Chiste Un país rebelde y en estado de asamblea Por

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Notas

Domingo 17 de agosto de 2008

LA NACION/Página 23

Por qué el campo unido ya no será vencido

Un país rebelde y en estado de asamblea

Por Mariano Grondona

Por Joaquín Morales Solá

NA de las canciones que se difundieron en el curso del conflicto entre el campo y el Poder Ejecutivo se preguntaba: “¿Qué pasó, qué pasó?”. La pregunta, angustiosa, parecía dirigirse al Poder Ejecutivo, como si los cantores del campo le preguntaran: “¿Qué nos has hecho?”. Pero con el paso del tiempo se volvió cada día más evidente que, si algo radicalmente nuevo estaba pasando, no tenía que ver con la exacción que había imaginado el Poder Ejecutivo en tiempos de Lousteau –una exacción más, ¿cuán novedosa era?–, sino con la airada reacción del campo frente a ella. No era el Gobierno sino el campo el que estaba cambiando. El sentido profundo de la pregunta de los cantores del campo no era entonces “¿qué está pasando?”, sino “¿qué nos está pasando?”. Porque lo que estaba pasando ya no concernía a la archiconocida voracidad fiscal del Poder Ejecutivo, sino a los productores, que, por primera vez, se movilizaban de a miles contra ella. Después de más de cinco meses de conflicto y con todo lo que pasó en su transcurso, caemos en la cuenta de que el campo, casi sin saberlo, ha iniciado una revolución. Durante décadas, los argentinos hemos vivido en el interior de un modelo, de un paradigma, de una caverna ideológica que consistió en dividir la producción en tres sectores: el primario o rural, el secundario o industrial y el terciario o de servicios. Esta clasificación escondía una discriminación porque, al llamar “primaria” a la producción rural, lo que venía a decir sin decirlo es que ella era “primitiva”: de bueyes y carretas. Esta discriminación caló tan hondo entre nosotros que pareció natural que el deber del campo fuera subsidiar a los demás sectores, proveyéndolos de alimentos baratos destinados a suplir los bajos salarios que las fábricas y la burocracia podían pagar. Bajos salarios en la ciudad, alimentos

NA Argentina en estado de asamblea parece suceder al recio orden político impuesto por el kirchnerismo durante cinco años. El peronismo discute todo, y esa discusión se está trasladando, casi dramáticamente, al Congreso. Los empresarios se envalentonan con la inflación y los gremios se dividen en más de dos partes. En Wall Street hablan prematuramente de un nuevo default argentino, pero esas versiones influyen en las escasas inversiones argentinas. Un gabinete parece más muerto que vivo mientras el poder no ha decidido, todavía, cómo será el sistema de toma de decisiones mientras la última palabra sigue estando en Olivos y no en la Casa Rosada. El peronismo no apoyaría hoy a los Kirchner en elecciones nacionales. Eso está claro. La profecía corresponde a un alto funcionario nacional. El partido oficial se convirtió otra vez en una federación de liderazgos comarcales tras un rápido abandono implícito de la jefatura nacional de Néstor Kirchner. A Agustín Rossi, jefe del bloque de diputados oficialistas, le tocó la peor suerte: dar vida a proyectos del Gobierno en un mar de indisciplinas internas. El Gobierno comienza a resignarse: el rechazo parlamentario de la resolución sobre las retenciones fue sólo el primer gesto de independencia política del Congreso. El proyecto para aprobar la compra de Aerolíneas Argentinas por el Estado no saldrá, al menos, tal como llegó al Parlamento. Es probable que el propio bloque oficialista suprima la promesa del Gobierno de una futura reprivatización de la empresa. Otra facultad que podría ser modificada es el sistema de valuación de la empresa, que ya fue estipulado en el acuerdo entre el Estado y la compañía. Un problema frecuente consiste en que las cosas se hacen mal. El Gobierno envió al Congreso un amable acuerdo de venta entre el Estado y una empresa, pero lo

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La rebelión de las chacras se amplió hasta convertirse en la rebelión del interior, con la otra vez flameante bandera del federalismo baratos desde el campo: ésta fue, por décadas, la supuesta fórmula del progreso argentino. Pero dos formidables novedades han venido a alterar esta fórmula. De un lado, el campo ha evolucionado tecnológicamente de forma tal que sólo una mirada ideológicamente obnubilada puede sostener hoy que una sembradora directa, por ejemplo, es primaria o primitiva, y no una computadora sobre ruedas. El hecho es que nuestro campo se ha convertido hoy en un sector tecnológicamente revolucionario, a la par de grandes potencias agroindustriales. Del otro lado, con el ascenso de China y la India al nivel de un alucinante progreso económico y social, la demanda de alimentos también ha elevado los precios agrícolas a alturas insospechadas. El campo, como consecuencia, ha pasado en pocos años de la retaguardia a la vanguardia tecnológica y económica del mundo.

