América latina. Entre la democracia liberal y la defensa del ...

El mundo. Global y multipolar, pero con poder concentrado. BALAnCe. Más consciente de los derechos humanos y más interde
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especial | 30 años de democracia | enfoques | 15

| Domingo 8 De Diciembre De 2013

Juicio a las Juntas representa en términos simbólicos el acto de rendición de cuentas originario que abriría lugar a una importante agenda de trabajo orientada a fortalecer el Estado de Derecho y las libertades ciudadanas no sólo en la Argentina sino también en el resto de América latina.

Brasilia, 2006: tres visiones políticas en diálogo

mauricio lima/afp

ConTroversIA. El consenso antiautoritario que en 30 años se afianzó en

la región no excluye el conflicto político e intelectual que hoy se da entre miradas encontradas sobre la naturaleza del sistema democrático

América latina. Entre la democracia liberal y la defensa del populismo Enrique Peruzzotti PARA LA NACION

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os cambios que tuvieron lugar en gran parte del mundo en las últimas tres décadas, pero sobre todo a partir de 1989, parecían indicar el tardío pero definitivo triunfo de los ideales de la democracia liberal. El diagnóstico suponía que, una vez desaparecido su principal rival ideológico y político, el mundo iba a abrazar entusiasmado la causa democrática. Ese pronóstico resultó ser demasiado optimista: si bien desde entonces el planeta fue testigo de una importante oleada democratizadora, seguimos viviendo en un mundo políticamente diverso, marcado por un conflicto entre culturas políticas antagónicas, organizadas alrededor de principios contrapuestos de legitimidad y donde existe aún un porcentaje significativo de países cuya población se encuentra sometida a diversas formas de autoritarismo. No es ése el caso de nuestra región. América latina presenta un escenario regional en el que –salvo la excepción de la dictadura cubana– la anteriormente mencionada profecía democrática parece haberse cumplido. Hoy en día, la democracia es la única opción para que un régimen logre legitimidad doméstica y reconocimiento regional e internacional. Los cambios operados en el orden global ciertamente han

contribuido al éxito de esta última oleada regional democratizante. La impresionante expansión de las normas y redes globales de promoción de los derechos humanos y el estrepitoso fracaso y deslegitimación del sistema soviético generaron un ambiente internacional más conducente a la democratización y que exhibe mayores niveles de intolerancia para con los regímenes autoritarios. Sin embargo, el factor más relevante que explica la exitosa reorientación de la región hacia la democracia fue el desarrollo de procesos endógenos de aprendizaje colectivo que dieron luz a una nueva cultura política organizada alrededor de un fuerte compromiso normativo con los ideales de la democracia. Sentidos en disputa La emergencia de un consenso democrático en América latina, sin embargo, no supone la ausencia de conflicto político: el conflicto político perdura en las sociedades contemporáneas, pero toma la forma de una disputa acerca del significado mismo de la democracia. Si en el pasado las disputas entre diversos proyectos políticos suponían preferencias encontradas acerca del tipo de régimen político, en el presente la discusión más bien gira alrededor de visiones distintas acerca de la naturaleza y el potencial de la democracia. Encontramos por tanto un esce-

BALAnCe. Más consciente de los derechos humanos y más interdependiente, el planeta sigue siendo desigual y centraliza las decisiones en un club de pocos miembros

El mundo. Global y multipolar, pero con poder concentrado Federico Merke PARA LA NACION

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uienes estudian la política internacional suelen discutir acerca de cuál es la métrica adecuada para estimar los cambios globales. Algunos miran la distribución de poder y observan cómo en treinta años el mundo dejó de estar dominado por dos superpotencias, con centro en Washington y Moscú, e ingresó en el período unipolar junto a Estados Unidos como la “potencia indispensable”. Advierten, sin embargo, que el unipolarismo es un relato acotado, porque lo que tenemos hoy es el “ascenso del resto”: China, Rusia, la India, Brasil, Indonesia y Sudáfrica, entre otros. La incógnita más valiosa, claro, es la que especula sobre el futuro de China. En 1980, China

representaba el 2,2% del producto mundial. Dentro de una década será la economía más grande del planeta y representará cerca del 20%. Buena parte del futuro orden global tendrá que ver con la habilidad, o no, que tenga China para convertir poder económico en poder político y simbólico. Como sea, quienes creen que el juego geopolítico es ya cosa del pasado afirman que la globalización, y no la polaridad, es la clave para entender lo que pasó en estos treinta años. En efecto, el mundo se ha vuelto más globalizado, no sólo en el aumento de transacciones, sino también en el aumento de estructuras transnacionales de producción. La globalización, también, ha transformado nuestra manera de trabajar, de hacer política, de movilizar a la sociedad civil y de construir identidad, individual o colectivamente.

