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30 may. 2008 - checo, Josef Beran, catedrático de lenguas romances en su país. Se cartea con Aliro Machuca Pailahueque,
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José Miguel Varas El correo de Bagdad

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© 1994, José Miguel Varas © De esta edición: 2002, Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía, 1444 Providencia, Santiago de Chile Tel. (56 2) 384 30 00 Fax (56 2) 384 30 60 www.alfaguara.com

ISBN: 956-239-214-7 Inscripción Nº 89.551 Impreso en Chile - Printed in Chile Primera edición en Alfaguara: junio 2002 Segunda edición en Alfaguara: junio 2008 El correo de Bagdad fue publicado por primera vez en abril de 1994 Diseño de cubierta: Ricardo Alarcón Klaussen Diseño: Proyecto de Enric Satué

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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Índice

Una novela sorprendente por Volodia Teitelboim Introducción al mamotreto Una carta al Director Carta número uno Carta número dos Carta número tres Apertura del mamotreto Carta número cuatro Carta número cinco (mensaje) Carta número seis Lectura del mamotreto Carta número siete Carta número ocho (de la Eva) Carta número nueve Rescate del mamotreto Carta número diez Carta número once El mamotreto en el exilio Carta número doce Carta número trece Noticias de un golpe militar Carta número catorce La crítica del Sr. Romera El retorno del mamotreto

9 21 24 29 44 58 81 83 107 112 132 134 146 160 187 193 216 237 243 273 302 310 312 320

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Una novela sorprendente por Volodia Teitelboim

HALLAZGO DE ORIGINALES AJENOS El arbitrio es tan antiguo como el hilo negro. Pero está legitimado por la tradición literaria. Los eruditos podrían citar cien nombres de autores que recurrieron al ardid. Shakespeare, Calderón, entre otros. Borges fue un vicioso de tal artificio. Le encantaba el caso de manuscritos extraños que por obra del azar caían en sus manos. Tlön, Uqbar, Orbis relata que llega del Brasil «un paquete sellado y certificado, conteniendo un libro en octavo mayor, que Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del sur, dejó olvidado en un bar». Así sucede con este Correo de Bagdad. Para introducir la ficción el autor real, José Miguel Varas, inventa una historia verosímil. En mayo de 1973 —cuatro meses antes del golpe—, lo llama el director del diario donde trabaja y le anuncia muy campechano y a la criolla: —Hay una pega para ti. Explica que, haciendo un poco de aseo en su «chiquero», encontró un paquete en el cajón donde se acumulan cartas, textos polvorientos, artículos nunca publicados. Le entrega lo que llama un «mamotreto», imponente por su grosor, un haz desigual y compacto de hojas amarillentas. El manuscrito lleva por título El correo de Bagdad. Varas recuerda que en Santiago se editaron con el mismo nombre en 1949 dos volúmenes que le llamaron la atención. Su autor era Adolfo Rivadeneyra. La obra fue publicada por la Editorial Cruz del Sur y

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tenía por subtítulo Del Irak a Siria por la ruta clásica de los mercaderes. El autor era un chileno nacido el 10 de abril de 1841, que hablaba el árabe y acompañó al «tátar», o sea, al «correo de Bagdad», encargado de entregar cartas y órdenes a través de su larguísimo y aventurado trayecto. El prologuista Ramón de la Serna escribe un preámbulo de vuelo, en que cita algunas frases retumbantes de Rivadeneyra: «Chile es ya un viejo pueblo ‘clásico’, que su ‘nación’ aborigen, la gente araucana es la última de las grandes estirpes que han ingresado en un ‘epos’ universal y se han instalado allí eternamente». Sintetiza la travesía por las abismantes tierras, donde alguna vez surgieron Las mil y una noches, como una «amalgama de grandeza y de miseria».

UN PINTOR MAPUCHE Y EL EXCÉNTRICO PROFESOR CHECO Pero el «mamotreto» de este segundo Correo de Bagdad tiene poco que ver con el primero. Formalmente es una colección de cartas, un conjunto epistolar en que intercambian correspondencia varios personajes novelescos, porque de novela se trata. Cabe la sospecha, por su gran verosimilitud, que no está sacada solo de la imaginación. Quien envía el manuscrito al diario es un profesor checo, Josef Beran, catedrático de lenguas romances en su país. Se cartea con Aliro Machuca Pailahueque, un nativo de Chile, que en el libro será conocido con el nombre de Huerqueo. De niño fue apoyado por la Liga de Estudiantes Pobres. Con el tiempo se convierte en pintor de cuadros. Llega a Praga y establece una relación familiar con el profesor, casándose con su sobrina Eva. Es el catedrático quien escribe a El Siglo, a raíz de una crítica desfavorable respecto a la pintura de su pariente político, publicada en el diario por el profesor Malalait. Al parecer fue un comentario hecho con mala leche. Josef Beran desea

