad de ser apoyado, comprendido por ellos. Diego.— Pero se encontró contigo. Como yo. Fede.— Deja ya la estupidez de ver paralelismos, carajito. ¡La situación es muy diferente! Diego.— Claro, él sí logro que te enamoraras de él y yo no. Fede.— ¡Por favor, ¿vas a seguir?! Era otro momento. En el que nada se sabía. Éramos veinteañeros y hacíamos lo que teníamos que hacer: vivir. Acertar o equivocarnos. Augusto lo hizo y se contagió, como muchos. Diego.— Tú no. Fede.— Puro azar. Suerte, nada más. No hay mérito ninguno en eso. La lotería tocó a unas puertas y a otras no. Mientras que en tu caso, y en el de todos esos carajitos de ahora que al igual que tú… Diego.— O sea, que me culpas. Fede.— ¿Culparte? Por favor, no, pero… Diego.— “Informadísimos, pero desorientados, frívolos y estúpidos”.

38

ELIO PALENCIA

Fede.— Esa última palabra es tuya, no mía. Aparece Chackti. Chackti.— Profesor. Fede.— Vine a ver cómo estaba. Diego.— Y a decirme estúpido, entre otras alabanzas. Fede.— Y ya me voy. Chao. Sale Fede. Chackti.— Ya estás mejor, por lo que veo: vuelves a tu pelea con el profesor… y, al menos, desayunaste. Diego.— Quiero irme ya de esta mierda. Chackti.— Antxón está averiguando cuándo te dan el alta. Diego.— (Sorprendido) ¿Antxón? ¿Mi papá? Chackti.— (Asiente) ¿Sabes qué? (Tras mirarlo en un silencio) Creo que ya lo tengo claro: voy a hacer la tesis sobre tu papá.

V En los extremos de un pasillo con una fila de sillas, caminando en sentidos opuestos, se encuentran Fede y Antxón. Hay tensión, pero ninguna violencia: lamentan verse en esta situación. Antxón.— Épale, Fede… Fede.— ¿Qué hubo? Evitan mirarse. Silencio. Antxón.— En tres días le dan de alta. Fede.— ¿Tanto? Antxón.— Van a aprovechar para varios exámenes. No entendí mucho, que si para despejar no sé qué, que si… En fin… Fede.— ¿Despejar no sé qué? Cómo son: así cobran más. Antxón.— (Asiente) Mientras no pase de lo que cubre el seguro… Silencio incómodo. Fede.— ¿Entonces? ¿Pasamos de largo, hablamos o…? Antxón.— Podríamos quedarnos así, congelados, como en las telenovelas.

40

ELIO PALENCIA

Fede.— ¿Y esperar a que se oigan los acordes dramáticos? Antxón.— Y nos fundimos con los comerciales. Fede.— Que la publicidad nos borre. Antxón.— Nos objetualice. Fede.— Y nos convierta en estadística. Antxón.— Es una posibilidad. Fede.— Más tarde o más temprano vuelve la telenovela. Antxón.— Y hay que descongelar el conflicto, ¿no? Fede.— ¿Por qué nos costará tanto, hasta a nosotros que nos burlamos, no ver la vida como un melodrama? Antxón.— Será la impronta latina. Fede.— Y eso que le hemos echado un camión para procurar vivir… distinto, más libres o menos colonizados. Antxón.— En las fronteras, pero allí también llegan las telenovelas. Fede.— (Intentando suavizar) “El pensamiento dominante”. Antxón.— (Siguiendo el juego) “La alienación”. Es inevitable que suene antiguo, ¿no? A otra generación. Fede.— Que suena a “etiquetas” o “cajoncitos”, como dijo esta muchacha a la que te echaste por el pico. Antxón.— (Medio sonríe) ¿Yo? ¡Ella, Fede! Ella fue la que se echó por el pico a este que está aquí.

DE ALTA



41

Fede.— Puedo creerlo. Silencio. Se sonríen tensos, en la inminencia de dejar de evadir el asunto pendiente. Antxón… si tú y yo, por puro afecto y voluntad, aun en tiempos de tanto radicalismo absurdo y embrutecedor, logramos trascender nuestras diferencias políticas… Porque logramos trascenderlas, ¿no? Antxón.— (Asiente) Algún día, aunque nos caigamos a coñazos, tendremos que debatir sobre eso, a ver si me quedan claras tus razones. Fede.— Y a mí las tuyas. (Antxón asiente) ¿Entonces? Un silencio. Deciden sentarse. Antxón.— Estoy… Fede.— ¿Molesto, dolido? Antxón.— No, no, por Dios, eso sería fácil, Fede. De melodrama, uno sabría cómo reaccionar… Lo que estoy es… desconcertado. Sí, eso, realmente… confundido, desarmado. Fede.— ¿Y contra quién tendrías que pelear, que necesitas un arma? ¿Contra mí, contra tu chamo? Antxón.— Tal vez contra mí. Mis sensaciones, mis contradicciones… Entiéndeme, no es si mi hijo se acuesta con unos o con otras… Fede.— Eso creo que lo tengo claro… El lío es que pueda ser yo. Antxón.— Y que no haya sido algo ocasional, un capricho, sino…

