Antología Literaria Enrique Castellanos Rodrigo

con claridad las robustas encinas qué, extendiéndose colina abajo, parecían un manto de oscuro verdor. Entre la penumbra
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Antología Literaria Enrique Castellanos Rodrigo

Derechos de Autor

Autor: Enrique Castellanos Rodrigo Código de registro: 1608259004702 Fecha de registro: 25-ago-2016 17:46 UTC Información Todos los derechos reservados

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Índice Derechos de Autor Horizontes de Esperanza; retazos y recuerdos de escritos de juventud. Historias Mínimas: relatos desde la inspiración de los sueños El enigma de la muerte inducida Supervivencia obtusa al fracaso Los rostros anónimos del beneficio La pregunta sin respuesta La idea de La desconexión Antes de volver a nacer Antes del último disparo Cuando la luna deja de brillar El día inconstante El valor de la persona La amistad desgastada La corrosión del alma La fuerza del muerto vivo La infancia olvidada La levedad de la vida Lo que ven los ojos de un no nacido El Faro Hartazgo La Reconstrucción La Rutina del Comediante

No es hostilidad solo es supervivencia Una del Hollywood de hoy Berones, Pelendones y Vascones El Crucero La voracidad del hambriento Le decían que era raro Le gusta sostener la fotografía de su boda entre sus manos Traición al Hugonote Cuando la brisa mece los Almendros El Consejero John Rambo Los Sueños empapados del Otoño Prisioner Sudor y Rendición Definición Decisión Olvidada Otros títulos del Autor Datos del Autor Biografía del Autor

Horizontes de Esperanza; retazos y recuerdos de escritos de juventud.

Retazo 1

El álgido viento lamía mi rostro cansado. Mis ojos, ya adaptados a la espesa oscuridad, percibían con claridad las robustas encinas qué, extendiéndose colina abajo, parecían un manto de oscuro verdor. Entre la penumbra, su negra estampa reflejaba el poder de gruesos pilares que nacían del profundo suelo, dirigiéndose hasta lo más alto del firmamento. En aquella hora de la noche, el firmamento emanaba cientos de fugaces luceros que, junto con la redondeada luna, desprendían un encanto prodigioso que adentraba en mi apaciguada mente los más profundos pensamientos. El ambiente reinado por un silencio campestre y regado por el canto de los inofensivos insectos, constituía una unión perfecta para dotar a aquellos instantes de un encanto especial. Entonces centré mi vista en la encumbrada casa que, dentro de la finca, relucía como una joya singular. La pintoresca casita (cómo atrevidamente la llamaba mi abuelo), dotaba a las tierras de una sublime majestuosidad (que no hubiese existido si realmente en su lugar hubiese habido una sencilla casita). Un muro de piedra de granito labrado con la mayor precisión y libre de abundantes ripios, al haber procurado el mejor encaje de las piedras, partía de la cimentación concediendo a la casa de una extraordinaria solidez. La mansión, sin desmerecerla esta denominación considerando su gran extensión y el elevado número de habitaciones que poseía, constaba de una excelente bodega que albergaba las cosechas más selectas que habían brotado de los viñedos de la finca. Seguía a la bodega el inicio de tres plantas que alzaban su cumbre en una ancha buhardilla donde descansaban objetos y muebles de antaño con escaso o inexistente uso. Una escalera imperial, que a derecha e izquierda comunicaba con cada planta, hacía brillar su noble madera al recibir a los visitantes que atravesasen el original pórtico de la entrada (que era donde yo me encontraba sentado y observando el panorama). Las negras pizarras ancestrales asignaban a la inclinada cubierta un aspecto gótico. Estaban muy desgastadas al aguantar por años la dura dilatación producida por la climatología de la región que, unas veces, actuaba con el radiante sol abrazando el tejado negro y, otras, las menos, empapándola por medio de la fuerte lluvia extremeña. En estas circunstancias y ante este campestre paisaje pasaba el tiempo entre recónditas reflexiones. Recordaba mi actividad en la capital unas semanas antes, cuando finalizaba mi primer año de arquitectura. Los rostros de mis compañeros de curso acudían una y otra vez a mi mente. Podía ver con claridad a cada uno de ellos, de tal modo que hasta sus facciones estaban tan bien esbozadas que

casi podía tocarlas.

