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espectáculos
| Jueves 13 de febrero de 2014
clásica
Con Calígula, novedades en el Colón Pola Suárez Urtubey —PARA LA NACIoN—
L
as arbitrariedades y extravagancias atribuidas al emperador romano Calígula no podían quedar fuera de un género como la ópera, un escenario tan fantásticamente privilegiado para reflejar las pasiones humanas. En el caso de Calígula, que se identificó como dios y mandó introducir su estatua en todos los lugares de culto, incluido el Templo de Jerusalén, su trayectoria relativamente más cercana ha comenzado por el teatro hablado y luego el cine, antes de llegar, en este siglo XXI, al teatro lírico, al margen de alguna posible aparición que hoy desconocemos. El hecho de haber vivido en una época tan distante a la nuestra (entre los años 12 y 41) justifica que algunos historiadores hayan revisado más de una vez sus pasiones, a la luz de más o menos transitorias interpretaciones. Todo ello al margen de que las relaciones incestuosas que mantuvo con su hermana Drusila añadiera desde siempre un fuerte condimento a esa atrapante historia. Pero fue la centuria del XX la que puso a Calígula en un elevado universo teatral a través de la obra de Albert Camus, quien lo hizo protagonista de una pieza dramáti-
ca, en cuatro actos, estrenada en el Théatre Hébertot de París en 1945 y publicada junto con El malentendido en 1947. Camus lo presenta como un ser extraordinariamente lúcido, hasta que la muerte de Drusila lo lleva a la búsqueda del absurdo, que erige en principio fundamental de su conducta. Baste decir que encuentra lógico que, como emperador, pueda conseguir la Luna.”
En palabras del compositor, su obra trata sobre la vida interior y los sentimientos íntimos de un solo personaje, y sus consecuencias en el mundo exterior. Estos dos planos, el de la reflexión interior y el del mundo circundante donde acontecen las crueldades del protagonista, son los límites entre los que oscila como péndulo la música y la acción teatral.
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Cuatro actos le son necesarios al compositor para ilustrar su inmersión en el teatro de la crueldad y el absurdo existencial. Y mientras el primer acto tiene por motivo la desesperación de Calígula originada por la muerte de su hermana y su convicción del absurdo de la vida, en el acto final se produce la muerte violenta del personaje quien, en palabras de Camus, “obsesionado por lo imposible y envenenado por el desprecio y el horror, trata a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, de ejercer la libertad”. El Teatro Colón abrirá su temporada lírica de este año con esta tan atractiva novedad, que llegará, en producción de la English National opera, el primer día de abril.ß
El libreto de Hans-Ulrich Treichel basado en la pieza de Camus, es tomado para la ópera en cuatro actos de Detlev Glanert, con la cual inicia su temporada lírica este año el Teatro Colón. Es destacada la posición de Glanert (Hamburgo, 1960), que estudió con Michael Beyer y Hans Werner Henze, por su tendencia a dejarse guiar por muy diversos modelos poético–literarios e impresiones paisajísticas o atmosféricas (o sea por estímulos extramusicales) para luego traducirlos, según aseguran los conocedores de su variada producción, con una notable sensibilidad. Calígula, comisionada por la Ópera de Frankfurt y de Colonia, fue estrenada mundialmente en 2006 en Frankfurt.