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surgieron uno, cientos, miles de De Angeli, cuya revolución social vino a integrarse a la revolución de la tecnología y de los precios. La nueva clase de los chacareros logró por ello algo que no habían logrado, ni siquiera pretendido, los antiguos estancieros: resistir con éxito al Estado depredador. La rebelión chacarera se implantó finalmente en ámbitos que sólo en apariencia le eran ajenos. En las pequeñas ciudades del interior, los denostados pools de siembra sumaron una legión de pequeños inversores que incluían desde el médico hasta el escribano del pueblo. La rebelión de las chacras se amplió hasta convertirse en la rebelión del interior, con la otra vez flameante bandera del federalismo. Como si esto fuera poco, la vasta ola de la resistencia al Estado fiscalista se extendió a las grandes ciudades. Primero, Rosario, después Buenos Aires, acogieron manifestaciones gigantescas que eclipsaron por completo el arcaico aparato clientelístico en el que todavía confiaban los Kirchner. Pero esa legión de los ciudadanos que también se movilizaban contra el Estado aprovechador, ¿eran, todavía, gente del campo? No, sorprendentemente eran ciudadanos sin hectáreas. Lo que había comenzado como una protesta sectorial terminó por convertirse así en un fenómeno nacional: la resistencia pacíficamente contundente de toda la sociedad a un Estado que cínicamente, en su propio nombre, la explotaba. Cuando las retenciones llegaron finalmente al Congreso, donde el oficialismo tenía en los papeles una holgada mayoría, estalló la última sorpresa. Hace unos días aprendimos con asombro que hay agua en Marte. Mayor aún fue la sorpresa de los argentinos cuando, después de históricos debates y un conmovedor desempate vicepresidencial, descubrieron que hay vida en el Congreso.

Los ricos, ¿son más? Julio Bárbaro, un sagaz observador, al contemplar que los manifestantes de la Avenida del Libertador cuadruplicaban a los de la plaza del Congreso, se asombró con esta frase: “¿Cómo, ahora resulta que los ricos son más que los pobres?”. En cierto sentido, tenía razón. La ofensiva rural ha desplazado del imaginario colectivo de los argentinos la vetusta idea de que la que debe imperar es una oligarquía política y sindical que habla en nombre de los pobres para justificar la confiscación de los que ahora ven

Los chacareros

El progreso de todos no se logrará arrebatándoles a los que empiezan a ganar el fruto de su trabajo, sino estimulándolos a ganar y a reinvertir

Si la estructura social del campo hubiera estado dominada todavía por la “oligarquía” de los estancieros a los que combatió el primer Perón, quizás ella habría absorbido sin chistar las nuevas exacciones del Estado invasor. Pero el súbito aumento de los precios agrícolas empujó al primer plano a una nueva clase, a una incipiente clase media de chacareros que abandonaban el páramo de los créditos bancarios impagables para encontrarse de la noche a la mañana con que, por primera vez, tenían un sobrante. Pintaron sus casas, cambiaron sus camionetas y sus tractores, inundaron los comercios y mandaron sus hijos a la universidad. Fue precisamente en ese momento de euforia que el Poder Ejecutivo pretendió confiscar ese nuevo sobrante mediante el alza de las retenciones. Al hacerlo no advirtió que, si algo iban a resistir los chacareros, era el calamitoso regreso a la etapa anterior. Los chacareros sintieron que los querían hundir de nuevo en el pozo económico y social del que estaban saliendo. Lo mismo que los burgueses en la Revolución Francesa, decidieron sostener contra viento y marea su flamante condición. Fue entonces cuando