Rápidamente concentré mi memoria en Óscar, un fiel amigo con quien había

discutido tantas veces al competir arduamente en la realización de nuestros proyectos. Entonces recordé uno de aquellos proyectos relacionados con la representación de unos chalecitos adosados con un típico estilo francés, en el que realicé unos trucos no faltos de honradez, logrando reducir el tiempo invertido frente al duro tablero de dibujo. Mis notas académicas habían superado mis propias expectativas, alegrando a mis padres, que ya me aseguraban un futuro prometedor (hecho que no me extraño considerando que quienes hablaban eran precisamente mis padres). Pero no había vivido únicamente un año de jubiloso resultado. Otros acontecimientos habían enturbiado mis éxitos académicos adjudicando al último año académico de un sabor un tanto hastío. Un familiar allegado, concretamente uno de mis primos, tuvo un desgraciado accidente que socavó su último aliento de vida que su joven cuerpo sostenía. A principios de la primavera, mientras dirigía una obra que consistía en la edificación de un hotel en la costa gallega, un error de cálculo le sorprendió. Cuando comenzaban la construcción de las habitaciones, un error de estructura sobrecargo una de las viguetas de la sección destinada a los trabajadores del hotel. Después de un agudo sonido, la vigueta se desprendió por uno de sus lados y golpeó en la cabeza de mi primo que, en esos momentos, consultaba algunos planos. A pesar de estar protegido con un casco, el perfil lo atravesó transversalmente. Familiares y amigos esperamos noticias a las puertas del quirófano donde le intervinieron quirúrgicamente. Unas horas después, un sudoroso y entristecido doctor, anunció la muerte de su paciente durante la complicada y arriesgada operación. Todos estos sucesos y otros me suscitaban pensamientos dentro de mi mente procurando que no afectasen a mi estado de ánimo. Tenía una serie de objetivos y no iba a permitir que cualquier percance, por muy cruel que fuese, minase mis esfuerzos. Pero lo cierto era que aquellos pensamientos (que planteaban muchos porqués) no se distinguían completamente dentro de mi ser. Intenté pensar en otros asuntos, procurando apartar de mi mente esos pensamientos que volvían a renacer con un ímpetu inusitado. Resultó sencillo, ya que escuché los pasos secos y entrecortados de mi abuelo quién avanzaba hacia la entrada por el interior de la casa. -Antonio, ¿qué haces? -la voz grave de mi abuelo rompió el apetecible silencio. Giré la cabeza y le vi apoyado en la jamba de la puerta de la entrada. Su carcomido cuerpo por los años lucía una bata granate que le protegía del ligero viento que soplaba en aquella noche veraniega. Unas gruesas gafas colgaban de su cuello y sostenía en la mano derecha el periódico del día, abierto por la sección de sucesos. Los ojos que todavía mantenían un tenue brillo denotaban un cansancio indudable por el esfuerzo de la lectura.

-Ahora me acuesto -me limité a contestar y de nuevo dirigí la vista a las viejas encinas. Se acercó con su característico andar y decidió sentarse a mi lado. No tardó en hablar y percibí que algo le preocupaba. -¿Melancólico? -me preguntó. Me miró alarmado. -¿Melancólico? -repetí la pregunta con asombro-. Claro que no. Considera el año académico tan extraordinario que he tenido. Ni yo mismo me creo aún esos resultados. ¿Qué problemas crees que puedo tener? -Aparentemente no tienes ninguno -sus ojos azulados se perdieron entre la oscuridad-. Pero al no advertir en ti un estado constante de alegría sino uno de indiferencia, pienso que algo te provoca esa situación. Mi querido abuelo era un experto observador. Mi madre me había comentado varias veces que cuando era pequeña e intentaba ocultarle un mal inocente, guiado por una travesura, su padre siempre notaba que algo le ocultaba. Su agudo sentido no había menguado en su persona. Al contrario, la experiencia rica de los años le había dotado a ese singular sentido con una mayor firmeza. -¿Porque has llegado a esa conclusión? ¿Dónde estoy demostrando indiferencia? -me adentraba en su juego intentando descubrir que le motivaba a abordarme. -Hace 2 semanas que estás en la finca -asentí con la cabeza a su afirmación-. Llevas prácticamente un año sin venir ya que tus obligaciones familiares con tus padres y los estudios te lo han impedido. Recordando tu aprecio por estas tierras que por años han pertenecido a nuestro linaje y las innumerables actividades de recreo que en ellas puedes realizar.... -¿Qué, abuelo? -le interrumpí calmadamente. -Simplemente no estás entusiasmado de haber regresado. En catorce días has montado tres veces a tu caballo, cuando en anteriores estancias solían montar a diario cada mañana. Y no es que hayas perdido tu gusto por este noble animal. Además no te has puesto a la cabeza de los viñedos. Lo has hecho otras veces, como cuando dirigías la recolección y te esmerabas cuidadosamente por elegir la mejor uva que luego exprimías. Ahora, en cambio, te limitas a sentarte y divagar con tus pensamientos. -Ha sido un año muy duro -intenté defenderme ante la avalancha de hechos irrefutables.- Mi primer año en la universidad ha supuesto un gran cambio que ha terminado por agotarme. Bien sabía que estás justificaciones no iban a apaciguar la sospecha de mi abuelo que, una vez que empezaba, no había quien le parase. Permanecimos unos minutos en silencio, alumbrados por la tenue luz de la lámpara del porche, mientras a nuestro alrededor revoloteaban insignificantes insectos sin saber que ese atrayente foco luminoso era en realidad una fuente ardiente de calor letal. Así me