nario regional en el que se enfrentan interpretaciones diversas y muchas veces antagónicas del ideario democrático. La expresión más visible de dicho conflicto, aunque no la única, es la confrontación contemporánea entre el modelo representativo y el modelo populista de democracia. En un rincón del ring político, están los defensores de un ideal liberal republicano; en el otro rincón, los que consideran al populismo como la más pura expresión de una forma radical de democracia. Cada una de estas concepciones descansa en ciertos presupuestos acerca de qué es la democracia, que tienden a enfatizar una dimensión particular de ese complejo concepto obre las otras. En el caso del republicanismo liberal, su preocupación central es cómo proteger la institucionalidad democrática de eventuales comportamientos discrecionales por parte del Poder Ejecutivo. La aparición de esa preocupación en la agenda latinoamericana fue un directo corolario de la irrupción del discurso y la política de derechos humanos. El movimiento de derechos humanos contribuyó a desarrollar una sensibilidad particular en la región para con el lenguaje liberal y republicano sobre derechos y gobierno limitado, introduciendo en la cultura política democrática una novedosa preocupación por el Estado de Derecho.El

Pero continúa la discusión acerca de los efectos positivos de la globalización. Distintos estudios muestran que los ganadores han sido los ciudadanos más ricos del planeta, el 1% de la población, y una suerte de clase media global emergente de países como China, la India, Brasil o Indonesia. Es cierto, la extrema pobreza se redujo en estos treinta años. Pero la desigualdad económica sigue siendo acuciante y ha crecido en países tan diversos como Estados Unidos, China, la India, Rusia o Suecia. El 8% de la población mundial se adueña del 50% del producto, mientras que el 92% restante se queda con la otra mitad. Más democrático Finalmente, quienes apuntan a cambios más profundos, sean políticos, legales o normativos, observan cómo la democracia y los derechos humanos son hoy ya elementos constitutivos de nuestra identidad política. A comienzos de los 80 había poco más de cuarenta democracias y cerca de ochenta autocracias. Hoy existen poco más de noventa democracias y cerca de veinte autocracias. También a inicios de los 80, los derechos humanos eran o bien una noble aspiración o bien un instrumento ideológico de lucha contra el comunismo. Hoy, la sociedad de Estados, acompañada y muchas veces presionada por la sociedad civil global, ha llevado adelante profundos cambios para intentar evitar, no siempre con éxito, que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos no queden sin castigo. En treinta años, en fin, el mundo se ha vuelto más multipolar, más globalizado, más

Reivindicación conceptual En años recientes, dicha perspectiva liberal republicana ha sido el blanco principal de crítica de autores que ven en el populismo el método de profundización democrática. La crisis de las instituciones representativas experimentada por varios países de la región y la aparición de nuevos liderazgos políticos en países como la Argentina, Ecuador y Venezuela estuvieron acompañadas por una reivindicación conceptual del populismo. En su versión contemporánea, el populismo aparece como una forma superadora de las limitaciones de la democracia representativa, la cual es vista como principal obstáculo para la realización de las aspiraciones mayoritarias. El verdadero déficit de las democracias latinoamericanas, argumentan los defensores del populismo, no es ni liberal ni republicano sino propiamente democrático: lo que América latina necesita son liderazgos que puedan expresar fidedignamente las aspiraciones políticas del pueblo. Desde esta perspectiva, el problema no radica en la limitación del Ejecutivo ni en la protección de las minorías, sino todo lo contrario: establecer un Poder Ejecutivo fuerte y centralizado con capacidad de avanzar en la agenda transformadora que la región requiere para lograr sociedades más justas e inclusivas. El actual clima de combate político nos obliga a plantearnos una disyuntiva entre una democracia mayoritaria cuyo eje gira en torno a la personalidad presidencial o una organizada alrededor de una visión excesivamente legalista que protege el derecho a las minorías frente a eventuales intervenciones estatales discrecionales. Dicha disyuntira ignora importantes y quizás menos visibles procesos de innovación de mocrática que se vienen desarrollando en forma caleidoscópica y que, lejos de contraponer voluntad popular a la institucionalidad representativa, buscan mejorar la representatividad democrática a través de la creación de nuevos canales institucionales que permitan dar voz a sectores históricamente relegados o ignorados por los mecanismos tradicionales de la representación. Los consejos indígenas en Bolivia o las numerosas arenas participativas que existen en funcionamiento a nivel local en Brasil para lograr una más equitativa distribución de bienes públicos entre la población urbana son ejemplos de procesos de innovación democrática que merecen ser tomados en cuenta para ampliar las opciones y perspectivas de un debate que debiera servir no sólo para evaluar los logros y la agenda pendiente de estas últimas tres décadas de vida democrática, sino también para proponer una alternativa superadora a las opciones presentes.ß El autor es profesor de la UTDT e investigador del Conicet

democrático y más consciente de los derechos humanos. Estos cambios, claro, persisten en un contexto más amplio de continuidades, esas que a un Tucídides renacido le harían apreciar, una vez más, cómo el poderoso sigue haciendo lo que quiere y el débil sufriendo lo que debe. Es cierto, algunos poderes estarán declinando, otros ascendiendo, pero el club del poder sigue teniendo pocos miembros y hoy está más preocupado por aumentar la legitimidad interna de cada miembro que la legitimidad externa hacia el resto de la sociedad internacional. Con toda la legalización y la difusión de normas a nivel global, las instituciones internacionales continúan siendo sitios de poder y hasta de dominación. La sociedad internacional parece haber encontrado un límite difícil de sortear para resolver de manera multilateral problemas de acción colectiva. La incompleta ronda de Doha de comercio mundial; el incompleto Kyoto 2 para actuar contra el cambio climático; el siempre esquivo desarme nuclear; el fracaso de la lucha contra el narcotráfico; el aumento del espionaje informático y la esquiva legalización de la norma para intervenir por motivos humanitarios son algunos de los problemas que ilustran la enorme dificultad que tiene la sociedad internacional para capturar el interés común, manejar el poder desigual y mediar la diferencia y el conflicto por valores y normas.ß El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés

Cambios en el planeta Los principales acontecimientos que marcaron el ritmo de la historia entre 1983 y 2013

Caída del Muro de Berlín

En noviembre de 1989 se demolió uno de los mayores símbolos de la Guerra Fría. La caída del Muro significó el fin del socialismo soviético y, en cierto modo, la coronación de la Perestroika y la Glasnost, políticas reformistas impulsadas desde mediados de la década del 80 por Mikail Gorbachov. Pero también marcó el inicio de un nuevo mapa político, con sucesivas y complicadas independencias que modificaron el mapa europeo, y el cambio de la representación de la hegemonía del globo dividida en dos potencias.

Crisis globales

En el mundo globalizado –y en el marco de una nueva etapa del capitalismo financiero–, se sucedieron las crisis económicas con efectos a nivel regional e internacional. El 19 de octubre de 1987, el “lunes negro” de la Bolsa de Nueva York arrastró a las bolsas europeas y japonesas. En 1994, la crisis del peso mexicano provocó el “efecto tequila”, que afectó al resto de América latina. En 1997, la devaluación de la moneda tailandesa provocó una crisis regional en Asia que se transformó en global. En 1998, la crisis del rublo estalló en Rusia y amenazó al mercado internacional. El siglo XXI empezó con la crisis de las puntocom en 2000 y una crisis financiera global en 2008.

Atentado a las Torres Gemelas El 11 de septiembre de 2011 la red terrorista Al-Qaeda realizó una serie de atentados suicidas contra el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono en Washington, que dejaron 3000 muertos y más de 6000 heridos, dieron inicio a una guerra que todavía continúa y abrieron una nueva etapa en que la seguridad se tornó prioridad. Estados Unidos declaró la “guerra contra el terrorismo” y, un mes después, invadió –con una coalición internacional– Afganistán, acusado de dar apoyo a Al-Qaeda. En 2003 invadió Irak. Mientras varios gobiernos endurecieron sus leyes antiterroristas, se produjeron atentados en Madrid, en 2004, y en Londres, en 2005. En 2011, tropas de elite norteamericanas mataron a Osama ben Laden, líder de Al-Qaeda.

La izquierda en América latina Desde 1999, con la llegada a la presidencia de Venezuela de Hugo Chávez, se afianzó en el continente un “giro a la izquierda” que pronto mostraría matices. De un lado, la reivindicación del populismo con líderes con fuerte presencia mediática y retórica antiimperialista: además de Chávez, Evo Morales en Bolivia (desde 2006), Rafael Correa en Ecuador (desde 2007) y Néstor Kirchner (entre 2003 y 2007, seguido por Cristina Kirchner). Por otro, presidentes como Lula da Silva en Brasil (entre 2003 y 2010, seguido por Dilma Rousseff), Michelle Bachelet en Chile (entre 2006 y 2010), Tabaré Vázquez en Uruguay (entre 2005 y 2010, seguido por José Mujica), que reivindican un modelo de liderazgo más abierto al mundo. Brasil se destacó en la última década como nueva potencia global.

China, potencia económica De ascenso económico ininterrumpido durante los últimos 30 años, China superó a Gran Bretaña en 2005, a Alemania en 2007 y en 2010 desplazó a Japón del podio de la segunda potencia económica mundial. Según las proyecciones del Banco Mundial y de Goldman Sachs, el gigantesco país podría superar a los Estados Unidos en 2025, y convertirse en su principal rival político, económico y militar. Para muchos, así como el siglo XX ha sido considerado “el siglo norteamericano”, el siglo XXI podría ser el del gigante asiático. Con más de 1350 millones de habitantes, el poderoso Partido Comunista que la gobierna –al que muchos acusan de restringir las libertades de expresión y movimiento de la población– ha iniciado lentamente procesos de modernización y apertura.

Indignación ciudadana global Los últimos años de estas décadas están mostrando la globalización de las protestas sociales. En 2010 se desató una ola de manifestaciones sin precedentes en el mundo árabe que, impulsadas por distintos sectores de la sociedad civil, reclamaban democratización y el fin de los gobiernos dictatoriales que hasta ese momento venían gobernado Túnez, Egipto, Libia y Siria, entre otros países. El correlato occidental fueron los “indignados”: reclamos civiles contra el capital financiero, la dirigencia política y las deudas sociales de las democracias que, en mayo de 2011 se iniciaron en España, se extendieron a diversas capitales europeas y tuvieron su eco en la región, sobre todo en Brasil y Chile.