42

ELIO PALENCIA

Fede.— ¿Quién te dice que no lo es? Antxón.— Lo escuché, Fede. Le vi los ojos. Mi chamo hablando de ti, transfigurado en efebo griego, en héroe romántico. Fede.— Tú lo has dicho: es un chamo. Le ha tocado, como a ti y a mí en nuestros momentos, como a todos. Antxón.— Como a todos, no. Intentó suicidarse, Fede. Y tiene que ver contigo. Fede.— ¿Crees que realmente era esa su intención? Antxón.— Tal vez en el fondo no, pero… fue capaz de correr ese riesgo. (Un silencio. Tras dudar, con dificultad) Fede, sabemos de lo que murió Augusto. Jamás hablamos de eso como debimos… quizá más por mi discreción o incapacidad que por la necesidad y el deseo de compartirlo contigo y ofrecerte mi brazo, pero… Fede.— Siempre agradecí tu discreción, tu solidaridad sin preguntas, Antxón. Antxón.— Yo sé que ya eso del sida no es lo que era, que ahora es como algo crónico que se controla y… Fede.— ¿Y entonces? Antxón.— Por Dios, Fede, es mi muchacho. Joven, con mucho por vivir, como para cargar con una losa como esa. Fede.— No pocos la han cargado y han sobrevivido, más saludables que muchos, incluso. En cualquier caso, sería su vida. Es un adulto… Antxón.— Biológicamente sí, pero… no ha madurado. No… Fede.— Quizá algo así le ayudaría a madurar, ¿no?



DE ALTA

43

Antxón.— ¡Por favor, Fede, no me jodas! Fede.— Ni tú ni nadie está al cabo de saberlo, ni nadie que no sea él mismo puede evitarlo… Tu hijo está en la vida. Es dueño de su voluntad, de sus decisiones. Si llegara a pasarle, ¿no le apoyarían tú y Gloria? Antxón.— Por supuesto, pero… si se puede evitar. Fede.— ¿Está en tus manos? Antxón.— No. Pero a lo mejor en las tuyas, sí. Fede.— ¡No me jodas ahora tú! Antxón.— Y eso es justo lo que hace complicado todo esto… Me da hasta vergüenza estar hablando así contigo… Fede.— ¿Preferirías que fuera con otra persona? ¿Con un desconocido? Antxón.— No lo sé. La verdad, no lo sé. Querría no tener que hablarlo con nadie. Pero el caso es que el chamo se enamoró… Fede.— … de tu hermanazo gay. Antxón.— ¡Cómo no entender que le haya pasado! Pero… Fede.— … pero no te alivia, te crea más angustia. Antxón.— Hasta me siento culpable: desde que mis hijos eran niños, hablándoles de ti, de tu brillantez, de lo que valoraba tu amistad, de… Fede.— ¿“Lo lanzaste a mis brazos”, entonces? Antxón.— ¿Quién puede saber cómo funcionan estas cosas?

44

ELIO PALENCIA

Fede.— Y si así hubiera sido, ¿qué? Si como padres creemos que somos artífices y responsables de cada gesto o decisión de nuestros hijos ya adultos… Es absurdo. Antxón.— Lo es. Silencio. ¿Tú estás… quieres que mi hijo sea tu… tu compañero? Fede.— Es un muchacho muy especial, hermoso: es tu hijo. Antxón.— ¿Lo has echado de tu casa y lo quisiste desengañar por eso, porque es mi hijo, por cuidar de que no se contagiara, por…? (Fede sonríe con triste ironía) ¿Qué? ¿Por qué esa risita? Fede lo mira, sopesando lo que va a revelar. Fede.— Antxón… yo no soy seropositivo. (Asombro de Antxón) No lo soy. Augusto, sí. Desde antes de conocernos. Lo asumí. Como a muchos, nos tocó aprender a cuidar y a que nos cuidaran, pero… Antxón.— ¿Entonces…? Fede.— Por puro azar sigo aquí, en pie, como un soldado que ha visto caer a sus compañeros de tropa, y aún de vez en cuando me pregunto, no sin cierta culpa, ¿por qué ellos y yo no? Pero bueno, así ha sido. (Silencio) Yo no soy portador del VIH, Antxón. (Silencio. Antxón está desconcertado) No te aclara demasiado las cosas, ¿no? Antxón.— Me despeja, claro que sí, pero… Es extraño. Fede.— ¿Qué? Antxón.— Me alegro. Me alegro por ti. De haber estado engañado estos años, de que hayan sido inútiles mis tristezas cuando pensaba que podías enfermar o morir como tus amigos, pero…