sentía yo. Había intentado ocultar esos sentimientos que corrían día tras día en mi interior. Revoloteaba alrededor de ellos y cada mañana, tarde y noche experimentaba su abrazadora red letal. Procuraba no exteriorizarlos. Me afianzaba a un autodominio único que en el exterior reflejaba felicidad pero que en el interior emanaba un fuego intrínseco. Emociones evaporadas sin dilación alguna. Agradecía, en realidad, que mi estimado abuelo interviniese esperando que me reconfortase. Pacientemente esperaba reanudar la conversación decidiendo no ocultar lo que sentía. Era afortunado al tener un abuelo que desde niño había significado un gran amigo para mi persona. Por eso suspiré de alivio al escuchar de nuevo su voz. -No estoy hablando con aquel niño de cabello moreno con una carita pecosa, ¿verdad? -Desde luego que no -sonreí. -Cuando eras muchacho siempre intentabas justificar todas tus mal paradas travesuras. -Y algunas veces casi os engañaba -era grato recordar la niñez. Los ojos del anciano fulguraban cuando me recordaba en mis años jóvenes y en ese instante sus ojos parecían dos soles en el oscuro universo reinado por una amarillenta luna de platino. -Pero, ¿lo conseguías? -No –volví a sonreír. -Siempre descubríamos lo que habías hecho y en eso tu madre era una experta. -Y todavía lo es, heredado de ti, supongo. Hizo otra pausa. Su rostro se tornó más duro. -No te comportes como el niño que ya no eres –sentenció abruptamente. Esta conclusión resultó dañina para mis oídos, pero era totalmente cierta. Un niño tiende a negar todo aunque sea cierto. Llega a creer que su mentira es la verdad y piensa cuando le acaece el castigo que éste es injusto. Acertadamente el anciano me había indicado que no era sabio ocultar mis sentimientos. Al igual que el inofensivo pececito cuando el anzuelo desgarrador descansa hincado en su boca sangrienta y, afligido, es arrastrado con furia a un ambiente donde sus diminutos pulmones no podrán llenarse del oxígeno vital acuático. Era este mismo ánimo el que me impedía expresarme. Parecía superior a mis fuerzas enunciar lo que deploraba todos los objetivos que me había propuesto. Y, sin embargo, era necesario sacarlos fuera y desecharlos por completo sin dejar ni un atisbo de aliento para impedir su nacimiento o su renacimiento en el caso de que siempre hubiesen estado allí ocultos, dispersos en un mar de dudas. Aun así decidí ser sincero con él. Pero, ¿cómo explicarle lo que ni yo

Otros títulos del Autor

El Año del Destierro Revolución Proyecto Hábitat La Cuarta Aldea Ensayos y Proverbios Relatos Cortos Volumen 1 Las Capas del Alma Relatos Cortos Volumen 2 La Adicta Exposición al Mundo Relatos Cortos Volumen 3 Las Identidades Perdidas Cuentos desde la lluvia Manual Para Hablar en Público Guía Rápida para Hablar en Público Guía Rápida para preparar el Archivo de Texto de un Libro Digital Antología Literaria Los Crímenes del Agua: Las Aventuras del Profesor Ulises Flynn

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Biografía del Autor

Enrique Castellanos Rodrigo (Madrid, 1976) lleva ejerciendo más de dieciséis años en la práctica de la ingeniería en una compañía del sector del agua, pero llegó a la literatura a través de su pasión por la lectura de los clásicos desde su infancia y comenzó a escribir su primera novela temprano en su adolescencia; Horizontes de Esperanza. A esta novela le siguieron otras como El Año del Destierro, Revolución y la serie Proyecto Hábitat. Asiduo escritor de Relatos cortos y Cuentos donde ha ganado dos concursos literarios (IV Certamen literario "Un mundo para todos y todas" de la Ciudad de Coslada Edición 2001 y I Certamen literario de la Ciudad de Pozuelo de Alarcón edición de 1993), sigue con su proyecto literario y como blogguer Freelance profesional en una de las revistas líderes del sector del agua. La recopilación de sus Relatos Cortos y Cuentos han sido publicados como Ensayos y Proverbios, Relatos Cortos Volumen I - Las Capas del Alma, Relatos Cortos Volumen II - La adicta exposición al mundo, Relatos Cortos Volumen III - Las identidades Perdidas y Cuentos desde la lluvia - Volumen I. También ha desarrollado trabajos en el campo profesional con libros como Manual para Hablar en Público. Creador del mítico personaje Ulises Flynn.