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allegro
La malicia de Richard Strauss hindemith. No era Richard Strauss un compositor que, como Mozart, Schubert y algunos otros pocos privilegiados, pudiera escribir de corrido, dejando fluir las ideas. Como casi absolutamente todos, Strauss invertía larguísimas sesiones de trabajo para que esos pensamientos suyos tan magistrales como complejos encontraran su representación exacta en los pentagramas. Tal vez por todo esto siempre miraba con recelo, cuando no con una manifiesta antipatía, a los jóvenes compositores que producían una obra tras otra. Paul Hindemith era uno de ellos. Pero además, en cuestiones de gusto y de sensibilidad musical, Strauss sentía que algunas de las obras de Hindemith eran realmente detestables. Apegado a los principios estéticos y al lenguaje de un romanticismo tardío, definitivamente arcaico, Strauss sentía una real aversión por esa Gebrauchsmusik que Hindemith defendía e impulsaba con pasión militante, esa “música de uso” que, apelando a un lenguaje tonal y simplificado, apto para grandes públicos, abogaba por demoler las barreras y los recelos que se habían generado tras las búsquedas experimentales posteriores a 1900. En 1938, poco antes de que Hindemith optara por abandonar la Alemania nazi, confluyeron los astros y las circunstancias para que Strauss no tuviera más remedio que presenciar un recital con obras de cámara de Hindemith que incluía el estreno de una sonata para fagot y piano que al autor de Salomé y Electra no le pareció sino una mala suma de interminables escalas ascendentes y descendentes, incluso, con serias deficiencias armónicas. Al final, Strauss le preguntó cuánto tiempo le había llevado escribir esa sonata. “Unos tres días”. Misterioso, y con un dejo de malicia, Strauss dijo: “Sí, sí, exactamente lo que había pensado”.ß Pablo Kohan
Feliú, en su último concierto en La Trastienda
archivo
1962-2014
Santiago Feliú. Adiós a un inspirado continuador de la trova cubana Mauro Apicella LA NACIoN
Santiago Feliú falleció ayer en La Habana, a los 51 años. Santi, el hippie, el eléctrico o Santiaguito –según cada uno ha preferido llamarlo desde que comenzó su carrera como cantautor, a mediados de los ochenta– tuvo un infarto, y su muerte repentina conmovió tanto a su país como a los seguidores que ha tenido en toda América latina y en países europeos, como España. Nacido en 1962, fue hijo de la revolución cubana. Porque llegó al mundo casi cuatro años después de la gesta de Fidel y el Che. Y también porque fue hijo de esa nueva trova identificada con nombres como Silvio Rodríguez y Vicente Feliú (su hermano mayor). Pero ser heredero de hechos trascendentes no lo puso a la sombra de nada ni de nadie. En todo caso, lo puso en el mismo camino, pero con una personalidad propia. Hay una anécdota que mencionaba con simpatía y que con la noticia de su muerte reprodujeron varios medios. “Un día Fidel habló como una hora de todo, luego entregó diplomas otorgados por el Instituto Superior de Arte a varios trovadores. Cuando me tocó mi turno, me dijo: «Lo de la genialidad de los Feliú es genético, ¿no?», a lo que le respondí: «No, el genio soy yo».” Más allá de la broma, de ser zurdo y tocar guitarras para diestros y de sus dificultades con la palabra hablada (era tartamudo) que jamás afectaron su voz cantada, Santiago fue un auténtico trovador, oficio que comenzó a demostrar con discos como Vida (de 1986, el primero de sus ocho
álbumes de estudio), Sin Julieta y Ay, la vida (su última producción). Además, dejó dos discos en vivo y tres en colaboraciones con otros músicos, como Ansias del alba, con su hermano Vicente. En ese disco hay un tema, “Declaración de principios”, que lleva la firma de Santiago y del subcomandante Marcos, debido a la empatía de Feliú con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. otra prueba de haber hecho honor a su oficio de trovador es que supo actualizar su discurso según los signos de cada tiempo que le tocó vivir como compositor; obviamente, no fueron los de los primeros años de la revolución, sino los de otros procesos políticos y sociales, tanto dentro de su país como en el resto del mundo. Alcanzan de ejemplo algunos de los agudos versos de “Planeta Cuba”, de su último CD: “[...] amados, obstinados y sonrientes/ llenos de música, ron y fe/ y una espera... dividida mal. [...] Abajo los bloqueos de la mente ya merecemos más [...] sigue Cuba, sigue de verdad, sigue resistiendo”. Santiago cantó dentro y fuera de la isla. Su relación con la Argentina fue intensa, tanto por sus largas estadas como por la relación con un público fiel que siempre estuvo atento a la salida de cada uno de sus discos como a las giras, que nunca se limitaron a escenario porteños. Habitualmente incluían salas de varias ciudades importantes del país. Ahora sólo quedan sus canciones de rabia y sutileza, de mirada social y política, de amor, desencantos y algunas esperanzas, esas que tampoco faltaron en los de su generación. ß