DE ALTA



45

Fede.— Pero respecto a tu hijo… Antxón.— ¿Tú quieres lo que Diego quiere, Fede? Te vuelvo a preguntar: ¿te gustaría que él fuera… tu pareja, que viviera contigo? Fede.— ¿Te gustaría a ti eso con esa muchacha que te acaba de deslumbrar, Antxón? ¿Con Chackti? (Antxón no sabe qué responder. Un silencio) Ya sabes dónde estoy… whisky incluido. (Va a marcharse, pero se da la vuelta) Y respecto a tu hijo… Nada. Olvídalo. Sale. Antxón se queda con sus sensaciones encontradas. Aparece Chackti. Chackti.— ¿Qué pasó? Diego está desesperado por irse, le dije que estabas averiguando cuándo le daban de alta, pero llegó la enfermera y a dormir otra vez. Antxón.— De aquí a tres días. Chackti.— ¿Tanto? Antxón.— Para hacerle varios exámenes. Chackti.— ¿Exámenes? Antxón.— Chequeos generales. No me parece mal. Chackti.— Dudo que Diego piense lo mismo. Cuando despierte y se entere… (Lo observa) ¿Hablaron? (Antxón le sonríe con tristeza. Ella le abraza fuerte) No deberían dejar de tomarse esos whiskies. Antxón.— Sonará egoísta, pero la idea de estos dos o tres días más aquí… contigo… Chackti.— A mí también me contenta: casi tres días. ¡Fino, ¿no?! Antxón.— (Bromea) Entonces, si los egoístas somos dos, me quedo más tranquilo. ¡“Fino”!

46

ELIO PALENCIA

Chackti.— Pero ¿egoístas por qué? Estamos aquí con él, pero no tenemos por qué velarle el sueño. Antxón.— Claro, y ya el peligro pasó, ¿no? Chackti.— Exacto… ¿Tienes ganas de contarme sobre el profesor y…? (Antxón niega) ¿Vamos para que conozcas el lugar donde vivo? Un par de horas y volvemos. ¿Te animas? (Él asiente) ¡Tres días, qué fino! Salen.

VI Tres días después. En la habitación, la cama deshecha. Diego camina de un lado a otro, hablando por teléfono. Diego.— ¡¿Cómo quieres que esté, mamá? Como un tigre enjaulado! ¿Sabes lo que son cinco días metido en…? (…) Comprando el pasaje, supongo. (…) No, yo no quiero ir a Mérida. ¿Cuántas veces te lo voy a repetir? (…) Bueno, ven si quieres, pero no sé si te pueda acompañar porque… (…) Cosas, mamá, cosas. (…) ¿Qué misterio, mamá? O, bueno, a lo mejor sí: tal vez estoy pensándome eso de casarme con la gorda para irme a España con ella y que le den la residencia con mi pasaporte. (…) ¡Por favor, mamá! ¿Cómo va a ser en serio? (…) Que un montón de amigos míos se estén yendo del país no quiere decir que… (…) Ya te dije, lo menos que pienso es… (…) Sí, dale, que yo tengo que bañarme para irme ya de esta… (…) Bendición. (…) ¡Dale! Cuelga y entran riendo Chackti y Antxón. Antxón.— ¿No te has bañado ni recogido esto, chamo? Diego.— Acaba de llamar mi mamá, que te ha dejado diez mil mensajes. Antxón.— (Recuerda) ¡Otra vez olvidé comprar la tarjeta! Diego.— (Yendo al baño) Le dije que habías conseguido novia.

48

ELIO PALENCIA

Entra al baño. Antxón.— Apúrate, es lo que es. Entra al baño. Chackti y Antxón se disponen a recoger. Oye, ¿tú no le has dicho nada de…? (Chackti niega. Él le da un beso rápido en los labios) No, no importaría mucho, pero… Chackti.— No, no le he dicho nada. Antxón.— Como son tan amigos… Chackti.— Tanto que hemos sobrevivido hasta a las diferencias políticas, imagínate, pero… No, hay cosas que… ¿Tú se lo dirías? Antxón.— (Niega) Son cosas íntimas. Con un hijo no… Chackti.— Pero él te contó todo lo suyo. Antxón.— Sabrás que… (Se interrumpe) Chackti.— ¿Qué? Antxón.— Que no estoy seguro de que me lo haya contado todo. Es una sensación, una… En estos últimos días no ha estado relajado conmigo. Una distancia, una cosa… Chackti.— ¿Y no has pensado que tal vez seas tú y no él? Antxón.— Tal vez. Pero es como si aparte de lo que me soltó ese día, hubiera algo no dicho. Por eso se me ocurrió que tú… Chackti.— No. (Recuerda) Tengo que ir esta tarde a la facultad. Antxón.— Si es en la tarde, nos acompañas a la residencia de Diego, almuerzas con nosotros y, en el taxi, camino al aeropuerto…

