Al ocaso Noche tras noche lo espero. Me ronda como un

Golpean el suelo con timidez. Una vez más. Se enfurecen contra el contén y el zapateo se eleva, se sale de control, se c
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Al ocaso Noche tras noche lo espero. Me ronda como un fantasma incorpóreo, emisario de la muerte en vida, caballero del subconsciente. Acecho las pisadas en la acera. Los pies se mueven: uno, dos. Los zapatos taconean. Se detienen. Han pisado un chicle. Golpean el suelo con timidez. Una vez más. Se enfurecen contra el contén y el zapateo se eleva, se sale de control, se convierte en música que llena la calle. Un vecino despierta… El ruido de una puerta al cerrarse de golpe me distrae. Estornudo. Será una señal. Creo que vendrá esta noche. Intento relajarme a pesar de que el timbre claro y penetrante de las bocinas se regodea en mi inquietud noctámbula. Los resortes de mi cuello saltan como molestados por un dedo travieso. Los resortes de mi mente están quietos, fijos en la misma idea. ¿Vendrá? Lo escucho acercarse. No, me he equivocado. ¿Será muy tarde ya? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Mis dedos se deslizan por la oscuridad – respuesta instintiva que demoro en comprender – como bailarines bien entrenados, como diestros amantes que se enredan sin temor entre rizos tupidos por el premio de una cinta mal guardada. Alcanzo el reloj. Es temprano aún. Dando vueltas sobre el colchón, sin poder reprimir un hondo sentimiento de culpabilidad, recuerdo el café de esta mañana, el de ayer, el de hace dos días, amargo y rasposo. La taza me mira sentada sobre el escritorio; una taza peligrosamente sensual con las piernas cruzadas y labios colorados. Me guiña un ojo, luego el otro. Me estremezco de deseo cuando me muestra la provocativa espalda marcada por mis caricias. Se aleja y yo la sigo. Se contonea por el borde, dejando rastros blancos sobre la madera oscura.

Balancea un brazo sobre el abismo, luego la nívea pierna. Inclina la cabeza. Yo la empujo. Cae. Hace una pirueta. Y ahora yace en el suelo, esparcida, irreparable. Me incorporo en la cama. El calor amenaza con estupidizar hasta el último de mis sentidos. La luz del baño está encendida así que me lavo la cara frente al espejo. Sé por algún libro que el calor desaparece si te convences de que en realidad lo que sientes es frío. Si el calor se va tal vez él se anime a venir después de todo. Las sombras que entran por la ventana abierta dibujan figuras extrañas sobre la cortina del baño. Me divierte verlas corretear aterrorizadas, intentando escapar de ese espacio bidimensional en el que han sido amuralladas. Yo he sido una sombra asustada alguna vez. Me falta el aire. Me mojo la cara una vez más, intentando enjuagar el dolor de cabeza que me amenaza desde detrás de los ojos. Las gotas salpican sobre el cristal y quedan suspendidas por un instante antes de deslizarse en una carrera demencialmente vertical y precipitarse sobre la loza blanca del lavamanos. Alguien hace señas desde el espejo. ¿Será él?, se pregunta por enésima vez. Dos círculos negros suspendidos en la claridad del baño le responden desde el otro lado. Se balancean arriba y abajo como mecidos por un cuerpo invisible, pero no los mira. Intenta alcanzar la puerta. Los círculos negros se expanden en un rictus de terror mientras unos brazos se cierran con torpeza alrededor de su cuello, se retuercen y luchan. A través del vidrio, los discos oscuros parecen haberse desvanecido de la impresión. La lucha se acalora y sus pies comienzan a fallar. Los brazos recurren a movimientos elegantes y ultra-secretos para terminar la pelea. Su cuello cede bajo la presión. Se oye un crac que hace eco en todas las habitaciones sucesivamente.

Salto con las sábanas enredadas en el cuerpo. Ha venido y se ha vuelto a marchar cuando me he asustado. No lo vi claramente mas su esencia flota aún sobre mi cabeza. Me rindo, ya no lo esperaré. Pero – ¡maravilla! – aquí está. Me sumerge, arrastrándome fuera de mí. Suspiro mientras me fundo con la oscuridad. Un placentero hormigueo me recorre, deshaciéndome con ternura. No quiero dejarlo jamás, no quiero regresar. Sé que regresaré.