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reparar la injusticia impulsado por una sensible desgracia, incluso para el arte: el posible fallecimiento de Huerqueo. RELATO HIPNÓTICO El resultado es un libro extraño, original, mezcla de realidad, magia y humor. Nos conduce al otro Varas que tiene fama de escritor ameno. Pero es una creación distinta a todo lo mucho que ya ha publicado, desde el lejano Cahuín institutano, antes de los veinte años, hasta el reciente éxito de su antología, Cuentos Completos, amén de los tres premios que en pocos días del 2002 se juntaron para reconocer sus versátiles talentos. ¿El correo de Bagdad tiene algo que ver con El ladrón de Bagdad? No. Pero un poco, sí. O tal vez algo más. La correspondencia articula una novela muy singular, como no hay dos en la literatura chilena. El protagonismo de Scherezade no lo desempeña una mujer recostada en el lecho que cuenta al sultán historias en que le va la vida o la muerte. Aquí se lo distribuyen al menos tres cartistas muy distintos de Madame de Sevigné, la famosa epistolera. Misivas informales, graciosas, intensas. Cada una equivale a capítulos. Mantienen la continuidad y el suspenso de sucesos a ratos regocijantes.

JUGANDO CON LAS LENGUAS La correspondencia no está escrita en árabe ni en sánscrito ni en caldeo. Está escrita en español chilensis cuando la envía el pintor mapuche. El profesor checo de lenguas romances, Pan Doctor, responde en una jerigonza castellana-checa, reproducida según el talante chaplinesco de Varas, si se obvia el inconveniente de que Charlot fue

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astro del cine mudo. El profesor Beran introduce una sabrosa mezcolanza de términos neolatinos con expresiones sacadas improbablemente de la Torre de Babel. Se genera en la cabeza del catedrático una confusión de lenguas. Ensaya una ensalada, accesible al castellano. Sin quererlo habla y escribe con resultados desternillantes. En su boca y redacción las frases alteran el orden gramatical. Desfigura el idioma español conforme al genio de lenguas ajenas. Nunca leí un modo tan hilarante de hablar un castellano chequificado. Por debajo de esta fantasía anda la carcajada contenida. Comicidad a lo Buster Keaton, con el rostro adusto en Varas. Apariencia de serenidad imperturbable. Él nunca ríe, pero hace reír a los demás. Es capaz de realizar el juego con diversos idiomas. Dudo que el intento tenga rigor científico. Tal vez lo juzguen escandaloso puristas que se guíen devotamente por la Real Academia Española. Y si tienen una pizca de humor por un momento tal vez se tienten de la risa. El juego con las palabras no es nuevo en nuestra literatura. Lo hizo Huidobro en Altazor, con otro sentido, con ambiciosa intención demoledora o recreadora de un habla nueva.

EPISTOLARIO A TRES MANOS El autor va configurando caracteres, historias, aventuras, amores, muertes; visiones de países lejanos, pueblos desconocidos y sobre todo dando forma al repertorio humano de los personajes conforme a la idea de Borges de que «el hidalgo fue un sueño de Cervantes y El Quijote un sueño del hidalgo». Este epistolario del siglo XX tiene la riqueza de las cartas antiguas. Se cuenta todo al detalle. Por momentos parece una comedia y se está a un paso de la tragedia. Se

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habla sobre la crueldad de la política con un dejo impasible. La información sobre el golpe militar de Bagdad termina de súbito con un par de frases económicas, que son tan contundentes como un par de disparos: «El Consejo de Guerra halló culpables a Kassem y Mahdawi. Fueron llevados a una pequeña habitación de dos metros por dos y fusilados». Es una obra de escenografías cambiantes, de traslados súbitos a tres continentes. Esté donde esté, en Bagdad, en el desierto, en Temuco, atravesando en Praga el Puente Carlos o la Plaza de San Wenceslao, todo se articula en un espacio literario único. Libro de muy variados tonos. Cada uno, desde luego, al estilo del que escribe la carta. El texto se puebla de tonalidades muy peculiares. Aparte de la parodia de las lenguas, posee una capacidad plástica para describir situaciones, lugares, la atracción de los cuerpos. El relato mantiene un aparente paralelismo de tres mundos, que en medio de un juego de voces, inflexiones y carriles se interpenetran en un constante traspaso. En el fondo los paralelismos no son categóricos ni definitivos. Se funden en una amalgama.