DE ALTA



49

Chackti.— No sé… Antxón.— (Tras un besito, suspira engolosinado) ¡Chackti, muchachita! (A voces, hacia el baño) ¡Ponte las pilas, carajito, que si no cobran un día más! Diego.— (A voces, desde dentro) ¡¿No paga el seguro, pues?! Antxón.— (A voces) ¡Sí, pero entonces el lío de papeles lo vas a gestionar tú! ¡Una hora nos queda! Diego.— ¡Por eso! ¡Tenemos tiempo! Antxón va a decir algo, pero aparece Fede con una mochila. Fede.— ¿Qué hubo? Antxón.— (Algo tenso) Hombre, Fede. Chackti.— ¿Qué tal, profesor? Fede.— Ahí… bien. Con un montón de trabajo en la facultad. Antxón.— No me vas a creer. Estuve por llamarte estos tres días para tomarnos esos whiskies, pero… Fede sonríe y asiente. Silencio. Fede.— Vine a traer esto. Son… algunas cosas de Diego que tenía en casa. Me mandó un mensaje diciéndome que le daban de alta hoy y quise traérselas para que… Antxón.— Sí, ahora se las das. Se está duchando para irnos. Fede.— No, no, no hace falta que… yo se las dejo aquí y… Sale Diego, recién duchado, en interiores y secándose el cabello con la toalla.

50

ELIO PALENCIA

Diego.— Épale. Fede.— Épale. Diego.— ¿Y eso? Como en estos tres días ni siquiera… Antxón.— (Tras tomar unos papeles. Discreto) Tengo que ir al laboratorio a buscar los resultados que faltan, llevar esto a Administración y… Chackti.— (Discreta) Voy contigo y de paso te invito a un café. Antxón.— (Saliendo) Vístete y mira bien que no se te quede nada… En menos de una hora hay que estar fuera. Salen Chackti y Antxón. Diego.— (Por decir algo) ¿Viste? Se han encompinchado… Entre los dos estos días me han tenido a monte: que si come, que si… Silencio. Fede.— Se te ve mejor. Qué bueno. Diego.— Me han hecho todos los exámenes del mundo. Fede.— Eso está bien. Diego.— No tanto. Todo el tiempo pensando que mi papá iba a ver un papel y darse cuenta, o que algún médico le iba a decir… Bueno, todavía no me quedo tranquilo porque faltan dos resultados que… Fede.— Ya sabes lo que pienso de eso. Silencio.

DE ALTA



51

Diego.— Te perdiste estos días, ni respondiste los mensajes ni las llamadas. ¿Hablaron mi papá y tú? ¿Fue que te dijo algo para que…? Fede.— (Niega) Todo está bien. (Precisa) Bueno, más o menos bien… Recogí las cosas que tenías en casa. Te las traje. Por eso vine. Diego.— (Ve la mochila y se angustia) ¿En serio tú…? Tras un silencio, Diego corre a abrazar fuertemente a Fede, que en principio se mantiene absolutamente frío y distante, pero luego responde al abrazo. Aunque de modo más bien paternal.

VII En el pasillo, Antxón y Chackti comparten un café de vasito sentados uno junto al otro. Él con los papeles en la mano. Chackti.— Al espejo, se lo decía. ¿No te había contado que hablo con el espejo? No porque no tenga a quién confiarle mis cosas, sino porque está muy bien tratar de encontrar a ese otro que hay en uno, ¿y qué mejor que el espejo? Como te digo, le decía. (Se imita a sí misma) “Suponte que te lo propone, que quiere que seas su amante, porque, siendo realistas, esa es la única posibilidad para alguien con una vida tan montada como la suya, que quiere a su esposa, vive bien con ella, es leal y solidario, por edad, por tanta vida en común o por lo que tú quieras… Pero al final te lo propuso. ¿Y? ¿Qué pensarías?”. Antxón.— ¿Y la del espejo qué te responde? Chackti.— ¿Ella? Ella suelta: “¡Ese sí es arrecho!”. Antxón.— (Con una carcajada) ¡Esa otra es una coartada tuya! ¡Es todavía más lapidaria que tú! Chackti.— No, no te creas: ella tendría razón… pero iría presa. Antxón.— ¿Cómo así? Chackti.— Porque sí, porque precisamente alguien como tú se puede permitir proponer algo así porque es arrecho, un tipazo capaz