la posibilidad de enriquecerse. No es entonces que los ricos sean más. Los que quieren llegar a serlo, éstos son más. Para llegar a la riqueza, sólo aspiran a que los dejen progresar. Habrá que promover por mucho tiempo todavía la distribución a favor de los pobres, pero no para explotarlos en una red clientelística de la que nunca saldrán, sino para que puedan liberar sus sanas ambiciones. El progreso de todos no se logrará arrebatándoles a los que empiezan a ganar el fruto de su trabajo, sino estimulándolos a ganar y a reinvertir en medio de una seguridad jurídica que respete sus logros. Y éste es el paradigma que también está cambiando con la revolución de los chacareros, no sólo en lo tecnológico o en lo comercial, sino también en torno a la idea de que la Argentina no está llamada a un gran futuro agrario o industrial sino a un gran futuro agroindustrial, sin sectores supuestamente primarios o secundarios, en un país que ya no considere vergonzosa la proclama que en pleno siglo XIX Guizot lanzó a los franceses: “Enriqueceos”.

Las palabras

Chiste

“Esto parece un chiste de argentinos contado por gallegos.” (Del ex subsecretario de Transporte Aerocomercial, Ricardo Cirielli, sobre la reestatización de Aerolíneas Argentinas.)

Van caminando dos nativos de la bella región gallega y uno le dice al otro: “¿Sabes, Manuel, por qué compran los argentinos una compañía aérea que debe 900 millones de dólares y se ha quedado sin aviones?” “¡Pues no, Joaquín!”, le contesta su amigo. “¡Hombre, para recuperar su línea de bandera!” Manuel se ríe durante veinte minutos. Cuando recupera el aliento, cuenta un chiste, a su vez, y entre los dos disputan un torneo informal de chistes de argentinos contados por gallegos. –¿Sabes cómo hacen los gobernantes argentinos para que sus servicios públicos y su gasolina sean los más baratos del mundo y no aumenten nunca? ¡Pues subsidiando a las empresas con los impuestos que cobran a la gente, que sí son caros y aumentan todo el tiempo! –¿Y sabes tú para qué usan los argentinos la plata de los bonos que le venden a Chávez? Oye, esta sí es buena: ¡para comprar al día siguiente los mismos bonos, pero al doble de precio!

–¿Y sabes cómo hacen los argentinos para combatir la carestía? ¡Falsifican los datos todos los meses y los publican en los diarios a ver si se los creen los que van a la feria! –¿Y sabes tú cómo se llama el instituto que mide la inflación en la Argentina? ¡Pues, Indec: Imposible No Desconfiar de Estas Cifras! –¡Los argentinos son tan agrandados que dicen que ahora Aerolíneas llegará hasta el Sol y tan necios que cuando les hacen ver que así se les derretirán los aviones contestan que, por supuesto, jamás viajarán al Sol de día! –¡Peor todavía, Joaquín! Si serán lelos, que cuando privatizaron Aerolíneas nos la vendieron a nosotros. Muy divertidos con sus chistes de argentinos, siguen su camino los dos gallegos. Sus carcajadas retumban en Pontevedra, en Lugo, Orense y La Coruña y, por qué no, también en todo el resto del planeta.

Hugo Caligaris

Empresarios que antes fueron dóciles compiten ahora por enrostrarle al kirchnerismo que la inflación anual está superando el 25 por ciento acompañó con fundamentos dignos de una nacionalización precedida de una expropiación. Dijo, en síntesis, que la empresa no vale nada y que fue peligrosamente endeudada por la gestión privada. ¿Para qué vamos a comprar algo que no sirve?, sintetizan en el bloque oficialista. Un zafarrancho contradictorio es el resultado de los dos documentos. Ahora, hasta el macrista Federico Pinedo lo corre por izquierda al Gobierno. El caso Aerolíneas Argentinas es simbólico del estado de asamblea y rebeldía del peronismo. ¿Sólo del peronismo? No. Empresarios que fueron dóciles compiten por enrostrarle al kirchnerismo que la inflación anual está superando el 25 por ciento. Esas confesiones son públicas y también reservadas, pero una sola conclusión resultaría irrefutable: nunca ningún dirigente empresario habría dicho eso si antes no hubiera ocurrido la debilidad del Gobierno. El propio Hugo Moyano debe lidiar no sólo con el cisma que le propinó Luís Barrionuevo a la central obrera. Dentro de los propios aliados de Moyano, especialmente los llamados “Gordos”, hay disidencias sobre cómo debería ser la relación con el Gobierno. La inflación y los zigzagueos de un gobierno que perdió la brújula han incidido en esas embrionarias discordias sindicales. La percepción gremial sobre el estado del poder es infalible. El Gobierno está en un callejón sin salida según el código político de los Kirchner. Nunca dan marcha atrás. Los desplantes y la mala educación de Guillermo Moreno ya echaron a dos ministros de Economía, Miguel Peirano y Martín Lousteau, y están cansando al tercero, Carlos Fernández, consciente él mismo de que su gestión ya no tiene sentido. Fernández ha dejado de hablar hasta en las reuniones de funcionarios en la hermética cima política. Sabe que cualquier cosa que diga en esos recintos de aislamientos y espejismos no coincidirá con sus ideas. Moreno, entre tanto, se mueve entre el misticismo religioso y el mesianismo político para convencerse de que él encarna la salvación peronista de la Argentina. Néstor Kirchner es el santón de su rara