DEL CERRO SANTA LUCÍA A LAS RUINAS DE BABILONIA El libro es difícil de describir. Comienza a leerse con cierta reserva. Pero el lector inicialmente desconfiado no podrá abandonarlo. Reiteramos que al avanzar en la lectura su seducción se torna muy envolvente. A nuestro juicio, es la novela de más envergadura escrita por Varas. Da vía libre y enlaza las escenas más distantes y disímiles. En Bagdad mucha gente duerme en la calle. El Huerqueo visita las ruinas de Babilonia, pero en su correspondencia no olvida ciertos temas chilenos tan trascendentales como el pastel de choclo, el cerro Santa

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Lucía, Neruda, los erizos al matico, el terremoto del 39, el tonto Morales, las fucsias y los quiscos de la cordillera de la Costa, los salmones de Pucón, etcétera. Todo ello será recordado durante una escala en el aeropuerto de Atenas. Tres veces va al museo a ver la Torre de Babel. Las inevitables e imprescindibles mujeres se introducen en el baile, como en la dicha y el infortunio. Si Huerqueo se casa con Eva, sobrina del profesor, el mismo doctor Beran contrae matrimonio con Ruzena, embarazada por el pintor mapuche. No es, sin embargo, un menage à quatre. La trama involucra a incontables implicados. Costumbres inauditas, festines de dátiles. Huerqueo pinta retratos color perla. No sé si tomó lecciones de Delia del Carril, pero se apasiona por el retrato del caballo Simún. Eva, Ruzena y Huerqueo viajan desde Praga a Bagdad para asistir a un congreso mundial de estudiantes, al cual se termina llamándolo «Congreso Erótico». Allí pasa de todo. Pero no gira en exclusiva en torno a aquello. El pintor se relaciona con una minoría rebelde. Se enamora de Zekiye, una muchacha kurda. Siente el flechazo y se comporta conforme a aquel proverbio árabe, según el cual el hombre ha de ser león, perro, gato o mono. En Irak se avecina un golpe militar. En Chile, se irá incubando el once de septiembre número uno. Huerqueo consigue vender sus telas en Europa. Viaja a Santiago para hacer una exposición. Surgen opiniones favorables y adversas. Se dice que Nemesio Antúnez recuerda que «con quien mejor se entendía era con la Hormiga». Antonio Romera lo considera un señor pintor. Bonati recuerda que Huerqueo «pateaba con la zurda». El pintor Moraga, fiel a su apellido, siembra la duda: ¡qué va a ser mapuche, cree que eso puede vender!

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LA SOTANA PROVIDENCIAL ¿Cómo se preservó el «mamotreto» después del golpe? Es un cura el que lo salva. Toda una odisea entre las ciento y tantas que contiene el libro. Para festejar dignamente el día patrio la inquisitiva soldadesca allanó la casa del autor y se llevó no las armas que decía buscar, pero sí todo lo que fuera papeles, amén de otras delicadezas. Al refugio clandestino llega el curita. Se dedica a socorrer perseguidos. Consigue asilo para la familia en la Embajada de Alemania. La entrega del infolio fue sencilla pero con un ligero quiebre. «Después se agachó sobre su añoso portadocumento, una especie de maletín de médico del siglo pasado, pesadísimo y sacó con gran solemnidad... ¡el «mamotreto»!». Antes que el cura partiera, Varas —supongo, reconociendo su condición de autor solapado— se puso a llorar. El sacerdote disimulaba mal su curiosidad por conocer el contenido de aquel misterioso envoltorio. Hubiera sido difícil explicarle que «eran las cartas de un pintor mapuche perdido en Bagdad diez años antes y de un profesor checo algo excéntrico». El «mamotreto» nunca más lo abandonó. Acompañó al autor durante todo su exilio, con más fidelidad que Fidelia, su esposa de entonces. «Más de una vez he pensado que aquí hay algún misterio, un Designio que me supera y del que soy instrumento. ¿Pero cuál? ¿Publicarlo para rehabilitar la fama y el buen nombre de Huerqueo o para esclarecer las circunstancias que llevaron a su desaparición? Cuando, muy a lo lejos, pensaba en eso, sentía en ciertas ocasiones, un autocrítico deseo de darme una bofetada en el mentón o en su