DE ALTA



53

de hacer que cualquier mujer como yo diga: “Sí, ¿por qué no? ¿Por qué no probar a ser su amante?”. Antxón.— ¿En serio? Chackti.— Sin ninguna duda. Antxón.— Para que te ayudara con la tesis. Chackti.— No lo había pensado, pero también. (Ríen) Estoy segura de que todo el misterio y hasta las angustias de ser tu amante serían una experiencia muy rica… excitante, llena de sorpresas… Y qué más divino que ser asaltada, sorprendida con nuevas emociones, ¿no? Antxón.— Así es… Hasta que te cansaras y desearas la exclusividad absoluta. Chackti.— Puede que sí, puede que no. Antxón.— Muy probablemente. Es lo que suele suceder. Chackti.— Habrá excepciones. Pero eso jamás lo sabremos. Tendríamos que, al menos, vivir en la misma ciudad. Antxón.— Y si yo… Si en una de esas yo… Chackti.— ¿No te lo estoy diciendo? ¡Absolutamente sí! (Antxón se descompone, se inquieta) Pero tranquilo, que no tengo afán, no me interesa que lo hagas. Además, yo no podría garantizarte nada… y mi tiempo es muy diferente al tuyo. Para mí podría ser una experiencia, hasta un capricho, pero para ti… Y si te digo la verdad, la otra, la del espejo, a veces sale, me ocupa y es capaz de ladrar y morder con tal de que no le quiten su sueño. Fíjate que quizá si esa posibilidad hubiese estado cuando te vi hace cinco días, mi amiga del espejo habría dicho que no. (Niega con el dedo) ¡Y frenazo seguro! No estaríamos aquí.

54

ELIO PALENCIA

Antxón.— Empieza a caerme mejor la del espejo. Chackti.— Por eso no quiero que te compliques, ni tampoco complicarme. Antxón.— Pero… Chackti.— ¿Estos días? ¡Maravillosos! Antxón.— ¿Y los dejamos así? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Nada? Chackti.— Ahí quedan, en el disco duro, en los sentidos, las palabras, las ideas compartidas… en la historia de cada uno. Antxón.— Y el viaje al País Vasco, a mi pueblo, ¿cómo queda? Chackti.— (Tras sonreír en silencio) ¿Ves? Nuestros tiempos son distintos: tú me dices ahora: “¿Nos vamos?”, y yo te respondo: “¡Dale, vamos!”. Pero ¿lo harías? (Gesto ambiguo de Antxón) Eso te lo diría hoy, pero dentro de una semana o un mes no sé: tiempos diferentes. Antxón.— Uno tiene la vida tan estructurada. A veces me gustaría ser capaz de meterle un gusano a la manzana para ver qué pasa. Chackti.— Una posibilidad es que se pudra. Antxón.— Entre muchas. Cómo me gustaría ser capaz. Chackti.— Pero no estás seguro de serlo. Y, tranquilo, a mis ojos eso no te hace ni más ni menos valiente. Es tu tiempo. Antxón.— ¿Y si estuviera dejando ir uno de los pocos trenes que…? Chackti.— Eso de ser uno de los pocos trenes que le quedan a alguien me halaga mucho. Sobre todo viniendo de ti, pero… es una imagen algo triste, decadente, produce rechazo más bien.

DE ALTA



55

Antxón.— Y tu amiga la del espejo me lanzaría un zapato a la cabeza. Chackti.— Probablemente. Sonríen, mirándose entre la ternura y la impotencia. Ha sido rico. Antxón.— Para mí, mucho más que eso. Chackti.— Es ahora usted quien me halaga. Bueno, me ha halagado todos estos días. Antxón.— Y usted a mí, carajita. No sabe cuánto. Silencio. ¿Cuando venga… o tú vayas a Mérida…? Chackti.— Por supuesto. Sería triste que estos días oliéndonos y saboreándonos no nos dejaran el regalo de ser amigos, ¿no? Antxón.— ¿Pero…? Chackti.— ¿Sexo? Eso no se puede prever, pero… si no estoy comprometida con nadie y hay química… Antxón.— “Si no estás comprometida con nadie…”. Chackti.— (Asiente y confirma) Y si hay química… (Bromea) Y sitio, y tiempo, y ganas, ¡y condones! Antxón.— Estaré pendiente de tenerlos a punto y que no estén caducados. (Sonríe) Además, si por fin haces la tesis sobre mis “pupús de perro”… Chackti le da un beso en los labios con una caricia en la mejilla.