teología. Tres funcionarios lo han enfrentado a Moreno, sin suerte hasta ahora. Lousteau lo despachó con un no te voy a firmar nada cuando le llevó una resolución de odio hacia los ganaderos. Alberto Fernández reclamó su salida del Gobierno, pero se terminó yendo él y no Moreno. Martín Redrado, presidente del Banco Central, escuchó con paciencia una lección de Moreno sobre cómo debía bajar las tasas de interés con métodos cuarteleros. Lo oyó y después lo frenó: Primero habrá que nacionalizar la banca. Quizá los analistas de Wall Street son precipitados. No hay posibilidad de default a la vista, pero es cierto que el país tiene compromisos serios de pagos de la deuda pública en los próximos dos años. Por ejemplo, el Gobierno deberá buscar fuentes de financiación para el próximo año por un monto de unos 6000 millones de dólares. Los problemas son manejables, siempre que se los maneje, ha dicho un ministro con acceso a los números de la economía. Otro jefe de Gabinete, Sergio Massa, debió ocupar las funciones de ministro de Economía. En una reunión con Carlos Fernández y con Julio De Vido les reclamó planes para tres cosas: un programa de financiamiento para 2009, un proyecto para la deuda en default con el Club de París y un cronograma serio de reducción del gasto público. Hay que alejar el fantasma de otro default. El default con el Club de París condena al país, es cierto, a la carencia de crédito externo y al aislamiento político. Massa tendrá un problema con las ideas de la Presidenta: No le pagaremos un dólar al Club de París en los próximos diez años, le dijo Cristina Kirchner a Nicolas Sarkozy en una de sus reuniones en Francia. Sarkozy calló, como callan los presidentes elegantes cuando son anfitriones. La reducción del gasto público plantea la necesidad del sinceramiento de las tarifas de servicios públicos, para ahorrar en subsidios, y una revisión de las formas poco transparentes de la inversión. Personas allegadas al Gobierno recibieron en días recientes denuncias orales de empresarios sobre prácticas corruptas en la adjudicación de obras públicas. Hagan las denuncias o denme los nombres, los espoleó el funcionario. No podemos hacer eso, le contestaron los empresarios como respetando la ley de la omertá. El Gobierno se empalaga en estas horas pensando en un cambio en la conducción del Indec; colocaría al frente del organismo a una

¿Un equipo económico nuevo? Ningún candidato aceptaría hoy la cartera de Economía sin un plan económico propio y un equipo igualmente propio persona prestigiosa para que todo siga igual. No sólo Moreno estaría sobrando en el Gobierno si éste quisiera reconstruir su credibilidad social. El equipo económico en pleno, incluido De Vido, requiere de una oportuna sepultura. La Argentina soporta en estos momentos una mezcla de desprestigio y preocupación internacionales, que comparten gran parte de los empresarios nacionales y extranjeros. En Washington hay preocupación, aceptaron, lacónicas, fuentes confiables desde la capital norteamericana. ¿Un equipo económico nuevo? A estas alturas, ningún candidato aceptaría la cartera de Economía sin un plan económico propio y sin un equipo igualmente propio. La necesidad del cambio brinca de despacho en despacho en la cresta del Gobierno. Pero rebota, porfiada, en la pared del matrimonio presidencial. El único sistema de toma de decisiones conocido requiere de Néstor Kirchner, pero sobre todo de su personal conocimiento y confianza de los miembros de un gabinete que no ya es el de él. Otro sistema irremediablemente agotado no reconoce su finitud.