56

ELIO PALENCIA

Gracias. Gracias, Chackti, carajita… por este… Chackti.— De nada. Yo también te lo agradezco. (Silencio) Y ahora ve a arreglar esos papeles porque ya Diego debe estar listo. Antxón la besa, se levanta y sale, pero antes se da la vuelta. Antxón.— Almorzamos y te llevo en el taxi a la facultad. Chackti solo sonríe. Antxón sale. Ella se queda pensativa.

VIII En la habitación, Diego, con la mochila abierta sobre la cama, termina de observar su contenido. Junto a él, Fede, incómodo. Diego.— ¿Y este DVD también? No entiendo, pero ¿por qué? Esta película yo la compré para regalártela… ¡Y esto! ¿Para qué quiero yo esto en la residencia? ¡Hasta el cenicero! ¡Pero…! ¡No, no, esto es demasiado cruel! ¡Recoges todo para que no haya nada en tu casa que tenga que ver conmigo, como para borrarme, y lo traes aquí como una bolsa de basura, como…! ¡¿Estas tazas?! Fede.— (Paciente) Me voy, Diego. Tengo que estar en la facultad… Diego.— (Sin mirarlo) Y encima ni un beso, claro. Fede se acerca y le da un beso en la mejilla. Fede.— ¿Ahí? Paciente, Fede le da un veloz besito en los labios. Al separarse, Diego lo retiene con fuerza con la intención de darle un beso más intenso, pero Fede ya no cede y, suave pero firme, lo aparta. Ya, Diego, ya… Deja de forzar las cosas. Diego.— (Intemperante) ¡No entiendes que si las fuerzo es porque lo único que quiero es que me digas que sí, que me vaya a vivir con-

58

ELIO PALENCIA

tigo, que te olvidas de tus miedos de viejo, de tu maldita ética con mi papá y le echas bolas a quererme y dejarte querer, que…! Fede.— (Se le escapa, ya impaciente) ¿Y si yo te dijera que no quiero echarle bolas a quererte? Diego.— ¡Eso es mentira! Fede.— ¿Y por qué tiene que ser mentira? ¿Porque es lo que tú quieres? ¿Por tu juventud, por tu belleza? ¡Demasiada arrogancia para tan poco mérito! ¿Tendría que darme con una piedra en los dientes porque un muchachito como tú quiera estar conmigo? ¿Qué? ¿Acabas de descubrir el trillado amor griego, la pederastia y todo eso del hombre mayor extasiado por transmitirle al joven efebo su sabiduría en el sexo? ¡Esa es una referencia, no la única! ¡Y desde luego no es la mía, carajito! Jamás lo ha sido, nunca me ha interesado, ni es una barajita que quiera tener. Mi idea de la pareja, del compañerismo, es otra. Menos vertical o más horizontal. Otra. Diego.— ¿Y por qué no podríamos tener una relación horizontal? Fede.— ¡Porque no quiero! ¿Es tan difícil que lo entiendas? Llegaste a mi casa pesando diez kilos menos, con una afección pulmonar y cara de gato herido, queriendo confesarme no solo que habías salido del clóset sino que te habías despendolado sin tomar precauciones y el resultado había sido un positivo en la prueba del VIH… ¿Qué debía hacer? ¡Abrirte las puertas de mi casa, apoyarte, protegerte! ¡Imagínate, el hijo de mi amigo Antxón! Diego.— “El hijo de tu amigo Antxón…”. ¿Y si no lo hubiera sido? Fede.— No sé si te habría recibido. Quizá sí, o no, pero… Diego.— Fuiste lo máximo. Fede.— ¡Fui yo, y ya! Hice lo que salió de mí, nada más.



DE ALTA

59

Diego.— Uno tiene que responsabilizarse por lo que hace a los demás. Cuidar de alguien como tú cuidaste de mí hizo que yo… Fede.— Y lo entiendo, pero… Seducirte jamás fue mi intención. Diego.— Pero lo hiciste. Uno no puede ir por ahí… Fede.— ¿Hay que medirse, entonces, ser mezquino con el afecto simplemente porque el otro puede verse seducido por uno? Diego.— ¡Claro, y después lavarse las manos diciendo: “No, lo que pasa es que yo soy así con todo el mundo, y al que le caiga, le chupa, que vea qué hace”! ¡Eso es cruel! Fede.— Pues si pasó eso lo siento, pero… Diego.— ¿“Lo siento”? No. “Lo siento” es un pisotón bailando con alguien; que te escupí sin querer mientras te echaba un cuento. “Lo siento” es que era tu turno pero no me di cuenta y me coleé al pedirle un cuarto de kilo de jamón al charcutero. No, “lo siento”, no, Fede. Tú y yo estuvimos ahí, y no como tío y sobrino… para que de la noche a la mañana vinieras y me dijeras que ya, que era hora de que me fuera… Fede.— Habías recuperado tus diez kilos, ya habías sanado. Diego.— ¡Y a cerrarme y volverme a cerrar las puertas en las narices como a…! Fede.— Tenía que volver a mis cosas, a mi vida. Solo. ¿Y eres tú, el mismo que con tanto desparpajo me hizo reír contándome todas sus correrías y aventuras, quien viene a decirme ahora que por algunos ratos de sexo hay que comprometerse a…? Diego.— ¡Me enamoré, pana! ¡¿Es que no quieres entender?! Fede.— Y no sabes cuánto me halaga, pero…

60

ELIO PALENCIA

Diego.— ¡Lo que tú tienes es miedo! Fede.— Oye, Diego, oye, déjalo ya… no quiero ser cruel. Diego.— ¿Ah, no? Llevas varios meses disimulándolo muy bien. Fede.— Yo solo he procurado tratarte como a un adulto. Diego.— Que es “el hijo de…”. Fede.— (Estalla, lapidario) ¡Tú quieres convencerte de que es así, pero no es por eso! O, digamos, no solo es por eso: un proyecto de convivencia no es solo sexo, ni belleza con la cual amanecer… Todo eso es mucho y delicioso, pero con la vida que tengo detrás, con mi modo de ser, es bastante más lo que requeriría para volver a establecer un compromiso de ese tipo con alguien. Y tú, con todo lo hermoso, inteligente, sensible y seductor que eres, no llenarías esas expectativas: ¡no-las-lle-na-rías! ¡Esa es la verdad! Diego está impactado. Un silencio. Fede va a salir, pero decide acercarse. (Con sincero pesar) Te juro, carajito, que yo no quería llegar a este nivel de crueldad. No quería… pero tú has forzado la barra. En todo caso, que te quede claro, se trata de mis expectativas, que no tienen que ver con lo que tú eres y vales, que es mucho. Aparece Chackti, seguida de Antxón. Diego sigue impactado. Chackti.— (Apenada) Perdón. (Hace el amago de irse) Fede.— No, no, pasa, pasa. Ya yo me iba. Antxón.— (Entrando) ¿No te has vestido? Fede.— Tendría que estar ya en la facultad.

DE ALTA



61

Chackti.— ¿Le importa si me voy con usted, profesor? Antxón.— (Mirándola desconcertado) Pero… Fede.— No, claro que no. Antxón.— (A Chackti) ¿No íbamos a…? Chackti.— Acabo de recordar que no he sacado unas copias que debo entregar esta tarde y… (Veloz, va a besar a Diego) Te mando un mensaje para vernos esta noche. Fede.— (A Diego) Ya sabes, chamo, si ves que falta algo entre las cosas, me avisas y te lo llevo a la residencia, o te lo mando con Chackti, que la veo siempre en la facultad. (Le da un beso en la mejilla. Diego no se inmuta, ni le mira) Y a cuidarte. Chackti.— (Evitando la mirada desconcertada de Antxón) Eso. Fede.— (Yendo hacia Antxón) Me alegró mucho verte, Antxón. Como siempre. La voluntad de un abrazo que no termina de completarse, en el trasiego de una fisura que no se quiere tal. Afecto confundido. Antxón.— Igual, viejo. Siguen pendientes los whiskies. Fede.— Sí, siguen pendientes. Salúdame a Gloria y a Tere. Chackti.— De mi parte también. Se acerca a dar un beso al desconcertado Antxón. Leve traspiés por la indecisión entre los labios deseados y la pertinencia de la mejilla. Fede.— (Saliendo, a Antxón) Que tengas buen viaje.

62

ELIO PALENCIA

Antxón.— Gracias. Chackti.— (A Antxón, evitando mirarle) Eso, que llegues bien. (A Diego) A ti te veo esta tarde, cuando salga de la facultad. ¡Chao! Salen. Un silencio. Antxón no termina de entender la abrupta e inesperada marcha de Chackti. Diego está digiriendo las palabras de Fede. Antxón.— Vístete. Diego asiente autómata y comienza a ponerse el pantalón. Antxón termina de juntar papeles y guardarlos, en silencio. Meto todos los resultados de los exámenes aquí. (Diego asiente) Todo bien… el médico medio sugirió la idea de que hicieras terapia, pero… (Silencio) Chamo… Diego.— ¿Qué? Antxón.— Llevo días con la sensación de… Diego.— ¿De qué? Antxón.— ¿Hay algo más de lo que me quieras hablar? No sé, estos días he sentido que… Diego.— ¿Sabes qué? Justo yo he tenido esa misma sensación contigo estos días, papá. ¿Hay algo que me quieras decir? (Tras dudar, Antxón niega) Somos dos, entonces… Vainas de la mente. Se miran y asienten pensativos: a ninguno le conviene insistir. Antxón.— (Le pasa la camisa) Termina de vestirte.

IX Chackti y Fede, absortos, esperan en su densa melancolía. ¿La fila para pagar el estacionamiento? ¿Al valet con el carro? ¿A las puertas de los ascensores? Chackti.— Profesor… Fede.— ¿Sí? Chackti.— (Tras dudar) En serio… ¿usted no se enamoró de Diego… no quería que fuera su…? Fede.— (Piensa un instante y sonríe triste) ¿Y tú? ¿Te enamoraste de Antxón? ¿No llegaste a plantearte una relación con él? Tras mirarse, se quedan pensativos, en la ambigüedad de una respuesta que no se darán. Duda absoluta en el silencio. Chackti.— Profesor, yo quería… Si le pidiera que fuera el tutor de mi tesis… Fede.— ¿Sobre Antxón? Chackti.— (Piensa) No. (Como afirmando una decisión que acaba de tomar) No la voy a hacer sobre él. (Leve sorpresa de Fede) La haré sobre otro… otro novelista. (Lo mira) ¿Aceptaría ser mi tutor?

64

ELIO PALENCIA

Fede.— Bueno… no lo tengo tan fácil ahora, pero… Tras mirarla fijamente y sopesarlo, asiente con absoluta disposición. Ella sonríe agradecida.

X En la habitación, con todo recogido, Antxón y Diego a punto de salir. Diego.— Papá… Antxón.— ¿Sí? Diego.— (En un repentino asalto de lucidez y salud) Si yo… si yo, como hijo tuyo, decidiera ir a vivir a España… (Antxón lo mira desconcertado) A Madrid o a Barcelona… a estudiar, a… ¿Tendría derecho a la ayuda que dan a los inmigrantes retornados? Antxón.— Habría que preguntar. Hace años supe que en mi caso sí, pero… tal vez esas ayudas, como tantas otras, las han eliminado. Habría que preguntar. Diego.— (Más afirmado en la decisión) ¿Y tú estarías dispuesto a apoyarme… al menos al principio, si decido irme a vivir a España? Antxón.— Bueno… no lo tengo tan fácil ahora, pero… Tras mirarlo fijamente y sopesarlo, asiente con absoluta disposición. Diego, aunque triste aún, sonríe agradecido, afirmando una nueva mirada y voluntad: ha digerido. Salen a la vez que lo hacen Chackti y Fede. Distantes. Cada uno en sus contradicciones, mientras se hace el

Oscuro Final

Elio Palencia Maracay (Venezuela), 1963

© Iker Méndez Herraiz

Se inicia como actor en Caracas, en el teatro universitario, de donde pasa a elencos profesionales como Rajatabla y La Compañía Nacional. Como autor, empieza su formación en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y, como director, en el Centro de Directores para el Nuevo Teatro. Desde finales del siglo xx, ha sido uno de los autores más llevados a escena a lo largo y ancho de Venezuela. Ha merecido numerosos premios, entre los que cuentan, en España, Marqués de Bradomín para Jóvenes Autores (1993) y, en Venezuela, Esther Bustamante (1988), Juana Sujo (1989 y 1990), II Festival de Directores para el Nuevo Teatro (Mejor Propuesta Escénica, 1989), Marco Antonio Ettedgui (Joven del Teatro, 1990), Celcit (Autor del Año 2004); Municipal de Teatro José Ignacio Cabrujas (Mejor Dramaturgia 2007, 2008, 2010 y 2012) e Isaac Chocrón (Mejor Autor 2016). En Madrid, donde residió entre 1991 y 2004, colaboró con salas del Teatro Alternativo, el Celcit-España y Festivales como los de Cádiz, Madrid, Badajoz, Bilbao y Agüimes. Ha compartido su trabajo en el teatro con la escritura de ficción para televisión (Fernando Colomo PC, GloboMedia y Boca TV en España; Fundación Villa del Cine, Radio Caracas Televisión, Venevisión y Conatel en Venezuela). En cine, con el guion del largometraje Cheila, una casa pa’ maíta, basado en su pieza teatral La Quinta Dayana, obtuvo el Premio al Mejor Guion en el Festival de Cine de Mérida, Venezuela, 2009.

Edición no venal de la Fundación SGAE para la promoción y difusión de textos teatrales objeto de estreno